25 de febrero de 2017

La singularidad tecnológica, las tecnologías BANG y el transhumanismo

Los científicos, tras descubrir la existencia del Big Bang y de los agujeros negros acuñaron el término “singularidad”. Con este término designaban puntos del universo de los que era imposible saber que pasaba en ellos. Esos puntos singulares estaban rodeados de lo que llamaron un “horizonte de sucesos” que era como su frontera de influencia, de cuyo interior no podía obtenerse ningún tipo de información. El principio del universo, el Big Bang era uno de esos puntos singulares. Los agujeros negros eran otro.

Por mimetismo, las personas que están en la punta de lanza del desarrollo tecnológico afirman que el desarrollo actual de la tecnología sigue una curva exponencial. En cambio, la capacidad humana de anticipar el futuro es lineal. La curva exponencial tiene, al principio, un crecimiento más lento que una línea recta con una cierta pendiente. Pero el crecimiento exponencial se acelera continuamente, de forma que, en un momento dado, supera al crecimiento lineal de la percepción humana del futuro. Llegado ese punto de disrupción, (palabra también puesta de moda por los tecnólogos) dicen, cambiará de tal forma el devenir de la humanidad que es imposible saber hoy que pasará más allá de ese horizonte, cómo será la singularidad que esconda. Ese supuesto desarrollo exponencial de las tecnologías se produce por una realimentación positiva de relación activa entre ellas. Es decir, esa disrupción no se producirá en un ámbito determinado, sino que afectará a todas las tecnologías. A este conjunto de tecnologías mutuamente retroalimentadas que pueden llevarnos a la singularidad se le llama también tecnología BANG[1]. Y ésta dejará sentir su efecto en todos los campos de la vida humana. Esto ha dado lugar a las más estrambóticas elucubraciones de la más disparatada ciencia ficción. Pero también ha puesto a muchas personas a pensar, en la medida en que se pueda y con la máxima racionalidad y conocimiento tecnológico, dónde pueda estar ese horizonte de sucesos, si llegaremos a él algún día, cuándo, e intentar barruntar qué podrá haber más allá. Algunos de estos expertos, creadores de tecnología de frontera, han fundado en el Silicon Valley la llamada Singularity University[2]. No es tanto una universidad sino una especie de think tank que intenta analizar las cuestiones anteriores con el mayor conocimiento y racionalidad posible y compartir sus análisis y opiniones con las personas que puedan ser los dirigentes del futuro. La Singularity University no se plantea cuestiones éticas. Parte de la premisa, probablemente cierta, aunque no aceptable, de que todo lo que se pueda hacer, se hará. Por eso creo, y lo intentaré en estas líneas, que es sumamente importante una reflexión serena sobre los límites éticos de estas tecnologías, con independencia de que haya gente que las aplique, sean o no éticas. Es evidente que, a pesar de la objetividad y racionalidad con la que quieren plantearse el asunto en esa institución, la gente que está en la punta de lanza tecnológica o que tiene relación con este mundo tiende a creer, con motivo o sin él, que esa disrupción llegará y que lo hará pronto. Esto crea un mainstream que dificulta la objetividad de quienes están en este mundo. En cualquier caso, parece evidente que en los próximos decenios, la tecnología evolucionará de una manera tan prodigiosa que puede ser posible y hasta probable que la singularidad se produzca. De cualquier forma, haya o no disrupción, merece mucho la pena intentar alumbrar el futuro con los medios disponibles para intentar anticipar las consecuencias, no sólo materiales, sino también éticas, de esta revolución tecnológica. Hay que decir, sin embargo, que, no sólo ahora, sino desde hace varios siglos, la capacidad de predicción humana se ha mostrado siempre bastante pobre y que casi sin excepción no ha sabido ver qué traerían las que eran nuevas tecnologías en su momento.

No todos los tecnólogos están de acuerdo. Los hay, aunque minoritarios, que piensan que la curva del desarrollo tecnológico no es exponencial, sino que se parece más bien una curva llamada sigmoidea. Esta curva tiene la forma de una S estirada horizontalmente. Puede parecer exponencial en sus principios, pero en un momento dado, su crecimiento deja de acelerarse para ralentizarse y acabar estabilizándose. A mí me parece que esto es mucho más razonable porque, a fin de cuentas, el agente del desarrollo tecnológico es el ser humano y, nos guste o no, y aunque esa realimentación positiva entre las diferentes ramas de la tecnología sea un poderoso motor, los seres humanos no somos infinitos. Pero, cabe la duda razonable de que, efectivamente, el desarrollo tecnológico sea exponencial. ¿Superará ese desarrollo tecnológico la capacidad de anticipación humana? Porque, aunque la curva de desarrollo tecnológico se pareciese a una sigmoidea, no cabe dudar de que en este momento nos encontramos en su zona de alta aceleración y que, por tanto, puede ser que antes de que se llegue al punto de inflexión de esta curva, quedemos superados y atrapados en la singularidad.

Con singularidad o sin ella, hay aspectos de ese desarrollo tecnológico que, a mi entender, no ofrecen ningún motivo de temor. El desarrollo de fuentes alternativas de energías limpias, inagotables y baratas, la posibilidad de producir con superabundancia alimentos de bajo coste, la capacidad de transportarnos a nosotros mismos, a nuestras mercancías o a nuestro conocimiento de manera cada vez más rápida, masiva y eficiente a lugares cada vez más remotos o de curar enfermedades que hoy en día atenazan a la humanidad, etc., no producen en mí ningún tipo de aprensión. Son cosas que pasan, por decirlo de alguna manera, “fuera” del ser humano y que están a su servicio. Es más, son para mí fuente de esperanza. Pueden ahuyentar al fantasma del cambio climático, del hambre y de la miseria humana. Por tanto, cuanto más, mejor.

Pero hay otras tecnologías que sí afectarán a lo que ocurra “dentro” del ser humano y pueden condicionar su comportamiento o libertad, desde “dentro” o desde “fuera”. En este sentido se ha acuñado el término de “humanidad extendida”. Y esta “humanidad extendida” se puede interpretar como la extensión del cuerpo o inteligencia individuales o de la humanidad como un todo. Y ahí sí que puede haber líneas rojas éticas. Lo que voy a tratar de ver a continuación es dónde podría estar la frontera entre lo que debe ser aplaudido en esta extensión humana y lo que debería disparar nuestras alertas. Mi criterio será que todos los avances que no estén más allá de esas líneas rojas éticas, son deseables y no hay que tener ninguna prevención contra ellos. Quiero dejar claro que me voy a mover en un terreno extremadamente proceloso en el que no me siento ni mucho menos seguro. Por tanto, que nadie tome lo que diga a partir de ahora como algo de lo que tengo un profundo convencimiento. Cada afirmación que haga debería ir precedida de la palabra “creo” en su acepción, no de expresión de una fe, sino de una opinión acompañada de dudas. Pero me parece totalmente necesaria una reflexión sobre estas fronteras éticas. No sé si conociéndolas las respetaremos pero, desde luego, si no las conocemos o no hemos reflexionado sobre ellas, a buen seguro que las traspasaremos

El primer paso en la humanidad extendida es la aparición de todo tipo de prótesis que hagan las funciones de nuestros órganos actuales de manera mucho más efectiva. En este campo se me hace difícil ver posibles líneas rojas éticas. Incluso si esas prótesis no son meramente sustitutivas, sino extensivas, no creo que puedan existir fronteras éticas. Por ejemplo, hoy en día los cirujanos usan brazos robotizados manejados como si fuesen sus propias manos y ayudados por una visión microscópica que les permite llevar a cabo operaciones de microcirugía con una precisión inaudita. Es más que probable que dentro de menos tiempo del que podamos pensar existan este tipo de prótesis que podamos colocarnos todas las mañanas como si fuesen unos guantes y unas gafas y que podamos con ellas hacer cosas que hoy nos parecen inimaginables. Cabe incluso pensar que se puedan idear prótesis para órganos inexistentes con funcionalidades también inexistentes. Por ejemplo, una antena que nos permita medir el grado de radiación ultravioleta y secretar algún tipo de protector o una especie de filtro que elimine de la sangre toxinas o exceso de sustancias que pueden tener un efecto negativo como el colesterol, el ácido úrico o la glucosa, etc. ¿Habría algún límite ético para ello? No se me ocurre.

Por supuesto, los avances tecnológicos traerán aparejadas nuevas terapias y capacidades diagnósticas que mejorarán de forma asombrosa nuestra calidad de vida, nuestra salud y, con toda seguridad, nos harán bastante más longevos. ¿Cuánto más longevos? Actualmente hay un límite de edad, no el mismo para todos los individuos y no exactamente determinado. Depende de lo que técnicamente se conoce como acortamiento de los telómeros. Los telómeros son los extremos de los cromosomas. Son como una especie de nudo al final de un hilo trenzado que impide que éste se deshilache. Pero cada vez que una célula se divide, los telómeros se van acortando, es decir, el nudo es menos eficaz para mantener el trenzado del ADN. Hasta que después de un determinado número de divisiones celulares, los telómeros acaban por no poder cumplir su función y la célula muere. Sin evitar este deterioro de los telómeros, incluso una persona que haya gozado de una salud excelente toda su vida, morirá. Pero la mayoría de los seres humanos morimos antes de esa fecha de caducidad por enfermedades o accidentes. Sin duda, la tecnología hará que tengamos menos enfermedades y que los accidentes sean menos probables, alargando por tanto la vida de la inmensa mayoría de los seres humanos hasta casi la fecha de caducidad. Por supuesto, el aumento de la longevidad de la mayoría de los seres humanos traerá problemas. Bueno, tendremos que ver la forma de resolverlos. Pero no creo que nadie se atreva a decir que este alargamiento de la vida tenga nada que vaya contra la ética. Más bien, lo inmoral sería no desarrollar estas tecnologías pudiendo hacerlo. Creo, sin embargo, que la tecnología permitirá en el futuro que se pueda evitar el acortamiento de los telómeros, lo que, sin duda alargaría todavía más la esperanza de vida. Pero de este tema prefiero hablar más adelante, cuando trate de la ingeniería génica.

Esto que se aplica a determinados órganos puede también aplicarse a los sentidos. Es perfectamente posible que se pueda aumentar el ámbito de percepción de nuestros actuales sentidos, tanto en precisión como en su capacidad para percibir algo que antes no percibían, como el infrarrojo o el ultravioleta en la visión o sonidos de más 20.000 o menos de 20 Hz en la audición. Pero también es posible que la información los sentidos naturales se incorpore información de otro tipo como ubicación de puntos de interés en el entorno, mapas para poder llegar a nuestro destino, etc. Todo esto daría lugar a lo que ha dado en llamarse “realidad ampliada”. Me cuesta ver que pueda haber algún tipo de objeción ética a todo esto. Por otro lado, nada de esto es realmente nuevo. El ser humano siempre se ha valido de instrumentos artificiales o naturales como caballos, bicicletas, coches, ropa, etc., para hacer cosas o protegerse de otras que sin esos instrumentos serían imposibles. Y, naturalmente, podemos desarrollar sentidos artificiales completamente nuevos que ni se nos ocurran hoy.

Pero los avances tecnológicos pueden llegar todavía más al interior de lo que somos nosotros. Por ejemplo, a través de la modificación genética[3]. ¿Hasta qué punto mis genes me identifican como YO? Es difícil de decir. Dos gemelos univitelinos tienen exactamente la misma carga genética y, sin embargo, cada uno tiene su propio YO. Pero en sentido contrario, es posible que haya determinados cambios en mis genes que pudieran hacer que YO dejase de ser YO. Posible, pero ni mucho menos seguro, porque el YO es algo que está en la autoconsciencia y no está ni mucho menos claro que ésta esté determinada por los genes. Pero me voy a adentrar un poco más, paso a paso en esta casuística, por otro lado ilimitada. Es indudable que si se pudiera detectar en un embrión humano un trastorno genético que crease una enfermedad, la capacidad de reparar ese trastorno y evitar esa enfermedad no vulneraría ninguna línea roja. Por ejemplo, si se pudiese corregir la trisomía 21 (Síndrome de Down) en los primeros pasos del desarrollo embrionario, justo cuando se detecta, ¿no sería bueno hacerlo? Ahorraría las vidas del 90% de los fetos a los que se mata cuando se descubre que tienen esa disfunción genética. Creo que el más feliz de que esto fuese posible sería el Prof. Jérôme Lejeune, que dedicó una parte de su vida a intentar curar la trisomía 21. Pero, ¿y si lo que quiero es cambiar genéticamente fuese el color de mis ojos o de algún rasgo físico como la nariz, o mi estatura, o mi esbeltez, es decir, cosas que podrían considerarse como “caprichosas”. Bueno, esto ya lo hace el ser humanos por otros medios. Todos los años hay muchos miles de personas que pasan por el quirófano para hacerse la estética o una liposucción o una operación de achicamiento del estómago. Incluso se hacen operaciones para alargar los huesos y ganar estatura. De ninguna manera me atrevería a decir que su comportamiento va contra la ética. ¿Por qué sí va a ir contra ella si en vez de medios quirúrgicos se usan medios genéticos? ¿Por qué va a ir contra la ética el que con esos medios cambie cosas, como el color de los ojos, que no podría cambiar con cirugía? No encuentro ese por qué, lo mire como lo mire. Sí me atrevo a decir que hay una frontera ética si ese cambio sólo se puede hacer en los primeros momentos del desarrollo embrionario, siendo irreversible más adelante. En ese caso, si unos padres, tal vez con la mejor voluntad, deciden eso por su hijo, ¿quién se cree con derecho para tomar por otro, aunque sea su hijo, ese tipo de decisiones? Eso vulneraría la esencia de la libertad humana y sería, por lo tanto inaceptable. No obstante, y sin que lo que digo a continuación lo haga aceptable, siempre sería mejor que lo que hacen ahora algunas parejas: generar muchos embriones condenados a la destrucción hasta que se encuentra el que tiene los genes que les gustan. Pero si un adulto, libre y conscientemente, decidiese seguir un tratamiento genético accesible para cambiar el color de sus ojos o quitarse unos cuantos kilos de encima o aumentar su talla en unos cuantos centímetros, ¿por qué no va a poder hacerlo con la misma razón que quien se opera la nariz? Por supuesto, siempre hay excesos. El otro día leí sobre una persona que se había operado tantas veces la nariz que se la había destrozado de tal manera que no podía ni oler ni respirar. Pero el mal no está en la operación de nariz, sino en la enfermedad mental de semejante sujeto. Quiero volver, ahora que hablamos de ingeniería genética, sobre el tema que traté antes de la capacidad de regenerar los telómeros de las células de forma que éstas no envejezcan. Creo bastante probable que esto se pueda lograr y no me cabe duda de que, de ser así, esto nos haría todavía más longevos. Sin embargo, no creo, como sueñan algunos sin la menor base, que podamos llegar a ser inmortales. La inmortalidad no forma parte de la naturaleza humana. Hay que morirse. La muerte, en última instancia, es sana y desterrarla sería una tragedia para la humanidad. Sólo, para los creyentes, la inmortalidad cobra sentido en un mundo nuevo y una tierra nueva que está fuera del alcance de cualquier logro humano, por inmenso y loable que sea, y sólo es posible como un don de Dios. Estoy casi convencido de que aunque se consiguiese evitar el deterioro de los telómeros –y creo que se conseguirá–, la inmortalidad no sería factible. Hay cientos de procesos, además de éste, que llevan al envejecimiento de las células. Pero si eso no fuera suficiente, el pensar que algún día el hombre podrá controlar TODAS las enfermedades y evitar TODAS las muertes accidentales, es sencillamente disparatado, por mucho que algunos visionarios sin demasiado sentido lo pretendan. Pero si este “sueño” fuese posible, creo que su realización caería más allá de cualquier línea roja ética.

Me parece que lo que todos consideramos como más parte de lo que nos hace ser YO, son nuestra inteligencia, nuestra memoria, nuestra voluntad y nuestra libertad. Merece, por tanto, la pena, adentrarse en esas cuestiones. El hombre siempre ha usado algún tipo de instrumento para aumentar su inteligencia y su memoria. Desde que los chinos inventaron el ábaco, no han parado de desarrollarse elementos cada vez más sofisticados para mejorar algunas capacidades intelectuales. Y, ¡qué decir de la memoria! Desde que el hombre supo medir el paso del tiempo, grabó en distintos modos su trascurso, calculó su recurrencia y desarrolló calendarios. Y qué decir de la escritura y de los libros. Sin embargo, aunque cualitativamente sea lo mismo hoy que hace 30.000 años, cuantitativamente, con un pequeño ordenador puedo tener a mi alcance los más sofisticados medios de cálculo de funciones de todo tipo que potencian mi inteligencia y, a través de él, tengo acceso a una ingente cantidad de información que está almacenada para que yo la pueda consultar. No creo que nada de esto sea malo. ¿Dejaría esto de ser bueno si esto se pudiese almacenar en un chip y ese chip estuviese implantado en mi cerebro y pudiese usar su contenido con mi simple pensamiento en vez de con un teclado? Creo que nunca se llegará a eso, pero aunque se llegase, no veo la razón por lo que esto pudiese ser malo. Sin embargo, sí creo que hay varios límites éticos en estas cuestiones. El primero está en la memoria de mis experiencias que es exclusivamente mía y que, sin la menor duda, forma parte de mi YO. Creo que sería buena la capacidad de borrar determinados recuerdos de experiencias traumáticas que generan inmensos sufrimientos. Pero si alguien pudiera crear nuevas experiencias ficticias que no he vivido en el pasado o quitarme otras sin mi consentimiento, estaría manipulando mi YO y eso es totalmente inadmisible. Me atrevo a decir que hay determinados recuerdos de experiencias que ni siquiera a mí mismo me sería lícito modificar, porque, al final, mi YO no es sólo mío, pertenece también a las personas con las que comparto mi vida. Por tanto, para que no se traspase una frontera ética en esto de la memoria y la inteligencia, es condición necesaria, aunque no suficiente, que el control sobre las modificaciones de la memoria sea personal e intransferible, así como el control de su privacidad. Pero, además, sería necesario definir una frontera ética, sutil y sinuosa, pero no por ello menos real, sobre aquellos aspectos que ni siquiera el propio sujeto debería poder alterar.

Es necesario ahora meterse en el complejísimo asunto de la inteligencia artificial (IA). Para hablar de ésta, me parece interesante distinguir dos aspectos distintos que se mezclan en el concepto de IA. Una se refiere a la capacidad de una máquina de manejar una enorme cantidad de datos (Big Data, BD) relacionarlos entre sí (las relaciones entre datos crecen exponencialmente con el número de datos) y sacar inferencias de esas relaciones. A mi modo de ver, este concepto de IA no es realmente inteligencia. Creo que se adaptaría mejor al concepto de “sistema experto”. Indudablemente, la inmensa capaz de almacenamiento de datos de una máquina y su brutal rapidez de cómputo y su capacidad de detectar relaciones, hacen que esta herramienta sea inmensamente más capaz que la mente humana. Pero no deja de ser una herramienta y como tal, puede estar bajo la supervisión humana y sometida a su decisión. Por supuesto, existe el peligro de confiar de tal forma en la herramienta que le demos una excesiva autonomía. Pero esa autonomía sería siempre reversible. El día que nosotros, los seres humanos, decidiésemos suspenderla, la suspenderíamos. Existe, no obstante el peligro de que perdiésemos la voluntad de hacerlo y que, en la práctica, esa autonomía, teóricamente reversible, dejase de serlo. Pero, en todo caso, este tipo de IA estaría confinada a una determinada tarea.

El otro aspecto que se incluye dentro del concepto de IA es el desarrollo de inteligencia en un sentido similar a como somos inteligentes los seres humanos. Podríamos llamarla IA fuerte. Se han escrito ríos de tinta sobre si esto es o no posible. Alan Turing propuso a mediados del siglo pasado el test que lleva su propio nombre para poder decir si un ingenio desarrollado por el hombre era o no inteligente en ese sentido. Pero hay muchísima gente, científicos y filósofos que dicen que el test de Turing no sirve para determinar la presencia de inteligencia como la poseemos los seres humanos. Recientemente ha habido un programa que parece haber superado el citado test, aunque también hay gente que piensa que no lo ha hecho. No tiene ningún interés mi opinión sobre si será o no posible desarrollar esa IA fuerte ni sobre si el test de Turing es o no un método válido para detectarla ni si algún ingenio humano ha pasado ese test. Pero, me voy a poner en la posición, puramente hipotética –esta creo que casi de ciencia ficción– de que sí fuese posible crear la IA fuerte, tal y como muchos gurús creen. Es, creo, el mainstream el que lleva a muchos de estos gurús a pensar que sí lo es. Si lo fuese, esa IA, basada en soportes enormemente más rápidos y con capacidad de utilizar en una ingente cantidad de información, crecería desmesuradamente usando la interconetividad generalizada. La mayoría de los que creen que la IA fuerte es posible, están también convencidos de que si la desarrollásemos, un día perderemos el control sobre ella y ese día la agenda del devenir del mundo dejará de estar marcada por el ser humano. Y en esa agenda es muy posible que los seres humanos no tengamos ningún rol y podamos, por tanto, ser eliminados. Stephen Hawking, entre otros muchos, sostiene esa postura. Uno puede creer que la IA fuerte sea ciencia ficción, pero si no lo es, la consecuencia de su toma de control es, creo, ineludible. Mucha gente que quiere negar esa consecuencia afirma que en ese momento, solo habría que apagar el superodenador que la soportase. Razonamiento simplista, porque esa IA se hubiese vuelto tan necesaria que no se podría prescindir de ella, amén de que estaría tan distribuida que sería imposible de desconectar, como ya lo es internet. Además, su proceso de apagado, si existiese, debería estar suficientemente protegido para evitar un apagado terrorista, lo que haría que el acceso a dicho proceso fuese fácilmente bloqueado por la propia IA.

Como conclusión de todo lo anterior, creo que el miedo al transhumanismo es, en gran medida, exagerado. La mayoría de las líneas rojas éticas estarían en campos que se me antojan imposibles, como la inmortalidad, la super IA rectora o la implantación de recuerdos falsos. Por supuesto, a muchos posibles desarrollos futuros que no tengan nada que vaya contra la ética, se le pueden dar usos perversos. Pero eso ya pasa con una infinidad de ingenios humanos actuales. Un martillo puede ser usado para matar en vez de para clavar clavos. Pero eso no hace malo al instrumento, sino a quién lo usa. Por otro lado, estas tecnologías BANG, pueden hacer un bien inmenso a la humanidad en infinidad de campos. Evidentemente, lo mismo ocurrirá, a buen seguro, con muchas de los avances tecnológicos de ese cajón de sastre llamado transhumanismo.



[1] A los americanos les encanta crear acrónimos que tengan un sentido en sí mismos. El término BANG aplicado a las tecnologías es el acrónimo de Bits, Atoms, Neurons, Genes, que, al mismo tiempo se refieren a la singularidad cósmica del Big Bang.
[2] En la declaración misional de esta universidad se dice: “Potenciamos una comunidad global con la mentalidad, habilidades y network para crear un futuro abundante. Únete a nosotros en un viaje transformador, desde la inspiración hasta el impacto, y descubre lo que supone para ti ser exponencial”. “Creemos que nuestro mundo tiene la gente, la tecnología y los recursos para resolver cualquier problema, incluso los más urgentes y persistentes desafíos de la humanidad. Como catalizador del cambio global, ayudamos a otros a impulsar las tecnologías en rápido cambio –incluidas la inteligencia artificial, la nanotecnología, la robótica y la biología digital– por medios innovadores, para desbloquear soluciones que puedan afectar positivamente a miles de millones de vidas”. Debo decir que esta declaración de intenciones me “pone”.
[3] Actualmente ya se están usando técnicas de edición genética, llamadas CRISPR en especies vegetales cultivables para hacerlos inmunes a plagas, o resistentes a la sequía o a la salinidad o para que su conservación sea más fácil, etc. Con esta técnica se puede llegar a la precisión de cambiar un solo gen para conseguir el efecto deseado. El impacto que esto puede tener para la alimentación humana será impresionante.

18 de febrero de 2017

La tecnología, ¿destructora de empleo?

La última reunión del Foro Económico Mundial, conocido como Foro de Davos, y otras voces autorizadas, pintan un futuro que podría ser muy negro para la capacidad de la economía mundial de seguir creando trabajo y riqueza para todo el mundo. Las nuevas tecnologías, piensan muchos, con su capacidad para lograr que muchos trabajos que ahora se hacen con personas lleguen a hacerse automáticamente destruirán millones de puestos de trabajo, se afirma. Y, desde luego, no se puede hacer oídos sordos ni ojos ciegos a estas profecías y estas visiones. Pero tampoco pueden aceptarse acríticamente sin más. Recomiendo la lectura del artículo al que se accede a través del siguiente link:


Este fenómeno no es ni mucho menos nuevo. Antes de la revolución industrial, hilar 100 libras de algodón requería 50.000 horas de trabajo. En 1779, unos decenios más tarde, este tiempo se redujo a 135 horas, es decir, casi 400 veces menos. Y este no es más que un ejemplo de los muchos avances tecnológicos que se han producido desde entonces –como el telar, la máquina de vapor, el ferrocarril, la electricidad, los motores de combustión interna, los aviones, el telégrafo, el teléfono, etc., etc., etc.– que hicieron posible la revolución industrial y, tras ella, los 250 años de mayor creación de riqueza para todo el mundo. En esos 250 años, el mundo a pasado de una situación de hambre generalizada en los cinco continentes a otra en la que menos de un 10% de la población vive bajo el umbral de pobreza absoluta. Y este porcentaje sigue disminuyendo rápidamente. Desde luego, no se produjo la situación que temía la reina Isabel I de Inglaterra, a finales del siglo XVI, cuando le dijo a William Lee, un inventor inglés que le presentó el prototipo de una máquina para tejer medias: Apuntáis alto maestro Lee. Considerad qué podría hacer esta invención con mis pobres súbditos. Sin duda sería su ruina al privarles de su empleo y convertirles en mendigos”. Tampoco se han hecho realidad las siniestras premoniciones de David Ricardo o Carlos Marx que veían una clase obrera arrastrándose y malviviendo en el límite de subsistencia.

Pero, ¿ha crecido la desigualdad? Los más pobres, ese 10% que todavía viven bajo el umbral de pobreza absoluta, siguen casi igual que como estaba todo el mundo hace 250 años. En cambio, en el otro extremo, hay gente extremadamente rica. Inmensamente más rica que el más rico del siglo XVIII. Pero en los países en los que la revolución industrial prendió a fines del siglo XVIII, ha aparecido una clase media que jamás nadie hubiera podido pensar que llegase a existir. Y, además, desde hace unos cincuenta años, la mayoría de los países más pobres están creciendo a un ritmo mayor que los desarrollados y está apareciendo en ellos su propia clase media. Es decir, se están cerrando los gaps entre el primer y el tercer mundo. ¿Alguien puede decir que querría que el mundo volviese a la situación económica del siglo XVIII, aunque fuese más “igualitaria”? Creo que nadie en su sano juicio. En estas líneas voy a explorar primero los claroscuros de este proceso de los pasados 250 años. Después veré si es o no plausible pensar que estamos en mitad de ese proceso que seguirá su progreso indefinidamente o si, como dicen las profecías y visiones pesimistas, estamos ante el umbral del apocalipsis económico mundial.

Los claroscuros de los últimos 250 años

Me voy a centrar en dos, aunque seguro que hay más. El primero en los inicios del proceso de la revolución industrial, en lo que ha dado en llamarse el capitalismo salvaje. El segundo en la desigualdad económica del mundo actual.

El capitalismo salvaje del siglo XIX

Cuando se evoca esa época de la historia es imposible evitar que se nos vengan a la cabeza imágenes de niños sucios trabajando en condiciones inhumanas en fábricas. En masas depauperadas en las ciudades. Y a cualquier persona se le hace un nudo en el estómago. Pero lo que no suele verse es cuáles eran las condiciones de esas personas y esos niños, antes de la revolución industrial. Vivían en el campo, en condiciones todavía más infrahumanas. En el invierno morían de frío, niños y adultos, como chinches. El trabajo, de todos, niños incluidos, era de sol a sol bajo las más duras condiciones de frío, lluvia o calor. Si un año la cosecha no era buena, millones de personas, niños incluidos, morían de hambre. Si la gente iba en masa a esos hormigueros humanos en que se convirtieron muchas ciudades, no era porque les llevasen como ovejas al matadero. Iban huyendo de esa vida de campo que no tenía ni una gota del bucolismo con el que nuestra imaginación lo quiere pintar. Seguramente, como sigue ocurriendo ahora, los que iban a la ciudad en busca de un trabajo en la industria incipiente, eran los más echados para adelante y, también seguramente, lo que contaban a los que se habían quedado en el campo producía un efecto llamada para que dejasen el mundo rural y se fuesen también a la ciudad. Si alguien cree que estoy quitando hierro a la terrible situación que se vivía en las ciudades y en las fábricas en esos años, se equivoca. Me parece que fue terrible. Sólo trato de hacer ver que la situación anterior era aún más terrible. Y cada década que pasaba la situación de estas personas mejoraba, sin dejar  de ser terrible. Y seguía viniendo gente del “bucólico” campo a la horrible –sin comillas– ciudad fabril. Pero ese proceso de mejora paulatina llevó a lo que hay hoy en los países donde esas cosas pasaron en el siglo XIX. Y si en otros países sigue pasando eso es porque ese proceso de desarrollo lo frenan los dirigentes de esos países que, con la explotación de su pueblo en su propio beneficio, cierran el camino al desarrollo. Esos dirigentes, convertidos en una terrible minoría extractiva, impiden la seguridad jurídica necesaria para que este proceso se produzca. Si no fuese por ellos, se produciría de forma mucho más acelerada, y también más suave, de como se produjo en el siglo XIX en Europa y Norteamérica, por la iniciativa de sus ciudadanos y por la inversión extranjera. En todos los países a los que llega la inversión extranjera, las condiciones en las que se trabaja en las empresas occidentales que invierten allí, es infinitamente más suave de lo que ocurrió en Europa y América del Norte en el siglo XIX y de lo que ocurre en las empresas explotadas por esas minorías extractivas locales.No invento nada que no haya ocurrido en la realidad. Irlanda, España, Taiwan, Corea del Sur y algunos países de Latinoamérica son ejemplos vivos en los que ese proceso ha ocurrido o está ocurriendo. Tan pronto como se instala un sistema de seguridad jurídica y de igualdad de todos ante la ley, se inicia ese proceso que produce el acercamiento de los países que lo viven hacia los más avanzados hasta llegar a mimetizarse con ellos.

La desigualdad económica del mundo actual

Es absolutamente cierto que si tomamos al hombre que más dinero gana  en el mundo de hoy y lo comparamos con el que menos gana, las diferencias son inmensamente mayores hoy que hace 250 años. Por la sencilla razón de que el hombre más pobre de hoy gana casi lo mismo que el de hace 250 años y, en cambio, Amancio Ortega o Bill Gates ganan inmensamente más que el más rico de hace 250 años. ¿Y? Este tipo de comparaciones son absolutamente inútiles y llevan a la más absurda demagogia. Ojalá hubiese muchos Amancios Ortegas y muchos Bill Gates que ganasen muchísimo a base de crear riqueza para millones de personas. Hay, es cierto, un tipo de ricos que son agujeros negros de la riqueza ajena. Son los dirigentes chupasange de muchos países pobres que obtienen su riqueza extrayéndola de la pobreza de sus “súbditos”. Pero de ninguna manera es ese el caso de un Amancio Ortega, un Bill Gates, un Steve Jobs o tantos y tantos más. Éstos ganan lo que ganan haciendo que mucha gente –trabajadores y usuarios de sus productos– viva mejor. Tú, que estás leyendo esto, si lo dudas, mira a tu ropa o a tu ordenador o tu smartphone. Preguntémonos cuántos millones de personas tienen un trabajo digno en las empresas de esta gente tan rica. Los sátrapas de los países más pobres participan en un juego suma cero en el que para ser ellos más ricos tienen que empobrecer a otros. De ninguna manera pasa nada ni remotamente parecido con los ricos que crean empresas prósperas. Obtienen su riqueza creando más riqueza y bienestar para millones de personas en todo el mundo. Para hablar de la distribución de la riqueza hay que hablar en términos estadísticos, comparando las curvas de distribución de la misma[1]. Si se viese una curva de distribución de la renta de hace 250 años, habría una enorme joroba muy picuda en zonas de renta muy bajas –es decir, una miseria muy igualitariamente distribuida–, una joroba muy pequeña, de las pocas personas muy ricas, en una renta muy alta y una zona muy pegada al eje horizontal, es decir de muy pocas personas, entre ambas jorobas. La curva de la distribución de la renta en la actualidad se parece a una doble joroba de un camello (los camellos son los que tienen dos jorobas y los dromedarios sólo una). Una, con más gente, es decir, más alta, se sitúa con la cúspide de la joroba en una renta baja, aunque notablemente más alta que hace 250 años y otra joroba bastante alta también, aunque más baja que la otra, en la zona de renta muy, muy alta. Pero si nos pusiesen una película de cómo se ha pasado de la distribución de hace 250 años a la de ahora, veríamos varias cosas. Primera, cómo la joroba de renta alta aumentaba en tamaño, se hacía cada vez más estrecha y se desplazaba cada vez más a zonas de renta alta. Sería la joroba de los países desarrollados. Tendría una cola, muy pegada al eje horizontal y que se alargaría mucho hacia la derecha. Serían los súperriquísimos, muy pocos y muy, muy ricos. Pero si pudiéramos ver la cara de estos súperriquísimos, nos daríamos cuenta que los de hoy no son los hijos de los que eran hace cincuenta años y que los hijos esos superriquísimos de entonces formaban parte de las huestes de gente normal en lo que a riqueza se refiere. Con alguna excepción, naturalmente. Y, luego, veríamos otra joroba, también creciente, con una cola también pegada al eje horizontal y que empezaría cerca de la renta 0. Sería la joroba de los países en vías de desarrollo. En medio habría un valle, una especie de silla de montar entre las dos jorobas. Pero, gracias a Dios, desde que empezó el fenómeno de la globalización, esta joroba de baja renta se desplaza hacia rentas más altas, al tiempo que crece y se hacía más estrecha. Y la veríamos desplazarse de una forma mucho más rápida de lo que se desplaza la joroba de la renta alta. Todo parecería indicar que, de seguir así la evolución las dos jorobas, con el paso del tiempo, se acabarían fusionando en una y el camello de dos jorobas se iría transformando en un dromedario de una. Seguramente también veríamos que a la izquierda de la joroba de los países en vía de desarrollo, se desgajaba una tercera joroba, que no seguía a la de éstos países. Corresponde a los pobres de los países dominados por sátrapas sin escrúpulos. Éstos, naturalmente, estarían en la cola de más a la derecha, la de los ricos riquísimos, seguramente mezclados con los Amancios Ortegas y los Bill Gates. O tal vez no apareciesen, porque su dinero, en vez de ser transparente como el de éstos últimos, sería negro y opaco, anónimo y oculto. Si viésemos el intervalo entre el extremo de la cola de la derecha y el de la izquierda, éste se hubiese ampliado. Pero las jorobas indicarían la aparición de una clase media creciente en cada uno de los dos tipos de países que cuando llegasen a fusionarse crearían una única y numerosísima clase media. ¡Bendito sea Dios! ¿Se llegará a esto algún día? No lo sé, pero es perfectamente posible. A menos que se cumplan las profecías de Davos. Pido disculpas por esta explicación verbal de jorobas y colas que puede parecer chino a algunos. Sería más didáctico explicarlo con un gráfico, pero hacerlo me llevaría unas horas que no tengo. Lo siento.

El futuro

Un viejo proverbio chino dice que hacer previsiones es siempre peligroso… sobre todo si son de futuro. Por lo tanto no voy a hacerlas. Voy a presentar dos posibles escenarios (seguro que puede haber muchos más) y, después, qué me parece que puede hacer que lleguemos a uno u otro. Por supuesto, no asignaré probabilidades a uno u otro escenario. Eso os lo dejo a aquellos de vosotros que queráis ejercer el proceloso oficio de videntes.

El primer escenario es el positivo. Supone que en el futuro va a seguir ocurriendo lo que ha ocurrido en el pasado. Lo que ha dado en llamarse la destrucción creativa. Es decir, aunque por un lado, debido a las innovaciones tecnológicas, se destruían muchísimos empleos, la capacidad de producir nuevas cosas de gran utilidad creaba nuevas oportunidades de trabajo que superaban con creces lo que se destruía. Además, dado que la riqueza, medida en la cantidad de bienes y servicios útiles producidos aumentaba más deprisa que necesidad de trabajo, las jornadas laborales se iban acortando al tiempo que aumentaba la renta y se distribuía mejor dando lugar a una inmensa clase media. Y esto ha venido ocurriendo de forma ininterrumpida desde hace 250 años, tanto en los países que en estos años han llegado a ser desarrollados como en los que están en vías de serlo, aunque en estos últimos con un retraso que se va poco a poco enjugando, como se ha visto antes. Desde luego, estos dos procesos, destrucción y creación, no siempre se han producido al mismo ritmo en el pasado. En intervalos de tiempo cortos ha habido, ciertamente, tensiones en los momentos en los que la parte destructiva iba más rápido que la creativa. Pero a vista de pájaro, en estos últimos 250 años, ha ganado por goleada el proceso de creación. Por desgracia, el hecho de que esto haya ocurrido en los pasados 250 años no asegura, de ninguna manera, que tenga que seguirse produciendo en el futuro. Pero parece lógico preguntarse, ¿hay alguna razón para que no se siga produciendo en el futuro? Esto es lo que analizaré después de ver el otro escenario.

El segundo escenario es el negativo. La alarma que ha surgido en Davos es que pueda ocurrir que la tecnología acelere la parte destructiva del proceso más deprisa de lo que pueda seguirla la parte creativa. Es algo perfectamente posible. Y si ocurre, se avecina una época convulsa como no se ha dado nunca en la historia de la humanidad. ¡Dios nos coja confesados!

The heart of the matter, el meollo de la cuestión, la madre del cordero, la pregunta del millón de dólares

¿Qué puede decantar los acontecimientos en un sentido u otro? Antes de contestar a esta difícil cuestión querría hacer un pequeño análisis de lo que creo que está pasando en los países desarrollados. El ritmo al que ha aumentado la riqueza en ellos ha hecho que Europa –y en menor medida EEUU– haya adquirido el vicio de pensar que algo que ocurría a un determinado ritmo gracias al esfuerzo, el trabajo, la creatividad y la asunción de riesgos, tiene que seguir pasando cada vez más deprisa, con menos esfuerzo y sin riesgo, como si fuese un fenómeno automático y garantizado al que los ciudadanos de esos países tienen un derecho inscrito en no se sabe qué constitución. Esto ha dado lugar al llamado Estado del Bienestar al que se supone responsable de hacer que este fenómeno ocurra de forma espontánea. Pero para ello, el Estado ha tenido que absorber cada vez un mayor porcentaje de las rentas de los que más ganan, que son, en general, los que más riqueza crean, así como de los beneficios de las empresas. Además, se ha caído en una hiper regulación de los negocios que está yendo varios pueblos por delante –a mi juicio– de lo que podría considerarse una sana regulación. Esto, ineludiblemente, ha restado incentivos, ha creado cierta parálisis y se ha traducido, por tanto, en una ralentización del ritmo de creación en el binomio de destrucción creativa. Hay quien piensa que el proceso de destrucción tecnológica de hoy es más severo que en el pasado. Creo que no es así. Ya he contado al principio a qué ritmo se destruían horas de trabajo en el inicio de la revolución industrial. Pero el ser humano siempre está tentado a considerar lo que ocurre en su época como más impresionante que lo que ocurrió en el pasado. Paralelamente, las empresas, en un proceso de globalización que ha supuesto una oportunidad inédita en la historia para la mayoría de los países no industrializados, han deslocalizado muchos procesos productivos, acelerando en los países desarrollados la parte destructiva del binomio. Esta conjunción –disminución del ritmo creativo / aumento del ritmo destructivo en los países ricos–, ha creado un terrible malestar en las clases medias de los países desarrollados. No es que vivan peor que hace veinte años, es que su mejora de nivel de vida no lo hace al ritmo al que estaban acostumbrados y exigen. Esta frustración ha dado lugar a populismos –tanto de derechas como de izquierdas–, que se aúpan en esa frustración y que amenazan con hacerse con el poder. Pero las recetas de estos populismos, de índole comunista en los de izquierdas y ultranacionalista en los de derechas, lejos de resolver el problema lo agravarán aún más si llegan a gobernar en los países desarrollados. Si esto ocurre, los populismos de izquierdas aplicarán medidas fiscales y regulatorias que paralizarán en enorme medida el ritmo de creación, mientras que si son los de derechas los que triunfan serán un freno muy grave para el libre comercio y la libre localización de medios productivos, lo que también tendrá un efecto nefasto en el ritmo creativo, amén de frenar el ritmo de desarrollo de los países menos ricos.

Mucha gente cree que el ritmo de destrucción de las nuevas tecnologías es tan potente que no podrá ser compensado por el ritmo creativo. Pero no creo que esto tenga que ser necesariamente así. Si no se pusiesen trabas al proceso de creación, éste podría, sin lugar a muchas dudas, compensar con creces el ritmo de destrucción, como ha pasado en los últimos 250 años. Incluso podría seguir permitiendo que cada vez se pueda trabajar menos ganando más porque con menos horas se podrán crear una cantidad de bienes y servicios inmensamente mayor. Porque la cantidad de productos y servicios útiles y benéficos que el ser humano puede desarrollar si le dejan, es prácticamente ilimitada. No podemos ni imaginarlo, de la misma manera que un hombre de hace 100 años sería incapaz de imaginar la inmensa mayoría de los productos y servicios que hoy usamos como la cosa más natural del mundo.

Ahora estoy en condiciones de abordar la pregunta: ¿Qué puede decantar los acontecimientos hacia un escenario u otro? En primer lugar, cuanto mayor sea el ritmo de destrucción, más probabilidad habrá de que nos decantemos hacia el escenario negativo. Aunque bien pensado, esto no es cierto. Sería mucho más apropiado decir que cuanto mayor sea la capacidad destructiva de la tecnología[2], se podrán soportar menos trabas al desarrollo del proceso de creación. No se trata, pues, de limitar el desarrollo de nuevas tecnologías destructivas –cosa que, por otro lado es prácticamente imposible–, sino de permitir el desarrollo de la parte creativa. Además, las nuevas tecnologías tienen un carácter “ambidiestro”. Si bien pueden destruir empresas obsoletas, también permiten la creación de otras nuevas y eficientes. Sí sería, en cambio, tremenda y unidireccionalmente negativo seguir aplicando los principios fiscales que, hoy por hoy, siguen decantándose hacia una creciente presión fiscal progresiva y a una mayor regulación. La continuidad de estos principios frenaría el proceso de creación. Por supuesto la victoria de cualquier tipo de populismo en los países desarrollados crearía barreras importantes, de una forma u otra, según el tipo de populismo, al proceso de creación.

Por todo lo anterior, me parece indudable que o cambian drásticamente la mentalidad y las instituciones políticas, económicas, sociales y productivas o, efectivamente, se cumplirán las negras profecías que se hacen. Por otro lado, también me parece, no indudable, pero sí altamente plausible, que si esa mentalidad y esas instituciones cambian hacia menores presiones fiscales y regulatorias, incentivando la creación, es perfectamente posible seguir en la senda iniciada hace 250 años. Hace unas líneas dije que no iba a mojarme diciendo cuál de los dos escenarios me parecía más probable, que lo dejaba para aquéllos que quisieran iniciarse en el peligroso oficio de vidente. Pero ya sabéis que son incapaz de no mojarme, así que voy a ejercer yo mismo esa peligrosa profesión. Me temo, ¡ay! que ni la mentalidad ni las instituciones cambiarán. El mundo está demasiado ideologizado para ver la realidad tal cual es. Sólo lo mira a través del cristal deformador de mecanismos mentales profundamente arraigados. Y sin una visión objetiva y desideologizada de la realidad es prácticamente imposible que se tomen las medidas adecuadas para poder hacer que la creación supere a la destrucción. Me temo que seguiremos ciegos el camino de frenar más y más la creación. Pero, ello no obstante, es posible, aunque yo no los vea, que haya escenarios intermedios por los que se pueda transitar. La historia lo dirá. Y, en última instancia, todo está en manos del Señor de la Historia. Pero si fuésemos capaces de actuar como causas segundas eficaces, sería mucho mejor. Aquí está mi palabra, que es lo único que tengo.




[1] Para los que no estén familiarizados con curvas de distribución y estas cosas, unas líneas. Una curva de distribución se representa en un gráfico de la siguiente manera. En el eje horizontal aparecen los niveles de renta y en el vertical el nº de personas que tienen esa renta. Una distribución en la que todo el mundo ganase lo mismo sería 0 en todo el eje horizontal y una línea vertical en el punto de la renta media que es la que todos tienen. Una distribución de desigualdad extrema sería aquella en la que hay dos líneas, verticales, una muy alta en una renta cercana a 0, otra pequeña en una renta muy alta y, en medio… nadie.
[2] El término “destructivo”, aplicado a las nuevas tecnologías, no tiene ningún carácter negativo, sino que se emplea en el sentido de destrucción creativa que venimos utilizando en estas páginas.

11 de febrero de 2017

Frases 11-II-2017

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Después de haber andado mucho, Francisco y León dejaron el camino y volvieron a tomar el sendero que trepaba bajo las hayas y encinas y conducía a la ermita. Por todas partes la primavera había estallado. Los árboles grandes desplegaban su follaje completamente nuevo. Y sobre el verde, tierno y dorado de las hojas, los rayos de sol jugaban en medio del canto de los pájaros. De la tierra húmeda y tibia del bosque subía un buen olor a musgo, hierbas muertas y a violetas en flor. Por todas partes asomaban alegremente pequeños ciclámenes rojos. Todo esto tambuén, sin duda, vivía y reposaba en el tiempo de Dios, en el tiempo del principio. La tierra, con su vida secreta, no se había separado de este tiempo, lo mismo que las estrellas del cielo. Los grandes árboles en el bosque dilataban sus ramas al soplo de Dios, igual que en los primeros días de la creación. Con el mismo temblor. Sólo el hombre había salido de ese tiempo del principio. Había querido trazar su camino y vivir en su propio tiempo. Y desde entonces no conocía el descanso, sino solamente el cansancio, la turbación y la precipitación hacia la muerte.

Leído en el libro “Sabiduría de un pobre” de Éloi Leclerc.

Solo cuando tenemos la certidumbre viva, experencial, de que Dios ES, podemos entrar en el tiempo de Dios. Y, entonces, nos abandonamos al fluir de ese tiempo y todo está bien, aunque no entendamos. Porque todo está en las manos del que ES y Él sabe el porqué y el para que de todo. Y todo es bueno en Él.

Como en Genesaret.

Atrás queda la noche
llena de insomnio y de fantasmas.
Se evapora ante una nueva mañana
para mí creada,
transparente en su luz
de fresco amanecer de Julio.
Como pudo quizá serlo
la primera mañana del mundo.
He visto cómo su luz
se hacía poco a poco,
con materia prima
de rosada negrura,
de montes azules y lejanos,
de horizontes borrosos.
Ante mí han cobrado vida,
en una temblorosa levedad,
los aires transparentes,
llenos de líquida alegría.
Y estabas Tú detrás de todo eso;
la luz y la frescura,
la negrura,
el rosa y el azul y los livianos temblores,
el aire, la vida y la alegría.
Así debió ocurrir
en otra mañana que fue nueva,
igual de transparente que ésta,
al borde de un lago.
Allí, en la orilla de otra larga,
estéril, negra noche,
a otro hombre viejo le fue dicho:
“Ven, sígueme, que voy a hacerte

también a ti, como a este mundo, nuevo”.

4 de febrero de 2017

Trump, el rayo que no cesa

El 5 y el 10 de Noviembre y el 11 de Diciembre publiqué sendos posts con los títuloss de "Ante las elecciones USA", "Tras las elecciones USA" y "Peligros y oportunidades de Trump y la teoría económica de los grifos y las piscinas.

En todas ellas venía a decir que ante lo poquísimo que me atraían ambos candidatos y, a pesar de la zafiedad de Trump, y consciente de sus peligros, atisbaba oportunidades y que, por lo tanto, si fuese americano votaría a Trump y estaría dispuesto al "wait and see". No han pasado ni unas semanas desde su toma de posesión y casi no tengo mucho más que esperar.

El viernes por la mañana mandé un mail a una larga lista de remitentes. Ante la "avalancha de respuestas que obtuve, escribí otro la mañana del sábado y hoy, madrugada del Domingo escribo un tercero. Los copio a continuación.


Viernes 3 de Febrero 10,00h

Esta semana he estado demasiado liado y no he podido escribir nada parab enviar hoy. Así que, ¡descansad un poco de mí!

Pero aunque no haya escrito nada, sí que quiero decir algo sobre el fenómeno Trump que cada día sale con una nueva boutade. La de hoy ha sido colgar el teléfono al primer ministro de Australia. ¡Viva el nuevo estilo de diplomacia! Pero hay una cosa que me preocupa. Atisbo que algunos católicos, entre ellos algún sacerdote, cegados por el hecho de que Trump haya cerrado el grifo a la financiación pública de Planned Parenthood, la multinacional del aborto y del tráfico de órganos de fetos y a la financiación de campañas de abortos en los países en desarrollo, parece que están dispuestos a hacer la vista gorda a todo lo demás o, al menos, a mirarlo con benevolencia. Por supuesto, soy católico. Por supuesto, soy pro vida y anti aborto. Por supuesto, me alegro de que Trump haya cerrado ese grifo. Por supuesto, me alegro que el Vicepresidente Pence haya ido a la multitudinaria manifestación pro vida que ha habido en Washington. Pero eso no va a cegar mi espíritu crítico contra Trump y, si en algún momento estuve a punto de concederle el beneficio de la duda, ese espacio de duda se va achicando día a día. Sus continuos dislates se lo están comiendo. Pero me preocupa la escasa capacidad crítica de los que con el tema del aborto ya están escribiendo cartas de felicitación.

No sabía si escribir sobre la marcha algo sobre esto en el cuerpo del mail. Pero ayer, una persona me dio la clave. ¡Trump es como Gil y Gil! El mismo prototipo. Cortado por el mismo patrón. Con una pequeña diferencia, que Gil y Gil sólo llegó a alcalde de Marbella y Trump es presidente de los EEUU de Norteamérica. Si Trum hace con los EEUU, y de rebote con el mundo, lo que Gil y Gil hizo con Marbella, que Dios nos coja confesados. Porque él acabaría en un impeachement, pero no antes de dejar el mundo jodido. Recuerdo, los primeros meses de Gil y Gil como alcalde de Marbella, una discusión que tuve con una persona que tenía relación con esa localidad y que defendía a ultranza lo que Gil y Gil estaba haciendo y lo que iba a hacer. Bueno, después de esto, todavía me queda una ínfima reserva de paciencia para reservarme el juicio. Pero tan ínfima que está a punto de evaporarse.

Aunque, naturalmente, bastante poco le importa a Trump lo que me quede de paciencia. Pero sólo me queda la palabra.

Un abrazo a todos.


Tomás


Sábado 4 de Febrero 10,09h

Joe, yo me esperaba que hoy iba a ser un envío de transicición y hete aquí que he levantado una polémica que no me esperaba, recibiendo una “avalancha” de respuestas. Por supuesto, me siento muy agradecido de que me leáis y más aún que me respondáis, pero si son muchas, me colapso. Así que voy a dar una respuesta genérica porque casi todas las respuestas van en la misma dirección. En primer lugar hablan de la manipulación que de Trump hace la prensa progre americana. Desde luego siento bastante aversión por la prensa progre y soy relativamente inmune a sus manipulaciones, por lo que coincido en parte con los que me dicen esto. Pero creo que hay que tener enorme cuidado con no caer en lo de que “si lo dice la prensa progre, es mentira”. Hay hechos que son incontrovertibles. Por ejemplo: no cabe didar de que ha dado orden de seguir construyendo el muro, ni de que ha dicho que lo van a pagar los mexicanos, ni de que ha echado para atrás el TTP, ni de que ha dicho que va a intentar acabar con NAFTA, ni de que ha destituido a la fiscal general (no sé el título exacto del cargo) por su oposición a la política de expulsión de emigrantes, ni de que ha dicho que va a castigar a las ciudades “santuario” ni de que ha amenazado a las empresas que no lleven su producción a los EEUU, etc, etc, etc. ¿O se ha inventado todo eso la prensa progre? Dicho esto, no, no tengo constancia de que le haya colgado el teléfono al primer ministro australiano, no estaba allí, pero dado el personaje, ¿a alguien le choca? Aplaudo su forma de enfrentarse a lo políticamente correcto, actitud que detesto (lo políticamente correcto). Pero hay muchas maneras de hacerlo. Maduro también se opone a su modo a lo políticamente correcto y hay muchas maneras de Trump que se le parecen. Un amigo mío americano, me dice que los americanos son muy “bestias”, entiendo que en el buen sentido de la palabra, diciendo que es muy directo. ¿Pero les gusta tanto la “bestiez” a lo Maduro? Porque por ahí va la “bestiez” de Trump. Si hace algunas de esas cosas, mucha gente sufrirá y pasará hambre en EEUU y en el resto del mundo, porque volver al siglo XIX en lo que a comercio internacional se refiere es insoportable. Ojo con usar a la prensa progre como excusa. En otro frente que tengo abierto, me dicen que lo de Fillon es un ataque de esa prensa. Es difícil que un político europeo me parezca mejor que Fillon y es verdad que la progresía francesa detesta un político como él. Pero esa campaña de acoso, que existe, nace de que Fillon, con una imprudencia e ingenuidad política temerarias, se lo ha puesto a huevo. Si no nos gusta la prensa progre, no le demos pie.

También estoy de acuerdo en que los americanos estén hartos de ser los policías del mundo y gastarse una pasta en eso. Me parece bien y justo que haga que Europa pague más por su defensa. Pero lo que no creo es que vaya a bajar los gastos de defensa intentando expulsar a China de las islas artificiales del mar del sur de China o diciendo que va a poner contra la pared a Corea del Norte o que va a participar activamente en el fin del ISIS. Todas estas cosas las suscribo, pero eso no le va a ahorrar dinero en defensa. Y si, por otro lado aumenta el gasto en obra pública y baja el tipo impositivo, aunque a medio plazo la ley de Laffert le haga recaudar más, el déficit va a ser de aúpa. ¿Cómo lo financiará?

No es un chorizo como Gil y Gil, me dicen algunos. Posiblemente no. Pero no me extrañaría nada que parte de los gastos del muro y del resto de obra pública que haga se lo pague, los mexicanos o él, a sus propias empresas. Y no porque intentando no pisar la raya la acabe pisando por error, sino porque la hibris --lease soberbia—del personaje le va, creo, a llevar a hacerlo. Deliberadamente va a jugar con ese conflicto de intereses. Y si lo hace, la democracia americana no se lo perdonará.

Por tanto, me ratifico. Mi margen de confianza sobre el personaje se reduce de día en día. Y creo que sus políticas económicas, diseñadas para decir a la clase media americana lo de “Let´s make America great again” son en gran medida demagogia que hará a América, a los americanos y al mundo, más pobre.

Pero, nos guste o no, la historia nos dirá. “¿Qué será, será? The future will come to see”, decía una Antigua canción de Doris Day. Esperemos que no traiga lágrimas.

Un abrazo y, de verdad, muchas gracias por vuestros comentarios. Pero no me hagáis trabajar tanto, ¡¡¡porfa!!!

Tomás


Domingo 5 de Febrero 02,03h

Trump, el rayo que no cesa.

No, no me digáis que soy un pesado, es que Trump no me da cuartel.

Primero, un juez federal de Seattle revoca el veto del Trump al visado de inmigrantes. Y la reacción de Trump en su Twitt (el nuevo BOE de EEUU) no se hace esperar. Dice: “The opinion of this so-called judge, which essentially takes law-enforcement away from our country, is ridiculous and will be overturned”. “La opinión de este que se dice juez, que en esencia elimina el cumplimiento de la ley en nuestro país, es ridícula y será revocada”. ¡Toma ya! No hay invento de la prensa progre. ¿A qué suena esto? ¡Desde luego, no a respeto a la separación de poderes!

Segundo, el recién nombrado por Trump Secretario de Defensa, Vincent Viola, renuncia al cargo antes de tomar posesión por conflicto de intereses entre su cargo y sus negocios. ¿Cómo se puede nombrar a una persona que se tiene que saber que tiene esos conflictos? Sólo hay una razón, creo. Porque al que le nombra le importan una mierda los conflictos de interés. Porque Trump los debe tener a montones. ¡Pero le da igual! ¡Para eso es el Presidente de los EEUU de Norteamérica! Gil y Gil. Huele a impeachment que te cagas.

Interesante comentario de Stanley Payne. Insatisfecho con ambos candidatos, pensó, por primera vez en su vida, no votar. Paro al final votó a Trump porque pensó que era más fácil que le destituyeran a él que a Hillary. ¡No está mal pensado! ¡Pence for President!


Un abrazo y perdonadme la brasa, pero quien es capaz de resistirse a esta marea.

Tomás.