30 de abril de 2022

A toro pasado sobre el Domingo de la Misericordia

 El domingo pasado, día de la Misericordia divina estuve corto de reflejos. Como decía Forges en una de sus geniales viñetas: “Jo, estoy perdiendo reflejos a manta”. Me hubiese gustado colgar, ese mismo Domingo, un post sobre ese tema, pero se me pasó. No obstante, como toda fiesta tiene su octava y la octava de la de la Misericordia dura 365 días, estoy todavía a tiempo. Lo que cuelgo es la despedida del libro “Al sueño de la muerte hablo despierto; cartas a poetas muertos”, del que os mandé la semana pasada la carta a Antonio Machado y, en breve os mandaré, como había anunciado en un envío anterior, la de Oscar Wilde. Ahí va:

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Madrid, 3 de Octubre del 2004

Despedida

Todas las cosas llegan a su fin en esta vida, y este epistolario también. No es que no me queden poetas a los que me gustaría escribir. Se quedan muchos en el tintero.

Me gustaría escribir a Blas de Otero por su primer libro de poemas, “Ancia”, primera y última sílaba de su primer poema; “Ángel fieramente humano” y del último; “Redoble de conciencia”, inicio de una intensa y fiera búsqueda de Dios, luego abandonada, a Rabindranath Tagore por su “Ofrenda mística”, a John Donne, por la transformación de su vida de libertino a místico y sus diecinueve “meditaciones divinas”, a Berruguete, por su retablo de la transfiguración de la Iglesia del Salvador del Mundo en Úbeda, a C. S. Lewis, a Antón Bruckner, a Graci Laso de la Vega, a Bergson, a Homero, a Kepler, a Jorge Manrique, a Josep Llimona, a Olivier Messiaen, a William Shakespeare y a muchos más con los que me gustará hablar cuando llegue al cielo, como espero de la misericordia de Dios. Me hubiese gustado escribirles, pero no creo que pueda ser. Hay que cerrar capítulo.

Cuando empecé a escribir estas cartas, no esperaba que el resultado fuese el que ha sido. Leídas todas juntas, seguidas, me parece que el resultado es un himno a la misericordia de Dios. No me desagrada en absoluto este inesperado resultado. Al contrario. Creo que la misericordia es la más grande de las virtudes, la que mejor puede curar al género humano de sus males. Creo en un Dios misericordioso que, antes de encarnarse, ya nos dijo “misericordia quiero, no sacrificios” y una vez hecho hombre siguió diciendo, “bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. No podría creer en otro Dios. Al empezar a escribir estas líneas de despedida, me di cuenta de la etimología de la palabra misericordia. Viene de miser; compasión y cordis; corazón. Quiere, por tanto, decir, “corazón compasivo”. Pero miser, significa también, miseria. “Corazón compasivo de las miserias”, podría decir excediéndome un poco en la filología. Me gusta. ¡Cuantas palabras oxidadas vuelven a adquirir su brillo si se vuelve a su sentido etimológico! Probemos: “Quiero un corazón compasivo con las miserias humanas en vez de sacrificios”. “Eternamente felices los que se compadecen en su corazón de las miserias humanas, porque sus propias miserias tendrán un sitio en el corazón compasivo de su Dios”. Nuestro Dios tiene un corazón sagrado y compasivo en el que se pierden todas nuestras inconfesables mezquindades. No está mal como epítome de este epistolario.

Antes he citado una larga lista de algunos poetas a los que me gustaría haber escrito y no lo he hecho. Hay en esa lista dos omisiones que no quiero dejar de resaltar. Los he omitido porque están en ella algunos de los que, por falta de tiempo, no de deseo, se han visto relegados. Pero a los dos que voy a citar ahora, les he intentado escribir varias veces y no he sido capaz. No he podido porque eran demasiado grandes para mí. Son los autores de tres de las obras más grandes que el espíritu humano haya sido capaz de alumbrar. Uno es músico. Llevó una vida sencilla y auténtica. Compuso la música para la Pasión según san Mateo y según san Juan. Era, nada más y nada menos, que Johann Sebastián Bach. Componía música para “laudatio Deo et recreatio cordis”, para “alabanza a Dios y recreo del corazón”. O, si seguimos con las etimologías, “recreatio”, puede ser volver a crear. Si fuese así, la música de Bach estaría escrita para volver a crear el corazón. “Yo cambiaré vuestro corazón de piedra por un corazón de carne”, nos dice la Escritura. Bach pretendía hacer de su música un instrumento de Dios para cambiar nuestro corazón en un corazón compasivo. Es una música creadora de misericordia.

El otro poeta al que no he sido capaz de escribir nos ha legado la más grande epopeya del más allá. Perdido en la tierra, Dios le concedió la gracia de conocer el infierno, el purgatorio y, por fin, el cielo. De él dice Péguy: “En ningún sitio, en el transcurso de su largo peregrinar pretende el autor ser un historiador o un geógrafo de los cielos y la tierra. Ni tampoco un visitante, un inspector o un turista –un grandioso turista, tal vez, pero un turista, al fin y al cabo. En ninguna parte presenta el poeta su peregrinación como un viaje, grandioso, sí, pero un viaje, a fin de cuentas. Nunca toma posición desde la barrera, para observar lo que ocurre delante de él, porque lo que sucede delante de él, es él mismo –es decir, concierne a su propia condenación o salvación. En ningún momento se coloca en la grada para ver pasar a los pecadores, porque los pecadores son él mismo. Esa inmensa multitud es lo que él mismo es en su interior, no algo que está fuera de él. Todo consiste en la orientación correcta de la humanidad, mirando de frente al Juicio final”. Me refiero, naturalmente, al Dante y a su “Divina comedia”. Ya aludí a él en la misma introducción de estas cartas y ha sido una obsesión a lo largo de toda la correspondencia. Quiero acabar este epistolario con la misma frase con la que él termina su odisea cósmica. Dante llega en su imaginación a la contemplación de Dios por intercesión de María. Y a María, por Beatriz, como Don Juan llegó a Dios por Doña Inés. Llega a contemplar al mismo Dios que ahora estáis contemplando todos vosotros, mis poetas. Y lleno de asombro y admiración, su mente no llega más que a balbucear unas maravilladas palabras para describir lo que ve. Después enmudece. Lo que ve es...

“El Amor, que mueve el cielo y las estrellas”.

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