El de la desigualdad es un
argumento muy extendido para vituperar el capitalismo. “El 1% de la población acumula la mitad de la riqueza mundial” o, “los ricos son cada vez más ricos y los
pobres son cada vez más pobres”. Estas frases son armas arrojadizas
contra la economía de libre mercado y el capitalismo. Sin embargo, son frases
que merecen ser analizadas. La segunda es, abierta y empíricamente falsa y
hablaré de ella más adelante. Antes de ir al meollo de la cuestión que plantea
la primera voy a entrar, solo de pasada, en argumentos que, de centrarme en
ellos, desvirtuarían lo esencial de la cuestión pero que, no obstante, merecen
ser mencionados. El primero es que no es lo mismo hablar de riqueza acumulada
que de renta anual. Si se habla en términos de renta, las cifras no son tan
impresionantes. Segundo, cuando se comparan rentas, hay que hacerlo en lo que
se llama Paridad de Poder Adquisitivo (PPA o PPP si usamos siglas en inglés).
La idea es sencilla: a igualdad de renta, la cantidad de bienes que puede
comprar un ciudadano danés es muy inferior a lo que puede comprar un súbdito de
la tiranía zimbabuesa, porque los precios son mucho mayores en Dinamarca que en
Zimbabue. Por tanto, al hablar de estas estadísticas, convendría hacerlo sobre
renta a PPA. Pero ya he dicho que estas cuestiones son marginales y desvirtúan
la cuestión. Pero es necesaria otra aclaración marginal. La primera frase
tiende a pensar que ese 1% de los que tienen más renta está formado por los
grandes multimillonarios. Pero no es así. Una persona que gane en España más de
25.000€ netos de impuestos está en ese 1%. Así que, probablemente, la
mayoría de los que se rasgan las vestiduras usando estos datos para denunciar
la desigualdad de la distribución de la renta en el mundo, se encuentran en ese
1% de privilegiados. Para saber en qué porcentaje está quienquiera que lea
estas líneas, que entre en el siguiente link: http://www.globalrichlist.com/ y,
después, que se sienta mal si quiere. Tal sintiéndose mal se sienta bien. Hace
poco leí una frase de Mark Steyn que decía: “Es
preocupante la forma en que un ciudadano responsable de una sociedad avanzada
demuestra su virtud: se siente bien por sentirse mal”. Yo creo que ni yo,
ni probablemente nadie que lea estas líneas, ni Jeff Bezos tenemos por qué
sentirnos mal por estar en el porcentaje de los más ricos en el que estemos.
Pretendo en estas líneas explicar por qué.
La gran pregunta es: ¿Cómo de
igualitaria tiene que ser la distribución de la renta PPA para que pueda
considerarse justa? Lo que ocurre es que esta gran pregunta es una pregunta
equivocada. Y, a preguntas equivocadas sólo se pueden dar respuestas estúpidas.
La pregunta correcta es otra: Las personas más “escandalosamente” ricas del
mundo, ¿hacen a los demás más ricos o más pobres? La respuesta a esta pregunta
es: Depende. Mugabe, el hasta hace poco dictador de Zimbabue es inmensamente
rico. No podría decir si es más o menos rico que Jeff Bezos porque, a
diferencia de éste, cuya riqueza es pública, nadie sabe a cuánto asciende la
riqueza de Mugabe. Pero lo que sí puedo decir es que Mugabe ha amasado su
fortuna a base de esquilmar a su pueblo. Es decir, su riqueza está basada en la
miseria de su pueblo. Y eso mismo re puede decir de todos los tiranos que están
al frente de los países más míseros de la tierra. Tengo desagradablemente
grabada en la retina la imagen, aparecida en todos los telediarios, en 1990, de
Prince Johnson torturando al derrocado presidente de Liberia, Samuel Doe. Johnson
había capturado a Doe cuando intentaba huir. Mientras se tomaba una cerveza
abanicado por un esbirro, otro le iba cortando las orejas a Doe. Su único
interés era que éste le proporcionase el número de la cuenta secreta y anónima
en donde tenía depositada la inmensa fortuna que había amasado en sus 10 años
de presidente de Liberia. Ignoro si al final Doe se la dio o no, pero desde
luego, fue duro de pelar. Pero ese no es el caso de Bezos. Jeff Bezos no hace a
nadie más pobre y, en cambio, sí hace a mucha gente más rica. Por supuesto,
hace más ricos a todos aquellos a los que da un puesto de trabajo. Pero no sólo
a ellos. Hace también más ricos a todos los que nos beneficiamos de poder
comprar ahorrando dinero y tiempo a través de Amazon. Y lo mismo podría decirse
del difunto Steve Jobs, o de Bill Gates, o de Amancio Ortega, o de Juan
Roig, o de un amigo de un amigo mío que es dueño de la fábrica de las
deliciosas tortas de aceite Inés Rosales, en Castilleja de la Cuesta, Sevilla.
Puede decirse que sí, que todas estas personas nos hacen más ricos a los
habitantes del mundo que ya es rico, pero que de ninguna manera esa riqueza
llega a Zimbabue. Esto es cierto sólo a medias. Para los agricultores de las
zonas más rústicas de Perú, un smartphone, aunque no sea un iPhone X, es una
fuente de riqueza, A través de él pueden acceder a microcréditos, o enterarse
del precio de lo que cultivan, o saber cómo gestionar una pequeña explotación
de 50 gallinas ponedoras. También a través de un rústico Smartphone, una niña
africana pudo hacer una carrera por internet. Ninguna de estas cosas es un
ejemplo ficticio. Pero además, estos supermillonarios suelen participar en
proyectos, como superparques eólicos en Kenia, o como sistemas para ampliar la
cobertura de Internet en África, que impactan de forma muy positiva en la
región, o auspiciar fundaciones que luchan por la erradicación de la malaria, por
poner algunos ejemplos. Por supuesto, entre estos ricos y Mugabe, hay estadios
intermedios de choricillos de la más diversa índole. Pero esto no quita un
ápice de validez a mi razonamiento. Los ricos del tipo Bezos, lo sean más o
menos, ricos no hacen a nadie más pobre y sí que hacen más rica a mucha gente.
Por supuesto, si en los países de los Mugabes tiranos hubiese una mínima seguridad
jurídica que hiciese a sus súbditos ciudadanos y les permitiese ganar dinero
con su ingenio para hacer bienes útiles para los zimbabueses, habría ricos
locales, que posiblemente fuesen pobres a nivel mundial, pero que harían más
ricos a sus conciudadanos. Eso, además de atraer inversión extranjera que
aportaría una gran riqueza. Un pequeño dato. Se estima que los pobres de los
países más pobres tienen activos por valor de 9 billones (millones de millones)
de €, nueve veces el PIB español. Pero no invierten sobre ellos, ni pueden
acceder a préstamos utilizándolos como garantía porque carecen de los títulos
de propiedad acreditativos y de la seguridad jurídica necesaria para garantizar
que el tirano de turno no se la va a quitar cuando quiera. A pesar de todos los
pesares y de todos los tiranos, por primera vez en la historia de la humanidad
el porcentaje de la población mundial que vive bajo el umbral de pobreza
extrema, ha bajado del 10% y se espera que en 2030 baje al 5%.
Hay, no obstante, quien piensa
que ricos como Bezos o Gates sí hacen a gente más pobre porque con sus avances
tecnológicos destruyen puestos de trabajo. Argumento totalmente erróneo. Porque,
si no se desincentiva a que quien tenga ingenio para hacer productos que sean
valiosos para la gente ponga un negocio para hacerlo, el dinero que yo, o una
empresa nos ahorramos gracias a Bezos o a Gates, revertirá en que compremos los
productos que éste hace y se crearán nuevos puestos de trabajo. Esto no es una
entelequia. Se llama destrucción creativa y no ha dejado de ocurrir desde el
inicio de la revolución industrial y, gracias a ella, la riqueza se ha
multiplicado de una forma extraordinaria. Pero si mañana, a través de impuestos
o de falta de seguridad jurídica o de lo que sea, se desincentiva a los
emprendedores, entonces sí, sobrevendrá la ruina. Pero esa desintencivación
será fruto, precisamente, de una mala política que lastre el libre mercado.
Detrás de estas objeciones al
capitalismo hay dos creencias falsas. La primera, que la economía es un juego
suma 0 y que si alguien gana más es a costa de que otro gane menos. La segunda
es la de la cantidad fija de bienes a producir. Por supuesto, si la gente que
viva dentro de, digamos, cincuenta años, tuviese a su disposición la misma
cantidad de bienes y servicios que tenemos hoy, la gente se moriría de hambre y
el fantasma de la miseria se habría adueñado del mundo, porque para producir
esos bienes no haría falta más que, tal vez, el 10% de la gente que hoy
trabaja. El resto estaría en la miseria. Pero, sin lugar a dudas, esto no va a
ser así. No ha sido así en los últimos 250 años y no tiene por qué ser así en
los próximos. Si no se les impide, surgirán emprendedores que descubrirán cosas
que ahora ni soñamos que necesitemos o nos vengan bien. Y las producirán y
ganarán dinero con ello. Y pasarán a formar parte de los más ricos del mundo. Y
muchos a los que den trabajo serán también de los más ricos del mundo. Y harán
más ricos a los seres humanos de dentro de cincuenta años que usen sus
productos. Y, si los tiranos les dejan, esos nuevos ricos estarán en los países
pobres, y los países pobres dejarán de serlo,
la pobreza extrema desaparecerá. ¿El cuento de la lechera? No tiene por
qué serlo. Es exactamente lo que ha pasado en los pasados 250 años. Pero,
aunque no tiene por qué ser el cuento de la lechera, sí puede serlo. Si, a base
de impuestos para lograr una supuestamente justa distribución de la renta, se
ata de pies y manos o se ponen demasiadas trabas a los que puedan crear esa
nueva riqueza, la lechera se caerá, se romperá su cántaro y la historia acabará
en tragedia. Pero está en nuestras manos o, al menos puede estarlo, que la
lechera no se caiga. Habrá que poner coto a populismos de izquierdas,
demagogos, profetas interesados o ignorantes del desastre, etc.
Así pues, nadie, para sentirse
bien, tiene que sentirse mal por estar en el 1% de los más ricos del mundo.
Tendrá que preguntarse si con lo que hace, sea empresario o trabajador por
cuenta ajena de cualquier tipo o nivel, contribuye a que otros sean más ricos
o, por el contrario, si su riqueza se basa en el empobrecimiento de otros. Y es
el capitalismo el único sistema en el que, para hacerse rico, hay que
contribuir a que los demás sean más ricos. Sólo el capitalismo. Hagamos leyes
que pongan en su sitio a los chorizos, dictadores y tiranos que se enriquezcan
del empobrecimiento de los demás. Procuremos hacernos ricos de la primera
manera. Practiquemos una forma de justicia que es la justicia generativa sin
creer erróneamente que la justicia distributiva se mide en porcentajes de gente
que tienen según qué porcentajes de la renta. La justicia distributiva es dar a
cada uno lo suyo. Y el dinero que alguien gana, sea la cantidad que sea y en el
porcentaje que sea de la renta mundial, contribuyendo a hacer más ricos a
otros, es un dinero justo. Pero no nos preocupemos más de la cuenta de la
distribución de la renta ni dejemos al estado que intente corregirla con
impuestos injustos. Sería el principio del fin. Practiquemos libremente, si
queremos –los cristianos estamos moralmente obligados a ello por las enseñanzas
de Cristo– la virtud de generosidad y de la liberalidad. Del don. Pero seamos
apóstoles del capitalismo.
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