31 de octubre de 2019

¿Retrato de familia o halloween?


Mi tío Heraclio Alfaro Fournier, hermano de mi padre, llevó a cabo, el 22 de Junio de 1914 el primer vuelo de un avión construido en España[1]. Tuvo una fulgurante carrera en la aeronáutica, tanto en España como en EEUU, donde se hizo ingeniero por el MIT, tuvo cátedras universitarias, trabajó como free lance para las más grandes, empresas aeronáuticas y fundó la suya propia. En la escalera de la casa que mi padre tenía en Vitoria, estaba colgada la enorme hélice de su primer avión, el Alfaro I, hecha en madera. Yo apenas le conocí, ya que murió en 1962, teniendo yo 11 años. Siempre que me acuerdo de él, me lo represento junto a la hélice de su avión.

Mi madre, María Drake de Santiago, recién casada con mi padre, voló en el avión de mi tío Heraclio, el Alfaro I, con tan sólo 18 años. Probablemente fue la primera mujer española que voló en avión. En mi casa de soltero estaban guardados, como reliquias, el gorro de cuero con orejeras y las gafas, parecidas a las de bucear, que usó mi madre y que llevaban los pilotos en esas épocas heroicas de la aviación. Aunque he perdido la pista a esa reliquia, de vez en cuando me acuerdo y se me viene a la cabeza la foto color sepia en la que mi madre, ataviada así, y en la cabina del Alfaro I hacía la señal con el pulgar hacia arriba.

Mi padre, Tomás Alfaro Fournier, fue un hombre muy polifacético. Se dedicó a la abogacía, la política, la escritura, la música y la pintura. Fue voluntario, como oficial de complemento, a la guerra de África en 1921-22, sobreviviendo al desastre de Annual. Sacó una inmensa cantidad de fotografías de esa guerra que se pueden ver en el museo municipal de Vitoria. Pintó muchos cuadros, francamente buenos, que atesoramos en la familia. Yo le tengo en la retina, de pie, delante de su caballete, con su paleta en la mano izquierda y el pincel en la derecha, mezclando colores en ella y aplicándolos al cuadro que estaba pintando y que iba tomando forma. Murió en 1965 y en mi casa está su paleta de pintor, tal y como él la dejó, con los óleos de colores puros, ya resecos, a lo largo de su borde y las últimas mezclas de colores en el centro. Cada vez que veo su paleta, me acuerdo de él.

Podría evocar muchos más de estos recuerdos. Son recuerdos de familia en los que un pequeño detalle, como la madalena de Proust, nos hacen rememorar cosas que de otra forma se hubiesen difuminado o, incluso, perdido en el tiempo.

Pues bien, mañana, 1º de Noviembre, los católicos celebramos la fiesta de Todos los Santos. Y, con ellos, me pasa como con estos tres recuerdos familiares que he evocado. Si veo la imagen de un santo calvo y con barbas, con una espada en la mano, con la punta apoyada en el suelo, sé que estoy delante de san Pablo, que fue decapitado con una espada por ser ciudadano romano. Si veo otra imagen de otro santo con barbas y con unas llaves, sé que es san Pedro, a quien Jesús hizo la promesa de darle las llaves del Reino de los Cielos. Si veo a otro con dos tablas cruzadas en aspa, sé que es san Andrés que fue crucificado en una cruz con esa forma. Y lo mismo pasa con el perro de san Roque, o el lobo de san Francisco. Si un santo aparece con una pluma, seguro que es un evangelista. Si con una palma, es que ha sufrido el martirio. Quizá, la más curiosa de esas imágenes sea la de la lactación de la Virgen María a san Bernardo de Claraval. Parece que siendo Bernardo un joven monje atemorizado por una prédica que tenía que hacer, se quedó dormido mientras rezaba a la Virgen pidiéndole elocuencia. Ésta se le apareció, con el Niño en brazos y, apretándose el pecho, le lanzó al joven fraile un chorro de su leche que este bebió como quien lo hace de un porrón. Sea como fuere, san Bernardo adquirió el don de la elocuencia, y la imagen se ha repetido hasta la saciedad en la iconografía. Sería larguísimo enunciar todas las iconografías posibles de santos. A menudo me ocurre que entro en una iglesia y me encuentro una imagen cuyos signos desconozco. Si me pasa eso, intento a toda costa averiguar cuál es el significado de esos signos y de qué santo se trata. Cierto también que muchos santos no tienen ninguna iconografía generalmente reconocible. Es más, la inmensa mayoría de los santos, son santos anónimos que solamente Dios, ellos y el resto de los santos que están en el cielo saben que lo son.

Mañana es, por tanto, el día de la fiesta de nuestra gran familia del cielo. Porque todos los santos forman nuestra familia. La inmensa familia humana. Ellos ya han llegado a alcanzar la corona de gloria, pero no nos olvidan. Desde el cielo están pendientes de nosotros, nos miran, nos cuidan, nos arropan, esperan que les pidamos su intercesión ante Jesús para muchísimas cosas. Y si uno lo piensa con fe, es muy reconfortante saberse siempre rodeado de tantos familiares que nos quieren.

Alguna vez he entrado en una iglesia protestante. En ellas no hay capillas de santos. Son frías, racionalistas. En una, no me acuerdo dónde estaba, había, en vez de santos, científicos. Había estatuas de Pasteur, de Mme. Curie, de Einstein y otras que no recuerdo. No digo que no sienta admiración por estos personajes. Son gente que ha hecho mucho por la humanidad y los admiro con toda mi alma. A lo mejor, ojalá, están también en el cielo y entonces son santos anónimos. Pero… no sé, no se me movió el corazón para pedirles nada y me dejaron completamente frío. En cambio, siempre recordaré la impresión que me produjo entrar en la catedral de san Patricio en Nueva York en un viaje que hice a esa ciudad. Todo el alrededor de la catedral estaba circundado de capillas destinadas a diferentes santos. En todas había cirios y velas ardiendo y una muchedumbre de gente que las encendía y rezaba con gran recogimiento. Había personas de todas las razas y clases sociales. Cada uno pedía al santo al que más quería, que intercediese ante Cristo por sus intenciones. Intenciones tal vez pequeñas, pero muy íntimas y, para ellos, preciosas. Se respiraba una calidez y una cercanía inmensa a la santidad. ¿Superstición? Quien quiera verlo así, que lo vea. Pero yo no lo vi así. Yo me sentí rodeado, acariciado, querido, amado. Algo muy parecido al éxtasis.

Poco después de esa experiencia, leí, en un libro que hablaba del filósofo Gabriel Marcel la siguiente idea, que guardé como oro en paño y que hoy vuelvo a sacar a la luz:

“Tenemos que reconocer que estamos literalmente cubiertos por una realidad viva, sin duda increíblemente más viva que la nuestra y a la cual pertenecemos ya en la medida, ¡ay!, siempre muy débil, en que nos liberamos de los esquematismos racionalistas. La inmensidad [...], sería el despertarnos cada día más, incluso del lado de acá de la muerte, a esa realidad que nos envuelve sin duda por todas partes. […] Mas, por otra parte, a medida que nos tornamos atentos a las solicitaciones, con frecuencia tenues, pero innumerables, que emanan del mundo invisible, todas las perspectivas se transforman –quiero decir que se transforman aquí abajo. […] Esta transfiguración es la de una polifonía humana que une a todos los hombres, vivos y muertos, en medio de las trabas de la condición cautiva, en una compleja melodía cuya cadencia final será revelada por la muerte, que aportará a ella la “divina resolución” musical. Esta realidad que nos cubre, esta polifonía de los seres que nos rodean, no sería más que un noble vuelo poético, si no fuera la sombra proyectada por una comunión trascendente, un amor divino al que Marcel llamaba el Tú Absoluto”.

Pues bien, mañana es la fiesta de Todos los Santos. No es una fiesta más del calendario, una fiesta gris. Es la fiesta de la familia humana. El día en que celebramos a los mjores de nosotros, que nos han precedido y ya han alcanzado la meta, en donde nos esperan y desde donde nos animan. Yo intentaré buscar un momento para sumergirme en esa mar del Tú Absoluto y, rodeado por todos los que ya están en Él, pedirles que me atraigan con su canto de alabanza. Y, pasado mañana, día de los difuntos, alzaré mi canto, todavía desafinado, por ellos, los difuntos que aún no son santos, que siguen esperando el momento misterioso en el que, limpios, completamente purificados de cualquier disonancia, puedan entrar en la armonía eterna de Dios. ¿Por qué será que me encantan estas dos fiestas?



[1] Para que nadie me tome por mentiroso, adjunto el link a una página donde se puede comprobar lo que digo https://es.wikipedia.org/wiki/Heraclio_Alfaro_Fournier y una aclaración. Mi padre nació en 1892 y era sólo un año mayor que su hermano Heraclio. Mi madre era 14 años menor que mi padre. Yo nací en 1951, teniendo mi madre 45 años.

25 de octubre de 2019

HARTO del procés


Estoy HARTO. Completamente HARTO de Cataluña y de la mierda del procés. Estoy HARTO hasta donde le llega el agua al pescador de camarones cuando le sube la marea al que pesca quisquillas con el agua por las rodillas, como dice el viejo chiste de Jaimito. Oigo argumentos muy convincentes y con los que estoy de acuerdo, que explican de mil maneras por qué la defensa de la Constitución es la garantía de la convivencia. Estoy totalmente de acuerdo con ellos, pero creo que son perfectamente inútiles. No basta con defender la Constitución, hay que aplicarla, con los medios que ella misma brinda. Cataluña es una desgracia sin solución. Es el hijo envidioso y torticero que una familia numerosa puede tener la desgracia de que le salga. Da igual cuanta deferencia se tenga con él. Da igual que, debido a su envidia, se le dé más que a sus hermanos. Todo da igual. Siempre dirá que a él se le trata peor, que se le da menos, que se le quiere menos, que se le discrimina, etc., etc., etc. Ningún razonamiento, ningún hecho objetivo le hará bajarse del burro. Lo único que cabe hacer, una vez llegado al agotamiento y el hartazgo, es darle la razón y empezar a tener con él menos detalles que con el resto de sus hermanos, a ver si por defecto, ya que no ha sido posible por exceso, se da cuenta de que sus quejas eran injustas. Esto que digo debe ser muy difícil de hacer con un hijo. Pero no lo es tanto para una región. Y eso es lo que está pasando con Cataluña. Se inventan una historia que nunca ha existido, una represión que nunca ha existido, una discriminación negativa que nunca ha existido, aunque sí haya existido la discriminación positiva, y un larguísimo etcétera de agravios imaginarios. Y esto no es desde hace cuarenta años, no. Es desde hace siglos. Al menos desde no se sabe qué inexistentes afrentas hubo con ellos en la guerra de sucesión española allá por los albores del siglo XVIII. Pero, no, eso es mucho más tardío. Al menos –y posiblemente antes– en tiempos de Juan II de Aragón, padre de Fernando el Católico, antes de que se produjese la unión de Aragón y Castilla, ya estaban los catalanes tocando las pelotas a su rey por supuestas afrentas. Afrentas inexistentes que tienen anotadas en su memoria enferma. No en vano, Ortega y Gasset, allá por 1932, en la República, cuando se discutía el Estatuto de Cataluña, decía:

“Se nos ha dicho: «Hay que resolver el problema catalán y hay que resolverlo de una vez para siempre, de raíz. La República fracasaría si no lograse resolver este conflicto que la monarquía no acertó a solventar».

[…]

¿Qué es eso de proponernos conminativamente que resolvamos de una vez para siempre y de raíz un problema, sin parar en las mientes de si ese problema, él por sí mismo, es soluble, soluble en esa forma radical y fulminante? ¿Qué diríamos de quien nos obligase sin remisión a resolver de golpe el problema de la cuadratura del círculo? Sencillamente diríamos que, con otras palabras, nos había invitado al suicidio.

   Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles.

[…]

Digo, pues, que el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, y que a fuer de tal, repito, sólo se puede conllevar.

   ¿Por qué? En rigor, no debía hacer falta que yo apuntase la respuesta, porque debía ésta hallarse en todas las mentes medianamente cultivadas. Cualquiera diría que se trata de un problema único en el mundo, que anda buscando, sin hallarla, su pareja en la Historia, cuando es más bien un fenómeno cuya estructura fundamental es archiconocida, porque se ha dado y se da con abundantísima frecuencia sobre el área histórica. Es tan conocido y tan frecuente, que desde hace muchos años tiene inclusive un nombre técnico: el problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista.

[…]

¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento de entorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades. Mientras éstos anhelan lo contrario, a saber: adscribirse, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica, en esa radical comunidad de destino que es una gran nación, esos otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos, señeros, intactos de toda fusión, reclusos y absortos dentro de sí mismos.

[…]

En cambio, el pueblo particularista parte, desde luego, de un sentimiento defensivo, de una extraña y terrible hiperestesia frente a todo contacto y toda fusión; es un anhelo de vivir aparte. Por eso el nacionalismo particularista podría llamarse, más expresivamente, apartismo o, en buen castellano, señerismo.

[…]

Pues bien; en el pueblo particularista, como veis, se dan, perpetuamente en disociación, estas dos tendencias: una, sentimental, que le impulsa a vivir aparte; otra, en parte también sentimental, pero, sobre todo, de razón, de hábito, que le fuerza a convivir con los otros en unidad nacional. De aquí que, según los tiempos, predomine la una o la otra tendencia y que vengan etapas en las cuales, a veces durante generaciones, parece que ese impulso de secesión se ha evaporado y el pueblo éste se muestra unido, como el que más, dentro de la gran Nación. Pero no; aquel instinto de apartarse continúa somormujo, soterráneo, y más tarde, cuando menos se espera, como el Guadiana, vuelve a presentarse su afán de exclusión y de huida.

[…]

Y así, por cualquier fecha que cortemos la historia de los catalanes encontraremos a éstos, con gran probabilidad, enzarzados con alguien, y si no consigo mismos, enzarzados sobre cuestiones de soberanía, sea cual sea la forma que de la idea de soberanía se tenga en aquella época: sea el poder que se atribuye a una persona a la cual se llama soberano, como en la Edad Media y en el siglo XVII, o sea, como en nuestro tiempo, la soberanía popular. Pasan los climas históricos, se suceden las civilizaciones y ese sentimiento lacerante, doloroso, permanece idéntico en lo esencial. Comprenderéis que un pueblo que es problema para sí mismo tiene que ser, a veces, fatigoso para los demás […]. Comprenderéis, pues, que si esto ha sido un siglo y otro y siempre, se trata de una realidad profunda, dolorosa y respetable; y cuando oigáis que el problema catalán es en su raíz, en su raíz –conste esta repetición mía–, cuando oigáis que el problema catalán es en su raíz ficticio, pensad que eso sí que es una ficción.

[…]

¿Quiere decir, por lo pronto, que todos los catalanes sientan esa tendencia? De ninguna manera. Muchos catalanes sienten y han sentido siempre la tendencia opuesta; de aquí esa disociación perdurable de la vida catalana a que yo antes me refería. Muchos, muchos catalanes quieren vivir con España. […] lo he dicho porque es la pura verdad, porque, en consecuencia, conviene hacerlo constar y porque, claro está, habrá que atenderlo”.

Podría seguir espigando frases de ese discurso, pero, ¿para qué? Ya he dicho que estoy HARTO. De hecho, no sé ni por qué me embarco en escribir esto. No obstante, algo me lleva a seguir citando, esta vez a Henri Bergson:

“Si se han podido construir sólidamente en los tiempos modernos grandes naciones es porque la coacción, fuerza de cohesión que se ejerce desde fuera y desde arriba sobre el conjunto, ha cedido puesto poco a poco a un principio de unión que asciende desde el fondo de cada una de las sociedades elementales que forman parte del conjunto, es decir, desde la región misma de las fuerzas disociadoras a las que hay que oponer una resistencia ininterrumpida. […] el patriotismo es virtud […] que puede teñirse de misticismo pero que no mezcla su religión con ningún cálculo utilitario, que se extiende en un gran país y levanta una nación, que atrae hacia sí lo mejor que hay en las almas. En fin, el patriotismo que se ha ido formando lenta, piadosamente, con los recuerdos y esperanzas, con la poesía y amor, con un poco de todas las bellezas morales que hay bajo el cielo, como la miel con las flores. Era necesario un sentimiento tan elevado, imitación del sentido místico, para vencer a un sentimiento tan profundo como el egoísmo de la tribu[1].

Me he permitido resaltar algunas frases de estas citas. ¿Qué significa “conllevar” el problema catalán? ¿Acaso seguir mimándoles para que nos escupan a la cara los mimos? De ninguna manera. Más arriba he dicho cómo creo que había que actuar con un hijo aquejado de ese particularismo. También he dicho que actuar así con un hijo debe ser muy difícil, pero no tanto con una región. Si se ha mimado a Cataluña siempre por encima de otras regiones, ha llegado el momento de ponerla en su sitio. ¿Cómo? Con la ley, naturalmente. Aplicando el artículo 155 sine die. ¿Hasta cuándo? Hasta que se produzca un cambio de ciclo de los que habla Ortega: según los tiempos, predomine la una o la otra tendencia y que vengan etapas en las cuales, a veces durante generaciones, parece que ese impulso de secesión se ha evaporado y el pueblo éste se muestra unido, como el que más, dentro de la gran Nación”. Cuando se ha aplicado anteriormente el 155 se ha hecho tímidamente. Creo que fue necesario que se hiciese así porque no había precedente y porque el consenso de los partidos constitucionalistas sobre este precedente estaba limitado a un mínimo y creo que era conveniente este consenso en su primera aplicación. Ahora ya hay un precedente, no es la primera vez. Cuando digo un 155 sine die, me refiero a un 155 que finalice cuando acaben los efectos de la ideologización tribal de la enseñanza y los medios de comunicación pública. Pero no que perjudique económicamente a Cataluña bajo ningún concepto. Porque, como decía Ortega con mucha razón muchos catalanes sienten y han sentido siempre la tendencia opuesta; de aquí esa disociación perdurable de la vida catalana a que yo antes me refería. Muchos, muchos catalanes quieren vivir con España. […] lo he dicho porque es la pura verdad, porque, en consecuencia, conviene hacerlo constar y porque, claro está, habrá que atenderlo. No se puede dejar a estos catalanes que quieren vivir con España, que son y se sienten españoles, abandonados a su suerte. De hecho, es el separatismo el que está labrando el desastre económico para todos los catalanes. Por lo tanto, con únicamente la medida del 155 sine die, la situación económica de una Cataluña sin un Gobierno eficiente, dejaría de ir al desastre. Además el 155 sine die sería ponerse claramente y sin equidistancias mentirosas, del lado de los catalanes que se sienten España y apoyarles abiertamente contra la discriminación de la que son objeto. Por si alguno no recuerda el texto de este artículo, lo reproduzco:
1.    Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2.    Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.

¿Se puede dudar de que la Comunidad Autónoma catalana no cumple con las obligaciones que la Constitución u otras leyes le imponen y de que está actuando de forma que atenta gravemente al interés general de España? No creo que quepa esta duda. Y el artículo no habla de plazos ni de otras limitaciones para su aplicación que lo que ya está pasando. Por lo tanto, defendamos la Constitución aplicándola, no con bla, bla, bla.

Pero, ¡ay!, me temo que las fuerzas constitucionalistas tampoco van a tener un consenso. Y esto me hace estar todavía más HARTO. Porque nos encontramos con una izquierda que no se sabe –ni ella tampoco sabe– muy bien a qué juega. Con un PSOE que ya en su interior padece un desdoblamiento de la personalidad con un PSC equidistante y ambiguo. Más ambiguo todavía que su matriz, lo que ya es mucho decir. Porque el PSOE, y toda la izquierda en general, al menos desde hace muchos años, es culpable de haber dinamitado la mística de España. Ya en democracia, ya llevada a cabo la transición, han identificado durante decenios el uso de la bandera constitucional de España con actitudes fascistas, y han hecho gala de la bandera republicana en todos sus mítines durante décadas. Han desacreditado la hazaña española en América, haciéndose cómplices de la leyenda más negra y falsa sobre esta gesta. Han fomentado estatutos de autonomía totalmente anticonstitucionales que sólo el recurso al Constitucional ha permitido descafeinar, etc., etc., etc. Ahora dicen que aman a España pero me permito dudar de ello. Eso en cuanto al PSOE. Pero, ¿qué decir de Podemos, que apoya abiertamente un referéndum en Cataluña como muestra del ejercicio de la democracia? Es muy fácil liberar las fuerzas de la división para luego lamentarse. Pero una vez liberadas, ya no hay quien las recoja y alguien es responsable de esa “liberación” aunque, como dice el refrán “tire la piedra y esconda la mano”. Es perfectamente aplicable a esto la frase que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en su tragedia “Julio César”, cuando tras arengar a la plebe de Roma para que se lance a la destrucción y al vandalismo por el asesinato de César, dice:

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Nunca, nunca! ¡Venid! ¡Salgamos! ¡Salgamos! ¡Queremos su cuerpo en el sitio sagrado e incendiaremos con teas las casas de los traidores! ¡Recoged el cadáver!
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Id en busca de fuego!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Destrozad los bancos!
CIUDADANO CUARTO. — ¡Haced pedazos los asientos, las ventanas, todo!
(Salen los CIUDADANOS con el Cuerpo.)
MARCO ANTONIO. — ¡Ahora, prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!

Y, luego, un poco más tarde, en las calles de Roma:

Entra CINA el poeta. (Este Cina no es el mismo que el conspirador asesino de César. Pero, ¡qué más le da a la chusma lanzada al pillaje!). Este texto entre paréntesis es mío.
CINA. — Esta noche he soñado que estaba en un festín con César, y siniestros presagios atormentan mi imaginación. No tengo deseo de salir de casa, y, sin embargo, un algo desconocido me impulsa.
(Entran CIUDADANOS.)
CIUDADANO PRIMERO. — ¿Cuál es vuestro nombre?
CIUDADANO SEGUNDO. — ¿Adónde vais?
CIUDADANO TERCERO. — ¿Dónde vivís?
CIUDADANO CUARTO. — ¿Sois casado, o soltero?
CIUDADANO SEGUNDO. — Responded a cada uno inmediatamente.
CIUDADANO PRIMERO. — Y brevemente.
CIUDADANO CUARTO. — Y sensatamente.
CIUDADANO TERCERO. — Y francamente, os trae cuenta.
CINA. — ¿Cuál es mi nombre? ¿Adonde voy? ¿Dónde vivo? ¿Si soy casado o soltero? ¿Y luego responder a cada uno inmediatamente y brevemente, sensatamente y francamente? Pues, sensatamente, digo que soy soltero.
CIUDADANO SEGUNDO. - ¡Eso es tanto como decir que los que se casan son imbéciles Temo que eso os va a costar un golpe. Prosigue, inmediatamente.
CINA. — Inmediatamente, voy a los funerales de César.
CIUDADANO PRIMERO. — ¿Como amigo, o como enemigo?
CINA. — Como amigo.
CIUDADANO SEGUNDO. — Ese punto está contestado inmediatamente.
CIUDADANO CUARTO. — Ahora, vuestra residencia, Brevemente.
CINA. — Brevemente, resido cerca del Capitolio.
CIUDADANO TERCERO. — Vuestro nombre, señor, francamente.
CINA. — Francamente, mi nombre es Cina.
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Desgarradle en pedazos! ¡Es un conspirador!
CINA. — ¡Soy Cina el poeta! ¡Soy Cina el poeta!
CIUDADANO CUARTO. — ¡Desgarradle por sus malos versos! ¡Desgarradle por sus malos versos!
CINA. — ¡No soy Cina el conspirador!
CIUDADANO CUARTO. — ¡No importa, se llama Cina! ¡Arrancadle solamente su nombre del corazón y dejadle marchar!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Desgarradle! ¡Desgarradle! ¡Vengan teas! ¡Eh! ¡Teas encendidas! ¡A casa de Bruto! ¡A casa de Casio! ¡Arda todo! ¡Vayan algunos a casa de Decio, y otros a la de Casca, y otros a la de Ligario! ¡En marcha! ¡Vamos!

¡Impresionante Shakespeare!

También son aplicables este pasaje y la responsabilidad de esta violencia a el impresentable de Joaquín Torra y sus secuaces que, tras recomendar a los CDR’s que aprieten, ahora dice que esa violencia callejera destructiva no representa al movimiento independentista. ¿A quién representa entonces? ¿Al Rey? ¿A los catalanes que se sienten españoles? ¿A alguien que pasaba por allí? ¿A mi tía Federica? Cuando uno siembra vientos y recoge tempestades no se puede echar la culpa más que al sembrador de los mismos.

Por todo esto, estoy HARTO de palabrería, repetida por periodistas tertulianos que también tienen su parte de responsabilidad, con la que puedo estar de acuerdo en su contenido pero no en su utilidad. Palabrería que, además, acaba diciendo que hay que dialogar para encontrar una solución política. ¿Diálogo sobre qué para llegar a qué solución política? ¿Dejarles hacer un referéndum de autodeterminación a ellos solitos? ¿Dialogar sobre la forma de llevarlo a cabo? O, ¿qué? Porque si algo está claro a estas alturas de la película es que a los independentistas no hay ningún grado de autogobierno que les baste? Todo lo que se les dé, servirá tan sólo para azuzar su hambre. Sólo el 155 sine die puede permitir que conllevemos el problema catalán, ya que, como decía Ortega, no tiene solución política. Ninguna. Cero.


[1] H. Bergson. Las dos fuentes de la moral y la religión. Ed. Tecnos, Madrid 1996, pag. 352-353

15 de octubre de 2019

Sobre la sentencia del Procés por el 1-O


Hoy no puedo por menos que hacer un post con mis impresiones sobre la sentencia del Proceso del 1-O. Como ya han corrido ríos de tinta al respecto, me temo que no voy a decir nada nuevo pero, aún así me atrevo a hacer mis comentarios.

En primer lugar, me parecería una osadía inadmisible por mi parte pretender emitir un juicio sobre la bondad de esa sentencia. Son muchas horas de declaraciones de las que yo sólo he oído unos pocos minutos en la televisión mientras hablaba de otra cosa con mi familia, miles de páginas del sumario y de la vista de las que no he leído ni una. La sentencia ha sido emitida por siete jueces con una experiencia enorme que sí lo han oído analizado todo, de los que su presidente, el juez Marchena, me ha asombrado durante el juicio por su firmeza y templanza, en directo ante el mundo entero, sorteando todo tipo de trampas y añagazas torticeras. Han deliberado sobre ella durante meses desde que la vista quedó lista para sentencia. ¿Qué puedo decir yo al respecto? No tengo  la mínima formación jurídica y no le habré dedicado, poniendo todo el tiempo junto, ni una hora a pensar sobre ello. Lo único que puedo hacer es sentirme orgulloso de un sistema judicial de cuya independencia no puedo dudar, honesto y capaz. He oído a quien dice que le parece sospechoso que el fallo haya sido por unanimidad, que si la sentencia ha supuesto un pasteleo entre los jueces para llegar a un consenso, que el mero hecho de que haya habido un tira y afloja en el que algún juez haya podido cambiar su postura para llegar a ese consenso supone prevaricación, ya que si ha cambiado de parecer por llegar a un acuerdo ha dictado a sabiendas una sentencia que él considera injusta. Podría, tal vez, estar de acuerdo con esto si hubiese habido algún juez, que tuviese meridianamente claro que el delito era de rebelión y que por lograr el consenso, hubiese cambiado su punto de vista de rebelión a sedición en vez de emitir un voto particular con su visión del delito de rebelión. Pero en un terreno tan sutil como la separación entre rebelión y sedición, hay zonas grises y no tengo ningún motivo para pensar que un juez haya cambiado de negro a blanco por el consenso. Tal vez  –o casi seguro– haya habido alguno que haya accedido a pasar de un gris tirando a oscuro al blanco. De ser así, ¿qué? Esa aceptación de matices no es prevaricación y, en cambio, da a la sentencia una fuerza y una solidez extraordinaria tanto ante el independentismo como ante las instancias jurídicas internacionales. Por todo ello, mi más caluroso aplauso a la sentencia.

Me preocupa, y mucho, que la sentencia se haya filtrado y que el viernes ya estuviese en la prensa. Estoy convencido de que las filtraciones no vienen de los jueces. Seguro que hay unas cuantas personas, aunque tampoco muchas, que lo sabían el viernes. Si no estoy equivocado, estas filtraciones son en sí mismas un delito. Debería, por tanto, investigarse la procedencia de las filtraciones y castigarse. Seguro que no es tan difícil. ¿Por qué pasa una y otra vez, siempre, y nadie hace nada?

También he oído protestas porque la fiscalía pedía al tribunal que se explicitase en la sentencia que no se pudieran dar el tercer grado penitenciario hasta cumplida la mitad de la misma. El Supremo no ha concedido esto porque el proceso del tercer grado, aunque en primera instancia pueda ser concedido por órganos penitenciarios dependientes del gobierno autonómico de Cataluña, esta decisión puede ser recurrida por la fiscalía y, en última instancia, tendría que ser el Supremo el que decidiese. Y, en todo este proceso, el tercer grado concedido por la administración penitenciaria, quedaría en suspenso (Sólo en el caso de que el recurso lo hiciese la acusación particular, y no la fiscalía, el recurso no interrumpiría la concesión del tercer grado penitenciario). Es decir, hay medidas judiciales, que pasan por el Supremo, para evitar ese tercer grado. No me parece, por tanto, razonable  que se diga en la sentencia algo que no se sabe si se va a dar pero que, si se da, la fiscalía que lo pide y el mismo tribunal pueden paralizar. Me parece muy razonable, en cambio, el proceder de la sentencia.

Por supuesto, el Gobierno tiene la potestad de conceder el indulto, sin que el Tribunal Supremo pueda hacer nada. No me fio ni un pelo del un posible gobierno de Sánchez según lo que salga de las elecciones, pero lo que sí creo es que el gobierno que diese un indulto a estos delitos, habría cavado su propia tumba. Y, aunque sea por esa razón, no por rectitud, creo que, aún si ganase las elecciones, Sánchez no lo haría. No obstante, me quedaría mucho más tranquilo si, como piden PP y C’s, se hiciese una ley que impidiese el indulto a este tipo de delitos y, de paso, a otros.

Lo que me parece lamentable son las declaraciones de Santiago Abascal de que va a recurrir la sentencia. Y esto lo ha dicho con la sentencia recién dictada, sin haber tenido oportunidad de leer una sola línea de la misma. Pero, la pregunta es: ¿Ante qué instancia va a recurrir la sentencia? Incluso alguien sin formación jurídica como yo puede pensar que sólo le quedan dos instancias: a) El Tribunal Constitucional y b) El Tribunal de Justicia de la Unión Europea. ¿De verdad que se plantea recurrir la sentencia ante alguna de estas dos instancias? No creo que sea necesario argumentar el por qué de ambas posibilidades sería una irresponsabilidad mayúscula. Más bien lo hace para enardecer a una parte de sus votantes que tanto más le aplauden cuanto más barbaridades dicen. Ese es un camino que no lleva a ningún sitio al que merezca la pena ir. Es este tipo de actitudes las que me hacen imposible votar a VOX, con cuyo ideario, en líneas generales, coincido. Pero no veo en esa formación una reflexión suficiente sobre cuestiones candentes. Veo un partido que primero habla, luego piensa y, entre medias, insulta. Y eso no me genera la más mínima confianza.

Adjunto un link a un artículo que creo que es muy bueno, escrito por alguien que parece que sí se ha leído a fondo la sentencia.

11 de octubre de 2019

Cosmovisión occidental, cosmovisiones orientalistas


Hace ya bastantes años que escuché por primera vez la palabra cosmovisión y debo confesar que no sabía muy bien cuál era su verdadero alcance. En el diccionario de la RAE hay sólo una acepción de la palabra: “Visión o concepción global del universo”. La verdad es que me parecía demasiado vaga, muy genérica. Pero un día, leyendo el libro de “La democracia en América” de Alexis de Tocqueville, encontré lo que me parece la más precisa descripción del término y su utilidad para la vida:

“No hay casi acción humana, por particular que se la suponga, que no nazca de una idea muy general que los hombres han concebido de Dios, de sus relaciones con el género humano, de la naturaleza de su alma y de sus deberes hacia sus semejantes. No se puede evitar que esas ideas sean la fuente común de donde surge todo lo demás. Por tanto, los hombres tienen un interés inmenso [o deberían tenerlo] en concebir ideas muy firmes sobre Dios, su alma, sus deberes generales hacia su creador y sus semejantes, porque la duda sobre esos puntos dejaría al azar todas sus acciones y las condenaría, en cierto modo, al desorden y a la impotencia. Es esa la materia en la que resulta más importante que cada uno de nosotros tenga ideas sólidas […].

El mundo occidental, basado en una cosmovisión judeocristiana –tanto si uno profesa la religión cristiana como si no, tanto si es consciente de ello como si no–, desde hace unas décadas, está experimentando un auge de una cosmovisión basada en las religiones/filosofías orientales nacidas principalmente en la India. Me refiero al hinduismo, budismo, jainismo, yoga, taoísmo, confucionismo (estos últimos nacidos en China), etc. Tal vez la causa de ese auge haya que buscarla en el sentimiento de aburrimiento del cristianismo –¡Eso ya lo tengo muy visto!, aunque no se conozca más que superficial y sesgadamente su contenido– y en el exotismo novedoso de estas religiones/filosofías[1]. Soy consciente que he metido en el mismo saco de religiones/filosofías orientales, cosas muy diversas. Pero, aunque no sepa diferenciar claramente las fronteras de esas religiones/filosofías –como un budista no sabría hacerlo entre el catolicismo y el anabaptismo o, incluso entre cristianismo y judaísmo– creo, sin demasiado miedo a equivocarme, que todas tienen una cosmovisión similar.

En las siguientes líneas voy a intentar formular, de acuerdo con la definición de Tocqueville, cuáles pueden ser las cosmovisiones judeocristiana por un lado y oriental por otro, y, sobre todo, su impacto en el obrar humano a los largo de la historia de ambas civilizaciones.

Me atrevería a decir que la cosmovisión judeocristiana se basa en la existencia de un Dios personal bondadoso, todopoderoso, inteligencia creadora por amor de mundos visibles e invisibles. Para todas las cosmogonías anteriores al Génesis el mundo era poco más que material de desecho, cuando no una prisión en el que el ser humano estaba atrapado o una niebla ilusoria que nos impedía la visión. La revolución se produce con una sola frase, repetida tras cada acto creador. “Y vio Dios que era bueno”. Estos mundos, visible e invisibles, han sido construidos con un propósito, de acuerdo con esa inteligencia. Y, en esos mundos ha auspiciado la aparición de seres libres, personales e individuales y racionales que, con su inteligencia pueden, y tienen el deber y la compulsión, de acercarse al propósito de esa creación, entenderla y configurar su acción a ese propósito. Cuando esos seres fueron (fuimos) creados, el Génesis dice: “Y vio Dios que era muy bueno”. Y si ese Dios ha creado todo por amor, entonces nosotros tenemos hacia nuestros semejantes el deber de transmitirles ese amor. Ese Dios-Inteligencia es todopoderoso en todo menos en una cosa: No puede ni engañarse ni engañarnos. Por tanto, no puede escamotearnos la búsqueda de su propósito cambiando las reglas del juego. Esos mundos y el ser humano son buenos en su esencia, pero por un “accidente” del mal uso de la libertad, han hecho que apareciese el mal. Sin embargo, este mal no es consustancial ni al mundo ni a los seres inteligentes que pueda haber en él. Este mal no tiene existencia ontológica sino que es, únicamente, la ausencia de un bien, como el frío no es sino la ausencia del calor. Por tanto, este mal puede y será corregido por esos seres libres e inteligentes con la ayuda de su Creador. Esta ayuda se traduce en una revelación de su propósito, a través de unos textos que pueden y deben ser interpretados por la inteligencia de esos seres. Por último, esa ayuda se ha materializado –esto ya únicamente dentro de la cosmovisión cristiana– en la irrupción del mismo Dios, hecho hombre, en la historia. Los hombres pueden, con la oración, entrar en contacto con ese Dios personal. En la religión católica, ese contacto se logra sobre todo a través de la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de ese Dios encarnado, que nos asimila a Él. Esta historia tiene un fin que será la redención final del hombre y de la creación entera, y su unión beatífica con su Dios.

Comprendo que este párrafo me ha salido largo y retorcido, pero no es fácil describir en unas líneas la cosmovisión judeocristiana y, seguramente, a pesar de su longitud y retorcimiento, sea incompleta. Por supuesto, no es el objetivo de la descripción de esta cosmovisión inducir a nadie a creer en ella. Su objetivo es meramente descriptivo.

Ahora, con mucho más miedo del que he tenido para describir la cosmovisión judeocristiana, me voy a atrever a hacer lo mismo con la de las religiones/filosofías orientales, teniendo por seguro que no voy a hacer justicia a los sutiles matices que diferencian a unas y otras. Pero quiero dejar constancia que lo que voy a describir no es esas religiones/filosofías, sino la cosmovisión que subyace a ellas.

Esta cosmovisión postula la existencia eterna de una fuerza impersonal, a veces desplegada en distintas deidades “personales” menores (Hinduismo). Los seres humanos (y esas deidades “personales” menores en el caso del hinduismo) no son criaturas distintas ni creadas por esa fuerza impersonal. Son uno con ella que es la Unidad. No existe, por tanto, el dualismo creador-creación. Por supuesto, la experiencia sensible cotidiana dice que cada una de las personas que vivimos en el mundo no somos esa fuerza impersonal y experimentamos nuestra individualidad y nuestras inmensas limitaciones. Pero, según esta cosmovisión, eso es debido a que entre nosotros y esa fuerza impersonal, hay un velo de ficción, llamado maya, que es el mundo (¿cómo, si somos Uno con ella puede haber algo entre nosotros y ella?). Precisamente lo que los seres humanos deben lograr es hacer desaparecer la ficción de ese velo del maya-mundo para acceder a la experiencia directa de esa Unidad, previamente existente, con la fuerza impersonal y a su poder. Esto es el nirvana. No hay acuerdo en distintas versiones de esta cosmovisión si ese nirvana es la unión con esa fuerza impersonal o la simple y llana extinción en el no-ser. Porque, en definitiva, la cosmovisión monística, no distingue la dualidad del ser y el no-ser, como no distingue la dualidad entre el bien y el mal. Todo se subsume en un monismo de contrarios que es el yin y el yang. Así que el mal es consustancial con el bien y jamás desaparecerá. Sea como fuere, la forma de eliminar ese velo maya es lograr el desapego total de todo lo que forma ese maya, incluidos afectos personales. Pero, una vida no es suficiente para lograr ese desapego que lleve a los seres humanos al nirvana. Por eso, hay que pasar por el calvario de sucesivas reencarnaciones que, lejos de ser una magnífica oportunidad de vivir otra vida son, para esta cosmovisión, una terrible rueda, una espantosa pesadilla: el samsara, que nos esclaviza. Hay distintas versiones del samsara en las diferentes religiones/filosofías orientales. El conjunto de las acciones que nos llevan a ese desapego es el karma. Lo terrible es que al pasar de una reencarnación a otra, olvidamos el karma que pudiéramos llevar acumulado, con lo que no hay aprendizaje, al menos consciente, de una vida a la otra[2]. La meditación es la única vía para salir de la rueda del samsara.

Me temo que este párrafo descriptivo de la cosmovisión oriental me ha salido aún más largo y retorcido que el de la cosmovisión judeocristiana. El lógico, puesto que sé menos de esta segunda que de la primera. Pero aún así, me atrevo a seguir adelante. Veré cómo esas cosmovisiones condicionan la relación del ser humano con el mundo, con sus semejantes y con Dios.

La cosmovisión judeocristiana ve en el mundo un libro que refleja la inteligencia de ese Dios. Es un mundo con unas leyes coherentes, fruto de un propósito misterioso, sí, pero en el que se puede uno adentrar usando la razón de la que Dios ha dotado al ser humano. Por tanto, el hombre debe dejarse llevar por ese afán, innato en él, de investigar ese mundo con los pobres medios que tenga para arrancarle su secreto. Y esa búsqueda es la misma que la búsqueda de la intención de su creador, siempre sabiendo que el amor es lo que subyace en la creación. Desde los primeros padres de la Iglesia se percibe ese rastro. En el siglo II, decía Tertuliano: La razón es cosa de Dios, en la medida en que no hay nada que Dios, el Hacedor de todo, no haya proveído, dispuesto u ordenado por la razón –nada que no haya querido que que sea manejado y entendido por la razón”. En el siglo III Clemente de Alejandría: “No creáis que decimos que estas cosas son para ser recibidas sólo por la fe, sino que también son para ser asentidas por la razón. Porque está claro que no es seguro comprometerse con estas cosas con la fe desnuda de la razón, porque es seguro que la verdad no puede ser irrazonable”.  En el siglo V, san Agustín: “Los cielos no quieren que Dios odie en nosotros aquello por lo que nos ha hecho superiores a los animales. Los cielos no quieren que debamos creer de tal forma que no tengamos que aceptar o buscar razones, ya que no podríamos siquiera creer si no poseyéramos almas racionales”. O: “hay ciertos asuntos pertenecientes a la doctrina de la salvación que no podemos aprehender todavía… un día seremos capaces de hacerlo”. Pero no sólo celebraba el progreso teológico, sino que, con los pies en la tierra, también aplaudía y admiraba el progreso material: “¿Acaso el genio del hombre no ha inventado y aplicado incontables y asombrosas artes[3], en parte por necesidad y en parte como resultado de su exuberante inventiva, de forma que el vigor de su mente es signo de una inagotable riqueza de su naturaleza que le permite inventar, aprender o emplear tales artes? ¡Qué maravillosos –puede uno decir asombrado– avances ha hecho la laboriosidad humana en las artes del tejido, y la construcción, de la agricultura y la navegación!”. O Gilbert de Tournay en el siglo XIII: “Nunca encontraremos la verdad si nos contentamos con lo que ya conocemos. Todo lo que se ha escrito antes de nosotros no son leyes, sino guías. La verdad está abierta a todos, ya que nunca es totalmente poseída”. O Fray Giordano de Florencia en el siglo XIV: “No hemos encontrado todas las artes; nunca encontraremos el fin en esa búsqueda. ¡Cada día se descubre un nuevo arte! ¡Cada día uno descubre y admira la habilidad que se ha alcanzado en medidas y números! ¡Con qué sagacidad se han descubierto los movimientos y conexiones de las estrellas! Y todo esto se debe al inefable don de que Dios confiriese a su creación una naturaleza racional[4]. ¿Y qué decir de Tomás de Aquino? ¿Y de toda la escolástica tardía de la Escuela de Salamanca, que aplicando la razón a la política y la economía fueron pioneros innovadores en esas dos ramas del saber? Francisco de Vitoria es considerado como el padre del Derecho internacional y una pléyade de clérigos de diferentes órdenes, son los padres de la actual liberal escuela austríaca de economía. De Cusa, Copérnico, Brahe, Kepler y Galileo, entre otros, veían la creación como un libro en el que Dios se había revelado por un camino complementario a las Escrituras. Libro que debía ser comprendido como debían serlo las mismísimas Escrituras. Mediante la aplicación de la razón a ambos libros. Creyesen o no en Dios, era el mismo espíritu el que impulsaba e impulsa en distintas épocas a Darwin y Wallace o a Mendel, a Watson y Crick o a Collins, a Hubble y Lemâitre o a Einstein, a Maxwell y Faraday o a Bohr, a Cajal y Ochoa o Marañón y a un inacabable etcétera de científicos de todos los campos. Incluso a ateos militantes como Hawking y Dawkins. Para cerrar este punto, me quedo dos frases: la primera es la final del libro “El retorno de los brujos[5]” de Pawels y Bergier:  “La vida del hombre sólo se justifica por el esfuerzo, aún desdichado, para comprender mejor. Y la mejor comprensión es la mejor adhesión. Cuanto más comprendo, más amo; porque todo lo comprendido es bueno”. ¿Y si ni siquiera tiene por qué ser desdichado? La segunda es de la carta de san Pablo a los Romanos (Rom 8, 19-20): “La creación entera está en anhelante espera de la manifestación de los hijos de Dios. Ya que fue sometida al fracaso, no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Punto.

Toca ahora que analicemos la relación del ser humano con el mundo a la luz de una cosmovisión como la de las religiones/filosofías orientales. Tengo miedo de pecar de occidentalcentrismo, ya que mi conocimiento de la cosmovisión que subyace en las religiones/filosofías orentales es mucho más limitado que el de la judeocristiana. Pero la lógica y la observación me tranquilizan.

Empecemos por la lógica. Si una cosmovisión concibe el mundo material como un engaño de nuestros deseos que es el obstáculo –maya– que nos impide llegar a descubrir nuestra unidad intrínseca con ese ser impersonal que es el Uno y nos condena a la rueda del samsara, ¿cómo esa cosmovisión podría despertar en el ser humano el ansia de conocer a fondo ese mundo de cuyo engaño hay que liberarse? Realmente, no existe esa razón o, al menos, a mí no se me alcanza. Ahora la observación. Si comparamos los logros de las civilizaciones basadas en ambas cosmovisiones, la diferencia es evidente. No niego que en las civilizaciones orientales ha habido también descubrimientos importantes. Siempre se dice que en China se inventó la pólvora, la brújula y la seda, por poner algunos ejemplos. Seguro que se inventaron otras muchas cosas más. Pero cualquier lista que se haga de la inventiva china no resiste, ni remotamente, la comparación con la occidental. Además, los inventos occidentales nacen, en su mayoría, de una profunda búsqueda de los principios profundos de funcionamiento de la naturaleza y la materia. Es decir de la ciencia[6]. La palabra ciencia requiere una mínima aclaración. Para que algo sea ciencia, tiene que caminar sobre dos patas: La primera, una teoría coherente que pretenda explicar un determinado fenómeno y que permita hacer predicciones. La segunda, el diseño de agudos y a menudo exquisitos experimentos objetivos y repetibles que permitan que todo el mundo pueda comprobar la veracidad o falsedad de las predicciones de la teoría. Y eso sólo se ha dado en la cultura occidental, en ninguna otra. Ni siquiera en la griega. Un avance tecnológico, como la pólvora o la brújula, puede ser un fenómeno aislado. Pero cuando está basado en la ciencia, no es tal, es una poderosa irradiación que crea un potente tejido tecnológico. Y no es una casualidad que esto haya ocurrido sólo en occidente. Es una consecuencia inmediata de su cosmovisión. (A quien esté interesado en profundizar en esto, le sugiero que visite tres entradas con el título de "Primera no casualidad", "Segunda no casualidad" y "Tercera no casualidad, colgadas, respectivamente el 23 y 30 de Enero de 2011 y el 6 de Febrero de ese mismo año)

Analicemos ahora la relación del ser humano con sus semjantes a la luz de ambas cosmovisiones. En la cosmovisión judeocristiana nuestro semejante es nuestro prójimo. Igual a nosotros en dignidad, con independencia de las circusntancias, porque participa de la filiación divina. Todos somos iguales ante Dios. Debemos por tanto amar a nuestro prójimo. Es en el Levítico, escrito mucho antes de Cristo, en el que se nos dice “ama a tu prójimo como a ti mismo”, o donde se dicen frases tan luminosas como, entre otras muchas: Cuando coseches la mies de tu tierra, no siegues hasta el mismo borde de tu campo, ni espigues los restos de tu mies. No harás rebusco de tu viña, ni recogerás de tu huerto los frutos caídos; los dejarás para el pobre y el forastero. Yo, Yahvé, vuestro Dios”. La obligación de respetar el derecho de los débiles también aparece desde el principio: “No torcerás el derecho del forastero ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viudaTe acordarás de que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahvé tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto”. Más adelante Jesucristo nos dice que debemos amar a nuestro prójomo, incluso si es nuestro enemigo y nos hace mal y debemos amarle cómo Dios nos ama a nosotros. Esto es algo absolutamente único en ninguna otra cosmovisión. De esta cosmovisión nace la igualdad de todos ante la ley. Gracias a esta cosmovisión se abolió la esclavitud en occidente. Aunque tardó mucho en imponerse, hay otras muchas culturas, basadas en otras cosmovisiones, donde todavía existe en la práctica y donde existe un sistema de castas. De esta cosmovisión arranca la Declaración de Derechos Humanos y sólo esta cosmovisión hace posible que nazca el estado de Derecho. El derecho pasa por ser una creación de Roma. Pero todavía estaba Tarquino el Soberbio, un terrible tirano, reinando en Roma cuando se habían puesto por escrito las ideas anteriores en el Pentateuco.

Y, ¿qué pasa con las cosmovisiones orientalistas? Cada hombre tiene que desarrollar su propia lucha contra maya. Tiene que conseguir desapegarse de los deseos que lo encadenan a la rueda del samsara para poder darse cuenta de que es dios, ya que es uno con el Uno. El libro del Samyutta Nikaya, Buda[7] dice: “Monjes, el deseo cesa en aquél que permanece reflexionando sobre la miseria de las cosas que encadenan. Al cesar el deseo, cesa también el apego. Al cesar el apego, cesa también el deseo de ser. Al cesar el deseo de ser, cesa también el deseo de renacer. Al cesar el renacer cesan también la ancianidad y la muerte, el dolor, el lamento, el sufrimiento, el desconsuelo y la desesperación. De este modo se produce la cesación de toda esta masa de dolor”[8]. Siglos más tarde, casi coincidiendo con la era cristiana, se produjo una innovación en la doctrina de la liberación del samsara. El iluminado que alcanzaba la victoria contra el samsara en vez de irse al nirvana, se quedaba en el mundo para ayudar a otros a encontrar el camino. Estos Budas que se quedan se llaman los Boddhisattvas. Esta corriente se llama el Gran Vehículo o Mahayana, que contrasta con el Pequeño Vehiculo o Hinayana del primer budismo. Esta doctrina incipiente,  evolucionando y en el sigo VII de nuestra era aparece un Boddhisattva llamado Shantideva que escribe: “Por el ánimo que emana de todos mis actos buenos quiero aplacar el dolor de todas las criaturas, ser el médico, el sanador, la nodriza del enfermo mientras tanto exista la enfermedad. [...] Mi vida, con todos mis renacimientos, todas mis posesiones, todo el mérito que he adquirido o voy a adquirir, todo esto lo abandono sin esperanza de ganar nada para mí mismo, a fin de ayudar a la salvación de todos los fieles”[9]. Es dificil, aunque no está documentado, no ver aquí una influencia del cristianismo, cuyo influjo, naturalmente, ya había llegado a la India en el siglo VII. No obstante, este texto todavía coexiste con otro, del mismo Shantideva en el que sigue latente la necesidad del desapego de todo afecto: ¿Cómo puede un ser fugaz apegarse a otro ser fugaz?, pues no volverá a ver a su ser amado en miles de nacimientos. Mientras no lo vea, sentirá despecho y no podrá mantener el pensamiento reconcentrado. Más, aunque lo viera no lograría saciarse; le oprimiría la sed como antes. Por este apego no percibe las cosas como son, pierde el sentido de urgencia por el desasosiego, y lo consume esta aflicción que le causa el ansia de querer unirse con lo amado. Preocupándose con esto, segundo a segundo pasa su corta vida en vano. Pierde el Dharma perenne por querer algo perecedero”. Es difícil que en una filosofía vital así nazca una cultura en la que florezcan el derecho, las libertades personales y la igualdad ante la ley. Si en cualquier momento, entre el siglo VII y la actualidad uno va a donde están los  que intentan aplacar el dolor de todas las criaturas, ser el médico, el sanador, la nodriza del enfermo mientras tanto exista la enfermedad y que entregan su vida,[...], todas sus posesiones, todo el mérito que han adquirido o van a adquirir, todo esto lo abandonan sin esperanza de ganar nada para sí mismos, a fin de ayudar a la salvación de todos los hombres, seguramente se encuentre con misioneros cristianos y muy pocos budistas.

Y ¡qué decir de la tercera relación de cada cosmovisión, la relación con Dios! San Pablo nos dice: “En Él vivimos, nos movemos y existimos, y todavía peregrinos en este mundo –un mundo a menudo excesivamente duro por el mal uso de nuestra libertad en el que, a pesar de todo– experimentamos continuamente las prubas de su amor”. Un Dios del que el salmista nos dice ser “como un niño en brazos de su madre”, un Dios que nos ha dicho hace muchos siglos: “¿Puede una madre olvidarse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”. O qué Él mismo, hecho hombre para acompañarnos en esas dificultades de la vida y nos ha preguntado: “Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra, o si le pide un pez, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre (Abba, papá) que está en los cielos, dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”. El Espíritu Santo, la sabiduría, el amor. Un Dios bajo cuyo cuidado podemos caminar todos los instantes de nuestra vida. Un Dios al que podemos entrar a saludar cada día o al que podemos asimilar físicamente y dejarnos asimilar por Él en la Eucaristía, donde se ha quedado con nosotros “hasta el fin de los tiempos”. Pero un Dios que es, además, o sobre todo, esa infinitamente poderosa en indomable fuerza creador que se deja domar por nosotros si nos ponemos, un rato, cada día conscientemente en su presencia. Qué baja hasta nosotros, y nos empapa como la lluvia empapa la tierra reseca o nos da su luz, como un sol, para que hagamos nuestra función clorofílica, o sopla sobre nosotros como una suave brisa en un día de calima. Que nos da la fuerza para caminar cada día, no como quien arrastra una pesada piedra, sino para traer su Reino a este mundo bueno que ha creado para nosotros y que nuestra libertad mal usada ha trastocado. Un Dios que nos acogerá con nuestro cuerpo material y nuestra alma, ambos purificados y glorificados, y nos hará encontrarnos con todos los seres a los que hemos amado en este mundo y de los que no tenemos que desapegarnos, y que nos fundirá con Él en su Unidad de Tres. Es Él el que baja a nosotros, sólo conque le abramos los brazos. Sin esfuerzos de concentración, sin crear ningún vacío, sólo conque le llamemos en el silencio de un pequeño aparte de nuestra vida cotidiana. Esa es la relación con el Dios de la cosmovisión judeocristiana.

La meditación trascendental o su versión moderna, el mindfulness, me parecen una versión empobrecida de lo anterior. No niego que pueda ser buena esta meditación o este mindfulness. Seguro que es algo bueno. Pero ponerse ante un algo impersonal que no se sabe si es el ser o el no ser, o una mezcla de los dos, para, con gran esfuerzo, trepar hacia su cima para lograr vaciarnos de ese maya engañoso que nos impide ver que, en realidad ya somos uno con ello, me parece muy pobre, comparado con lo anterior.

Acabo con una aclaración pertinente y un epílogo.

Aclarción: No hay en esta comparación de cosmovisiones ni el más mínimo atisbo de nada que pueda considerarse superioridad racial. No hay ninguna raza superior a otra. El Homo Sapiens, con sus grandezas y mezquindades, es el mismo en África, Asia, América, Oceanía o Europa. Pero la cosmovisión judeocristiana ha producido en la historia avances que sólo podían brotar de ella. No es casualidad que la ciencia, la tecnología, la riqueza, los derechos humanos, el Estado de Derecho, la igualdad ante la ley, etc., etc., etc., hayan nacido de ella. Si esa cosmovisión hubiese cuajado en Asia, América, África u Oceanía, sería en esos continentes en los que se hubiesen producido esos avances.

Epílogo: Pero la casualidad –o, mejor dicho, la Providencia– ha querido misteriosamente que esta cosmovisión arraigase y floreciese en Europa. Una Europa que fue capaz de irradiar esa cosmovisión –junto con otras cosas malas, es verdad– a los otros cuatro continentes. Una Europa que hace siglos decidió empezar a darse tiros en el pie, un pie que se le va gangrenando poco a poco. Una Europa que se está haciendo vieja y escéptica de su fuerza y su misión, a las que desprecia. ¿Qué pueblo o continente tomará el relevo y llevará la antorcha de la cosmovisión judeocristiana? No lo sé. Pero sí sé que no será ninguna otra cosmovisión la que haga que se mantengan estos logros. Y si ningún pueblo toma el relevo, todos estos logros acabarán por desaparecer. Pero la cosmovisión seguirá viva porque es eterna y, como ave Fénix, será cuestión de siglos que aparezca otra vez bajo una forma más purificada que le dé otra oportunidad. El profeta Habacuc, desde el siglo VII a. de C. nos dice: “Escribe esta visión, ponla en tablillas con caracteres bien legibles, porque la visión tardará en cumplirse: tiende a su fin y no fallará; aunque parezca tardar, esperalá, pues se cumplirá en su momento”. Y san Pedro: “Una cosa, queridos, que no se os ha de ocultar: que in día es para el Señor como mil años y mil años como un día. Y no es que el Señor se retrase en cumplir su promesa como algunos creen; simplemente tiene paciencia con vosotros porque no queire que alguno se pierda, sino que todos se conviertan”. Pero esperemos que esta nueva oportunidad no sea necesaria. Todavía podemos reanimar y expandir a todo el mundo esa cosmovisión inmortal, bajo nuestra civilización. Con la ayuda de Dios, nada está perdido.



[1] Hablo de las últimas décadas, pero esa influencia se encuentra en la filosofía occidental, por lo menos, desde Arthur Schopenhauer en obras suyas como “El mundo como voluntad y representación”. Aunque tal vez debamos remontarnos más atrás hasta Kant, con su negación de la existencia real del espacio y el tiempo, prólogo del idealismo extremo que llega a negar la realidad lisa y llanamente. O, incluso a Descartes que llevado de su desconfianza hacia lo que el decían los sentidos, llegó a su tan famoso como erróneo “pienso luego existo”. Y, todavía más atrás, a Guillermo de Occam o en los griegos, a Parménides y Zenón de Elea que afirmaban que el movimiento no existía y que si lo percibíamos era porque nuestros sentidos nos engañaban. ¡Nada hay nuevo bajo el sol! Pero creo que muy pocos de los adeptos occidentales de estas corrientes hayan leído a estos pensadores.
[2] Esto recuerda, negativamente, a la historia narrada en dos películas “Atrapado en el tiempo” y “Al filo del tiempo”. Bajo diferentes circunstancias ambas películas nos presentan a una persona que tiene que volver a vivir una y otra vez una determinada parte de su vida. Pero en estas películas, los protagonistas sí que recuerdan lo que les pasó en las veces anteriores, lo que da lugar a un aprendizaje que les permite salir del bucle. Esto no se da, al menos conscientemente, en esta cosmovisión.
[3] Artes, en este contexto no significa el “arte” propiamente dicho. Significa, artilugios, ingenios.
[4] Muchas de estas citas están sacadas del libro “El triunfo de la razón” de Rodney Stark. La negrita es mía
[5] Recomiendo fervientemente la lectura de este libro, un gran éxito editorial en los años 70’s del siglo pasado. La traducción del título es lamentable. El original francés es: “Le matin des magiciens”. Tras leerlo, y con un poco de libertad poética yo lo hubiera traducido por “El amanecer de lo misterioso”. Pero…
[6] Uso la palabra ciencia en un sentido restrictivo, refiriéndome sólo a las ciencias duras, empíricas.
[7] Siddharta Gautama, en el siglo V A. de C. Fue el fundador del budismo y el primer Buda.
[8] Mircea Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Tomo IV, Las religiones en sus textos. Pag. 595.
[9] Bodhicharyavatara. Mircea Eliade. Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Tomo II, Pag 222.