31 de mayo de 2020

Empiezan las cortinas de humo sobre el homicidio imprudente


Empiezan las cortinas de humo para diluir la responsabilidad del gobierno por homicidio imprudente. No nos dejemos engañar.


No digo que John Carlin, del que no sé nada lo haya hecho por eso, pero ojo, que por aquí vendrán los tiros. No nos dejemos confundir. Esto de comparar un país con otro sirve de muy poco porque los factores que influyen son muchísimos. Lo que vale es comparar un país consigo mismo. Y aquí la lógica matemática de la función exponencial se impone. En una exponencial si al principio hay 10 casos, al cabo de 5 ciclos de contagios habrá 100.000 contagiados. Si en vez de 10 hay 12, al final de esos ciclos habrá 12 elevado a 5, es decir 248832. Esos 2 iniciales se han convertido en 148832 de diferencia. Eso es lo que ha pasado en España con el 8-M y el congreso de VOX. Lo que haya  pasado en Alemania, Suecia o Gracia, que lo juzguen ellos. En España hubo un comportamiento lamentable que, sin duda, ha llevado a muchas muertes y debe ser juzgado como homicidio imprudente

¡Un hito histórico! La NASA lanza en órbita una cápsula tripulada fabricados por una empresa privada.


La NASA lanza al espacio una cápsula tripulada con un cohete y cápsula construidos por la empresa SpaceX fundada por Elon Musk. Primera vez en la historia.


Mucha gente piensa que esto es un despilfarro inútil, teniendo en cuenta los problemas económicos del mundo y la pobreza.

Pero estas cosas  son cualquier cosa menos un despilfarro inútil. El impresionante avance tecnológico que producen vale su peso en oro. Porque sólo la tecnología podrá responder a los inmensos retos materiales -y digo materiales- de la humanidad: ecología, pobreza, salud, alimentación, agua, etc., etc., etc.

La tecnología, que no es solo algo del siglo XXI es lo que ha hecho que en los últimos 250 años la igualdad de lla inmensa mayoría en la miseria haya dado el mundo en el que hoy vivimos en el que la pobreza retrocede día a día, a pesar de los tiranos de los pueblos que no les dejan desarrollarse. Por primera vez en el mundo la pobreza extrema ha bajado del 10% y seguirá bajando
Además, el hecho de que sea a SpaceX, una empresa privada, a la que la NASA ha comprado los cohetes y satélites, demuestra, una vez más y por si hiciera falta, que la iniciativa privada hace las cosas mejor y más eficientemente que lo publico.

29 de mayo de 2020

Salida de la crisis en V de Nike


Me da miedo ser optimista. Y no es por el desencanto que el optimismo infundado pueda causar si la cruda realidad lo desmiente. No, no es por eso. Ciertamente, mi optimismo sobre la recuperación económica, si bien no está fundado en un sesudo análisis de datos econométricos, no es, tampoco, infundado. Está fundado en el sentido común y en los antecedentes históricos. Mi miedo al optimismo viene más bien de mi miedo, un poco vanidoso, lo reconozco, a no estar a la altura intelectual del pesimismo. Porque el pesimismo parece rodeado, sin ningún motivo racional, de una aureola de perspicacia intelectual, mientras que el optimismo suele ser tildado de ingenuidad y simpleza. Sin embargo, venciendo este miedo, me voy a permitir ser optimista sobre la recuperación económica. En lo que escribirá a continuación, me voy a ratificar en lo que escribí el 27 de Marzo de este año, es decir, hace casi exactamente dos meses, aunque parezca que hace una eternidad de esa fecha. En esa fecha publiqué en mi blog (y envié en un envío de los viernes) un artículo con el título: “Y, con el coronavirus, con la economía, ¿qué?”, del que pongo el link a continuación:


No sólo me voy a ratificar en lo que entonces escribí, sino que me temo que voy a ser repetitivo, empezando por citarme. Decía:

“La primera guerra mundial duró 4 años y causó cerca de 30 millones de muertos entre soldados y civiles y fue seguida por la mal llamada gripe española[1] que causó otros 30 millones de muertos. Pues bien, poco después de acabar la guerra empezó una rápida recuperación económica que dio lugar a los llamados “locos años 20”. En esos años lo que se gestó fue una inmensa burbuja que acabó en la terrible crisis del 29. Ciertamente, la curva de la economía en esos años se pareció a una U, con una base muy ancha, es decir, a una bañera. Pero esa bañera tuvo esa forma por la larga duración de las catástrofes encadenadas: cuatro años de guerra y dos de pandemia[2]. Sin embargo, la subida fue rápida y superó pronto en altura al punto anterior a la guerra”.

[…]

“Todo esto se puede ver de una manera extraordinariamente clara en el siguiente vídeo. Cuatro minutos sin desperdicio”.


Ahora quiero que miréis en especial este vídeo en el minuto 1 y 20 segundos. Ahí se ve, con perspectiva histórica, el impacto económico de la inmensa tragedia humana de la Primera Guerra Mundial y de la pandemia de la mal llamada gripe española. La sorpresa es mayúscula al comprobar el minúsculo efecto temporal de esta catástrofe en la economía. La caída fue enorme, pero la recuperación se produjo en un tiempo imperceptible. Eso dije hace un par de meses. Pero debo reconocer que a lo largo de estos dos meses me ha dejado ganar, en algunos momentos por el pesimismo, por los cantos de sirena de los perspicaces e inteligentes pesimistas. Bien es verdad que la situación política por la que pasamos incita al pesimismo. Pero luego hablaré de eso un poco. No de la situación política sino del pesimismo que induce sobre la realidad más profunda.

A veces un pequeño detalle o una pequeña experiencia, aparentemente insignificante, te hacen abrir los ojos. Yo tuve esta experiencia este martes pasado, día 26 de Mayo. Para celebrar que Madrid entraba en la fase 1, fuimos a cenar, mi mujer y yo, con unos buenos amigos nuestros, a la terraza de un restaurante de Pozuelo: 80º. Sucede que esa cadena de magníficos restaurantes es del hijo de estos amigos con los que cenamos. Y este joven emprendedor vino a charlar un momento con nosotros a nuestra mesa. Nos explicó, con un entusiasmo contagioso, cómo en estos meses, con los restaurantes cerrados a cal y canto, había orientado su negocio hacia la comida a domicilio –además de hacer una magnífica labor humanitaria dando miles de comidas gratuitas para la gente más desfavorecida, a través de la Fundación Madrina–. La terraza estaba llena. Pero no solo esa terraza, la Avenida de Europa hervía. Todas las terrazas estaban llenas y se respiraba un ambiente de alegría, de recuperación, impresionante. A través de las cristaleras veía el restaurante vacío y en penumbra. Pero el hijo de mi amigo me lo hizo ver lleno. Vibraba de ilusión. Esperaba sacar pronto del ERTE a todos los empleados a los que tuvo que hacérselo. Ya pensaba en abrir nuevos restaurantes y en ampliar la cocina central de la cadena para atender a un distribuidor que envía comida de restauración de calidad a medio mundo. Me dijo: “Tomás, para volver a arrancar esto, sólo tengo que encender las luces. Todo está igual que el día que cerré”. Y me di cuenta de la inmensa razón que tenía. A diferencia de la Primera Guerra Mundial, tras la que las fábricas, los edificios y las ciudades quedaron destruidas, en la que lo más granado de la juventud había muerto, a diferencia de la gripe “española” que se había cebado en todo el mundo con 30 millones de muertes en todo el mundo, sobre todo en los niños, ahora, todo está intacto. No había más que encender la luz. Y llamar a los mismos empleados a los que hace unos meses había hecho un ERTE. Y eso le pasa a todos los sectores. Las fábricas de coches sólo tienen que encender la luz. Los aviones están en los hangares, esperando a que la gente reaccione para arrancar los motores. Los hoteles no han sido destruidos, están ahí, sólo tienen que encender las luces. Oigo decir que están lloviendo las reservas para el mes de Julio. Las casas que estaban construidas hace unos meses siguen ahí. Y así con tantas y tantas cosas. Cierto que hay empresas que han quebrado. Otras nuevas abrirán, tal vez con los mismos emprendedores, o tal vez con otros, y llenarán su hueco de las anteriores. No quiero, ¡por Dios!, minimizar las tragedias que han ocurrido en estos meses. 30.000 muertos en España y varios cientos de miles en todo el mundo. No es cuestión de co¡ifras. Cada vida vale por todas las vidas del mundo, pero entre la Primera Guerra Mundial y la gripe “española” sumaron 60 millones de muertos ¡¡¡¡Sesenta millones!!!! Y la guerra dejó de tras sí montañas de ruinas que había que reconstruir con sudor y lágrimas. No había luces que encender. Todo estaba apagado y oscuro.

Sí, lo sé, el ejemplo es un poco irreal. Pozuelo es un sitio de privilegiados. Puede. Sí, lo sé. Hay mucha gente que ha perdido sus ingresos y, sobre la inmensa tragedia que eso supone, es además gente que no podrá, en un primer momento, participar en la recuperación de la economía utilizando para ello unos ingresos de los que carece. Pero a medida que se vayan encendiendo las luces, esas personas irán encontrando trabajo y aportando su consumo al relanzamiento y a que se enciendan más luces, que acogerán a más personas que tendrán ingresos para gastar y que harán que se enciendan más luces, que… ¿El cuento de la lechera? No lo creo. Por favor, mirad ora vez el minuto 1, segundo 22 del vídeo. No es una crisis estructural como la del 29 a la de 2008. El día antes de la pandemia todo funcionaba con la relativa normalidad y los problemas normales con la que las cosa funcionan cuando funcionan. No había burbujas que reventasen, ni nada parecido. Simplemente, llegó la catástrofe.

Cuando uno mira a un mar tempestuoso, ve inmensas y amenazadoras olas y puede llegar a pensar que el océano está agitado en toda su extensión. Pero no. En lo profundo está tranquilo y fuerte. En España tenemos en la superficie, siendo suave, un pésimo y lamentable gobierno. Pero la fuerza está debajo. Una inmensa parte de los españoles están ahí. Este gobierno nos dará miedo con las olas de superficie. Pero España es mucho más que sus gobernantes. España es un país de gente recia, trabajadora, fuerte, productiva. Cierto que se quiere crear, con cierto éxito, una subespecie de ninis y perroflautas. Pero hay mucha resiliencia en la España de verdad. En el fondo, todo español sabe que los perroflautas y ninis son despreciables. Y creo que, por mucho esfuerzo que hagan los podemitas y los mentirosos, no van a conseguir acabar con la España de verdad.

Se van a encender las luces y vamos a salir de esta mucho antes de lo que pensamos. ¿V? ¿U? ¿L? Dentro de poco saldrán los datos del 2º trimestre. Y serán terribles, no lo dudo. Pero son olas. Será el pico profundo de la V. Vendrán el tercero y el cuarto. Y luego, 2021. El mar está debajo y empuja hacia arriba. Hace poco está empezando a gestarse la imagen, que me parece magnífica –que pena no haberla inventado yo–, de que saldremos en una V de Nike. Y, la verdad es que la imagen me gusta, aunque no sea mía. Me gusta gráficamente y me gusta en su sentido clásico. Cuando hoy se piensa en Nike, se pronuncia en ingles: Naikí. Pero está mal pronunciado. Los emprendedores que lanzaron Nike eligieron la marca por el nombre de la diosa griega de la victoria, Niké. La victoria alada de Samotracia que va en la proa del barco. E idearon el logo pensando en eso, en la victoria. La victoria del esfuerzo y de la perseverancia. La única victoria que merece la pena. Por eso creo que saldremos con V de Nike. O mejor, de Niké. Si saltáis de página, veréis a la victoria de samotracia. ¡Con V de Niké!





¡¡¡¡Ánimo!!!!

Por supuesto, también veo los peligros, pero prefiero no hablar de ellos ahora.


[1] La causa por la que se le llamó gripe española parece que fue porque al estar España en paz, por no haber entrado en la Gran Guerra, se hablaba de ella muchísimo más que en los países que acababan de salir de ella. Pero todo parece indicar que se inició en Haskell, Alemania
[2] La letra derecha no está en el artículo original, pero como es mío…

22 de mayo de 2020

Por qué el socialismo tiene necesariamente que fracasar siempre


Un amigo mío, profesor como yo, pero de filosofía, me dice que un buen alumno suyo de bachillerato le ha pedido que le diese a leer algo que le hiciese ver por qué el socialismo tiene que fracasar necesariamente siempre. Y él, me lo ha pedido a mí. Por supuesto, la explicación a esto, en un contexto más amplio, se puede encontrar en obras como “Camino de servidumbre” de Hayek o “La acción humana” de Von Mises. Como yo no tenía nada escrito específicamente sobre eso, busqué algo convincente que lo aclare. Pero no encontré nada que lo explicase suficientemente bien, a mi entender, para un estudiante de bachillerato. Por eso, en estas líneas me planteo el reto de dar la respuesta más clara y breve de que sea capaz. A veces, las cosas más obvias son las más difíciles de explicar. Y éste es uno de esos casos. Pero, ¡ahí voy!

Lo primero, es necesario definir qué se entiende por socialismo. Una cosa es el socialismo real, o comunismo, llevado a la práctica en países como Rusia, Cuba o Camboya y en curso de implantarse –si no lo está ya– en Venezuela, en el que toda la propiedad es del Estado, y otra el socialismo democrático o socialdemocracia que está, en mayor o menor medida, implantado en la mayoría de los países de Europa, aunque estén gobernados por partidos que se autoproclaman liberales. El caso de China es un caso especial que también comentaré.

Empecemos por el llamado socialismo real o comunismo. Debería ser suficiente con mirar para ver que siempre, en todos los casos, el comunismo no ha creado más que miseria, sufrimiento, lágrimas, injusticia y dolor allí donde se ha implantado. Pero todavía queda gente que piensa que esos fracasos se han debido a fallos en su implementación o al acoso de los países no comunistas sobre los comunistas o a otras posibles causas no intrínsecas al propio sistema. Por lo tanto, creo necesario deshacer esta falsedad.

Las razones del fracaso intrínseco del comunismo son de dos tipos. a) Antropológicas, b) De imposibilidad práctica. De estos dos tipos de razones, saldrá un corolario sobre la ética.

a)     Razones antropológicas. El socialismo real va contra lo que constituye la naturaleza del ser humano. El ser humano está dotado, sea por la naturaleza o por Dios, que cada uno elija la razón que quiera, de libertad, ingenio, creatividad y dignidad, y tiene en sí mismo un afán de superación. Para llegar a mostrar por qué el socialismo va en su esencia contra esos dones intrínsecos del ser humano, debo mostrar primero un sistema en el que sí se ponen necesariamente en juego estos dones. El sistema de libre mercado se basa exactamente en esas características del ser humano. Si una sociedad goza de una libertad básica y un marco legal estable, igual para todos y claro, que impide que la libertad de un ser humano vaya en contra de la de otro (Rule of law), el ingenio y la creatividad, unidos al afán de mejora y superación, harán que aparezcan personas emprendedoras que encontrarán siempre productos o servicios que la gente que le rodea necesita y buscarán la forma de satisfacer esas necesidades existentes.

Por supuesto, ninguna sociedad es perfecta en todas estas cosas. Pero, a pesar de que existan imperfecciones, una enorme cantidad de personas emprendedoras encontrarán diferentes necesidades e intentarán solucionarlas de la mejor manera posible. Naturalmente, lo harán para superar sus limitaciones y vivir mejor. Para ello tendrán que cooperar con muchísimas otras personas y emprendedores que les faciliten los medios –trabajo, materias primas, instalaciones, equipos, etc.– para poder hacer esto. La primera premisa es, entonces, la capacidad de cooperación libre. Pero, además, aparecerán otros muchos emprendedores que intenten resolver la misma necesidad por los mismos caminos u otros. Aparecerá entonces la competencia. ¿Quién triunfará en ella? Por supuesto el que sea capaz de resolver esa necesidad con un producto o servicio con una mejor relación calidad precio a juicio de quien libremente lo compra. Es importante ver cuatro cosas.

La primera, que la cooperación es anterior y tiene mucho más peso que la competencia. Dado que nadie puede hacer ni siquiera el más sencillo producto solo y de principio a fin, será absolutamente imprescindible la cooperación de muchos para aunar esfuerzos. Y esa cooperación será libre, no forzada, puesto que el marco de juego determina y defiende esa libertad de cada uno (Rule of law). Para ilustrar la ubicuidad y profundidad de esta cooperación, no me resisto a poner aquí un link a un relato que ilustra esto de una forma sencilla y asombrosa.


La segunda, que la palabra competencia no significa, ni mucho menos, algo así como darwinismo social, como algunas veces se dice. Antes bien, lo que se fomenta con la competencia es el afán de superación y el intento de hacer las cosas mejor. Además, le necesidad de cooperación es inmensamente mayor que la competencia.

La tercera, que el emprendedor actuará y tomará decisiones fijándose en la pequeña parte del mundo que está a su alcance y que conoce bien. No tiene por qué estar al corriente de todo lo que pase en el mundo. Ve una necesidad concreta e intenta cubrirla de la mejor manera posible con la gente y emprendedores que necesita para el día a día de su trabajo.

Por último, la cuarta es que el que paga sus errores, cuando los comete, es él mismo y no otros.

No se trata de describir aquí ni justificar el sistema de libre mercado, ni mucho menos el capitalismo. Si he dado este rodeo es para hacer ver que nada de esto es posible en un sistema comunista en el que la propiedad es del Estado. Si el estado es el único que tiene algo, el único que vende, el único que produce, el único que compra, el único que contrata, necesariamente lo hará en las condiciones y en la forma en que él decida y al resto de las personas no les quedará más remedio que decir amén. ¿Qué podrían hacer si no? Fin de la libertad. Pero fin también del afán de superación, del ingenio y la creatividad puestas al servicio de hacer las cosas mejor. Éstas se emplearán en conseguir de ese Estado Omnipotente algún trato de favor. Adiós al control de la propia vida y, en definitiva, adiós a la dignidad. Sólo mediante la dictadura más férrea e inhumana se puede conseguir que los seres humanos, con sus sanas y justas aspiraciones se sometan a un régimen así. La dictadura no es un accidente de este sistema, es la condición de necesidad para su existencia. Y no es una dictadura del proletariado. El proletariado está también sometido a las reglas de la apisonadora. Es una dictadura del aparato de un partido al que se trepa por astucia, cuando no violencia, aplicada a ello. Nadie sale beneficiado de esta astucia.

b)     Razones prácticas. Lo anterior, para funcionar, requeriría de un Estado Omnisciente y Omnipotente que sabe todo y todo lo puede hacer y lo hace bien. Éste tendría que ser capaz de ver TODAS las necesidades, asignar prioridades a TODO proveer de TODO lo necesario para satisfacerlas de principio a fin. Pero esto es, evidentemente, imposible. Al final, ese súper Estado estaría dirigido por personas limitadas, que ni siquiera serían las mejores, las designadas libremente como las más capacitadas para esa función, sino que serían las más intrigantes y las menos escrupulosas. Reinarían sobre una masa amorfa de gente sin ningún incentivo para hacer las cosas lo mejor posible. Pero, además, por muy inteligentes que fuesen, carecerían de los más elementales datos para tomar decisiones correctas. No estoy diciendo que tuviesen que manejar una ingente cantidad de datos. Eso, con un poco de tecnología ficción, tal vez lo pudiese hacer un día la inteligencia artificial. No, lo que digo es que no habría ningún dato para tomar decisiones. ¿Cuáles son esos datos necesarios de los que carecería? Los precios. Los mies de millones de precios de miles millones de cosas diferentes en cada momento. Los precios son los que ajustan la cantidad que se debe producir con la que la gente esta dispuesta a comprar. Si mañana se pretendiese fijar el precio de un coche en 100€, nadie en su sano juicio querría fabricar coches y, en cambio, habría tortas para intentar comprar algo que nadie ha producido. Si, al revés, se pretendiese fijar el precio del coche en 100.000€, a ese precio habría muchísima gente deseando fabricarlos, pero nadie para comprarlos. Aparecerían unas existencias impresionantes de coches que nadie querría comprar. El precio justo es aquél que hace que se fabriquen la misma cantidad de coches que la gente quiere comprar. Pero el precio de las cosas no se fija a priori. No es un dato, en el sentido etimológico de la palabra. No. Es algo que se forma en una realimentación continua y de una inmensa complejidad con las decisiones libres y cotidianas de miles de millones de personas. Pero, a su vez, el fabricante de coches necesita saber el precio de todas las cosas necesarias para fabricarlo para, con esos precios, echar cuentas para ver a cuanto le saldría el coste del coche y si al precio que tienen los coches, le interesaría fabricarlos o no. Esta decisión de los precios de TODO, no es una decisión que pueda tomar una inteligencia central que planificase todo. Es algo espontáneo a lo que responden descentralizadamente miles de millones de emprendedores y compradores con sus decisiones. Un precio muy alto, formado por haber mucha gente que quiere coches de los que hay carencia, haría que a muchos, sabiendo los precios de todas las cosas que necesitan para hacer coches, les saliese a cuenta fabricarlos. Así, la producción de coches aumentaría espontáneamente sin que ninguna superinteligencia central tomase ninguna decisión. Si, llevados de la euforia, los fabricantes fabricasen más coches de los que la gente quiere a ese precio, los fabricantes con existencias sobrantes bajarían el precio para venderlos, los demás les seguirían y el precio bajaría debido al exceso de oferta. De una forma espontánea, los precios se ajustarían a satisfacer la cantidad que la gente quiere con lo que los fabricantes están dispuestos a fabricar. Y si alguien se equivoca en lo que produce, es un error de corto alcance, que se limita a quien se ha equivocado sin extenderse a toda la sociedad y que pagaría sólo el que se ha equivocado. La ley de la oferta y la demanda no es ninguna orden que emana de un organismo omniscente. Emana de la decisión libre de miles de millones de personas sobre miles de millones de cosas.

Todo el sistema de precios podría compararse con una complejísima señalización que indica a todo el mundo la cantidad que le conviene fabricar para que ni sobre ni falte ninguna mercancía. Y esto se hace continuamente para TODOS los bienes y servicios que la gente compra y para todos los bienes y servicios que son necesarios para que las empresas fabriquen lo que la gente quiere. Por supuesto, el sistema de formación de precios no es perfecto y nadie defiende que lo sea. Lo que ocurre es que quien crea que el Estado, interviniendo en los precios, puede mejorar esas deficiencias, yerra completamente. Lo que hará, con toda seguridad, es mandar señales falsas que lleven a todos a tomar decisiones falsas. Y ese error en la fijación centralizada de precios no lo pagaría el funcionario que hubiese tomado la decisión, sino que lo pagaría toda la sociedad con graves desajustes. Esto es lo que se llama la asignación adecuada de los recursos. Sin este sistema de señales nadie podría tomar decisiones sensatas y la asignación de los recursos a una u otra actividad sería absolutamente caótica. Y ese caos crearía escasez de determinadas mercancías en determinados sitios y para determinados productos y, en cambio, abundancia superflua en otros. Uno de los más importantes de esos desajustes, se llama paro. Y el conjunto de todos los desajustes conduce a la miseria. Eso es exactamente lo que pasa necesariamente con la economía comunista. La miseria que se deriva de ella no es accidental o fruto de que se haya hecho mal algo que se podía hacer mejor. No. Es algo inherente al sistema, que está en su propia naturaleza.

c)     Había dicho que las razones de índole antropológica y las de índole práctica, llevaban a un corolario sobre la ética del desastre inherente del comunismo. Me parece que esto ha quedado patente en lo anterior. La privación de la libertad y la miseria resultante de este sistema, son éticamente inadmisibles. Sólo hay unas personas que salen beneficiadas de ese sistema: los dictadores que los manejan y toda su corte. Ni Lenin, ni Stalin ni Castro, ni Pol Pot, ni Maduro o Castro sufrieron o sufren las miserias que hicieron padecer a sus súbditos tiranizados. Muy al contrario, vivieron muy por encima de lo que sus méritos les hubiesen permitido en una meritocracia, montados en privilegios basados en una astucia perversa y construidos sobre unos cimientos de muertes e injusticias. Mataron a muchos millones de hambre y miseria y a otros muchos millones en genocidios para mantener su poder absoluto y tiránico. Y eso no es accidental, va con el sistema.

Sin duda, un sistema con un poder tiránico y omnímodo puede hacer parecer durante un cierto tiempo que el sistema funciona. Nada más lejano a la realidad. La Unión Soviética estaba económicamente muerta desde casi su nacimiento y sólo el terror, la censura y la propaganda mentirosa hacían que pudiera parecer otra cosa. Todo reventó cuando se produjo el colapso de la podredumbre interna.

Había dicho que le dedicaría unas palabras a China. En China, efectivamente, hay centenares de millones de personas saliendo de la pobreza bajo un régimen comunista. Pero es absolutamente evidente que no es por la aplicación del sistema económico comunista. El “milagro chino” empezó cuando se permitió una rara especie coexistencia de un sistema de libre mercado sui generis bajo un régimen dictatorial. Desde luego, el genocidio ha formado parte de la historia de la China comunista. Y la represión y violación constante de los más elementales derechos humanos sigue existiendo. Si hay mucha gente saliendo de la pobreza es por el simulacro de economía de libre mercado que se está produciendo allí. La gran pregunta es. ¿Podrá China mantener indefinidamente esa contradicción entre el simulacro de economía de mercado y la tiranía política? Me caben pocas dudas de que no. La resolución de la contradicción puede venir por dos caminos. a) Una liberalización paulatina de la tiranía política y b) La explosión de la olla a presión con una revuelta que acabe con todo el sistema comunista. Dios quiera que sea la primera, pero…

Paso ahora al segundo tipo de socialismo, el socialismo democrático o la socialdemocracia. Hay mucha gente que, detestando el comunismo, piensa que una cierta dosis de intervención del Estado para solucionar los fallos de la economía de mercado es una cosa buena. Su razonamiento viene a ser algo así como el aristotélico punto medio de la virtud. Se podría enunciar de la siguiente manera: “Entre que el Estado no intervenga para nada en la economía y que sea una especie de Dios Omnipotente, hay un término medio. Busquemos ese término medio. Podrá ser más o menos difícil, podremos equivocarnos, pero a base de prueba y error, seguro que encontramos un punto medio razonablemente mejor que cualquiera de los extremos”. El razonamiento no puede sonar más sensato. Pero, a pesar de sonar sensato, es falso. Y no hay nada más peligroso que las falsedades que suenan razonables y sensatas. A continuación intentaré exponer varios argumentos para sustentar mi afirmación.

En primer lugar, la solución del punto medio es aplicable cuando ambos extremos son buenos y, por lo tanto, una mezcla de ambos puede tomar lo mejor de cada uno y ser mejor que cualquiera de ellos. Pero esto no es aplicable cuando uno de los extremos, el comunismo, es intrínsecamente malo. La mezcla de un Vega Sicilia con orina de gato, sea en la proporción que sea, no puede dar un brebaje mejor. Aún así, podría razonarse que la economía de libre mercado tiene disfunciones y que el Estado puede ayudar a paliar esas disfunciones. Esto tiene una parte de verdad. Nadie, ni los más radicales de los liberales niega que el Estado deba regular el mercado en ciertos aspectos. Pero una cosa es regular el mercado en cuestiones muy concretas y limitadas y otra muy distinta intervenir en él. Una sana regulación del mercado supone, precisamente, hacer que el mercado funcione como un mercado libre. Para ello, hay que garantizar la veracidad de la información, su transparencia, el acceso a ella de todo el mundo, así como evitar las barreras de entrada de competidores y las manipulaciones externas en los precios por parte de cualquier agente, el Estado incluido. Si esto no se cumple, no hay mercado libre y, por lo tanto, la economía de mercado no funciona. Repito, ningún liberal a ultranza negaría que el Estado debe garantizar esto, como debe garantizar otros derechos como el derecho a la vida, a la dignidad y a la propiedad privada, por citar algunos. Pero si regular el mercado en este sentido puede ser bueno, intervenir en él es totalmente contraproducente. En principio, y dando por sentada, de momento, la buena voluntad de los administradores del Estado, éste interviene el mercado para intentar resolver algún problema que surja. Por ejemplo, imaginemos una empresa que pierde dinero y que está a punto de despedir a 1.000 trabajadores en una región con 10.000 habitantes que se ha puesto en pie de guerra para defender esos puestos de trabajo. Normalmente esa empresa pierde dinero porque hace cosas que la gente no quiere comprar. Entonces alguien decide subvencionarla con, digamos, 100 millones de € para que mantenga los 1.000 puestos de trabajo. Gracias a esa subvención la empresa tira para delante y se mantienen los 1.000 puestos de trabajo, con lo que la región deja de estar en pie de guerra. Pero, para ello, el Estado tiene que sacar dinero de algún lado. Lo puede hacer de dos formas. a) aumentando los impuestos o, b) aumentando el déficit y financiándolo con deuda.
Si lo hace de la primera forma (a), esos 100 millones de €, saldrán de los bolsillos de los ciudadanos y/o empresas en la forma de cualquier figura impositiva. Esos ciudadanos tendrán menos dinero para gastar en productos que sí quieren o para invertir en empresas que ganan dinero porque hacen lo que la gente quiere. Eso, sin duda, perjudicará a esas empresas buenas. Las empresas a las que se les quitan parte de esos 100.000€ vía impuestos, verán sus ventas bajar, su rentabilidad disminuida y, lógicamente, invertirán menos. Cualquiera de esas cosas hará que más de 1.000 personas pierdan su puesto de trabajo. Además, habremos perjudicado a empresas que sí hacen cosas que la gente quiere, para beneficiar a empresas que hacen cosas que la gente no quiere. Por si fuera poco, la empresa subvencionada no tendrá ningún incentivo para transformarse y hacer cosas que la gente quiera. ¿Para qué? Así, dentro de unos años, volverá a estar en la misma situación y… vuelta a empezar.

Si lo hace de la segunda forma (b), con déficit financiado con deuda, lo que hará será pasar el problema a la siguiente generación, lo que es, a todas luces, una injusticia generacional. Es quitarles el pan a los hijos. Literalmente.

Entonces, ¿por qué se hace eso? Primero, por ignorancia, pero, segundo, porque las más de 1.000 personas que perderían su trabajo para que lo mantuviesen los trabajadores de la empresa zombi, son anónimas y están desperdigadas por todo el país. Es decir, no se ven. Las 1.000 personas de la empresa enferma tenían un peso mediático. Las que pierden su trabajo, no lo tienen. Esto ya lo vio en el siglo XIX el economista frances Frédéric Bastiat y lo dejo plasmado en un magnífico opúsculo titulado “Lo que se ve y lo que no se ve” al que puede accederse en el siguiente link:


Pero, eso sí, el administrador público habrá salvado la cara y estará encantado. El paro sube, pero ya se buscará un culpable. Él es un benefactor de la sociedad que ha solucionado la crisis de la empresa que sale todos los días en los medios… hasta la próxima. Con esto, en vez de incentivarse a las empresas competitivas e innovadoras, se las castiga, mientras se incentiva a las obsoletas. Y en vez de competir en ver quién hace productos mejores, se compite en ver quien protesta con mayor eficacia, ruido y hasta violencia. Cuanta más, mejor. Y los trabajadores se dan pronto cuenta que hay que dedicarse a montar numeritos. Esta historia se repite, con distintas variantes, con el salario mínimo interprofesional, la renta básica universal, la subida de las pensiones y de la prestación de desempleo, las licencias de los taxis, la sanidad y la educación universal gratuitas, etc. Sólo hay que abrir el periódico cada día. Se “resuelven” problemas que generan otros, que requerirán “soluciones” del Estado, que generarán nuevos problemas, que se “resolverán” de la misma manera, que crearán nuevos problemas… y los impuestos suben, y aumenta el paro, y hay más parados a los que subsidiar, lo que requiere más impuestos, y el déficit aumenta y, con él, la deuda pública… Etc., etc., etc.

De hecho, el Estado, con sus intervenciones, es el autor de la generación de las dos más sutiles y ubicuas señales falsas al mercado. Los tipos de interés y la inflación. No voy a entrar en estas cuestiones, pero ambos tipos de señales falsas están en la raíz de casi todas las crisis que se producen.

Y esto ha ocurrido partiendo, eso sí, de la buena voluntad, un poco buenista y, por lo tanto estúpida, del servidor del Estado que sólo quería resolver problemas –o quitárselos de encima–. Pero sería ridículamente ingenuo suponer que siempre existe esa relativamente buena voluntad. La realidad es muy distinta. El disponer de presupuestos para “ayudar” a quien lo sepa pedir, da poder y es una llamada muy fuerte a la corrupción y la prevaricación. Además, actuar así da votos y eso le permite al que así actúa perpetuarse en el poder. Y, claro, los partidos que en principio son liberales, no quieren perder esos votos y se apuntan a la carrera hacia la izquierda. Ya lo dice el refrán: “En el comer y en el rascar, todo es empezar”. Otro pensador francés, Alexis de Tocqueville, en su obra “La democracia en América” escribió que “la gente está más dispuesta a creer una mentira simple que una verdad compleja”. Esa es la base del éxito de la demagogia.

Pero hay otra forma más sutil y mucho más perversa de la mala voluntad. Cualquier dirigente de los que añoran el comunismo, sabe que este proceso se puede impulsar y luego explotar, creando un malestar social que aumente las reivindicaciones de forma cada vez más violenta. La izquierda radical lo sabe. Sabe que este proceso, antes o después, acabará en el colapso del sistema y lo jalea con todos los medios a su alcance, que son muchos. Y sabe que una vez lanzado es muy difícil de parar. Y, para ello, utiliza a los partidos llamados socialdemócratas. Esta es la estrategia, perfectamente concebida y milimétricamente aplicada de la izquierda radical, nostálgica del comunismo.

Uno de los demagógicos cantos de sirena de esa estrategia es el mito de la desigualdad. Me importa la desigualdad en relación inversa con lo que me importa la pobreza. Y la pobreza me duele. Lo que indica que la desigualdad me importa bastante poco. La pobreza es una lacra, la desigualdad no. La gente hace revoluciones o se arriesga a la muerte por la pobreza. Jamás, ninguna revolución ha tenido la desigualdad en su raíz. Nunca ha habido más igualdad que cuando el 99% de la población pasaba hambre por igual. Y esa era la situación general hace varios siglos. Pero la pobreza ha empezado a retroceder de forma cada vez más rápida en el mundo, gracias al desarrollo masivo de la economía de libre mercado evolucionada hacia el capitalismo. La pobreza sólo se mantiene impasible en dos sitios: 1º Allí donde perdura el comunismo o donde se camina hacia él. 2º Allí donde los tiranos de los pueblos pobres impiden, en su propio beneficio, la libre iniciativa y el libre desarrollo de la creatividad y el ingenio humanos que llevan a la superación de la pobreza como los ríos bajan hacia la mar.

¿A dónde me lleva esto? A que no hay un término medio estable en este terreno. Todo lo que sea sobrepasar un mínimo muy claro es iniciar el declive hacia el comunismo, pasando por un periodo más o menos largo de socialismo democrático –aunque cada vez menos democrático a medida que tiene que sustentar decisiones perjudiciales– debidamente manipulado por la izquierda radical nostálgica del comunismo. Es como estar en una meseta con una pendiente que se va haciendo paulatinamente más pronunciada y resbaladiza. Cada paso en su dirección nos acerca más al punto de no retorno y los cantos de sirena y el empuje de los comunistas que nos llevan hacia allí, son muy fuertes.

¿Cuál es ese mínimo al que he hecho referencia antes? Un Estado lo más delgado posible, que se limite.

1º A elaborar leyes iguales para todos (rule of law) que garanticen e incentiven la libertad, la creatividad, el desarrollo del ingenio y, por tanto, la creación de riqueza. Y al que se haga muy rico porque hace libremente y cooperando con gente libre, cosas que la gente quiere libremente comprar, san Pedro se lo bendiga. Ojalá haya muchos de éstos.

2º A hacer que esas leyes se cumplan por todos.

3º A regular que los mercados funcionen como mercados libres, pero sin intervenir en ellos.

4º Si se me apura, a lograr que nadie se quede sin una buena sanidad o sin una buena educación por el hecho de ser pobre.

5º Que haga esto con el mínimo absoluto de funcionarios posible.

Para mantener un Estado así no hacen falta muchos impuestos, por lo que el incentivo para emprender, invertir y desarrollar empresas será alto y habrá niveles de paro mínimos y se podrá pagar, cobrando relativamente pocos impuestos, un seguro de desempleo para la poca gente que lo necesite, porque no encuentre trabajo, no porque no le apetezca trabajar, y unas pensiones razonables a las personas que han trabajado mientras la salud se lo ha permitido. Y, a los 65 años, la mayoría de la gente tiene suficiente salud como para trabajar. Todo lo que pase de ahí, acaba, con el paso de suficiente tiempo y con los empujones necesarios de unos y otros, en el comunismo. Pero llevamos cerca de 100 años caminando en esa dirección. Basta con mirar los niveles de deuda y déficit de la inmensa mayoría de los países así como el peso que tiene el Estado en sus economías. ¿Y qué decir del cariz político de España en los últimos 3 o 4 años? ¿Quién da marcha atrás a esta locomotora lanzada pendiente abajo?

17 de mayo de 2020

Están soltando a Leviatán


Hace años escribí una cosa de la que hoy traigo aquí un refrito con un objetivo distinto del que me movió a escribirlo en su día. Es una visión de la filosofía política de Hobbes y Locke, dos de los filósofos empiristas ingleses, que tienen mucho que ver con lo que está pasando en el mundo occidental en los últimos años –o lustros– y acentuándose en España a raíz de la “excusa” del coronavirus. Como el texto que viene a continuación es mío, me puedo tomar la libertad de retocarlo allí donde me parezca, sin dejar constancia de ello. Pero, por supuesto, quien quiera el texto entero, no tiene más que pedírmelo.

Me cito:

El empirismo inglés.

Inglaterra, siempre menos especulativa y más pegada al terreno que el continente, dio a luz una corriente de pensamiento opuesta al racionalismo pero que, como éste, nace de una actitud de profunda desconfianza sobre la posibilidad de certeza en el conocimiento. Se trata del empirismo. Esta corriente desarrolla dos temas diferentes. Uno, […]. Otro, preocupado por cuestiones de índole más práctica, que se ocupa de la forma de ejercer el poder político y de las fuentes y orígenes de ese poder, representada por Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke (1632-1704).

Thomas Hobbes (1588-1679)

Inglés, contemporáneo de Descartes, el pensamiento de Hobbes era mucho más pragmático, como buen anglosajón. No tenía mucha fe en el hombre, lo que le llevó a formular su conocida frase: “El hombre es un lobo para el hombre”. Si la sociedad quería funcionar había que poner coto a esa ferocidad. Se trataba de establecer un contrato de coexistencia absolutamente inviolable. Pero para que ese contrato fuese absolutamente inviolable debía haber un garante todopoderoso. Ese garante sería el Estado. Su obra más famosa lleva el nombre de “Leviatán”. Leviatán es un monstruo marino terrible, descrito en el libro de Job.

“¿Puedes pescar a Leviatán con anzuelo o sujetar con un cordel su lengua? ¿Clavarás un junco en sus narices? ¿Taladrarás con un gancho sus fauces? ¿Te hará acaso largas súplicas o te dirá cosas tiernas? ¿Hará contigo el pacto de ser tu siervo para siempre? ¿Jugarás con él como un pájaro o lo atarás como un juguete de tus niñas? ¿Traficarán con él los pescadores? ¿Lo venderán en pública subasta? ¿Acribillarás su piel con dardos? ¿Taladrarás su cabeza con arpón? Atrévete contra él, te acordarás y no volverás a hacerlo.

La sola vista de Leviatán aterra, es de ilusos esperar vencerlo. Nadie hay tan audaz que se atreva a provocarlo. ¿Quién puede resistirlo frente a frente? ¿Quién lo atacó y salió ileso? ¡Ninguno bajo los cielos! Voy a describir también sus miembros, hablaré de su fuerza sin igual. ¿Quién logró desgarrar su dura piel y penetrar por su doble coraza? ¿Quién abrió las puertas de sus fauces rodeadas de dientes terroríficos? Su dorso es una hilera de escudos sólidamente soldados; están tan apretados entre sí que ni un soplo puede pasar entre ellos; están pegados uno a otro, adheridos sin dejar fisura. Su estornudo lanza destellos, sus ojos son como los párpados del alba. Sus fauces despiden llamaradas, arrojan chispas de fuego; de sus narices sale humo, como de una caldera hirviendo; su aliento encendería carbones, una llama sale de sus fauces. En su cuello reside la fuerza y ante él cunde el terror. Su carne es compacta, firmemente adosada a su cuerpo. Su corazón es duro como la roca, duro como piedra de molino. Cuando se yergue se asustan los valientes, el terror los hace retroceder. La espada que lo alcanza no se clava, ni tampoco lanza, dardo o jabalina; paja es el hierro para él y el bronce, madera carcomida; no le pone en fuga la saeta, polvo son para él las piedras de la honda; como golpe de caña le resulta la maza, se ríe del silbido del dardo. Tiene bajo el vientre tejuelas puntiagudas que arañan el fango como un trillo. Hace hervir el abismo como una olla, hace del mar un pebetero; deja detrás de sí una estela brillante y el mar parece una melena blanca. No tiene igual en la tierra, es una criatura sin miedo; hasta a los más arrogantes hace frente. ¡Es el rey de todas las fieras!” [1]

Tal era el garante del contrato entre los hombres. El Estado Leviatán de Hobbes no respondía más que ante sí mismo. La moral se desplazaba, de esta manera, desde un respeto que los hombres se deben unos a otros –aunque frecuentemente no se lo otorguen– por ser hijos de Dios, a un contrato garantizado por un Estado todopoderoso y terrible como Leviatán. Esta norma ética ha dado en llamarse “contractualismo”. Pero, claro, quedaban cuestiones importantes sin resolver: ¿Quién o qué podía evitar los atropellos del Estado Leviatán? ¿Quién manejaría al monstruo?

John Locke (1632-1704)

En el terreno de la teoría del Estado Locke es el contrapeso de Hobbes. Opuesto a la idea hobbesiana de que el hombre es un lobo para el hombre, Locke concibe en el hombre una tendencia al amor universal. Es un ser con una muy limitada libertad situada en la frontera del determinismo físico, en una, llamémosle así, estrecha zona de indiferencia. De esta limitada libertad nace la obligación del hombre de someterse a una norma moral que es la ley natural. El hombre no nace en la libertad pero sí para la libertad y por eso, su contractualismo de cesión del derecho al Estado, es limitado. Debido a que el Estado que, al fin y a la postre, siempre estaría controlado por alguien, podría ser usado por ese alguien contra los individuos que lo forman (Locke no era tan tonto como para no creer que, efectivamente, hay hombres que son lobos para los hombres), le parece conveniente que tenga sus poderes restringidos. El poder del soberano provendría de la cesión del pueblo, y siempre podría volver a él. La separación de los poderes del Estado sería la garantía de que esa reversión fuese posible. Así, Leviatán, en vez de ser una bestia incontrolada, pasaba a estar controlada, al menos en teoría, por la soberanía del pueblo que era, a su vez, tributario de la ley natural. Locke es, probablemente, el primer filósofo que habla de la separación de poderes del Estado y, en consecuencia, del germen de lo que hoy se conoce como el Estado de Derecho, como forma de controlar a Leviatán, a pesar de que Montesquieu, como buen francés, sea el que acapara injustamente el mérito de la separación de poderes. No es, por otra parte, extraño que esta idea de la separación de poderes se genere en Inglaterra. Desde el año 1215 en que Juan I, conocido como Juan sin tierra, firmase, obligado por la baja nobleza inglesa, la Carta Magna, la separación de poderes empezó tímidamente a ser un hecho aceptado, aún de mala gana, por los soberanos ingleses.

Fin de la autocita.

No es menos cierto, sin embargo, que el sometimiento del príncipe a la ley natural como límite a su poder, es una idea de profundas raíces católicas, que dio lugar a la justificación, bajo determinadas circunstancias, del derrocamiento del soberano, si se convertía en tirano, al ir contra la ley natural e, incluso, al tiranicidio en situaciones extremas. No conviene olvidar que la Carta Magna es muy anterior a la ruptura de Inglaterra con la Iglesia. Siglos más tarde, con la reforma luterana y el cisma de Inglaterra con la Iglesia católica, el poder político se situó por encima de la ley natural y no necesitaba la justificación de ésta. Hay evidencias documentales de que Locke conocía y había bebido de esas fuentes católicas de la limitación del poder por la ley natural, pero en su época –su juventud ocurrió durante el puritanismo de Cromwell y murió durante el reinado de Guillermo de Orange– la posesión de libros católicos y la difusión de sus ideas estaban durísimamente penados. Así pues, tras la reforma protestante, la separación de poderes se quedó sin ningún otro límite que el puro contractualismo y esto dio lugar, con el paso de varios siglos a una democracia autónoma en la que, con el respaldo más o menos explícito de la mayoría, todo es permisible, sin que ningún mandato de ninguna ley natural, convenientemente silenciada, pueda oponerse a la voluntad de la mayoría. En esos siglos que van desde Descartes hasta hoy, mediante un proceso de deterioro filosófico cuya descripción excede los límites de estas páginas, se fue cada vez borrando más el concepto de realidad sobre la que, mediante la razón, se pudiese llegar a saber, con las precauciones debidas, lo que es objetivamente bueno y separarlo de lo objetivamente malo, que eso es lo que es la ley natural. Se llegó así a un concepto de tolerancia que, en palabras de Toynbee, “la tolerancia lograda por la Ilustración constituyó una tolerancia basada, no en las virtudes de la fe, esperanza y caridad, sino en las enfermedades mefistofélicas de la desilusión, la aprensión y el cinismo. No fue una difícil conquista del fervor religioso, sino un fácil producto secundario de su decaimiento”[2].

Y este es el caballo de Troya del Estado de Derecho de Locke (o del de Montesquieu, tanto da). La tolerancia del todo vale lo mismo y el relativismo de que no hay ideas malignas, ha acabado con el sistema inmunitario de ese Estado de Derecho, como el VIH acaba con el humano. Y, a falta de ese sistema inmunitario, las enfermedades oportunistas, siguiendo con el símil del VIH, pueden acabar en la muerte de las sociedades democráticas. Personas que, por diferentes motivos, odian la libertad pueden –y de hecho lo hacen– infiltrarse en las instituciones democráticas. La democracia, que no es una vaca sagrada en sí misma, sino un instrumento para intentar garantizar el Estado de Derecho que, a su vez, es la garantía de la libertad humana, es incapaz de defenderse de estos gérmenes. Ciertamente, una educación ciudadana recta y profunda podría ser una vacuna contra esos patógenos sociales. Pero el problema es que esas ideas de falsa tolerancia y relativismo, así como la falta de rigor conceptual y lógico, también impregnan la educación. Citando otra vez a Toynbee:

“Un obstáculo en el camino ha sido el inevitable empobrecimiento de los resultados de la educación cuando su proceso se hace utilizable a ‘las masas’ a costa de su divorcio con su tradicional fondo cultural. […] Nuestro alimento intelectual producido en masa carece de sabor y de vitaminas. […] Un segundo obstáculo en el camino ha sido el espíritu utilitario con que los frutos de la educación tienden a utilizarse cuando se ponen al alcance de todo el mundo. […] La posibilidad de utilizar la educación como un medio de entretenimiento para ‘las masas’ sólo ha surgido desde la introducción de la educación elemental universal, y esta posibilidad ha colocado un tercer obstáculo en el camino , que es el mayor de todos ellos. Apenas se ha arrojado a las aguas el pan de la educación universal, cuando una manada de tiburones surge del fondo y devora el pan de los niños ante los mismos ojos del educador. […] Y la prensa sensacionalista fue inventada unos veinte años más tarde –esto es, tan pronto como hubo adquirido suficiente poder adquisitivo la primera generación de niños procedentes de las escuelas– por un golpe de genio irresponsable que adivinó que la obra de amor del filántropo podía aprovecharse para rendir un beneficio magnífico a un señor de la prensa. Los efectos desconcertantes del impacto de la democracia sobre la educación han atraído la atención de los gobernantes de los modernos Estados nacionales aspirantes al totalitarismo. Si los señores de la prensa podían hacer millones proporcionando un entretenimiento vano a los semieducados, los estadistas serios podían obtener, no ya dinero, pero tal vez sí poder de la misma fuente. Los dictadores modernos han depuesto a los señores de la prensa y han sustituido el grosero y envilecido entretenimiento privado por una igualmente grosera y envilecida propaganda de Estado. La maquinaria complicada e ingeniosa para la esclavitud en masa de las mentes semieducadas […] ha sido simplemente adoptada por los gobernantes de Estados, que han empleado estos instrumentos mentales, reforzados por el cine y la radio [y la televisión, habría sin duda escrito Toynbee si la televisión hubiese existido cuando escribió esto], para sus propios siniestros propósitos”[3]. “Al abrir a todos una casa de tesoros intelectuales, […], el espíritu de la democracia occidental moderna había brindado a la humanidad una nueva esperanza, aunque al precio de exponerse a un nuevo peligro. El peligro estribaba en las oportunidades que una educación universal daba a la propaganda y en la habilidad y falta de escrúpulos con que la habían aprovechado sagaces vendedores, agencias de noticias, grupos de presión, partidos políticos y gobiernos totalitarios. La esperanza estaba en la posibilidad de que estos explotadores de un público semieducado no pudieran ‘condicionar’ a sus víctimas hasta el punto de impedirles que continuaran su educación de modo que llegaran a hacerse inmunes a tal explotación”[4] […]. “Así, en los países en los que se ha introducido la educación democrática, las gentes están en peligro de caer bajo una tiranía intelectual. […] Si han de salvarse las almas de los hombres, el único camino para ello es elevar el nivel de la educación de ‘las masas’ hasta un grado tal que sus receptores sean inmunes de algún modo a las formas más groseras de la explotación y la propaganda; ni que decir tiene que esta no es una tarea fácil”[5].

No es que no sea tarea fácil, es que los gobernantes actuales, en especial los que quieren hacerse con el control del Estado de Derecho para destruirlo, no están interesados en absoluto en inmunizar a los ciudadanos contra su infección. Una ciudadanía semieducada y manipilable es mucho más fácil de manejar. La educación universal ha perdido su sabor y sus vitaminas no sólo por su masificación –eso podría arreglarse con el tiempo–, sino porque se le han quitado esas vitaminas y ese sabor de forma consciente. Más, se les ha adicionado la toxina de la falsa tolerancia basada en el relativismo del todo vale lo mismo.

Y así, delante de nuestras narices, y ante la impotencia del propio sistema democrático del Estado de Derecho, la izquierda radical, que siempre ha detestado la libertad y cuyo mayor enemigo es, precisamente, el Estado de Derecho, está desatando a Leviatán para cabalgarlo y utilizarlo para implantar un sistema de ruina terror y miseria. Pero nada de esto es nuevo ni improvisado. Forma parte de una estrategia gramsciana que está perfectamente ideada, diseñada y llevada a la práctica con un plan meticulosamente orquestado. Si la democracia no se reinventa para dotarse de un sistema inmunitario que le proteja de estos agentes patógenos, está muerta. Pero me temo que esa tolerancia basada, no en las virtudes de la fe, esperanza y caridad, sino en las enfermedades mefistofélicas de la desilusión, la aprensión y el cinismo, que tan meticulosa e irrasponsablemente lleva cultivando Occidente desde hace siglos, le impedirá dotarse del necesario sistema inmunitario y verá como del vientre del caballo salen los nuevos bárbaros para destruirla. Yo no puedo hacer otra cosa que levantar mi voz para gritarlo. Llevo años haciéndolo como voz que clama en el desierto. Me siento como debía sentirse Casandra en Troya, avisando a los troyanos de que el caballo era una trampa, ante la indiferencia de sus conciudadanos que celebraban alegre y prematuramente la victoria. Pero, citando a Quevedo “no he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca, ya la frente / silencio avises o amenaces miedo”.



[1] Job, 40, 20-41, 25
[2] Pag. 281 del tomo II del compendio de “El estudio de la Historia” de Arnold J. Toynbee.
[3] Pag. 430 y 431 del tomo I del compendio de “El estudio de la Historia” de Arnold J. Toynbee.
[4] Pag 262 del tomo III del compendio de “E l estudio de la Historia” de Arnold J. Toynbee.
[5] Pag. 431 y 432 del tomo I del compendio de “El estudio de la Historia” de Arnold J. Toynbee.

14 de mayo de 2020

Pío XII, ¿héroe o villano?


Ayer apareció en El Mundo una noticia con el título de “El amargo silencio de Pío XII”. Esta traído de El Corriere de la Sera y es un artículo ambiguo. Los subtítulos son positivos. Dicen: “El Papa fue consciente de que no tomar partido contra las atrocidades nazis lo expondría a las críticas”. Y, el otro: “El Vaticano supo de holocausto, pero evitó denunciarlo y prefirió optar por la acción humanitaria clandestina”. Las dos cosas son verdad. Pío XII calló conscientemente, no porque no tomase partido contra el holocausto, sino porque prefirió el silencio eficaz para salvar vidas, a sabiendas de las críticas que le lloverían, a una política de gestos que le hubiese acarreado alabanzas pero hubiese costado la vida a cientos de miles de judíos a los que salvó. Luego, el artículo cae en la ambigüedad y la equidistancia. Hace años escribí algo sobre esto que ya colgué en este blog, pero creo que procede que me repita.

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Cuando Pío XII muere en 1958, todos los que hicieron historia con él, así como los más ilustres representantes de la comunidad judía mundial, expresaron su profundo pesar y su admiración y respeto.

“Tras la muerte de Pío XII el mundo es más pobre. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad. Consciente y hábil enemigo de la tiranía, ha sido un generoso amigo y bienhechor de los oprimidos y su mano caritativa ha estado siempre pronta a ayudar a las desventuradas víctimas de la guerra. Sin temores ni complacencia ha sostenido la causa de una justa paz entre las naciones...” dijo Eisenhower.

“Compartimos el dolor de la humanidad por la muerte de Su Santidad Pío XII. En una generación afligida por guerras y discordias, él ha afirmado los altísimos ideales de la paz y de la piedad. Durante el decenio del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufría un terrible martirio, la voz del papa se elevó para condenar a los perseguidores y apiadarse de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se ha visto enriquecida por una voz que expresaba las grandes virtudes morales más allá del tumulto de los conflictos cotidianos. Lloramos a un gran servidor de la paz.” afirmó Golda Meir.

La Conferencia Central de los Rabinos Americanos se une con profunda conmoción a los millones de miembros de la Iglesia católica romana por la muerte del papa Pío XII. Su amplia simpatía por todos, su sabia visión social y su comprensión lo hicieron una voz profética para la justicia en todas partes. Que su recuerdo sea una bendición para la Iglesia católica romana y para el mundo”, declaró la conferencia de rabinos americanos a través de su presidente, Jacob Phillip Rudin.

“Nosotros, miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos y de la persecución” se condolió el doctor Brodie, rabino jefe de Londres.

“Quienquiera que se ha acercado al papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado, y es por su oposición a la violencia, como por su respeto por el ser humano, por lo que Pío XII asumió una postura sobre los problemas de la evolución de los pueblos coloniales, que no puede no tener una saludable y considerable influencia sea en el ámbito cristiano como fuera de él”. sostuvo Pierre Mendés-France, socialista y ex Primer Ministro francés.

Sin embargo, actualmente, son muchas las críticas que se hacen a Pío XII por su supuesto silencio y pasividad ante el holocausto nazi. Las críticas se inician, sobre todo, a partir de la aparición, en 1963, de un libelo en forma de obra de teatro, escrito por Rolf Hochhuth y titulado “El vicario”. Es significativo que en la siguiente obra de Hochhuth, “El soldado”, el que es presentado como un criminal de guerra es Winston Churchill. No se sabe a ciencia cierta si Hotchhuth era miembro activo del Partido Comunista, pero lo que es indudable es que su obra ha sido jaleada y apoyada por el aparato de este partido en todos los países en los que se ha representado. En España, fue traducida por Jorge Semprún, antes de su expulsión del PCE. La obra es, literariamente hablando, pésima. El director de la revista ultraizquierdista “Ramparts”, que fue el que más apoyó su publicación en USA en nombre del derecho a la libertad de expresión, tuvo muy serias dudas sobre si hacerlo o no, debido a su escasísimo valor literario. Sin esta obra y sin este apoyo de los partidos comunistas de todo el mundo, Hochhuth no hubiese pasado nunca de ser un dramaturgo de tercera, completamente desconocido. Recientemente, el exdirector de los servicios secretos rumanos, general Mihai Pacepa, aseguró que él mismo participó en una campaña promovida por la KGB para hacer propaganda de “El vicario”. Pero la propaganda comunista no cede terreno así como así. Recientemente, “El vicario” ha sido llevado al cine donde, como una mala película que es, y a pesar de la demagogia del tema, no ha cosechado sino un estrepitoso fracaso. Como respuesta a este panfleto, inmediatamente después de su publicación, el historiador judío Pinchas E. Lapide, que había sido cónsul general en Milán y conocía bien a Pío XII, inició un estudio que culminaría en un libro, publicado con el título “Three Popes and Jews” (Londres 1967) en el que se afirma categóricamente que la acción silenciosa y eficaz de Pío XII salvó de la muerte a unas 850.000 personas, judíos en su mayoría. Si aceptamos la cifra de seis millones de judíos muertos en el holocausto, sin la intervención de Pío XII, la cifra hubiese sido un 15% mayor. Los hechos están ahí y no son fáciles de borrar. Analicemos sólo algunos.

Primero: la encíclica “Mit brennender Sorge” (“Con profunda preocupación”). Fue publicada en 1937, siendo todavía Papa Pío XI. Pero es sabido que la inteligencia y la pluma de Monseñor Pacelli, futuro Pío XII, están detrás de esta carta. Es una durísima condena del nazismo y de sus prácticas. Se imprimió en quince imprentas clandestinas, se repartió y fue leída el mismo día, domingo 21 de Marzo de 1937, en todas las parroquias de Alemania. Costó la libertad a miles de sacerdotes, la muerte a muchos de ellos, la represión a millones de católicos alemanes y el recrudecimiento de la persecución a los judíos. Nadie que haya leído esta encíclica y sepa cómo y a que precio se difundió en Alemania, puede hablar de silencio de la Iglesia ni de Pío XII. Lo que había que decir estaba dicho cuando todavía las potencias occidentales coqueteaban con Hitler. El mundo todavía no había presenciado el vergonzoso acuerdo de Munich.

Segundo: Holanda, 1942. En ese año comenzaron en ese país las deportaciones de judíos. Todas las confesiones cristianas –calvinistas, luteranos y católicos– se pusieron de acuerdo para leer en domingo en las iglesias un documento conjunto contra las deportaciones. Esta vez la Gestapo se enteró e hizo saber a los jefes de las comunidades cristianas que si tal lectura se llevaba a efecto, no sólo serían deportados los judíos de religión, sino también los convertidos al cristianismo. Los únicos que no se echaron atrás, fueron los católicos, es decir, Pío XII, ahora sí, ya siendo Papa. La protesta fue leída en las iglesias católicas y la amenaza fue cumplida contra los judíos católicos. Dos de las muchas víctimas fueron Edith Stein, hoy santa y doctora de la Iglesia, y su hermana, ambas judías. Edith conversa y monja carmelita, Rosa refugiada en el convento, como tantos miles de judíos. Ambas fueron sacadas del convento y llevadas a morir al campo de exterminio de Auschwitz. Por supuesto, las deportaciones de judíos continuaron al mismo ritmo. Pío XII quedó tan afectado por el efecto devastadoramente negativo que tuvo su condena que mandó destruir ese documento, de forma que hoy no es posible encontrar el texto de esa homilía.

Tercero: Pío XII alentó y propició una red de salvamento de judíos en la que se usaban como infraestructura conventos, iglesias y otros establecimientos católicos. Muchos religiosos y fieles perdieron la vida en esta actividad. Ya hemos visto la cantidad de judíos que, según fuentes judías, se salvaron de la muerte. Buena prueba de ello fue que el 29 de noviembre de 1945, Pío XII recibió a 80 delegados de los campos de concentración alemanes, quienes en una audiencia especial que les concedió en el Vaticano, quisieron darle personalmente las gracias por la generosidad que demostró el Papa a los perseguidos durante el terrible período de nazifascismo.

¿Alguien con información, buena voluntad y en su sano juicio podría pensar que una política de gestos hubiese sido más eficaz que una de hechos? La realidad demuestra que no.

Desde luego los líderes políticos que vivieron el problema de cerca no consideraron ni cobarde ni ineficaz la postura de Pío XII, como muestran sus declaraciones citadas anteriormente. Tampoco parece que lo viera así el rabino de la sinagoga de Roma, convertido al catolicismo, con gran escándalo entre la ortodoxia judía, después de la segunda guerra mundial, fundamentalmente por el ejemplo de Pío XII. A buen seguro no lo vieron así las personas salvadas del holocausto por la acción tan decidida como sigilosa de la Santa Sede bajo la dirección de Pío XII, ni los supervivientes de los campos de exterminio que fueron a darle las gracias recién terminada la contienda.

Pero no hay mayor ciego que el que no quiere ver. En el año 1998, el Papa Juan Pablo II, publicó un documento sobre la “Shoah” en el que sin falsa humildad y sin desprecio a la verdad, pide perdón por la actitud de muchos católicos que, contra el mensaje evangélico, mantuvieron, a título personal, actitudes antisemitas. Manifestando otra vez la verdad sobre la actitud de la Iglesia y de Pío XII en particular, reconoce que todos los católicos formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo y de la Comunión de los Santos, por lo que la actitud antievangélica de algunos mancha el rostro de la Iglesia y pide perdón por ello.

Pero esta petición de perdón, necesaria por caridad, pero tal vez excesivamente rigurosa en justicia, en vez de ser agradecida, despertó una violenta y furibunda oleada de críticas, intencionadamente o no, contrarias a la verdad demostrable. La propaganda intenta imponerse a la verdad:

“El documento ha sido una ocasión perdida para condenar el silencio de Pío XII”, se puede leer en el editorial del diario Maariv en Israel. O; “Es más bien desilusionante porque no trata de la responsabilidad de la Iglesia como institución y la de Pío XII, el papa que calló sobre las persecuciones de judíos durante la segunda guerra mundial”, en el editorial del Jerusalén Post. “Hay una defensa gratuita del silencio de Pío XII y de la equivocación y la responsabilidad de la Iglesia como institución” Sentencia Elan Steinberg, director ejecutivo del World Jewish Congress en clara contradicción con las opiniones de eminentes autoridades judías contemporáneas a Pío XII y con los hechos.

¿Qué ha pasado entre las dos fechas? Lo que ha pasado es que el juicio objetivo ha dado paso, con la marcha de la historia, a la propaganda. En primer lugar, la propaganda sionista. Conviene recordar que los judíos sionistas de Palestina, no tuvieron un comportamiento ejemplar durante el holocausto, pero lo utilizaron hábilmente para conseguir el estado de Israel. Y no deja de ser curioso que los sedicentes progresistas, siempre antisionistas, coreen estas y otras declaraciones cuando se trata de manchar la imagen de la Iglesia. Un brillante periodista italiano, judío, con muchas victimas del holocausto en su familia, Paolo Mieli, explicaba en el 2001: “Uno de los motivos por los que este importante papa fue crucificado –recuérdese que su crucifixión empezó en 1963– se debe al hecho de que tomó parte contra el universo comunista de manera dura, fuerte, y decidida. De una manera tal que hubo que esperar treinta años, con Juan Pablo II, para que ese estilo pudiera ser retomado adecuadamente, de una manera que fue fatal para el comunismo”. Y en esta pinza propagandista entre el sionismo –que nunca ha visto a la Iglesia con buenos ojos– y el comunismo –que siempre ha identificado a la Iglesia como un baluarte contra su triunfo– se ha visto atrapado Pío XII. Pero ya avisó Cristo que los discípulos no iban a ser mejor tratados que el maestro. Y es que la Iglesia, como Cristo, ha sido siempre vista como enemiga común por todas las ideologías, enfrentadas entre sí, que coinciden en querer hacer del hombre un instrumento para sus dioses de barro o para sus supuestos “paraísos”. Saben perfectamente dónde está el último baluarte de la dignidad del hombre.

Pero quizá la más flagrante demostración de este deslizamiento de la verdad histórica a la pura propaganda es la comparación entre los editoriales del New York Times en dos fechas.

25 de Diciembre de 1941:

“La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y en la oscuridad en la que ha caído Europa en esta Navidad. Él es el único soberano del continente que tiene la valentía de levantar su voz. Sólo el papa ha pedido respeto por los tratados, el fin de las agresiones, un trato igual para las minorías y el cese de la persecución religiosa. Nadie más que el papa es capaz de hablar a favor de la paz”.

18 de Marzo de 1998:

“Es necesario un serio análisis sobre la actuación de Pío XII. Será misión de Juan Pablo II y sus sucesores dar los pasos necesarios para reconocer el fallo de la Iglesia frente a la maldad que dominó Europa”.

Sorprendente cambio en los juicios. Pero por parte de Pío XII, ni silencio ni pusilanimidad. Hechos concretos y no gestos inútiles. No verlo así es cerrar los ojos a la verdad por intereses más o menos inconfesables. Tan absurdo como si dentro de sesenta años alguien reprochase a Juan Pablo II su silencio y pasividad ante la guerra de Irak. ¿Nos deparará algo así el futuro? ¿Habrá quien se lo crea? No tengo mucha seguridad en que las respuestas sean dos rotundos noes.

Uno no puede dejar de preguntarse lo que leeríamos si, llevado por una política de gestos efectistas, Pío XII hubiese provocado el desmantelamiento de la red de salvamento montada por el Vaticano con su bendición y aliento. Leeríamos cosas sobre la irresponsable actitud del Papa, su afán de protagonismo, su soberbia y falta de sigilo y cosas por el estilo. Y no puedo evitar que se me venga a la cabeza una actitud de esta generación ante cualquier postura de la Iglesia. Hablo de un pasaje del Evangelio de san Mateo: <<¿Con quién compararé esta generación? Es semejante a niños sentados en la plaza que, gritando a los compañeros dicen: “Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos cantado un himno fúnebre y no habéis llorado.” Porque vino Juan que no comía ni bebía y decían: “Tiene un demonio”. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe y dicen: “Es un borracho y un comilón, amigo de publicanos y pecadores”. Mas la sabiduría se ha justificado con sus obras[1]>>.


[1] Mateo 11, 16-19