Esta
increíble historia me ha sido relatada por uno de sus protagonistas: Fernando
Garrido Polonio, colega mío como profesor en la Universidad Francisco de
Vitoria. El otro protagonista es su hermano Miguel Ángel, un año mayor que él.
Como muchos grandes hallazgos, el mío de la historia que voy a contar se
produjo por casualidad. Estábamos desayunando juntos Fernando y yo, hablando de
otros asuntos cuando, casi de carambola y casi sin querer, me empezó a contar
esta historia. A medida que avanzaba mis ojos se iban poniendo como platos de
asombro y admiración. En un momento dado le pedí que me dejase tomar notas y me
diese autorización para escribirla, cosa que hizo amablemente. Como todas las
grandes historias, hay que remontarse a sus orígenes.
Junio
de 1941: Mariano Polonio, un joven de 19 años del pueblo toledano de Domingo
Pérez, se alista en la División Azul y parte para Rusia. Un año más tarde, su
familia recibe la noticia de que Mariano ha muerto en Rusia el 31 de Mayo de
1942, sin más detalles. Poco tiempo después reciben una pequeña caja metálica
con una estampa de la Virgen del Prado, patrona de Domingo Pérez, y una carta
del capellán de su regimiento en la que les dice que Mariano murió de un
disparo en el abdomen, sin orificio de salida, que fue intentado operar ese
mismo día, pero que no se pudo evitar que muriera. Nada más. El padre de
Mariano no puede superar el dolor y unos años más tarde sufre un derrame
cerebral que le produce la muerte. Le entierran con una lápida que, por
voluntad de la madre, recuerda en primer lugar al hijo, Mariano, con la fecha
de su muerte y sólo en segundo lugar el nombre del padre y la fecha de su
muerte. Poco después, la familia recibe la visita de un compañero de armas de
Mariano que les viene a dar el pésame, como se lo habían prometido mutuamente
Mariano y él. El que sobreviviera, si alguno lo hacía, iría a dar las
condolencias a la familia del otro. De la conversación con este compañero de
Mariano, la hermana de Mariano, madre de mi amigo Fernando Polonio, retiene el recuerdo verbal de que su hermano había
muerto en un pueblo que sonaba a algo así como “Puchini”. En la Navidad de 1971
la madre de Mariano enferma gravemente y poco antes de morir, en Enero de 1972,
sus últimas palabras fueron: “Sólo me
llevo a la tumba una pena; no saber dónde reposan los restos de mi hijo”.
Dos niños de 10 y 11 años, Fernando y Miguel Ángel Garrido Polonio, hijos de
una hermana de Mariano, oyen esas palabras y le prometen a su abuela moribunda
que, cuando sean mayores, irán a buscar el cuerpo de su tío Mariano, del que sólo
han visto fotos vestido de soldado, para traerlo a Domingo Pérez.
Pero
el tiempo todo lo anestesia y la promesa está a punto de caer en el olvido. Sin
embargo, los dos hermanos, con 20 y 21 años, estudiando Derecho en Madrid,
deciden saber algo más de lo que le pasó al tío Mariano y empiezan por leer
cosas sobre la División Azul. Leen y leen, investigan, pero sin mayores
hallazgos y sin renovar la intención de cumplir la promesa. En sus
investigaciones buscan algún pueblo de Rusia con una pronunciación españolizada
que se parezca a Puchini. Encuentran uno, cerca de lo que entonces era
Leningrado, que se llama Pushkin y piensan que como la División Azul estuvo
cerca de Leningrado, ese podría ser el lugar. Pero pronto se dan cuenta de que
no puede ser ahí donde murió su tío Mariano, porque la División Azul no fue
destinada al frente de Leningrado hasta Agosto del 42. Por tanto, en Mayo
tenían que estar todavía en su primer destino, cerca de Nóvgorod, unos 190 Km
al sur de Leningrado.
Tras
la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, en 1991, se abre la
posibilidad de viajar a Rusia y los hermanos empiezan a reconsiderar la
posibilidad de ir allí a buscar los restos de su tío, pero no saben por dónde
empezar. Entran en contacto con la Hermandad de la División Azul, donde les
facilitan un dato clave: Mariano había muerto en Chutiny. Y como Dios ayuda a
los que se ayudan, en la propia Hermandad encuentran un libro con el título de
“La División Azul, la gesta militar española del siglo XX”, escrito por
Fernando Vadillo Ortiz de Guzmán, autor de una saga de libros sobre la División
Azul. Y, en ese libro encuentran un plano donde aparece Chutiny, a las afueras
de Nóvgorod. Pero al no estar orientado el plano ni tener escala, no se sabe en
qué dirección ni a qué distancia. Pero la decisión está tomada definitivamente:
¡Irán a Nóvgorod!
Sin
embargo, antes de decidirse definitivamente a ir, piensan que sería bueno que
fuese con ellos un divisionario. Se pasan seis meses buscando a alguno que se
anime a ir con ellos, sin encontrar a nadie. Por fin dan con Arturo Espinosa
Poveda, ex Procurador en Cortes, ex Consejero del reino y divisionario que
había estado en la 6ª Compañía, la misma en la que sirvió Mariano Polonio.
Efectivamente, Arturo Espinosa les cuenta que la División había estado en un
sitio al que se referían como Chutiny, que estaba a algo así como a una hora
andando de Nóvgorod. En la conversación, en su despacho, Espinosa busca su
diario de campaña y en él encuentra una entrada del 31 de mayo de 1942 en el
que dice: “En la madrugada de hoy ha
muerto un camarada de la 6ª Compañía. Otro más de la noble infantería”.
Espinosa recuerda que fue al entierro porque no había estado en ningún entierro
de un compañero de armas y no quería que las cosas siguieran así. Ese día sólo
hubo un muerto en la Compañía, por lo tanto, tenía que ser Mariano. En el
diario hay una foto en la que Espinosa aparece con otros compañeros de armas
teniendo detrás una especie de convento en ruinas. Espinosa no se anima a
acompañarles a Rusia, pero les sugiere que contacten con Ramón Izaguirre del
que les da la forma de encontrarlo y les dice que seguramente él sí se apunte a
ir, “porque está un poco loco”. Contactan
con él. Izaguirre había sido hecho prisionero por los rusos y fue liberado con
los últimos prisioneros de la División Azul en 1954, regresando a España en el
barco Semiramis, de bandera turca que arriba a Barcelona el 2 de Abril de 1954.
Efectivamente, Izaguirre se presta a acompañarles a Rusia. Los tres llegan a Nóvgorod
el día 3 de Julio de 1993.
Pero
allí nadie conoce ningún sitio llamado Chutiny. Muy decepcionados enseñan a la
recepcionista del hotel en el que se hospedan la foto de las ruinas del
monasterio que les dejó Espinosa. La recepcionista lo reconoce inmediatamente
como un pueblo a las afueras de Nóvgorod llamado Jutin. Lo de Chutiny era la
interpretación que daban los españoles a la pronunciación de los alemanes al
referirse al pueblo. Cualquier parecido con la pronunciación rusa era pura
coincidencia. Efectivamente, van a Jutin y allí está el monasterio en ruinas.
Pero, ¿dónde empezar a buscar el lugar del enterramiento? Es como buscar una
aguja en un pajar. Podría ser cualquier sitio en un kilómetro a la redonda del monasterio.
Aunque las autoridades rusas les dan todo tipo de facilidades, no hay ninguna
huella ni vestigio de los enterramientos y no es posible excavar en toda la
zona. Pero los rusos tienen mucha experiencia en buscar muertos enterrados por
las guerras. No en vano son el país que más muertos ha tenido en guerra a lo
largo de la historia. Tienen una técnica de localización basada en la
experiencia. Clavan en el terreno una pica de hierro y, según la consistencia
del mismo, detectan si allí puede haber algo. La tierra removida es más blanda.
De repente se encuentra una dureza, que es la tapa de la caja, si el
enterramiento es con caja, luego, la pica cae casi por su propio peso, hasta
que tropieza con el fondo de la caja. Si se descubre ese patrón, allí hay un
enterramiento. Pero, claro, no se pueden hacer catas de golpe en toda la
extensión alrededor de Nóvgorod.
Cada
año van unos días a Nóvgorod para ir haciendo algunas catas cada vez,
completamente a ciegas. Pasan del desánimo al entusiasmo. Cuando uno se
desanima, el otro le levanta el ánimo para que, unos meses más tarde sea al
revés. Casi siempre les acompaña algún amigo que, a su vez, les insufla ánimo
cuando el de los dos decae. Mientras tanto siguen investigando en España. En
1993 llegan al recién creado Archivo General Militar de Ávila y allí, tras
muchas horas de búsqueda, encuentran un folio en el que únicamente dice que en
Chutiny Curvo, entre las últimas casas del pueblo, está el cementerio español.
Tras años más de búsqueda sobre el terreno consiguen interpretar que Chutiny
Curvo es la parte final del pueblo (había una curva pronunciada), información
que culmina con una nota hallada casualmente que especifica que en Chutiny hubo
un enterramiento de 21 soldados, 19 españoles y 2 alemanes, con un esquema de
la disposición de las tumbas en dos filas y numeradas. Y, ¡bingo!, ¡premio a la
perseverancia!, en la tumba nº 9 figura como enterrado allí Mariano Polonio.
Pero siguen sin saber dónde exactamente está el enterramiento porque ese dato
no aparece. Por tanto, tienen que seguir buscando a ciegas.
Y
el 21 de Mayo de 1998, tras cinco años de búsqueda infructuosa, con grandes
altibajos de ánimo y de fe en conseguir algún día encontrar a su tío Mariano,
reciben el premio a la perseverancia. En las catas, descubren los 21
enterramientos. Los españoles están enterrados en cajas pero los alemanes no.
Miran los restos de la tumba nº 9 y encuentran unos restos sin chapa pero con
una bala incrustada en la cadera. “Tiro
en el abdomen sin agujero de salida”, decía la carta del capellán. No cabía
duda, era el tío Mariano. Naturalmente, deciden repatriar los restos. Obtienen
la autorización de las autoridades rusas, pero no la de las españolas. Pero, ni
cortos ni perezosos, se traen los restos, reducidos, de forma clandestina. En
agosto consiguen legalizar, no sin esfuerzo, la situación y el día 5 de
Septiembre, víspera de las fiestas de la Virgen del Prado, Patrona de Domingo Pérez,
Mariano Polonio es enterrado en el cementerio de esta localidad, junto a sus
padres, bajo la lápida en la que figura, en primer lugar, su nombre. Con sus
restos, la estampa de la Virgen del Prado que llevaba encima cuando murió y que
mandó el capellán.
Pero
lo que he contado hasta aquí no es más que el inicio de una historia más
inaudita, si cabe. Efectivamente, los dos hermanos Garrido, el mismo día de la
inhumación de los restos de su tío Mariano, volviendo del cementerio, se miran
y Fernando le pregunta a Miguel Ángel: “¿Qué
sientes?” A lo que Miguel Ángel responde: “Vacío. ¡¿Ahora, ¿qué?!”“Lo mismo me pasa a mí –le contesta
Fernando– hay muchos más españoles
muertos allí, tenemos que seguir buscando y ayudando a los que estén en la
misma situación que nosotros hace cinco años”. Y, en el verano siguiente,
otra vez a Rusia. Pero antes incluso de volver, entran en contacto con una
asociación alemana, con el nombre de Volsksbumd, que también se dedica a buscar
soldados alemanes muertos en combate fuera de Alemania para enterrarlos. En
España tienen un cementerio en Cuecos, cerca de Yuste, donde reposan
fundamentalmente aviadores alemanes derribados en la guerra civil española y en
la Segunda Guerra mundial que accidentalmente caen en España. Tienen otro
cementerio cerca de Nóvgorod y logran que el Ministerio de Defensa español
firme un acuerdo con esa asociación para que le cedan un espacio en su
cementerio de Rusia para los cuerpos de los caídos de la División Azul que
puedan ir apareciendo. A ese cementerio son trasladados los otros 18 españoles
encontrados junto a Mariano Polonio y, por supuesto, los dos alemanes que
yacían con ellos pero éstos, naturalmente, a la zona alemana. Posteriormente
consiguieron identificar a todos los recuperados de Chutiny pero de solo uno más
de estos españoles localizaron a la familia y finalmente también fue repatriado.
Pasan
ese año investigando en todo tipo de archivos y documentos para saber dónde
puede haber otros lugares en los que haya enterramientos de divisionarios y, en
el verano de 1999, otra vez a Rusia a seguir buscando. Y así, investigando
desde Madrid en invierno y viajando a Rusia en verano a buscar, han encontrado
hasta ahora unos 2.500 cadáveres de los 5.000 caídos, de los 50.000 soldados
que se alistaron en este cuerpo militar. De los 2.500 restos, han identificado
al 90%. Los no identificados es debido a que no llevaban chapa identificadora y
no había ninguna otra manera de hacerlo. Recientemente han encontrado, en la
misma trinchera en la que habían caído, que posteriormente fue tapada, 5
cadáveres que estaban sin enterrar. Pero de los 2.250 identificados, sólo han
podido repatriar a 50, ya que lo más difícil ha sido encontrar la pista de sus
familias y obtener su consentimiento para su exhumación en Rusia y su traslado
a España. Sólo en muy contados casos las familias no han querido la
repatriación de los restos. Todos menos uno de esos casos ha sido porque las
familias, en gran parte familias de militares, pensaban que si sus parientes
habían caído en combate, lo suyo era que reposasen allí donde habían ido a
luchar como voluntarios. Agradecían enormemente, eso sí, que les hubiesen
enterrado y, en muchos casos han ido a ver sus tumbas. El caso excepcional fue
la hija de un teniente que dijo que su padre era un fascista y que no quería
saber nada de él. Eso sí, les contó que su padre tenía un reloj de oro y que si
lo encontraban se lo devolviesen. No se encontró ningún reloj de oro.
En
el penúltimo viaje, Fernando y Miguel Ángel encontraron e identificaron los
restos del soldado Antonio Villar Barranco. Al buscar su rastro familiar
supieron que era natural de Nerva, en la provincia de Huelva. Buscaron a su
familia, pero sus pesquisan resultaron infructuosas. Al parecer los padres no
tenían familia en Nerva y tenían dos hijos. En los años 50 los padres y el otro
hijo se fueron de Nerva al pueblo vecino de Rio Tinto, a trabajar en las minas
y allí murieron los padres y el otro hermano, soltero, por lo que no quedó
familia. Pero en la búsqueda de la familia, los hermanos Garrido contactaron
con el alcalde y el párroco de Nerva que les dijeron que el pueblo estaría
dispuesto a acoger los restos de Antonio. En el último viaje, en 2016, Fernando
y Miguel Ángel se trajeron los restos del divisionario que, en espera de que se
arreglen todos los trámites burocráticos, están, dentro de una urna y cubiertos
por la bandera española, en el despacho de abogados de Fernando en Toledo.
Así
las cosas, en el año 2000 los acontecimientos tomaron un giro inesperado y
todavía más inaudito si cabe. En ese año la academia del Arma de Ingenieros de
Hoyo de Manzanares, a donde había sido trasladada en el año 1986 desde Burgos,
celebró un homenaje al Teniente Eloy Muro. El Teniente Muro había muerto
heroicamente, el 29 de Diciembre de 1942, en Rusia combatiendo en la División
Azul. El día antes le había sido licenciado y se le había concedido el ascenso
a capitán. Se volvía a España para casarse. Pero ese 29 de Diciembre su sustituto
en el mando de la compañía, recibió la orden de asaltar un nido de
ametralladoras ruso que estaba causando estragos. El Teniente Muro pidió y
obtuvo autorización para que se le prorrogase por un día el mando, ya que la
misión era peligrosa, él conocía a la perfección a sus hombres y parecía que no
era adecuado que el nuevo teniente tuviese que abordar tan delicado encargo en
su bautismo de fuego en Rusia. La misión se cumplió con éxito y, después de
destruido el nido de ametralladoras, la compañía volvía al acuartelamiento.
Entonces el Teniente Muro vio una mina de un nuevo tipo. Cuidadosamente, con su
destreza de ingeniero zapador, la desenterró y la llevaba al acuartelamiento
para que allí pudiese ser estudiada la mejor forma de desactivar ese nuevo tipo
de mina. Sin duda esto podía ahorrar muchas vidas en futuras acciones. Pero en
el camino de vuelta, la mina le estalló entre los brazos matándole en el acto.
El entierro lo presidió el General Emilio Esteban-Infantes que, antes de que se
cerrase definitivamente la caja, se quitó su propia medalla al Mérito Militar
Individual y la depositó sobre el cadáver del ya Capitán Muro. Posteriormente
se le concedería póstumamente esa misma cruz y se le ascendería a comandante.
El
homenaje al Comandante Muro se celebró a petición de una hermana suya, decana
de la familia, conocida como la tía Patro, que a la sazón tenía 84 años. Ésta
invitó a los hermanos Garrido y les pidió encarecidamente que buscasen a su
hermano Eloy. Un par de años más tarde, en 2002, encontraron al Teniente/Comandante
Muro y lo trajeron a España. Todavía vivían la tía Patro y Reyes Muro, hermanos
del caído, que pudieron ver hecho realidad su sueño de que su hermano reposase
en el cementerio de su pueblo, Casar de Escalona, en la provincia de Toledo. El
ayuntamiento de Casar de Escalona, a la sazón gobernado por el PP, acordó, por
propuesta del PSOE, nombrar al Teniente Muro hijo predilecto del pueblo y
dedicarle una calle. Posteriormente, en 2013 el consistorio de Casar pretendió
quitar el nombre a esa calle. Fernando Garrido escribió un artículo en ABC para
intentar evitarlo. Pongo más abajo un link a su artículo.
Sea
cual sea la causa, la moción no prosperó y, hasta donde yo sé, el heroico
teniente sigue teniendo su calle en su pueblo.
Pido
disculpas porque el interés humano del caso del Teniente Muro me ha distraído
del hilo argumental. En la visita que hicieron los hermanos Garrido a la
Academia de Ingenieros en el año 2000, vieron en el museo del mismo una gran
cruz de unos 3 metros de altura, con una paloma en su cúspide. Al verla se les
vino a la cabeza una historia que les había sido contada por el Arzobispo
ortodoxo de Nóvgorod, al que habían conocido en su búsqueda de divisionarios
caídos. Supieron por él que Nóvgorod era una de las ciudades más antiguas de
Rusia. Su kremlin[1]
es el más antiguo de Rusia, más que el de Moscú. Y su catedral, Santa Sofía
(Sabiduría de Dios) de Nóvgorod, es también la más antigua de Rusia. Fue
consagrada en el año 1052. Está coronada por cinco cúpulas de cebolla y la más
alta de ellas tiene en su cúspide una gran cruz, de unos 3 metros de altura,
con una paloma en lo más alto. La tradición rusa cuenta que cuando en 1570 Ivan
el Terrible atacó Nóvgorod, una paloma se posó en lo alto de la cruz y quedó
petrificada por el horror al contemplar las atrocidades cometidas por las
tropas moscovitas sobre los habitantes de la ciudad. Y añade la tradición que
mientras la cruz y la paloma coronen la catedral de Santa Sofía, ni Rusia será
conquistada ni desaparecerá de ella el cristianismo. La cruz de Nóvgorod es un
símbolo de la Madre Rusia. Pero los hermanos Garrido supieron que la cruz que a
la sazón estaba en la cúpula más alta de Santa Sofía no era la auténtica, sino
una reproducción. Efectivamente, el 4 de Junio de 1942, día del Corpus Christi,
un intenso bombardeo de las tropas soviéticas alcanzó repetidas veces a la
catedral derrumbando la cúpula mayor y una de las adyacentes. Desde entonces no
se supo nada de la cruz que la coronaba. Años después de terminada la guerra,
se reconstruyó la catedral y en 1970 se puso una copia de la cruz en lo alto de
la gran cúpula.
Los
hermanos Garrido preguntaron en la Academia de Hoyo de Manzanares sobre la
procedencia de la cruz, pero nadie supo darles una respuesta. Al pie de la cruz
había una pequeña urna cerrada. Contaron lo que sabían y obtuvieron permiso
para que se abriese. En su interior se encontraron fotos con los soldados
españoles llevando la cruz a hombros y unas páginas del diario del Comandante Alfredo
Bellod en las que se decía: “He ordenado
que la cruz sea llevada a España, a la Academia de Ingenieros, como homenaje a
los soldados caídos y a la religiosidad perdida de un pueblo”. Evidentemente,
no cabía la más mínima duda: ¡Aquella era la cruz perdida de Nóvgorod!
Posteriormente se encontró en los archivos de la academia una carta, fechada el
31 de Enero de 1943 del Comandante Bellod al Coronel D. Luis Troncoso Sagredo,
a la sazón director de la Academia de Ingenieros. En ella se dice que la cruz
se envía “aprovechando la repatriación de
unos sargentos y soldados zapadores”. Se envía despiezada pero se dice que “en cuanto tenga ocasión te enviaré al
maestro de taller que la desmontó en numerosas piezas y que sabe reconstruirla”.
También se expresa el deseo del Comandante Bellod de que “sirva de remate a la capilla que en su día tenga la Academia del Arma
de Ingenieros. Los que supieron respetarla y defenderla, quieren ahora
conservarla y elevarla de nuevo como símbolo y guía de las futuras generaciones
de oficiales”. Parece, por el texto de esta carta, que entre Junio de 1942
y Enero de 1943, no fue fácil la defensa de la cruz. Todo ello había caído en
el olvido, junto con el origen de la cruz.
A
partir de ese momento se discute internamente en España sobre la conveniencia o
no de devolverla a Nóvgorod. Hay quien opina que tras más de 50 años en España
y dado que sin la intervención de las tropas españolas estaría irremisiblemente
perdida para Rusia, la cruz debe permanecer en España. Otros piensan que es una
pieza importantísima de la historia y el sentimiento del pueblo ruso y que se
tiene el deber moral de devolverla. Los hermanos Garrido, aunque su opinión,
llegados a este punto, no fuese muy relevante, apoyan claramente la segunda
opción. El asunto llega al Mº de Defensa, a la sazón bajo el mando de Federico Trillo
y a los de Asuntos Exteriores y Cultura y en esas instancias se decide no
informar a Rusia hasta que se tome una determinación. Pero los hermanos
Garrido, desconocedores de estas discusiones y firmes partidarios de la
devolución, le transmiten al embajador ruso el hallazgo de la cruz de Nóvgorod.
Éste, al principio no les cree, pero al final tiene que rendirse a la
evidencia. Las autoridades rusas deciden no hacer una petición formal hasta que
se tenga la seguridad de que la respuesta del gobierno español será positiva,
porque de otra manera podría desencadenarse un incidente diplomático.
En
un momento dado interviene la Casa Real impulsando la decisión de la
devolución. Por fin, a finales de 2003 se toma la decisión de devolver la cruz.
Pero la victoria del PSOE en la elecciones del 2004 hace que sea el Ministro José
Bono el que organice todos los actos de la entrega de la cruz de Nóvgorod a
Rusia. Ésta se lleva a cabo en Moscú el 16 de Noviembre de 2004 ante el
Patriarca de Moscú y de Todas las Rusias, Alexis II, todos los Obispos y
Arzobispos rusos, el de Nóvgorod, por supuesto, incluido y las autoridades
civiles encabezadas por el Presidente Vladimir Putin. Los que faltan son los
protagonistas, los hermanos Garrido, que no han sido invitados por el gobierno
español. Pero, la recompensa no se hace esperar. Al poco tiempo reciben una
llamada de la embajada rusa en la que se les dice que el gobierno ruso ha
decidido que sean ellos los que realicen la devolución de la cruz a su lugar de
origen, la catedral de Santa Sofía de Nóvgorod. Todos los gastos de viaje, para
ellos y su familia, correrán a cargo del gobierno ruso.
Efectivamente,
el 8 de Diciembre de 2004, día de la Inmaculada Concepción, patrona de la
Infantería española, la cruz es llevada a la catedral de Santa Sofía. Entra en
ella a hombros de cuatro personas: Los hermanos Garrido, el jefe de policía de
Toledo, José María Sánchez Albiñana, que fue una ayuda inestimable para los Garrido,
tanto en su ayuda a la investigación como en las veces que les acompañó en sus
viajes a Rusia y el Presidente de Dolina, la asociación rusa que se dedica a
buscar a sus caídos en los distintos lugares donde han combatido, y que también
les había prestado una inmensa colaboración. Es difícil exagerar la emoción del
momento. El pueblo de Nóvgorod y muchísimos rusos de todas partes acudieron a
la ceremonia. La cruz que representaba el espíritu de la Madre Rusia volvía a
su sitio tras 62 años de desaparición. La gente lloraba y se arrodillaba a su
paso a lo largo de un largo recorrido. No se colocó en la cúpula. Allí sigue
estando la copia colocada en 1970. Está en el altar mayor de la catedral,
expuesta para la veneración del pueblo ruso. En la homilía de la celebración
litúrgica que tuvo lugar en la catedral, el Arzobispo de Nóvgorod dijo: “Que el pueblo de Nóvgorod recuerde siempre
a los hermanos Miguel Ángel y Fernando Garrido como los que han hecho posible
que la cruz santa de Nóvgorod se encuentre otra vez en esta catedral de Santa
Sofía”.
Posteriormente,
en Julio de 2005, día de san Valdam el santo patrón de Nóvgorod, el Patriarca
Alexis II concedió a los hermanos Garrido la pertenencia a la “Orden del
Príncipe Santo Daniel de Moscú” que es el más alto honor que la Iglesia
ortodoxa rusa puede conceder a una persona. A su vez, el gobierno ruso, a
petición del ministro de defensa Sergei Ivanov, les concedió la “Medalla al
mérito militar por la confraternización de los Ejércitos”, la más alta
condecoración militar que puede ser concedida a un civil. Cuál no sería su
sorpresa cuando vieron que el lugar en el que les imponían estas distinciones
no era otro que el monasterio de Jutin, o sea, lo que ellos llamaban Chutini,
que fue donde empezaron la búsqueda. Y no es que las autoridades lo hicieran
así a propósito, sino porque ese monasterio, que había sido reconstruido, era
el de san Valdam, además de ser el más antiguo de la región. Allí, Miguel Ángel
pronunció un sentido discurso en el que expresaba su emoción al ver cómo,
gracias a esta aventura había hecho que los rusos pasasen a ser para ellos de
enemigos a amigos y hermanos y cómo el lugar elegido era, precisamente donde
había muerto su tío Mariano.
Efectivamente,
desde entonces, todos los años, los hermanos Garrido invitan al embajador ruso
a la procesión del Corpus en Toledo. La ven desde el balcón de la casa de
Fernando adornada con las banderas española y rusa hermanadas.
Me
cuenta Fernando que a él, esta experiencia le ha cambiado la vida y le ha
enseñado tres cosas. La primera que hay que luchar con uñas y dientes, contra
viento y marea, por los sueños y las ilusiones. La segunda que hay que confiar
en la gente, que si tú das bondad, recibes bondad a cambio. Sería largo
expresar toda la ayuda desinteresada y a menudo costosa que han recibido de
tantos rusos a los que no conocían de nada. Y la tercera, el valor de la
amistad. Por un lado, no hubiera sido posible para ellos haber llegado hasta
aquí sin el apoyo de muchos amigos que les han acompañado a Rusia en muchos de
sus viajes y que les han insuflado ánimos para continuar cuando su esperanza se
venía abajo. Y, por otro lado, la amistad con el pueblo ruso, superando
cualquier prejuicio. Ahora tienen muchos amigos rusos que vienen a visitarles a
España y a los que ellos van a visitar. Cuando vienen, se hospedan en su casa y
ellos, cuando van a Rusia, son recibidos en las casas de sus amigos rusos. La
madre de Fernando y Miguel Ángel, hermana de Mariano, para la que los rusos
eran, antes de empezar esta aventura, poco menos que el demonio con patas y
rabo, los ve ahora como amigos entrañables y los cuida con el máximo cariño
cuando vienen. Y, por encima de todo, Fernando ve en todo esto la mano de la Providencia.
¿Cómo no verla? Una última “casualidad”. Mientras Fernando me estaba contando
esta historia en la cafetería de la UFV, apareció a saludarle una compañera
nuestra de trabajo, argentina, llamada Cecilia Zaratiegui, casada con un
español. Y me entero de que el tío de su marido también fue un caído de la
División Azul y sus restos fueron encontrados por los hermanos Garrido, sin
tener idea previa de este parentesco.
Nadie
sabe el objetivo final de la Providencia de Dios. Sólo Él sabe los porqués y qué
bien, del que tal vez nunca se sepa nada, saldrá de esto, más allá del que ya
ha salido y es tangible. Hay que dejarlo en sus manos. Sólo ÉL ES.
[1] Reconozco mi ignorancia. Antes
de escribir esto yo había oído infinidad de veces hablar de El Kremlin” como
algo exclusivo de Moscú. Creía que era un edificio de esa ciudad y lo
identificaba con las cúpulas de cebolla que se ven en todas las fotografías e
imágenes. No, kremlin es algo así como la ciudadela, la fortaleza que todas las
ciudades medievales de Europa tenían. Por tanto, todas las ciudades medievales
rusas tienen kremlin y, de entre ellas, el más antiguo es el de Nóvgorod.
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