29 de septiembre de 2007

Cartas desde Iwo Jima

Tomás Alfaro Drake

Ayer vi la película “Cartas desde Iwo Jima”. No la había visto en cine en su momento y la alquilé en DVD. Me hizo pensar. El hilo de mis pensamientos empezó por el asombro ante el estúpido concepto del honor japonés que, casi siempre, acababa en suicidio ante el fracaso. Hay una escena en la película en la que, en una arenga de un oficial japonés a sus hombres, les pregunta una razón por la que ellos van a ganar la guerra a pesar de la superioridad numérica y tecnológica de los americanos. Un soldado responde que la ganarán porque los americanos se dejan ganar por sus sentimientos. Aunque no lo dice, del conjunto de la película se infiere que el soldado japonés se refería a sentimientos de misericordia. Es cierto que en la película aparece también un soldado americano que mata a sangre fría a dos prisioneros. Pero por encima de ciertas tendencias perversas del ser humano hay, en la civilización occidental, una capa cultural que, aunque sólo en parte, las cubre y las humaniza. Y la cultura de esa capa, por fina que sea, está impregnada de cristianismo. Me acordé de una historia que me contó un amigo mío, sacerdote misionero, que ha pasado casi toda su vida llevando el mensaje de Cristo a Corea del Sur. Cuando explica allí el Evangelio se encuentra con una seria dificultad. Judas es considerado un hombre de honor. Traicionó a su maestro, es cierto, pero después reaccionó como lo hacen los hombres de honor; con el suicidio. En cambio Pedro es tenido por un llorica y cobarde deshonrado que, en vez de seguir la misma senda, pidió perdón. Pero lo que más les indigna no es que un cobarde pidiera perdón, sino que su jefe se lo concediese y, encima, le nombrase su sucesor. ¿Cómo puede aceptarse una religión así? –piensan.

De esta reflexión, el hilo de mi pensamiento pasó a comparar la cultura occidental, impregnada de cristianismo, con otras culturas distintas de las orientales. En la India, el hombre está preso en un sistema de castas. El brahamán lo será durante toda su vida, como le ocurrirá al intocable. Y el primero no tiene ninguna responsabilidad hacia el segundo. Además, el credo budista ha dejado allí, como en el extremo oriente, su legado. El mundo físico no es más que una ilusión de los sentidos, que nos ata con unos deseos que nos engañan, de los que, tras una rueda de reencarnaciones, sabremos desatarnos para alcanzar el nirvana, que no es sino la nada, y, con él, la cesación del sufrimiento. ¿Qué interés puede haber en conocer y transformar un mundo así?

En la cultura musulmana hay un Dios que es proclamado como misericordioso en la primera sura del Corán. Pero en muchas otras, ese mismo Dios, manda matar y saquear, aunque en otras más prescriba la limosna como algo bueno. Aparte de la invocación de Alá como misericordioso y de la limosna, no hay en el Corán un solo rastro de misericordia. Y su profeta no predicó la misericordia ni con su palabra ni con su ejemplo y sí, en cambio, la guerra y el saqueo con ambos. Tampoco hay en el Corán nada que invite a la transformación creativa del mundo creando riqueza. ¿Para qué crearla si se puede obtener por la rapiña? Además, Alá es un Dios que es libre incluso para decir hoy una cosa y mañana la opuesta. No es un Dios sometido ni siquiera a su palabra. Por eso el Islam sólo tuvo un corto momento de esplendor. Lo que duró un breve y fructífero coqueteo con Aristóteles a través de Averroes, junto con un “contagio” a través de su contacto con el Imperio Bizantino. Muy pronto el pensamiento musulmán se dio cuenta de que debía optar por el Corán o por Aristóteles. Naturalmente, condenó al segundo, junto con Averroes, al ostracismo. Por otro lado, su declive económico empezó cuando acabó su expansión geográfica. Primero en España, luego, tras el segundo sitio de Viena en el siglo XVII, en el este de Europa y, por fin, cuando su poderío naval fue superado por el cristiano, dejando así de poder saquear el Mediterráneo. La cultura musulmana es el resultado de estos tres factores: Contradicción, saqueo y falta de misericordia. Sus consecuencias llegan trágicamente hasta nuestros días. Es evidente que hay muchos musulmanes, yo diría que mayoría, que tienen una visión distinta de su religión, pero a éstos les ocurren dos cosas. La primera que, dadas las contradicciones intrínsecas y no resueltas del Corán, no pueden decir que la interpretación de los violentos sea incorrecta y la segunda, que esos violentos son los que tienen el poder y, salvo que los musulmanes pacíficos vivan en países occidentales, les tienen "secuestrados".

Los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe. Compartimos con ellos gran parte de lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento y ellos llaman la Torá. No es fácil de entender esta parte de la revelación. También hay en ella violencia y contradicción. Pero a diferencia del Corán sí hay en ella momentos en los que la misericordia, como una pepita de oro en medio del barro, brilla con belleza inigualable. Además, a diferencia del Corán que, según Mahoma, le fue dictado textualmente por Alá en unos pocos años, la Torá fue el fruto de una revelación paulatina, por inspiración, no por dictado, a muchos hombres, en diversas capas para cada libro, a lo largo de muchos siglos de historia. Es pues, a diferencia del Corán, interpretable bajo el principio de que Dios no puede contradecirse. Por tanto, sus contradicciones sólo son aparentes y pueden ser resueltas con una lógica de mayor amplitud de miras. Se puede, además, separar la revelación divina de lo añadido por el hombre. Compárese el libro de Josué, probablemente el primero escrito, con el de la Sabiduría[1], con seguridad el último, en los albores de la era cristiana. Sin embargo, en esta síntesis histórica Yavé mantiene todavía, junto con rasgos paternales, otros de Dios terrible y vengador. Por otra parte, en muchas partes de la Torá se ensalza la laboriosidad y la generación de riqueza por el trabajo honesto y cotidiano. Si a lo largo de su historia el pueblo judío se ha dedicado más a la economía financiera que a la real, ha sido sin duda porque el mundo en el que vivía no le brindaba otra opción. También hay en la Torá una lógica subyacente en la mente de Dios, que incita a ser investigada y descubierta. Por último, desde los primeros versículos del Génesis se deja claro que el mundo material es bueno, querido por el Creador y puesto por Él al servicio del hombre. Se puede y se debe conocer, entender, amar y utilizar para el bien. A pesar de todo, queda en toda esta revelación cierta ambigüedad sobre la infinita misericordia de Dios.

Por último, ha habido en el siglo XX dos intentos de cultura atea y neopagana. Me refiero, respectivamente, al comunismo y al nazismo[2]. Son útiles para ver a dónde puede llevar una cultura sin Dios, aunque cualquier estudioso de la historia puede ver en qué acaba la ausencia de Dios analizando, por debajo de una capa de civilización, los valores éticos de la civilización romana. Recomiendo a este respecto el libro “The rise of christianity” del sociólogo Rodney Stark, editado por Princeton University Press.

En el cristianismo se dan, heredados y llevados a su perfección desde el judaísmo, todos los ingredientes para la civilización del amor servido por la riqueza. El cristianismo es la lógica de mayor amplitud de miras que parece demandar el judaísmo. Como sí la Torá fuese una pirámide truncada que espera la cúspide desde la que mirarse a sí mismo y al mundo para interpretarse e interpretarlo. Sería demasiado largo enumerar los pasajes del Nuevo Testamento en los que Cristo o sus apóstoles señalan la primacía del amor, la necesidad del perdón y la inmensidad de la misericordia de Dios. Los cuatro Evangelios, los Hechos, todas las Epístolas y el Apocalipsis están plagados de ellos. No es, sin embargo, superfluo resaltar que Cristo marca claramente el final de la ambigüedad que todavía pudiese quedar al respecto en el Antiguo Testamento. Lo hace desde el principio de su predicación, en el sermón de la montaña. La larga sucesión de los: “habéis oído decir... pero yo os digo...”, culminados por las Bienaventuranzas, dejan bien claro que, aunque no ha venido a cambiar ni una coma de la ley, sí ha venido a llevarla a su cumplimiento por el amor y la misericordia. A darnos, ayudados por la Iglesia, la clave de su interpretación. Y más allá de su doctrina, el comportamiento de Cristo es, hasta la última gota de su sangre, el del perdón y la paz. Él ha venido a colocar la cumbrera de la pirámide. Más aún, una vez puesta la cúspide hace lo que ninguna otra religión puede hacer. Al ser Él mismo Dios, establece el contacto entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres. Es la solución del mito de la torre de Babel, imposible de construir por los hombres desde ninguna religión. En cualquiera de ellas el hombre desde la altura a la que su religión le haya llevado, poca o mucha, sólo puede extender sus brazos hacia el cielo, todavía lejano y clamar a Dios. Pero en Cristo, Dios además de completar la pirámide de la religión baja Él mismo a encontrarse con el hombre, se hace hombre.

Y, aunque de manera imperfecta –la naturaleza humana es una naturaleza caída, necesitada de redención– estos rasgos han configurado la civilización occidental. Mientras que Aristóteles hubo de ser rechazado por el Islam, encontró en el cristianismo, desde santo Tomás, una acogida que completó su pensamiento y resolvió sus paradojas. En efecto, Aristóteles, apoyándose en hombros de gigantes anteriores a él, llegó mediante una lógica aplastante a descubrir, a partir de la realidad que palpaba, la necesidad filosófica de una causa primera, un motor inmóvil, creador del universo. Pero no pudo resolver por qué, esa causa primera, perfecta y completa en sí misma quiso crear algo. Sólo la revelación del misterio de la Trinidad, del flujo de amor de las tres Personas de Dios y del reflujo de la Unidad de un solo Dios dio explicación a esa voluntad creadora de la causa primera. El Amor. El mismo Amor que llevó a la redención del hombre, causa final de esa voluntad creadora, cuando su naturaleza traicionó la causa de la creación entera. Puede argüirse que la Trinidad es la respuesta con un misterio a una pregunta sin resolver. Sí, pero la matemática del siglo XX ha demostrado que en todo sistema lógico formal tiene necesariamente que haber misterios. Me refiero al teorema de la incompletitud de Gödel. “En todo sistema lógico formal –dice ese teorema, matemáticamente demostrado– hay proposiciones que no pueden demostrarse ni como verdaderas ni como falsas dentro del sistema”. No es que no sean verdaderas o falsas, sino que no pueden demostrarse como tales por el sistema. En la terminología cristiana eso es un misterio. La Trinidad del Dios Único es uno de esos misterios. Aceptarla no es, por tanto, ir contra la lógica ni la razón, sino, ir más allá de donde ella puede alcanzar. No es irracional, sino transracional. Por tanto, un misterio de Amor da respuesta a por qué la Causa Primera quiso crear el mundo. Por él Amor que ella misma es.

La ciencia nace de ese afán de conocer y comprender ese mundo bueno creado por Amor. De la mano de la ciencia y con el fin de transformar creativamente ese mundo creando riqueza para el hombre nace la tecnología. Esa orden de trabajar para transformar el mundo es la segunda que da Dios al hombre. La primera es la de: creced y multiplicaos. Y es evidente que le pide que lo transforme con amor, pues esta orden se la da en el estado de gracia primitiva. Aunque luego se la repita después acompañada de una maldición hacia la tierra y hacia el esfuerzo que tendrá que hacer para arrancarle sus frutos, esta segunda orden no revoca la primera. El hombre debe transformar la tierra por amor. Si el sudor le nubla a veces la vista y le hace dominarla sin amor ni hacia ella ni hacia el resto de los hombres, tampoco eso invalida la orden. Esa orden es recogida por el Nuevo Testamento. La parábola de los talentos o la del sembrador, dan testimonio de ella. Todo debe dar su fruto. San Pablo, nos dice que el que no trabaje, que no coma y, san Benito de Nursia nos aconseja: “ora et labora”. De esta segunda orden de Dios nacen, por tanto, la ciencia, la tecnología y la creación de riqueza. El avance tecnológico es hijo de la ciencia, es decir, del afán de conocer un mundo dotado de lógica por un Dios que respeta su propia palabra y de la orden de transformarlo por amor. Cierto que la tecnología puede usarse para el mal, pero eso no la hace mala a ella, sino a quién la usa perversamente.

De estos principios nace, a mi entender, la superioridad de la civilización occidental sobre las demás. Superioridad que no debería usar, como ha hecho demasiadas veces en la historia, con afán de dominio sino con afán de servicio en el amor. Sin embargo, parece que la civilización occidental se ha empeñado en negar esas raíces. Cree que puede vivir eternamente de las rentas de esos principios, usando sus frutos pero sin sembrarlos ni regarlos. No es difícil ver que, de persistir en esta actitud, el final no será muy halagüeño ni para ella ni para la humanidad.

Qué hilo de Ariadna me ha llevado desde unas reflexiones sobre la película “Cartas desde Iwo Jima” hasta aquí, lo ignoro. Pero hasta aquí he llegado. No pasaré.


[1] El libro de la Sabiduría, parte del Antiguo Testamento, no forma parte de la Torá. Fue escrito, aunque está atribuido a Salomón, por un sabio judío de Alejandría en el siglo I a. de C. Los judíos no lo consideran revelado porque tras la compilación completa de los Salmos, hacia el año 150 a. de C., dieron por cerrada la revelación. Además, el hecho de haber sido escrito originariamente en griego, lo excluiría también de la Torá. Lo consideran, sin embargo, un libro digno del máximo respeto.

[2] Ya que estamos hablando de una película, no parece inadecuado hablar de “La vida de los otros” para ilustrar la perversión del comunismo. La crueldad y vesania del nazismo no requiere mayores comentarios. La lista de películas que se podría citar sería casi interminable.

18 de septiembre de 2007

Un universo de diseño

Este es el cuarto artículo de una serie: los tres anteriores son: 1º “Dios y la ciencia”, 2º “La creación” y “3º ¿Qué hay fuera del universo?”

Tomás Alfaro Drake

¿Puede la ciencia dar indicios –no demostraciones– de que hay una intencionalidad en la creación? Esta era la pregunta con la que terminaba el artículo anterior. Y la respuesta tiene consecuencias incalculables. Si es un sí, entonces la fuerza creadora del universo tiene que ser una fuerza personal, porque sólo las personas tienen intenciones. Veamos qué nos puede decir al respecto la ciencia actual. Se sabe que el “funcionamiento” del universo se rige por unas constantes, como la constante gravitatoria, la electrostática, la carga del electrón, la velocidad de la luz, la constante de Plank, etc. Todas ellas se han podido medir con enorme precisión a lo largo del siglo XX. Más aún, se ha llegado a calcular cómo hubiera sido el universo si alguna de ellas hubiera sido ligeramente diferente. Y ahora viene lo asombroso. La más mínima variación en el exquisito equilibrio que hay entre ellas, llevaría a un universo inviable. Universo inviable quiere decir que hubiese durado millonésimas de segundo hasta quedar convertido en un inmenso agujero negro, o que nunca hubiese pasado de ser la “sopa” de hidrógeno que fue en su principio, o muchas otras posibilidades más, todas ellas incompatibles con el hecho de que hoy haya mentes que se pregunten cómo es el universo.

Roger Penrose, Premio Nobel de Física, no cualquier charlatán, ha calculado qué probabilidad hay de que ese equilibrio se haya dado por casualidad. La respuesta es escalofriante. Sólo un
(10)^128
universo de cada 10 , salidos del sombrero del azar, sería viable. Para entendernos un poco mejor, si pusiésemos un 1 seguido de tantos 0’s como partículas elementales hay en todo el
(10)^128
universo, el número resultante sería insignificante comparado con 10 . Esto sólo admite una lectura sensata. Vivimos en un universo de diseño. Alguien –ahora sí Alguien, no algo– lo ha diseñado cuidadosísimamente –casi me atrevería a decir amororsísimamente, pero todavía es prematuro– para que “funcione”, para que sirva para algo. Cuál pueda ser esa finalidad, es cuestión sobre la que se pueden dar muchas vueltas y, sobre ella volveremos a lo largo de los siguientes artículos. Pero me parece de la máxima importancia intentar saber para qué ese Alguien, al que ahora sí me atrevo a llamar un Dios personal, ha hecho este inmenso universo en el que vivimos otros seres personales, únicos sobre la Tierra.

No creo que sea superfluo hacernos una idea de cuan inmenso es este universo. La ciencia ha llegado a estimar en 100 mil millones el número de galaxias que hay en él. Cada una de estas galaxias viene a contener unos 200 mil millones de estrellas. El número resultante es inimaginable: 20 mil millones de billones europeos. El universo observable mide, de un extremo a otro 15.000 millones de años luz. Y todo esto, ¿para qué? No lo sé, pero mientras investigamos para intentar barruntarlo, sí sé una cosa. Sólo un ser en la Tierra es capaz de asombrarse ante esta inmensidad. Por más que ahora nos intenten convencer de que los simios son como los seres humanos, no me imagino a un gorila pasmándose ante tanta grandiosidad. La capacidad de buscar la verdad y asombrarse ante ella. También sé otra cosa. El hombre es el único ser sobre la Tierra que cuando levanta la vista a un cielo estrellado, aunque no conozca estas cifras, siente un escalofrío. El escalofrío que se siente ante la belleza. También es el único que cuando encuentra una verdad quiere hacer a los demás partícipes de ella. La capacidad de hacer el bien, aunque haya quien haga el mal usando la verdad como un arma arrojadiza. El único ser sobre la Tierra al que se le presentan dilemas morales.

¿Puede haber otros seres en el universo que puedan tener esas capacidades? Abordaremos esta cuestión cuando lleguemos al final de nuestro recorrido. Pero estamos sólo al principio. Hace unas líneas he dicho que la única respuesta sensata a la inmensa improbabilidad de que el azar haya sacado la bola del universo viable del inmenso bombo de los universos posibles, era que fuese un universo de diseño y hubiese, por lo tanto, un Diseñador. Sin embargo, hay quien ha dado otras respuestas. Las analizaremos en el próximo artículo y en él sacaré a relucir la tijera de Occam de la que ya hablé en el primer artículo introductorio sobre “La ciencia y Dios”.

Respuesta a un comentario sobre Pío XII, ¿héroe o villano?

Un lector de mi blog me escibe lo siguiente:

Hola Tomás!Mira esto sobre este mismo tema:El historiador austríaco Martin Kugler, uno de los especialistas más destacados del mundo en la resistencia de los cristianos contra el nazismo, manifestó hoy en Barcelona que “en los años 60 (del siglo pasado) la KGB soviética organizó un plan para desprestigiar al Papa Pío XII, como una estrategia de ataque a la Iglesia”.Está aquí:

www.cinemanet.info/index.php?option=com_content&task=view&id=214&Itemid=89

Gracias.

Tomás Alfaro Drake

17 de septiembre de 2007

Respuesta a un comentario sobre la entrada ¿Qué hay fuera del universo?

Alguien ha hecho este comentario:

Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "¿Qué hay fuera del universo?": Hola Tomás!Anoche recomendé tu blog a un amigo que, aún desde la fé, está convencido de la existencia de "seres inteligentes, capaces de construir naves espaciales y visitar la tierra, pero sin alma", en la idea de que sólo el ser humano creado por Dios tendría alma.Yo le estuve rebatiendo haciéndole ver que Cristo no dijo en ningún momento que fuesemos los únicos y que, de descubrirse un ser capaz de tal inteligencia, yo no sería capaz de negar su alma, entendiendo que la evolución que permitió tal inteligencia no puede llevarse a cabo sin un propósito divino... Además, no perdería ningún valor el mandato misionero de Cristo...Ese tema de la diferencia y similitud entre inteligencia y alma sé que es compleja, pues el único ser que conocemos tiene ambas...¿Qué opinas tú?Por otro lado, la conversación apuntaba tb a que la posibilidad de otros "seres inteligentes" en un universo tan grande era relativamente alta, con aquella célebre fórmula sobre la probabilidad de esa vida...A lo que yo rebatí intentando explicar cuán subjetivamente se había construido esa aparentemente "objetiva" fórmula estadística. A mi juicio, y por todo lo que he estudiado por mi formación de físico, aunque la posibilidad de existencia de vida extraterrestre no puede ser negada, todo parece apuntar a que estamos solos en el Universo. ¿qué opinas?Un abrazo y gracias por tomarte la molestia de responder a estas cosas!

Contesto:

Saber si hay otra vida inteligente en el universo es una pura especulación que cae fuera del ámbito de la ciencia. No es el objeto del artículo que da pie al comentario, aunque en algún momento de la serie llegaré a ese tema. La cuestion se debate entre el inmenso número de estrellas que hay en el universo (100.000 millones de galaxias con 200.000 millones de estrellas cada una) y la inmensamente pequeña probabilidad de que aparezca vida e inteligencia. Entre los científicos hay opiniones para todos los gustos, pero hasta que no haya una prueba empírica, algo así como: "hola, estamos aquí", todo será pura especulación. Yo me inclino a creer que no hay vida inteligente fuera de la tierra. Creo que la aparición de la vida es un proceso de una improbabilidad extrema (hablaré de ello en un próximo artículo) y que la evolución es un proceso de diseño, guiado hacia el hombre que, sin esa guía, jamás produciría un organismo capaz de soportar la inteligencia (también abordaré este tema más adelante). Creo que aún habiendo un organismo dotado de la capacidad física de soportar la inteligencia, ésta no ha surgido de la evolución (y también hablaré de ello en próximos artículos), sino que es un don de quien haya diseñado el Universo, a quien yo llamo Dios. Todo esto lo creo con indicios razonables. No lo puedo demostrar inequívocamente, pero son algo más que meras elucubraciones y creo poder demostrar que es enormemente más plausible mi opinión que la contraria.

Ahora teológicamente. Si Dios hubiese querido llevar la vida hasta la inteligencia en otras partes del universo, no me cabe duda, sobre la base de su bondad, de que tendrían alma. La inteligencia sin alma es la más terrible tortura que una mente enferma pueda imaginar. Incluso los ateos más militantes saben que hay personas que sí creen que hay Dios y eso, en el fondo de su alma les da una esperanza de la que ni ellos mismos son conscientes pero que les hace la vida soportable, les da un sentido. No obstante, esa vida inteligente con alma a millones de años luz de nosotros plantearía tremendos problemas teológicos. ¿Han cometido el pecado original? Si no, ¿Cristo no ha muerto por ellos? Si sí, ¿Cómo les va a llegar el mensaje de la redención? En fin, que si un día nos encontrásemos con que alguien, desde otra galaxia nos dijese, ¡hola estoy aquí! los teólogos tendrían que hacer horas extras. Pero de momento no ha pasado, por lo que de momento, sólo son elucubraciones, y, como argumentaré con la mayor lógica posible, creo que no va a pasar. Pero tu amigo tendrá que esperar a que llegue a todo eso. Lo tengo todo en la cabeza, pero escribirlo requiere tiempo, que es de lo que menos tengo. Pero, como en la película de cadena perpetua, a base de paciencia y perseverancia, si Dios me da tiempo, todo llegará.

Un abrazo y gracias por el comentario.

Tomás Alfaro Drake.

13 de septiembre de 2007

Una amarga confesión de Picasso

Tomás Alfaro Drake

Picasso es un genio, no me cabe la menor duda. Sí me caben dudas, y muchas, acerca de un aspecto de su arte. Me pregunto si en un momento de su carrera, viéndose ya por encima del bien y del mal, decidió, o no, recorrer el camino fácil del esperpento sabiendo que, hiciese lo que hiciese, iba a ser aplaudido por una corte de halagadores, papanatas y mercaderes dispuestos a hacer cualquier cosa para que el mercado siguiese en ascenso. Es difícil resistirse a esta tentación cuando cada día es una invitación a ello y te permite sacar más rentabilidad a tu tiempo. Y me respondo que sí, que creo que se dejó arrastrar por esa tentación. Cuando lo digo, siempre hay alguien que me anatemiza, porque lo “correcto” es hacer todo tipo de alabanzas incondicionales a su genio. No me importa. Aguanto el chaparrón, pero sigo casi convencido de ello. Hace unos días leí unas declaraciones del propio Picasso, hechas en el año 1963, sobre este tema y dejé de estar casi convencido para convencerme del todo.

PABLO PICASSO: UNA AMARGA CONFESIÓN
Texto íntegro de las declaraciones hechas por Pablo Picasso a la revista de L´ Association Populaite des Amis de Musées, “Le Musée vivant” nº 17-18 del año 1963.

“Cuando yo era joven, igual que todos los jóvenes, tuve la religión del arte, del gran arte; pero con el correr de los años me he dedo cuenta de que el arte, tal y como se lo concebía hasta finales de 1800, está ya acabado, moribundo, condenado, y que la pretendida actividad artística, con todo su florecimiento, no es más que la manifestación multiforme de su agonía. Los hombres se apartan, se desinteresan cada vez más de la pintura, de la escultura, de la poesía; aparte de las apariencias contrarias, los hombres de hoy tienen puesto su corazón en otra cosa muy distinta: las máquinas, los descubrimientos científicos, la riqueza, el dominio de las fuerzas naturales, y de todos lo territorios del mundo. Nosotros ya no sentimos el arte como una necesidad vital, una necesidad espiritual, como era el caso de los siglos pasados”.

“Muchos de entre nosotros siguen siendo artistas y ocupándose del arte por unas razones que tienen muy poco que ver con el verdadero arte, sino por espíritu de imitación, por nostalgia de la tradición, por inercia, por el gusto de la ostentación, del lujo, de la curiosidad intelectual, por moda o por cálculo. Viven todavía por costumbre y por esnobismo, en un reciente pasado, pero la gran mayoría de ellos, en todos los medios, no tienen ya una pasión sincera por el arte, al cual consideran, todo lo más, como una diversión, un ocio y ornamento”.

“Las nuevas generaciones, amantes de la mecánica y del deporte, más sinceras, más cínicas y brutales, irán dejando el arte, poco a poco, relegado a los museos y las bibliotecas, como una incomprensible e inútil reliquia del pasado. En el momento en que el arte ya no es alimento de los mejores, el artista puede exteriorizar su talento en toda clase de tentativas de nuevas fórmulas, en todos los caprichos y fantasías, en todos los expedientes de la charlatanería intelectual. El pueblo ya no busca ni consuelo ni exaltación en las artes. Y los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencias, buscan lo nuevo, lo extraordinario, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Por mi parte, desde el “cubismo” y más lejos aún, he contentado a esos señores y a esos críticos con las múltiples extravagancias que me han venido a la cabeza, y cuanto menos las han comprendido, más las han admirado. A fuerza de divertirme con todos esos juegos, con todas esas paparruchas, esos rompecabezas, acertijos y arabescos, me hice célebre rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza”.

“En la actualidad, como sabéis, soy célebre y muy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme artista en el sentido grande y antiguo de la palabra”.

“Ha habido grandes pintores como Giotto, Tiziano, Rembrandt y Goya. Yo no soy más que un bufón público que ha comprendido su tiempo. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero que tiene el mérito de ser sincera”
.

En esos siglos pasados de los que nos habla Picasso en los que el arte se sentía como una necesidad vital, una necesidad espiritual, todavía existían, unidas a la belleza que se pretendía expresar con el arte, la verdad y la bondad. Eran lo mismo. Eran Uno. Aristóteles dijo que eran distintas facetas del ser. La Verdad, la Bondad y la Belleza eran reflejo del Ser. Pero ya no. Desde hace siglos, la Verdad a dejado de existir. O mejor dicho, los hombres, en un largo proceso que se inicia en Guillermo de Occam y acaba en la posmodernidad, la han querido desterrar de su “realidad”. Han tachado de fundamentalistas a los que creen que existe la Verdad. La Verdad ha muerto, dicen. O mejor, cada uno tiene su verdad. Pero si muere la Verdad, muere con ella la Bondad, porque no hay Bondad que pueda basarse en maremagnum de la indiferencia y si no hay Verdad, todo da igual, todo vale lo mismo y nada es verdad ni mentira. La Belleza se ha quedado sola. Pero algo que es Uno, como lo son Verdad, Bondad y Belleza, no puede subsistir roto. Y en el último capítulo de la serie, estamos asistiendo a la muerte de la belleza, asesinada por quien no puede creer en la Belleza al no creer en la Verdad y no poder, por tanto, sustentar la Bondad.

Como dice Picasso, las nuevas generaciones, amantes de la mecánica y del deporte, más sinceras, más cínicas y brutales, están dejando el arte, poco a poco, relegado a los museos y las bibliotecas, como una incomprensible e inútil reliquia del pasado.

"Lamentablemente, la reflexión moderna tiene poco que ver con la emoción estética. Es más imprecadora que jubilosa. Y sin embargo, las obras maestras son siempre, en definitiva, himnos de agradecimiento. ¿Tiene la belleza un sentido? No podemos prescindir de ella, pero ese sentido sobrepasa nuestro entendimiento. [...] Hemos erigido lo útil en valor supremo. Pero, la utilidad suprema, esa que toca el alma, ¿no es precisamente la belleza?" Es difícil describir la paradoja de la posmodernidad de forma más lúcida de cómo lo hace Louis Pawels en la frase anterior.

Pero, afortunadamente, Verdad, Bondad, Belleza y Unidad, como trascendentes del Ser, existen crea o no en ellas nuestra empobrecida cultura posmoderna. Y existen en lo más profundo del ser humano, allí donde nadie las puede matar del todo. Estoy convencido de que los artistas tienen la inmensa responsabilidad ante la historia de usar su genio para devolver a la vida la Belleza y, detrás, la Bondad y la Verdad. Si no, ¿quién resucitará la utilidad suprema, esa que toca el alma? Esta amarga confesión de Picasso, tan dolorosa como sincera, es una añoranza de esa misión traicionada. Por eso, aunque artistas como Picasso hayan traicionado esa responsabilidad, Belleza, Bondad y Verdad acabarán por renacer, en la Unidad, como el ave Fénix, de sus cenizas y creo que será la Belleza la que primero resucite. Como dice el Concilio Vaticano II en su mensaje a los artistas: "Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración".

Estoy convencido de que la nostalgia de la belleza será más fuerte que el afán destructivo de todo valor de la posmodernidad. Por eso creo que la Belleza salvará al mundo.

10 de septiembre de 2007

¿Qué hay fuera del universo?

Este artículo es el tercero de una serie. Los anteriores, publicados en este blog, son: "La ciencia y Dios" y "La creación".

Tomás Alfaro Drake

En el artículo anterior nos preguntábamos qué había fuera del globo del universo que se estaba hinchando. Decíamos que la ciencia no podría saberlo nunca. Pero esta afirmación suele despertar dudas. Al decir que la ciencia no podrá saberlo nunca, mucha gente replica diciendo que eso mismo se ha dicho multitud de veces a lo largo de la historia sobre muchas cosas y que los avances científicos han llevado siempre más allá las fronteras de la ciencia. Concluyen diciendo que lo mismo pasará con lo que hay fuera del universo. Un día la ciencia nos lo dirá y saldremos de dudas. Pero esa conclusión es falsa en este caso, y son precisamente los científicos los más conscientes de esta limitación. Todo lo que hay en el universo físico en este momento procede de la evolución de la materia dentro del globo de tres dimensiones espaciales que se infla en otras dimensiones superiores. Cuando digo todo, me refiero también a nuestros órganos sensoriales y a nuestros aparatos de medida, que son los sentidos de la ciencia. Y nada que haya sido desarrollado a partir de elementos de tres dimensiones puede salirse de ellas y ver lo que hay en otras. Participa “esencialmente” de la limitación del medio que lo ha hecho aparecer. No es como cuando se especulaba sobre si se podría llegar a saber de qué están hechas las estrellas. La dificultad para saber esto provenía de la precisión y el diseño de telescopios y de la aplicación de determinados principios físicos sobre los datos aportados por estos aparatos. Y se ha llegado a saber. Era un límite que no estaba en la “esencia” de esos aparatos. El límite para saber qué hay fuera del universo sí es un límite “esencial” y, repito, los científicos son los primeros que lo aceptan sin dudarlo. Por lo tanto, la ciencia debe permanecer muda sobre lo que hay fuera del globo. En el artículo anterior, dando un salto en el vacío, decía que yo era libre de llamar Dios a eso que hay fuera. Pero creo que es bueno ir paso a paso en la lógica de esta afirmación. Es una verdad de perogrullo decir que fuera sólo puede haber una de dos cosas: O nada, o algo. Analicemos: Nada. Primero tendríamos que pensar qué es la nada, y la verdad es que la mente humana es incapaz de pensar en la nada. Stephen Hawking, que es de los que creen en esta opción, cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias hace unos años dijo: “El universo salió de la nada como una burbuja sale del agua en ebullición”. Bonita contradicción en los términos. Pero aunque pudiésemos pensar en la nada: ¿Podría la nada generar algo? Sería negar el principio de que no hay efecto sin causa, algo absolutamente contrario a la ciencia que consiste, precisamente, en buscar las causas a partir de los efectos observados[1]. La otra alternativa a la perogrullada es: Algo. ¿Qué es ese algo? Uno puede llamar Dios a ese algo pero no, sin más datos, un Dios personal. Podría ser un principio, una fuerza. Algo, un ser superior, pero no alguien. Podría ser algo así como el motor inmóvil de Aristóteles. Podría ser el Dios de los deístas, pero no, desde luego, el de los cristianos. Para que ese algo sea alguien, tendríamos que suponer que al crear el universo, ese algo tenía una intención. Sólo las personas tienen intenciones. Las sillas o las galaxias, no. ¿Puede la ciencia dar indicios –no demostraciones– de que hay una intencionalidad en la creación? La respuesta es rotundamente afirmativa. La ciencia nos da sobrados indicios de que vivimos en un universo de diseño. Y si hay un diseño, hay una finalidad. Y si hay una finalidad, hay una persona. Un Dios personal. Pero no podemos analizar estos indicios en esté artículo, así que habremos de dejarlo para el próximo. Continuará.

[1] La física cuántica parece, en cierta medida, negar la causalidad a favor de la casualidad. Volveremos sobre este tema más adelante. También parece permitir la aparición de partículas virtuales. Pero, ¿de la nada o del agua en ebullición del universo? Más bien de lo segundo. Pero en todo caso esa aparición de partículas virtuales está severamente limitada a fracciones infinitesimales de tiempo por la extraordinaria exactitud matemática y empírica de dicha teoría. Sobre esto no hablaremos en próximos artículos.

5 de septiembre de 2007

Carta de Jean Jaurés, socialista francés, a su hijo, sobre la enseñanza de la religión

Jean Jaurés nació en 1859 en Castres, Francia. Fue diputado por el Partido Obrero Francés en 1889, manteniéndose como parlamentario hasta 1898. Posteriormente fue elegido también en las elecciones de 1902, 1906, 1910 Y 1914. Murió en 1914.

En 1904 fundó el periódico L'Humanité. En 1905 consigue unir bajo su liderazgo a los socialistas franceses, formando la Sección Francesa de la Internacional Obrera. Fue precisamente el diario L'Humanité el que publicó esta carta dirigida a su hijo que reproducimos. Este texto fue citado por Pildain en la Cortes Constituyentes de la II República española (Diario de Sesiones, 1 de marzo de 1933. La carta fue entregada a los taquígrafos de las Cortes para que en las actas después de la intervención de Pildain).

«Querido hijo, me pides un justificante que te exima de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos, y temo que también un poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás.

No es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, no lo serían sin un estudio serio de la religión.

Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que están en pugna con el más elemental buen sentido. ¿Cómo seria completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?

Dejemos a un lado la política y las discusiones, y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender historia y la civilización de los griegos de los romanos, y ¿ qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen? En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón, Lacordaire, De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal? -éste es el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau-.

Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampere era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.

¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesar/o: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple "savoir vivre", hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.

Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de consuno los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad

Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad, exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación»
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Noticias Obreras, núm. 1.371 (1-11-2004/15-11-2004), pg. 40

Tal vez alguien debería hoy volver a leer esta carta en el Congreso de los Diputados cuando se discuta sobre la conveniencia de la obligatoriedad de la enseñanza de religión.