Soy hijo de la Iglesia y, por lo tanto,
la quiero y la considero Madre y Maestra. Pero, como ocurre con un hijo adulto
que quiere, respeta y toma en gran consideración a su madre, hay cosas en las
que discrepo de ella y es, además, lícito y hasta sano que discrepe en según
qué cosas. Cuando se considera el magisterio de la Iglesia y su importancia y
grado de vinculación debida para uno de sus hijos hay que considerar dos
aspectos.
Primero, la forma en la que ese
magisterio se expresa. No es lo mismo una opinión de un sacerdote que una
declaración ex-cátedra de un Papa. Lo primero no merece más grado de adhesión
que la credibilidad y sentido común del sacerdote que expresa la opinión. Lo
segundo exige adhesión y, en caso de no darla, el hijo se declara pródigo.
Entre estos dos extremos hay una infinita variedad, tanto en cuanto a la
persona que expresa su opinión como en cuanto al documento declarativo en el
que se expresa. La persona puede ser desde un sacerdote hasta el Papa y el
documento tiene degradés que van desde una declaración dogmática ex cátedra o,
bajando en la escala, una encíclica, una exhortación apostólica, una carta
pastoral o un motu proprio[1].
Segundo aspecto, el contenido de la
declaración. No es lo mismo, que el documento, tenga el grado de importancia
que tenga, hable sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía que que hable de
la mayor o menor bondad de un determinado sistema económico. El primero afecta
directamente al núcleo más profundo de la doctrina y el segundo, a cuestiones
aledañas a la fe y la moral que requieren, además, un sólido conocimiento para
que la opinión sea tenida en cuenta.
La Doctrina Social de la Iglesia se ha
expresado de muchas maneras a lo largo de la historia. Desde cartas, libros,
consejos, etc. de teólogos morales del siglo XVI o XVII –o, por supuesto,
anteriores–, que también son DSI, hasta encíclicas, que empezaron a formar
parte de esta DSI a partir de que León XIII publicara la Rerum Novarum en 1891.
No hay, que yo sepa, ningún documento de rango superior a una encíclica que
forme parte de la DSI, y, desde luego, nunca, ningún Papa ha hecho una
declaración ex cátedra sobre este tema, ni la hará nunca. Incluso, dentro de
los documentos que se consideran parte de la DSI, hay cuestiones que hablan de
los principios morales básicos como el no robar, el ser equitativo y justo, la
obligación de practicar la caridad cristiana con los débiles, etc., mientras
que también hay opiniones sobre distintos sistemas económicos concretos.
Evidentemente, dentro de un mismo documento, los primeros tienen mayor
importancia y obligan más en conciencia que los segundos. Pero dado que, en
general, los medios de comunicación y las personas dan más peso a los segundos,
estos saltan a la palestra de discusión pública más que los primeros, aun
siendo menos importantes y vinculantes.
Como consecuencia de esto, la DSI se ha
convertido en una mezcla tremendamente heterogénea de principios básicos importantes
y de opiniones que distintos miembros de la jerarquía eclesiástica, del Papa para
abajo que tienen. En los primeros, como no podía ser de otra manera, hay una
coincidencia generalizada entre todos los documentos. En cambio en los segundos
hay muy distintas orientaciones según el Papa u Obispo que las sustenten. Y a
menudo hay divergencias importantes. Ni que decir tiene que mi adhesión a los
primeros es total mientras que respecto a los segundos me siento con total
libertad de expresar mis creencias, basadas en mi formación económica y en mi
razón.
Por aquello de que la difusión de los
contenidos de estas últimas, las opiniones, están sesgadas por las corrientes
socio-políticas, las que más difusión tienen son las que contienen opiniones
que van contra el capitalismo y, más en general, sobre el liberalismo
económico.
Mi conocimiento del contenido de la DSI
es limitado. Conozco una buena parte de la misma anterior a la Rerum Novarum,
más específicamente, de la Escuela de Salamanca –que es también DSI– y me he
leído todas las encíclicas consideradas como parte de la DSI, desde la Rerum
Novarum de León XIII hasta la Laudato Si de Francisco. No es mucho, pero
tampoco poco, y estoy convencido de que es más de lo que conoce de ella el 90%
de la gente que opina. De ese conocimiento extraigo varias conclusiones.
1ª
La DSI da un giro copernicano a finales del siglo XIX, cuando empiezan las
encíclicas sobre ella. De una visión liberal de la economía por parte de la
Escuela de Salamanca, se pasa a una visión que es, a menudo, crítica contra el
liberalismo económico. Y esto ocurre por dos motivos: a) El ataque a la Iglesia
del pensamiento liberal, en un sentido no económico sino científico - filosófico, y b) la aparición del
proletariado y de las ideas marxistas. Es comprensible. El pensamiento
cientificista e ilustrado decimonónico, en su forma más radical, desconectó
absolutamente fe y razón y pretendía reducir la fe a la irracionalidad y, por
lo tanto, al campo de lo superfluo e innecesario, cuando no de lo supersticioso,
perjudicial para el progreso humano. La Iglesia hizo bien en reaccionar contra
esta visión radical de la Ilustración, si bien en ciertas ocasiones, como el
Syllabus de Pío X, se pasó más de tres pueblos en su reacción. Además, en esta
reacción, en mi opinión demasiado furibunda, metió en el mismo saco el
liberalismo económico y el filosófico - moral. Cosa que no debe confundirse,
porque hoy en día, los liberales más radicales en el sentido filosófico son más
bien de izquierdas en lo económico, mientras que los liberales en lo económico,
suelen ser enormemente más moderados, e incluso conservadores, en lo moral. En
cuanto a la aparición del proletariado se refiere, no cabe duda de que cuando
se ven las condiciones de vida en las que vivía la clase proletaria en las
primeras fases de la revolución industrial, se le encoge a uno el corazón. Pero
esa visión tiene mucho del sesgo que podríamos calificar como “ojos que no ven,
corazón que no siente”. Porque lo que no se veía, por estar distribuido y
enterrado, era el sufrimiento y las terribles condiciones en las que se vivía
en el mundo rural antes de la revolución industrial. Lejos del bucolismo que a
menudo envuelve esta visión, la gente vivía en condiciones terribles y era muy
común que masas ingentes de personas muriesen de hambre si las cosechas no eran
buenas. Eso sí, esos sufrimientos y muertes eran “invisibles” y “anónimas”,
pero no menos terribles de los que vienieron con los albores de la revolución
industrial. De hecho, la gente emigraba en masa a las nuevas oportunidades que
ofrecía el trabajo fabril en las ciudades. Y no lo hacía, como ocurriría más
tarde en la esfera comunista, empujada en masa a la fuerza por mor de un
experimento social. No. La gente se iba a la ciudad y a las fábricas
libremente, en busca de mejores oportunidades. Y por muy dura que fuese la vida
a la que se incorporaban, era mejor que la que tenían, y fue el efecto llamada
el que hizo que millones de personas se desplazasen libremente del campo, que
no tenía nada de bucólico, a las fábricas situadas en las ciudades. Pero eso
hizo que el sufrimiento de esas masas dejase de ser “invisible”, “anónimo” y desunido,
a ser “visible” y perceptible en masa. Y, a su vez, esto dio pie a que esas
masas proletarias se organizasen y a que apareciesen los movimientos sociales
de distintas inspiraciones –Saint Simon, Fourrier, etc.–, despreciadas por Marx
y fagocitadas posteriormente por el “socialismo científico” marxista. La
Iglesia, que veía cómo enormes masas de fieles se iban tras la ideología
marxista, de carácter ateo, reaccionó de una manera a mi modo de ver ambigua. Mientras
condenaba radicalmente el comunismo, fue permeada, en gran medida por su visión
social, adoptando, aun parcialmente, algunas de estas visiones y, en un
intento, vano, de evitar estas deserciones copió las tácticas del enemigo. Y
esto dejó su huella en la DSI
2ª
A pesar de lo dicho anteriormente, la DSI siempre y sin paliativos ha condenado
el comunismo, mientras que ha mantenido una postura ambigua respecto al libre
mercado/capitalismo, en la que se advierten tiras y aflojas, dudas, contradicciones,
sin que, en ningún momento, haya condenas ni remotamente tan tajantes como las
dirigidas al comunismo. Si exceptuamos al actual Papa, Francisco –de su postura
hablaré más adelante–, se percibe en las encíclicas sociales, una tendencia, no
rectilínea, desde luego, hacía una admisión cada vez más clara del sistema de
libre mercado, sin atreverse nunca a dar el paso definitivo.
Me
voy a permitir presentar tres citas literales de tres pontífices en tres
encíclicas sociales. Me refiero a Pío XI en su “Quadragesimo anno”, Juan Pablo
II en su “Centesimun annus” y Benedicto XVI en su “Caritas in veritate”. En las
tres se da una aprobación explícita al mercado y la economía basada en él, al
tiempo que se amonesta a los católicos a practicar la justicia y la caridad.
Pío
XI, en su “Quadragesimo anno”, en sus números 50 y 51, dice:
“[…] tanto la
Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con un
lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto
gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad.
Ahora bien,
partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum.
Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales
para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este
trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe
considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente
apropiada a las necesidades de los tiempos”.
Es
muy enriquecedora la lectura de la encíclica de Juan Pablo II “Centesimus
annus”, la última de sus encíclicas sociales. Es el resultado de la destilación
de sus ideas económicas tras 14 años de pontificado. Se percibe en ellas una
evolución, a medida que, tras salir del ámbito del comunismo, iba conociendo
cada vez mejor la economía de libre mercado. Hay dos capítulos en esta última
encíclica social suya que merecen especial atención: El capítulo III bajo el
título de “El año 1989” y el IV que
se titula “Propiedad
privada y destino universal de los bienes”.
En el primero de ellos hace una de las críticas más duras que nunca he leído
del comunismo, tanto en su faceta ideológica como en sus resultados prácticos.
En el otro lleva a cabo un profundo análisis de la economía de libre mercado en
la que reconoce el justo papel de los beneficios y las bondades de la
globalización y del desarrollo tecnológico. Todo el capítulo merece una atenta
lectura. En general es una aprobación del sistema de libre mercado, aunque con
importantes llamadas de atención a posibles desviaciones del mismo que, en
realidad, son factores espúreos que impiden su buen desarrollo pero que de
ninguna manera son parte esencial del sistema. Merece especialmente la pena leer
entero el nº 33 de este capítulo. No me puedo resistir a citar textualmente el
párrafo 4 de este largo nº 33 en el que dice:
“En
años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres
dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza
exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto
que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y
retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países que han
logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas
a nivel internacional. Parece, pues, que el mayor problema está en conseguir un
acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio
unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la
valoración de los recursos humanos”.
Ya
cerca del final de este capítulo, Juan Pablo II concluye con una pregunta a la
que da respuesta. Transcribo a continuación su pregunta y su respuesta:
“Volviendo ahora a
la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del
comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén
dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y
su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países
del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?
Es importante ver el profundo sentido de la pregunta. Se
pregunta si el capitalismo es el que puede sacar al Tercer Mundo de la pobreza
y llevarle a la senda del verdadero
progreso económico y civil. Tiene miga la pregunta. Veamos la respuesta:
La respuesta
obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico
que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la
propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de
producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la
respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía
de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por
«capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito
económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta
es absolutamente negativa”.
En las dos últimas citas se puede ver lo que he dicho
anteriormente: una aceptación del sistema de libre mercado –al que le asusta
llamar capitalismo– acompañadas de unas reservas sobre aspectos que no forman
parte, de ninguna manera, de la esencia del capitalismo sino que más bien son
cosas que impiden su verdadero desarrollo. Porque el “acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el
principio unilateral de la explotación de los recursos naturales”, es la
esencia del libre mercado –por eso se llama libre– y los primeros que queremos
que así sea, somos los que defendemos este sistema económico. El último párrafo
citado es, a mi entender, una de las mejores definiciones del capitalismo que
he leído, mientras que el párrafo cautelar de prevención que le sigue, es una
premisa que también asume el capitalismo, porque es una de sus principales
condiciones de necesidad la existencia de un marco de seguridad jurídica que
debe ser igual para todo el mundo, dueños del capital, por supuesto, incluidos.
De hecho el capitalismo sólo fue posible cuando se dieron en algunas
sociedades, la inglesa en primer lugar, estas condiciones de seguridad
jurídica, y del “rule of law”. Capitalismo, seguridad jurídica e igualdad de
todos ante la ley son cosas inseparables. El primero no funciona sin el
segundo. De ahí que no se pueda desarrollar en muchos países en los que esta
“rule of law” brilla por su ausencia. Esta ausencia lleva a algo que no es
capitalismo ni libre mercado, sino la imposición, por parte de una minoría
extractiva dueña del poder político, de un marco legislativo contrario a todas
las libertades, entre ellas a la de libre emprendimiento. Yo llamo a esto
“capitalismo de compinches[2]” que, a pesar del nombre
no tiene nada de capitalismo, puesto que niega su misma esencia. Considerar que
por llamarlo así se admite que es una forma de capitalismo es como pensar que
cuando se llama al comunismo capitalismo de Estado se entiende que el comunismo
es una variante del capitalismo. Ni uno ni otro lo son. Muy al contrario, son
su negación.
Para acabar con las citas lo hago con un texto de “Caritas
in veritate” de Benedicto XVI, que en su nº 36 dice:
“Es verdad que el mercado puede orientarse en
sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta
ideología que lo guía en ese sentido. No se debe olvidar que el mercado no
existe en estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo
concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser
instrumentos, pueden ser mal utilizadas cuando quien las gestiona tiene sólo
referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de
por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón
oscurecida del hombre, no el medio en cuanto a tal. Por eso, no se deben hacer
reproches al medio o instrumento, sino al hombre, a su conciencia moral y a su
responsabilidad personal y social”.
Más claro, agua.
Me queda por abordar el caso del Papa Francisco. Tengo un
enorme respeto y admiración por este Papa cuando habla de la necesidad de
proteger a los más débiles, viendo en ellos la carne de Cristo, de forma que se
puedan aliviar sus necesidades más vitales y perentorias. Esto está dentro de
la tradición de la DSI. Pero cuando dice cosas tan directas y brutales contra
el sistema capitalista, como que este sistema mata y otras cosas por el estilo,
es evidente que su desconocimiento del sistema es total. Peor aún. Como
sudamericano que es, lo que conoce es lo que más arriba he llamado “capitalismo
de compinches”, en los que dictadores y tiranos de uno y otro signo, han usado
su poder para evitar crear la seguridad jurídica necesaria que permita a los
ciudadanos más pobres de esos países acceder a crear empresas rentables con la
seguridad de que el fruto de su trabajo no les va a ser arrebatado. El
peronismo argentino, en el que el Papa ha crecido, es un claro exponente de ese
“capitalismo de compinches”. Aberración que se ha pretendido tapar con dádivas
estatales demagógicas que no solo han conseguido el empobrecimiento material de
la población, sino su empobrecimiento antropológico. Pero identificar ese
sistema con el capitalismo de libre empresa bajo el imperio de la ley, de una
ley igual para todos es un error bastante burdo. Ojalá Francisco tenga un
proceso como el de Juan Pablo II que le permita tener un conocimiento más cabal
de lo que es el libre mercado bajo el marco de la seguridad jurídica, es decir,
del capitalismo. Estoy seguro de que si recorriese este camino, su tono y sus
juicios hacia el capitalismo cambiarían. Ojalá.
Para terminar, quiero comentar dos cosas que me dan, una
pena y la otra rabia. La que me da pena se refiere a la cantidad de católicos
que llevados de lo que yo creo que es un buenismo de aceptación de mentiras
simples que suenan bonitas, tienen una actitud enormemente negativa hacia la
economía de libre mercado. Me gustaría que se adentrasen en el intento de
entender la verdad compleja de cómo el capitalismo es una impresionante máquina
de crear riqueza para masa ingentes de población y de hacer disminuir la
pobreza de forma significativa. Pero, cada uno es cada uno y respeto estas
opiniones aunque creo que son erróneas. Me gustaría, en las preces de las
Misas, en las que oigo pedir por todo tipo de personas e instituciones, en todo
tipo de situaciones, oír alguna vez una petición por los empresarios honestos
que con su esfuerzo y creatividad crean riquza y bienestar para millones de
personas. Nunca he oído algo así. Ahora, la rabia. Lo que me da rabia es que
haya católicos que se sienten con una como patente de corso para distribuir certificados
de buen catolicismo a diestro y siniestro. Y éstos aduaneros del catolicismo,
autonombrados veedores de la paja en el ojo ajeno, haciendo una lectura sesgada
de la DSI, tachan de malos católicos, casi casi de herejes, a los católicos que
creemos que el capitalismo y el libre mercado son la única posibilidad de crear
riqueza y hacer retroceder la pobreza, como ha hecho en los últimos 250 años.
¡Harto estoy de estos jueces hipócritas de conciencias ajenas!
[1] No soy ni mucho menos canonista
y no pretendo, por tanto que esta escala de documentos del magisterio de la
Iglesia sea exhaustiva ni que ese sea exactamente el orden de importancia de
los documentos. Pero la exactitud en este tema no afecta a lo que sigue.
[2] El término no es inventado por
mí y su sentido original está dirigido contra las llamadas “puertas giratorias”,
es decir, la inadmisible compra por parte del poder económico del favor del
poder político. La razón fundamental de que existan estas “puertas giratorias”
es el hecho de que el poder político tenga demasiadas atribuciones para
repartir prebendas, lo que hace que aparezca a su alrededor una nube de
“moscones” que buscan esas prebendas. Pero, una vez, más, el liberalismo
económico lo que persigue es, precisamente, que el poder político no tenga
atribuciones que le permitan “mangonear” y atraer a esos “moscones”. El sentido
que yo doy al término capitalismo de compinches queda expresado en el texto.
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