9 de marzo de 2008

La tierra, nuestro pequeño gran nido

La vida es algo muy delicado. Es tan difícil que aparezca como que se mantenga. Sobre todo en sus primeros estadios de hebras de ARN desprotegido. Necesita de un nido que la arrope. Y ese nido es nuestra pequeña Tierra. Hay quien dice que no es más que un punto azul perdido en la inmensidad del cosmos. Es sólo la mitad de la verdad, o sea, una gran mentira. Nuestra Tierra es un sitio muy especial para permitir la vida. Sus peculiarísimas características permiten que nazca y la protegen de sus principales enemigos. Para nacer, necesita de una atmósfera, de agua líquida en abundancia y de carbono sólido, líquido y gaseoso. Para sobrevivir necesita estar protegido de tres enemigos: La lluvia de asteroides, los cambios climáticos y las radiaciones cósmicas.

Para tener una atmósfera como la que necesita la vida, un planeta debe tener un tamaño muy preciso y darse, además, un equilibrio inaudito entre su propio tamaño, el de la estrella anfitriona y la distancia del planeta a la misma.

Para proteger a la vida incipiente de la lluvia de asteroides, son necesarios muchos escudos. Uno de ellos puede ser un gran satélite. Otro tener dos planetas de tamaño parecido y relativamente próximos, uno más cercano y otro más lejano a su estrella. Otro más puede ser tener varios planetas gigantes en una orbita más externa pero suficientemente alejada como para no verse amenazado por su gravitación.

Para librarse de los bruscos cambios climáticos necesita una orbita casi circular, un eje de rotación enormemente estable –para lo cual vuelve a necesitar un gran satélite–, y un periodo de rotación alrededor de su eje muy corto en relación con la rotación alrededor de la estrella. Las dos primeras condiciones son muy excepcionales, la tercera, prácticamente imposible para un planeta demasiado cercano a su estrella. Otra vez, el efecto de un gran satélite salva a la Tierra.
Librarse de las radiaciones cósmicas destructivas es más complicado. En primer lugar la Tierra tiene que encontrarse lejos de las principales fuentes de radiación. O sea, estar lejos del mundanal ruido. Esto quiere decir: Lejos del centro de la galaxia –pero no demasiado cerca del borde, de donde podríamos ser arrancados por otra galaxia–, fuera de los brazos espirales de la misma y de los cúmulos globulares –lugares donde se están formando estrellas. Es decir lejos de donde están la inmensa mayoría de las estrellas. Pero esto no basta para conseguir la protección necesaria. Debe estar dentro de la onda de choque de una antigua explosión de supernova, es decir, como en un capullo. Pero, ineludiblemente, la vida tiene que estar cerca de su estrella madre y ella sola bastaría para acabar con su hija con su radiación cósmica, como en una versión feminista de Saturno devorando a sus hijos. Para protegerse, sólo hay una posibilidad; un fuerte campo magnético. Poseer semejante campo magnético requiere otras condiciones que serían largas de explicar y que son muy difíciles de cumplir.

Ningún planeta del sistema solar cumple con estas características salvo, naturalmente, la Tierra. Pero, ¿son estas características corrientes en otros sistemas planetarios? Hasta ahora, en todos los sistemas planetarios que se conocen, hay un planeta gigante en el lugar que debería ocupar un planeta que aspirase a tener vida. Sin embargo, el propio método que se usa tiende a descubrir sistemas planetarios con planetas gigantes muy próximos a su estrella, por lo que la muestra que conocemos es sesgada. Pero hoy en día, salvo los prejuicios que impulsan a querer encontrar vida en todas partes, parece que las estrella con sistemas planetarios que cumplan con estas características son altísimamente improbables. El que existan nos trae otra vez a la cabeza la palabra “diseño”. No sólo vivimos en un universo y una galaxia de diseño, sino que parece que también es de diseño nuestro sistema solar. Todo parece pedir, de nuevo, un Diseñador.

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