El
25 de Febrero publiqué un post que llevaba por título “La singularidad tecnológica, las tecnologías BANG y el transhumanismo”.
El 12 de Marzo publiqué otro sobre “El
pecado original”. La semana pasada pinté un futuro halagüeño, si no lo
estropeaban los dientes de sierra transitorios o el intervencionismo estatal
que paralizase la economía creando un sistema de incentivos que no creasen
riqueza y fomentasen el paro voluntario. En 200 años era previsible que
llegásemos a ser más ricos y trabajásemos mucho menos. ¡Qué bien! En este post,
que puede ser el cuarto de la serie, quiero unir la tecnología y el pecado
original. En el segundo de estos envíos contaba mi visión del pecado original.
Cómo el ser humano fue creado por Dios delegándole un poder con el que podía
controlar las leyes de la naturaleza y, por tanto, sus inmensas fuerzas:
desastres naturales, enfermedades, accidentes, etc. Cómo éste pretendió ser
como Dios y usar ese poder de forma autónoma, en nombre propio, y destruyendo
así el delicado equilibrio que le permitía ejercer ese control. Cómo al
derrumbarse el magnífico equilibrio los seres humanos nos vimos ante la tarea
de volverlo a construir, eso sí, con la ayuda de nuestro Dios que llegó hasta
hacerse uno de nosotros. Y, ahora, llegamos a la tecnología. Dos herramientas
que Dios nos regaló, junto con la libertad, antes de la caída, fueron la
inteligencia y la voluntad. Esas herramientas son las que, usadas con libertad,
han dado lugar al sistema de libre mercado que, trabajando en el frente
material, ha creado los impresionantes avances tecnológicos que están
consiguiendo sacar al hombre de su postración material, liberándole en gran
medida de su sometimiento a las fuerzas de la naturaleza. No es, ni de lejos,
una vuelta al don inicial del control natural de las mismas que teníamos antes
de la caída, pero se le puede parecer, aunque sea remotamente y suponen un
inmenso avance en ese camino de reconstrucción. Benedicto XVI hablando de cómo
los seres humanos nos referíamos a Dios por analogía, apuntábamos en la buena
dirección, pero era como un pequeño dedo estirado entre el inmenso hueco que
separa el cielo y la tierra. Algo así es la tecnología frente a la situación
anterior a nuestra caída.
Pero
no basta con la reconstrucción sólo
material. Hay otros dos frentes a reconstruir, el espiritual y el ético. No soy
ni mucho menos catastrofista en lo que al avance ético de la humanidad se
refiere. No comparto la queja tan extendida de que vamos a peor éticamente.
Creo que quienes esto dicen adolecen de una visión histórica a largo plazo y se
dejan llevar una visión inmediatista y por la añoranza de que cualquiera tiempo
pasado fue mejor. Nunca en la historia de la humanidad ha habido mayores frenos
que ahora para que el poderoso no pueda abusar del débil. La esclavitud ha
desaparecido en gran parte del mundo. La mujer va escalando su camino hacia la
igualdad como nunca había pasado. Las guerras, a pesar de que su lacra
continúa, son mucho menos que en el pasado y, a pesar de las dos terribles
guerras mundiales del siglo XX, está demostrado que el siglo XX es el que, en
porcentaje de la población, menos personas han muerto de muerte violenta,
guerras incluidas. Nunca ha habido tanta ayuda de los más ricos a los más
pobres, tanto a través de la vía obligada de los impuestos, como de forma
voluntaria a través de ONG’s y otras entidades sin ánimo de lucro e, incluso, a
través de la RSC de las empresas comerciales. Nunca las personas mayores y los
ancianos han tenido la protección que hoy tienen. Por primera vez en la
historia de la humanidad el porcentaje de personas que viven bajo el umbral de
la pobreza extrema ha bajado del 10%, etc. Sólo si nos empeñamos en extender a
carácter general aspectos particulares podemos negar esta evidencia. Por
supuesto, esta época tiene sus lacras. Terribles. Podría citar el aborto,
general, y selectivo para discapacidades detectadas, la eutanasia, etc. Que
nadie se rasgue las vestiduras por lo que voy a decir ahora. Detesto esas
lacras que he citado tanto como el que más y más que la mayoría. Pero ambas
cosas han existido también en el pasado. A los que no se podían valer por sí
mismos se les ha abandonado hasta la muerte mucho más que ahora. Si el aborto
no estaba tan extendido –cosa que habría que ver–, no era el convencimiento
ético lo que lo hacía menos frecuente, sino el terrible riesgo que conllevaba
para la mujer que abortaba. Por tanto, creo que es cuanto menos dudoso que
nuestra época sea éticamente peor que cualquiera pasada y en la mayoría de los
aspectos es mejor. Si, idealizando épocas pasadas, alguien que dispusiese de la
máquina del tiempo, se trasladase a ellas, estoy convencido de que volvería
espantado en menos que canta un gallo.
Sin
embargo, el aspecto espiritual de la reconstrucción es harina de otro costal.
Corrientes filosóficas que no voy a describir aquí y el propio desarrollo material,
han hecho que el hombre piense que puede prescindir de Dios en su vida.
Ciertamente, un efecto secundario del bienestar material tiene el efecto de
hacernos pensar que somos autosuficientes. A pesar de que todos los días la
muerte, la enfermedad, el dolor, los fracasos etc., nos recuerdan que somos
seres limitados, nos empeñamos en convencernos de nuestra autosuficiencia. Y
desterramos a Dios de nuestra vida. A corto plazo –y a escala histórica 250 años lo son– es
posible mejorar éticamente sin la idea de un Dios, Padre de todos los seres
humanos y en el que somos hermanos. Pero creo que el experimento de vivir sin
un Dios así acabará por hacer que el soporte ético se derrumbe. Efectivamente,
si sólo somos, como decía Bertrand Russell la colocación accidental de los
átomos, no existe la más mínima razón para que la colocación accidental de
estos átomos de quien tiene más fuerza no aplaste a aquélla que tiene menos.
¿Qué deber moral existe entre átomos accidentalmente colocados? Y, más aún,
¿por qué tengo que amar a una colocación accidental de los átomos? Puede haber
un consenso, una especie de contrato de no agresión, de mutuo beneficio, un hoy
yo te respeto simplemente para que tú me respetes mañana. Pero como la historia
y la política internacional han demostrado hasta la saciedad, estos pactos se
rompen en cuanto una parte cree que su colocación accidental de los átomos va a
ser capaz de someter sin respuesta a cualquier otra. Puede que quien rompa
estos pactos cometa un error de cálculo, pero si sólo somos átomos unidos por
el azar, ese error de cálculo será estupidez, pero nada éticamente reprochable.
Es decir, los Hitler y Stalin de la historia no serían más que tontos
imprudentes, pero nunca malos. Además, la filantropía basada sólo en el respeto
kantiano de pactos de conveniencia es árida y, como todo lo árido, acaba por
ser desechado. Sólo el amor hace del respeto al otro algo dulce y llevadero.
Sólo él nos permite, como decía el poeta Hugh Auden, “aprender a amar a nuestro mezquino prójimo con nuestro mezquino
corazón”.
Pues
bien, éste es el riesgo del inmenso y benéfico avance tecnológico al que nos
encontramos: La autosuficiencia que nos lleve a pretender desechar a Dios y el
consiguiente deterioro moral que a largo plazo esto produciría. Creo que mucho
antes de los 200 años de mi perspectiva en el último envío, nos encontraremos
ante un nuevo árbol de la ciencia del bien y del mal. En pequeñito. No será el
del jardín del Edén, pero será, al final un árbol del bien y del mal. La
humanidad se ha encontrado muchas veces con árboles del bien y del mal. Cada
persona se encuentra cada día con arbolitos –o arbolazos– de esta especie. El
uso de la energía nuclear es tal vez un ejemplo paradigmático. Pero creo que en
breve nos encontraremos, no ante árboles del bien o del mal más o menos
grandes, sino en medio de un bosque gigantesco de ellos. Y saber dar la
respuesta adecuada a éstos retos será una cuestión de vida o muerte, con
independencia de cómo crezca la riqueza per cápita o en qué medida descienda el
número de horas que tengamos que trabajar para ganarnos la vida. Arnold J.
Toynbee, en su impresionante obra “El
estudio de la historia”[1], describió que las
civilizaciones no mueren por empobrecimiento, sino por no saber dar respuesta a
lo que él llama incitaciones, pero que son, en última instancia, problemas
morales y espirituales. Es decir, la caída de una civilización es como un nuevo
minipecado original que nos devuelve a la casillas de más atrás en el
gigantesco juego de la Oca de la historia. Pues bien, me caben pocas dudas de
que en un horizonte de tiempo no muy distante nos vamos a encontrar con la
macroincitación, con el macroproblema ético, con el superárbol de la ciencia del
bien y del mal. Y de nuestra respuesta a esto dependerá, si no nuestra
supervivencia como especie –o tal vez sí– la supervivencia de nuestra
civilización, que ya no es una civilización local, como ocurrió con la caída de
20 civilizaciones de las 21 que censó Toynbee, sino global, de alcance mundial.
Toynbee pone un símil sobre las civilizaciones. Las compara con escaladores en
un risco. Van trepando trabajosamente por él y, de cuando en cuando, uno de los
escaladores se cae. Pero los otros ni se enteran. Se atrevió a decir algo
políticamente incorrecto: que todas las civilizaciones existentes, menos la Occidental,
o habían se habían estrellado ya al pie del acantilado o están en el aire
cayendo. Lo que ocurre es que, hoy, todas las civilizaciones que no se han
espampanado ya contra el suelo están unidas en la misma cordada. Y sólo la
occidental está enganchada al muro con las uñas. Si no es capaz de soportar el
impacto de las demás de la cordada con uñas bien afiladas y aferradas al risco,
¿qué destino tendrá el mundo? ¿A qué casilla retrocederemos? ¿Qué nos espera en
ella? ¡¡¡Ufff!!!
Pero
no puede haber cabida para el pesimismo. Tampoco es momento para llevar a cabo
la política del avestruz. Es tiempo de preguntarse qué podemos hacer. Y creo
que sólo hay una cosa que podamos hacer. Y esta cosa NO es parar. Es recuperar
la humildad. Hace años leí un libro, del que escribí algo en algún envío
pasado, que se llamaba “Los dos Adanes”[2]. Estaba el Adán rompedor,
el que por mandato de Dios tenía que regir el mundo pastoreándolo. Y estaba el
Adán que se sentía solo, pequeño, débil y necesitado, que pedía ser ayudado.
Ambos eran buenos. “Vio Dios que era muy
bueno”. Antes de la caída ambos eran uno solo, indisolublemente unidos,
criatura única de Dios. Pero tras la caída se produjo la separación y cada uno
siguió su camino. Ambos dentro de nosotros, como un desdoblamiento
esquizofrénico de la personalidad. En las fases tempranas de la historia, el
Adán necesitado tenía más peso que el Adán transformador. Pero convivían
bastante bien. El transformador inventaba el fuego, la talla de la piedra. La
tecnología, en general. Mientras tanto, el Adán necesitado creaba dioses falsos
de las fuerzas de la naturaleza. Pero poco a poco, el transformador avanzaba.
Y, a partir de hace unos 200 años, se sintió suficientemente fuerte como para
despreciar al necesitado. Incluso para matarle, como Caín hizo con Abel. Pero
Caín y su descendencia siguieron protegidos por Dios y, en su momento, fueron
redimidos. Sin embargo, Caín se escondió de Dios. Tal vez haya llegado el
momento de restablecer la unión. Tal vez necesitemos resucitar al Adán
necesitado e identificarnos con él. Tal vez haya llegado el momento de salir
del agujero y ponernos otra vez en la presencia de Dios y pedirle ayuda. Sólo
así podremos resucitar al Adán asesinado. Él, Dios, nos ha dado la
inteligencia, la voluntad y la libertad para que pastoreáramos la tierra en su
Nombre. Tal vez haya que volver a actuar en su Nombre. No, tal vez, no. ¡HAY
QUE HACERLO! Por supuesto, no se trata de ponernos ante los dioses míticos de
las fuerzas de la naturaleza. Ni siquiera ante un Dios único resuelveproblemas,
que es sino un dios mítico más sofisticado. Hay que volver al Dios que nos creó
por Amor y actuar en su Nombre, a su Luz, juntos otra vez sus dos Adanes, sus
dos hijos, Caín y Abel. En definitiva, hay que poner fin al experimento de
vivir sin Dios. Los experimentos, con gaseosa. Éste es un experimento que nos
aboca al fracaso. Un fracaso que sería como la muerte en el juego de la Oca,
que nos devolvería a la terrible casilla de salida. Y con Él, necesitados de
Él, en su Nombre, transformar la tierra, pastorearla, como nos fue dicho al
principio. Sólo así podremos enfrentarnos al bosque de superárboles de la
ciencia del bien y del mal en el que nos vamos a adentrar pronto. No queda
tiempo que perder. Nos jugamos demasiado. ¡¡¡QUE ASÍ SEA!!!
Tomás, hacía mucho que no leía tu blog y me alegra haberlo hecho. La Providencia es sabia.
ResponderEliminarEn primer lugar quería dar las gracias a la urraca, cuya actitud y obra honro. Sospecho que no busca adulación, ni retribución, ni ego, sino simplemente compartir por compartir. Y si ésto hace bien, pues mejor. Yo no tengo esa virtud.
Soy padre de 5 hijos, el mayor de 6 años. Vivimos en París. Mi mujer y yo llevamos dos exitosas carreras profesionales, aportándonos un buen nivel de vida. Nuestra familia va bien, mis hijos crecen sintiéndose amados, consecuencia de un matrimonio sano.
Sin embargo a mi mujer y a mí nos cueta mucho no olvidarnos de Dios. El día a día, las exigencias profesionales, nuestras exigencias personales, el ídolo del dinero, la búsqueda de la seguridad, la ambición profesional, la necesidad del reconocimiento ajeno, la poca presencia de Dios en el entorno profesional, etc, hace que nos olvidemos de Dios. Y me da miedo.
Qué herramientas nos recomendarías para que ésto no ocurra?.
Misa semanal?. No es suficiente, el demonio ataca a diario, y no todas las semanas lo conseguimos.
Oración/laudes diarios?. La falta de sueño, los viajes, ´sensación de no tener tiempo para nada' nos lo impide.
Gracias por buscar algo de tiempo y darme tu opinión,
im
Querido Ignacio. Lo primero... PAZ!!!! Inmensa PAZ!!! Dios ES. Y nunca se olvida de ti. Déjale ser Dios contigo. 5 hijos y el mayor de 6 años!!!! Qué fantástico!!!! Acaso puede un padre olvidar a sus hijos? Pues si tú no olvidas a tus hijos, cómo te va a olvidar Dios a ti???? Misa los Domingos que puedas? Fantástico!!! Que unDomingo no puedes? Cuéntale a Dios las causas! Seguro que las entiende porque seguro que no es por desidia. Que puedes ir algún día de propina entre semana? Maravilloso!!!! Que no puedes? Dile a Dios cómo te gustaría!!! Y, eso, todos los días, un Jesusito de mi vida con tus hijos por la noche y luego... 5 minutos de ponerte en silencio en su presencia, de enchufarte un rato a Él como enchufas el móvil. Hace algo el móvil para ser cargado? No. Se carga con estar un rato enchufado. Tarda unas horas. Pero a Dios le bastan 5 minutos de enchufarte a Él para cargarte las pilas!!!!
ResponderEliminarÁnimo. Un inmenso abrazo. Dios está SIEMPRE a tu lado.
Tomás
Querido Tomás: Gracias por tus letras y reconfortante mensaje. Es cierto que a menudo me olvido que Dios me quiere, tal y como soy, y que como Padre está deseando en todo momento que le pidamos ayuda y que estemos cerca de Él. Sin embargo me da miedo olvidarme, me da miedo cuando comienzo a adorar a otros pequeños ídolos y que, por ende, no me satisfacen.
ResponderEliminarEs verdad que la clave es la continuidad y, aunque sea un poco, es fundamental 'enchufarse' todos los días.
También te mando un fuerte abrazo, La Paz,
im
Gracias!!!!
ResponderEliminarTomás
Hola, Tomás,
ResponderEliminar¿Ha leído el siguiente artículo? http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=fabrice-hadjadj-detras-del-consumismo-hay-espiritualismo-reivindico-materialidad-55553&w=800. Muy intersante.
Recomiendo a imarinas estar cerca de matrimonios católicos, cerca de un sacerdote que pueda dirigir espiritualmente (libro "Cuenta conmigo", de Fulgencio Espá"), cerca de pequeñas actividades bellas que hace cualquier parroquia. La Iglesia es un lugar de acogida, de amistad, de belleza. ¡Es bueno estar cerca! ¡Y no hace falta mucho tiempo!
Un abrazo
Juan GM