Hoy quiero comentar una película que vi el otro día en
la televisión por casualidad, mientras zapeaba. El título, del que nunca había
oído hablar era “disparando a perros”. Espero que me perdonéis que os destripe
la película, pero quien no quiera que eso ocurra porque va a verla (cosa que
recomiendo vivamente) que se salte lo que viene a continuación, hasta la letra
negrita del final.
Es una historia real situada en 1994, en el genocidio de
los tutsis de Ruanda por los hutus (no confundir con la famosísima “Hotel
Ruanda”). La acción ocurría en un colegio católico regentado por un sacerdote
católico, el P. Christopher. Un joven profesor inglés ha ido a dar clases a ese
colegio un mucho por filantropía y otro mucho por aventura y otro mucho para
sentirse bien consigo mismo. Al estallar la persecución de los hutus hacia los
tutsis, los alumnos de esta etnia acuden a refugiarse, junto con sus familias,
al colegio donde se ha acantonado una unidad de cascos azules de la ONU. Pronto
los sublevados hutus sitian el colegio, pero la protección de los cascos azules
parece brindarles cierta seguridad frente a lo que pasa en el exterior en donde
los tutsis son brutalmente masacrados. También unas monjas que tienen un
hospital cerca del colegio son violadas y asesinadas. Pero las fuerzas de la
ONU reciben la orden de abandonar la posición para salir del país. Esto deja al
P. Christopher al profesor y a todos los tutsis en una situación desesperada.
En el momento en que se sabe que los cascos azules se van a ir, el joven profesor
dice que no pueden hacer nada. El sacerdote afirma que sí puede hacer mucho:
confesar y celebrar Misa para que todos mueran en Gracia. La respuesta no
parece satisfacer mucho al joven que pregunta al sacerdote dónde está Dios. El
P. Christopher no contesta, confiesa, celebra la Misa y, sale a pedir a los
cascos azules que no se vayan o que, en todo caso, hagan varios viajes en sus
vehículos para evacuar a los tutsis, a lo que los soldados de la ONU no
acceden.
El joven profesor se va con los soldados con la bendición
del sacerdote que le dice que Dios tiene para él otro destino. Y, entonces
responde al joven diciéndole algo así como. “He visto dónde está Dios. Está
aquí, es cada uno de ellos y me ha elegido a mí para que sea una muestra de su
amor. Tengo una inmensa paz”.
Tras partir los cascos azules, el sacerdote, con la vieja
camioneta del colegio, sale con unos veinte chicos de los más de cien tutsis
que hay en el colegio. En el primer control se encuentra con uno de los alumnos
mayores del colegio, un hutu, enloquecido con el furor de la sangre. Logra
distraerle hasta que los chicos escapan por la selva. Pero su alumno hutu, tras
un momento en el que parece dudar de su proceder, le mata.
Y, ¿este rollo de contarnos una película, de qué va?
Pensaréis alguno con razón. Pues va de que ese mismo día, un amigo mío que
había hecho unos días antes unos ejercicios con un sacerdote Jesuita al que
había pedido un texto de Karl Rahner que les había leído en los ejercicios, lo
recibió y me lo mandó a mí. Al acabar la película abrí el mail y lo leí. Ahí
estaba la respuesta a la “inutilidad” de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo. Os lo copio a continuación.
“La resurrección de
Jesucristo es como la primera erupción de un volcán, que muestra que en el
interior del mundo ya arde el fuego de Dios, que lo llevará todo a la
incandescencia. Ya se levantan desde el corazón mismo de la tierra, en el que
penetró muriendo, las nuevas fuerzas de una tierra gloriosa. Ya están vencidos,
en lo más profundo de toda realidad, el pecado, la esterilidad, la muerte, y no
falta mucho tiempo para que toda la realidad, y no sólo el cuerpo de
Jesucristo, refleje lo que realmente ha sucedido.
Porque no comenzó
Jesucristo a salvar y glorificar el mundo por la superficie, sino por la raíz
misma, creemos nosotros, seres superficiales, que no ha sucedido nada. Porque
el agua del dolor y de la culpa todavía corre aquí donde estamos, nos
imaginamos que sus fuentes en lo profundo, no están aún agotadas. Porque la
maldad dibuja todavía ruinas en el rostro de la tierra, concluimos que en lo
más profundo del corazón de la realidad ha muerto el amor.
Pero todo no es sino
apariencia, apariencia que tenemos por realidad de la vida. No se da ya abismo
alguno entre Dios y el mundo. Jesucristo está ya en medio de todas las cosas
miserables de esta tierra. La desgracia se ha convertido en algo provisional y
en mera prueba de nuestra fe en el más íntimo misterio que es el Resucitado. El
más allá de todo pecado y de la muerte no está lejos, ha descendido y vive en
lo más profundo de nuestra carne. Desde entonces, la madre tierra da a luz sólo
a hijos que serán transformados. La resurrección de Jesucristo es el comienzo
de la resurrección de toda carne”.
Karl Rahner, Escritos
de Teología, vol. VII, Taurus Ediciones, Madrid 1969, p. 170.
Amén
Creo firmemente en eso. Espero anhelante en eso. Amo
con toda mi alma eso. Del genocidio de Ruanda hace ahora más de veinte años.
Pero sigue habiendo genocidios, sigue habiendo tántas guerras, tánta miseria,
tánto dolor en el mundo que esperan la sanación de la resurrección de Cristo…
Sé que mi oración acelera esta sanación. Que el fuego del interior de la tierra
aflore y lleve todo a la incandescencia. Que la sequía del dolor y la culpa que
ya se ha producido en lo profundo, alcance nuestro mundo. Que del corazón de la
realidad surja el amor que edifique sobre las ruinas de la maldad que causa
tánto dolor. ¡Ven Señor Jesús! ¡Ven!
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