28 de noviembre de 2012

Frases 28-XI-2012


Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Mientras el hombre se deja llevar por sus solas energías, el impulso que le mueve hacia el futuro es la esperanza humana; tan pronto como invoca a Dios, se perfila en el horizonte la esperanza teologal, que es la certeza de salvación basada en la promesa divina. Esta confianza en Dios se despierta con frecuencia al mismo tiempo que la esperanza en la humanidad; en el alma de la vida todo se otorga a la vez. La esperanza humana está presente en la esperanza teologal, porque aquélla se prolonga espontáneamente en acción de gracias ante Dios; la esperanza teologal está presente en la esperanza humana, porque le trae a esta la certeza de la eternidad. Esta conjunción de una y otra [...] es frágil como una articulación de niño.

Charles Moeller; Literatura del siglo XX y cristianismo. Tomo IV, la esperanza en Dios nuestro Padre, capítulo dedicado a Ana Frank.

Continuo yo: Lástima que al dejar de ser como niños, en el sentido evangélico, muy a menudo se separen la esperanza humana y la teologal y se pierda la segunda. Y una vez perdida ésta, suele también perderse la esperanza humana. La obra de destrucción está completa. Sólo la gracia puede reconstruirla.

25 de noviembre de 2012

¿Hace la ciencia obsoleta la fe en Dios?


El otro día leí este artículo del premio Nobel de física de 1997 William D Phillip. Me parece que no tiene desperdicio y por ello, lo copio en mi blog.


¿Hace la ciencia obsoleta la fe en Dios?

 ¡Absolutamente no!

Ahora que tenemos explicaciones científicas para los fenómenos naturales que mitificaron nuestros ancestros, muchos científicos y no científicos creen que ya no necesitamos apelar a un Dios sobrenatural para explicar nada y hacen, por tyanto, a Dios obsoleto. De la misma forma, mucha gente de fe cree que la ciencia, por ofrecer tales explicaciones, se opone a su creencia de que el universo es una poderosa y amorosa creación de Dios. Porque creen que la ciencia niega esta creencia fundamental, concluyen que la ciencia está equivocada. Estos puntos de vista tan diferentes comparten una convicción común: que ciencia y religión son enemigos irreconciliables. Y no lo son.

Soy un físico. Llevo a cabo investigación fundamental; publico en revistas supervisadas por colegas; presento mis investigaciones en congresos profesionales; enseño a estudiantes y dirijo a investigadores postdoctorales; intento aprender de la naturaleza cómo funciona. En otras palabras, son un científico normal. También soy una persona de fe religiosa. Voy a la iglesia; canto en el coro de góspel; voy a la catequesis dominical; rezo con regularidad; intento “hacer justicia, dar amor misericordioso y caminar humildemente junto a mi Dios”. En otras palabras, soy una persona normal de fe. Para mucha gente, esto hace de mí una contradicción –un científico serio que cree en Dios seriamente. Pero también para mucha gente, soy una persona como ellos. Mientras que la mayoría de la atención de los medios se dirige a los ateos estridentes que claman que la religión es una estúpida superstición, y a los igualmente ruidosos creacionistas que niegan la clara evidencia de la evolución cósmica y biológica, la mayoría de la gente que conozco, no tiene dificultad en aceptar el conocimiento científico y mantenerse en su fe religiosa.

Como físico experimental, exijo una fuerte evidencia, experimentos reproducibles y una lógica rigurosa para apoyar cualquier hipótesis científica. ¿Cómo puede una persona con estas bases creer en la fe? De hecho, hay dos preguntas: “¿Cómo puedo creer en Dios?” y “¿por qué creo en Dios?”

Sobre la primera pregunta; un científico puede creer en dios porque tal creencia no es una cuestión científica. Las proposiciones científicas deben ser “falsables”. Es decir, debe haber alguna observación que, al menos en principio, pueda mostrar que la proposición es falsa. Yo podría afirmar, “la teoría de la relatividad de Einstein describe correctamente el comportamiento de los objetos en nuestro sistema solar”. En este tema, medidas extremadamente cuidadosas, han fallado en probar esa afirmación como falsa, pero esto podría ocurrir (y algunas personas han dedicado sus carreras a tratar de ver si podían hacerlo). Por contraste, las proposiciones religiosas no son necesariamente falsables. Yo podría decir, “Dios nos ama y quiere que nos amemos los unos a los otros”. No se me ocurre nada que pueda probar esta proposición como falsa. Algunos podrían argumentar que si yo fuese más explícito acerca de lo que quiero decir con Dios y otros conceptos en mi proposición, ésta podría llegar a ser falsable. Pero este argumento pierde el sentido de la cuestión. Es un intento de transformar una proposición religiosa en una proposición científica. No hay nada que obligue a que toda proposición tenga que ser una proposición científica. Tampoco las proposiciones no científicas carecen de valor o son irracionales simplemente porque no son científicas. “Ella canta maravillosamente”. “Es un buen hombre”. “Te quiero”. Todas estas proposiciones no científicas pueden ser de gran valor. La ciencia no es la única forma valiosa de mirar la vida.

¿Qué hay de la segunda pregunta, por qué creo en Dios? Como físico, miro a la naturaleza desde una perspectiva particular. Veo un ordenado y bello universo en el que prácticamente todos los fenómenos físicos pueden ser entendidos a partir de una pocas y simples ecuaciones matemáticas. Veo un universo que, si hubiese sido construido de una forma ligeramente diferente, nunca hubiese dado lugar a estrellas y planetas, por no hablar de bacterias y personas. Y no hay ninguna buena razón científica por la que el universo no pudiera ser diferente. Muchos buenos científicos han concluido, por estas observaciones, que un Dios inteligente debe haber elegido crear el universo con tales propiedades, bellas, simples y generadoras de vida. Muchos otros científicos igualmente buenos son, sin embargo, ateos. Ambas conclusiones son posturas de fe. Recientemente, el filósofo y largamente ateo Anthony Flew, cambió de opinión y decidió que, basado en esta evidencia, creería en Dios. Yo encuentro estos argumentos sugestivos y capaces de soportar la creencia en Dios, pero no concluyentes. Creo en Dios porque puedo sentir su presencia en mi vida, porque puedo ver la evidencia de la bondad de Dios en el mundo, porque creo en el Amor y porque creo que Dios es Amor.

¿Me hace esta creencia mejor persona o mejor científico que otros? Lo dudo. Conozco muchos ateos que son mejores personas que yo y mejores científicos que yo. Creo que esta creencia me hace mejor de lo que sería si no creyese. ¿Estoy libre de dudas sobre Dios? Apenas. Cuestiones sobre la presencia del mal en el mundo, el sufrimiento de niños inocentes, la variedad de pensamientos religiosos y otros imponderables me hacen preguntarme si tengo razón y me hacen siempre consciente de mi ignorancia. Sin embargo, creo más a causa de la ciencia que a pesar de ella, pero, en última instancia, porque creo. Como dice el autor de la carta a los Hebreos, “la fe es la sustancia de lo que se espera, la evidencia de lo que no se ve”.

22 de noviembre de 2012

Frases 27-XI-2012

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.


La esperanza espera con todo el universo, porque a través de cada hombre espera todo el cosmos...; el sujeto de la esperanza humana es un yo en el universo; o, mejor, un yo con el universo.

Pedro Laín Entralgo, La espera y la esperanza.



18 de noviembre de 2012

En busca de la felicidad


Creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que hay una cosa, y sólo una, en la que estamos de acuerdo todos los seres humanos: Queremos ser felices. Toda nuestra vida es un largo y tortuoso camino para lograr la felicidad. La busca el ladrón cuando roba, creyendo que los bienes robados le van a acercar a ella. La busca en drogadicto cuando empieza a adentrarse en los siniestros caminos de la droga, creyendo que su falso bienestar se la va a proporcionar. La busca el que trabaja compulsivamente en pos del éxito o, simplemente, del prestigio profesional, esperando encontrarla en estas cosas. La busca el que usa desordenadamente el sexo de cualquier forma que sea. La busca el masoquista cuando busca que alguien le haga daño. La busca también, cómo no, la gente normal, que lleva un vida corriente que no le llena del todo. Todos la buscamos y el que diga que no, miente, como creo que no era del todo sincero Einstein cuando, a la pregunta de un periodista sobre si era feliz, respondió: “no, ni falta que me hace”. Si, seguro que a Einstein también le hacía falta. Puede decirse que la búsqueda de la felicidad es el fin de toda vida humana. Si somos sinceros con nosotros mismos, no podemos negar que es el anhelo más profundo de nuestra alma.

Pero casi con la misma generalidad, el ser humano no conoce la felicidad plena. Todos hemos tenido atisbos más o menos intensos y fugaces de ella, pero siempre, después de esos momentos, se nos ha escapado. Incluso mientras los experimentábamos decíamos: “Sí, pero… falta algo…”. Algunos seres humanos parecen tener una vida bastante plena que les permite decir durante largos periodos de su vida: soy feliz. Pero tampoco ese soy feliz les basta. Además, un día, toda esa vida, que tenia apariencia de algo parecido a la felicidad, se les ha derrumbado como un castillo de naipes. O, al menos, el miedo a que esto ocurra empaña esa felicidad. Otros seres humanos parecen expertos en arruinar cualquier brote de felicidad en su vida. En general, los seres humanos parecemos unos bichitos que, queriendo ser felices por encima de todo, parecemos expertos en labrarnos nuestra desgracia.

Desde que existen testimonios escritos del pensamiento humano, tenemos constancia de que muchas de las mejores mentes de la humanidad se han preguntado cómo alcanzar la ansiada felicidad. Y ahí, las recetas son innumerables y, casi siempre, inútiles. Hasta tal punto ha sido así, que muchos hombres, ratificados por muchos grandes pensadores han llegado a la conclusión fatal: La felicidad no existe. Es un sueño inútil del corazón humano que hay que matar. Más aun, hay que matar, aunque sea en el sentido figurado del desprecio o el odio, al mensajero que nos dice que sí existe y que el conoce el camino. Hay que matar, incluso, hasta a la esperanza de la felicidad sustituyéndola por una “valiente” y “lúcida” desesperanza existencial para, desde ahí, ir tirando por la vida, aunque sea con náusea. O suicidarse. Albert Camus decía que la única decisión importante del ser humano era si suicidarse o no.

Pero, hay una cosa que, por lo dicho al principio, creo que resiste cualquier prueba empírica: El ansia de felicidad forma parte de lo más esencial de la naturaleza humana. Me parece, por tanto que la pregunta más racional y más inmediata sería: ¿De dónde nos viene ese ansia de felicidad que parece inalcanzable? ¿Podré esbozar en estas breves líneas un intento de respuesta? No lo sé, pero no puedo dejar de intentarlo.

Una cosa me parece clara. No nos puede venir por evolución. La evolución nunca produce algo novedoso radicalmente distinto de lo previamente existente. Se produce a pequeños pasos. Pero, el ansia de felicidad no existe en ningún grado en ningún otro ser vivo. No hay una gradación de “cosas” que se hayan ido transformando poco a poco, de especie en especie, hasta convertirse en el anhelo de felicidad del ser humano. Si un chimpancé pudiese entender y hablar y se le preguntase, ¿eres feliz? Nos contestaría algo así como: ¿mandeeee…?

Puede aducirse entonces que ese anhelo de felicidad es algo inducido por la cultura, algo así como un subproducto de la misma. Pero, entonces, la pregunta es, ¿de qué cultura? Porque es evidente que cada cultura tiene su estilo propio que nace de su propia evolución y desarrollo. Pero el ansia de felicidad es algo que trasciende a toda cultura. Ciertamente que las distintas respuestas a la pregunta acerca de cómo lograr esa felicidad sí están imbuidas de sustratos propios de cada cultura. Pero todas las culturas coinciden en ese anhelo. Y me atrevería a decir que es el único elemento común del que participan todas ellas. Por tanto, no me parece arriesgado decir que ese anhelo es esencial a la naturaleza humana y previo a toda cultura. Creo que cualquiera de los que leamos estas líneas compartimos ese anhelo con todo ser humano, incluso con el primero que, allá por hace unos 30.000 años, se preguntase qué era ese mundo en el que había sido arrojado a vivir y cómo podía vivirse en él siendo feliz.

Y no se me ocurre ninguna otra cosa en este mundo que nos haya inducido a todos los seres humanos a compartir este anhelo tan profundo y ambivalente. Por un lado, el ansia de felicidad y, por otro, la sensación de que nada nos permite obtenerla planamente. Si no nos ha venido por evolución desde dentro del mundo material ni es fruto de un proceso cultural ni de nada que conozcamos de este mundo, nos ha tenido que venir desde algún sitio que lo trascienda. Es decir, esa ansia de felicidad es algo trascendente a este mundo. Parece lógico decir que nos ha sido dado, puesto que, desde luego, los seres humanos no somos capaces de darnos a nosotros mismos algo que trasciende a nuestro mundo. ¿Dado? ¿Por quién? ¿Para qué? He ahí dos preguntas difíciles.

Naturalmente, hay infinitas respuestas a estas preguntas. Pero voy a intentar, con esta mayéutica de exploración racional de posibles respuestas, encontrar alguna pista.

El primer par de posibles respuestas a estas preguntas es: Por “algo” –un admirador de la serie de culto de la guerra de las galaxias podría llamarle a este “algo” “la fuerza”– y para nada. Lo primero que debo decir de esta posible doble respuesta es que es coherente. Es importante la distinción entre algo y alguien. Lo que distingue a un “algo” de un “alguien” es su intencionalidad. Si mañana, paseando por la calle, me cae un tiesto en la cabeza, es evidente que el tiesto no tenía ninguna intención al caer sobre mi cabeza. Simplemente, la ciega fuerza de la gravedad ha hecho que pasase así. Pero si algún posible enemigo que desea mi muerte me ha visto venir calle abajo y ha decidido que era un buen momento para matarme, bien ha podido tirar el tiesto con la intención de acabar conmigo. Por tanto, si ese anhelo lo ha puesto en los seres humanos un “algo”, es evidente que lo ha puesto sin ninguna intención, es decir, para nada. Pero la coherencia no es condición suficiente para la veracidad. Sigamos, por tanto analizando la primera parte de esa respuesta: Por “algo”.

¿Puede un “algo” tener sentimientos? Es evidente que no. ¿Puede “algo” que no tenga sentimientos inducir un anhelo en un ser humano el fortísimo sentimiento del ansia de felicidad? También es evidente que no. Por tanto, creo que no es arriesgado descartar esta respuesta. Parece razonable pensar que lo que sea que ha puesto en nosotros ese anhelo de felicidad es un “alguien”. Sin embargo, también podría ser coherente responder: por “alguien” y para nada. A fin de cuentas yo, que soy alguien, como tal alguien, tengo intenciones, pero eso no quiere decir que tenga una intención en todo lo que hago. Puedo, sin ninguna intención, haber dado un manotazo por descuido al tiesto del alfeizar de mi ventana y que este haya caído sobre la cabeza de alguien, causándole serios daños. Ahora bien, si eso ocurre, y yo no soy un ser malvado, intentaré, por todos los medios a mi alcance, aliviar lo que pueda del daño causado. Y si no sólo no soy malo, sino que soy bueno, hasta me privaré de algo para lograr el máximo alivio. Cuanto más bueno sea, más estaré dispuesto a sacrificar para lograr ese alivio. Lo que no hay es neutralidad. Si, tras tirar el tiesto por descuido, mi actitud es de indiferencia, se puede decir que estoy actuando mal. Por tanto, la maldad o la bondad perseguida por un “alguien” puede saberse por la intención de sus actos voluntarios o por la reacción ante actos involuntarios.

Por tanto, ante la respuesta “alguien”, no cabe el para nada. Luego, si es un “alguien”, como parece tras descartar razonablemente que sea un “algo”, es lícito, razonable y hasta obligado, preguntarse para qué. Ahora bien, ese anhelo de felicidad, si es inaccesible, imposible de satisfacer, es una pesada carga, es, en palabras coloquiales, una putada. Por tanto, ese anhelo, ¿nos ha sido dado para putearnos o para que podamos lograr colmarlo? Porque, si quien nos ha dado esa profunda aspiración nos la ha dado para que no podamos alcanzarla, podemos asegurar que ese alguien es perverso. Tendrían razón entonces los que opinan que el hombre es una pasión inútil (Sartre) o que la única cuestión existencialmente importante del ser humano e si suicidarse o no (Camus).

Si ese ansia de felicidad tiene un origen trascendente, su plenitud tiene que ser también trascendente. Y si quien nos ha dado ese anhelo no es un ser perverso, entonces, tiene que darnos las claves y los medios de alcanzar esa felicidad que ansiamos. Porque si esa felicidad es trascendente a este mundo, es imposible que nosotros lleguemos a encontrar el camino y alcanzar esa meta trascendente. De ahí la inutilidad de los intentos llevados a cabo por la humanidad hasta ahora. Pero, si ese “alguien”, además de bueno, no es estúpido, hará que los medios para alcanzar ese anhelo trascendente, sean los mismos que los que nos ayudan a saciar, aunque sólo sea un poco, esa sed, ya en este mundo en el que vivimos, a pesar de todas las trabas que encontremos para ello.


Ahora bien, ¿qué es lo que creemos los católicos? Exactamente eso. A ese alguien, le llamamos Dios. Creemos que Dios ha creado buenos al mundo y al hombre. Así nos lo dicen las primeras líneas del manual de instrucciones dado por ese Dios. Y ese manual de instrucciones nos permite conocer sus intenciones y sus razones y encontrar el camino hacia la felicidad, terrena y trascendente. Y ahondando ese se manual de instrucciones aprendemos que Dios ha creado el mundo por amor. Los filósofos griegos, ya habían llegado mediante el uso de la razón a la necesidad de una causa primera. No entendían, sin embargo, por qué esa causa primera, que era por esencia autosuficiente, causó. No necesitaba hacerlo. Y si no lo necesitaba, ¿por qué lo hizo? La causa estaba precisamente en eso, en el amor. Pero ellos no podían llegar a esto porque no podían aceptar que esa causa primera tuviese sentimientos y, por tanto que amase. El manual de instrucciones de Dios nos deja ver que, no es que Dios tenga sentimientos de Amor, es que ES AMOR. El amor es su esencia. Y es Amor porque es relación. Por eso, el manual de instrucciones nos va preparando para que entendamos esa relación. Dios, siendo Uno, es relación, y esa relación está unida por la fuerza esencial del Amor. El manual de instrucciones nos desvela esa relación, cuya mínima expresión es tres, los dos que aman y el amor esencial que los une. Y nosotros le llamamos Trinidad. Y ese Amor esencial de la Trinidad, es lo que crea de forma espontánea el mundo y al hombre, único ser de la creación capaz de responder al Amor esencial de la Trinidad de Dios, con amor. Y el manual de instrucciones nos dice que el hombre ha sido creado por amor, para amar y que, sumiéndose en ese Amor con su amor, encontrará, ya en este mundo, aunque de forma imperfecta, la felicidad para la que ha sido creado. Y cuando se consume la unión perfecta con ese Amor, la felicidad será plena.

Pero la condición sine qua non para poder amar es la libertad. Por eso Dios no creó al hombre sólo bueno. Lo creó, además, libre para que pudiese amar y dejarse amar. Y esa bondad en que lo creó, esa libertad y esa capacidad de amar es lo que hace que el libro de instrucciones nos diga, ya desde el principio que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. La felicidad está, por tanto, en estar unidos LIBREMENTE a Él respondiendo LIBREMENTE a su amor creador. Y escribo libremente con mayúsculas porque no hay amor sin libertad. ¿Alguien podría amar a alguien porque se lo ordenase? “Tienes que amarme por mis pistolas”. El que diga que sí, no sabe lo que dice.

Todo esto puede sonar bien, pero pueden parecer sólo palabras bonitas. Porque todos los hombres, creo que sin excepción, constatamos la existencia del mal y de su secuela, el dolor, la infelicidad y la frustración total, con la muerte, de alcanzar esa ansiada felicidad. Ante esto, muchos seres humanos han tirado la toalla: “No hay remedio –se han dicho– el mal es inherente al mundo. No hay esperanza”. Y esto les ha hecho o rechazar la idea de Dios o, peor aún, atribuir a Dios esa maldad, creyendo en un Dios malo y perverso que nos hace sufrir sádicamente. Otros muchos hombres constatan que junto al mal también existe el bien. Eso les ha llevado a creer en la existencia de dos principios equivalentes, el del bien y el del mal, en perpetua lucha –o armonía y complementareidad, según ciertas filosofías orientales del yin y el yang que han ganado un gran predicamento en occidente–, sin que ninguno tenga la posibilidad de prevalecer sobre el otro. En cualquiera de los casos, la conclusión es: “esto es lo que hay, el mal existe y nada ni nadie puede cambiar eso. Agua y ajo”. El taoísmo –filosofía madre del yin y yang– hasta quiere ver en esta coexistencia del bien y del mal una especie de juego suma cero, un equilibrio con cierta belleza. El budismo, como el epicureísmo y el estoicismo griegos quieren ver en esta coexistencia la posibilidad del ejercicio de una virtud que lleva a soportar el mal y el dolor si no con alegría, sí, al menos, con indiferencia. Pero me parece bastante evidente que, se disfrace como se disfrace, la existencia del mal y el dolor es un escándalo para ese anhelo de felicidad que alguien ha puesto en nosotros. El llamado problema del mal subyace debajo de todo esto y el hombre ha buscado siempre encontrarle una respuesta. A decir verdad, sin encontrar ninguna satisfactoria.

¿Qué nos dice el manual de instrucciones? Nos dice, en primer lugar, que el mal no tiene el mismo estatus que el bien. El mundo y el hombre han sido creados buenos. El mal se ha introducido en el mundo por la libertad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, libre y capaz de regir, por delegación y en representación de Dios, las fuerzas cósmicas. Fue –nos revela nuestro Dios– el mal uso que el hombre hizo de la libertad que le había sido concedida al querer dominar el mundo por su cuenta, lo que desencadenó la rebelión de esas fuerzas exteriores, la confusión de los medios, los fines y su escala de valores, oscureciendo su inteligencia y debilitando su voluntad. Así se introdujo el mal, el dolor y la muerte. El manual de instrucciones nos dice también que Dios creó a otras criaturas libres, sin cuerpo material, mucho más poderosas que el hombre. Y también algunas de esas criaturas, buenas en su creación, usaron mal su libertad y buscaron que el hombre tropezara en la misma piedra. Pero, y esto es lo importante, el manual de instrucciones nos dice que el mal es vencible. No con las fuerzas del propio hombre, desde luego, sino por la vuelta a la aceptación de nuestro papel subordinado a Dios en ello. Y también desde las primeras páginas del manual de instrucciones de Dios, se nos dice que se reestablecerá el equilibrio. “Pondré enemistad entre tú y la mujer –le dice Dios a la serpiente– entre tu estirpe y la suya. Ella te aplastará la cabeza y tú sólo la morderás en el calcañal”. Por lo tanto, existe la esperanza. Y esto es una muy buena noticia. Pero, para aceptarla y hacer que se pueda convertir en realidad, hará falta una virtud, distinta de la tan heroica como inútil aceptación estoica –o budista o taoísta– del mal como un hecho. Esta virtud se llama humildad. Pero, ¡ay!, el hombre parece preferir la heroica aceptación o la rebelión abierta contra Dios, antes que la humilde aceptación de su papel secundario de delegado. Y sólo así encontraremos la tan ansiada felicidad. Porque Dios ES la felicidad. Y en esas estamos.

En esto, al menos en parte, el manual de instrucciones de Dios, coincide con el pensamiento de los principales filósofos griegos. O, más bien al revés. Es la inteligencia del hombre la que ha buscado una parte de la solución de Dios, la parte que está a su alcance. Aunque de forma distinta, Platón y Aristóteles han concluido que el mal no existe como tal –ellos dicen que no tiene existencia ontológica–, sino que sólo lo percibimos porque es la ausencia de un bien al que aspiramos. Nos lamentamos de la muerte porque aspiramos a una vida sin fin, que es un bien. Si no hubiese vida no habría muerte. Nos apenamos si nos roban, porque nos quitan algo que tenemos. No es casualidad que en economía a las cosas se les llame bienes. El mal sería, por tanto, la sombra proyectada por la luz del sol. Este razonamiento no se puede hacer al revés. Nadie puede decir, razonablemente, que la vida se percibe porque existe la muerte. O que percibo mi coche porque alguien me lo puede robar. O que percibo el sol porque existe la sombra. Si alguien nos dijese eso abiertamente, nos reiríamos de él. Ahora bien, a lo largo de la historia ha habido quien ha sabido revestir un sinsentido así de un ropaje filosófico que ha hecho “respetable” el sinsentido. Y demasiados ingenuos que lo han aceptado. Así, la inteligencia del hombre, usada con lucidez, está acorde con lo que Dios nos ha revelado. Como no podía ser de otra manera.

Pero que el mal no tenga existencia ontológica, no consuela de nada. Nadie será feliz pensando que la desgracia no existe, que es sólo la ausencia de felicidad. Queremos la felicidad, no ideas abstractas sobre ella. Y el manual de instrucciones sigue. Su tema recurrente, contado de una u otra manera, es cómo el hombre, a lo largo de la historia, ha preferido, en general, el orgullo de la rebelión o la heroicidad de la aceptación estéril, a la humildad de devolver el protagonismo a Dios. Y junto a esta lamentable historia, una promesa, siempre una promesa, repetición con variaciones de la buena noticia del principio del manual de instrucciones. El linaje de la mujer aplastará la cabeza al mal. Dios tomará la iniciativa para poner las cosas en su sitio.

Más he aquí una cosa sorprendente, acorde con la incoherencia que viene de la mano de la rebelión. Generalmente quienes claman por la libertad absoluta del hombre en todos los terrenos, son los que, para achacar a Dios su maldad, le increpan por haber hecho al hombre libre. Rechazan a Dios porque no es un dictador del bien. Parece que le piden que lo sea. “¿Cómo un Dios bueno permite el mal? Que venga inmediatamente a arreglar las cosas”, se oye a menudo, con estas u otras palabras. A arreglarlas, naturalmente, como a mí me gustaría –porque todos hemos pedido eso alguna vez a Dios–. Es decir queremos un dictador del bien, pero a nuestras órdenes, que seríamos los auténticos dictadores. O sea que lo que queremos es un chico de los recados omnipotente, al genio de la lámpara de Aladino. ¿Sería imaginable el guirigay que se formaría si cada uno fuese el dictador de Dios, convertido en omnipotente chico de los recados?

Pero Dios ni es un dictador del bien –respeta la libertad que nos ha dado– ni, mucho menos, es el genio de nuestra lámpara de Aladino. Dios, contra viento y marea, a pesar de nuestra vana pretensión, nos sigue mostrando el camino con su manual de instrucciones que sigue prometiendo que el mal desaparecerá si ponemos las cosas en el orden debido. Esa promesa, en el pueblo judío, que fue el cauce privilegiado –no el único– a través del cual Dios nos enseñó el manual de instrucciones, tomó cuerpo en una persona, el mesías. Un día, ese mesías vendría a poner las cosas en su sitio y, entonces, se iban a enterar los que le rechazasen. Y las promesas de ese mesías en el manual de instrucciones se tradujo en una esperanza sectaria –el pueblo judío sería el privilegiado– y espectacular, terriblemente espectacular y vengadora. Pero no eran esos los planes de Dios. No faltan pasajes proféticos en el manual de instrucciones en los que se presenta a un mesías pacífico y manso. Incluso el profeta Isaías nos habla del siervo sufriente de Yavé, un mesías que salvará al mundo por su dolor y su sacrificio, cargando con el pecado de los hombres. Pero, ¿quién quiere oír este tipo de profecías?

Sin embargo, los cristianos creemos que ese mesías vino. Y lo hizo bajo esa forma de siervo sufriente anunciada 500 años antes por Isaías. Más aún, creemos que fue el mismo Dios el que se hizo hombre para ser el mesías enviado. Escándalo para los judíos. ¿Cómo Dios iba a hacerse hombre? Sin embargo, la cosa no carece de lógica. La enorme brecha abierta por un hombre, Adán que quiso asumir el papel de Dios, parece lógico pensar que sólo podría cerrarse por otro hombre, pero capaz de saltar ese abismo infinito, es decir, un segundo Adán que fuese Dios. O sea, Jesucristo, mesías y siervo sufriente en cuyas llagas hemos sido curados. Más escándalo para los judíos. ¿Dios una piltrafa humana colgada en la ignominia de la cruz para morir como un fracasado? Locura para los griegos y romanos. Pero sabiduría para los que le aceptan. Sabiduría que hace visible el amor de Dios, que nos manifiesta que Dios no es el principio frío que descubrieron los griegos, a los que faltó sabiduría para conocer la trinidad de Dios manifestada en el libro de instrucciones.  Además, esa encarnación y esa muerte, dan un mentís a los que piensan en un Dios malo que deja sufrir a los seres humanos en medio de su silencio y de su indiferencia. El silencio de Dios queda ahogado por el grito de amor de Jesucristo al morir en la cruz. Era necesario, sin embargo que ese Hombre-Dios resucitara para terminar su obra. Y resucitando, abrir una puerta para vencer a la muerte para todos y para alcanzar la felicidad en medio de las miserias de este mundo. No la felicidad del placer pasajero, sino la de la unión con ese Dios. No una unión que sea un antídoto contra el dolor del mundo, pero sí algo que lo transfigura. Y, además, una esperanza cierta en la felicidad, esta vez sí, totalmente plena y sin mancha, en la unión con ese amor trinitario.

Y los católicos creemos algo todavía más grandioso. Que ese Hombre-Dios no es sólo un recuerdo del pasado, sino que sigue vivo y que, a través de la Iglesia fundada por Él, hace cierta su última promesa: “Sabed que yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”. Así, lo podemos tener a nuestro lado, dentro de nosotros. Cada día, podemos volver a acercarnos a Él cuando nos alejamos. Se nos da Él mismo como alimento para ese largo camino que es superior a nuestras fuerzas. Nos lo encontraremos sólos, abandonados a nuestras fuerzas, en el lado de acá de la laguna Estigia de la muerte, cuando nos enfrentemos con Caronte y con el can Cerbero. Él le hará callar y nos hará caminar sobre las aguas de la estigia de la muerte.

¿Escándalo? ¿Locura? Que cada uno crea lo que quiera, pero es lo único que da respuesta al problema del mal, del sufrimiento y del anhelo de la felicidad que ha atormentado a la humanidad desde que existe. ¿Preferimos la “heroicidad” gratuita del nihilismo? Yo, desde luego, no. Elijo la humildad de dejarme salvar por Jesucristo. 

14 de noviembre de 2012

Frases 14-XI-2012

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.


Las frases que voy publicando las tengo ordenadas, más o menos, por temas. Pero como voy introduciendo frases nuevas, a veces ocurre que una frase recién incorporada, es de un tema ya pasado. Este es el caso de esta. El tema de la Belleza ya pasó, pero el otro día encontré esta frase de Benedicto XVI en una de sus catequesis de los miércoles, la incorporé y, ahora la pongo en el blog.

Los ojos reconocen los objetos cuando son iluminados por la luz. De ahí el deseo de conocer la misma luz que hace brillar las cosas del mundo y que les da el sentido de la belleza.

Benedicto XVI

12 de noviembre de 2012

Estados Unidos y sus elecciones del martes pasado

El martes pasado se celebraron las elecciones en Estados Unidos. Desgraciadamente, ganó Obama. Y digo desgraciadamente porque creo que Obama es lo contrario a lo que ha hecho de Estados Unidos un gran país. Parece que Obama pretende más bien que Estados Unidos se parezca a la vieja, anquilosada, escéptica y decadente Europa que sigue enzarzada en las rencillas que han dado forma a su historia. Indudablemente, Europa es el más bello museo del mundo, pero, ¿basta con eso? Por supuesto que Estados Unidos tiene problemas, pero sigue siendo el país más grande del mundo económicamente y creo que su pueblo tiene el más alto estándar ético, a pesar de sus “pecados”, que los tiene. Y, para “pecados”, uno de los mayores crímenes de la historia, si no el mayor: Las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Ni el hecho de que esas bombas ahorrasen más vidas de lo que costaron, ni el que sin ellas la Unión Soviética hubiese invadido Japón y este país podría haber sufrido la plaga del comunismo, ni ninguna otra cuestión utilitarista puede disminuir un ápice la gravedad ética de la muerte de tantas personas inocentes. No es tampoco atenuante el hecho de que, cuando los EEUU tenían la absoluta superioridad nuclear en la guerra fría, antes de llegar al punto MAD (Mutual Assured Destruction), pudo haber usado la bomba atómica y no lo hizo. Sin embargo, creo poder afirmar que, si la situación hubiese sido la inversa, la Unión Soviética sí la hubiese usado. Pero, insisto, nada de esto atenúa la gravedad ética de semejante acción. Sí pueden encontrarse, en cambio, circunstancias atenuantes no utilitaristas. Harry Truman era un académico que se vio abocado a la presidencia por la muerte de Franklin D. Roosvelt, sin que, como vicepresidente, hubiese sido informado de la bomba y sucumbió a la presión de algunos de sus aliados y su cúpula militar. Pero, en todo caso, no creo que la responsabilidad sea achacable al pueblo americano.


Una amiga mía, española, casada con un americano, que vive en Nueva York y se ha nacionalizado americana, ve con asombro lo que está pasando en España. Me manda el mail que copio más abajo.


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Os invito a leer este mensaje desde la serenidad y la inteligencia:

¿Por qué algunos –sobre todo los autoproclamados progresistas– odian y critican tanto a los Estados Unidos de Norte América?

* Le ganaron la guerra a los nazis y "no se quedaron" en (con) ningún país europeo.
¿Cómo está Europa hoy en día?

* Le ganaron la guerra a los japoneses y "no se quedaron" en (con) Japón.
¿Cómo está Japón hoy en día?

* Recuperaron parte de Corea hasta el paralelo 38 y "no se quedaron" en (con) Corea. (Basta comparar el desarrollo, economía, fuentes de trabajo y bienestar social de Corea del Sur con el de Corea del Norte para evaluar quien salió mejor parado).

¿Y entonces?

Es bastante curioso observar cómo nuestros "intelectuales" al unísono, hablan mal de los Estados Unidos (aunque luego se mueren de gusto cuando les dan el Oscar). Esto ocurre, en general, en todo el mundo.

En los últimos años en América Latina se considera socialmente negativo decir algo bueno de los Estados Unidos. (El colmo es que hasta los latinos que viven allí, no encuentran nada bueno que decir del país pero no regresan a sus países de origen...).

Aquí hay tres ejemplos de respuestas ejemplares a lo comentado...

1) Cuando en Inglaterra, durante una gran conferencia, el Arzobispo de Canterbury le preguntó a Colin Powell si los planes de USA hacia Irak no eran otra cosa que más construcción de "el imperio" por parte de George Bush, este le respondió lo siguiente: “Con el transcurrir de los años, los Estados Unidos han enviado a muchos de sus mejores jóvenes, hombres y mujeres hacia el peligro, para luchar por la causa de la libertad más allá de nuestras fronteras. Las únicas tierras que hemos pedido a cambio han sido apenas las necesarias para sepultar a aquellos que no regresaron”.

Se hizo un gran silencio en el recinto...

2) Durante una conferencia en Francia, en la cual participaba un gran número de ingenieros de diversas nacionalidades, incluyendo franceses y americanos, en el descanso, uno de los ingenieros franceses dijo serenamente: "¿Han escuchado la última estupidez de George Bush?... Envió un portaaviones a Indonesia para ayudar a las víctimas del tsunami. ¿Qué es lo que pretende hacer, bombardearlos?”
Un ingeniero de Boeing se levantó y respondió serenamente:
“Nuestros portaaviones tienen tres hospitales a bordo, que pueden tratar a varios cientos de personas. Son nucleares, por lo que pueden suministrar electricidad de emergencia a tierra, tienen tres comedores con capacidad para preparar comidas para 3.000 personas tres veces al día, pueden producir diariamente varios miles de litros de agua potable a partir de agua de mar, y tienen media docena de helicópteros para transportar victimas desde y hacia el buque. Nosotros tenemos once barcos iguales. ¿Cuántos buques así ha mandado Francia?”

De nuevo, silencio sepulcral.

3) Un almirante de la Armada de los Estados Unidos estaba en una conferencia naval que incluía almirantes de las Armadas americana, canadiense, inglesa, australiana, y francesa. Durante un cóctel se encontró con un grupo de oficiales que incluía representantes de todos esos países. Todo el mundo hablaba en inglés mientras tomaban sus copas, y de repente, un almirante francés comentó que, si bien los europeos aprenden muchos idiomas, los americanos se bastan tan solo con el inglés. Entonces preguntó: “¿Por qué tenemos que hablar inglés en estas conferencias? ¿Por qué no se habla francés?”
El almirante americano, sin dudarlo, respondió: "Tal vez es porque los británicos, los canadienses, los australianos y los americanos nos las ingeniamos para que ustedes no tuvieran que hablar alemán, durante el resto de sus vidas”.

¡Se podría haber escuchado la caída de un alfiler...!


¿Sabéis dónde está el secreto de los norteamericanos? Muy sencillo, hace más de 150 años aprendieron algo que en otros países y concretamente en España, parece que no hemos aprendido ni queremos aprender. Son sólo diez muy simples premisas:

DECÁLOGO DE ABRAHAM LINCOLN

1.- No se puede crear prosperidad desalentando la iniciativa privada.

2.- No se puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte.

3.- No se puede ayudar a los pequeños, aplastando a los grandes.

4.- No se puede ayudar al pobre, destruyendo al rico.

5.- No se puede elevar al asalariado, presionando a quien paga el salario.

6.- Nadie se puede resolver sus problemas mientras gaste más de lo que gana.

7.- No se puede promover la fraternidad de la humanidad, admitiendo e incitando el odio de clases.

8.- No se puede garantizar una adecuada seguridad con dinero prestado.

9.- No se puede formar el carácter y el valor del hombre quitándole su independencia (libertad) e iniciativa.

10.- No se puede ayudar a los hombres realizando por ellos permanentemente lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos.

A esto se pudiera agregar otra lección de Abraham Lincoln:

“Un político puede engañar a unos pocos todo el tiempo, y puede engañar a todos por poco tiempo. Pero lo que no podrá lograr es engañar a todos, todo el tiempo”>>.



Estoy bastante de acuerdo con mi amiga.





7 de noviembre de 2012

Frases 7-XI-2012

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.




Es preciso tener mucha misericordia.

Últimas palabras de Charles du Bos momentos antes de morir.



3 de noviembre de 2012

Actitudes y valores del líder


La palabra líder o liderazgo, está hoy en boca de todos. En las escuelas de negocios quieren formarlos, en las empresas quieren tenerlos, se dice que tenemos que ser líderes para nuestros hijos, hay libros que nos explican qué es un líder y cómo se llega a serlo. Pero el término es tan elusivo que, después de tantos ríos de tinta y tanta verborrea, no es posible definirlo ni, mucho menos, hacer un manual que nos lleve al liderazgo. Sencillamente, para definir al liderazgo o al líder, hay que ser mucho más grande que el propio concepto. Y es difícil serlo. Imposible, diría yo. Por eso, mi osadía de escribir sobre el liderazgo no responde a la ambición de definirlo ni de hacer un manual como el que acabo de negar la posibilidad de hacer. Sólo pretende dar unas pinceladas de algunas actitudes o formas de ser del líder. Si esas actitudes o formas de ser llagan a ser un hábito, creo que se les podría llamar virtudes. Creo que nadie puede tener ni siquiera una mínima parte de las que se me vienen a la cabeza (y seguro que muchas se me quedan en el tintero). Intentarlo sería luchar por el inaccesible y posiblemente no deseable desiderata del superhombre. Yo, personalmente, me daría con un canto en los dientes si contara con varias de las actitudes que enumero. Catalogaré éstas en tres grupos:

1º El “sueño” o la misión.
2º Su actitud personal.
3º Su relación con las personas.

En fin, ahí van mis reflexiones

1º El “sueño” o la misión. 

1.1  Tiene que tener un “sueño”, sin ser soñador. Ver algo que otros no ven y saber ponérselo a los demás delante de los ojos. Recomendaría la audición del discurso de Matin Luther King. “I have a dream”.
1.2  El “sueño tiene que ser “realista”. Pongo “realista” entre comillas porque no se trata de que sea un sueño prosaico y fácilmente alcanzable. Puede ser un “sueño” muy difícil de alcanzar o, incluso imposible, pero hacia el que se puede avanzar y al que se puede uno acercar asintóticamente, aunque no llegue a alcanzarlo nunca.
1.3  El “sueño” tiene que ser rompedor. Debe suponer una nueva visión. Si no, no es “sueño”.
1.4  Sabe que su “sueño” puede ser más largo de realizar que su vida y que puede requerir mucha colaboración. Por tanto, busca sucesores y colaboradores sin reticencias y se alegra cuando estos tienen éxito, sin miedo a que le eclipsen. No es celoso de su don. Cuando a Moisés, en el desierto, le van a decir que dos hombres están profetizando, esperando que los haga callar, éste dice al mensajero: “¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!” (Números 11,29)
1.5  Tiene que ser capaz de transmitir la belleza de ese “sueño”, generando ardor, sin crear desánimo ante la dificultad de la tarea. Crear etapas, objetivos alcanzables en un horizonte temporal razonable. Recomiendo la lectura de un pasaje del libro “Momo” de Michael Ende, el que nos presenta a Beppo, el barrendero y su filosofía vital.
1.6  Tiene siempre ante sí una visión global de la misión, por encima de los objetivos parciales, que nunca le hacen perder la visión de conjunto. Siempre se representa a sí mismo su misión como un todo. No deja que los inevitables contratiempos le enturbien esa visión.
1.7  Tiene que estar en sintonía de tempo con su misión y sus circunstancias. No admite presiones para ir más deprisa o despacio de lo requerido, pero acepta los contratiempos como hechos, sin demasiadas lamentaciones. No se lamenta por lo que ha pasado. Ajusta su plan a las circunstancias. Sabe elegir, cuando es necesario, el mal menor. Es más un barco de vela que tiene que saber aprovechar los vientos para llegar a donde quiere, dando bordadas cuando es necesario, que un petrolero que se marca un rumbo y un ritmo invariable y pretende seguirlo contra vientos y mareas.

2º Su actitud personal.

2.1 Sigue caminando en la oscuridad y las dificultades.
2.2 Espera contra toda esperanza. Nunca abandona ni se da por vencido, por muchas que sean las dificultades. Recomiendo la lectura del libro “Endurance” en el que se narra la gesta, aunque fuese un fracaso, de Ernest Shackleton en su expedición para atravesar el la Antártida de lado a lado, pasando por el polo sur. Amudsen había llegado al polo sur el primero, en su carrera con Scott, que murió en el intento. Pero ambos fueron al polo sur por la misma ruta por la que volvieron, con las ventajas logísticas que eso suponía. Nadie se había planteado el desafío de Shackleton.
2.3 Está siempre sobre sí mismo. No se abandona ni permite que los demás abandonen su aspecto físico ni se dejen llevar por el pánico o el caos.
2.4 Está siempre en lucha consigo mismo. Tiene un afán continuo de mejora y aprendizaje y jamás se da por satisfecho con lo conseguido, aunque no se lamenta ni se desanima por no haber conseguido todo lo que le gustaría.
2.5 Tiene capacidad de improvisación, pero no improvisa más que si no queda más remedio. Procura planificar la actividad, sabiendo que los planes no se cumplen nunca. Pero que peor es no tener ningún plan que tener uno que no se cumpla. Pero sus planes nunca son demasiado detallados en los medios, pues sabe que los medios se tienen a veces y no se tienen otras, pero que eso no debe impedir continuar. Por eso sabe ser flexible para adaptarse a las desviaciones de la realidad sobre el plan. Cree que su visión finalista es lo que le proporcionará los medios, por un camino u otro. Crea en lo que crea, sabe que hay una providencia para su camino. Piensa como Goethe que todo empieza con el compromiso: Hasta que uno se compromete, siempre hay dudas, la posibilidad de dar marcha atrás engendra siempre ineficacia. En todas las acciones de iniciativa y creación hay una verdad elemental, cuya ignorancia mata incontables ideas y espléndidos planes: en el momento en que uno mismo se compromete definitivamente, la providencia empieza a moverse. Empiezan a ocurrir todo tipo de cosas que de otra manera nunca hubieran ocurrido. Una poderosa corriente de acontecimientos nace de la decisión, iniciando a favor de uno mismo todo tipo de accidentes imprevisibles, y encuentros, y ayuda material que ningún hombre podría haber soñado que ocurriesen de esa manera. Sea lo que sea lo que puedas hacer o sueñes que puedas hacer, empiézalo. El atrevimiento tiene en sí mismo genio, poder y magia”.
2.6 Huye del perfeccionismo con fuertes dosis de humildad, sabiéndose limitado, humano y falible. Sabe reírse de sí mismo con sentido del humor.

3º Su relación con las personas.

3.1  Mantiene un dificilísimo equilibrio ente la misión y sus objetivos por un lado y personas por el otro. Los líderes que sólo se fijan en los objetivos se convierten en apisonadoras. Los líderes que sólo se fijan en las personas y olvidan los objetivos son como gerentes de un club de recreo. El dificilísimo equilibrio estriba en saber hacer que las personas se movilicen voluntaria y entusiastamente hacia los objetivos. Más aún, hacia la misión, hacia el “sueño”.
3.2    Sabe que entre el “sueño” y las personas, son más importantes las personas. Tiene muy claro que ningún “sueño” merece la pena si para lograrlo hay que convertir a las personas en carne de cañón, si hay que pasar por encima de los cadáveres de las personas de hoy para conseguir el “sueño” para las de mañana. Esto, naturalmente no excluye el sacrificio razonable, voluntario y generoso de los artífices del “sueño”. Sabe crear ese espíritu de generosidad en sus seguidores.
3.3  Le importan mucho los miembros de su equipo como personas, pero no la opinión que tienen de él. Ni siquiera su propia opinión sobre sí mismo. Nunca hace las cosas buscando el aplauso y la aprobación. Las hace por su misión.
3.4  Tiene que ser optimista frente a los demás y realista frente a sí mismo. Siempre positivo. Tiene que alimentar su propia esperanza y la de todos cuando todo parece torcerse. Tiene que soportar la presión para él solo y dosificarla para los demás. Mantiene el difícil equilibrio entre la verdad completa y el silencio. Pero nunca cae en el engaño y la mentira.
3.5  Tiene una personalidad carismática. Puede que no sepa que la tiene o que no se haga aparente más que en determinadas circunstancias. Tiene que aceptar y reconocer esa personalidad como un don recibido, sin falsos pudores pero sin soberbia. Esa personalidad no siempre es fácil de soportar por él mismo ni por los demás. A veces tiene que saber hacerse perdonar ese carisma.
3.6  Tiene que dar ejemplo. Pedir, con exigencia y comprensión a la vez, aquello que él está dispuesto a hacer. Pero no tiene que hacer lo que no es su papel, aunque a veces crea sentirse “obligado” a ello.
3.7  Tiene que ser comprensivo con los fallos ajenos y propios, pero absolutamente intolerante con el dejarse ir y la mediocridad sistemática.
3.8  Combate la ociosidad en él y en sus liderados. Si sobra tiempo hay que aprovecharlo para algo real o potencialmente útil. El descanso es a veces lo más útil, pero nunca la ociosidad. El descanso forma parte del entrenamiento y sabe obligar a descansar cuando hace falta. Crea rutinas de actividad sin caer en la rutina.
3.9  Tiene que saber aceptar las críticas sensatas y reconocer sus propios errores. Cuando comete un error “táctico” al llevar a la práctica una línea estratégica correcta, tiene que mantener firme la estrategia y corregir el error táctico.
3.10 No da excesiva importancia a la jerarquía. Procura no ordenar sino convencer. Cuando tiene que ordenar ordena, pero lo hace basándose más en su autoridad que en su potestad. Si no es contraproducente, razona su orden. Si lo es, ordena, sin más.
3.11 Es claro, auténtico y veraz. Distribuye entre sus colaboradores toda la información útil. Únicamente de forma excepcional retiene esta información. Pero es tacaño con la inútil y silencia la contraproducente.
3.12 Es concienzudo a la hora de elegir y seleccionar los miembros de su equipo y no lo hace sólo por sus capacidades técnicas sino por su calidad humana y, sobre todo, por su identificación con la misión. Cuando tiene un equipo que le viene dado y no puede cambiarlo, procura ganárselo y hacerlo suyo. Prescinde sin dudar de las personas que boicotean la misión con mala voluntad o siembran sistemáticamente la duda, el desánimo o la protesta.
3.13 No es manipulador ni cotilla. Corta de raíz los chismorreos, las intrigas y la maledicencia. Fomenta el espíritu de equipo y colaboración leal entre sus liderados. Evita la formación de camarillas. Deja claro a los “pelotas” que es inmune al peloteo y realmente, lo es.
3.14 Es querido, admirado y/o respetado por sus liderados. Nunca temido.
3.15 Es abierto y comunicativo. Sabe escuchar. Pondera las opiniones de todos, pero deja claro que las decisiones y responsabilidades son suyas. Es inflexible en aquellas decisiones que pueden poner en peligro la misión. Pero da la oportunidad de equivocarse a los responsables de cada objetivo, sin que esto tenga demasiado coste personal para él (para el responsable).
3.16 Usa más de la felicitación que de la sanción en el sistema de control.
3.17 Sabe transmitir calma en los momentos de pánico o aceleramiento.
3.18 Quiere a la gente que le ayuda. Aplica, cuando puede, el sistema ATRACON DE CARIÑO. Atracón de = Alegría, TRAnquilidad, CONfianza, DElicadeza,
3.19 Sabe concentrar la atención, el esfuerzo y la tensión de sus liderados en aquello que es importante para el logro de la misión, evitando desgastes en lo accesorio. Utiliza de forma automática y subconsciente un ratio que podríamos llamar Return on Management (ROM). Este ratio sale de dividir la importancia del logro a obtener, multiplicado por la probabilidad de conseguirlo dividido entre el desgaste necesario para lograrlo. Desecha las actividades que tienen un bajo ROM, pero no ceja en las que lo tienen alto.
3.20 Mantiene un difícil equilibrio entre bondad y dureza. Es inflexible y durísimo con las actitudes que pueden poner en peligro la misión.
3.21 Deja siempre la puerta abierta a que sus colaboradores se sientan libres para dejar el proyecto si no se sienten a gusto o si no participan del “sueño” y les ayuda honestamente en este discernimiento. Cuando Jesucristo pronuncia el discurso del pan de vida ante sus discípulos y estos se van, les pregunta a sus doce apóstoles: “¿También vosotros queréis iros?” a lo que Pedro responde. “Y, ¿a dónde iríamos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. (Cfr. Juan capítulo 6 entero). Interesante leer la arenga de Enrique V a sus soldados antes de la batalla de Agincourt, el día de san Crispín, 25 de Octubre de 1415, en la guerra de los Cien Años, narrada por Shakespeare en el drama “La vida del rey Enrique V”

De la lectura de lo anterior se desprende que no considero que el liderazgo negativo sea liderazgo en absoluto. No creo que gente como Hitler o Stalin fuesen líderes. Y ello por dos motivos:

1º Su “sueño” era una apisonadora de personas.
2º Sus medios se basaban en el miedo y en lo más bajo de la naturaleza humana: el afán de dominio, de opresión, la soberbia, etc. Hacer que las personas rueden hacia la satisfacción de sus más bajos instintos, ayudados por el terror de lo que les ocurrirá si no lo hacen, no es lo mismo que convencerlas de que orienten sus energías, a veces heroicamente, hacia la cima de sí mismos. Lo segundo es liderazgo, lo primero oportunismo.

Como he dicho al principio, no creo que haya nadie que tenga todo el perfil delineado más arriba, pero creo que todos los aspectos de ese perfil son cultivables excepto, tal vez, la capacidad de desarrollar “sueños” “realistas”. Para ser líder, creo, basta con tener un puñado de esos elementos y que no haya nada o muy poco que sea lo diametralmente opuesto.

El próximo Domingo haré una entrada con los textos a que hago referencia en este post.

1 de noviembre de 2012

Frases 1-XI-2012


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

No hay que sorprenderse ni indignarse si este hombre, que pensó tan poco en Dios antes de morir, suspire hacia él en su cama de hospital. No es tanto porque el miedo le haga fabricar un idolillo, a modo de refugio lastimoso; es que la muerte le hace romper todos los ídolos de este mundo y le impone un cara a cara con el misterio.

Fabrice Hadjadj. Tenga usted éxito en su muerte.