Hoy, al hilo de los resultados de
las últimas elecciones municipales y autonómicas, quiero hablar del camino
estratégico que sigue el comunismo para llevarnos al abismo. Es posible que
haya quien al leer estas líneas piense que estoy un poco paranoico. No, no lo
estoy en absoluto. Quien me conozca lo sabe. Simplemente estoy bien informado a
este respecto. Y no porque haya leído mucho, que no es el caso, sino por lo que
he vivido. Creo que en alguna otra entrada comenté que en mi juventud fui
comunista. Y no sólo en mi época de estudiante, sino también en los primeros
años de mi carrera profesional, trabajando en una empresa que se llamaba
Dimetal S.A. Allí formé parte del primer comité de empresa de España que se
constituyó de espaldas al, y en contra del, sindicato vertical. No es motivo de
estas líneas explicar mi proceso de “conversión”, que tuvo lugar allá por el
año 1977, del comunismo radical a la fe en el libre mercado y en el capitalismo.
Quizá en otra entrada lo haga. Si digo lo anterior es para explicar que he sido
cocinero antes que fraile y que a mí no es fácil que esta gente me la de con
queso.
Y ahora voy a tener que escribir
de un personaje del que ya he escrito en otras ocasiones. Se trata de Antonio
Gramsci. Perdonadme si me repito, pero me remito a unas palabras de Marcel
Proust que decía: “Todo está ya escrito,
pero como nadie escucha, hay que repetirlo todo cada día”.
Antonio Gramsci fue Secretario General
del Partido Comunista de Italia en la época de Mussolini. Estuvo diez años en
las cárceles de la dictadura fascista y allí tuvo tiempo para pensar y
escribir. Y a fe que lo hizo. Dejó plasmadas en unas cinco mil páginas,
llamadas “Los cuadernos de la cárcel”, la estrategia que según él debería
seguir el comunismo para implantarse en las sociedades avanzadas y
democráticas. Adiós a la lucha armada y a cosas por el estilo. El nombre del
juego era hacerse con los resortes de los medios de comunicación, de la
cultura, de la universidad, de la judicatura, de los medios religiosos, etc.,
creando así un estado de opinión pública y de desarme intelectual y cultural que
acabase con la cultura cristiana-occidental, que es la base de la democracia y
del capitalismo. Sí, identificó muy claramente a la Iglesia católica como el
principal baluarte de la cultura occidental y, por lo tanto, como el principal
enemigo a batir. Pero, naturalmente, este juego no había que hacerlo frontal,
sino subrepticiamente, muy poco a poco. Lentamente, pero con una estrategia a
largo plazo implacable. Hacerlo frontalmente sería poco inteligente y si algo
le sobraba a Antonio Gramsci era inteligencia. Se trataba de hacerlo mediante
la infiltración suave, de forma que ninguno de esos infiltrados pudiese pensar
que era víctima de semejante manejo, a no ser que fuese un “iniciado”. Se les
llamaba “tontos útiles” o “compañeros de viaje”. Por supuesto, compañeros de
viaje de los que había que librarse al llegar a la estación término. Seguramente
que si miráis un poco al mundo de hoy, encontraréis algún (o muchos) ejemplo de
este proceso de infiltración en distintos estamentos. Un fruto de este proceso
de infiltración –no un “compañero de viaje”, sino un actor protagonista del
proceso, un “iniciado”– se llama Pablo Iglesias. Tsipras es otro y, al otro
lado del Atlántico, Nicolás Maduro o Evo Morales también lo son. Si la lucha de
clases había quedado superada por la creación de riqueza del capitalismo y
sonaba ridículo hablar de ella, se inventaron otras luchas revolucionarias más
sutiles: La ideología de género, el orgullo gay, el feminismo extremista, el indigenismo
en Latinoamérica, el ecologismo radical, etc. Cualquier causa de protesta,
cualquier descontento, que tuviese un aroma, aunque fuese remoto, de justicia,
debía ser infiltrado y utilizado inmediatamente. Se trataba también de crear
mitos. Cosas con un fondo de verdad, exageradas hasta la caricatura y repetidas
tantas veces, hasta la saciedad, por los estamentos infiltrados, que llegasen a
ser dogmas de fe, de forma que el que los negara se pusiese en evidencia, en
peligro del ridículo y de desprestigio intelectual. Por otro lado, era
necesario que todo aquél que denunciase la manipulación fuese mirado como un
paranoico. Había que crear “la ciudad alegre y confiada” en la que “esas cosas
que pasan en sitios como Venezuela, no nos pueden pasar a nosotros”. Por
supuesto que nos pueden pasar y, si nos pasan, la salida del túnel nunca tarda
menos de 60 o 70 años y el paisaje que hay al salir es el de tierra quemada.
La socialdemocracia es un
interesante caso de “compañeros de viaje”. Esta ideología siempre,
históricamente, ha contado con el desprecio de la izquierda radical. Pero ha
sido usada por ella como una punta de lanza. Un medio para abrir una brecha en
el sistema de libre mercado. Una manera de crear desequilibrios por un exceso
de gasto público y de la consiguiente deuda. Desequilibrios que sin duda
crearán descontento cuando haya que arreglarlos. Descontento que sabrá
aprovechar la izquierda radical. Siempre que la socialdemocracia, en cualquier
momento de la historia, bajo cualquiera de sus múltiples formas, ha intentado
colaborar con la izquierda radical, ha sido engullida por ésta. Esa es su
especialidad. Los mencheviques fueron desplazados por los bolcheviques bajo la
batuta de Lenin, las juventudes socialistas se hicieron pronto comunistas por
los buenos oficios de Santiago Carrillo, etc. Los radicales siempre saben dar
buena cuenta de los moderados ingenuos. Desde luego, la izquierda radical
siempre ha tenido sus topos dentro de la socialdemocracia. Zapatero ha sido el
último de ellos. Su “casual” acceso a la Secretaría General del PSOE, su
desbocado gasto público y déficit, su carga de profundidad en la unidad de
España con las concesiones incondicionales a los nacionalismos, culminando en
el Estatuto de Cataluña, su ataque a las normas morales más básicas y a la
Iglesia, etc. son una clara muestra de ello.
Confieso no haber leído “los
cuadernos de la cárcel”. Pero puedo decir en mi descargo que es prácticamente
imposible. Son cinco mil páginas difíciles de leer porque son bastante
desorganizadas, en las que los temas se entrecruzan entre sí, se interrumpen
con largos circunloquios yuxtapuestos, retomándose a menudo los temas, pero
olvidándose algunos. Además, la izquierda no tiene ningún interés en que se
publiquen. Supondría dar a conocer su estrategia a todo el mundo, lo que la
haría inútil. Yo he podido encontrar únicamente fragmentos en internet. La
publicación de un compendio comentado y temáticamente ordenado de “los
cuadernos” sería un gran servicio a la cultura y a la humanidad. Ahí está
lanzado el guante para los eruditos.
Pero, si bien no he leído “los
cuadernos”, he tenido la ventaja de que lo he vivido. Cuando en mis años
semimozos militaba en la izquierda radical, no sabía siquiera de la existencia
de Gramsci, pero sabía que había que disfrazarse de eurocomunistas demócratas
para iniciar el proceso. Pero, ¡por favor!, se decía, que nadie confunda la
estrategia con la convicción. Sabríamos esperar. Teníamos un plan histórico.
Por aquel entonces en el partido comunista de Italia estaba Enrico Berlinguer,
en Francia Georges Marchais, en España, asomaba la peluca Santiago Carrillo,
todos eurocomunistas. Pero en Portugal, tras la revolución de los claveles, en
1974, el líder comunista era Álvaro Cunhal. Como creía que en Portugal se daban
“las condiciones objetivas” para quitarse la careta, se la quitó y hablaba
abiertamente de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado, etc.
La consigna era abominar de Cunhal en público, pero internamente era la gran
esperanza, el espejo en el que mirarse, la luz de lo que un día podría ocurrir
en el resto de Europa. Recuerdo el regocijo que creaba la profunda crisis del
petróleo de 1973 que, por fin, iba a demostrar que el capitalismo tenía los
días contados víctima de sus propias contradicciones y que se procuraba agravar
con huelgas políticas revolucionarias. Nos decíamos que para conseguir los
fines propuestos no había ningún freno moral, puesto que todo se hacía para
conseguir el paraíso comunista y eso lo justificaba todo. Sin leer una línea de
Gramsci, estos ojos lo han visto esto y estos oídos lo han oído. De forma que,
como he dicho antes, a mí es muy difícil que me la den con queso. Como son
difíciles de engañar Federico Jiménez Losantos (aunque no sea santo de mi
devoción) o Pío Moa, también cocineros antes que frailes. Cunhal fracasó, lo
que llevó a reflexionar sobre la necesidad de ser más prudentes y tener más
paciencia para no ver las “condiciones objetivas” antes de tiempo. También
fracasó estrepitosamente el comunismo real (esto ocurrió después de mi
“deserción” pero os aseguro que lo predije antes de que pasara). Pero el hecho
de que el comunismo real hubiese costado la miseria y la muerte de millones de
personas, no importaba en absoluto. La ideología izquierdista radical considera
la miseria económica como la travesía del desierto que hay que pasar para
llegar al paraíso comunista, y a los que la sufren, carne de cañón para la
batalla. Por supuesto, sus líderes no pasan por ese desierto, o lo hacen por pasillos
de vida lujosa y alfombras rojas únicamente para ellos. Y si al sistema capitalista
occidental no se le puede vencer frontalmente con la economía comunista, el
objetivo es arruinarlo para que se cumpla la profecía, siempre fallida, de que
sus propias contradicciones acabarían con él. Una vez arruinado, quedaría
allanado el camino al paraíso comunista. If you can’t beat it, destroy it,
podríamos parafrasear el conocido aforismo americano. Así son las ideologías, un
filtro que impide ver la realidad y sólo admite la representación ideológica de
la misma. Aunque, por supuesto, los líderes se protegen muy bien de la tragedia
que quieren crear. Por tanto, no hay que confundirse. Para la izquierda
radical, el objetivo no es crear riqueza y repartirla, sino crear pobreza para
demostrar la inviabilidad del capitalismo y tener una nueva oportunidad de
traer su paraíso comunista. Esto hay que tenerlo muy en cuenta cuando se piensa
en lo que hará o no hará si llega al poder. Hará exactamente lo contrario de lo
que sería económicamente sensato, porque ese es su objetivo. No verlo así es no
entender el problema.
Grecia, salvo que la UE se baje
los pantalones, saldrá del Euro porque eso es lo que quieren forzar. Por
supuesto, quieren hacerlo rasgándose las vestiduras, diciendo lo injusta que es
la UE y criminalizándola. Y si Grecia sale del Euro, creo que la Unión
Monetaria seguirá adelante sin problemas insalvables. España, si llega a
gobernar la izquierda radical, también tendrá por objetivo salir del Euro, tras
haber colgado a los órganos de gobierno europeos el cartel de malvados
criminales, naturalmente. Pero la Unión Monetaria no podrá soportar la salida
de España sin hundirse, con consecuencias nefastas para la economía mundial.
Ese es, precisamente, el objetivo, no nos confundamos.
Y, ¿cuáles son los mitos que el
gramscismo ha creado en España para llegar a esto? Sé que, como voy a ir contra
esos mitos conseguiré lo que quieren que se crea los que los han creado. Que
soy un ingenuo, un paranoico o un condescendiente con la corrupción. El epíteto
de paranoico ya lo tengo ganado con lo que he dicho. Vamos con el de ingenuo.
El mito es: Mariano Rajoy es
idiota y lo ha hecho todo mal. Por supuesto, los mitos de la izquierda radical,
para ser explotables no pueden ser del todo falsos. Mariano Rajoy ha hecho
bastantes cosas mal y sería capaz de enumerarlas como cualquier español con dos
dedos de frente. ¿Una muestra? No abordar la racionalización de la
administración pública, no atreverse a ir contra la ley Aído del aborto, seguir
adelante con la instrumentalización del poder judicial, etc. Pero, a pesar de
esto, creo que, viendo las cosas con objetividad lo ha hecho de suspenso en
algunas cosas, de sobresaliente bajo en lo económico y de aprobado alto de
promedio. Ya oigo los pitos, pero me da igual. No, no soy del PP. No, no le
debo nada de nada al PP. No, no soy un ingenuo. Pero el hecho incontrovertible
es que cogió un país abocado a la ruina, económica, ética y política, por la
estrategia oportunista del topo Zapatero que dejó a España convertida en el
hazmerreír del mundo occidental y respetada sólo por los países bolivarianos. Y
es también un hecho evidente que en estos momentos la economía española está
creciendo, según muchos expertos, al 4%, siendo el país que más crece de Europa
y respetada por los inversores internacionales y los políticos de la UE. Claro,
los necesarios recortes o la imprescindible reforma laboral han sido explotados
hasta la saciedad por la demagogia barata izquierdista y coreada por el coro de
los grillos que cantan a la luna. Por supuesto, aunque la economía crezca junto
con el consumo y el paro baje, la mejora no ha llegado a la calle, grita la
propaganda. Además, para eso coro de grillos, la economía tiene una importancia
secundaria, casi no pondera en la nota (es más, les jode que lo haya hecho
bien), mientras que las libertades populares de la calle, sean lo que sean, son
infinitamente más importantes. Y no ha sido difícil indignar a la calle
brindando lamentables espectáculos como el movimiento 15 M o la batalla campal
con las fascistas fuerzas de orden público. Por si fuera poco, Rajoy es un
mentiroso que ha subido los impuestos cuando prometió bajarlos antes de conocer
el erial que heredaba. A mí me los ha subido y mucho pero, mira, me doy por
bien engañado. Mientras Artur Mas clamaba por el referéndum, él ha demostrado
que no tiene ninguna imaginación para buscar alguna rocambolesca “solución
política” para las que le sobraba imaginación a Zapatero. Es un débil, porque
no sacó a la policía a la calle para la charada del referéndum callejero. Etc.,
etc., etc. Y estas cosas repetidas de acuerdo con la estrategia gramsciana por
todos los estamentos infiltrados, ha calado. Veredicto: Es uno de los peores
Presidentes del Gobierno que ha tenido España. Casi tan malo como Zapatero, he
oído decir a personas que se supone que deberían ser sus votantes pero le han
castigado con una patada en mi culo, en el culo de toda la gente con dos dedos
de frente. ¡Por favor!, un poco de sentido común.
Y ahora me lanzo a que se me diga
que soy condescendiente con la corrupción. Vamos con el mito de la corrupción.
Por supuesto, y por desgracia, que hay corrupción en España. Pero no más de la
que, también por desgracia, ha habido en los últimos cincuenta años. Lo que ha
pasado es que el filtro de la corrupción se ha estrechado hasta llegar a formar
un tamiz tan fino que nada pasa por él. Esto, que es algo bueno en sí mismo y a
largo plazo, ha creado una inmensa acumulación de mierda maloliente aguas
arriba del filtro, que ha sido explotada por la izquierda radical, que se
presenta como epítome de la limpieza y la transparencia. Pero este proceso de
estrechamiento del filtro no ha sido espontáneo. Jueces ideologizados
políticamente se han ocupado de ello. Por supuesto, el poder conservador ha
reaccionado con el mismo sistema. Lo que ocurre es que cuando los conservadores
entran en ese juego, le hacen el caldo gordo a la izquierda radical. Porque lo
importante para la estrategia gramsciana es que se cree el clima de total y
absoluta desconfianza hacia los políticos de “la casta”, sea esta conservadora
o socialdemócrata, para que la “impoluta” izquierda radical se presente como
mesiánica. Pero, además, la izquierda, en este caso socialdemócrata, ha sabido
hacer que su corrupción tenga una vertiente de maná, de lluvia fina, también
corruptora, sobre el electorado. “Bueno, mientras junto a los ERE’s esté el PER
y otras corruptelas populares similares, miremos para otro lado”, dicen muchos
votantes de izquierdas de Andalucía, mientras los de otras partes anhelan que
ese maná les llegue también a ellos. Y lo que sufre con esta
instrumentalización del poder judicial son el Estado de Derecho y la seguridad
jurídica que son la base de la estabilidad política y de una economía sana.
Pero ni una ni otra le importan tres caracoles a la izquierda radical. Es más,
detestan ambas cosas. Como no podía ser de otra manera, estoy radicalmente en
contra de la corrupción y aplaudo el estrechamiento del filtro, pero no sus
causas, la forma de hacerlo y los fines que persigue la izquierda radical, que
no son la regeneración, sino acabar con la gobernabilidad y conseguir de esta
manera hacerse con el poder. Ese estrechamiento del filtro debe conseguirse con
el ejercicio de los principios y las reglas democráticas. Y no conviene olvidar
que, como dijo Lord Acton ya en 1887, “el poder corrompe, pero el poder
absoluto corrompe absolutamente”.
Pero bueno, ya lo hemos
conseguido en parte: ¡Viva el cambio! ¡Viva el fin del bipartidismo! ¡Viva la política
de la calle! ¡Viva el populismo! Ya hemos conseguido un país casi ingobernable.
Pero, ojo, no perdamos de vista que detrás de todas estas cosas viene la ruina
económica buscada activamente por la izquierda radical. Y que el camino, una
vez sobrepasado ciertos límites, es un camino sin retorno. Todavía tenemos por
delante las elecciones generales. Aunque se produjese un claro triunfo
conservador, España ya sería un país difícilmente gobernable por el delirante
sistema de autonomías que nos hemos dado. Pero si no se produce… el diluvio.
Creo que estamos todavía a tiempo. Pero creo que tras los siete años del topo
Zapatero, en el momento en el que estamos recuperándonos tras varios años de
sangre, sudor y lágrimas, cuatro nuevos años de gobierno de una
socialdemocracia minada por una izquierda populista y radical, o de un gobierno
radical apoyado por la compañera de viaje de la socialdemocracia, nos llevaría
más allá del punto de no retorno.
Me siento un poco víctima de la
maldición de Casandra. El dios Apolo se enamoró de la bella Casandra, hija del
rey Príamo de Troya y, para conquistarla, le regaló el don de la profecía. Pero
ella le rechazó. Como ya no podía quitarle el don, hizo caer sobre ella la
maldición de que nadie la creyese. Cuando los griegos regalaron a los troyanos
el famoso caballo, Casandra sabía que era una trampa terrible y se desesperó
diciendo a los troyanos que no lo metiesen en la ciudad, sino que lo quemasen.
Pero éstos no le hicieron caso. El final de la historia ya lo sabemos. Fue Troya
la que ardió. Pero Casandra, al menos, pudo hacer llegar su voz de alarma a
todos los troyanos, aunque no la creyesen. Me temo que yo no seré capaz de
hacer llegar mi grito de alarma más que a un pequeñísimo porcentaje de “la
ciudad alegre y confiada”, que no quiere oír cantos agoreros que le quiten la
modorra. De los que me oigan, muchos no me harán caso, otros me tomarán por
paranoico, idiota, ingenuo o contemporizador con la corrupción, como prevé la
estrategia gramsciana. Pero si alguno me oye, y no me considera ni paranoico,
ni idiota, ni ingenuo, ni contemporizador con la corrupción, entonces, le pido
que divulgue estas páginas. Gracias.
Yo sol odigo una cosa, hay que dar un voto de confianza, es decir los 100 días, después ya se verá.
ResponderEliminarHola Pedro Francisco, soy Tomás. Eres muy libre de darles el voto de confianza que quieras durante el tiempo que quieras, pero no te dejes engañar. A lo mejor para cuando te des cuenta que no merecen tu confianza ya te la han dado con queso. Yo, como les conozco como si les hubiera parido, y sé su estrategia no les doy ni un segundo de confianza, ni el pan ni la sal.
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