30 de mayo de 2013

Frases 30-V-2013

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

P. Marius Perrin: Cada uno es libre de ser ateo, nosotros no tenemos el derecho de juzgarlo. Sería jugar a ser Dios… Sabemos que hay muchas moradas en la casa del Padre y, tanto Leroy como yo, pensamos que hay treinta y seis maneras de rendir homenaje a Dios. Y la de negar tal o cual imagen suya no es de las más extrañas. Los profetas lo han hecho muchas veces. Está la Iglesia visible, cuerpo de pecado, que reúne a todos los bautizados que no se han excluido explícitamente, y está la Iglesia invisible, que es el alma de la otra, y ambas no coinciden en extensión. Se puede pertenecer a las dos, solamente a una o a ninguna. Nosotros hablamos del bautismo de deseo y el Dante ha situado a un Papa en el infierno.

Jean Paul Sartre: Si os comprendo bien, ¡no se puede escapar del Buen Dios! Sois básicamente totalitarios. (pausa) Vuestro totalitarismo no es en absoluto peligroso, porque deja vivir y nosotros vivimos y trabajamos muy bien juntos.

Marius Perrin. Avec Sartre au stalag 12D.


Aclaración: En 1940 Sartre está prisionero en un campo de prisioneros de guerra alemán. Allí se hace amigo de un grupo de sacerdotes movilizados, como Sartre, en el ejército francés. Ante esta amistad, en el campo se empieza a correr el rumor de que éste se esta convirtiendo. Sartre, cuando se entera, les dice a los sacerdotes que se siente orgulloso de ser ateo y les pide su opinión. Esta es la respuesta del P. Marius Perrin.


22 de mayo de 2013

Frases 22-V-2013


Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor.

Erasmo de Roterdam a Lutero cuando éste le reprochaba que siguiese en la Iglesia católica.

19 de mayo de 2013

Sobre la clonación humana

Tomás Alfaro Drake


Este jueves pasado, 16 de Mayo, ha aparecido en el periódico la noticia de que, por fin, se ha llevado a cabo la primera clonación humana similar a la que “creó” a la oveja Dolly. En “El Mundo”, periódico en el que la he leído, hay un recuadro en el que se califica a esta clonación como “Un ‘hito’ que llega una década tarde”.

Creo que esta noticia y el recuadro, requieren una explicación. Desde que en 1997 el Dr. Ian Wilmut clonase a la oveja Dolly, no se ha parado de tratar hacer algo similar con seres humanos. Básicamente el método para crear a Dolly consistía en la sustitución del núcleo de un óvulo de oveja, por el núcleo de una célula normal. El óvulo es una célula muy especial. Tiene la facultad de reproducirse hasta generar un organismo completo. Pero el problema estriba en que sólo tiene la mitad de cromosomas de una célula normal. Necesita ser fecundado por un espermatozoide, que también tiene la mitad de cromosomas, para, una vez completa, formar un embrión y poderse desarrollar hasta formar un organismo completo. Ahora bien, como los óvulos solo los producen las hembras y los espermatozoides los machos de cada especie, y no hay dos organismos que tengan una carga genética igual, el organismo resultante tenía que ser distinto de los de ambos progenitores, al tener la mitad de la carga genética de cada uno de ellos.

Pero el Dr. Wilmut solucionó el problema. Tomó un óvulo de oveja y, tras quitarle el núcleo con la mitad de los cromosomas, le implantó el núcleo de una célula normal, convirtiéndolo así en un embrión capaz de reproducir un organismo completo. Esta célula normal podía provenir de un individuo distinto del que se sacó el óvulo. Tanto de una oveja como de un carnero. Por tanto la oveja resultante podría ser tanto macho como hembra. A un óvulo de oveja pudo haberle insertado el núcleo de una célula normal de un carnero y haber producido el carnero Puppet en vez de la oveja Dolly.

Cuando se llevó a cabo este experimento, yo lo recuerdo perfectamente, mucha gente empezó a soñar con la creación de un ser humano igual a otro previamente existente. Se expusieron toda clase de razones por las que esto podría ser bueno, pero pronto fue evidente para casi todo el mundo que semejante clonación, llamada reproductiva, no era éticamente justificable. No obstante, quedaba la llamada clonación terapéutica. Con ésta, no se trataba de generar un organismo completo, sino de crear un embrión idéntico al organismo del que proviniese el núcleo y, de este embrión, en alguna fase de su desarrollo, poder sacar células madre embrionarias con las que regenerar tejidos dañados o enfermos del organismo del que procedía el núcleo. Esto le parecía a mucha gente algo benéfico para la humanidad. Y realmente lo sería si no fuese porque a otras muchas personas creen que un embrión humano, se haya producido como se haya producido, es un ser humano que tiene una vida que es suya y que nadie tiene derecho a destruir. Y esta convicción no es una convicción religiosa, aunque las religiones que defienden esta postura, meramente humana, estén en contra de esa destrucción de embriones.

Naturalmente, que había, ya entonces, alternativas a esta producción de embriones por clonación. Se pueden utilizar células madre adultas en vez de células madre embrionarias para fines terapéuticos. Todos tenemos en nuestro organismo, en una proporción muy pequeña, células con capacidad de reproducir tejidos, aunque no un organismo completo. Estas células no son embriones y no hay, por tanto, ningún reparo ético en utilizarlas. Parece ser que son menos eficaces en su multiplicación que las embrionarias pero, por otra parte, las células madre embrionarias son tan eficaces multiplicándose que es fácil que degeneren en cancerígenas. Sea como fuere, la inmensa mayoría de los tratamientos con células madre se ha llevado a cabo con células adultas no embrionarias, por lo que el conocimiento empírico de su utilización es mucho mayor.

Pero ninguno de estos reparos éticos y alternativas ha hecho que se pare la investigación tendente a producir embriones humanos por clonación. Desde que el Dr. Wilmut produjese a Dolly, muchos científicos intentaron hacer lo mismo con óvulos y células humanos. Pero hay en los primates unas enzimas que impedían que se llegue a desarrollar un embrión siguiendo la técnica del Dr. Wilmut. En el año 2004, el científico coreano Woo Sung Huang engañó a toda la comunidad científica con un informe falso en el que decía que había conseguido la clonación humana. Esto hizo que la mayoría de los investigadores abandonasen el proyecto. Sólo el equipo del Dr. Shoukhrat Mitalipov continuó en el empeño. En el año 2007, consiguió la clonación de primates y entonces pareció que la clonación de humanos estaba a la vuelta de la esquina.

Pero en el mismo 2007, el Dr. Shinya Yamanaka, consiguió una auténtica proeza; la reprogramación inducida de células adultas. Hablando en plata, el Dr. Yamanaka consiguió convertir una célula adulta, sin la utilización de ningún, óvulo en una célula madre adulta no embrionaria. Y el coste y la rapidez del proceso de reprogramación para producir células madre, es mucho más fácil y barato que producir un embrión por el sistema iniciado por Wilmut. Y, por supuesto, este procedimiento no presenta ningún problema ético. Esto debió ser suficiente para paralizar el proyecto de clonar seres humanos que, según se decía, era por motivos terapéuticos. Si ya existía un método más eficiente, ¿para qué continuar? A menos que el objetivo sea, realmente, la clonación con fines reproductivos, de lo que se había dejado de hablar para vestir la investigación con el traje respetable del fin terapéutico.

Sin embargo, a pesar de que su impacto científico era mucho mayor, el descubrimiento de Yamanaka tuvo un impacto mediático infinitamente menor que la creación de Dolly. Prácticamente pasó desapercibido fuera de la comunidad científica. Cosas de los medios. No obstante, el Dr. Yamanaka obtuvo reconocimientos mucho más importante para un científico que los titulares de los periódicos. En el año 2011 obtuvo por su hallazgo el premio “Fronteras del Conocimiento” de la Fundación BBVA y, un año más tarde, el premio Nobel de medicina. El Dr. Wilmut tuvo su premio mediático, pero no el Nobel. (Fronteras del conocimiento no existía en 1997)

Y ahora, en el 2013, seis años después del descubrimiento del Dr. Yamanaka, el Dr. Mitalipov, consigue la clonación humana. Evidentemente, llega tarde. Y me pregunto: ¿si desde 2007 ya se sabía que iba a llegar tarde, por qué no se empleó el dinero de esa investigación en cosas que pudieran ser realmente pioneras para curar enfermedades? Para mí la respuesta es clara. Porque lo que se quiere es la clonación humana con fines reproductivos, aunque esto no sea útil para nada más que para el afán humano de jugar a ser Dios “creando” vida humana... o para cosas todavía peores. Además, tras la producción de Dolly, se descubrió algo bastante frustrante para la clonación reproductiva. Dolly se hizo vieja a un ritmo muchísismo mayor que las ovejas de su edad. Me explico. Las células tienen fecha de caducidad. En el extremo de cada cromosoma, hay unos apéndices, llamados telómeros, que se acortan en cada división celular. Y, cuando se han acortado demasiado, la célula muere. De esta forma, si a mí se me ocurriese mañana la infausta idea de clonarme para tener un “hijo” como yo, nacería con un organismo de 62 años. ¡Pobre hijo mío, viejo de nacimiento! Claro que ello no sería problema si para lo que quisiera el clon fuese para que se hiciese un muchachito y cuando fuese un viejo de 10 años y yo uno de 72, pudiese ser útil para arreglarme el hígado si me empieza a fallar. O el riñón si fuese este órgano el que me diese problemas. Porque no tendría importancia que fuese tan viejo como yo. Naturalmente, habría que tener una especie de “prisión” donde tener a ese nuevo ganado de esclavos. Sería caro, desde luego, pero, si soy suficientemente rico… Sugiero que, para ver lo bonito que podría llegar a ser eso, se vea la película “La isla” de Ewan McGregor y Scarlett Johansson. Es una entretenida película de ciencia ficción. Pero si se llega a la clonación reproductiva será de ciencia ficción sólo en la manera de obtener los organismos de repuesto. Y, entonces, por la lección moral que da, será una película de ética elemental.

15 de mayo de 2013

Frases 15-V-2013


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

El cristiano perfecto une todas sus acciones, todas sus penas, todas sus oraciones y todos sus latidos de su corazón a los méritos de toda la Iglesia... Es más o menos como el que forma un enorme montón de paja y le prende fuego; la llama llega muy alto y se forman brasas; pero si no se prende más que una paja, se apaga inmediatamente.

Jean Marie Vienney, santo cura de Ars.

12 de mayo de 2013

Frases 12-V-2013


Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La Iglesia está siempre llamada a hacer aquello que fue objeto de la petición de Abraham: preocuparse de que haya justos suficientes como para contener el mal y la destrucción.

Benedicto XVI; Luz del mundo.

Benedicto XVI hace alusión al pasaje del Génesis en el que Abraham intenta convencer a Yavé de que no destruya Sodoma y Gomorra si hay en ella al menos 10 justos. Al no haberlos, Yavé hace llover fuego sobre ambas ciudades. De la misma manera, Cristo se pregunta en el Evangelio: “Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” La Iglesia, con todas sus imperfecciones, es el único organismo que puede hacer que haya un puñado de santos el día de la segunda venida de Cristo a juzgar la historia. Y que esa presencia sea la que haga que Cristo la reescriba sin que haya en ella lágrimas ni llantos. Si eso es así, nunca tantos habrán debido tanto a tan pocos.

8 de mayo de 2013

Frases 8-V-2013

Tomás Alfaro Drake


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La Iglesia es un organismo espiritual.

Benedicto XVI; Luz del mundo

Añado yo: Si tuviese que elegir el organismo que, a mi entender, mejor representa a la Iglesia, teniendo en cuenta la dificultad de llevar las imágenes demasiado lejos, elegiría un banco de coral. Porque en él, todos los organismos individuales, sin dejar de ser ellos, están unidos entre sí en una tupida red en la que se integran los que son con los que han sido y en el que todos arrancan de un individuo primigenio que está en la base. Este organismo original, base y fundamento de los demás, sería, en la Iglesia, Cristo. La diferencia es que en el banco de coral solamente la última capa está viva, mientras que todas las subyacentes, hasta el individuo primigenio incluido, están muertos, mientras que en la Iglesia, Cristo está vivo y, a través de su vida, viven todos sus miembros en lo que se llama Cuerpo Místico de Cristo (anatomía) y Comunión de los santos (fisiología).

5 de mayo de 2013

Kant y la moral católica


Tomás Alfaro Drake

¿Quién podría atreverse a dudar que Kant fue un gran filósofo? Yo no, desde luego. Suscribo en sus dos partes su archiconocida frase: “Dos cosas llenan mi alma de renovada y creciente admiración y reverencia: el firmamento estrellado por encima de mí y la ley moral dentro de mí.” También me parece magnífico, como norma ética, su imperativo categórico: “Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”[1]. Sin embargo, me cuesta más aceptar la razón que aduce Kant para cumplir con ese imperativo categórico. Esta razón se reduce, en última instancia, al deber por el deber. Si la razón me dice que esa es la forma racional de actuar y quiero comportarme racionalmente, así debo de actuar. Y, por supuesto, estoy de acuerdo con esto. Toda norma moral debe ser aceptable por la razón. Pero, y perdóneseme, a lo largo de estas líneas, la redundancia y el uso equívoco de la palabra razón, creo que la razón no puede ser la única razón para cumplir el código moral. Porque si la razón fuese la única razón estaríamos ante un código moral frío que se convertiría, más bien pronto que tarde, en árido y que haría del cumplirlo una obligación odiosa. Y los seres humanos, y otra vez incurro adrede en redundancia, odiamos cumplir obligaciones odiosas.

Sin embargo, parece como si, por alguna razón que desconozco, los católicos nos hayamos empeñado en aceptar la razón kantiana como única razón para cumplir con el código de la moral cristiana y hacerlo, de esta manera, odioso. Peor aún. Los católicos hemos aceptado como otra razón el miedo al castigo. Si cumplir una norma sólo porque nuestra razón nos la impone puede hacerse odioso, el cumplirla por miedo al castigo la hace doblemente insufrible. También se oye a veces decir a algunos católicos que la moral es un conjunto de normas que se tienen que cumplir si se quiere pertenecer al “club”. Y así, vemos como mucha gente rechaza de plano la moral católica, opta por irse del “club”, y acaba por rechazar cualquier otro tipo de moral, cayendo en el relativismo y el subjetivismo moral, con consecuencias bastante deplorables.

Sin embargo, nada hay más lejano que el miedo o la pura razón kantiana de la auténtica razón por la que los católicos debemos cumplir con nuestras normas morales. Esta moral nace del amor de Dios al hombre y del agradecimiento del hombre a Dios por ese amor. Y si realmente sentimos que nace de ahí, cumplir con sus normas, lejos de ser algo frío, árido u odioso, es algo cálido, jugoso y amable.

En efecto, el Dios que nos ama y que nos ha creado por amor, sabe cómo somos, sabe de qué estamos hechos, porque nos ha hecho él. Sabe que lo que más deseamos en este mundo es ser felices y sabe cómo tenemos que actuar para serlo. Y nos ha dado unas normas para ello. Por supuesto que se puede llegar con la razón a la razón de ser de esas normas, pero sería demasiado largo y tedioso hacerlo así y estaría fuera del alcance de la mayoría de la gente. Por eso nos ha dado un código para ser felices. Sin embargo, los hombres somos unos bichitos bastante miopes y, casi siempre, preferimos lo que nos va a producir alguna satisfacción a corto plazo, aunque nos haga profundamente desgraciados, a lo que nos va a hacer verdaderamente felices más adelante, pero que requiere algún tipo de privación a corto plazo. Y con ello nos hacemos expertos en labrar nuestra infelicidad.

Hace años leí en el libro “Inteligencia emocional” de Daniel Goleman una historia reveladora. Se trataba de un experimento real de largo plazo llevado a cabo con un grupo de niños de primaria. Un profesor llagaba a una clase con una enorme bolsa de caramelos. La dejaba encima de la mesa y decía a los niños que iba a salir del aula. Les avisaba de que podían, mientras él no estuviese, levantarse y coger un caramelo, pero que a los que esperasen a que él volviese sin coger el caramelo, les daría varios a su regreso. Tras eso salía de clase, pero una cámara oculta grababa lo que pasaba en ella. Naturalmente, en cuanto salía del aula había niños que se levantaban y cogían uno o un puñado de caramelos. Otros se quedaban sentados esperando la vuelta del profesor. Cuando éste volvía, llamaba en privado a cada niño y le preguntaba si había tomado un caramelo. Si el niño le decía que sí, no había nuevo caramelo, pero si decía que no, con independencia de lo que realmente hubiese hecho, le daba varios caramelos. Durante los siguientes treinta años –cuenta Goleman– se llevaba a cabo un seguimiento de la vida profesional, social y emocional de las personas que habían participado en el experimento. Básicamente había tres grupos. Los que habían tomado uno o varios caramelos, habían dicho que no habían tomado ninguno y habían recibido la recompensa. Los que habían tomado caramelos, lo reconocían y no recibían recompensa y, por último, los que no lo habían tomado y recibían la justa recompensa. Con una fuerte correlación –aunque, obviamente, no del 100%–, los del primer grupo, en los siguientes treinta años, fracasaban en todos los ámbitos vitales. A veces estrepitosamente, llegando, en algunos casos a la delincuencia. Entre los del segundo grupo había un poco de todo. Pero entre los del tercer grupo se daban altos porcentajes de éxito en muy distintos aspectos de la vida. Goleman lo llamaba “el éxito de saber aplazar la recompensa”.

Pues Dios, que nos ama, nos da las normas a seguir para alcanzar la felicidad. El amor de Dios es tal que Él mismo sufre si nosotros no somos felices. ¿Cómo puede un Dios sufrir si los hombres no somos felices? Haciéndose auténticamente hombre, encarnándose. Por eso, cuando nosotros hacemos algo contra las normas de la moral revelada por Dios, nos alejamos del círculo de felicidad que nos tiene reservado, empezamos a labrar nuestra desgracia y le hacemos sufrir a Él. Porque este Dios que nos ha amado hasta encarnarse es, además, esclavo de nuestra libertad y cuando salimos del círculo de felicidad que nos ha dado, sólo puede esperarnos en el límite del círculo, triste y apesadumbrado. No viene mal al respecto una lectura de la parábola del hijo pródigo en el evangelio de san Lucas (15, 11-32). Si esto es así, ¿cuál sería la postura más racional? Cumplir las normas para alcanzar esa felicidad. Pero no cumplirlas sólo por eso –aunque intentar alcanzar la felicidad es una cosa perfectamente lícita y honesta– sino además, porque amor con amor se paga y es de bien nacidos ser agradecidos. Pero también el agradecimiento puede ser una carga si no va acompañado del amor. El amor, en cambio, es feliz cuando ve la felicidad del ser amado. Si Dios nos ha amado primero, si lo ha hecho hasta el punto de hacer de nuestra desgracia su sufrimiento, si nos ha dado unas normas para lograr la felicidad, ¿no es sensato, cálido, jugoso y amable e incluso, delicioso, seguir esas normas?

¿Será verdad todo esto? Saberlo en las propias carnes lleva toda una vida. Pero podemos mirar a nuestro alrededor. Yo lo hago y, al hacerlo, encuentro muchos tipos de personas. La gama entre los dos extremos que voy a exponer es un degradé que va de uno a otro muy paulatinamente, no caeré en el simplismo del blanco y el negro. Y también está lleno de excepciones. Pero me atrevo a decir que hay una clara tendencia. En un extremo están las personas que hacen alarde de ponerse al mundo por montera y no aceptar ninguna regla de vida. Casi sin excepción son personas que han tirado su vida a la basura y son profundamente desgraciadas. Tristemente, son muchos más los que están más cerca de este extremo que del otro. En el otro extremo están los que siguen unas sanas normas morales, cristianas o no, y lo hacen con alegría, entendiendo su sentido. Aunque no siempre, estos suelen ser personas de una profunda fe, vivida desde un compromiso libre, son esencialmente felices y tienen una vida plena que está relativamente poco influenciada por los avatares y desgracias de la vida. La casuística es, sin embargo, inmensa. Hay gente que se aferra a una norma moral por sí misma, incluso cristiana, con un estoicismo kantiano y sienten una gran amargura interna. Hay gente que ha encontrado el camino hacia este extremo sin ninguna base religiosa, mediante una moral puramente humana. Naturalmente, estas apreciaciones son siempre peligrosas, porque rara vez la cara que nos muestran las personas refleja su auténtico estado de felicidad interna. Pero si se observa a personas con los que uno tiene una larga relación, es difícil que el fondo no se haga evidente.

Pero Dios, en su amor al hombre, no le ha bastado con crearlo para la felicidad, con darle unas normas para alcanzarla, con encarnarse en Cristo para tener la capacidad de sufrir con su desgracia, sino que se ha quedado hecho Sacramento y luz en su Iglesia.

Sacramento, porque sabe lo difícil que es mantener el amor primero y la ilusión para cumplir con esas normas, que a menudo son arduas. Sabe que es imposible de conseguir si no es con su Gracia. Por eso nos ha dejado su Sacramento, que es Cristo, que a través de la Iglesia, que administra los sacramentos –con minúscula–, nos da el medio ordinario para recibir esa imprescindible Gracia. Pero Gracia viene de gratis. No compramos esa gracia con los sacramentos. Nos es regalada con ellos. Por eso nuestro agradecimiento debe ser inmenso. Y la gratuidad de la Gracia, que es la misericordia de Dios, puede hacer que la Gracia llegue a quien Él quiera por medios extraordinarios. Nadie, ni siquiera la Iglesia, puede poner límites a la fuerza de la misericordia de Dios. Por eso a veces vemos personas aparentemente alejadas de Cristo que reciben esa Gracia de forma misteriosa y extraordinaria. Esa es la ilimitada fuerza de su misericordia.

Luz, porque no cesa de avisar de cuáles son los caminos que llevan a la felicidad y cuáles los que nos precipitan en la desgracia. Y, al hacer esto, al ser luz, se gana muy a menudo el odio o la incomprensión de quienes no quieren la luz, de quienes les desagrada que alguien les diga que persiguiendo sus apetencias momentáneas están labrando su desgracia, de quienes, a menudo con buena voluntad e ingenuamente, prefieren los cantos de las sirenas asesinas de la Odisea a llegar a la Ítaca de la felicidad.

Ciertamente, la Iglesia, que es ese Sacramento, esposa de Cristo y su Cuerpo Místico, está también formada por esos bichitos imperfectos que somos los seres humanos. Y mucho más a menudo de lo que sería de desear los seres humanos que formamos la Iglesia, que deberíamos ser luz con nuestras vidas, damos un ejemplo lamentable y ahuyentamos a la gente.

Y el primer mal ejemplo es la pésima forma de enseñar esas normas morales. Somos nosotros los que hemos caído en el kantismo. Somos nosotros los que hemos caído en la moral de pertenencia a un club. Somos nosotros los que hemos caído en la moral del miedo. Demasiado a menudo se ha transmitido la moral sin ternura, sin el más mínimo atisbo de su causa, el deseo de Dios de la felicidad del hombre, su amor, su ternura y su misericordia, para convertirla en una especie de mercado en el que a, base de cumplir normas, creemos ir ganando puntos que nos dan derecho, si ganamos suficientes, a un cielo adulterado que no puede apetecer a nadie, y en el que si no ganamos suficientes puntos, nos espera un infierno en el que, a fuerza de abusar de él, se ha dejado de creer. Pues vaya desgracia. Y hasta nos gloriamos de comparar los puntos que creemos tener con los que atribuimos a los otros y les despreciamos si creemos tener más que ellos. Llegamos a veces, como el hermano mayor del hijo pródigo, a indignarlos con la misericordia de Dios y a lamentar que quien creemos que tiene menos puntos que nosotros sea amado por Dios como nosotros. Lamentable. Convendría también leer la parábola de los trabajadores de la última hora (Mateo 20, 1-16).

El segundo mal ejemplo es nuestro propio comportamiento ético. Demasiado a menudo, los católicos nos comportamos éticamente igual o peor que muchos no cristianos o no creyentes. Y, si de verdad creyésemos en lo que decimos creer, no debería ser así. Nuestras obras deberían dar continuo testimonio de lo que somos. Sin ningún tipo de vana gloria, sino sabiendo, como dice san Pablo, que llevamos un tesoro en vasijas de barro. Pero, aún en vasijas de barro, ese tesoro debería hacerse patente y que ocurriese como ocurría con los primeros cristianos de los que los paganos decían con admiración “¡Ved cómo se aman!”. Y no sólo como se aman entre ellos, sino cómo aman también a sus enemigos y a los que los persiguen. Sería, sin embargo, injusto, cargar las tintas sobre el comportamiento indiferenciado de muchos cristianos sin ver también el de otros. Sin tener que ir muy lejos, nos encontramos a menudo con gente discretamente excepcional, que pasa por la vida haciendo el bien de forma silenciosa y discreta y que lo hace por su fe y obtiene su fuerza de los sacramentos. Ello sin olvidar a los héroes actuales, aquellos que gastan su vida con entrega total por los más necesitados. Si tomamos un mapamundi y, con los ojos cerrados, ponemos el dedo en cualquier sitio, veremos que en ese rincón del mundo, sea el que sea, Nueva York o Ruanda, los que están con aquellos con los que nadie querría pasar una hora, son, en su mayoría, católicos. Y si se les pregunta –yo lo he hecho– por qué lo hacen, responden sin dudar que por amor a Jesucristo. Y si se les pregunta –también lo he hecho– de dónde sacan las fuerzas para dedicar toda su vida a ello, responden, también sin dudar, que de la Iglesia de Cristo y sus sacramentos. Ciertamente, tampoco quiero caer en la injusticia de decir que todos los que actúan así son católicos. Ya he hablado antes de la fuerza de la misericordia de Dios, que no conoce límites. Pero sí debo decir que entre este tipo de personas, la mayoría son católicos. Y que si tomamos el grupo de los que entregan TODA su vida, esa mayoría roza el 100%.

Volviendo al principio. Haríamos bien los católicos en librarnos del principio kantiano de la moral para recuperar la más auténtica esencia de nuestra moral. El amor de Dios al hombre, su misericordia sin límites, su ansia de que seamos felices, nuestro reconocimiento de ese amor, nuestro agradecimiento y nuestra reciprocidad en el amor hacia un Dios que sufre si no somos felices. Seguramente volveríamos a hacer de la moral católica algo admirado por los no cristianos y no creyentes. Tal vez, en una próxima entrada, me anime a aplicar estas ideas a un tema que hoy día se entiende mal, incluso entre muchos cristianos. La indisolubilidad del matrimonio y sus consecuencias.



[1] Hay otras dos formulaciones del imperativo categórico kantiano que me parecen igualmente magníficas: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio” y “Obra como si, por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”.