29 de julio de 2016

Esta guerra tiene nuevos combatientes

Éramos pocos y parió abuela. Por si no fuese suficiente con los terroristas yihadistas, se les ha unido ahora una cohorte de locos de distintas tipologías que deciden que si no quieren continuar con una vida que se les antoja inútil y sin sentido, lo mejor es suicidarse llevándose por delante a cuantas más personas mejor. No es fácil trazar la frontera entre los yihadistas y los simples pirados. Desde luego, los yihadistas también están pirados, pero tienen otro tipo de pire. Es un pire organizado que les encuadra en ciertos grupos y es esta organización y este encuadre lo que hace que sea posible detectarlos preventivamente con unos sistemas de inteligencia eficaces. Pero no debe confundirse a los lobos solitarios con los simples pirados. Porque, por muy lobos solitarios que sean, tienen relaciones con la organización central del IS y, aunque sea más difícil que con las células, se puede trazar su actividad tirando del hilo de esas vinculaciones con el IS u otras organizaciones terroristas. Pero, ¿cómo se detecta al pirado no encuadrado, al pirado que mata para conseguir con su muerte una celebridad aunque sea tan efímera como macabra? ¿Era un lobo solitario el terrorista de Niza? Más bien creo, por lo que se ha sabido de él a través de su familia que era un pirado en estado puro. ¿Lo era el del centro comercial en Baviera? ¿Lo era el que se hizo estallar causando “sólo” heridos, por mucho que se hiciese un vídeo casero para escenificar la liturgia de su suicidio? Desde luego al IS le da igual que sean lobos solitarios hibernados que simples pirados, ellos se apuntan en tanto de una u otra forma y, también de una u otra forma, sirve para sus intereses.

¿Y cómo podemos encarar esto los ciudadanos? Lo peor de todo es hacerlo visceralmente. La visceralidad es la base de los populismos. De todos los populismos de cualquier signo. Estamos en guerra, no puedo estar más de acuerdo. Cuando todavía daba pudor decirlo, el 14, 29 de Noviembre y el 6 de Diciembre de 2015 colgué tres posts con los títulos “Pray for Paris”, “Ha empezado la “Tercera Guerra Mundial” y “Avatares de la verdadera Primera Guerra Mundial, que empezó en 629 y no ha terminado todavía”. Alguno se rasgó las vestiduras por estos artículos. Suscribo punto por punto lo que dije entonces. Y parece que ahora algún que otro Jefe de Estado europeo piensa lo mismo también. Pero hoy quiero subrayar un punto. Esta guerra no va a tener nunca un armisticio. Y, si estamos en guerra, tenemos que admitir que habrá bajas y que cualquiera de nosotros puede ser una de ellas. Y que, por supuesto, no podemos desertar de ella. Desde luego, no se puede decir “que paren el mundo que me apeo”. Pero hay otras maneras de desertar.

Una manera de desertar es el miedo. Los perros peligrosos huelen el miedo y les excita a atacar. Los perros yihadistas también. Tienen que entender que no tenemos miedo. Que sabemos que las bajas son consecuencia de cualquier guerra, pero no nos vamos a batir en retirada. Esto incluye seguir golpeando los bastiones del IS, su infraestructura de reclutamiento y de generación y distribución de fondos, detectar y destruir sus células y a los lobos solitarios y soportar a los locos indetectables. Y, al mismo tiempo, despreciarles cómo lo que son, como locos despreciables y perros rabiosos. Nunca se conseguirá una eficacia del 100%, es imposible. Que se enteren: NO TENEMOS MIEDO, NO VAMOS A DESERTAR Y, AL FINAL, AUNQUE NO HAYA ARMISTICIO, OS VAMOS A REDUCIR A LA MARGINALIDAD Y A LA IMPOTENCIA. El yihadista, o lo que sea, que se hizo explotar en un festival en Alemania decía amenazante a los alemanes. “Nunca tendréis paz”. La respuesta alta y clara tiene que ser: Y TÚ Y LOS DE TU RALEA, TAMPOCO LA TENDRÉIS. ADEMÁS DE MORIR SIN IR A ESE PARAÍSO EN EL QUE CREÉIS, NO CONSEGUIRÉIS NADA. NUNCA. JAMÁS. Cada noticia que se de sobre este tema, noticias que hay que dar porque para eso está la libertad de expresión, deberían ir impregnadas, empapadas,  de estas ideas.

La segunda manera de desertar es la división. Y los principales agentes de división son los partidos que explotan la visceralidad para revolver el río esperando sacar ganancia de pescadores políticos de ello. No podemos ceder a sus expresiones de venganza política y social inmediata e indiscriminada. Estas posturas de atizar la visceralidad no deberían darles votos. Esto no quiere decir, desde luego, que no haya que tomar medidas drásticas de defensa preventiva y ataque selectivo, pero no medidas que atenten contra las libertades que han hecho que Occidente sea lo que es. Tampoco caer en el extremo opuesto del buenismo, definiendo una línea de libertades nunca han sido las de Occidente y que impiden una defensa eficaz, como la acogida indiscriminada y masiva de todos los refugiados, por mucha pena que nos den la inmensa mayoría de ellos. No sé dónde está esa frontera, pero ahí se juega la batalla. Sí sé, que esa frontera se encuentra con la cabeza fría, sin aspavientos ni críticas oportunistas que nacen del interés político más que de la búsqueda de la victoria final y sin un buenismo que cierra los ojos a la realidad o se inventa una que no existe.

El último –¿lo será todavía cuando termine estas líneas?– ataque terrorista a un sacerdote, tres religiosas y un feligrés, no sé si es el fruto de dos locos o es realmente yihadista. El armamento y el escaso éxito apunta a la simple locura, el hecho de que sean dos y un cómplice, al yihadismo. Zona gris. Pero me importa muy poco su signo. Quiero decir de él dos cosas.

La primera que acciones como esa, de ataques a iglesias, se han producido de forma mucho más masiva en los últimos años. Pero como no han sido en Europa… (hubo hace cosa de un año una en Madrid de un loco que no era yihadista ni nada que se le parezca).

La segunda es que, si este atentado es la exportación a Europa de las prácticas de asesinato a católicos en iglesias o de degüello masivo de cristianos, tal vez eso sí que nos brinde a los católicos una oportunidad de ser testigos afianzados en nuestra fe y, si nos toca, mártires. Hace poco me indignaba contra un sacerdote que decía que si en España vencía la izquierda radical por votar lo que él consideraba voto en conciencia, mejor porque así seríamos mártires, como ocurrió en España en el 36. Eso no es martirio, es insensatez. Pero si llegase la situación, que no creo que llegue, en que ir a Misa sea una actividad de riesgo, habrá que ser testigos –eso quiere decir mártir; testigo– y seguir yendo a Misa. Ese martirio, ese testimonio, aunque no llegue a convertirse en muerte, sí puede ser, como lo fue en los primeros siglos, semilla de cristianos. Sería una manera inmensamente útil y extraordinariamente visible de resistencia.

No puedo terminar estas líneas sin comentar unas palabras del Papa Francisco en la JMJ. Dijo:

El mundo está en guerra porque ha perdido la paz (…) hablo en serio de guerra, una guerra de intereses, por dinero, por los recursos de la naturaleza, por el dominio de los pueblos. Pero no es una guerra de religiones porque todas las religiones quieren la paz”.

Amo a este Papa que habla de misericordia y del hospital de campaña y facilitadora de la gracia en la que debe convertirse la Iglesia, olvidando ciertos hábitos de anatemizadora y aduanera de la gracia. Por eso me duele tener que decir que en esta frase se equivoca de medio a medio. No, no es una guerra de intereses, por dinero, por los recursos de la naturaleza. Es una guerra en la que unos locos, por una religión de locos, quiere imponer a sangre y fuego esa religión. Es una guerra en la que hay un agresor y esto la convierte, en una guerra justa para el bando agredido. Punto. Ciertamente no es una guerra de religiones –en plural– porque el cristianismo, a pesar de que los cristianos hayamos podido hacer guerras y otras barbaridades por la religión a lo largo de la historia, sí es una religión de paz. Lo es porque su fundador predicó la paz con sus enseñanzas y con su ejemplo. Es decir, cuando los cristianos hacemos la guerra en nombre de la religión caemos en uno de los pecados más graves que hay: el del segundo mandamiento: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Por supuesto que hay otras religiones de paz. Pero entre ellas no está el Islam. Y no lo está porque su fundador, Mahoma , a diferencia de Cristo, predico, de palabra y con el ejemplo, la guerra, el asesinato y otros vicios. No sé cómo se las arreglan los millones de musulmanes pacíficos para serlo y ser al mismo tiempo personas de buena voluntad. Pero los yihadistas son los que siguen los mandatos y el ejemplo del fundador de su religión. No, alto y claro, el Islam NO ES UNA RELIGIÓN DE PAZ. Por tanto, esta guerra no es no de intereses, no es por dinero ni por recursos naturales. Es una guerra de religión, en singular. De una religión podrida en su raíz. Y siento que el Papa no lo vea así, como es y, en cambio, retorne, por otro camino, a su cantinela, ya expresada en distintos documentos: “El sistema económico –se refiere al capitalismo – mata”. No, el capitalismo no mata. Es la única esperanza de mitigar drásticamente la pobreza en el mundo.

Por último, quiero recordar a los catastrofistas que hace un siglo el mundo estaba en la Primera Guerra Mundial y tenía por delante la Segunda. Guerras que produjeron unos 60 millones de muertos. Pero muchos de los que murieron, soldados y civiles, sabían que lo hacían defendiendo la libertad contra la barbarie y estaban dispuestos a soportar sangre, sudor y lágrimas con determinación, con la V de la victoria en los dedos y aparcando los intereses partidistas ante esto. ¿Sabrá hacer esto nuestra sociedad occidental del siglo XXI?


Acabo refiriéndome al título. La guerra tiene nuevos combatientes: Los pirados que se suman de forma disparatada a la guerra y los ciudadanos de occidente que tenemos que saber resistir a la barbarie con la V en nuestros dedos y con unidad en los asuntos de esta guerra. ¿Desertaremos?

24 de julio de 2016

Una homilía por las víctimas de la matanza de Niza, otra homilía más y una semblanza

La semana pasada no pude decir nada sobre el atentado de Niza que acababa de ocurrir la noche del jueves. Hoy tampoco tengo nada que decir por mí mismo, pero sí quiero publicar la homilía que pronunció mi hijo Rodrigo en la Misa que celebró el sábado 16, en su parroquia de Sanary sur Mer de Francia., cerca de Toulón, en donde está ejerciendo su  ministerio. El alcalde le llamó el viernes 15 para pedirle la celebración de una Misa en el puerto de Sanary el sábado 16. El alcalde es un hombre de buena voluntad que, aunque no es creyente, sabe que el cristianismo es una importante fuerza de cohesión y respeta profundamente a la Iglesia. Ya le había pedido una Misa por las víctimas de París. No quiero dejar publicar esta homilía. Pero, además, publico una segunda. La que de la Misa de envío que tuvo lugar al día siguiente, Domingo, para los jóvenes que partían de peregrinos a la JMJ a los que acompaña mi hijo Rodrigo. Esto de una Misa de envío es algo que nace en la Iglesia del primer siglo. Se puede ver en el envío de Pablo y Bernabé cuando parten para evangelizar Chipre o en las despedidas de los hermanos a Pablo en su última subida a Jerusalén donde sabía que le esperaban muchas penalidades. Una de las cosas que me da pena de la traducción de la Misa del latín al español es la forma en que se ha traducido el final de la Misa que acababa con “Ite misa est” que los más mayores aún recordamos. En un latín arcaico significa “Id, sois enviados”. De ese envío procede la palabra misa. El actual “Podéis ir en paz”, en el estado actual de tibieza generalizada del cristianismo, puede degenerar en un “Hala, ya habéis cumplido. Hasta el Domingo que viene, tranquilos”. La realidad debiera ser otra. Tras cada Misa, todos los cristianos somos enviados, como Pablo y Bernabé a evangelizar. Me hubiese gustado que en la traducción al español se recordase esto. Pero, afortunadamente, la costumbre de la Misa de envío se mantiene antes de empezar cualquier peregrinación. De ahí esta Misa de envío y esta homilía. Es, de alguna manera una homilía que enlaza con la del día anterior de la Misa por las víctimas e incita a la esperanza en los momentos sombríos, como el de Francia hoy o como el del pueblo polaco antes de la caída del comunismo. Es, también, un homenaje a Juan Pablo II, en cuya diócesis y Patria se celebra esta JMJ.

Creo que ambas homilías merecen ser leídas.

                                                                                ***

Homilía pronunciada por el P. Rodrigo Alfaro en Sanary sur Mer, del Sábado 16 de Julio de 2016 por las víctimas de los atentados en Niza.

El jueves 14 de Julio, antes de las 13h dejaba en la escuela de Saint Jean a los jóvenes que habían venido de campamento con la parroquia. Había entre ellos tres que eran de Niza. El bisnieto de una señora de la parroquia y dos compañeros suyos. Los tres de la clase de 4eme. Inmediatamente partieron para Niza.

Supe de los atentados el 15 por la mañana. Llamé a las familias de los tres chicos. Dos de ellos habían estado en el Paseo de los Ingleses para ver los fuegos artificiales. Pero, afortunadamente, estuvieron lejos del epicentro del terror. Pudieron huir deprisa del horror sin ver nada. El tercero se había quedado en casa. Pero su madre me contó entre lágrimas: Un compañero de su hijo menor, el pequeño Yannis, de siete años, había muerto en el atentado. Se ha ido. La tragedia se hace concreta. Es terrible. En esos momentos se comprende mejor su crueldad.

Agradezco al Sr. Alcalde su llamada telefónica de ayer por la tarde y por haber querido organizar, de forma inmediata, esta misa por las víctimas. Ningún problema. Todos tenemos necesidad de rezar.

Rezar por ellos es un deber cristiano. Pero os confieso que que hay alguna otra cosa con la que me siento realmente mal. No tengo ningunas ganas de hablar, de abrir la boca, de tomar la palabra por enésima vez (y, ¿por qué tendría que ser la última? Me pregunto en lo más profundo de mí mismo).

No tengo ganas de plantearme preguntas sobre la responsabilidad de unos u otros. No tengo ganas de recordar que no podemos dejarnos vencer y dominar por el odio, aunque sea necesario combatir siempre por la justicia y por la paz.

No tengo ganas de recordar la Santidad y la dignidad del Nombre de un Dios que nos ama y que se siente herido al ver a los hombres que ama blasfemar con la muerte en su Nombre, romper su imagen y su semejanza inscritas en lo más íntimo de cada ser humano.

Tan sólo tengo ganas de elevar, en el corazón de esta Misa, en silencio, el cuerpo de Cristo vivo, la Hostia que se ofrece por nosotros, por toda la humanidad, por esta humanidad que sufre.

Tengo ganas de tomar el pan y de decir las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros”. Tengo ganas de tomar la copa, llena de vino, y decir: “Esta es la copa de mi Sangre, la Sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por la multitud” Sí, por la multitud. Tengo ganas de ver esa Sangre de Jesús, de Dios, que se derrama, junto con la de las víctimas, para ganarles para siempre para la vida eterna.

Tengo ganas de gritar muy fuerte: “¡Qué grande es este misterio de la fe!” Y que cantemos juntos: “¡Proclamamos tu muerte, Señor Jesús, aclamamos tu resurrección, esperamos tu venida gloriosa!”

Tengo ganas de ver a este Jesús, que da su vida por Yannis, por Timothé Fournier, 27 años, que salvó a su mujer embarazada antes de morir, por Fátima Charrihi, una mujer marroquí, por los suizos, alemanes, armenios, tunecinos, argelinos, rusos, ucranianos, que han perdido su vida juntos, con los franceses, en suelo francés. Por todas las víctimas.

Quiero renovar mi esperanza en su venida gloriosa, en el juicio en el que el malvado no arrepentido de su pecado temblará y donde será enjugada toda lágrima, especialmente las de los inocentes.

No os digo esto sin esperanza. Tengo poco que decir por mí mismo. De hecho, nada. Pero Él, Cristo, Él tiene palabras de vida eterna. Él es la vida. Él es la esperanza, la fuerza. Y está ahí para todos. También para los no creyentes, los que no creen en Él. Porque Él sabrá actuar en nosotros. Hacer de nosotros hombres de su Reino de Amor y de paz. Hacer que nuestra fe y nuestra esperanza sean una fuerza para los que nos rodean. ¡Hombres y mujeres de fe, no vivamos como si nuestra fe fuera una quimera!

“Señor, ¿quién será huésped de tu tienda?
El que no hace daño a su hermano
y no ultraja a su prójimo”.

Con el Señor encontramos la fuerza para continuar. Para continuar viviendo libres de todo temor. Para seguir construyendo. Para cuestionarnos nuestras vidas y buscar ser cada día mejores. Para transmitir a los jóvenes que esto merece realmente la pena. Con Él seguiremos creyendo. Nuestro Dios ha querido que su victoria pase por momentos como éste. Nos recuerda el gran misterio de la libertad humana por la que Él ha apostado. El Reino de los Cielos es un Reino de hombres libres forjados entre pruebas por la fuerza del amor de Dios.

No será la última vez que tengamos que abrir la boca por culpa de los atentados. A pesar de todos los esfuerzos que puedan hacerse y que espero que se hagan. Lo siento.

Pero viviremos cada vez más centrados en lo esencial. Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será arrebatada. Hoy, volvámonos hacia Cristo. Nada ni nadie podrá jamás arrebatárnoslo. Hoy, en medio del duelo, de la cólera, unámonos a Él. Llegará el momento.

Una oración también para esas otras víctimas que todavía están vivas. Para las de ayer, pero también para las de Noviembre a las que corremos el riesgo de olvidar cuando ya no aparecen más en los periódicos. Algunas de ellas están todavía hospitalizadas. Y por su entorno. Por todas sus vidas profundamente doloridas. Un testigo de los atentados de París, que estaba en una terraza, vio cómo su amigo recibía un balazo en la pierna. A él no le tocaron. Pero cruzó su mirada con uno de los asesinos. No consigue rehacerse psicológicamente.

Señor Jesús, en ti confío. Amén.



Homilía del P. Rodrigo Alfaro en la Misa de envío del Domingo 17 de Julio de 2016 al inicio de la peregrinación con un grupo de jóvenes a la JMJ de Cracovia.

Queridos jóvenes, queridos feligreses.

Partimos hacia Polonia. Como peregrinos. Para reencontrarnos con el Papa en la tierra de un gran Papa; san Juan Pablo II, el Grande.

¿Qué sentido puede esto tener para nosotros hoy día?

Me acuerdo muy bien de la viva emoción de las imágenes de la caída del muro de Berlín en la noche del 9 de Noviembre de 1989, más de 28 años después de su construcción el 13 de Agosto de 1961. Imágenes y momentos vivamente impresos en mi memoria, incluso cuando eso se hallaba geográficamente lejano a Madrid. Recuerdo ese toque de lirismo que dio al acontecimiento, en los días siguientes, Mstilav Rostropóvich, uno de los más grandes violonchelistas del siglo XX, interpretando la suite nº 2 para violonchelo de Johan Sebastian Bach delante del muro mientras que la gente iba a arrancar trozos de muro como recuerdo y como prenda de libertad.

La caída del muro de Berlín es y seguirá siendo una imagen de la caída del comunismo. En efecto, posteriormente a este acontecimiento, los regímenes comunistas del bloque del Este empezaron a derrumbarse unos tras otros.

Pero hubo uno que no se derrumbó como consecuencia de este acontecimiento, puesto que lo precedió y anunció la caída del muro. En realidad fue el detonador, el precursor de esta bocanada de aire de libertad. El régimen comunista polaco fue el primero en caer.

En efecto, la situación política en Polonia dio el disparo de salida para la caída de los regímenes comunistas en Europa. Desde el 6 de Febrero hasta el 4 de Abril de 1989, unos siete meses antes de la caída del muro de Berlín, el gobierno celebra con la oposición las conversaciones llamadas de la Tabla Redonda polaca. Al final de ellas se llega a un acuerdo que prevé unas elecciones legislativas libres, así como una enmienda a la constitución en la que se establece el retorno al bicamerismo con la creación de un Senado y la creación del puesto de Presidente de la República para el que Wojciech Jaruzelski es el único candidato autorizado. El 4 de Junio las elecciones ven el triunfo de Solidarnsc cuyos candidatos obtienen el 99% de los escaños del Senado y el 35% de los de la Dieta. Wojciech Jaruzelski, candidato único, es elegido Presidente de la República por el Parlamento, con unanimidad en el sí, pero con numerosos votos en blanco o nulos de parlamentarios de Solidarnsc.

Solidarnsc rechaza todo acuerdo de coalición con el Partido Obrero Unificado Polaco. Jaruzelski se ve forzado a nombrar primer ministro a Tadeuz Mazowiecki, que es investido el 19 de Agosto por la Dieta con una mayoría aplastante. A partir del otoño de 1989 los regímenes del bloque del Este caen unos tras otros. En Diciembre, el parlamento polaco elimina de la Constitución toda referencia al papel dirigente del Partido y el país recupera su nombre original de República de Polonia. El 30 de Enero de 1990, el Partido Obrero Unificado Polaco se autodisuelve. Wojciech Jaruzelski, privado de todo poder, dimite el 23 de Diciembre de 1990. Lech Valeçsa es elegido Presidente de la República en un escrutinio abierto (Cita de Wikipedia).

La Polonia de Juan Pablo II y de Lech Valeçsa es la punta de lanza de la caída del comunismo en Europa. Un régimen que impedía a los hombres ser libres. Un régimen que reducía al hombre a su trabajo, pero le negaba su máxima dignidad.

“Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile que me ayude”.

“Marta, Marta, tú te afanas por muchas cosas, ero una sola es importante. María ha elegido la mejor parte y no le será arrebatada”.

Un régimen que quería quitar al hombre la única cosa necesaria, esencial, con los medios más poderosos, acabó por plegarse ante la fuerza de la fe y la esperanza de todo un pueblo.

Toda la fe y la esperanza de ese pueblo que vivía en el heroísmo escondido y vino a cristalizar en la persona de san Juan Pablo II.

Desde su llegada al pontificado, en la homilía de la Misa de entronización, marcó claramente la línea de su pontificado. Esa línea valerosa que debía hacer caer el mayor régimen de opresión del siglo XX.

En esa homilía, después de haber recordado que Cristo es el Hijo de Dios vivo, recuerda: “Hoy, en este lugar, es necesario que sean pronunciadas y escuchadas otra vez las mismas palabras: ‘Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Sí, hermanos e hijos, estas palabras ante todo”. Después irá desgranando esas proféticas palabras de todo su pontificado. Era 1978, pero aquí está contenido en germen todo lo que desembocará en los acontecimientos de 1989: 

“Hoy, el nuevo Obispo de Roma inaugura solemnemente su ministerio y la misión de Pedro. En esta ciudad, en efecto, Pedro ha cumplió y llevó a términos la misión que le había confiado el Señor”.

“¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con el poder de Cristo, servid al hombre y a la humanidad entera! ¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid todas las grandes puertas a Cristo! Abrid a su poder salvador todas las fronteras de los Estados, de los sistemas económicos y políticos, los inmensos dominios de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! ¡Cristo sabe lo que hay en el hombre! ¡Sólo Él lo sabe!”

“Hoy, muy a menudo el hombre ignora lo que lleva dentro de sí, en las profundidades de su espíritu y de su corazón. Demasiado a menudo tiene incertidumbres sobre el sentido de la vida sobre la tierra. Le invade la duda que se transforma en desesperación. Permitid por tanto --os lo pido, os lo imploro con humildad y confianza-- permitid a Cristo hablar al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida eterna! ¡Sí, de vida eterna!”

Pero para nosotros, en Julio de 2016, ¿qué significa esto?

En 1983 Juan Pablo II visita Polonia, Jerzy Popielusko (beatificado el 6 de Junio de 2013 en Varsovia, asesinado el 19 de Octubre de 1984, capellán de Solidarnsc) predica en una homilía de Junio de 1983 un mensaje que podríamos aplicar palabra por palabra a la situación que vivimos hoy en Francia y que nos recuerdan los atentados de Niza: “A pesar de toda la negritud en la que está sumergida nuestra dolorida Patria, a pesar de las esperanzas que flaquean, a pesar de nuestros sufrimientos, a pesar de los acontecimientos trágicos y dolorosos de los últimos diecinueve meses, a pesar de la humillación de la dignidad humana, a pesar de la inquietud de los padres por la suerte y el futuro de sus hijos, a pesar de las peores dificultades, un rayo de la gracia de Dios ha resplandecido sobre nuestra Patria: La visita de nuestro Santo Padre Juan Pablo II. Ha venido a anunciar la paz”.

Queridos jóvenes: Hoy la Iglesia que está en Francia os envía, nos envía, a la tierra de este Papa santo, a reencontrarnos con el Papa para volver con el aliento nuevo del reencuentro con Cristo, lo único necesario, Éste del que Francia tiene necesidad para levantar la cabeza y vivir este momento de su historia. ¡No lo olvidéis! ¡Sois cristianos y el mundo y Francia os necesitan como cristianos! ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo! Aprovechad la gran oportunidad que os ha sido dada y volved nuevos, renovados para vivir sin miedo, libres en Cristo.

Que María, Madre de la Iglesia, Nuestra Señora de Czestochowa nos acompañe en esta gran aventura y que ella pueda cambiar nuestras vidas para siempre. Amén.

Traducción de ambas homilías por Tomás Alfaro Drake.

Pero creo que este homenaje a Juan Pablo II sería injusto si no se recordase a su predecesor como Cardenal Primado de Polinia, Stefan Wyszynski. Por eso añado una pequeña semblanza de éste héroe de la fe y de la libertad.

En Marzo de 1953, poco después de la muerte de Stalin, Polonia se movilizó contra el yugo comunista para pedir la libertad. La respuesta fue fulminante, hubo miles de detenciones de patriotas y, entre ellos, cientos de sacerdotes católicos y algún obispo. El 25 de Noviembre fue arrestado Wyszynski, el recién nombrado cardenal primado de Polonia. Comenzó para él un calvario de un GULAG soviético a otro. En cada uno de ellos, el cardenal era un ejemplo peligroso, según los comunistas, para el resto de los presos. La razón era que su comportamiento levantaba la moral de aquellos a los que se quería quebrantar. En cada uno de los GULAG’s, el régimen de trato al cardenal era más duro que en el anterior y, siempre, se le ofrecía la libertad si renunciaba al primado. Y él, siempre, rechazaba la oferta. Desde el 26 de Junio de 1956, el pueblo polaco se levantó pidiendo libertad y la liberación del cardenal Wyszynski. En Agosto de ese mismo año, a través de comunicaciones clandestinas, el cardenal puso en marcha la idea de iniciar una novena de años, dedicada a la Virgen de Czestochowa, que concluirá el 3 de mayo de 1966, fecha del milenario de la conversión de Polonia al catolicismo. Así las cosas, el 23 de Octubre de 1956, se produjo el levantamiento húngaro contra el régimen soviético. Polonia recrudeció sus protestas e inició una campaña de apoyo al pueblo húngaro mediante la preparación de un envío de ayuda humanitaria. El 28 de Octubre, tras la caída del dictador polaco Ochab, el nuevo líder comunista, Gomulka, liberó a Wyszynski, junto a muchos sacerdotes e intelectuales polacos antisoviéticos. En su primer discurso a la nación, el cardenal dijo: “Polonia no necesita muertes heroicas, sino trabajo heroico”. Esta frase fue duramente criticada por muchos intelectuales. Críticas que, naturalmente, fueron apoyadas bajo cuerda por el régimen comunista, que ya que no podía doblegar al cardenal intentaba por todos los medios, porque sabía de donde venía el peligro, minar su prestigio y liderazgo. Pero la represión, aunque subterránea, continuó y Wyszynski, siguió adelante con su trabajo heroico. Empezó a llevar a la práctica su idea de la novena de años. Desafiando al régimen comunista, que el 10 de Noviembre sofocó a sangre y fuego el levantamiento húngaro con más de 2500 heroicas muertes húngaras, inició la peregrinación por todas las diócesis de Polonia, durante todo el novenario, del icono de la Virgen negra de Czestochowa. El régimen polaco no se atrevió a reprimir abiertamente los actos del novenario, pero logró secuestrar la imagen de la Virgen y llevarla a su lugar habitual, el monasterio de Jasna Góra, en Czestochowa. Desplegó en este santuario un destacamento del ejército para impedir que el icono volviese a salir de allí. No importó, las peregrinaciones continuaron, primero con un marco sin imagen y, más tarde con una copia. Durante esos años, se construyeron en Polonia más de mil iglesias. A punto de acabar el novenario de años, el gobierno polaco se vio forzado a permitir que la copia de la imagen llegase hasta el mismo santuario de Jasna Góra para que allí se entronizase a la Virgen como reina de Polonia el día 3 de Mayo de 1966, justo un milenio después de la conversión de Polonia.

17 de julio de 2016

Estreno de la Sinfonía de la Vida

No tengo palabras. Hay cosas que cuando uno quiere expresarlas, las palabras son ridículamente insuficientes. Chesterton dijo: “El hombre sabe que hay en el alma matices más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos matices, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo”. ¡Qué indudable verdad! Y esto es lo que me pasa a mí hoy, me siento incapaz de explicar lo que suscitó en mí la maravillada escucha del estreno mundial de la Sinfonía de la Vida en el Kursaal de San Sebastián el 10 de Julio de 2016, interpretada por la Orquesta Sinfónica y Coro de la JMJ y el Orfeón Donostiarra. Pero, apoyándome en el miedo de Jorge Luis Borges al describir su Aleph, que copio como excusatio non petita, me lanzaré.

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparán el mismo punto, sin superposición ni transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que tanscribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

Pues yo también intentaré torpemente recoger lo que viví. Ahí voy.

Cinco movimientos que son cuatro evoluciones de un mismo sentimiento. Experimentar la belleza y la alegría de la vida, de cada vida, de toda vida. Belleza y alegría que no son sino pálidos reflejos de la Belleza y la Alegría de la Vida. Así que mis palabras serán el pálido reflejo de un pálido reflejo.

La Sinfonía de la Vida nace por un encargo realizado por la fundación Jérôme Lejeune a la OSCJMJ ( www.orquestaycorojmj.org ). Ya el nacimiento de esta orquesta y coro para las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011 en Madrid y su posterior supervivencia son hechos en los que se manifiesta un designio. La historia de cómo la fundación Jerôme Léjeune llegó a encargar a la OSCJMJ esta sinfonía es otra manifestación de ese designio que sería demasiado largo de explicar aquí. Pero el hecho es que se produjo y de ese encargo nació la inexpresable belleza de la Sinfonía de la Vida.



La Sinfonía de la Vida nace por un encargo realizado por la fundación Jérôme Lejeune a la Orquesta y CoroJMJ (www.orquestaycorojmj.org). Ya el nacimiento de esta orquesta sinfónica y coro para las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011 en Madrid y su posterior supervivencia son hechos en los que se manifiesta un designio. La historia de cómo la fundación Jerôme Léjeune llegó a encargar a la OSC-JMJ esta sinfonía es otra manifestación de ese designio que sería demasiado largo de explicar aquí. Pero el hecho es que se produjo y de ese encargo nació la inexpresable belleza de la Sinfonía de la Vida.

Es necesario, no obstante, conocer quién fue Jérôme Lejeune para entender de dónde arranca todo. El Prof. Lejeune fue un genetista francés, un científico de primera línea. Con apenas 32 años descubre la primera anomalía cromosómica humana, la trisomía 21, causante del síndrome de Down, así como su diagnóstico precoz. Inicia entonces una investigación genética para intentar paliar o, incluso llegar a curar los efectos de la trisomía 21, producidos por un exceso de producción de ciertas proteínas al haber tres cromosomas en vez de dos desde el momento de su diagnóstico al inicio del embarazo. Su empeño por evitar el exceso de producción de esas proteínas es algo perfectamente factible con fondos suficientes para la investigación, pero no fue posible conseguirlos porque se descubrió una manera más eficaz de eliminar los efectos de la trisomía 21: Eliminar a los que la padecían mediante un aborto “terapéutico”. Desde entonces, el 90% de los casos de trisomía 21 son desechados. Como es lógico, ver que su descubrimiento, con el que él pensaba contribuir a mejorar la vida de los niños con trisomía 21, se convirtió en instrumento de muerte, le generó una profunda decepción que, sin embargo, jamás se tradujo en amargura, frustración o desesperanza. Lejos de ello, le llevó a promover la asociación “Laissez-les vivre”, que se ocupaba de intentar evitar esas muertes, cuidar de los niños con trisomía 21 que llegaban a vivir y a ayudar a sus familias a superarlo. Fundó también la asociación “Secour aux futures mères”. Su activismo pro-vida acabó por convertirle en una especie de proscrito científico, respetado pero, al mismo tiempo, censurado en las más prestigiosas publicaciones. La fundación Jérôme Lejeune fue fundada por su familia y sus colaboradores y amigos más cercanos en 1995, un año después de su muerte.

Pues bien, de ahí nace esta Sinfonía de la Vida que se estrenó el 10 de Julio de 2016.

La sinfonía, para orquesta sinfónica, coro mixto y niños, ha sido compuesta por Kuzma Bodrov y Carlos Criado, sobre una estructura y textos recopilados y concebidos por Pedro Alfaro, quien también aporta algunos temas musicales a la sinfonía.  De los textos originales destacan un poema de despedida del Prof. Lejeune escrito poco antes de su muerte y el salmo 139, cantado en hebreo en el último movimiento.

El primer movimiento que lleva por título “Desarrollo de la vida en el seno materno, desde la concepción hasta el nacimiento” transmite el desarrollo del feto, en estrecho vínculo con su madre, desde la concepción hasta el nacimiento. Impresiona el ostinato del latido del corazón del niño en el vientre materno con una melodía que comienza con un violonchelo en pizzicato al que se va uniendo la orquesta en un crescendo con variaciones. Se inspira en una frase del Prof. Léjeune refiriéndose al embarazo: “Es como una música, la más primitiva que haya, pues es la primera que cada oído humano escucha en su vida. Una sinfonía a dos coros, el de la madre y el del hijo. He aquí la canción de este primer mundo, ese del que todos venimos”.

El segundo movimiento se titula “La acogida amorosa de la vida en la familia”, acompañado de una frase de la hija del prof Lejeune de su biografía La Vie est un Bonheur: “El hijo que ve que sus padres se quieren lo comprende todo”. Se desarrolla sobre un diálogo de la madre y el padre, representados por la soprano y el tenor solistas, con su hijo recién nacido que no puedo dejar de transcribir.

Madre: ¿Qué has sentido al ser mi hijo? ¿En qué piensas cuando me miras, cuando me buscas? No te conozco y es como si te conociera de siempre.

Padre: Ser padre, nunca imaginé algo así, ahora sé que no entendía nada. Mis manos torpes te rodean temerosas. ¿Seré capaz de darte lo mejor?

Madre: Dudé y tuve miedo, sin saber cómo serías, cómo sería todo, pero un mundo nuevo ha nacido contigo y ya sé que sólo importa que me has sido dado. Tal como eres te amo. A mis ojos siempre serás perfecto porque en mi corazón sé todo lo que puedes ser.

Padre: Aunque ahora soy todo torpeza, los momentos nuestros serán los hilos que nos unan. Instante a instante te conquistaré y te daré, sin saber cómo, lo mejor de lo que soy.

Juntos: Has hecho nuevo nuestro mundo, has llenado de luz nuestras vidas, has abierto una brecha en nuestros corazones de donde brotarán alegrías, sacrificios e inquietudes. En ti creceremos y tú con nosotros. Serás distinto a todo y especial. El amor cubrirá como un manto sagrado a nuestra familia y en él nuestras vidas serán plenas.

Esta conversación entre la madre soprano y el padre tenor acompañado por el coro de niños en su reexposición se desarrolla delante de un telón de música que expresa con una fuerza inaudita todos esos sentimientos de una forma inefable, más allá de lo que este bolsista pueda expresar con su mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos y ruidos. He ahí la grandeza de la música universal. El movimiento termina con un himno orquestal a la alegría “Era necesario que Nacieras” que es una espléndida danza de felicidad compuesta por el propio Pedro Alfaro y orquestada magistralemente por Carlos Criado.

El tercer movimiento se titula “La humanidad en búsqueda a través de la ciencia. El peligro de una ciencia sin conciencia” y viene también acompañado de un texto del Prof. Léjeune: “La ciencia es verdaderamente el árbol del bien y del mal; da frutos buenos y malos indistintamente; como científicos, toda nuestra responsabilidad consiste en tratar de recolectar los frutos buenos y evitar ofrecer los malos a nuestros contemporáneos o a nuestros descendientes”. Empieza aquí a fraguarse el drama del Prof. Léjeune del terrible uso a que dieron lugar sus descubrimientos. Ese carácter del dios Jano, con sus dos rostros, benéfico y maléfico, es magistralmente representado por la música que transmite ora fuerza luminosa, ora tempestad ominosa y oscura, con un tema, el de la espiritualidad (que será retomado por el coro en el último movimiento) que lucha por abrirse camino sin éxito

El cuarto movimiento, se expresa en el título: “reflexión del científico sabio en el ocaso de su vida. Poema de despedida del Dr. Léjeune”. Ese poema, escrito poco antes de la muerte, esperada por el Prof. Léjeune, es el final de su drama personal que acaba en un profundo anhelo de bien y un acto de entrega a su Creador. Pero el programa de mano incorpora una frase de su mujer que describe la terrible decepción de su marido. Dice: “La mayor desgracia, creo yo, que puede sucederle a un verdadero sabio consiste en ver sus descubrimientos totalmente revertidos de su objetivo inicial y utilizados para la muerte”. Esta frase de su mujer se alinea con la que pronunció el Prof. Léjeune en su alocución de defensa de la vida en la ONU, refiriéndose a la OMS: “He aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Esa misma tarde escribió a su mujer: “Hoy me he jugado mi premio Nobel”. Efectivamente, se lo jugó y lo perdió, consiguiendo, en cambio, el premio del ostracismo. Pero siguió el dictamen de su conciencia con valor y decisión, lo que le hizo más libre y más humano. El movimiento acaba en una maravillosa variación del ostinato de violonchelo del principio de la sinfonía, basado a su vez en un tema original de Pedro Alfaro llamado Iesu, como el corazón que deja de latir, pero que alcanza la paz. Pero veamos su poema de despedida, cantado por el barítono en lucha con la orquesta envolvente que refleja ese drama, ese anhelo de bien y esa entrega a su Creador.

Barítono: “Muero en acto de servicio, habiendo luchado con todo mi ser, hasta mi último aliento, por una ciencia sabia y llena de humanidad. Pero parece que este mundo, en sus ansias por conquistar el espacio exterior, se ha olvidado de su espacio interior. ¿Qué es la ciencia sin conciencia? ¿Qué es un mundo sin conciencia? ¿Es que no nos damos cuenta? Cada vida es un universo entero, nuevo, distinto, y cada instante de amor, una porción de ese universo. Mis ojos contemplan llenos de lágrimas este mundo… Muero en acto de servicio. ¿Por qué pudiendo hacer tanto bien hacemos tanto mal?  Y no sé si yo hice lo suficiente. Yo era aquél que debía curarles y me voy sin haberlo conseguido. Quisiera pedir perdón por no haber hecho más por defender a mis pequeños, perdón por no haber sido más capaz, o más hábil, o más cariñoso. He recibido tanto, me habéis dado tanto… Quizá algún día el mundo lo entienda. Ojalá llegue el día en que el árbol de la ciencia beba de la savia de la vida. He recibido tanto. Ahora es cuando deseo volver a ser niño para entender, sencillo y puro, el misterio insondable de la vida. Volver al origen y abrir el libro de los tiempos, para nacer de nuevo a la eternidad”.

Allí, en la eternidad, en su presente continuo, con el libro de los tiempos abierto, cumplido su deseo de volver a ser niño, estoy seguro de que El Prof. Léjeune, estará viendo y entendiendo el misterio insondable de la vida. Su Creador habrá volteado para él el tapiz del mundo que en esta vida vemos sólo del revés, en un caótico cruce de hilos de distintos colores, que no se sabe de dónde vienen ni a dónde van ni para qué, para hacerle contemplar, asombrado, su sencillez y pureza.

Y esto es lo que expresa el quinto y último movimiento que se titula: “Frente al misterio de la creación, respuesta espiritual. La esperanza renovada”, en el que se cita una frase de madre Teresa de Calcuta que dice: “El carácter sagrado de la vida es uno de los mayores regalos que Dios nos ha hecho”. Se ha elegido para este movimiento el texto del salmo 139 de la Biblia, cantado en hebreo por los tres coros. Grandiosa manera de expresar la creación y su liberación de la carga del pecado. Sobre este océano de sonido embravecido, de música exaltada, aparecen, como delfines y otros cetáceos saltando sobre las aguas tumultuosas, las voces entretejidas de los solistas, soprano, tenor y barítono. Juntos van recitando en hebreo el salmo que, traducido al español dice:

“Yahveh, Tú me examinas y me conoces,
sabes cuándo me siento y me levanto,
desde lejos penetras mis pensamientos.
Tú adviertes si camino o si descanso,
todas mis sendas te son conocidas.
No está aún mi palabra en mi lengua,
y Tú, Yahveh, ya la conoces.
Tu protección me envuelve por completo,
me cubres con la palma de tus manos.
Es un misterio de saber que me supera,
una altura que no puedo alcanzar.
¿A dónde podré ir lejos de tu Espíritu,
 a dónde escaparé de tu presencia?
Si subo hasta los cielos, allí estás Tú,
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.
Si vuelo sobre las alas de la aurora,
y me instalo en el confín del mar,
también allí tu mano me conduce
y tu diestra me sostiene.
Aunque diga ‘que la tiniebla me encubra
y la luz se haga noche en torno a mí’,
no es oscura la tiniebla para ti,
pues ante ti la noche brilla como el día.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el vientre de mi madre.
Te doy gracias porque eres sublime,
prodigio soy, prodigio son tus obras.
Tú conoces lo profundo de mi ser,
nada mío te era desconocido
cuando me iba formando en lo oculto
y tejiendo en las honduras de la tierra.
Tus ojos contemplaban mis acciones,
todas ellas escritas en tu libro,
y los días que me asignaste antes de existir.
¡Oh Dios, que profundos son tus designios,
que incalculable su conjunto!
Si los cuento son más que la arena,
y aunque termine, todavía estoy contigo.

La sinfonía acaba en un pianissimo del coro a capella de un acorde que se va atenuando lentamente sin que uno sepa exactamente cuándo ha acabado la música. En otras dos obras -la novena sinfonía de Mahler y la Canción de la Tierra, de este mismo compositor- ocurre esto y siempre que las oigo me pasa lo mismo. Un casi imperceptible escalofrío, como una especie de tenue cosquilleo, como si un ejército de hormigas en hilera recorriera mi espina dorsal, me deja paralizado, sobrecogido, con la carne de gallina, y pido con toda mi alma un espacio de silencio para saborear mi sobrecogimiento. Esta es la tercera obra en la que me pasa esto. Pero no pudo ser el silencio. El público prorrumpió, creo que antes incluso de que acabase la música, en una estruendosa ovación que se prolongó con ¡bravos!, a los que, roto mi sobrecogimiento, me sume, durante más de diez minutos, con toda la liturgia de salidas y entradas de solistas y director.

Creo que en la ejecución de la Sinfonía de la Vida se produjo un prodigio, casi un milagro, que rara vez se produce. A menudo las orquestas pasan por las notas de una obra de manera extraordinariamente profesional y virtuosistica, pero sin alma. De cuando en cuando, uno siente que no sólo está escuchando las notas, sino que está sintiendo el alma colectiva de la orquesta que vibra con lo que está creando. Nunca, jamás, en mi vida he sentido eso con tanta intensidad como en esa representación. La joven orquesta de la JMJ, con su coro, tal vez no tan joven, con su escolanía y con el Orfeón Donostiarra y su Orfeón Txiki, palpitaron, vibraron se extasiaron al unísono en esa creación. ¡Y transmitieron ese éxtasis! Los franceses dicen, cuando esto ocurre que la obra fue creada, no interpretada. Eso fue lo que ocurrió: la creación de la obra, la creación de algo nuevo, espiritual, etéreo, efímero, volátil, único, mágico. No sé si irrepetible. Fue la contemplación de la Verdad, la Bondad y la Belleza, sobre todo la Belleza, a través de un cristal casi transparente. A quien no entienda lo que digo o crea que me invento una sensación, le recomiendo que vea la película “El concierto”. Si hay algo que sabe hacer un buen director de cine es recrear sensaciones. En la creación del concierto para violín de Tchaikovsky al final de la película se plasma muy bien la magia de la que hablo.

Y creo que ese es el camino, más que los discursos y los anatemas, para imbuir en nuestra sociedad la admiración y el asombro por el impresionante milagro de la vida y, desde esa admiración y asombro, inducir el respeto por ella y por su infinita dignidad. Por eso creo que esta Sinfonía de la Vida debe perpetuarse. No basta con un disco o con que se cree otra vez en Madrid o en París. Es necesario hacer que incendie el mundo con esa admiración, asombro y respeto. Y, para esto, no basta con lo anterior. Hay que conseguir que forme parte del repertorio de las grandes orquestas del mundo. No sé a cuantas personas podrá llegar este escrito. Si lo reenviáis y se hace viral, puede que a millones. Os pido que lo hagáis. Y que si quien quiera que reciba esto tiene contactos que estén en el mundo de la música, o vosotros mismos estáis en ese mundo, se lo hagáis llegar. Nunca he dicho con más convencimiento y pasión lo de ¡¡¡¡PÁSALO!!!!. Pero: ¡¡¡¡¡¡¡PÁSALO!!!!!!!. Por supuesto, también puedes colaborar haciendote amigo de la Orquesta y Coro Sinfónico de la JMJ a través de su página web: http://www.orquestaycorojmj.org Por supuesto, si alguien quiere ponerse en contacto con Pedro Alfaro, el impulsor de la OSC-JMJ, no tiene más que decírmelo.

Sé que mi pretensión de hacer viral una cosa tan larga no es muy realista, pero creo en los milagros y, para demostrarlo, lo voy a hacer todavía más difícil añadiendo un artículo de Francisco Calvo Serraller que leí en EL PAÍS del pasado 9 de Julio, el día antes del estreno de la Sinfonía de la Vida, reflexionando sobre la muerte de su hija, con severas minusvalías. Como sé que a menudo los links no se abren, además de ponerlo, lo transcribo íntegro más abajo. Merece ser leído. Es también una Sinfonía de la Vida. Os pego también una poesía de Miguel D´Ors de su libro “Hacia una luz más pura”. Perdonadme mi intensidad, que a veces me hace pesado. Un abrazo a todos.



En 1982, el cineasta estadounidense Steven Spielberg (Cincinnati, 1946) realizó su encantadora película E.T. Extraterrestre, en la que un simpático extraterrícola extraviado caía sobre nuestro planeta provocando impremeditadamente pavor entre quienes se cruzaban con él, salvo en un par de niños aún con mentes virginales, que de inmediato se convirtieron en sus cómplices. Apenas media docena de años antes, había nacido mi hija Marina (1976-2016) con severas limitaciones físicas de una naturaleza congenial al parecer desconocida, según todos los especialistas. Luego, nos fuimos enterando de que el innominado síndrome que padecía no era, en absoluto, excepcional, pero sí lo suficientemente raro como para que los científicos del ramo no se molestasen siquiera en su seguimiento con vistas a una mejor comprensión. En cualquier caso, salvada la asustada sorpresa inicial de su madre y la mía ante su peculiaridad, y, al comprobar que ésta no era la de un ser condenado a sufrir de por vida, fuimos progresivamente apreciando y amando su singular y generoso modo de adaptarse a nuestro mundo, a pesar de que era tan diferente al suyo. Precisamente, mi mujer, Cristina, cierto día, admirando los extraños poderes de Marina en exacta relación directa con sus limitaciones, acertó a definirla como “E.T.”, porque parecía entender mejor nuestro entorno que nosotros el suyo. En este sentido, cuando, en una ocasión, alguien me preguntó sobre la calificación oficial obtenida para su discapacidad, que era del 95%, y al mostrar su asustada perplejidad ante la cifra, le pude contestar tranquilamente que ese resultado sólo revelaba que sus evaluadores se habían podido comunicar con ella al 5%.

En 1991, con motivo de haber yo publicado una biografía de Velázquez, pintor entre el acá y el allá, una nebulosa, le dediqué el libro a mi hija Marina en los siguientes términos: “Para Marina, pura luz, cuya felicidad no depende de las tinieblas del arte”. Ya entonces, como comprenderán, me había hecho consciente de que mi hija, en su “cortedad”, me sobrepasaba por los cuatro costados. Les podría dar mil testimonios al respecto, pero no lo haré por no ser demasiado prolijo. Porque Marina, ciega de nacimiento, no sólo usaba con precisión nuestro modo de hablar, plagado de términos visuales, que apenas tenían el menor significado para ella, sino que, sin encontrar los instrumentos lingüísticos para expresar la inconmensurable riqueza de sus insólitas percepciones, te las comunicaba sutilmente con la maravillosa expresividad gozosa de su rostro, con sus delicados gestos, con su natural elegancia, con su cautivadora forma de sonreír; en fin: con su modo de ser y estar, fruto de una sensibilidad ignota, pero que intuías superior.

El también extraviado y genialmente anormal Vincent van Gogh describió la muerte como un viaje a una estrella, tan natural, decía, como tomar un ómnibus en dirección a Tarascón. También se me ha quedado fijada la imagen del E.T. de Spielberg señalando al cielo mientras, suspirando, decía: “¡Mi casa!”. Tengo la sensación de que mi hija Marina ahora se ha unido a ellos, dejándonos un tremendo vacío a quienes tuvimos el privilegio de gozar de su compañía. ¡Ay, en nuestro atribulado mundo, cuán poco nos fijamos en el tesoro de estos seres diferentes, los únicos capaces de arrojar algo de luz a nuestra ciega existencia!


Miguel D’Ors
Hacia una Luz más pura.

Elogio de la imperfección

Esa vieja cordura los desprecia.
Tontos, enfermos, locos, raros, poquita cosa:
piezas inacabadas.
Pero a Él le sirven todos,

piedras de Su edificio. Algunas veces

los usa como piedras angulares
–véase el Evangelio– y otras veces con ellos
le hace a la Historia vados, aceras, jardincitos,
poyetes en que toman el sol los jubilados.
Nada se desperdicia. Ninguno queda fuera.

Quién sabe si por ellos, solamente por ellos,
siguen Aldebarán y el Cisne y la Vía Láctea
girando en el silencio de las noches. Quién sabe
si a ésos que tienen pájaros
en la cabeza, a aquellos que están como una cabra,
a los que oyen campanas y nunca saben dónde,
a los que les han dado calabazas...
Él no los ha elegido como Sus proveedores

de materiales para hacer las primaveras.

12 de julio de 2016

Me da pena mi Dios

Sé que el título de estas páginas puede sonar a “herejía” y a contrasentido. ¿Yo, miserable ser humano, sujeto a dolor, enfermedad y muerte, menos que una mota de polvo en el universo que Él ha creado, me voy a compadecer de Dios? ¿No será al revés? Es Dios quien se puede compadecer -y se compadece- de la débil naturaleza humana y no al revés. Ciertamente es así. Pero Dios no sólo se compadece de los pobres seres humanos, sino que esa compasión le hace sufrir o, más bien podría decirse, tiene compasión porque sufre al vernos sufrir. ¿Qué cómo puede Dios sufrir? Por supuesto, no en su naturaleza divina, pero sí en su naturaleza humana, en Cristo. Porque Cristo, ya existía desde toda la eternidad. Nos lo dice san Pedro en su primera carta: “Cristo estaba presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado” (1 Pe 1,20). Cristo, Dios y hombre. No sólo el Hijo, segunda persona de la Trinidad, sino Cristo, con sus dos naturalezas, humana y divina. También lo dice san Juan en su Evangelio y san Pablo en su carta a los romanos: “Antes de que Abraham naciera, yo soy”. (Jn 8, 58); “Padre […] tú me amaste antes de la creación del mundo”. (Jn, 17, 24); “[…] al Dios que ha revelado el misterio mantenido en secreto desde la eternidad”. (Romanos 16, 25). Ese misterioso secreto era la encarnación de Cristo que, existente en la mente de Dios, esperaba el momento de manifestarse. Y es indudable, que Cristo sufre. Así se ve en dos pasajes del Evangelio en los que llora de pena por Jerusalén y por la muerte de su amigo Lázaro.

Me imagino a Dios, circuito de amor desbordante de las tres Personas, desbordando su amor para crear criaturas que pudiesen ser felices amándole. Y amando especialmente a la más pequeña que había imaginado en su mente. Esa mínima criatura sería, sin embargo, la imagen de ese Cristo que existía desde toda la eternidad unido en una persona con dos naturalezas al Hijo. Una criatura tan pequeña que viviese en un mundo de tan sólo tres dimensiones, el mínimo posible. El más pequeño y al que más tiernamente amaría, porque era un “capricho” del Hijo. Un “capricho” pensado desde toda la eternidad. Para ello empezó la más impresionante obra de ingeniería imaginable. Para hacer realidad el regalo al Hijo, crearía el universo. Lo creó en germen, metiendo en un espacio inferior a la punta de una aguja todo lo que en potencia podría llegar a ser. Ideó unas leyes impresionantes que harían que ese germen se desplegase en una evolución inaudita. Esa punta de alfiler empezó a extenderse y a enfriarse. Los cuarks se unieron y aparecieron los primeros átomos de hidrógeno. Al hacerlo, el universo se hizo transparente y la luz, quedó liberada para viajar. La sopa de hidrógeno tenía grumos y, alrededor de ellos, por una de sus leyes, la de la gravedad, empezaron a formarse estructuras complejas. En un momento dado, en el centro de una nube de hidrógeno, de acuerdo con otras de sus leyes, saltó la chispa y se encendió la primera estrella. Y después otra, y otra, y otra… Pero estas estrellas, como los granos de una uva están agrupados dentro de la misma, estaban agrupados en cúmulos estelares. Y como las uvas se agrupan en racimos, éstos estaban agrupados en galaxias. Y éstas, a su vez, como los racimos se encuentran dentro de la vid, se se hacinan en cúmulos de galaxias que, como las vides se agrupan en viñedos, forman super cúmulos de galaxias y… Algunas estrellas explotaban y mandaban al cosmos las semillas de elementos nuevos, combinaciones de Protones, neutrones y electrones en mezclas geniales creadas por sabias leyes. Con estos nuevos elelemtos vagando por el cosmos, ya podía aparecer una cosa llamada vida. Otras estrellas que se seguían formando a partir de ese magma enriquecido, lo hacían, además, con unos anillos que, en su momento, siempre siguiendo el diseño marcado por las sabias leyes pensadas por Dios, se transformaron en pequeños granos que orbitaban a su alrededor. Al tiempo, al menos uno de esos granos, reunía las condiciones para que esa extraña e improbabilísima cosa llamada vida apareciese. Y, al menos en uno de esos granos, apareció. Y no sólo apareció, sino que, siempre siguiendo las leyes creadas desde el principio, evolucionó hacia formas cada vez más complejas. Una de ellas desarrolló un improbable órgano que sería el soporte físico, el hardware, necesario para soportar un software de una naturaleza distinta que la quincalla del hardware. Había llegado el momento. Todo el universo, en su magnífica ingeniería, en su impresionante grandeza, no era otra cosa que el soporte para que a unos seres insignificantes a escala cósmica se les regalase un software capaz de entender, eventualmente, esa imponente obra de ingeniería. Es decir, insignificantes en su hardware pero del tamaño del universo en su inteligencia.

Pero ese software era mucho más que la inteligencia. Era capaz de acceder a la verdad, la bondad y la belleza. Era capaz de amor. Dios había soñado que esos seres tan peculiares, le amasen, como Él los amaba a ellos. Y que, amándole a Él, se amasen entre ellos, creando una sociedad de amor a la que nunca le faltaría de nada. Su software no sólo estaría a la altura del cosmos, sino que lo trascendería. Estaría también fuera, más allá de él, con Él. Así, desde ese más allá, podrían conseguir que su software mandase al universo. Tendrían siempre, al alcance de la mano todo lo que necesitasen para construir ese mundo de felicidad plena. Jamás habría escasez. Sólo tendrían que pedírselo a Él. No, ni siquiera tendrían que pedírselo, les bastaría desearlo en su Nombre y lo tendrían instantáneamente. Por amor. No habría pena, ni muerte, ni dolor, ni mal, ni lágrimas. Pero había un “pequeño” problema. Esos seres, para poder amarle y lograr todas esas cosas por amor, deberían ser libres. El cosmos entero giraba en un vals lleno de armonía bajo la batuta de Dios. Pero, el cosmos no era libre. No podía amar. Y por eso Dios, en su amor por esos seres, en su deseo de hacerles felices amándole, les concedió la libertad. Cuanto más pienso en lo que representa para Dios habernos hecho libres, más me asombro, porque para hacer al hombre libre, Dios tuvo que autolimitarse. Y lo hizo por amor.

Tuvo que renunciar por amor a una parte de su omnipotencia, para no poder obligarnos a hacer nada contra nuestra libre voluntad. Y tuvo que renunciar también a una parte de su omnisciencia, porque si supiese lo que íbamos a hacer, como el conocimiento de Dios es perfecto, lo que conoce, ES y, entonces, nuestra libertad sería tan sólo una ficción. Pues bien, Dios renunció a ambas cosas. Como dice Gustave Thibon: Dios ha consentido por amor en no ser todo, para que nosotros pudiéramos ser algo”. Pero, aún sin saber lo que los hombres iban a hacer, podía soñar lo que esperaba que hiciesen para que su plan de felicidad plena se realizase. Imagino a Dios en el momento en que concedió a los hombres su software conteniendo la respiración en espera de que el uso de nuestra libertad permitiese hacer realidad su sueño de amor. Cristo estaba preparado para encarnarse y, uniendo su naturaleza humana a la nuestra, dar el estatus de definitivo al sueño del Padre. Pero no, el hombre, cuando se vio manejando en Nombre de Dios todas las fuerzas del universo, decidió que no quería hacerlo en Su Nombre, sino en el suyo propio. Y todo se hundió. El vergel se convirtió en desierto, en tierra quemada y asolada. El sueño de Dios, que llevaba miles de millones de años materializándose, se derrumbó estrepitosamente, ardió como un montón de paja. Y, por supuesto, el software de los hombres, se deterioró. Y Dios… lloró.

No quiero fijarme aquí en el hombre. He oído muchas veces la queja: ¿Por qué yo tengo que padecer lo que hicieron los primeros seres humanos? Es mirarse el ombligo. Quiero fijarme en la tristeza del Cristo preexistente. En sus lágrimas, que se repetirían a lo largo de la historia: “¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces he querido reunirte debajo de mis alas como la gallina reúne a sus polluelos u tú no has querido!” Así lloró Cristo, una vez más, ni la primera ni la última, ante el sufrimiento de la humanidad por su rebeldía. ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? Estaba en la fila de los priaioneros que iban a ser gaseados. Era ese niño que lloraba. Al lado de ese sufrimiento infinito, ¿qué es mi sufrimiento, qué mi dolor, qué mis lágrimas? No son un castigo. Dios no castiga. Son tan sólo un pálido reflejo de su sufrimiento, de su dolor, se sus lágrimas, una consecuencia de esta tierra quemada al que hemos reducido su sueño. Por eso me da pena mi Dios, porque su sufrimiento es infinito. Tan infinito como Él mismo. Pero, ¿tal vez Dios, decepcionado del hombre porque no había estado a la altura de su sueño, decidió abandonarlo? De ninguna manera. Cierto que Dios había renunciado a parte de su omnisciencia y no sabía lo que íbamos a hacer. Pero sí había previsto que eso podría ocurrir. Y desde el día siguiente a la catástrofe puso en marcha su plan B, el que también tenía previsto y pactado con Jesucristo, con el Hijo, desde toda la eternidad. Habría que reavivar el jardín, el vergel que Él había soñado. Pero su omnipotencia, a la que había en parte renunciado ante nuestra libertad, no podía hacerlo sola. Necesitaba de nosotros, de nuestra libertad, de nuestro amor, para que el sueño se hiciese realidad desde las cenizas a las que había quedado reducido. Eso sí, no estaríamos solos. En ese plan B, desde el día D+1 empezó un proceso educativo sustentado en una promesa. Cristo se encarnaría, pero no para que nuestra naturaleza humana se uniese a la suya sin solución de continuidad, sino para sufrir exactamente los mismos sufrimientos que nosotros, además de los que sufría como Dios. Y para que, a través de ese sufrimiento y con su ayuda, pero no sin nuestra aportación, fuésemos capaces de restaurar nuestro software y recrear con Él el vergel que habíamos calcinado. Pero había que pasar por una nueva prueba de libertad. Está la pasó una pequeña jovencita judía: María. La soñada por Dios. Así dejé escrito este momento en mi libro “El Señor del azar”:

Así pues, llegado el momento adecuado de la historia, fue concebida una niña en un pequeño rincón del mundo […]. La niña creció, se hizo mujer, y llegó el momento de plantearle la gran cuestión. ¿Querría participar en el Plan de Dios y concebir milagrosamente al Salvador anunciado por el Antiguo Testamento? Desde luego, María, como buena judía que era, debía conocer de memoria, por imperativos de su propia religión, todos los libros de la Ley judía, que son, salvo algunas excepciones, que los que forman lo que llamamos el Antiguo Testamento. Por lo tanto, cuando le fue planteada la cuestión, ella sabía lo que se le estaba proponiendo. El Evangelio de san Lucas nos dice que fue el Arcángel Gabriel el que se la planteó. Veinte siglos de repetición de la historia, de arte y de sensiblería, nos ocultan la crudeza del tema. Imagínese el lector a una pobre jovencita aldeana, que ha decidido llevar una vida sencilla dedicada a la contemplación y a la oración, desposada, pero todavía no casada, con un hombre con el que había llegado al acuerdo de no tener ninguna relación sexual. En un instante, una aparición que no debía tener nada de tranquilizadora le pregunta, de un solo golpe, si quiere ser madre del Rey Mesías, del Hijo del Hombre, del Siervo Sufriente y del mismo Dios. Todos los profetas del Antiguo Testamento, Moisés, Jeremías o Jonás, por poner algunos ejemplos, aceptan su elección como una pesada carga de la que en repetidas ocasiones se lamentan amargamente. Y debían ser hombres curtidos. Qué losa debió caer sobre esa pobre muchacha. Y sin embargo, a ella solo se le ocurre una pregunta. "¿Cómo ha de ser eso si no conozco varón?" A lo que se le responde que no es necesario, que su desposado, y cualquier otro hombre, será ajeno a todo. Supongo que por mucha que fuese la ingenuidad de esa pobre chica, no se le ocultarían los enormes problemas que podría tener. Aunque la lapidación de las adúlteras era una ley que había caído en desuso hacía tiempo, el panorama no debía ser nada tranquilizador. Y sin embargo, sin preguntar más, con una sencillez que causa más asombro cuanto más se reflexiona, ella no responde nada más ni nada menos que: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí segun tu palabra". Compárese esta sencilla respuesta con la opinión que le merece a Jeremías la responsabilidad de haber sido elegido por Yavé como su heraldo. "Maldito el día enque nací; el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que alegre anunció a mi padre: << Te ha nacido un hijo varón>>, llenandole de gozo. Sea ese hombre como las ciudades que Yavé destruyó sin compasión, donde por la mañana se oyen gritos, y al mediodía alaridos. ¿Por qué no me mató en el seno materno, y hubiera sido mi madre mi sepulcro, y yo preñez eterna de sus entrañas? ¿Por qué salí del seno materno para no ver sino trabajo y dolor y acabar mis días en la afrenta?" Jeremías(20, 14-18). ¿Pudo haberse negado María? A mí no me cabe la menor duda. Dios necesita de nuestra libertad para nuestra salvación. Imagino a todos los seres conscientes de la Creación, que conocían el Plan de Dios y deseaban la restauración de Humanidad, con la respiración contenida, esperando la respuesta. Imagino a la propia Humanidad, si fuese consciente de su suerte, esperando, como un reo sometido a juicio, la lectura de su veredicto de condena a muerte o de amnistía. Puedo oír el suspiro de alivio y hasta el sollozo de alegría, después de la tensión contenida, de todos los seres creados. "Hagase en mí según tu palabra". Luz verde, vía libre, adelante. Una pequeña mujer ha abierto el camino de la Salvación. "¡Bendita tú entre las mujeres!" le dirá inspirada por Dios su prima Isabel. "Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones" le dirá, también inspirado por Dios, el anciano Simeón anticipando la visión del Siervo Sufriente. Por su parte, Jesús sancionó todas estas alabanzas cuando en medio de la muchedumbre, alguien gritó: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", a lo que Él respondió: "Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan", frase que, lejos de disminuir el mérito de María, lo traslada de una razón biológica a otra espiritual.


Por supuesto, el proceso de restauración llevaría tiempo pero, ¿qué era eso comparado con los quince mil millones de años que había llevado la preparación del terreno?

Y, entonces, Dios, apretó los ojos y los puños y se puso a soñar con mayor intensidad. Para reconstruir su sueño tuvo que fragmentarlo en centenares de miles de millones de nini-sueños. Tantos como seres humanos iban a pasar por este mundo a lo largo de su existencia. Pero sus mini-sueños no podían alterar la libertad de cada uno de esos seres humanos. Cada uno de ellos tenía que dejarse soñar por Dios. La continuación de la frase de Gustave Thibon citada anteriormente nos da la clave. La primera parte, decía: Dios ha consentido por amor en no ser todo, para que nosotros pudiéramos ser algo…”. La frase continua: “…; es necesario que nosotros consintamos por amor en no ser nada, para que Él vuelva a serlo todo. Se trata, por tanto de abolir en nosotros el yo. [...] Fuera de esta humildad total, de este consentimiento incondicional a no ser nada, todas las formas de heroísmo y de inmolación, siguen sometidas a la gravidez y a la mentira. No se puede ofrecer más que el yo. Si no, todo lo que llamamos ofrenda no es otra cosa que una etiqueta puesta sobre una revancha del yo”. ¡Humildad total! ¡Quien la pudiera conseguir! Está completamente fuera de nuestro alcance. Sólo podemos hacer una cosa: exponernos a su amor, como a una radiación que viene de fuera y que nos transforma. Me voy a permitir una comparación osada.

El otro día vi en televisión un reportaje sobre niños y adultos autistas o con síndrome de Asperger. Me pareció que querían a toda costa ser amados por sus padres pero que, al mismo tiempo, se resistían de forma dolorosísima a recibir ese amor. Sólo algunos padres que perseveraban hasta un grado heroico lograban hacer la barrera algo más permeable, en mayor o menor medida. El otro día, sin embargo, vi en misa, en un banco varias filas delante de la mía a un niño con síndrome de Down que estaba con sus abuelos. ¡Era todo lo contrario! Se deshacía en ternura, cariños y mimo hacia sus abuelos. Pedía cariño y lo recibía. Me emocioné profundamente. Recé: “Dios mío, permíteme ser ante ti un niño con síndrome de Down. Transforma mi autismo, que a menudo se resiste a tu amor aunque lo necesita en síndrome de Down o, si no, persevera para hacer permeable mi barrera. ¡Quiero con toda mi alma dejarme soñar por ti!”

Y creo firmemente, aunque no por experiencia, porque sigo en mi autismo ante Dios, que en el momento en que uno permite a Dios que le sueñe, las cosas empiezan a ser distintas. Nada se te hace más fácil en la vida. Nada se resuelve automáticamente. Pero nuestra vida fluye entre las dificultades como el agua baja por el cauce de un torrente sin estancarse. Se golpea con las piedras, se roza con el fondo, pero no se estanca. Las obras de quien se deja soñar por Dios puede que sean las mismas, pero son distintas. Porque no salen del yo, sino que salen directamente del sueño de Dios. Fluyen. Eso no evita el esfuerzo y el sacrificio, pero esa fluencia hace que se vivan desde la alegría, desde la aceptación feliz. Dejan de ser “una etiqueta puesta sobre una revancha del yo”.

Como soy persona más de imágenes que de razonamiento abstracto, me voy a atrever a proponer otro recuerdo mío. Allá por mis 16 o 17 años, me dio por hacer puzles de forma compulsiva. Compraba los más grandes y dedicaba una enorme cantidad de tiempo, que robaba de otras actividades más productivas, a construirlos. En el afán del “más difícil todavía”, los compraba sin echar siquiera un vistazo a la imagen que se trataba de formar con el puzle. Y los intentaba construir sin poner debajo esa imagen, completamente a ciegas. Era una labor ardua. De repente encontrabas dos piezas que encajaban, pero no sabías dónde ponerlas. Las dejabas aparte y poco a poco esa isla empezaba a crecer al tiempo que aparecían otras islas de piezas. Todas flotaban en el vacío pero, poco a poco, cada isla iba dejando intuir una figura con sentido, aunque parcelaria. De repente, dos islas se unían en un ¡eureka! Imperceptiblemente, se empezaba a adivinar el plan global de la imagen. En todo ese proceso, la velocidad de ensamblaje aumentaba exponencialmente. Al final, cada minuto se encontraba una ficha para ponerla en su sitio. Parecerá una tontería decir que a medida que avanzaba ese proceso, sentía una especie de euforia, como si un gas hilarante me saliese del fondo de mis tripas. Y la sensación de colocar la última ficha me hacía correr a comprar otro puzle.

Pues creo que algo así pasa cuando nos dejamos soñar por Dios. Uno se convierte en una ficha colocada por Él en su sitio exacto. Pero no sólo eso. Además, de ese sueño brotan señales, como las feromonas que emiten las hormigas o las abejas para cohesionar el hormiguero o la colmena. Y esas señales atraen a las fichas que deben estar alrededor formando una isla e indican su sitio a fichas lejanas que pueden así iniciar una nueva isla. Y esto no lo hacemos por nuestra sabiduría ni por nuestra fuerza. ¿Qué sabemos nosotros de la imagen que se está dibujando ‘sub espetie aeternitatis’? ¿Qué fuerza nuestra podría mantenernos firmes en nuestro sitio frente a la tempestad de la vida? La sabiduría inconsciente y la fuerza que surge de nuestra debilidad fluyen del sueño con que nuestro Dios nos sueña si le dejamos. No importa qué hayamos hecho de nuestra vida hasta ahora. No importa lo insignificantes que creamos ser. No importan las heridas y traumas que podamos tener. No importa nada. NADA. Porque la sabiduría para encontrar nuestro sitio y las señales de orientación que emitamos desde él surgen de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado para reconciliar al universo con el Padre. En un texto del Papa Juan Pablo II leí que cada vez que celebraba la Eucaristía pensaba que, a través de esa Eucaristía, el universo entero, redimido por la sangre de Jesucristo, era presentado, de nuevo puro, al Creador. Así lo explica también san Pablo en su carta a los Romanos: “La creación entera está en anhelante espera de la manifestación de los hijos de Dios. Ya que fue sometida al fracaso, no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. [...] La creación entera gime y siente dolores de parto [...] y nosotros mismos gemimos, suspirando por que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo”. (Romanos 8, 19-23)

Y así, poco a poco, las personas que quieren dejarse soñar por Dios, van creando un tapiz de humus del que la tierra calcinada podrá volver a florecer y la estepa árida convertirse en el vergel que siempre debió ser. Y se irá formando la imagen de un mundo redimido, el mundo inicialmente soñado por nuestro Dios. Me permito un último recuerdo. Mi padre era un amante de la jardinería. Cuando yo era pequeño, teníamos una casa en Vitoria con un jardín bastante grande diseñado por él. La casa estaba en el extremo más alto del jardín que bajaba en una suave pendiente. El balcón de la habitación de mi padre daba al jardín. Cada mañana, desde temprano, se pasaba horas en el balcón, con las manos en la barandilla, quieto, moviendo sólo ligeramente la cabeza y los ojos, mirando cada detalle. El paseo flanqueado de tilos y de rosales trepadores encaramados sobre sus estacas, el estanque, lleno de nenúfares y rodeado de una rocalla que explotaba de flores, la inmensa pajarera con pájaros de los más vistosos colores, los sauces llorones, los abetos, las magnolias, los manzanos rebosantes de manzanas en su estación, los prunos que daban una flor rosada al llegar la primavera para cuajarse luego de ciruelas… Luego bajaba y se paseaba por el jardín mirando de cerca cada cosa. Después llamaba al jardinero y le explicaba los trabajos del día, qué tenía que podar, dónde convenía abonar, que había que plantar, qué fruta había que recoger, etc. Yo solía ir a su lado y le miraba. A menudo su mirada se cruzaba con la mía y me sonreía feliz. Y yo le devolvía la sonrisa también feliz. Así me imagino a Dios soñando el mundo que va a volver a restaurar a través de los que se dejen soñar por Él. Feliz viendo más allá del erial que puede parecer.


Pero Dios no sólo tiene capacidad de entristecerse. También la tiene de alegrarse. Nos lo dice el profeta Sofonías: “… el Señor tu Dios en medio de ti es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará como en los días de fiesta”. (Sofonías 3, 17). Eso le pasa a nuestro Dios cuando nos dejamos soñar por Él. Y por eso me alegro yo también, porque en su alegría nos dice: “¡Da gritos de alegría Sión, exulta de júbilo Israel, alégrate de todo corazón Jerusalén! El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, […] El Señor es Rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal”. Por eso, no, no es verdad el título de este escrito, no me da pena mi Dios y la pena que me da la humanidad doliente está llena de esperanza.