24 de septiembre de 2016

Tres preguntas sobre el impasse político actual

Llevamos unos meses los ciudadanos españoles rasgándonos las vestiduras con indignación creciente por la incapacidad de los políticos para formar gobierno. Incluso me han llegado iniciativas de firmas para pedir que los diputados no cobren el sueldo hasta que haya gobierno. Hasta se ha convocado una manifestación para ello. Nos indigna tener que volver a las urnas en Diciembre. Todo el mundo con el que hablo está de acuerdo con esto, aunque sea con matices. Es de las pocas cosas entre las que se encuentra unanimidad, incluso entre los gallitos peleones de las tertulias televisivas o radiofónicas.

Pero me pasa una cosa. Hace años leí –no me preguntéis dónde, por favor– que en la República Romana, si los magistrados que juzgaban a un reo le condenaban por unanimidad, le dejaban libre. No creo al pie de la letra en la bondad de esta sentencia, pero reconozco que a menudo la unanimidad huele a chamusquina y cuando encuentro un asunto en el que hay unanimidad, me mosqueo y se me exacerba el espíritu crítico. Y esto me ha pasado con lo de la formación de gobierno. ¡Hay que formar gobierno como sea!, oigo decir una y otra vez. Pero, no sé por qué, esta expresión me recuerda al infausto Zapatero cuando en una cumbre Euromediterránea en 2005, el micrófono abierto por descuido, captó esta conversación entre el Presidente del Gobierno y su director de internacional, Carles Casajuana: «Los textos no van muy bien, estamos intentando cerrar algo», dijo a Zapatero su asesor. A lo que éste respondió: «¡Hay que cerrar, hay que cerrarlo como sea, vamos!». Se estaba negociando, nada menos, que la política antiterrorista. Pero había que hacer algo –no importaba qué– para llegar a un acuerdo como fuese –no importaba cómo fuese ese acuerdo. Tal vez ese acuerdo, al que al final se llegó, sea la lluvia que trajo los lodos que han causado más muertes que la riada de lodo de Biescas en 1996 o la del volcán Nevado del Ruiz en Colombia en 1985. Pero, ¡había que hacer algo para llegar a un acuerdo como fuese!

Ante esto, me hago muchas preguntas de las que sólo formulo tres. ¿También ahora hay que hacer algo para formar gobierno como sea? ¿Qué grado de responsabilidad tienen los diputados actuales en la situación en la que estamos? ¿Es realmente una carga tan pesada ir una mañana de domingo (siempre que no sea el día de Navidad) a depositar un voto o votar por correo? Intentaré dar, lo más brevemente posible, mi respuesta a estas tres preguntas.

1ª ¿También ahora hay que hacer algo para formar gobierno como sea? Mi respuesta a esto es un categórico NO. Si para que el PSOE acabe por abstenerse hay que hacer concesiones como dar marcha atrás a la reforma laboral o embarcarse en políticas de gasto público disparatado o subir impuestos o rebajar todavía más el nivel de la enseñanza –ya está en los medios la consigna que a buen seguro apoyará el PSOE: ¡mueran los deberes!–, prefiero que no se forme gobierno. Si digo esto, no es por una posición ideológica o egoísta, sino porque estoy convencido que este tipo de reformas serían nefastas para España, léase para el paro presente y futuro. Ni que decir tiene que si para formar gobierno tiene que ser a base de que PSOE haga un pacto mortal con Podemos y las fuerzas soberanistas –ya amenaza el alevín de Zapatero con acudir a las bases para forzar a los que quedan en el PSOE con sentido común–, la verdad, prefiero marcharme de España. Pero si, por algún pacto extraño de abstenciones arrastrando los pies, se llegase a formar gobierno, el gobierno que saliese estaría incapacitado para gobernar. Y, ¿de qué sirve un gobierno títere que no gobierna, al albur de un Pedro Sánchez, un Pablo Iglesias y unos partidos soberanistas que es difícil que pacten para hacer algo, pero que seguro que pactan para impedir que se haga cualquier cosa. No quiero que España esté a merced del perro del hortelano, que ni come ni deja comer.
2ª ¿Qué grado de responsabilidad tienen los diputados actuales de la situación en la que estamos? Por supuesto que no diré que ninguna. Pero sí que poca. Y ello por dos razones, una reciente y otra desde que se aprobó la Constitución.

Empiezo por la Constitucional. Y debo decir que no se pueden cargar demasiadas responsabilidades en los “padres” constituyentes porque, en la situación en la que estaba España en los años 70, el objetivo, que se consiguió, era que no hubiese un golpe de Estado que nos llevase otra vez a la dictadura o, peor aún, a una guerra civil más o menos declarada. Y para ello, los “padres” constituyentes tuvieron que caminar por el filo de una cuchilla afiladísima y tragarse sapos de tamaño descomunal. Y claro, así, es muy difícil no cometer errores. Pero, tras esta petición de indulgencia para ellos, errores los hubo, y de bulto. Y esos sapos mal tragados, nos están produciendo un reflujo gástrico de padre y muy señor mío. En primer lugar, el Estado de las Autonomías. Desde el principio era evidente que lo que se pretendía con las autonomías no era una mayor eficiencia y racionalidad en la administración del gasto público, sino todo lo contrario. Duplicar muchísimos gastos con fines electoralistas y crear reinos de Taifas en los que cada uno pudiera hacer de su capa un sayo. Esto se plasmó, sobre todo en las transferencias educativas que en todas las autonomías. Y esto ha degenerado en una perdida estúpida de sentido de la visión global de España. A título de ejemplo, y tomando a Andalucía, se da más importancia al Genil o al Guadalhorce, que al Ebro o al Tajo que, como no pasan por Andalucía, no merecen ser estudiados con detalle. El ejemplo puede parecer chusco, pero no por ello es menos real. Esto, que he calificado de estúpido, pasa a ser trágico cuando la transferencia de las competencias en educación se usa para presentar a España como una potencia ocupante, deformando la historia o para intentar reducir el idioma español al marginalismo.

Pero hay un error constitucional todavía más grave. Haber creado un sistema electoral que permite que partidos regionales, a menudo desleales con su pertenencia a España, tengan en el Parlamento General mucha más representación de la que por su peso les correspondería, permitiéndoles así convertirse en bisagras que venden su apoyo por concesiones que, poco a poco –o no tan poco a poco– han llevado a la disparatada situación actual de intentos de ruptura de España. No ha habido gobierno en minoría sea de UCD, sea del PP o sea del PSOE, que para lograr sus votos no les haya hecho concesiones inadmisibles. Pero el colmo de los colmos ha sido el Estatuto de Autonomía de Cataluña auspiciado –creo que hasta de buen grado y con entusiasmo– por el PSOE de Zapatero, de infausta memoria. Y, aquí estamos.

En lo que al error reciente se refiere, creo que la culpa nos la tenemos que echar los ciudadanos, cada uno en la medida que le toque, por el voto visceral en vez de racional. Jaleados por los medios, muchos han decidido con alborozo lo magnífico que resulta el fin del bipartidismo y se han consagrado en cuerpo y alma al voto de castigo, sin pensar que con este cuatripartidismo –al que hay que sumar las joyas de los partidos soberanistas– al que hemos llegado, la formación de gobierno es imposible además de indeseable. Las democracias más serias o son prácticamente  bipartidistas o, si hay un tercer o cuarto partido importante, pueden hacer pactos entre ellos que no sean contra natura. Pero en España, por la conjunción de la aritmética y de un PSOE deshomologado con las socialdemocracias europeas la situación es especialmente grave. Pero, da igual… ¡viva la muerte del semibipartidismo! ¡Viva la italianización de la política!


No sé si ha quedado clara mi respuesta a esta segunda pregunta: La responsabilidad que les toca a los actuales diputados en el fracaso de la formación de gobierno es muy poca. Los milagros se piden en Lourdes. Estoy harto de que tomen mi nombre en vano diciendo que los españoles hemos votado que haya pactos. Yo –que hasta donde sé soy español– no he votado que haya pactos. No quiero un pacto con un partido como el PSOE, ni quiero un gobierno agarrado por el cuello –o, peor aún, por otras partes de la anatomía masculina– por esos mastuerzos. Nos harían mucho daño. Y creo que hay muchos españoles que piensan como yo, aunque no los conozca o no me lo digan.


3ª ¿Es realmente una carga tan pesada ir una mañana de domingo (siempre que no sea el día de Navidad) a depositar un voto o votar por correo? Esta es la más sencilla de contestar. Por supuesto que no es una pesada carga. Si para un ciudadano el ir una mañana a votar (NO EN NAVIDAD) o votar por correo, es una pesada carga, es que ni es ciudadano ni es ná. A mí, precisamente por la respuesta a las dos anteriores preguntas, me encantaría. A lo mejor un día, tras 4 o 5 elecciones, los ciudadanos nos damos cuenta, el que no se haya dado cuenta todavía, de que votar con las vísceras para castigar es un craso error que no conduce más que a un callejón sin salida y, una vez caídos del guindo, voten usando el sentido común en vez de las tripas.

19 de septiembre de 2016

Sobre los fondos soberanos y otras cosas

Nunca me han gustado los fondos soberanos. Fondos de inversión a través de los cuales los Estados invierten en distintos sectores de la economía del propio país o, más comúnmente, de otros. Y no me gustan porque los intereses de los Estadospropietarios de esos fondosno son rentabilizar el dinero, sino que suelen tener fines políticos y agendas ocultas. Me explico. Si yo tengo unos ahorros y los invierto a través de un fondo buscando una buena rentabilidad para mis ahorros, mi dinero acabará en los sectores y empresas de la economía que puedan crear más riqueza y prosperidad. Y si me equivoco en la elección del fondo y mi dinero no acaba donde más riqueza y prosperidad puedan crear, lo pago yo, de mi bolsillo. Para no equivocarme, dispongo, a golpe de muy pocos clicks, de información de los mejores analistas del mundo sobre el riesgo, la rentabilidad y el equilibrio entre ambos de cualquier fondo del mundo. En cambio, cuando un Estado invierte el dinero que le sobra a largo plazo en un fondo de su propiedad, no busca la rentabilidad como primer objetivo (a veces ésta no es ni siquiera un objetivo), sino que busca objetivos políticos, a veces inconfesables, que no asignan los recursos a donde más bienestar y prosperidad crean.

Además, ¿por qué demonios a un Estado le tiene que sobrar dinero a largo plazo? Estoy absolutamente en contra de los déficits crónicos de los Estados financiados con deuda, pero casi estoy más en contra de los superávits crónicos que generen enormes excedentes que los Estados deben invertir. Soy un firme convencido de que si el Estado tiene superávit debe, en primer lugar, reducir los impuestos y si, a pesar de todo, sigue teniendo superávit, repartir entre sus ciudadanos ese superávit. No me cabe duda de quesi el dinero que le sobra crónicamente al Estado acaba en el bolsillo de los ciudadanos, éstos lo dedicarán a comprar los bienes más necesarios para ellos y/o a invertirlo en donde mejor les convenga, con las ventajas que se han visto anteriormente: el dinero fluirá a los sectores y empresas que creen más riqueza y prosperidad. Pero, para después devolvérselo, mejor que no se lo quite antes. Me parece indeseable lo que realmente suelen hacer los Estados, a saber: incrementar los gastos administrados por ellos. Y lo consideroindeseable porque lo es. El Estado debe reducir sus gastos estrictamente a aquello que, en aplicación del principio de subsidiariedad, no puedan hacer por sí mismos los ciudadanos. Pocos Estados, si hay alguno, funcionan con esta filosofía, pero si los hubiera, serían, sin duda, los más prósperos de todos. Pero a los políticos no les gusta estar fuera del circuito de utilización del dinero porque ese circuito es para ellos fuente de poder. También es, por supuesto, tentación de corrupción. Creo que no puedo dejar más claro por qué no me gustan los fondos soberanos.Pero cuando estos fondos soberanos son, además, propiedad de Estados totalitarios y/o corruptos, entonces mi desagrado se eleva a una alta potencia.

¿Por qué este rollo? Porque en la mañana del sábado 10 de Septiembre he leído en el diario Expansión una noticia que casi hace que me siente mal el desayuno. En la página 3 de dicho diario se explicaba como la red del gas en España era controlada por Pekín.

En efecto, se nos narra cómo a finales del 2011, la gigantescaempresa energética china ThreeGorges, llegó a un acuerdo con el gobierno portugués para comprarle el 21% de la empresa Electricidad de Portugal, EDP, y convertirse así en el mayor accionista de la misma. ThreeGorges es una empresa controlada al 100% por el Estado chino que explota la central eléctrica de las Tres Gargantas (de ahí su nombre) pero que también sirve al Estado Chino para tener un brazo largo que llegue a los sectores energéticos de otros países. Ocurre que EDP, además de ser la mayor eléctrica portuguesa, en generación de electricidad, tanto convencional como renovable, tiene también una importante operación en España: controla la cuarta empresa eléctrica española; Hidrocantábrico. EDP también controla Naturgas, uno de los más importantes distribuidores de gas en España. En 2015, el fondo soberano chino SAFE, compró el grupo Madrileña Red de Gas, también en la distribución de gas. Ahora,el mayor fondo chino, CIC, está negociando una operación para comprar una parte importante de la empresa Redixis que empata con la citada Madrileña Red de Gas en el tercer puesto de la distribución de gas en España. Es decir, los tentáculos del Estado chino parecen ceñir una parte importante de la producción eléctrica y de la distribución de gas de España y Portugal.

Pero esto que salió el 10 de Septiembre en Expansión es sólo la punta del iceberg. Estas operaciones que he citado suman tan sólo unos cuantos miles de millones de €. Pero los fondos soberanos chinos, incluido Hong Kong, suman unos 1,8 Billones de $. Billones; millones de millones. Y si a esto sumamos los 2,6 Billones de $ controlados por países musulmanes suníes productores de petróleo más los “sólo” 74.000 millones de $ de los chiíes y los 210.000 millones de $ de Rusia, la cosa empieza a dar un poco de escalofríos. Sólo Arabia Saudí, que como es bien sabido, es un país que financia una buena parte de la expansión del Islamwahabista radical, por no decir del yihadismo, tiene el fondo SAMA con un monto de casi 750.000 millones de $. Pero eso no lo completa todo. Muchas inversiones de estos países se canalizan, no a través de fondos, sino a través de empresas controladas por sus respectivos estados, como es el caso de la inversión antes mencionada de ThreeGorges. No sé si es posible, para mí es totalmente imposible, saber cuánto de los distintos sectores económicos de los países occidentales está en manos de estos fondos o empresas públicas de países poco fiables, pero tal vez unas cifras nos puedan dar una referencia. Mientras los fondos soberanos (sin contar las empresas públicas) de esos países suman 4,7 Billones de $, las reservas invertidas de todos los Bancos Centrales del mundo ascienden a 13 Billones de $ y el PIB mundial alcanza 90 Billones de $. Es decir, el volumen de estos fondos soberanos supone el 36% de las reservas de los Bancos centrales de todo el mundo y algo más del 5% del PIB mundial. No sé qué os produce esto a vosotros, pero a mí me dan escalofríos.

No tengo un ápice de nacionalista económico. Que una empresa privada inglesa o que un fondo de inversión americano, por decir algo, invierta en comprar empresas en España, en cualquier sector, no sólo no me parece mal, sino que me parece que es enormemente beneficioso para la economía española. Si cerrásemos las fronteras inversoras a empresas y fondos de otros países acabaríamos en la miseria. De hecho, el despegue económico de España en los 60´s o de Irlanda en los 80´s o de Corea del Sur, o de tantos países, ha sido iniciado por la inversión extranjera. Y si los países pobres quieren salir de la pobreza, sólo lo harán dando seguridad jurídica para que acuda a ellos la inversión extranjera. Pero una cosa es la inversión privada en busca de rentabilidad –que, como he dicho antes, acaba en las empresas que más riqueza y prosperidad generan– y otra muy distinta la inversión de fondos soberanos de países con intenciones ocultas de las que me fío menos que de una piraña en mi bañera, empleados en meter la patita en sectores estratégicos del mundo occidental. Dicen que un paranoico es alguien bien informado. No sé si ese dicho será verdad, pero con lo poquísimo de información que he rascado tras leer el artículo de expansión, me temo que me está dando un ataque de ese tipo de paranoia. ¿No estaremos viviendo en la ciudad alegre y confiada? Buen fin de semana.Por si queréis un poco más de información os adjunto una hoja Excell con los fondos más importantes y sus volúmenes.

***

En cierta relación con lo anterior, estos días ha saltado la noticia de que se van a duplicar los fondos del Plan Junker para intentar reactivar la economía de Europa. Creo que esto no va a servir para nada y que, muy probablemente sea contraproducente. Porque el dinero del Plan Junker no sale de la nada, sale del bolsillo de los ciudadanos europeos o, peor aún, de la emisión de deuda que soportarán nuestros hijos o nietos o, todavía peor, de la creación de dinero ex-nihilo. Y, como he dicho unas líneas más arriba, el dinero en manos de los ciudadanos acaba, bien porque compran los productos que necesitan o bien porque lo invierten en lo que esperan les dé una buena rentabilidad, en los sectores y empresas que más riqueza y prosperidad crean. En cambio, si ese mismo dinero lo administran los burócratas europeos acabará donde “dios” les de a entender pero, a buen seguro, no allí donde más útil pueda ser. Y, al final, como también he dicho más arriba, aumentará el poder de estos burócratas y creará más oportunidades de corrupción. No es una buena política para relanzar la economía sobrecargar de impuestos y sobrerregulación asfixiante a las empresas y ciudadanos, que son, respectivamente, el percherón que tira del carro y el pienso que les alimenta, desincentivando su inversión y, después, pensar que se va a crear riqueza cuando el dinero de esos impuestos,aplicados a beneficios menguantes,se inyecte en vaya usted a saber dónde y siguiendo qué criterios. Es tan estúpido como si alguien quisiera subir en el aire a base de tirarse de los pelos. No, peor. Porque el que se tira de los pelos para subir, ni sube ni baja más por ello. En cambio, dificultar el funcionamiento de las empresas, sobreordeñarlas y disminuir el poder adquisitivo de los ciudadanos, para después invertir ese dinero según le dé al burócrata de turno, tira hacia debajo de la economía. ¡Ay Europa, Europa…!

***

Último, lo juro, también relacionado con esto.

Leo en “El confidencia”l un artículo de S. Mccoy que creo merece ser comentado y al que pongo un link al final.

Habla del lanzamiento de un fondo ético: Temperantia. Este fondo tiene dos características (tiene más, pero el que quiera que lea el artículo). La primera que se va a invertir en empresas que respeten en su proceder la Doctrina Social de la Iglesia. La segunda, que sus promotores van a donar a obras de la Iglesia un porcentaje de las comisiones que cobren y darán la opción voluntaria –perdóneseme la redundancia– a que los inversores hagan lo propio. El hecho de que este fondo, como otros muchos fondos éticos, pondere su inversión a determinadas empresas según su comportamiento ético y deje fuera a algunas de comportamientos poco éticos, no tiene por qué impactar negativamente en su rentabilidad. De hecho, en el artículo se muestra que, desde 2008,las acciones del S&P Catholic Values Index, han superado en un 2,74% anual acumulado la rentabilidad del S&P 500[1].

Aplaudo esta medida, y no únicamente porque al ser católico me parezcan bien los criterios de inversión acordes con la Doctrina Social de la Iglesia, sino también como liberal que soy. Alguien podría cuestionar cómo puede ser que, como liberal que soy, me parezcan adecuados unos fondos que no tienen la rentabilidad como único objetivo. ¿No es esto ir contra mis premisas anteriores y contra la mano invisible? Y no me sirve para justificarlo el hecho, que en principio puede parecer accidental, de que la rentabilidad de S&P CVI supere al S&P 500[2]. La razón es más profunda y está enraizada en los principios más profundos del libre mercado. En primer lugar, por la obvia razón de quelos que invierten en estos valores lo hacen libremente y por sus convicciones y, previsiblemente, lo harían aunque obtuviesen una rentabilidad menor que el S&P 500. Y el libre mercado se basa, como su nombre indica, en la libertad de las personas para tomar las decisiones que les parezcan oportunas. Pero hay más. Alguien podría decir que, renunciando a una mayor rentabilidad, si ese fuese el caso, no estarían canalizando los recursos hacia los sectores y empresas que crean más riqueza y prosperidad, es decir, irían contra la mano invisible. Pero esto tampoco es verdad. El libre mercado se basa en el hecho de que cada persona, libremente, elige comprar aquello que cree, de manera tal vez subconsciente, que así maximiza su “función de bienestar”. Pero en esta “función de bienestar” que la gente quiere maximizar con el intercambio de productos, entran muchas más cosas que el aspecto monetario, a poco que el producto impacte en la calidad de vida de quien lo compra. Piénsese, por ejemplo, en la gente que trabaja en un sitio en el que gana menos, porque el ambiente de trabajo es mejor o porque lo que hace la empresa está más acorde con sus valores. O en la gente que compra un producto alimenticio ecológico, aunque sea más caro, porque le importa su salud o el medio ambiente. O en la gente que da dinero a una ONG, sin recibir nada a cambio porque le hace sentirse satisfecho. O en quien compra un coche eléctrico para contribuir menos al calentamiento global. Podría seguir poniendo ejemplos. Cuando toda esta gente hace esto, aumenta su “función de bienestar” y la “función de bienestar” es riqueza y prosperidad, aunque no sea monetaria. Por tanto, la gente que invierte en acciones de empresas con un comportamiento ético, aunque su rentabilidad fuese menor, estaría canalizando los recursos hacia los sectores y empresas que crean mayor riqueza y bienestar. Y esto me lleva a pensar que el hecho de que las acciones del S&P CVI den más rentabilidad que las del índice S&P 500 no es una pura cuestión accidental. Tiene su razón de ser. Es puro libre mercado y pura mano invisible. Así pues, por mis convicciones religiosas y por mis convicciones liberales, bienvenido sea este fondo ético: Temperantia.




TODO en millones de $
Fondo Vol 2016 Bancos centales (2016)
Total 7.000.000 13.000.000
Noruega Gobernment Pensión Fund Global (NGPFG) 855.400
Abu Dhabi Investment authority 877.800 PIB Mundial 2016
SAMA Arabia Saudí 745.920 90.000.000
China Investment Corp. CIC 615.440
Kuwait Investment Authority 414.400 China (Incliye Hong Kong) 1.780.940 25%
Hong Kong Monetary Authority 410.620 Países musulmanes Sunitas 2.595.180 37%
Gobernement of Singapur 346.500 Países musulmanes Chiítas (Irán y Azerbaijan) 74.480 1%
Temasek Holding Singapur 220.080 Rusia 209.580 3%
National Wealth Fund Rusia 209.580 Países "Occidentales"* 1.242.780 18%
National Social Security Fund China 188.300 Resto 1.097.040 16%
Qatar Investment Authority 140.000 TOTAL 7.000.000 100%
Australia Future Fund 112.000 * (Libre mercado)(Incluye Australia, Nueva Zelanda y Korea; excluye Rusia y Hong Kong)
Corporation of Dubai 98.000
Libyan Investment Authority 91.000 China, países musulmanes y Rusia 4.660.180 67%
Kazakhistan National Fund 81.480
International Petroleum Investment Compant Abu Dhabi 81.200
Revenue Regulation Fund Argelia 79.380
Mubadala Development Company Abu Dhabi 67.480
Korea (del Sur) Investment Corp.  60.200
Alaska Permanent Fund 56.420
Khazanah National Malasia 51.520
State Oil Fund Azerbaijan 42.280
National Pension reserve Fund Irlanda 42.000
Brunei Investment Agency 42.000
Strategic Investment Fund Francia 39.200
Texas Permanent Scool Fund 34.160
Stabilization Fund Irán 32.200
New Zeland Superannuation Fund 22.260
Alberta´s Heritage Fund 21.140
Otros 922.040
7.000.000


[1] El Índice Standard & Poor´s de Valores Católicos es un índice elaborado por esa firma, que toma como base el índice S&P 500, es decir el de las acciones de las 500 mayores empresas de la bolsa de Nueva York, del que eliminan las acciones de las empresas que no se ajustan a las normas de inversión responsable establecidas por la Conferencia de Obispos Católicos de los EEUU (USCCB).
[2] No parece que el hecho de conseguir superarlo durante 8 años consecutivos sea meramente accidental. ¿Tendrá alguna explicación?

14 de septiembre de 2016

Una curiosidad novelesca que raya en el misterio

En este escrito no hay nada de mi cosecha. Ni siquiera aventuro una opinión sobre lo que escribo en él. No es más que una recensión de una curiosidad con la que me he encontrado por casualidad navegando por internet buscando otras cosas y tirando del ovillo. Eso sí, es una curiosidad de las que roza el “misterio”, tiene algo de novelesco y, además, lleva implícita otra gran curiosidad lingüistica. En fin, basta de rollos y ahí voy.

Se trata del llamado manuscrito de Voynich. Es un manuscrito de 240 páginas lleno de ilustraciones, a razón de algo más de una por página, escrito sobre pergamino con pluma de ave en el siglo XV. Las páginas están numeradas con el sistema de numeración arábigo por lo que se sabe que 5 de ellas se han perdido. Y, ¿cuál es la curiosidad, se puede preguntar uno? La curiosidad estriba en que está escrito en un idioma desconocido, con un alfabeto desconocido, que nadie ha podido descifrar hasta la fecha ni encontrar su origen. Los criptógrafos de la Segunda Guerra Mundial que rompieron el código “Enigma” alemán lo intentaron con el manuscrito Voynich y fracasaron. La Natonal Security Agency (NSA) de los EEUU, la misma que hace unos meses rompió en poco menos de una semana las claves de Apple por la cuestión del teléfono del terrorista musulmán, lo ha intentado con el manuscrito y fracasó. La inmediata es pensar que es simplemente un galimatías y que, por tanto, es indescifrable, sencillamente, porque no tiene sentido. Pero, y esta es la segunda curiosidad, resulta que el idioma del manuscrito cumple con la ley de Zipf y con la de la entropía lingüistica.

La ley de Zipf es, en sí misma, una curiosidad estadística de la que nadie sabe explicar su rezón de ser. Da cuenta del hecho empírico de que en un texto suficientemente largo en cualquier idioma natural del mundo, la palabra que más aparece en él, lo hace muy aproximadamente dos veces más que la segunda, tres más que la tercera, etc., etc., etc. Sin embargo, los idiomas artificiales no cumplen esta ley. Por ejemplo, Tolkien, profesor de Oxford y filólogo de profesión, inventó, en el siglo XX, el idioma élfico. El élfico no cumple con la ley de Zipf. James Dooham y Marc Okrand inventaron, para la serie de películas de Star Treck, el idioma klingon que hablan una docena de expertos en el mundo. El klingon no cumple la ley de Zipf. El voynichés –así ha dado en llamarse la lengua del manuscrito– cumple, además de con la ley de Zipf, con la de la entropía lingüística. Esta ley viene a decir que las longitudes de las palabras de un idioma cualquiera siguen una cierta distribución estadística que, siendo común a todas las lenguas, difieren en ciertos parámetros que definen esa distribución y que estos parámetros permiten agruparlas en varias categorías. Parece que el voynichés entra en la misma categoría que el latín y otras lenguas romances. Sin embargo, en otras características lingüísticas pudiera parecerse más al árabe, a pesar de que el voynichés tenga vocales y se escriba de izquierda a derecha. El manuscrito, de 240 páginas, como hemos dicho, tiene unos 170.000 caracteres agrupados en unas 35.000 palabras (4,86 caracteres por palabra de media) con un alfabeto de entre 20 y 30. Este número no está claramente determinado por varios motivos. El primero es que hay caracteres que son parecidos entre sí, pero no se puede afirmar que sean el mismo. No se sabe si sus diferencias se deben a la caligrafía o a que sean realmente diferentes. El segundo es que hay caracteres que sólo aparecen al principio de las palabras, otros sólo al final y otros sólo en medio. Hay caracteres que pueden aparecer en el principio de la palabra y otros que nunca lo hacen. En árabe ocurre algo así, pero no son caracteres distintos, sino que el mismo carácter tiene una grafía distinta según esté en el inicio de la palabra, en medio o al final. Hay también caracteres que no aparecen nunca uno junto al otro. Otros, en cambio, parecen aparecer a menudo juntos en un orden determinado. Otros aparecen frecuentemente repetidos mientras que otros no lo hacen nunca. Si nos fijamos en las palabras, las hay que aparecen distribuidas por todo el texto, mientras que otras aparecen sólo en algunas secciones o sólo en algunas páginas. La grafía del manuscrito deja ver que está escrito con soltura, no dibujando cada letra, sino de forma fluida, lo que indica que el escritor lo escribía de corrido y sabía de lo que estaba escribiendo. Algunos expertos dicen que hay dos o tres manos de calígrafos, pero otros niegan este punto. Con todo esto, quedan pocas dudas de que el manuscrito no es un simple galimatías, sino que corresponde a un idioma real y que tiene, por tanto, un contenido conceptual que intenta transmitir.

Las ilustraciones son a color y es gracias a ellas por lo que se puede saber más o menos de qué trata el manuscrito, que se ha dividido en seis secciones. Parece que las ilustraciones están hechas antes que el texto, puesto que éste se superpone a ellas en bastantes sitios.

Llegados a este momento, creo que merece la pena echar un vistazo a las imágenes del manuscrito:


De acuerdo con las imágenes el manuscrito se divide en seis secciones:

1ª Herbario. Según el botánico Arthur Tucher, de la Universidad Estatal de Delaware, varias de las ilustraciones podrían ser de plantas de Centroamérica y además dice que la forma de representación de las imágenes botánicas recuerda a las de México del siglo XVI. El problema es que según veremos más tarde, todo indica que el manuscrito fue elaborado en el siglo XV, antes del descubrimiento de América.

2ª Astronómica. Aparecen 10 de los 12 anagramas de signos zodiacales. Cada uno de ellos está rodeado por 30 mujeres, en su mayoría desnudas y cada una sostiene una estrella. Acuario y Capricornio se han perdido. Entre Aries y Tauro hay cuatro diagramas, algunos de ellos desplegables, con 15 estrellas cada uno.

3ª Biológica. Aparecen mujeres desnudas tomando baños y unidas por redes de tuberías que tienen forma de órganos. Algunas de las mujeres llevan coronas. Se especula con que sean ninfas.

4ª Cosmológica. Aparecen diagramas circulares de naturaleza desconocida que hay quien dice que representan galaxias espirales. También hay alguna ilustración que puede parecer una estrella en explosión. Hay un desplegable de 6 páginas en el que aparecen 6 islas conectadas por calzadas y castillos. Aparece también algo que pudiera ser un volcán.

5ª Farmacéuticas. Aparecen raíces, hojas y tarros típicos de farmacia.

6ª Alquímica. Aparecen ilustraciones que se interpretan como guías para elaborar algún tipo de receta alquímica.

La historia del manuscrito es un auténtico culebrón. Por el análisis del carbono 14 que se realizó en 2009 en la Universidad de Arizona, se sabe que, con un margen de seguridad del 95%, el pergamino sobre el que está escrito data de entre 1440 y 1438. El McCrone Research Institute de Chicago ha demostrado que la tinta fue aplicada poco tiempo después. Por determinadas ilustraciones, entre ellas algunas que representan un especial tipo de castillos, parece que fue escrito en el norte de Italia, en una zona entre Milán y Venecia donde esos castillos eran habituales en el siglo XV. Los atuendos y peinados de las mujeres también parecen corroborar esa ubicación. La primera constancia indirecta de su propietario dice que el emperador Rodolfo II (1552-1612) lo compró pagando por él la astronómica cantidad de 600 ducados de oro. En la corte imperial atribuyeron su autoría al monje franciscano Roger Bacon (1220-1294), de enorme erudición, antecesor del pensamiento científico y políglota, conocedor del árabe y de otros idiomas. Pero después de la datación por el carbono 14, esta hipótesis ha quedado invalidada.

A la muerte de Rodolfo II el manuscrito pasó a ser propiedad de Jakub Horcicky (1575-1622), conocido por su nombre latinizado Jecobus Serapius, favorito del fallecido emperador, alquimista y responsable de la farmacia imperial. A la muerte de Serapius su propietario pasó a ser Georgius Barschius (1558-1662), también alquimista de la corte de Rodolfo II y responsable de su biblioteca. Parece que fue el primero que intentó, sin éxito, la traducción del manuscrito. En 1637, desesperado, su propietario escribió una carta a Athanasius Kircher (1602-1680), jesuita, y el políglota más reputado de su época. Kircher había compilado un impresionante diccionario del copto, era un gran conocedor del chino y había “descifrado” los jeroglíficos egipcios. Aunque exactamente dos siglos más tarde, al descifrar Champolion los jeroglíficos egipcios ayudado por la piedra Rosetta, se viese que el descifrado de Kircher era erróneo, la fama de éste a mediados del siglo XVII era inmensa. Por eso Barschius le mandó la carta, junto con la copia de algunas páginas del documento, pidiéndole que lo tradujese. No hay constancia de que Kircher le hiciera caso.  En 1639 le escribió una segunda carta que corrió la misma suerte que la primera: el olvido. Estas cartas no se conservan. El pobre Barschius siguió peleándose infructuosamente con el descifrado hasta su muerte en 1662.

En su testamento legaba el documento a su amigo Johannes Marcus Marci (1595-1667). Éste era un médico que había iniciado sus estudios para ser jesuita y era Rector de la Universidad Carolina de Praga. Mientras estudiaba con los jesuitas, Marci había trabado amistad con Kircher. Por eso en el mismo año de 1662, Marci le envió el manuscrito completo, junto con una carta, a su amigo Kircher para ver si era capaz de descifrarlo. Tampoco hay constancia de que Kircher acusara recibo de dicha carta, ni de que realmente hubiese intentado descifrarla. No obstante, esta carta de Marci se conserva unida al manuscrito. Es en esa carta donde se refiere la adquisición del manuscrito por Rodolfo II, la atribución de su autoría a Roger Bacon, las vicisitudes sufridas por el manuscrito desde entonces y se mencionan las dos cartas de Barschius.

Desde ese año de 1662 hasta 1870 el manuscrito estuvo en el Collegio Romano de los jesuitas. Durante el paréntesis de la supresión de la Compañía, el Collegio estuvo bajo la supervisión del clero secular romano. Al ser restituida la orden, el Collegio volvió bajo el control de los jesuitas. En 1870, al tomar Victor Manuel II Roma y anexar los Estados Pontificios al Estado italiano recién constituido, expropió muchos de los documentos de la Iglesia o de las distintas órdenes religiosas. Los jesuitas mandaron muchos documentos a bibliotecas privadas para evitar su expropiación. Entre ellos se encontraba el Manuscrito Voynich. Más tarde, cuando se permitió la refundación del Collegio Romano con el nombre de Universidad Pontificia Gregoriana, los documentos fueron restituidos a dicha Universidad.

Pero en 1912 la Gregoriana pasó por graves dificultades económicas que le obligaron a vender una parte de su biblioteca. Entre los documentos que se vendieron estaba el manuscrito que, junto con otros 30 documentos, fue comprado por el bibliófilo lituano-polaco Wilfrid M. Voynich (1865-1930), que le da el nombre al manuscrito. La azarosa vida de Voynich daría para escribir un libro. Comprometido políticamente con la lucha por la independencia de Polonia del imperio ruso, fue detenido en 1885. Permaneció unos años en la fortaleza prisión de Varsovia y después fue deportado a Siberia en la primavera de 1887. Fugado en 1890, llegó a Alemania tras una increíble odisea. De su estancia en Siberia data su conversión al anarquismo. Se escondió en Hamburgo. Tuvo que vender su abrigo y sus gafas por cuatro perras para poder comprar un arenque ahumado, un trozo de pan y un pasaje de tercera clase a Londres en un barco de carga que transportaba fruta. En esa ciudad conoció a una joven inglesa nacida en Irlanda, Ethel Boole (1864-1960), quinta hija de George Boole, el matemático que inventó el álgebra de Boole y de la filósofa sufragista Mary Everst. Wilfried y Ethel se unieron en 1895 y se casaron en 1902. Antes de conocer a Voynich, Ethel había estado en Rusia y Polonia, colaborando con el movimiento anarquista en la clandestinidad. Cuando volvió a Inglaterra fundó la Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia y ayudó a la edición del diario Free Russian en lengua inglesa. Su anarquismo se remonta a su relación amorosa con el aventurero ruso Sigmund Georgievich Rosenblum. Rosenblum fue encarcelado por anarquista por la Rusia zarista. Fugado de prisión, simuló su muerte y huyó a Brasil donde estuvo escondido unos años. De Brasil fue a Inglaterra donde conoció a Ethel en los medios anarquistas y se convirtieron en amantes. La relación de Ethel con Rosenblum terminó en 1895, al ser reclutado éste como agente por el Servicio Secreto británico, cambiándose el nombre por Sidney Reilly. Sirvió como espía contra alemanes, turcos y rusos, zaristas y soviéticos. Era conocido como “The Ace of Spies”. La BBC ha producido recientemente una serie sobre él con ese título. En 1925 fue capturado y ejecutado por los soviéticos. Inspiró a Ian Fleming el personaje de James Bond 007 en las novelas que Fleming escribió entre 1953 y 1966.

En el mismo año de 1895, en el que Ethel rompió con Rosenblum, conoció a Voynich con el que se unió como amante. Se conocieron en la Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia. Su encuentro no carece de tintes románticos. Wilfred le preguntó cuando la vio: “¿No te he visto antes? ¿No estabas de pie en la plaza cerca de la fortaleza de la prisión de Varsovia el Domingo de Pascua de 1887?” Ella le dijo que sí, que allí había estado ese día y él contestó: “Yo estaba dentro, me asomé y te vi”. Ambos eran activistas anarquistas y se dedicaron a traducir al inglés y a otros idiomas –sabían diez o doce idiomas cada uno– las obras de Marx y Engels. Profesionalmente Wilfried se dedicó al negocio de compra-venta de libros extraños en el que tuvo un éxito más que notable. Ethel era, además de una buena pianista y compositora, una gran escritora. Su primera novela, “The Gadfly” (la traducción literal es “El Tábano”, pero coloquialmente significa algo así como “la mosca cojonera”. Tal vez el título pretenda referirse a Sócrates, que se llamaba a sí mismo el tábano de Atenas), publicada en 1897, tuvo un gran éxito internacional y fue traducida a 25 idiomas. Pero fue en la Unión Soviética donde más ejemplares se vendieron, llegando a más de 2 millones. En este país fue llevada al cine dos veces y Dimitri Shostakovich compuso la música para esa película. Hoy se conoce como la romanza Gadfly, Op. 97 de este compositor. Aunque en la serie de la BBC a que me he referido antes no aparece Ethel Boole, el productor ha dejado un guiño en referencia a esa relación entre el espía y Ethel: La música de la serie es la misma romanza de Shostakovich que la de la película “The Gadfly”. A continuación añado un link a una interpretación para piano y violín de esa deliciosa obra.


Sin embargo, Ethel no se enteró del éxito de su novela en la URSS hasta cinco años antes de su muerte. A través de Aldai Stevenson, que sería candidato demócrata a la Presidencia de los EEUU en 1956 y con quien le unía una estrecha amistad, negoció que la URSS le pagase los derechos de autor ganados allí, siempre que viajase a la Unión Soviética a recibirlo. Pero Ethel, a la sazón de 91 años y que hace mucho consideraba a la URSS como traidora a los ideales anarquistas, no fue y, por tanto, nunca recibió el dinero. Tampoco lo necesitaba puesto que vivía holgadamente de los derechos de autor de sus obras en el resto del mundo, aunque ninguna alcanzase el éxito de “El Tábano”.

Desde que Voynich compró el manuscrito, intentó que los mejores expertos descifrasen el documento, mandándoles copias hechas por él mismo mediante un sistema químico que lo deterioró en algunas partes. En 1914, poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial, los Voynich fueron a EEUU en el transatlántico Lusitania que, más tarde, durante la guerra, sería torpedeado y hundido por un submarino alemán. Tuvieron que permanecer allí durante toda la guerra, pero al acabar ésta, tras una breve estancia en Londres, en 1920 se instalaron definitivamente en ese país. Cuando murió Wilfried, en 1930, el manuscrito pasó a su viuda. En 1931 Ethel Boynich permitió al P. Theodore C. Petersen (1883-1966) que hiciera copias para poder distribuirlas entre expertos que pudiesen intentar su descifrado. Petersen era profesor en el St. Paul's College de la Universidad Católica de América especialista en lenguas antiguas e historia, además de ser experto en religión, astrología y manuscritos místicos. Él mismo intentó descifrar el manuscrito. Dedicó el resto de su vida a buscar concordancias del manuscrito con textos de Ramón Llull, Santa Hildegarda de Bingen, San Alberto Magno, Roger Bacon y otros eruditos medievales, sin obtener ningún éxito. Desde 1933 hasta 1943 Ethel colaboró con la Escuela de Música Litúrgica Pío X en Manhattan. En esa época compuso varias cantatas y otros himnos litúrgicos y religiosos que gozaron de notable éxito para este tipo de música.

Cuando murió, sus herederos vendieron el manuscrito, en 1961, por 24.500$, al marchante de libros Hans Peter Kraus (1906-1987), un judío austriaco que se libró por los pelos del holocausto. Éste intentó, infructuosamente, venderlo a precios crecientes que alcanzaron los 160.000$. En 1969, Kraus donó el manuscrito a la biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde está en la actualidad, catalogado con el número MS 408. Esta Universidad ha encargado a la editorial Siloé, situada en Burgos, tras una exigente selección, la primera edición facsímil del manuscrito, edición que se ha iniciado en Febrero de 2016.

En 2014 se han presentado dos pretensiones de traducción parcial del manuscrito. La primera es del Prof. Stephen Bax de la Universidad de Bedfordshire en el Reino Unido. Bax encuentra paralelismos del voynichés con lenguajes de Asia u Oriente Medio usando unos caracteres del alfabeto eslavo glagolítico (sic). Parece que también hay similitudes con el rongorongo (sic), un sistema de escritura descubierto en la isla de Pascua. Bax limita su descifrado a diez palabras.

La segunda es del ingeniero militar ruso Nikolái Anichkin. Según Anichkin, la obra contiene una descripción de las plantas encontradas en Asgard (ubicado en el territorio actual de Omsk en Siberia). En el mismo lugar, cuenta el ingeniero, había un gran templo de unos 1.000 sazhenes (2.133 metros) del que solo quedan los pasajes subterráneos. Según Anichkin, el templo fue destruido en 1530, mientras se suele fechar el manuscrito en el siglo XV. El idioma sería usado, siempre según Anichkin, para los rituales que tenían lugar en ese templo. En cualquier caso, el ingeniero ruso afirma haber descifrado sólo unas cuantas palabras.


Por supuesto, no faltan hipótesis sobre el autor del manuscrito ni sobre su contenido, su intención o su lenguaje. Cuando Voynich hizo las copias del manuscrito apareció en la primera página, casi totalmente borrada, la firma de su segundo propietario, Jacobus Serapius. Esto hizo pensar que éste era su autor y que alguien, posteriormente, lo había borrado para crear un misterio y, tal vez, poder vender más caro el documento. Pero hace poco se han encontrado documentos firmados por Serapius y se ve claramente que la firma del manuscrito había sido falsificada. Esto nos lleva a otro “mistrerio”: alguien falsificó la firma de Serapius y otro alguien –o tal vez fue el mismo– la intentó borrar. ¿Con qué fin? Hay una larga lista de personajes que unos y otros eruditos identifican con razones de lógica, como posibles autores del manuscrito. La lista de los autores esotéricos es aún más larga. No falta quien afirma que el documento, con toda la historia, la carta de Marci a Kircher incluida, fue una patraña urdida por los Voynich. Ingenio, conocimiento de lenguas, acceso a documentos antiguos y a pergaminos vírgenes, no les faltaron. Aunque la ley de Zipf no fue descubierta hasta los años 40 del siglo XX, parece que Ethel tenía también una impresionante formación matemática dada por su padre, lo que alimenta la hipótesis de que hubiera descubierto esa ley y ella y su marido la hubiesen usado para el engaño. Parece demasiado rocambolesco, pero, con una pareja así, nunca se sabe… Hay infinidad de hipótesis realmente rocambolescas y esotéricas, sobre el manuscrito. Las hay que hacen referencia a extraterrestres, rosacruces, descripciones de telescopios y microscopios, reactores nucleares, secretos templarios o cátaros, etc. Naturalmente, no pueden faltar las hipótesis en las que la Iglesia católica, implacable perseguidora de herejes, impulsaba a éstos a crear códigos secretos. Ahí queda el tema, para quien quiera investigarlo o escribir una novela. Mimbres no faltan.

7 de septiembre de 2016

Frases 7-IX-2016

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La contemplación es un conocimiento superior a los modos de conocer, una ciencia superior a los modos de saber (...) Es una ignorancia iluminada, un espejo maravilloso en el cual se refleja el esplendor de Dios. Está fuera de toda regla, y todos los procedimientos de la razón son impotentes frente a ella.

Ruysbroek el Admirable.


4 de septiembre de 2016

Pues eso

Antes de empezar este escrito ya me temo que va a salirme demasiado complejo porque son muchos los temas que, aunque relacionados unos con otros, siguen una cadena que hace que el último y el primero de ellos no tengan mucha relación. Hasta tal punto es así que he sido incapaz de ponerle un título. Me saldría algo así como: “La mano invisible de Bernard Mandeville y Adam Smith, las teorías de los precios y del valor de las cosas en Adam Smith y Karl Marx, pasando por David Ricardo, Thomas Malthus y la inteligente solución anticipada de la Escuela de Salamanca”. Naturalmente he renunciado a un título tan absolutamente intolerable y he optado por otro más lacónico, aunque menos explicativo: “Pues eso”. Pero basta de rollos introductorios y, al grano.

Es bastante corriente que nos formemos opiniones de muchas cosas dejándonos ilustrar por lo que no son sino meras leyendas urbanas, lugares comunes, tópicos sin base o con una base equivocada. Es normal. No podemos saber de todo y, a menudo, construimos nuestras creencias y certidumbres sobre bases muy poco sólidas. Pero tenemos que estar dispuestos a destruir el edificio de nuestro conocimiento, si está mal construido, para reconstruirlo sobre bases sólidas. Mucha gente se ha formado una idea de la llamada “Mano Invisible” de Adam Smith (1723-1790)  –y de la propia figura de Adam Smith– sin saber nada de ella e identificándola a menudo con la avaricia y la codicia. Por eso creo que merece la pena alguna aclaración.

Adam Smith no era ningún desalmado que le importase tres pimientos la suerte de los seres humanos. Al contrario, tenía una fina sensibilidad hacia la suerte de los otros. Una de sus primeras grandes obras, publicada en 1759 lleva por título “Teoría de los sentimientos morales” y en ella pueden leerse frases como las siguientes:

“La naturaleza, cuando formó al ser humano para la sociedad, lo dotó con un deseo original de complacer a sus semejantes y una aversión original a ofenderlos. Le enseñó a sentir placer ante su consideración favorable y dolor ante su consideración desfavorable. Hizo que su aprobación le fuera sumamente halagadora y grata por sí misma, y su desaprobación muy humillante y ofensiva”.

“Así como amar al prójimo como a nosotros mismos es la gran ley de la cristiandad, el gran precepto de la naturaleza es amarnos a nosotros mismos sólo como amamos a nuestro prójimo, o, lo que es equivalente, como nuestro prójimo es capaz de amarnos”.

 “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”.

“Pareciera que la naturaleza, cuando nos cargó con nuestros propios pesares, consideró que eran ya suficientes, y por tanto no nos ordenó que incorporásemos una cuota adicional de los dolores ajenos más allá de lo necesario para impulsarnos a aliviarlos”.

Diecisiete años más tarde, en 1776, publicó su obra más conocida: “Investigaciones sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”. Es en esta obra donde aparece la famosa mano invisible, que queda patente en frases como las siguientes.

“No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero por las que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.

“Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga […] Al orientar esta actividad de modo que produzca un valor máximo, él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible le conduce a producir un objetivo que no entraba en sus propósitos […] Al perseguir su propio interés, frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo”.

Hay gente que opina que algo debió pasarle a Smith en esos 17 años para que se produjese esa transformación. Pero no hubo tal. Primero porque en la riqueza de las naciones no se alaba ni el egoísmo ni la avaricia ni la codicia, sino el propio interés, que es algo diferente de las cosas anteriores. Y segundo porque ya en la “Teoría de los sentimientos morales” se habla de la mano invisible, como puede verse en la siguiente cita de esta obra:

“Los hombres de negocios están guiados por una mano invisible […] y de esta manera, sin buscarlo, sin saberlo, sirven al interés de la sociedad”.

Al tiempo que en “La riqueza de las naciones” afirma que “no puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados”.

Es decir, no hay tal ruptura en el pensamiento de Adam Smith que en esos diecisiete años le llevase de la benevolencia al egoísmo.

Pero, y volviendo al punto de uno de los párrafos anteriores; ¿Es el propio interés sinónimo de egoísmo, avaricia o codicia? De ninguna manera. Todos los seres humanos actuamos en mayor o menor medida y en diferentes aspectos de la vida llevados por nuestro propio interés sin que tengamos necesariamente por ello que caer en el egoísmo. Por supuesto que el propio interés puede degenerar en egoísmo, pero eso sería una aberración desordenada del mismo y, de ninguna manera, tiene necesariamente que producirse esa aberración. Por ejemplo, una persona que a lo largo de su vida ha logrado reunir unos ahorros que pueden ser el sustento de su vejez, puede –y debe– sin ser por ello egoísta, invertirlo en aquello que piense que le puede dar una mayor rentabilidad sin poner sus ahorros en peligro. Más aún, el propio interés y el interés ajeno pueden ser, y muy a menudo son, sinérgicos. El ahorrador, cuando busca la mayor rentabilidad para sus ahorros, sin darse cuenta, canaliza éstos hacia las empresas que más riqueza generan. Cuando un empresario quiere ganar dinero, lo primero que se debe preguntar, si es inteligente, es qué puede hacer para satisfacer las necesidades de sus clientes para que estos le compren sus productos. Y lo segundo, a corta cabeza de lo primero, que debe hacer para atraer el talento a su empresa y que las personas que trabajen en ella, desde el más alto directivo hasta el más humilde operario, den voluntariamente lo mejor de sí mismos. La realidad empresarial está plagada de miles de ejemplos de ambas cosas. ¿Lo hace el empresario por propio interés? Sin duda, pero eso de ninguna manera tiene que ir contra el interés ajeno. Además, aunque indudablemente la primera motivación de casi todos los empresarios es su propio interés, eso no tiene por qué excluir un honesto sano y recto interés por los demás porque, como dice Smith, “existen evidentemente en su naturaleza [la del hombre] algunos principios que […] hacen que la felicidad de éstos [los demás seres humanos] resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”. Gustave Thibon señaló acertadamente que “uno de los signos cardinales de la mediocridad de espíritu es ver contradicciones allí donde sólo hay contrastes”. Es cierto que, lamentablemente, muchos hombres de empresa e ideólogos de la economía de libre mercado, creo que con una enorme miopía, identifican también el propio interés con el egoísmo y hasta se vanaglorian de ello. Pero, ¿por qué el libre mercado, que ni en Adam Smith ni en ninguno de sus más insignes representantes adolece de esa miopía, por qué, pregunto, debería cargar con la estupidez de unos pocos?

Entonces, ¿por qué esa idea que subyace en tanta gente sobre la maldad de la mano invisible? Ocurre muy a menudo en la historia que una persona carga con los sambenitos o las alabanzas que deberían ser aplicadas a otra, incluso aunque esta última haya caído casi en el más absoluto olvido. Tal es la transferencia que ocurre entre Adam Smith y otro escritor que vivió unos años antes que él: el holandés Bernard de Mandeville (1670-1733). Mandeville tenía 53 años cuando nació Adam Smith y dieciocho años antes del nacimiento de este último ya había escrito la obra de inmenso éxito en su época y que le dio una gran fama: “La fábula de las abejas o cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública”. Esta obra sí que afirma, sin ningún tipo de pudor, que el soporte de la sociedad –y por tanto también del libre mercado– es el vicio y la maldad. Lo hacía, como el nombre de la obra indica, refiriéndose a la vida de un panal de abejas. Su conclusión era: “Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer que un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir si queremos gozar de sus dulces beneficios”. Y, por si alguien pensase que esto era sólo algo aplicable a las abejas pero que el autor no pretendía que fuese aplicable a las sociedades humanas, he ahí otra perla: Me congratulo a mí mismo por haber demostrado que ni las cualidades amigables, ni los tiernos afectos que son naturales en el hombre, ni las virtudes reales que es capaz de adquirir por la razón y la abnegación son el fundamento de la sociedad; sino que lo que llamamos mal en el mundo […] es el gran principio que nos hace criaturas sociables […], de la vida y del soporte de todas las transacciones y contrataciones de trabajo, sin excepción: que en el momento en que el mal cese la sociedad será expoliada si no totalmente disuelta”. Difícil de encontrar frase más terrible, a la vez que falsa.

Podría pensarse que, cuando el río suena, agua lleva y que si esos principios acabaron en el imaginario popular aplicándose a Adam Smith, debió ser porque de una manera más o menos suavizada, bebió de ellos. Por supuesto, Smith conocía la obra de Mandeville pero, lejos de aprobarla, ni siquiera en una versión suavizada, la consideraba opuesta a la suya. En la “Teoría de los sentimientos morales” afirma: “Hay otro sistema que parece desechar la distinción entre el vicio y la virtud y cuya consecuencia es, en mi opinión, absolutamente perniciosa: Me refiero al sistema del Sr. Mandeville”. ¡Qué terrible tiene que ser que la Historia te gaste semejante jugarreta como la de cargar sobre Smith la aberración de Mandeville! Por eso, vaya aquí mi modesta aportación para limpiar la memoria de Adam Smith.

Sin embargo, y siguiendo la máxima de a cada cual lo suyo, debo despojar a Smith de un mérito que le es atribuido sin ser suyo. A menudo se le considera como el padre del libre mercado. Falso. Smith cae en una contradicción. A pesar de no ver nada pernicioso en el propio interés, recela del mercado como forma adecuada de fijar los precios o al menos el precio correcto de las cosas. Ocurre que sobre una contradicción en la base es difícil construir un edificio coherente. Así, sobre este tema del precio justo y el valor de las cosas, Smith da vueltas en círculo a lo largo de todas sus obras, embrollando su pensamiento y sin llegar a ninguna conclusión, creando así enorme confusión en quienes han querido interpretarle. Por supuesto, en lo que viene a continuación tengo que ser un poco (o un mucho) simplista, porque hay ríos de tinta intentando clarificar estas cuestiones. Para él, las cosas tienen un precio natural, algo que, de alguna manera es esencial a la cosa. Y ese es su precio correcto. Sin embargo, el mercado, guiado por la escasez y la apetencia de la cosa –los términos oferta y demanda no se habían acuñado todavía–, fija para las cosas precios distintos del precio natural. Y estos precios fluctúan según las circunstancias y deberían hacerlo alrededor de su precio natural. Le produce enorme perplejidad ver que esto no es así[1]. Pone como ejemplo el precio del agua y los diamantes.

En su confusa teoría del valor habla del valor de uso y el valor de cambio en un vano intento de clarificación. Para él, el precio natural está determinado –nefasta influencia la que esto produjo en Karl Marx– por la cantidad de recursos que la cosa acumula, es decir, la mano de obra y las rentas de la tierra y del capital acumuladas. También utiliza el término de “simpatía” –en el sentido de afinidad– para la fijación de precios. Supone que los demandantes llegan al mercado con una información sobre el precio natural y que los que no están dispuestos a pagar ese precio natural suponen un primer recorte a la “demanda” del mercado (recuérdese que los conceptos de oferta y demanda no estaban todavía formulados). Pero no es nada claro sobre cómo deben valorarse los precios de esos factores. Para el precio del factor trabajo parece que aboga por el mínimo de subsistencia del trabajador, sin que esto quiera decir que ese sea el precio real de ese factor, sino el usado para el cálculo del precio natural. Más adelante, veremos que esto dará pie a la ley de hierro de los salarios de Thomas Malthus, David Ricardo y a la teoría marxista de la plusvalía y de la inexorable muerte del sistema capitalista por sus contradicciones internas. En cuanto a la renta del capital, Smith se limita a hablar de las tasas históricas de interés. Las alusiones a las rentas de la tierra son aún más escasas. Es decir, Smith cae en el error de complicar las cosas de forma innecesaria para intentar inútilmente explicar una contradicción de partida. Debería haber recordado a Guillermo de Occam: “Entia non sunt multiplicanda sine necesitate”.

Todo esto contrasta con la elegante simplicidad, que no multiplica innecesariamente las explicaciones, de los autores de la Escuela de Salamanca, dos siglos anteriores a Smith. Para éstos, el precio de mercado, fijado por la oferta y la demanda –usando anacrónicamente los términos– era, sin más, el precio justo, siempre que no mediase engaño, uso de la fuerza o monopolios concedidos por el poder. No me alargaré explicando los puntos de vista de esta Escuela. Tan sólo pondré alguna cita de algunos de sus autores.

“Donde quiera se halla alguna cosa venal de modo que existen muchos compradores y vendedores de ella, no se debe tener en cuenta la naturaleza de la cosa ni el precio al que fue comprada, es decir, lo caro que costó y con cuantos trabajos y peligros,…”[2]

“Debemos observar, en segundo lugar, que el precio justo de las cosas tampoco se fija atendiendo sólo a las cosas mismas en cuanto son de utilidad del hombre, como si, caeteris paribus, fuera la naturaleza y necesidad del empleo que se les da lo que de forma absoluta determinase la cuantía del precio; sino que esa cuantía depende, principalmente, de la mayor o menor estima en que los hombres desean tenerlas para su uso. Así se explica que el precio justo de la perla, que sólo sirve para adornar, sea mayor que el precio justo de una gran cantidad de grano, vino, pan o caballos, a pesar de que el uso de estas cosas, por su misma naturaleza, sea más conveniente y superior al de la perla”[3].

“Y debemos tener en cuenta no sólo la valoración de los hombres prudentes, sino también la de los imprudentes, si en un lugar éstos son suficientemente numerosos. […] La valoración común, aún en los casos en que es disparatada, aumenta el precio natural de los bienes, ya que éste depende de la estimación. La abundancia de compradores y dinero[4], incrementa el precio natural, disminuyéndolo los factores opuestos”[5].

Merece la pena hacer notar que todos los miembros de esta Escuela eran religiosos y no escribían en cuanto a académicos de la economía, sino que escribían, cada uno por su lado, usando su pensamiento riguroso en cuestiones de moral, para determinar la validez ética de las prácticas comerciales que les proponían los comerciantes de la época, preocupados por la salvación de su alma. Y llegaban a las mismas conclusiones usando esos principios: El precio de mercado, en ausencia de engaño y sin violencia, era el precio justo. Punto. “Entia non sunt multiplicanda sine necesitate”. Y no puede de ninguna manera decirse que expresasen esa opinión para agradar a los poderosos comerciantes que les preguntaban. Más de un fraile de esta escuela pagó con prisión la osadía de sus durísimas denuncias a los poderosos por la concesión o uso de monopolios basados en el privilegio o por adulterar la ley de la moneda. Así pues, en este caso, fue Smith el que “robó” el mérito de describir la formación de los precios justos por la “oferta y la demanda” a la Escuela de Salamanca, casi olvidada hasta hace unos años y rescatada por la Escuela Austriaca de Economía.

Volvamos, a retomar el hilo de lo dicho anteriormente sobre Malthus (1766-1834), Ricardo (1772-1823) y Marx (1818-1833). Los tres daban por hecho que el precio del trabajo llegaría realmente a ser, no como el mero artilugio de cálculo usado por Smith, sino realmente, el precio del salario mínimo de subsistencia. Marx dio una vuelta más de tuerca a la errónea teoría de Smith sobre los precios, descartando del precio natural la retribución del capital y de la tierra y dejando el trabajo como única fuente lícita del valor. Cualquier diferencia entre el precio de mercado y el coste del trabajo acumulado era para Marx una plusvalía, injustificada e injustificable, que suponía una apropiación, véase robo, del capitalista de lo que en justicia correspondía a los trabajadores. De ahí que éste, el capitalista, tratase por todos los medios, siempre según Marx, que la retribución del trabajo se mantuviese en el mínimo de subsistencia, para ganar él más. Esto hacía, siempre según Marx, inevitable la lucha de clases ya que todo el proceso económico era un juego suma 0 en el que si uno ganaba más era a costa de que otros ganasen menos. Ni que decir tiene que la realidad ha demostrado hasta la saciedad la falsedad de estas predicciones apocalípticas maltusianas, ricardianas y, en especial, marxistas. Pero tras estos errores, está la sombra de Smith.

Así pues, creo que queda claro que Adam Smith, lejos de fomentar el egoísmo o la codicia al propugnar la mano invisible, era un hombre con un sentimiento moral que, por falta de discernimiento, no llegó a una conclusión realmente cierta sobre la formación de los precios y su justicia. Tuvo que cargar con el sambenito de Mandeville pero, sin la más mínima mala voluntad, vampirizó e ignoró –posiblemente no los conociese– los logros a los que había llegado dos siglos antes la Escuela de Salamanca.

Queda un tema por tratar: ¿Funciona la mano invisible? ¿Realmente hace que el empresario, siguiendo su propio interés, frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo”? ¿Realmente “los hombres de negocios están guiados por una mano invisible […] y de esta manera, sin buscarlo, sin saberlo, sirven al interés de la sociedad”? Se puede enunciar el funcionamiento de la mano invisible de dos maneras: en su versión fuerte y en su versión suave. La versión fuerte podría formularse más o menos de esta forma. La mano invisible hace que la economía funciones a la perfección, haciendo que no haya nadie que tenga carencias vitales. Es evidente que nadie en su sano juicio suscribiría el enunciado fuerte de la mano invisible. Aunque es cierto que la mano invisible no garantiza que nadie, sin excepción, pase necesidad, es cierto que, por un lado, disminuye notablemente la miseria y por otro, la inmensa mayoría de estas necesidades extremas no son por su causa. La mayoría de las veces la causa de estas necesidades extremas son el robo, las guerras o el abuso de poder. Los países que viven en la miseria lo hacen, casi sin excepción, por culpa de los tiranos que las gobiernan con mano de hierro y deciden quién puede y quien no ganar dinero en su país. Y, naturalmente, los que pueden hacerlo son él, su familia, sus amigos y quien le paga a él por ello. Por tanto, tras la mano invisible son necesarias acciones preventivas y correctoras de las que más tarde hablaré. Sin embargo, las acciones humanas posteriores no pueden ser en la forma de corrección de las decisiones de la mano invisible en cuanto a precios y volúmenes de producción de los distintos bienes y servicios. Si la corrección o prevención se hiciese así, se empeorarían las cosas. La forma que puede tomar la acción humana posterior es de dos tipos. El primero, preventivo, mejorar las leyes civiles en el sentido de que den las mayores garantías jurídicas, eviten los abusos de mercado (monopolios y oligopolios creados por el poder político, creación artificial de escasez, uso de información privilegiada o emisión de informaciones falsas que alteren los precios, etc.) y de poder que irían contra las premisas del buen funcionamiento del mismo. Este tipo de actuaciones entran en la esfera de la legislación. Tratan de hacer leyes –pocas y razonables– que hagan que se respeten las reglas del juego y que estas sean las mismas para todos. El cumplimiento de las leyes, debe ser garantizado por el poder ejecutivo del Estado. El segundo tipo de actuación, paliativa, es la caridad. Es obligación, no de justicia, pero sí de humanidad, subvenir a las necesidades vitales no cubiertas de las personas más vulnerables, sea cual sea su causa. Pero esto no debe ser hecho por ninguna autoridad externa que se arrogue coercitivamente a quién y cuánto hay que quitarle algo de lo que en justicia es suyo para dárselo a quiénes y de qué forma. Esto, que es lo que hoy en día toma el nombre, inadecuado, de redistribución de la renta es contraproducente, acaba en abusos, arbitrariedades y corrupción y va contra la justicia. La caridad es algo que atañe a la esfera íntima de la conciencia de cada uno y que, por su propia esencia, debe hacerse libremente. Creo que aquí vienen como anillo al dedo las palabras de Pío XI en su encíclica Quadragesimo anno:

“… tanto la Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con un lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad.

Ahora bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum. Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”. Quadragesimo anno, nos 50 y 51.

Para esa acción de la caridad los individuos, libremente, pueden formar asociaciones que hagan esta acción más eficaz, pero jamás debe esto ser llevado a cabo por el Estado.

El enunciado débil de la mano invisible podría expresarse de la siguiente manera: La mano invisible crea una sociedad más equitativa y más justa que cualquier otra forma de organizar la economía y que cualquier intento por parte de instituciones superiores de corregir su rumbo. Me atrevería a decir que este enunciado, está más allá de cualquier duda razonable y meridianamente mostrado por la experiencia empírica. El entramado de las decisiones de producción y precios necesarias para crear la inmensa cantidad de bienes y servicios de una sociedad moderna es tan sumamente extenso, intrincado, complejo y tan estrechamente interrelacionado que ninguna mente humana, ni cualquier superordenador, por potente que sea, puede lograr hacerlo mejor que la inteligencia distribuida de cientos de millones de agentes que actúan libremente, buscando su propio interés, guiados por un sistema espontáneo de precios, y que pagan con su dinero sus errores de la misma forma que se benefician con sus aciertos en saber qué quiere la gente en qué cantidades y a qué precio. Cualquier intento de dirigir artificialmente la mano invisible repercutirá en ineficiencias que crearían problemas mayores de los que se pretendían resolver.

Decir que ese entramado es extenso, intrincado, e interrelacionado, aun añadiendo diversos adjetivos calificativos de grandeza, es casi como no decir nada. Sin embargo, el otro día leí un relato breve extremadamente sencillo, escrito en 1958 por Leonard Reed[6] con el nombre de “Yo, Lápiz”. Relata cómo él, un sencillo lápiz, ha llegado a existir. Al final de estas líneas pongo un link al relato completo en inglés y añado una traducción mía del mismo. Aquí pondré sólo un breve pero descriptivo resumen del mismo sacado del libro citado en la nota a pie de página:

“Pensamos que un lápiz es simple. Y, sin embargo, un único lápiz requiere innumerables antecedentes que implican a millones de personas, desde Albania hasta Zimbabwe, realizando todo tipo de diferentes tareas. Primero hay un cedro talado en los bosques del norte de California; los trenes para transportar la madera, la planta de procesamiento con hornos y tintes; la electricidad que viene desde la presa para dar energía a la planta; los millones de dólares invertidos en distintos equipos de la planta; El grafito procedente de Sri Lanka, mezclado con arcilla del Mississippi y sustancias químicas de Dios sabe dónde; la cera de México y otros sitios, la laca amarilla con aceite de ricino, para que no sea un anodino lápiz color madera, el latón para sujetar la goma, forjado con cobre y zinc de minas de diferentes partes del mundo; la goma, hecha con caucho de Indonesia y piedra pómez de Italia pulverizada. Finalmente están los camiones que distribuyen los lápices y las tiendas que los venden al público por algo así como diez céntimos cada uno. Todo eso y mucho más se necesita para hacer un lápiz”.

Pero un lápiz es sólo un lápiz. Si miro a mi alrededor veo cientos, miles, de objetos cuya presencia al alcance de mi mano es un milagro comparable con el del lápiz. El ordenador en el que escribo, el smartphone en el que al mismo tiempo veo en internet el relato de “I, pencil”, la mesa en la que me apoyo y la silla en la que me siento, la ropa que me viste, el cuadro que hay enfrente de mí. Acaba de sonar el timbre y me llega una batidora que encargué ayer a Amazon, etc., etc., etc., … etc. ¿Debo continuar enumerando los objetos que alcanza mi vista y los que he usado en los últimos días o los servicios que me han sido proporcionados? Mejor no. Llenaría miles de aburridas páginas. Pero en su lugar, sí citaré el final del relato del lápiz: serán sólo unas líneas, menos de una página, llenas de interés.

“Yo, Lápiz, soy una compleja combinación de milagros: un árbol, zinc, cobre, grafito, y demás. Pero en mí se ha añadido un milagro más extraordinario que los milagros que se manifiestan en la naturaleza: la configuración de energías creativas humanas – millones de pequeños know hows configurados natural y espontáneamente en respuesta a las necesidades y deseos humanos y en ausencia de cualquier mente rectora que dirija el proceso–. Dado que sólo Dios puede hacer un árbol, insisto en que sólo Dios puede hacerme a mí, Lápiz. Un hombre no puede dirigir estos millones de know hows necesarios para que yo exista, de la misma manera que no puede poner juntas las moléculas para crear un árbol.

Lo anterior es a lo que me refiero cuando digo que si no puedes darte cuenta del milagro que yo simbolizo, no puedes ayudar a salvar la libertad que la humanidad está, desgraciadamente, perdiendo. Porque si uno se da cuenta de que estos know hows se organizarán a sí mismos naturalmente y, sí, espontáneamente, en respuesta a las necesidades y demandas humanas –esto es, en ausencia de la dirección gubernamental o de cualquier otra mente rectora coercitiva–, entonces, uno poseerá un ingrediente absolutamente esencial para la libertad: la fe en la gente libre. La libertad es imposible sin esta fe.

Una vez que el gobierno tiene el monopolio de una actividad creativa como, por ejemplo, la distribución del correo, muchos individuos creerán que el correo no puede ser distribuido eficientemente por personas actuando libremente. […] Ahora bien, en ausencia de la fe en la gente libre –en la falta de atención al hecho de que millones de diminutos know hows cooperarán de forma natural y milagrosa para satisfacer esta necesidad– los individuos no pueden evitar alcanzar la errónea conclusión de que el correo sólo puede ser distribuido por la mente rectora del gobierno.

La distribución del correo es extraordinariamente simple si se compara con, por ejemplo, la fabricación de un automóvil o una calculadora o una dosificadora de grano o una serrería mecánica o decenas de miles de otras cosas. ¿Distribución? ¿Por qué, en este área, cuando a los hombres se les ha permitido libertad para intentarlo, han distribuido la voz humana por todo el mundo en menos de un segundo, han distribuido visualmente y en movimiento un acontecimiento, en directo, a cualquier persona, han distribuido a 150 pasajeros desde Seatle hasta Baltimore en menos de cuatro horas, han distribuido gas desde Texas hasta cada horno de cada hogar en Nueva York a precios increíblemente bajos y sin subsidios; han distribuido cada dos kilos de petróleo desde Golfo Pérsico –al otro lado del mundo– hasta la costa Este por menos dinero del que nos carga el gobierno para distribuir una carta de unos gramos al otro lado de la calle?

La lección que me gustaría dejar es esta: Quitemos las trabas a todas las energías creativas. Simplemente organicemos la sociedad para que actúe en armonía con esta lección. Hagamos que el aparato legal de la sociedad elimine todos los obstáculos lo mejor que pueda. Permitamos que estos know hows creativos fluyan libremente. Tengamos fe en que los hombres y las mujeres libres responderán a la Mano Invisible. Esta fe se verá confirmada. Yo, Lápiz, aparentemente más simple de lo que soy, ofrezco el milagro de mi creación como testimonio de que ésta es una fe práctica, tan práctica como el sol, la lluvia, un cedro, la buena tierra”[7].

Pues eso.



Yo, Lápiz. Mi árbol genealógico como se lo conté a Leonard E. Read

Soy un lápiz normal –un lápiz corriente de madera, familiar para todos los chicos y chicas y adultos que sepan leer y escribir.

Escribir es mi vocación y mi hobby, las dos cosas, y eso es lo que hago.

Os podéis preguntar por qué escribo una genealogía. Bueno, para empezar, mi historia es interesante. Y, además, soy un misterio –más que un árbol, una puesta de sol o, incluso un rayo de luz. Pero, desgraciadamente, soy tomado como una cosa anodina por los que me usan, como si fuera un mero incidente, sin una historia detrás. Esta actitud arrogante me relega al nivel de un lugar común. Este es un tipo de lamentable error en el que la humanidad no puede permanecer mucho tiempo sin perecer. Por esto, el sabio G. K. Chesterton observaba: El mundo nunca morirá por falta de maravillas, sino sólo por la falta de asombro”.

Yo, Lápiz, tan simple como aparento ser, merezco vuestro asombro y sobrecogimiento, una afirmación que intentaré probar. De hecho, si podéis entenderme –no, esto es demasiado pedir para cualquiera– si podéis llegar a ser conscientes del milagro que simbolizo, podréis ayudar a salvar la libertad que la humanidad está, desgraciadamente, perdiendo. Tengo una profunda lección que enseñar. Y puedo enseñar esa lección mejor que un automóvil o un avión o un friegaplatos, porque… –bueno, porque soy, aparentemente, más simple.

¿Simple? Sin embargo, ni una sola persona sobre la faz de la tierra sabe cómo hacerme. Esto suena a fantasía, ¿no? Especialmente cuando se da uno cuenta de que en EEUU se producen más o menos mil quinientos millones de lápices como yo cada año.

Tómame y échame un vistazo. ¿Qué ves? El ojo no encuentra mucho. Hay un poco de madera barnizada, una etiqueta impresa, carbón de grafito, una pizca de metal y una goma.

Innumerables antecedentes

De la misma forma que no podéis trazar el árbol genealógico de vuestra familia hasta demasiado lejos, también es imposible para mí enumerar y explicar todos mis antecedentes. Pero me gustaría señalar suficientes de ellos como para intuir la riqueza y la complejidad de todo lo que hay detrás de mí.

Mi árbol genealógico empieza, de hecho, en un árbol, un cedro de alto y de derecho tallo que crece en el norte de California y en Oregón. Ahora, contemplad todas las sierras y camiones y sogas y los incontables otros ingenios usados en la tala y transporte de los troncos de cedro hasta el andén del ferrocarril. Pensad en todas las personas y las innumerables habilidades que se aúnan en su fabricación: la minería del mineral, la fabricación del acero y su transformación en sierras, ejes, motores; el cultivo del cáñamo y su elaboración a través de múltiples pasos para llegar a ser una pesada y fuerte soga. Los campamentos de leñadores con sus camas y vestuarios, las cocinas y el cultivo de todo el alimento. ¡Cómo miles de personas anónimas aportan su ayuda en cada taza de café que los leñadores beben!

Los troncos son enviados a una serrería en San Leandro, California. ¿Podéis imaginar los individuos que hacen vagones planos y raíles y máquinas de ferrocarril y los que construyen e instalan las líneas de comunicación dedicadas a ello? Todas estas legiones están entre mis antecedentes.

Considerar la serrería de San Leandro. Los troncos de cedro se cortan en pequeñas piezas de la longitud de un lápiz y de menos de medio centímetro de grueso. Se secan en un horno y se tiñen, por la misma razón que una mujer se da colorete en la cara. La gente prefiere que yo parezca bonito y no de blanca palidez. Las piezas se enceran y se secan al horno otra vez. ¿Cuántas habilidades se aúnan en la fabricación de los tintes y de los hornos, en el suministro de calor, luz y potencia eléctrica, de las correas de trasmisión, motores y tantas otras cosas que una serrería necesita? ¡Habría que incluir también a los hombres que forjaron el hormigón de la presa de la Pacific Gas & Electric Power que suministra la energía a la serrería!

No pasemos por alto a los ancestros presentes y distantes que echan una mano transportando sesenta camiones llenos de estas piezas por todo el país.

Una vez en la fábrica de lápices –4.000.000 de $ en maquinaria y edificios, todo el capital acumulado por los austeros ahorradores padres de los propietarios–, se hacen en cada pieza seis surcos con una compleja máquina, tras de lo cual, otra máquina deposita la mina en una pieza, aplica pegamento y pega otra pieza encima –un sandwich de grafito, por decirlo de alguna manera. Siete hermanos y yo somos formados a partir de ese sandwich de madera prensada.

Mi mina –no tiene plomo en absoluto[8]– es en sí misma compleja. El grafito se obtiene de minas en Ceilán. Considerad éstas, a estos mineros y a los que hacen las muchas herramientas que usan y a los que hacen los sacos de papel en los que se empaqueta el grafito para su distribución y a los que hacen los alambres con los que se mantienen juntos los paquetes y a los que los estiban en el barco y a los que hacen el barco. Hasta los guardianes de los faros de la ruta del barco asistieron a mi nacimiento –y los prácticos del puerto.

El grafito se mezcla con arcilla del Mississippi para cuyo proceso de refino se usa hidróxido de amonio. Después se añaden agentes humidificadores como grasa sulfatada –grasa animal químicamente tratada con ácido sulfúrico. Tras pasar por numerosas máquinas, la mezcla pasa finalmente por la extrusión de un tornillo sin fin y como una cortadora de salchichas, es cortada a su medida, secada y horneada durante varias horas a 1850º Fahrenheit. Para aumentar su fuerza y suavidad las minas se tratan con una mezcla caliente que contiene cera de velas de México, cera de parafina y grasa natural hidrogenada.

Mi madera de cedro recibe seis capas de barniz. ¿Conocéis todos los ingredientes de este barniz? ¿Quién pensaría que los cultivadores de habas de ricino y los refinadores de aceite de esa leguminosa forman parte de él? Pero lo hacen. ¡Porque, incluso el proceso por el cual la laca se hace de un amarillo precioso conlleva las habilidades de más personas de las que uno podría enumerar!

Observad el etiquetado. Es una película formada aplicando calor a una mezcla de carbón negro y resinas. ¿Cómo se hacen resinas y que es, por favor, el carbón negro?

Mi trocito de metal –la abrazadera de la goma– es latón. Pensad en todas las personas que participan en la minería del zinc y del cobre y los que tienen las habilidades para hacer una fina lámina de latón de esos productos de la naturaleza. Esos anillos negros en mi abrazadera son de níquel negro. ¿Qué es el níquel negro y cómo se aplica? La historia completa de por qué la parte central de mi abrazadera no tiene níquel negro llevaría páginas para explicarse.

Ahora viene mi corona de gloria, despectivamente llamada “la tapa”, la parte que los hombres usan para los errores que cometen usándome. Un ingrediente llamado “factice” es lo que produce el borrado. El producto es una especie de goma hecha mediante la reacción de aceite de colza traído de las Indias Orientales holandesas con sulfato clorhídrico. La goma, contrariamente a lo que se piensa, cumple sólo funciones de coalescencia. Además, también hay numerosos agentes vulcanizantes y aceleradores. La piedra pómez viene de Italia y el pigmento que da su color a la “tapa” es sulfato de cadmio.

Nadie sabe cómo

¿Quiere alguien discutir mi afirmación anterior de que no hay una sola persona sobre la faz de la tierra que sepa cómo hacerme?

Realmente, millones de seres humanos han hecho su aportación para crearme, ninguno de los cuales sabe apenas nada de los demás. Podréis decir que he ido demasiado lejos relacionando con mi creación a los recolectores de las bayas de café en lo profundo de Brasil y los cultivadores de alimentos en muchas partes; que esto es una asunción extrema. Yo me mantengo en mi aseveración. No hay una sola persona entre todos estos millones, incluido el presidente de la compañía de lápices, que contribuya con algo más que con una pequeña infinitesimal parte del know how necesario. Desde el punto de vista del know how, la única diferencia entre el minero de grafito en Ceilán y el leñador en Oregón es el tipo de know how. Ni al minero ni al leñador puede atribuírseles más que al químico en la fábrica o al trabajador del campo petrolífero –al ser la parafina un derivado del petróleo.

He aquí un hecho asombroso: Ni el trabajador en el campo petrolífero ni el químico ni el que extrae el grafito o la arcilla ni quien maneja o fabrica los barcos, los trenes o los camiones, ni quien maneja la máquina que hace la laminación de mi trocito de metal ni el presidente de la compañía, llevan a cabo su tarea particular porque me quieran a mí. Cada uno de ellos me quiere menos, tal vez, que un niño de primaria. Por supuesto, hay muchos entre esta vasta multitud que nunca han visto un lápiz ni sabrían cómo usarlo. Su motivación no soy yo. Tal vez sea algo como lo siguiente: cada uno de estos millones ve que puede cambiar su pequeño know how por los bienes y servicios que necesita y quiere. Yo puedo estar o no estar entre esas cosas.

No hay una Mente Rectora

Hay un hecho todavía más asombroso: la ausencia de una mente rectora o de alguien dictando o dirigiendo por la fuerza estas incontables acciones que me traen a la existencia. No puede encontrarse ni rastro de semejante persona. En cambio, vemos a la Mano Invisible trabajando. Este es el misterio al que me referí anteriormente.

Se ha dicho que “sólo Dios puede hacer un árbol”. ¿Por qué estamos de acuerdo con esto? ¿No es tal vez porque nos damos cuenta de que no podemos hacer uno por nosotros mismos? Más aún, ¿podemos siquiera describir un árbol? No podemos, salvo en términos superficiales. Podemos decir, por ejemplo, que una cierta configuración molecular se manifiesta como un árbol. Pero, ¿qué mente hay entre los hombres que pueda ni remotamente registrar, por sí mismo, los constantes cambios en las moléculas que se producen en el horizonte de la vida de un árbol? ¡Este hecho es completamente impensable!

Yo, Lápiz, soy una compleja combinación de milagros: un árbol, zinc, cobre, grafito, y demás. Pero en mí se ha añadido un milagro más extraordinario que los milagros que se manifiestan en la naturaleza: la configuración de energías creativas humanas –millones de pequeños know hows configurados natural y espontáneamente en respuesta a las necesidades y deseos humanos y en ausencia de cualquier mente rectora que dirija el proceso–. Dado que sólo Dios puede hacer un árbol, insisto en que sólo Dios puede hacerme a mí, Lápiz. Un hombre no puede dirigir estos millones de know hows necesarios para que yo exista, de la misma manera que no puede poner juntas las moléculas para crear un árbol.

Lo anterior es a lo que me refiero cuando digo que si no puedes darte cuenta del milagro que yo simbolizo, no puedes ayudar a salvar la libertad que la humanidad está, desgraciadamente, perdiendo. Porque si uno se da cuenta de que estos know hows se organizarán a sí mismos naturalmente, sí, espontáneamente, en respuesta a las necesidades y demandas humanas –esto es, en ausencia de la dirección gubernamental o de cualquier otra mente rectora coercitiva–, entonces, uno poseerá un ingrediente absolutamente esencial para la libertad: la fe en la gente libre. La libertad es imposible sin esta fe.

Una vez que el gobierno tiene el monopolio de una actividad creativa como, por ejemplo, la distribución del correo, muchos individuos creerán que el correo no puede ser distribuido eficientemente por personas actuando libremente. He aquí la razón: Cada uno sabe que él sólo no sabe cómo hacer todas las cosas que inciden en la distribución del correo. También reconoce que ningún otro individuo puede hacerlo. Estas asunciones son correctas. Ningún individuo posee los suficientes know hows para hacer un lápiz. Ahora bien, en ausencia de la fe en la gente libre –en la falta de atención al hecho de que millones de diminutos know hows cooperarán de forma natural y milagrosa para satisfacer esta necesidad– los individuos no pueden evitar alcanzar la errónea conclusión de que el correo sólo puede ser distribuido por la mente rectora del gobierno.

La distribución del correo es extraordinariamente simple si se compara con, por ejemplo, la fabricación de un automóvil o una calculadora o una dosificadora de grano o una serrería mecánica o decenas de miles de otras cosas. ¿Distribución? ¿Por qué, en este área, cuando a los hombres se les ha permitido libertad para intentarlo, han distribuido la voz humana por todo el mundo en menos de un segundo, han distribuido visualmente y en movimiento un acontecimiento, en directo, a cualquier persona, han distribuido a 150 pasajeros desde Seatle hasta Baltimore en menos de cuatro horas, han distribuido gas desde Texas hasta cada horno de cada hogar en Nueva York a precios increíblemente bajos y sin subsidios; han distribuido cada dos kilos de petróleo desde Golfo Pérsico –al otro lado del mundo– hasta la costa Este por menos dinero del que nos carga el gobierno para distribuir una carta de unos gramos al otro lado de la calle?

La lección que me gustaría dejar es esta: Quitemos las trabas a todas las energías creativas. Simplemente organicemos la sociedad para que actúe en armonía con esta lección. Hagamos que el aparato legal de la sociedad elimine todos los obstáculos lo mejor que pueda. Permitamos que estos know hows creativos fluyan libremente. Tengamos fe en que los hombres y las mujeres libres responderán a la Mano Invisible. Esta fe se verá confirmada. Yo, Lápiz, aparentemente más simple de lo que soy ofrezco el milagro de mi creación como testimonio de que ésta es una fe práctica, tan práctica como el sol, la lluvia, un cedro, la buena tierra[9].

Este relato “I, Pencil” es copyright de Foundation for Economic Education y difundido en la red por Liberty Fund, Inc. una fundación educativa privada para fomentar en estudio del ideal de una sociedad de individuos libres y responsables. En su Fais use statatement dice:

This material is put online to further de educational goals of Liberty Fund, Inc. Si no se advierte otra cosa en la información de copyright, este material puede usarse libremente para propósitos educacionales y académicos. No puede usarse bajo ningún concepto para propósitos lucrativos.



[1] Al final, Smith acaba teniendo razón en esto. A largo plazo y gracias a la competencia, el precio de mercado acaba ajustándose a la suma del coste de los recursos que la empresa más eficiente necesita para producir el bien. Pero esto de ninguna manera quiere decir que el precio claramente superior al de mercado que consigue una empresa innovadora, que encuentra una nueva necesidad insatisfecha de la gente o una manera más eficiente de producir, no sea el precio natural de lo que produce. Cuando la competencia la alcance, el precio acabará por ajustarse al coste de los recursos, capital incluido, por supuesto. Pero el periodo de altos precios de que disfruta esa empresa innovadora es absolutamente natural debido a su ingenio. Es un premio a ese ingenio y redunda en el bien de la sociedad. Así ha ocurrido en los últimos 200 años.
[2] Francisco de Vitoria (1483-1546). (Dominico, comúnmente considerado fundador de la Escuela de Salamanca), De Iustitia.
[3] Luis de Molina (1535-1600, Jesuita), La teoría del precio justo.
[4] La escuela de Salamanca también tiene ideas muy claras sobre la política monetaria y sobre la inflación, condenando durísimamente la creación de dinero por parte del príncipe.
[5] Juan de Lugo (1583-1660, Jesuita, Cardenal de la Iglesia), De Iustitia.
[6] Lo leí en un libro titulado titulado “Money, greed and God: Why Capitalism is the solution and not the problem”. “Dinero, avaricia y Dios: Por qué el capitalismo es la solución y no el problema”. Este otoño aparecerá publicado en Español y haré una reseña del mismo.
[7] Las negritas aparecen también resaltadas en el original.
[8] Juego de palabras intraducible ya que la palabra lead significa en inglés mina de lápiz y plomo.
[9] Las cursivas aparecen también resaltadas en el original.