30 de enero de 2016

Cuando despertemos

La humanidad ha despertado, hace poco menos de dos siglos de la espantosa pesadilla de la esclavitud. Esta lacra había existido desde siempre en la humanidad, pero tomó proporciones inauditas cuando el mundo que empezaba a ser rico descubrió el azúcar. Para cultivarlo era necesaria una mano de obra barata y muy resistente. Y se empezó a echar mano de forma masiva de la mano de obra esclava de los negros de áfrica. Posteriormente el uso de la esclavitud se extendió a otros cultivos como el algodón. Y la humanidad vivía esa pesadilla con normalidad, como si no pasase nada. Pero ya desde mediados del siglo XVI se empezaron a levantar voces que clamaban contra semejante atrocidad. Eran voces de frailes teólogos de distintas congregaciones, generalmente desoídas o hasta silenciadas tanto por la alta jerarquía eclesiástica –a diferencia de la enérgica condena que desde el principio hizo contra la esclavización de los indios– como por las católicas monarquías española y portuguesa. Ésta última, de hecho, tuvo durante mucho tiempo el monopolio de la trata de esclavos negros. Por supuesto, las monarquías francesa o la anglicana de Inglaterra o los príncipes alemanes o italianos, también apoyaban la esclavitud. Sólo unas cuantas modestas voces de frailes teólogos la condenaban. Pero el eco de esas voces fue recogido, ya a finales del siglo XVIII, en Inglaterra y en EEUU por los cuáqueros que, junto con otras confesiones que se les unieron en esos países, empezaron una denuncia sistemática de la esclavitud y fueron, poco a poco, penetrando el pensamiento de la sociedad civil, hasta que los políticos, que en principio eran todos esclavistas, no tuvieron más remedio que, poco a poco, hacerse eco de lo que se estaba convirtiendo en un clamor, hasta que se abolió la esclavitud. Primero fue Inglaterra y, después, el resto de los países la siguieron. El último lugar del mundo occidental en el que se abolió la esclavitud fue en la Cuba española, donde perduró hasta 1896. Hoy día, cuando se leen los discursos de los políticos esclavistas y antiesclavistas, uno siente escalofríos en la espalada cuando lee los primeros y se emociona ante los segundos. Y, tras ello, piensa: ¿Cómo pudo la humanidad vivir durante tanto tiempo, como si tal cosa, en la espantosa pesadilla de la esclavitud? ¿Cómo se pudo pensar que privar de la libertad a un ser humano, el más preciado don humano, lo que le hace a imagen y semejanza de Dios, era un derecho que asistía a otros seres humanos? Y no nos lo podemos explicar. Pero no es mi intención hablar ahora sobre la esclavitud. Probablemente escriba pronto algo sobre el proceso que nos liberó de ella y nos despertó de la pesadilla. Hoy quiero hablar de una pesadilla en la que estamos inmersos hoy: de la espantosa pesadilla del aborto.

Hay una enorme cantidad de paralelismos entre ambas pesadillas. Por supuesto, la del aborto es más grave, puesto que priva del derecho a la vida a seres humanos inocentes y la privación de la vida es mucho más grave que la de la libertad, porque la vida de un ser humano es un derecho superior al de la libertad ya que para que exista libertad tiene que haber vida. Que el feto o el embrión son seres humanos es algo innegable hoy científicamente. Se sabe que tiene todo lo necesario para que, si se le permite desarrollarse, llegue a ser como cualquiera de nosotros. El que se le llame feto o embrión no es más que la denominación de una fase de la vida, como podría ser decir que alguien es niño, adolescente, joven o viejo. Que el feto tenga o no capacidad de pensar es algo circunstancial. En la naturaleza de su desarrollo está, desde el momento de la concepción, la capacidad de llegar a pensar. Un niño recién nacido no tiene capacidad de pensar y, sin embargo, a nadie en su sano juicio –todavía– se le ocurre negar que es un ser humano[1]. Todo el proceso del embrión al adulto es un continuo, sin ningún salto cualitativo que permita trazar una frontera que diga que justo antes no era un ser humano y justo después sí. En este razonamiento no tiene ni una sola palabra la religión. Es simplemente una realidad científica que sólo puede negarse desde una ceguera interesada. ¿Quién, entonces, puede arrogarse el derecho de decir que miembro de la especie humana es un ser humano y cual no? Cada vez que la humanidad se ha arrogado ese derecho, la consecuencia ha sido el genocidio. Tras los fetos y embriones vendrán –ya están viniendo– los ancianos, los inválidos y cualquiera que, en general, pueda ser molesto. Una nueva versión de “Un mundo feliz de Aldous Huxley”. Y esta pesadilla se hace todavía más terrible cuando se considera que el aborto se da en una sociedad que asegura que pretende defender al débil y que está dispuesta a gastar ingentes cantidades en crear un Estado de protección social. Cuanto más débil es el feto, más peligro de muerte corre. Y el feto –y todavía más el embrión– son los seres humanos más débiles que pueda imaginarse. No tiene voz que le defienda. Tiene ojos y cara, pero enseñarla ha llegado a considerarse de mal gusto, porque puede herir las conciencias de quienes luego le puedan querer matar. Su cuerpo pesa casi mil veces menos que el de un judío. Cuando los nazis cometieron el holocausto, desacerse de los cadáveres era un problema. No ocurre lo mismo con los fetos o embriones. Simplemente, se tiran a la basura previo paso por la trituradora y nadie los ve. Y si alguien los ve y muestra esas horribles imágenes, es tachado de sensacionalista y de desagradable. Todo para que se haga realidad el refrán de “ojos que no ven corazón que no siente”. Porque si se viese, el horror se apoderaría de nosotros y nos despertaría de la pesadilla. Pero no, ¡hay que taparlo como sea!

Pero hay más. Con la capacidad médica de poder diagnosticar determinadas enfermedades, como la trisomía, en el vientre materno, se ha firmado la sentencia de muerte de muchos niños que han cometido la terrible falta de sufrir una enfermedad. Es decir, de los débiles entre los débiles. Y se hace todavía más sangrante cuando se considera que este derecho a matar seres humanos se desarrolla en una cultura que protesta con terrible indignación porque se sacrifique un perro que puede transmitir el ébola o porque se utilicen animales para la investigación clínica de medicamentos que pueden salvar millones de vidas humanas.

Veamos algunos paralelismos entre esclavitud y aborto. Como la esclavitud, el aborto se ha practicado desde siempre. Siempre ha habido curanderos que cuando una mujer se quedaba esperando hacía lo necesario para terminar con la vida del feto. Pero hace apenas 50 años la ciencia genética ignoraba lo que ahora se sabe a ciencia cierta: que el feto y el embrión son seres humanos. Lo mismo que la esclavitud tomó auge debido al egoísmo humano, así ha ocurrido con el aborto. Una corriente social se ha ido imponiendo paulatinamente mediante la explotación interesada de un egoísmo disfrazado de buenismo, que es el disfraz más terrible que hay. La falta de conciencia de la sociedad civil, que cegada por el egoísmo aceptó que tener esclavos hizo que ésta fuese un derecho legal, hizo que las leyes reflejasen positivas reflejasen ese derecho falso y terrible. Lo mismo, exactamente lo mismo, ha pasado y está pasando con el aborto. Una sociedad civil cegada por un mensaje torticero cree un derecho que la conveniencia de unos esté por encima de la vida de otros. Fue la voz de un puñado de personas, determinadas a acabar con ese derecho la que, poco a poco, hizo que cambiase la mentalidad de la sociedad. Y fue cuando esta mentalidad cambió cuando las leyes cambiaron y se acabó por abolir la esclavitud haciendo que la humanidad despertase de la pesadilla. Y estoy convencido de que ese proceso se repetirá. Hay muchas voces que se alzan contra esa barbarie. Menos de las que debería haber, pero muchas. Y una parte importante de esas voces –no todas, desde luego– proviene de miembros de la Iglesia católica. Pero estos no están contra el aborto y a favor de la vida sólo por ser católicos, sino por razones de la protección de los seres humanos más débiles e indefensos.

Creo que llegará un día, no sé cuando, en el que, gracias a esas voces y a las voces atraídas por ellas, la marea cambiará de signo y empezará a crecer un clamor cívico contra el aborto. Y creo que ese clamor será el que haga que cambien las inicuas leyes que consagran el aborto como un derecho. Creo firmemente que será así y no al revés. Pretender que cambien las leyes sin cambiar antes la marea de la conciencia cívica me parece imposible. Me parece un intento de atajo que, al final, lleva a vía muerta. Hay que seguir la senda larga y estrecha, porque no hay otra que funcione. Y cuando llegue ese día, cuando el último país del mundo haya derogado la última ley que considere matar como un derecho, nos preguntaremos con espanto: ¿Cómo fue posible? ¿Cómo pudimos ser tan atroces, tan inhumanos? ¿Cómo pudimos estar tan ciegos?

Y, anticipándome a ese día diré quienes son los culpables. Desde luego, las menos culpables de todas son las mujeres que, muy a menudo sin el más mínimo conocimiento de causa –aunque no siempre–, sufren el aborto. Estas mujeres suelen ser víctimas de su entorno. Empezando, en general, por el que la ha dejado embarazada que la suele empujar a abortar bajo la amenaza de abandono. Siguiendo, a menudo, por los padres que quieren quitarse un problema de encima. Continuando por los llamados centros de planificación familiar –hay que fastidiarse– que inmediatamente plantean como única alternativa, como un callejón sin otra salida, el aborto. ¿Sigo? También nos asombraremos de que los partidos políticos, para ganar votos, hayan vendido su alma, en mayor o menor medida, a esa corriente social. Unos a regañadientes y otros haciendo de ello bandera. ¿Sigo? Casi para terminar, nos asombraremos, como nos asombramos ahora de que la avaricia de los dueños de plantaciones les cegase hasta el punto de considerarse con derecho a esclavizar a seres humanos para vivir bien ellos, de que haya gente que se forre con el negocio de la muerte, hasta el punto, no solo de matar, sino de traficar con los órganos de los fetos muertos o de los embriones. Ellos son los auténticos traficantes de esclavos, en este caso traficantes de muerte, del siglo XXI. He dicho casi para terminar. Pero hay un escalón más en la pirámide de la depredación de vidas humanas. En el vértice están aquellos que han fomentado la cultura de la muerte como una forma de deteriorar los valores de una sociedad a la que quieren destruir para construir sobre sus cenizas un supuesto “paraíso”. “Paraíso” cuyos intentos para instaurarlo ya ha costado cientos de millones de vidas humanas en experimentos de ingeniería social espantosos, pero que no están dispuestos a reconocer a ese falso “paraíso” como lo que es: un infierno terrible y espantoso.

Por último, debo decir que en mi visión de una sociedad que haya despertado de la pesadilla del aborto, debería haber dos cosas importantes. La primera, una formación que crease la cultura de que cada vida humana es algo maravilloso más allá de que pueda traer complicaciones en ciertos casos. La segunda, una red de protección y ayuda para quienes esa vida pueda traer problemas difícilmente superables. Protección para que las madres para las que su hijo pueda ser una dura carga. Hacer que se vean protegidas de presiones que las empujen al aborto. Hacer que puedan recibir la ayuda necesaria para que puedan sacarlos adelante. Protección y ayuda para que los niños con enfermedades puedan recibir el cariño de sus padres. Medios para luchar medicamente contra esas enfermedades prenatales. Estoy leyendo un libro de la biografía de Jérôme Lejêune. Es el descubridor de la trisomía como causa de la enfermedad conocida como síndrome de Down. Cuando descubrió la causa, se lanzó, como buen médico que era, a intentar buscar una curación precoz de la enfermedad o, por lo menos un paliativo eficaz contra sus consecuencias. Pero cuando se hizo posible el diagnóstico precoz de la enfermedad, se tomó el camino de la eliminación de estos enfermos. Hoy en día, en nuestra civilizada sociedad, más del 90% de los que padecen trisomía son eliminados como desecho. Desaparecieron los fondos para esta investigación y el Dr. Lejêune fue condenado al ostracismo médico, su nombre fue prohibido para publicar en las principales revistas médicas, fue insultado, vilipendiado, amenazado, agredido. Esto nos causará asombro cuando despertemos. ¿Cómo los avances de la medicina pudieron llegar a primar –nos preguntaremos con espanto–, en nombre de ésta, la muerte sobre la vida? ¿Cómo en una sociedad que se gastaba miles de millones en investigación médica para curar enfermedades benignas, pudo cerrarse el grifo a una investigación para paliar o evitar los efectos devastadores de la trisomía tan sólo porque existía la alternativa del holocausto? Y no sabremos que responder. Nos quedaremos mudos. Pero yo, hoy, quiero ser una pequeña voz que, junto con otras, clama en el desierto. Quiero hacer mi parte insignificante en conseguir ese cambio de marea de la conciencia colectiva. Pase lo que pase, valga lo que valga, yo haré mi parte. Y estoy seguro de que, aunque diminuta, no será inútil. Si quieres ayudarme, difunde esto a todo el mundo y suma tu voz a las que ya lo están intentando. ¡Vamos a repetir con el aborto lo que ha pasado con la esclavitud! ¡Viva la libertad! ¡Viva la vida! No me cabe la menor duda: ¡la victoria será nuestra!



[1] Lo dicho en el texto no es cierto. Hay personas, como por ejemplo el filósofo Paul Singer que admiten incluso el infanticidio y están, creo, en su sano juicio en el sentido de que no están locos. Pero a estos los califico de perversos y creo que en esto, de momento, coincido con el 99,9% de los seres humanos. Creo, por tanto, que en el sentido literal de la expresión, no está en su sano juicio.

27 de enero de 2016

Frases 28-I-2016

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Sentimos y experimentamos que somos eternos. [...] ...hemos experimentado la eternidad presente en el tiempo. Y pienso que detrás de la muerte tendremos una nueva experiencia, la experiencia del tiempo todavía presente en la eternidad. [...] Por tanto, ya en vida gozamos de la eternidad, y tras esta vida gozaremos de nuevo del tiempo. [...] El tiempo es la eternidad ya comenzada. La eternidad es el tiempo tras la muerte. [...] Pero Bergson me hizo entender que en el tiempo había una especie de invención continua del futuro. [...] ...y sin embargo, al final de mi vida yo entiendo el tiempo de una manera completamente diferente.

Jean Guitton. Discurso “El ..., el héroe y el santo”, pronunciado en Madrid en 1995.


24 de enero de 2016

Madrid de corte a checa

¡Qué gran novela “Madrid de corte a checa” de Agustín de Foxá! ¡Y cómo ha sido condenada al ostracismo por la misma izquierda que preconiza la memoria histórica tuerta del ojo derecho! Sin duda, sin el sectarismo izquierdista podría ser considerada como una de las mejores novelas en lengua española del siglo XX. Pero hay cosas que la izquierda sectaria no puede perdonar. Y una de ellas es la verdad. Llevaba años intentando encontrarla sin lograrlo –la verdad es que tampoco removía Roma con Santiago– cuando un amigo mío me la prestó. Y la leí. Ahí estaba la verdad de las cosas que llevaron a la caída de la monarquía de Alfonso XIII en 1931, los años de la II República de la que tantos añoran una idealización torticera de lo que realmente fue y, sobre todo, los primeros meses de la guerra en un Madrid sometido a un espantoso reino del terror indiscriminado y salvaje. Tampoco coincido en todo, ni mucho menos, con lo que leo en la novela. Entre las cosas con las que menos coincido es con la idealización del nacimiento de la falange.

Pero una novela no se lee para estar o no de acuerdo con la ideología que la inspira, sino por la calidad de su prosa y el interés de lo que cuenta. Y ésta es extraordinaria en ambos extremos. Si además la novela narra acontecimientos históricos, es importante, dejando al margen la ideología, juzgar la veracidad de los hechos que narra. A lo largo de mi vida he hablado con bastantes personas que vivieron encerradas en embajadas que las acogían para evitar que las matasen, he leído testimonios de los que fueron embajadores de esos países en Madrid y de quienes se dedicaron, como hizo Sanz Briz con los judíos en Budapest en la II Guerra Mundial, a procurarles pasaportes falsos de sus países a muchos de los refugiados para que pudiesen salir de España, etc. Además, recientemente, un alumno de la universidad del CEU ha realizado una tesis doctoral en la que se documentan sin lugar a dudas los asesinatos, no ya de los “sospechosos” de “fascistas”, sino de miembros del POUM, la CNT y la FAI por los comunistas.

Dispongo de un testimonio que considero valiosísimo: el de mi padre. Mi padre nació en 1893, por lo que cuando estalló la guerra civil tenía 43 años. Al entregar Alfonso XIII el gobierno a la dictadura de Primo de Rivera[1], mi padre, indignado, decidió hacerse republicano y militó en el partido de Azaña. Participó en la política local de Vitoria, su ciudad natal y en la que vivió hasta que se vino a vivir a Madrid al principio del franquismo. En el 36 era primer Teniente Alcalde de Vitoria, en funciones de Alcalde por la enfermedad del mismo. Tras la sublevación de Franco, fue detenido y pasó parte de la guerra en distintas prisiones, empezando por la de Vitoria. En su libro “Una ciudad desencantada”, continuación de otro suyo “Vida de la ciudad de Vitoria”, deja claro su desencanto por la mezquindad y ramplonería de la política republicana. Pero en sus memorias, no editadas pero guardadas celosamente por mi familia, hay un testimonio mucho más explícito. Cuando se produjeron en Madrid sacas masivas de presos políticos de la cárcel, la población civil de Vitoria pretendió tomarse la justicia por su mano y hacer lo mismo en la cárcel de esa ciudad. Se encontraron con la firme resistencia de las autoridades que impidieron que esas sacas se produjesen. Es cierto, y también se lo he oído contar a mi padre, que sí que hubo ejecuciones entre los presos de Vitoria, compañeros de celda suyos algunos de ellos, especialmente cuando se inició la campaña del norte en la guerra. Mientras mi padre estaba en la cárcel por republicano, a todos los hombres de la familia de mi madre, su padre y varios hermanos, los mataron en una finca que tenían en los montes de Toledo. Cuando mi abuela materna, que había visto morir a su marido y a sus hijos, llegó, tras muchas vicisitudes, a Vitoria, lo primero que hizo fue ir a dar un abrazo a mi padre. A pesar de todo esto, JAMÁS he oído en mi casa una palabra de odio, venganza o revancha, sino de perdón. Y, por tanto, tampoco lo hay en mi corazón, porque he mamado perdón, no odio. En los años 60 mi madre escribió un libro en cuyo desarrollo temporal entraba la guerra civil española. Despacha todo lo que tiene que ver con ella con la siguiente frase: no merece ser referido a la posteridad lo que es indigno de ella. Por eso indigna la tuerta y cargada de odio memoria histórica de Zapatero que se sigue queriendo resucitar. Pero ante la mentira hay que levantar, aún sin odio, el baluarte de la verdad.

Por todas estas cosas, me caben muy pocas dudas –diría que ninguna– de que lo que cuenta Foxá es la pura y cruda verdad. Y eso que la novela está escrita antes de que se supiera de las terribles matanzas de Paracuellos. Y esa verdad me ha espeluznado. No tanto como lo han hecho las torturas y martirios a los que fueron sometidos –y también hay pruebas fehacientes de ello– tantos y tantos sacerdotes y religiosos en toda España, pero me ha espeluznado.

Conozco también a personas contemporáneas de los hechos que viven con la obsesión de que eso se pueda repetir. Sinceramente, no creo que semejante cosa pueda volver a pasar, aunque la historia humana puede dar sorpresas muy desagradables. Lo que voy a decir a continuación lo puedo decir ahora pero mis frenos internos me hacían incapaz de decirlo hace tan solo algunos años. Si las posibilidades de que esto se repita son remotas, se lo debemos a Franco. Jamás he sido franquista y tampoco ahora lo soy. Pero la verdad es la verdad y, como dije antes, debe estar por delante de la ideología sin dejarse deformar por ésta. En los años 60 Franco logró, a base de dar seguridades a la inversión extranjera, un milagro económico que hizo que apareciese una clase media. Ahora, la propaganda izquierdista quiere hacernos creer que esa clase media está dejando de existir. Pero, a pesar de la dureza de la crisis, es una mentira más, que repetida hasta la saciedad por los tontos útiles parece convertirse en verdad. Desde luego, ¡qué más quisiera esa izquierda radical que su mentira fuese verdad! Pero no lo es. Y porque no lo es, creo que no llegaremos a lo que cuenta Foxá en “Madrid de corte a checa”. Aunque, cosas veredes. Si no llegamos no será porque la ideología izquierdista no avive el fuego. Copio una carta de un sacerdote que ya vivía en el 36:

Carta de D. Rafael Carbonell, un sacerdote anciano a doña Rita Maestre, actual concejal de Podemos en el Ayuntamiento de Madrid:

"A la militante de Podemos Rita Mestre

La recuerdo bien. Vd. estuvo en el asalto a la capilla de la Facultad de Psicología, gritando como una energúmena, 'arderéis como en el 36'. Fue detenida por la policía por el delito de asalto. Y Vd. ahora es de los ideólogos del nuevo partido político.

'Arderéis como en el 36'.

Vd. no había nacido en el 36. Yo sí.

Y asistí a lo que habría hecho Vd. 'Arderéis como el 36'.

Mi congregación tenía una casa en Barcelona, en el Coll. La parroquia era la casa de los pobres. Vinieron unos milicianos llenos de odio (como Vd.) mataron a los sacerdotes, incendiaron la iglesia y los pobres se quedaron en la calle.

Unas religiosas regentaban gratuitamente una escuela para los hijos de los obreros. Fueron asesinadas, se cerraron las escuelas. Los niños se quedaron sin escuela. Era el programa de los del 36, que Vd. quiere implantar de nuevo con su Podemos.

Sus compañeros del 36 asesinaron miles de ciudadanos, por ser sacerdotes, religiosos, religiosas, simples cristianos. Sin juicio. ¿Piensa instaurar el terror 'como en 36'? Sus palabras, sus amenazas parecen decir que sí, que no imperará la ley, el respeto, sino el odio 'arderéis como en el 36'. Si ése es su programa y el de su partido ¡Dios nos ampare! Vd. no quiere democracia, solidaridad, respeto de le persona, diálogo, colaboración. Vd. quiere odio, asaltar, quemar. ¿Cree Vd. que su partido, su ideología, su actitud de asaltante, mejorará la sociedad española?

Soy un sacerdote, profesor. He recorrido medio mundo sembrando amor, respeto, alegría. Ahora ya mayor vivo feliz. Mi mensaje: La vida vale lo que vale el amor. Vivo sembrando felicidad, sonriendo, dando paz.

No parece que este mensaje mío, sea el suyo 'arderéis como el 36'.

Piénselo bien militante de Podemos Rita Mestre.

Si no siembra felicidad, amor, respeto ¿cree que tiene sentido su vida?

Con todo respeto

Rafael Carbonell"

Sin embargo, hay cosas en las que sí hay un paralelismo muy estrecho entre lo que cuenta Foxá y lo que está pasando ahora. Y una de éstas es la venta de la integridad de España, que es posible que sea peor ahora que entonces. No me puedo resistir a citar textualmente unas páginas de la novela. Me he saltado algunos párrafos, que indico dónde. para no alargarlo y porque eran rodeos innecesarios, pero cada letra que pongo está en el libro. No he podido evitar, sin embargo, poner en negrita la frase final de la cita:

“Se discutía aquella tarde el Estatuto de Cataluña. Se enajenaba un trozo de España, con sus montañas, sus mares y sus fábricas, en aquella gran tertulia nacional, en aquel ingenioso café de sobremesa.

[…]

-Va a hablar don Manuel. Todos, aduladores o curiosos, entraron en el salón de sesiones.

Marcaba el reloj las siete, sobre el montante de cristal y la cortina granate de la puerta de entrada. A un lado y a otro, los mármoles con orlas de laurel de bronce y los nombres en oro de los grandes parlamentarios fallecidos. Dato, Canalejas y, a continuación, el laurel reciente, el oro nuevo, de los medallones con los nombres de Galán y García Hernández.

Cortinas granates, de un terciopelo cansado, del hemiciclo rojo con sus pasillos en escalón. Los diputados abrían los pupitres. Un periódico sobre el terciopelo. Los ujieres entraban con bandejas con vasos de agua y azucarillos tostados, asturianos, para los oradores. Alborotaban los timbres y las conversaciones. Al fondo, el enorme dosel, agarrado en lo alto por la muela de la coronal mural, cayendo en hondos pliegues detrás de la mesa de la Presidencia, donde Besteiro mostraba su sonrisa de dientes de caballo, entre las pantallas verdes de las mesas de los taquígrafos.

En los nichos polvorientos, a ambos lados del dosel, las estatuas en yeso de los Reyes Católicos, junto a los cuadros de la Jura de un Rey de Castilla y el óleo chillón de las Cortes de Cádiz, que limitaba con su marco de oro una algarabía de manolas y chisperos con redecilla.

Asistía mucha gente a la sesión. Rebosaban las tribunas, agarrándose alguno a las cortinas o a las columnas de hierro, pintadas de blanco, para no caerse. Jolgorio en la tribuna de los ‘chicos de la Prensa’, con los teléfonos en el cuarto de al lado, encasilladas las estrechas cabinas con los nombres de los periódicos ‘ABC’, ‘Ahora’, ‘Liberal’, ‘Libertad’ y ‘El Debate’. Telefoneaban a la Redacción:

-Va a hablar Azaña. ¿Me oyes, García? -¿Habéis recibido ya las cuartillas con el discurso de don Felipe?

[…]

Y levantóse a hablar don Manuel Azaña en la cabecera del banco azul.

[…]

La gente de las tribunas imponía silencio. Se veían desde arriba las calvas y las cabelleras de los diputados de la oposición.

Azaña estaba pálido. Tenía una cara ancha, exangüe, con tres verrugas en el carrillo, y tunos lentes redondos, bajo las cejas alzadas. Vestía de oscuro. Hablaba frío, despectivo, extenso. Construía la frase literariamente salpicándola de cinismo, de ironía, de orgullo, porque quería ‘epatar’, desconcertar, herir. Era árido y de metáforas apagadas. Se veía la carga enorme de rencor y desilusión, que era su motor y su fuerza. Era un lírico del odio, un polemista de la venganza.

[…]

Encendieron las luces, azulencas, sobre las rojas cortinas. Sonaba metálico el discurso, lleno de aristas.

-‘La sal del encono’. –‘Que se pacifiquen ellos’. –‘No creo en el poder judicial’. –‘No me importa la opinión de su señoría.” –“¿Que vamos al
caos? ¿y qué es el caos?’

Comparaba el problema de Cataluña con una fruta que tiene su período de madurez, el período ácido y después se pudre.

Le interrumpían Gil Robles y Miguel Maura.

Contestaba frío, despectivo, atribuyendo al adversario párrafos que no había dicho, esmaltando los períodos de frases estudiadas.

-‘Ladran, luego cabalgamos’.

-‘Las Cortes no son el Sinaí’, ‘La Dictadura es una ofensa permanente al discernimiento’. -y al final la amenaza-: ‘Veremos quién ríe el último’.

Le aplaudía frenética la mayoría. Royo Villanova tomó la palabra. Usaba una franqueza y una fraseología baturra. La Pilarica y el Estatuto. Anécdotas de Pi y Margall y el traspaso de servicio. Aludía burlesco a los almogávares. Era patriota y bien intencionado. Pero sólo le celebraban los dichos agudos.

Así, aquella tarde, sólo unos chascarrillos de tertulia defendieron la integridad de España. Azaña se retiró del salón de sesiones. Iba satisfecho. Había entregado la Castilla desnuda y gloriosa de su niñez (montes violetas de Alcalá de Henares, donde el Arcipreste sembrara avena loca, jardín de boj de los agustinos del Escorial) a los horteras de Barcelona a cambio de unos votos para completar el quórum.

¿No nos trae esto a la cabeza lo que ha pasado en España hace unos años con el Estatuto de Cataluña? En este tema, ¿no es posible que veamos cosas peores? Me temo que sí y, esta vez, creo que, muy probablemente, las veremos. A menos que opongamos, para evitar esta y otras muchas catástrofes que nos pueden sobrevenir –aunque no lleguen al Madrid convertido en checa– la que sabéis considero la única posibilidad real. ¿Hace falta que la diga? No creo, pero creo que ya la sabéis. Pero termino como hacía Catón en todos sus discursos: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”; “También soy de la opinión que Cartago debe ser destruida. Por tanto, digo: Y también soy de la opinión de que sólo el voto al PP puede parar el desastre. A ver si tengo el mismo éxito que Catón. Lo dudo, pero por mí que no quede.

P.D. Si alguno quiere que le envíe en documento pdf la novela de Agustín de Foxá, no tiene más que pedírmela. Me manda un comentario con su mail y, sin publicar el comentario, se lo envío. No considero esto un atentado contra la propiedad intelectual porque el ostracismo a que ha sido sometida por el pensamiento imperante hace que, hasta donde yo sé, esté descatalogada en todas las editoriales. ¡Eso sí que es atentado contra la propiedad intelectual!




[1] Dictadura que, hay que decirlo, fue aplaudida por prácticamente todos los partidos, sin excluir a la izquierda. De hecho, el PSOE fue el único partido que siguió siendo legal al instaurarse esta dictadura que, en seguida, recibió el nombre de “dictablanda”. Durante la misma se hicieron muchas cosas que supusieron un notable progreso económico para España.

20 de enero de 2016

Frases 20-I-2016

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Y ahora, otra cosa sobre los deseos. Un deseo puede llevar a falsas creencias, te lo concedo... Pero ¿qué sugiere la existencia del deseo? Una vez me impresionó una frase de Arnold: “Tener hambre no prueba que tengamos pan”. Pero lo que es seguro, aunque no prueba que un hombre concreto no tenga “comida”, sí prueba que existe la comida. P. ej. si fuéramos una especie que no comiera normalmente, que no estuviera diseñada para comer, ¿sentiríamos hambre? Dices que el mundo del materialismo es “feo”. Me pregunto cómo has descubierto eso. Si tú realmente eres fruto de un mundo materialista, ¿cómo es que no te encuentras a gusto en él? ¿Se quejan los peces del mar por estar mojados? Y si lo hicieren, ¿no sugeriría fuertemente este mismo hecho que no hubieran sido siempre criaturas acuáticas? Date cuenta de cómo continuamente nos sorprendemos del paso del Tiempo. (“¡Cómo vuela el tiempo! ¡Parece mentira que fulanito ya sea tan mayor y se case! ¡Casi no puedo creerlo!”). En nombre del cielo, ¿por qué? A menos que, en realidad, haya algo en nosotros que no sea temporal...


C. S. Lewis en una carta a Sheldon Vanauken.

17 de enero de 2016

El falso juego suma 0 y la justicia generativa

Es evidente que el marxismo ha fracasado estrepitosamente en la vida real. Pero sigue ganando muchas batallas en el campo ideológico. Y tal vez estas batallas le acaben permitiendo ganar la guerra. Entre sus éxitos en este campo figura haber metido en la cabeza de casi todo el mundo la falsa y tramposa idea que la economía es un juego suma 0, en el que, para que uno gane más, otro tiene que ganar menos. Si se acepta acríticamente semejante estupidez entramos en la dialéctica de ricos contra pobres y de la lucha de clases –que es hacia donde quiere arrastrarnos el marxismo– o, con visión más tibia, en la mirada sospechosa hacia la empresa y el beneficio. En este juego ha entrado, sin darse cuenta, mucha gente de buena voluntad. Entre estos últimos pueden verse, en extraño contubernio, muchos católicos y muchos de los votantes moderados de izquierdas. Sin embargo, si hay algo que se percibe inmediatamente en cuanto se mira el desarrollo económico del mundo sin los anteojos de los prejuicios o sin afán de manipular a la gente, es que ver la economía como juego suma 0 es una de las mayores falsedades que se pueden decir sobre la historia. La riqueza ha ido en aumento siempre a lo largo de la historia pero, de forma exponencial, desde la revolución industrial. Y no sólo la riqueza ha ido en aumento, sino que, diga lo que diga la propaganda manipuladora izquierdista, su reparto ha sido cada vez más equitativo, dando lugar a una inmensa clase media inexistente en la historia de la humanidad anterior al siglo XIX.

Supongo, porque él sí tenía un sólido pensamiento riguroso, que cuando Tomás de Aquino clasificó los distintos tipos de justicia en distributiva, conmutativa, etc., no suponía que la justicia distributiva implicase el juego suma cero de una riqueza fija a repartir. Ciertamente, si lo veía así, podría disculpársele porque el crecimiento exponencial de la riqueza no era evidente en el siglo XIII. Pero si él no lo veía así, lo cierto es que, hoy en día, cuando mucha gente piensa en ese tipo de justicia, se le viene a la cabeza, casi de forma refleja, el juego suma 0. Por eso creo que esto que escribo no es algo ocioso o inútil.

Se me ha ocurrido acuñar una etiqueta nueva para la justicia –y digo etiqueta porque estoy seguro de que, si se piensa adecuadamente, es una parte de la distributiva–: la justicia generativa. Es la justicia que nos debe impulsar a generar riqueza. Cada uno la que pueda y de la forma que pueda. Con trabajo, o con inversión. Como empleado o como empresario o como padre o madre de familia (la familia es, por supuesto, riqueza). Es la justicia de la parábola de los talentos o de “el que no trabaje que no coma” de san Pablo o del “ora et labora” de san Benito. Y conviene recordar que la justicia no es una opción sino una obligación. Es decir, todos estamos obligados a practicar la justicia, todo tipo de justicia y, desde luego, también esta justicia generativa. Estamos obligados a generar la riqueza que podamos con los medios y los talentos a nuestro alcance. Y, según esta justicia la remuneración de cada persona tiene que tener relación con la riqueza que genere. No hacerlo así iría, precisamente, contra la justicia distributiva correctamente definida. Por supuesto, esta obligación, como cualquier otra obligación, no alcanza a quienes, por razones reales, están imposibilitados para ello. Digo esto para que nadie pueda pensar que esta justicia, bien entendida, pueda llevar a lo que el Papa Francisco llama la “cultura del descarte”.

Esta justicia ampara y, por supuesto, da derechos, a los que han aportado toda su vida a la generación de riqueza o a los que por desajustes de la economía se ven privados de generar riqueza temporalmente por no tener trabajo o a los que se están preparando a conciencia para ser capaces de generarla en el futuro. No ampara, en cambio, ni concede derechos, a los que se aprovechan de la situación para vivir del cuento o para no dedicarse a conciencia a prepararse para generarla. Me refiero a los parados profesionales y a los estudiantes vagos.

La aplicación de esta justicia no lleva, ni mucho menos, a la lucha de clases, sino al desarrollo y el progreso. De acuerdo con ella, es justo que el presidente de una empresa gane mucho más, si genera riqueza, que un empleado burocrático de 35 horas semanales. Y, ¿quién determina cuánto más? Por supuesto, la justicia conmutativa expresada por los mercados libres y transparentes.

Por eso los ideólogos marxistas odian esta justicia generativa. Porque si la gente tuviera claro que está obligada a ella, no habría lucha de clases, habría desarrollo y ellos tendrían 0 probabilidades de tener el más mínimo éxito. Por eso se esfuerzan en desarrollar en la gente una mentalidad demagógica y reivindicativa con derechos y sin deberes. Aparece entonces, fomentada por estos ideólogos, una corte clientelista de perroflautas que exigen lo que jamás han ganado ni intentado ganar, de gente que vive de la subvención y del subsidio y se cree investida de un derecho divino para ello, de estudiantes que no estudian y que están convencidos de que tienen derecho a una beca vitalicia con independencia de sus resultados académicos, etc. Y todos ellos votarán a quien crea que quiere mantener esos supuestos derechos. Por supuesto, esta voluntad de mantener a la corte clientelista está condenada al fracaso, porque esa demagogia dura lo que dura la hucha que han llenado con su esfuerzo los que practican la justicia generativa. Pero cuando llegue ese fracaso, no se echará la culpa a quienes han creado ese estado de cosas, sino a quienes, cargados de sentido común, se plantan porque se dan cuenta de que más allá está el abismo. Ya se encargará de culpabilizarlos la propaganda, cuidadosamente aireada por los tontos útiles. Y, claro, la voluntad de los creadores de este estado de cosas es que los que se planten sean arrollados y que todo caiga en el abismo. Porque sólo desde él podrán desarrollar ese supuesto “paraíso” que la gente que practica la justicia generativa obstruye, según ellos.

Desde luego, el hecho de que ese crecimiento exponencial de la riqueza se haya producido y se produzca, no hace, ni mucho menos, innecesaria la liberalidad distributiva. Y digo liberalidad porque la justicia es dar a cada uno lo suyo y lo que voy a exponer ahora como liberalidad distributiva no supone dar a cada uno lo suyo, sino que supone que una parte de la sociedad más favorecida dé, libre y gratuitamente y sin tener obligación de ello, a otra parte menos favorecida, algo de lo que legítimamente le corresponde. Es decir, esta liberalidad es una virtud, no una obligación. Esto es lo que ha dado en llamarse la “redistribución de la riqueza”. Pero es importante volver a señalarlo: esta “redistribución” no es justicia, es la virtud de la liberalidad. Y creo que esa virtud es muy buena, entre otras cosas, aunque no la más importante, porque una sociedad con menos diferencias suele ser una sociedad que funciona mejor. Lo que ocurre es que la palanca de mando de hasta dónde los más favorecidos quieren contribuir a esa redistribución ha sido tomada por el Estado que, incluso si es democrático, no tiene derecho a promulgar leyes que obliguen a los más favorecidos a dar algo que en justicia no les corresponde, ni siquiera mediante una ley aprobada mayoritariamente. Porque ninguna ley, por muy mayoritaria que sea, puede obligar a alguien a dar aquello que va más allá de lo que corresponde en justicia. Por tanto, esta “redistribución” debería hacerse libremente, por los que quieran gratuitamente hacerlo y éstos deberían poder aplicarlo a aquello que estimen oportuno. Otra cosa es que un código moral como el cristiano –aunque no sólo el cristiano–, que exige que se vaya más allá de la justicia, hasta el don, pueda obligar en conciencia a quien se adhiera a él. Pero eso va más allá de cualquier ley humana positiva. Porque una ley que quiera hacer obligatoria la virtud de la liberalidad es antinatural y, además, la mata. Efectivamente, la virtud es el hábito del bien adquirido por libre repetición. Por tanto, un Estado hipertrófico que, sobre sus propios pesados gastos de sostenimiento, quiera imponer a sus ciudadanos la obligación de la “redistribución” acaba con la virtud de la liberalidad y, probablemente, también con la justicia generativa.

Alguien podría pensar que si se deja a la libre buena voluntad de las personas la “redistribución de la renta” ésta no tendría lugar. Creo que quien así piensa se equivoca. Aún ahora, con unos impuestos progresivos bastante asfixiantes que en gran medida se van para mantener un Estado sobredimensionado, hay millones de personas que donan cantidades importantes de dinero, amén de su tiempo y esfuerzo, para ayudar a gente más necesitada. Si el Estado fuese un estado esbelto y no requiriese, por tanto, sangrar tanto a los ciudadanos y, además, los más favorecidos no se viesen sometidos a tasas de progresividad excesivas, me caben pocas dudas de que la cantidad que se aportase para la “redistribución” voluntaria, a través de organizaciones de la sociedad civil, serían enormes y, además, se emplearían mejor de cómo se hace ahora. El pasado 2 de Enero, leí en el diario El Mundo una entrevista al Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, el que se ocupa de que no haya un pobre que no tenga donde hacer una comida digna y, por cierto, el que ha hecho posible la comida de pobres de Carmena en el Ayuntamiento de Madrid, extremo éste del que apenas se ha hablado. Entresaco alguna de sus respuestas:

Ante la pregunta: “¿Quién financia este imperio de Dios?”, responde: “Los hombres. Hace muchos años llevé a cenar a un hotel a 40 portugueses de los que hacían las carreteras en Asturias, gente despreciada y pobre. No llevaba ni una peseta. Le pregunté al dueño del hotel cómo le podríamos pagar y me dijo: ‘está pagado’. Esos son los que me financian a mí”. Insistencia en la pregunta: “¿De dónde viene el dinero de Mensajeros de la Paz?” responde otra vez: “De convenios con las administraciones y de la gente. […], una empresa de farmacéuticos nos dio un millón de euros y hoy damos de comer cada día a 12.000 [refugiados] en la frontera de Siria”.

Una buena muestra de cómo la estrategia propagandística ha convertido a muchos periodistas en tontos útiles es el título sensacionalista de esta entrevista: “Si los ricos no comparten, que tengan cuidado”. Al leer este titular, que es lo máximo que a menudo la gente lee, uno piensa inmediatamente en la insolidaridad y egoísmo de los ricos a los que el P. Ángel amenaza. Nada más lejos del contexto. La pregunta que da lugar a esta frase dice: “¿Por qué alguien dedicado a los pobres se lleva tan bien con los ricos?”. Aparte de lo dicho anteriormente, la respuesta del P. Ángel es: “Yo soy un simple intermediario. Aunque sea incómodo, a los ricos hay que decirles que hay que compartir. Que si no comparten tengan cuidado, no sea que lo pierdan todo o se lo quiten. […]”. Es evidente que el titular describe de una forma muy tendenciosa y falaz el contexto de la entrevista. Primero, la Iglesia lleva veinte siglos diciendo que hay que compartir. Segundo, dudo mucho que la razón para compartir del dueño del hotel o de la farmacéutica o de todos los que financian al P. Ángel sea el miedo a que se lo quiten. Creo que es más bien el humanitarismo. Pero, ¿qué periodista se resiste a un titular del gusto de la propaganda izquierdista? Pocos. Lo que abundan son los inconscientes tontos útiles. Pongo el link a la entrevista entera por si alguien está interesado en ir a las fuentes.


Este principio está magistralmente recogido en una de las frases más acertadas de la Doctrina Social de la Iglesia, escrita por Pío XI en la encíclica “Quadragessimo anno” (1931), que dice así:

[…] tanto la Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con un lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad. Ahora bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum. Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos.

¿Se puede hablar más claro de la virtud de la liberalidad y de la justicia generativa? Es más, esta cita afirma, si no la leo mal, que cuando la justicia generativa alcanza un cierto grado es, ya de por sí, virtud de liberalidad. Pero no tienen por qué existir límites a la virtud más allá de los que cada uno se quiera imponer. Y, sin embargo, como he dicho antes, una parte de los católicos mira con sospecha al empresario y al beneficio. Sospecha que se detecta hasta en la liturgia. El 1º del año, fui a Misa en un pueblo turístico y marítimo en donde he pasado el fin de año. En la oración de los fieles se pidió –y me parece bien– por los trabajadores del campo, del mar, de las fábricas y de la hostelería. Yo esperaba que también se pidiese por los empresarios en esos cuatro sectores económicos. Pues esperé en vano. Tiré de mi memoria e intenté recordar si alguna vez había oído una oración por los empresarios. Hasta donde llega mi recuerdo, nunca he oído semejante oración en Misa. He oído rezar por los políticos, por los gobernantes, etc., pero por los empresarios… nunca. Y me parece un error porque, parafraseando a Wiston Churchill, los empresarios no son ni el lobo al que hay que matar ni la vaca a la que hay que ordeñar, sino el caballo percherón que tira del carro. Y creo que es bueno rezar por el caballo percherón.

Sin embargo, los programas de todos los partidos de izquierdas llevan hasta niveles excesivos –siempre lo son, puesto que no son de justicia– la obligatoriedad de la redistribución. Impuestos cada vez mayores a los llamados “ricos” para dar a los llamados “pobres” cosas como una renta mínima (el salario mínimo pagado por las empresas ya no les basta, ahora se quiere que el Estado dé una renta mínima). Es habitual que cuando le preguntan a un político de dónde va a sacar dinero para financiar determinada política buenista diga, literalmente: “De subir los impuestos a los ricos”. Pero estos políticos parecen ignorar que cuando estas injusticias –pues obligar a alguien a hacer lo que no tiene obligación de hacer es injusticia–, disfrazadas de buenismo, superan un cierto límite, lo que crean es pobreza.

Acabo con dos frases:

 “Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a alguien si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso, mi querido amigo, es el fin de cualquier nación. No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola”.

“El subsidio genera dependencia. La dependencia genera resentimiento. El resentimiento genera odio. Y el odio genera violencia”.


Claro que ya sabéis que sé –porque doy mucho la brasa con ello– que la izquierda radical tiene una estrategia que lo que quiere es el fin de las naciones que generan riqueza a base de fomentar la dependencia, el resentimiento, el odio y la violencia. Y también sabéis que creo que lo consiguen ayudados por los que, engañados por su propaganda, se convierten, en sus propios términos, en “tontos útiles” o “compañeros de viaje”. ¿Te seduce estar en una de esas dos categorías? Pues espabila.

10 de enero de 2016

¡Usemos la palabra!

El viernes por la noche me dolió especialmente España. Me entró un ataque de nostalgia por esta vieja piel de toro que se de las que unos tiran para desgarrarla y otros la agujerean como si fuesen polillas y ambos, en siniestra unión se unen para destruirla. Por la magia evocadora de la música se me vinieron a la cabeza dos canciones. Por el milagro de internet, las busqué en youtube y las encontré. Pego aquí sus links:



Por esa misma magia, se me revolvió algo muy dentro de mí y se me saltaron las lágrimas por España en una mezcla de rabia, dolor e impotencia.

De la música pasé a la poesía y encontré cuatro poemas. Los tres primeros son de Blas de Otero, Gabriel Celaya y Pablo Neruda. La cuarta es una poesía que leí hace poco no sé dónde y guardé en mi archivo para releerlo de cuando en cuando.


Blas de Otero

EN EL PRINCIPIO
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.


Gabriel Celaya

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO (Extracto).
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

[…]

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

[…]

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
[…]
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.


Pablo Neruda

ESPAÑA EN EL CORAZÓN: INVOCACIÓN
Para empezar, para sobre la rosa 
pura y partida, para sobre el origen 
del cielo y aire y tierra, la voluntad de un canto 
con explosiones, el deseo
de un canto inmenso, de un metal que recoja 
guerra y desnuda sangre.
                   España, cristal de copa, no diadema,
sí machacada piedra, combatida ternura 
de trigo, cuero y animal ardiendo.
Mañana, hoy, por tus pasos 
un silencio, un asombro de esperanzas 
como un aire mayor: una luz, una luna, 
luna gastada, luna de mano en mano, 
de campana en campana!
                   Madre natal, puño
de avena endurecida, 
                   planeta 
seco y sangriento de los héroes!

Parece mentira, tres poetas comunistas cantando a España. Y uno de ellos chileno. Podría un tal Pablo Iglesias tomar nota de ello.

La poesía de autor desconocido

¿Qué se ha hecho de ti, España,
quién nos ha engañado,
dónde están tus héroes,
dónde tus aceros?

Debían ser tu luz
pero no existen.

No te reconozco en esta masa
de corderos que siguen, engañados,
a falsos pastores
a mentida majada.

Sólo un pesebre queda
para comprar tu silencio.

Tu juventud, desencantada,
se emborracha en noches
de copas vacías de sentido,
tan sólo protestando.

Debía ser tu savia
y es tu llanto.

Tu vejez, que debía ser
sabia en sus canas
se deja burlar en una
larga cambiada mentirosa.

Debía ser vigía
y se ha dormido.

Tu madurez, que debía ser
tu fuerza y tu pujanza
no quiere asumir su papel,
se ha vuelto niña ñoña.

Debía arrastrar
y tan solo se deja.

Pocas voces te quedan
pobre España.
Pocas y pequeñas.
Nadie ya oye su susurro.

Sólo se oyen grillos luneros,
sólo huecos tenores.

Silencio…

Si quieres, si me dejas
aquí está mi palabra.
Es pobre y habla bajo.
Pero es mía y es tuya.

Tómala y úsala.
Tal vez te sirva.

Ayer, sábado, se consumó un paso más en esa destrucción de España. En una crónica de una muerte anunciada, Junts pel Sí y la CUP, dos de los agentes destructores de rasgamiento y polilla, llegaron a un acuerdo tan previsible como miserable. Les une más su odio a España que cualquier cosa que pueda separarlo. Su duelo a muerte se producirá cuando hayan logrado su objetivo común. Pero ayer también entendí que lo que tuve dos días antes fue una premonición y un envío.

Por eso juro que seguiré usando mi palabra. Aunque parezca inútil, no rendiré mi lengua. El otro día leí un pequeño cuanto de un diminuto colibrí. Descía que en un bosque se desató un incendio devastador. Todos los animales huían despavoridos ante el fuego imparable. Todos menos un pequeño colibrí. Se dedicaba a volar, con la mayor rapidez que podía a un lago cercano, tomaba un poco de agua en su pequeño buche y, de vuelta al frente del incendio, regurgitaba unas pocas gotas en el fuego. Un sabihondo búho que lo vio le dijo con desprecio: “Qué labor más inútil. ¿De qué sirve estúpido esfuerzo?”. El colibrí siguió volando haciendo caso omiso al sabio búho. Cuando pasó junto a él con la boca vacía, camino otra vez de lago, le dijo, sin dignarse a parar o a mirarle: “Por lo menos yo hago mi parte”. Pues eso. Yo haré mi parte y, ojalá desde otros ámbitos haya quien haga la suya. Me da igual si su voz es soez o chistosa o intelectual o poética o musical. Los disolventes de España no callan. Saben aquello de que una mentira repetida miles de veces de miles de maneras, acaba siendo aceptada como verdad. Y lo llevan haciendo desde hace muchos años proclamándose las “fuerzas del progreso y de la cultura”. ¡Hay que joderse! Y lo hacen ante la pasividad de los que amamos a España y a la verdadera cultura de Occidente y no queremos “progresar” hacia el abismo. Porque somos vergonzantes con nosotros mismos. ¡Ya está bien de silencio! ¡Usemos la palabra! Yo haré mi parte.


Una última palabra por hoy. Mi palabra es minúscula, pero la Palabra es inmensa y poderosa. Y la minúscula encontrará su fuerza, su grandeza y su esperanza en la grandiosa y poderosa. Porque nos ha sido dicho que la fuerza del infierno no prevalecerá. Amén.

8 de enero de 2016

Una visión anti Histórica de la historia

No creo que exista la Historia con mayúsculas. Creo en la historia, con minúsculas. Pero, ¿qué diferencia hay entre la Historia y la historia? Inmensa. Los que creen en la Historia están convencidos de que ésta tiene una meta predefinida, un punto final al que tiende y al que llegará lineal e ineludiblemente, hagan lo que hagan los pobres seres humanos que viven en ella. Los que sólo vemos la historia –con minúscula– creemos que es la libertad de cada ser humano y, claro, la del conjunto de ellos, la que va trazando una senda para el devenir humano. Creo que es conveniente aclarar el devenir histórico –y perdón por el bucle, que es intencionado– que ha dado a luz los dos conceptos de Historia e historia.

Los griegos creían en una historia circular, cíclica, en bucle cerrado. Quizá el representante más explícito de este pensamiento sea Polibio, historiador griego del siglo II a. de C. Es conocido su ciclo repetitivo: De monarquía –entendida como gobierno de una sola persona, la mejor– a tiranía –degeneración de la monarquía–. De tiranía a aristocracia –entendida como el gobierno de unos pocos, los mejores– a oligarquía –degeneración de la aristocracia–. De oligarquía a democracia –entendida como gobierno del pueblo representado por los mejores– a la oclocracia –degeneración de la democracia y, etimológicamente, gobierno de los peores– para acabar volviendo a la monarquía en un ciclo sin fin. Me voy a resistir a profundizar en esta idea. Ya lo hice en una cosa que escribí hace años con el título de “Ideas de Polibio”.

Por el contrario, la cosmovisión judeocristiana establece una historia abierta, que tiene su principio en un Dios creador del cosmos y del hombre y que tendrá su final también en la vuelta del cosmos y del hombre a Él para no repetirse nunca más. Pero eso no significa que sea un concepto determinista de la historia. Al contrario, el principal atributo que ese Dios ha dado al hombre es la libertad. Libertad que respeta de forma absoluta hasta el punto de haber renunciado a ejercer su poder sobre esa libertad, aunque el hombre la use de forma que, demasiado a menudo, tenga consecuencias desastrosas. Dios ha renunciado a ser un dictador, ni siquiera del bien, dejando la historia, con minúscula, en manos de la libertad del ser humano, aunque sin abandonarlo. Estando a su lado encarnándose –según creemos los cristianos– y auxiliándolo con los sacramentos. Como hoy me siento necesitado de poesía, no puedo dejar de citar un poema de Conrad Ferdinand Meyer, poeta suizo del siglo XIX titulado “El canto de la mar” para ilustrar esa libertad que Dios nos ha dado.

Nubes, hijas mías, ¿queréis partir de viaje?
¡Feliz camino hasta que nos volvamos a ver!
A vosotras, que amáis el cambio
no puedo reteneros en el regazo materno.

Os aburrís por encima de mis olas,
os llama la lejana tierra:
¡costas, acantilados, las luces de los faros!
¡Id, hijas mías, partid a la aventura!

¡Navegad, orgullosas marineras de los aires,
buscad las cimas! ¡Dormid sobre los riscos!
¡Mugid, tempestades! ¡Relampaguead! ¡Librad batallas,
vestíos el uniforme púrpura de los ardientes combates!

¡Explotad en tormentas! ¡Murmurad en manantiales!
¡Llenad las fuentes! ¡Centellead en los arroyos!
Precipitaos en los ríos devorando tierras.
Y volved, hijas mías, volved por fin a mí.

Sin embargo, a partir de Hegel –aunque las huellas de este pensamiento se pueden encontrar antes– empieza a gestarse la idea de una historia, con inicio y final, pero que tiende ineludiblemente, y por un camino en el que la libertad del hombre es irrelevante, hacia una Idea inmanente. El hombre, con su libertad puede hacer dos cosas, oponerse a esa Idea y ser aplastado por ella o unirse al progreso de la misma –¡maldito progresismo!– y colaborar con ella acelerando su supuesto ineludible curso. El hombre queda entonces reducido a un títere que poco o nada puede aportar al rumbo de esa Historia –con mayúscula– sino todo lo más acelerarla o retrasarla. Por supuesto, eso da lugar a una moral que dicta que los que la aceleran no sólo pueden, sino que deben, apartar –incluso masacrar–, como sea, a los que se oponen a su marcha inexorable, entorpeciéndola. Por supuesto, los progresistas gozan, en esa terrible moral, de una superioridad ética que les permite estar por encima del bien y del mal, según los considera la “mezquina” moral de los que se oponen a la Historia.

Esa Idea puede tomar diversas formas. En el siglo XX se presentó bajo dos aspectos: La raza para el nazismo o el paraíso socialista de la sociedad proletaria para el comunismo. Las dos han tenido para la humanidad las terribles consecuencias de la aplicación de su idea moral. Pero, mientras una de ellas, la Idea nazi de la raza, es hoy, salvo para algunas minorías excluidas, considerada como abominable, la otra, la de la sociedad proletaria sin clases, sigue muy viva, aunque esté en una etapa de latencia. Y hay una importante razón que explica la distinta suerte de una y otra. Mientras la primera no podía ocultar lo horrible de su Idea bajo ningún disfraz buenista, la segunda sí que podía hacerlo. Efectivamente, no es fácil disfrazar de buenismo una Idea que necesariamente tiene que pasar por el exterminio de las razas “inferiores” que puedan entorpecer el designio de la superior (a pesar de ello, sigue sorprendiéndome el prestigio pseudo intelectual del que sigue gozando Nietzsche, defensor a ultranza de la moral de la superioridad del superhombre sobre los débiles y corrompidos seres de razas inferiores. Así que, ¡cuidado!, que las cenizas no están todavía extintas del todo). Sin embargo, la segunda Idea, la del paraíso proletario sin clases, admite un disfraz camaleónico que mimetiza con bastante eficacia su atrocidad con ideas adulteradas de justicia e igualdad. Y, presentada bajo ese disfraz que, como camaleónico que es, puede tomar muy diferentes colores, esa Idea es capaz, no sólo de sobrevivir, sino de engañar a muchos millones de personas durante mucho tiempo.

Durante más de setenta años, desde 1917 hasta 1989, esta visión histórica, encarnada en la URSS, engañó a media humanidad con un espejismo económico propagandístico de progresismo salvador, velado por un muro de terror. Los que estaban dentro de ese muro fueron, poco a poco y a costa de sus vidas, tomando conciencia de su brutalidad y revelándose, hasta que hicieron colapsar la Idea. Pero es patético ver cómo los que estaban fuera, en una izquierda “progresista” fueron estúpidamente engañados por la propaganda de unas falsas justicia e igualdad buenistas y coreaban, cual grillos que cantan a la luna, las consignas comunistas. Las minorías que, desde dentro del muro, impusieron esta Idea a sangre y fuego lo único que lamentan es no haber sido lo suficientemente fuertes para haber reprimido todavía más cruelmente los movimientos que interrumpieron el camino hacia su “paraíso”. Pero sus herederos ideológicos internos y externos están a la espera y siempre encontrarán una clack de incautos que les secunden sin darse cuenta.

Mientras tanto, China ensaya otro disfraz. Sin renunciar un ápice a su ideología comunista, usa la fuerza de su Estado para atraer a empresas occidentales a su territorio y, a la vez, irrumpir en los mercados mundiales con productos que compiten apoyados en la miseria de los chinos y un intervencionismo sin precedentes para manipular su moneda y, mediante estos dos sistemas lograr precios con los que no se puede competir, mientras en Europa castigamos cualquier ayuda de estado que permita competir con ventaja a las empresas de un Estado. De esta manera consiguen hacerse con una enorme cantidad de reservas de divisas y con inversiones directas en las más importantes empresas occidentales. Un día nos daremos cuenta de que estamos en el centro de su puño apretándose sobre nosotros.

Sea como fuere, tras el estrepitoso fracaso económico de esa Idea comunista, ésta, lejos de morir, se ha reencarnado. Sigue latente en millones de personas, pero sus trucos de camaleón han variado y sigue engañando, igual de patética y estúpidamente, a millones de seres humanos que están fuera de su órbita. Y sigue destrozando la vida de millones de personas que están dentro de esa órbita. Ahora se llaman cubanos, venezolanos y argentinos. En estos países ya se está produciendo el reflujo. Pero en algunos países de Occidente, entre los que figura, por desgracia, España, estamos coqueteando con la idea de emprender viaje hacia allí.

El artífice de ese nuevo disfraz engañabobos se llama Antonio Gramsci. Su pensamiento se resume en: “no intentemos competir. Jamás podremos ganar compitiendo. La estrategia debe ser engañar y disolver, para acabar destruyendo el sistema occidental. Sólo sobre las cenizas de éste podremos construir nuestro paraíso. Usemos todos los valores de esa sociedad, tergiversándolos, adulterándolos, volviéndolos sutilmente contra ellos mismos para acabar destruyéndolos. Empecemos por el enemigo número uno, la Iglesia católica, auténtica garante de esos valores. Después, hagamos que jueces, maestros, periodistas y otros estamentos sociales influyentes, colaboren con esta destrucción sin ni siquiera sospechar que los estamos utilizando. Destruyamos sus defensas inmunitarias y podremos infectarles sin que ni siquiera se den cuenta de ello. Creemos en ellos una mirada sesgada usando esos estamentos subconscientemente conquistados. Que sólo sepan ver sus defectos y nada de sus fortalezas. Acusémosles sutilmente hasta que ellos mismos se autoflagelen, que se sientan culpables hasta la parálisis o hasta que su malestar haga parecer buenos a los de nuestra quinta columna. Y hagámoslo de forma que el que se de cuenta sea tachado de antisocial y/o paranoico y/o idiota y/o falto de imaginación para buscar soluciones “creativas” inexistentes. Que se tiren piedras contra su propio tejado hasta quedarse a la intemperie. Entonces entraremos nosotros”. Bonito programa que, hay que reconocer, los nostálgicos de ese paraíso fracasado están ejecutando con una perfección y una astucia demoníacas ante la complacida mirada de millones de tontos útiles (es el nombre que ellos les dan, no lo he inventado yo. Pero más sangrante, en el sentido literal, es el otro nombre que les dan: “compañeros de viaje”. Porque saben que, cuando se llegue a la estación término, esos compañeros de viaje, hasta entonces necesarios, serán debidamente eliminados. Y si alguien cree que exagero, que estudie un poco de historia. Así es que, ¡cuidadito con quien nos sentamos en el viaje!).

Una pieza fundamental de esta estrategia es la llamada socialdemocracia. Su rol en la estrategia gramsciana puede resumirse así: “La mejor manera de crear descontento e indignación es prometer cosas que son en sí buenas y deseables, pero que no son posibles todavía. Y, no sólo prometamos sino pongamos además la miel en los labios de la gente. Acostumbrémosles, usando su dinero, a cosas que no son sostenibles, que ellos no podrían pagarse pero que, con el espejismo del Estado, podamos ponerlo a su alcance durante un cierto tiempo. El suficiente para que se acostumbren a ello y lo consideren un derecho inalienable. Hagámoslo, no sólo para una minoría a la que por razones de humanidad hay, ciertamente, que evitar que se mueran sin ser atendidos sanitariamente o que no puedan acceder a la educación o que se encuentren en situación transitoria de desempleo. Eso sería sostenible y no crearía indignación. Hagámoslo de forma insostenible. Metamos en el colectivo no solo a las pequeñas minorías marginadas, sino a todos. Creemos un mercado de trabajo que cree paro crónico para que el desempleo también lo sea y se convierta por tanto en insostenible. Lo demás vendrá rodado cuando un ‘antisocial’ y ‘falto de imaginación’ diga que eso no puede pagarse y apele a una sana austeridad. Ya se ocupará la gente estúpidamente buenista de apedrearle. Para cuando se den cuenta de su error, si algún día se dan, ya será tarde. Se habrá atravesado la línea de no retorno y estaremos caminando hacia el ‘paraíso’”. Margaret Thatcher se dio cuenta a tiempo y salvó al Reino Unido. Naturalmente fue insultada, calumniada y vilipendiada. Con una lucidez tremenda dijo: “El socialismo dura lo que dura el dinero de otros”. Pero creo que le faltó un punto de perspicacia porque cuando logra que realmente se acabe el dinero de otros, suena la trompeta de la extrema izquierda agazapada. Ella salvó al Reino Unido justo antes de que sonase esa trompeta. Pero faltó el canto de un duro para que sonase. Por eso no se lo perdonan. Algo similar pasó con Ronald Reagan en EEUU aunque las cosas no allí no habían llegado tan lejos como en el RU, a pesar de los esfuerzos del cacahuetero.

Evidentemente, la inmensa mayoría de los socialdemócratas no sospechan, ni de lejos, que estén haciendo el caldo gordo a los comunistas radicales. Pero siempre ha sido así en la historia y ahora no estamos en una excepción. Siempre que han convivido, la izquierda radical ha devorado a la izquierda moderada como Saturno a sus hijos. Entre los que juegan de buena fe a la socialdemocracia sin sospechar el papel que juegan están, creo, personajes como Felipe González y otros representantes del PSOE que éste ha representado. Sin embargo, dentro éste, siempre ha habido infiltrados de extrema izquierda. ¿Alguien se cree que la rocambolesca llegada de Zapatero a la Secretaría General del PSOE fue una casualidad o un error de cálculo de los barones? Quien se lo crea peca de una ingenuidad llamativa. Alguien se aprovechó de un intento estúpido de estos por hacerle la cama a Bono para que no llegase a la Secretaría General. Y alguien muy listo. Lo suficiente para pensar que había llegado la oportunidad de iniciar un capítulo más de la estrategia gramsciana. Tal vez no fuese el propio Zapatero. Tal vez Zapatero fuese sólo el peón de brega que ejecuta encantado lo que otro ha pensado. Pero el estratega en la sombra sabía lo que hacía. Y así, el periodo de latencia está llegando a su fin y empieza el florecimiento de las flores del mal y de la destrucción económica y moral. Si no se remedia, podemos asistir a un pacto de Izquierdas en el que el PSOE será devorado por Podemos. Lo terrible es que el propio Pablo Iglesias lo ha avisado en un artículo que escribió hace unos meses para la revista inglesa “New left review”. Pero ya se sabe que quien no escucha porque no quiere oír…

Veamos algunos ejemplos recientes en España de la escenificación de la estrategia gramsciana: Consigna: “¡Basta ya de hablar de economía! ¡La economía no importa!” Respuesta Inducida: “No importa naaada. Hablemos de otra cosa”. C.: “La recuperación es falsa porque se basa en empleo temporal que es indigno”. R. I.: “Sííí, es indigno e injuuusto. Mejor no trabajar que trabajar asííí”. C.: “Están acabando con el Estado del Bienestar para favorecer a los ricos contra los pobres”. R. I.: “Sííí, que desalmaaados sooon”. C.: “Están privatizando la sanidad haciendo que la gestión de los hospitales públicos la lleven perversas empresas privadas. Porque se trata de gastar más, no de ser eficiente en el gasto”. R. I.: “Sííí. Qué maaalas son las empreeesas y que horriiible intentar racionalizar el gaaasto. Hay que gastar mááás para conseguir lo miiismo”. C.: “Hay que tener imaginación política para dar respuestas políticas al secesionismo”. R. I.: “Sííí. ¡qué faaalta de imaginacióóón, que idiooocia, más de lo miiismo! ¡Eureeeka! Ya estááá: Federalismo asimééétrico”. C.: “No se os ocurra hablar de la ruina que dejó Zapatero. Es de mal gusto y, además, es mirar al pasado y no indica nada del futuro”. R. I.: “Nooo, no hablaremos de eso, seremos bueeenos”. C.: “Acusar de corrupción es algo que sólo puede hacer la izquierda”. R. I.: “Claaaro, cuando el PP acusa es y tú mááás y eso no vaaale”. Esto se llama síndrome de Estocolmo. Podría seguir poniendo ejemplos de romanzas tenores huecos y coros de grillos que cantan a la luna. Y perdón si utilizo una grafía que pretende imitar onomatopéyicamente los balidos de los corderos. Pero es que, como decía el poeta: “Desdeño las romanzas de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la luna”. Pero parece que hay muchos que no lo hacen. Un periodista que defendiese abiertamente al PP estaría muerto mediáticamente. Algunos jueces dictan sentencias contra la aplicación de la reforma laboral o declaran ilegal la gestión privada de hospitales públicos creyéndose guardianes de un buenismo que tienen que defender, en vez de aplicar la ley, etc.

¿Alguien me considera paranoico? No me importa. Si alguien lo cree así que sepa que lo que digo no nace de elucubraciones o comidas de coco paranoides. No. Nace de que así me fue dicho y se me intentó aleccionar, en una especie revelación iniciática, en mi época, ya lejana pero nunca olvidada, en la que milité en las filas de la izquierda radical. Fue precisamente el conocer este “secreto iniciático” lo que hizo que yo, que actuaba de buena fe, creyendo que estaba en las filas de los que querían el bien para los más necesitados, me alejase definitivamente de semejante aberración. Más tarde, con sólo leer un poco de economía y mirar la historia –con minúscula–, inicié un proceso que me ha traído hasta la confianza en la economía de libre mercado y el capitalismo, a pesar de que, como todo lo que toca la naturaleza humana, haya cosas lamentables en este sistema. Pero, como dice el lobo de Gubbio en el poema de Ruben Darío sobre San Francisco: “Mas siempre mejor que esa mala gente” o que las utopías irreales que sólo traerían más hambre al mundo. Pero que cada uno piense lo que quiera de mí, que soy un paranoico o un lúcido testigo. Me importa un bledo. No le haré a la izquierda el caldo gordo de callarme por miedo a que, según su plan, me puedan considerar un loco o un hombre de mala voluntad. Ellos son la mala voluntad. A personas como Pío Moa, Federico Jiménez Losantos, yo y tantas otras que conocemos su “secreto iniciático”, no nos la van a dar con queso. Así que, el que tenga oídos para oír, ¡que escuche!

Creo firmemente en la democracia. He creído en ella desde muy pequeño porque lo he mamado en mi casa. Mi padre fue alcalde de Vitoria durante la República y estuvo encarcelado toda la guerra. Diré, sin hacerme el mártir, que en el gobierno de Arias Navarro estuve detenido en la temida Dirección General de Seguridad durante una noche por gritar un 1º de Mayo “¡Democracia, libertad!” (naturalmente, en las asambleas políticas “democráticas” del movimiento en el que militaba había que votar a mano alzada). Para entonces la DGS ya había perdido sus dientes. Pasé la tarde-noche incomunicado en una pequeña celda con otro “camarada”, me dieron un bocata mortadela y me soltaron al día siguiente sin darme ninguna de las palizas que solían darse unos años antes en ese siniestro lugar. Si hubiese seguido militando en la izquierda esa “hazaña” me hubiese dado mucho rédito. Aún recuerdo, por esa misma época, al demócrata-cristiano (del partido Democracia Cristiana) Joaquín Ruiz Jiménez pidiendo por favor e inútilmente que le detuviesen. Pero tiré el rédito a la basura porque me dio asco la basura de la izquierda radical. Lo que nunca he tirado a la basura es mi espíritu democrático. Por eso me atrevo a decir que la democracia debe poder defenderse de dos cosas. La primera de todos aquéllos que la quieren usar para destruirla, como es el caso de Podemos. La segunda de todos los que declaran abiertamente que quieren romper la unidad, arduamente conseguida. La unidad de España es un logro conseguido sin violencia, digan lo que digan los independentistas, y con la aportación, durante siglos, de lo mejor, lo más elevado, lo más noble, de los pueblos de las distintas partes que ahora la forman. Quienes de un plumazo quieren acabar con eso despertando el más bajo y oscuro instinto tribal, no tienen derecho a participar en democracia. Por tanto, desde la defensa de la democracia, en la que creo, pienso que partidos como Podemos, del que hay pruebas fácticas de que quiere usar la democracia como un medio para destruirla, o como Convergencia –ahora llamada “Democracia y Libertad”, hay que joderse, como me escuece– o Esquerra o el esperpéntico “Junts pel sí” –o como demonios se escriba–, no deberían poder participar en unas elecciones democráticas españolas. Pues, en vez de eso, a Podemos le vamos a dar entre todos los españoles –hay que joderse– 2.735.125€ para ayudarle a que joda el sistema democrático. ¿Por qué será que me siento gilipollas? Otra vez más, si alguien me acusa de antidemócrata fascista, me importa menos que el pedo de un violinista. Como decía Quevedo al valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, en un verso famoso con el que acabo:

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado. (Y, ojo, que puede volver a serlo).

[…]

Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:

inundación será la de mi canto.