10 de noviembre de 2020

La oración de todas las cosas 3. Centinelas, ¿en qué punto está la noche?

 El 28 de Octubre de 2020 empecé a publicar las oraciones de un libro que encontré hace años por casualidad, del jesuita Pierre Charles.  Su título es “La oración de todas las cosas” y publicaré una cada martes, hasta completar las 33 más el prólogo que la componen. Hoy publico la tercera:

Centinelas, ¿en que punto está la noche? 

        Pierre Charles S.J.

Cuando Nicodemo fue a tu encuentro, era de noche. Este hombre tímido temía a los judíos y no se arriesgaba a ir a Ti sino envuelto en tinieblas. Y cuando Judas dejó el Cenáculo, era de noche –erat autem nox-. Y cuando los Apóstoles, en el lago, echaban las redes sin coger nada, también era de noche. Tú viniste al mundo durante la noche de Belén; y la noche duraba todavía, y los guardias del sepulcro dormían, las santas mujeres madrugadoras no se habían puesto aún en movimiento, cuando resucitaste de entre los muertos. O vere beata nox. Mientras orabas en la montaña, las horas de la noche ritmaron esta plegaria –erat pernoctans in oratione Dei-; antaño, durante la noche oyó por tres veces el pequeño Samuel a Dios que le llamaba; las ángeles visitaron a San José durante la noche para anunciarle tu Encarnación o para advertirle de la huída a Egipto, y el anciano Tobías esperaba la negrura de la noche para sepultar en su huerto los cadáveres de sus hermanos que habían quedado sin sepultura.

La noche, Señor; esta noche santa y dulce y buena de la que nos habla la Escritura, desde la creación del mundo: yo quisiera tomarla hoy por compañera de mi oración; la noche, esta noche sobre la cual el Oficio de completas implora tu bendición divina y, de rodillas, escuchar simplemente su voz inmensa, profunda, como un eco de eternidad.

Yo bien sé que los hombres han manchado todo esto; sé que puede parecer cándido y pueril pedir a la noche consejos de devoción, como si nuestras costumbres de civilizados no la hubieran convertido en la protectora de las bajas orgías y en la amiga vulgar de la lujuria. Pero ¿por qué las profanaciones humanas nos iban a impedir reconocer la naturaleza divina de tus obras? No voy a ocuparme, de momento, de los novelistas que describen los bares nocturnos, ni de los vividores que allí se divierten. Yo tomo tu noche muy casta, de los orígenes del mundo, tal como vuelve al fin de mis jornadas, vertiendo sobre el silencio de los campos y sobre todas las cosas fatigadas la misteriosa amnistía del reposo. Son éstos los consejos que yo quiero oír y, en su oscuridad, quiero sentir más inmediata tu presencia. Media nocte clamor factus est. Ecce sponsus venit; en medio dela noche dispones tus acontecimientos; como cuando durante la noche, bajo los olivos, prolongaste tu agonía redentora.

La noche me hará más humano, inundando mi alma de una ternura discreta: la noche de las clínicas dolorosas, con las enfermeras vestidas de blanco que pasan sin ruido junto a los enfermos, bajo la pantalla de las lámparas..., en el mundo entero, Señor, desde el Japón hasta América, dondequiera que el sufrimiento lastima a tus criaturas. Y la noche de las largas marchas por la oscuridad de los caminos, en la húmeda frescura, todos en fila, con el hato sobre la cabeza, como yo les he visto allá en las Indias, o en África, pies desnudos, canturreando a la vez para alejar las serpientes y las fieras... y apresurándose hacia el mercado del pueblo. La noche de los oficiales de correos, que seleccionan las cartas, ordenan la correspondencia, trazan los itinerarios mientras nosotros dormimos; la noche de los oficiales de servicio y los mecánicos en los enormes vapores que hienden el mar al claro de luna; el insomnio heroico de las madres junto a sus cunas;  y las salmodias nocturnas de tus religiosas en las sillas del coro. Hoy los vigías ya no velan en las almenas de las ciudades ni en los campanarios de las iglesias. Tenemos la oficina de telégrafos y el teléfono abiertos desde la una a las veinticuatro horas; y el perfeccionamiento de nuestros alumbrados impide la oscuridad poseer todavía su reino. Yo no quiero, Señor, como los melancólicos, sustraerme del mundo en que vivo y buscarte en los recuerdos y en las nostalgias como si fueras un desaparecido. Hoy todavía, con la luz eléctrica y todas las invenciones chillonas, interrogo a la noche para encontrarte más cerca de mí. Es santa; quiero imitar su silencio y, dando tregua a mis agitaciones diarias, envolverme en desprendimiento pacífico. Dejaré caer sobre mi alma la bendición del crepúsculo, cuando desfallecen las luces, una a una, como un apagarse de cuidados; cuando los rumores se apaciguan dulcemente, como resistencias que ceden. Tu noche es santa, Señor, y yo quiero imitar su soledad no para dormir sin ocuparme de nada, sino para llevar algunos instantes en mi alma, como un niño dormido en los brazos, la inmensidad de tu creación. Yo estoy acostado, desmigado por el menudo pormenor de mis cotidianas preocupaciones; la noche, cubriéndolo todo con un único velo, me restituye el conjunto de las cosas y me permite sentir la pulsación de tu universo. Después de la puesta del sol, por los caminos de sombra y de silencio, quiero pasearme contigo. Tus palabras, porque no habrá nada más que ellas, llenarán todo el espacio y me harán querer lo que dicen. Yo no quiero huir al desierto. Los anacoretas de las soledades de Egipto sólo existen en las letanías donde les invocamos y en los textos muy antiguos que nos hablan de ellos. Pero cada tarde, el desierto viene a mi cuando la noche cierra por todas partes las vías de acceso y eleva a mi alrededor, como en una clausura monástica, las barreras silenciosas de la paz. Celebraré sólo las santas vigilias, os esperaré como el siervo evangélico del que hablas en tus parábolas;  y  tal vez esta espera me valdrá una visita tuya a la hora que Tú hayas señalado.

No, no consideraré la noche como algo profano, porque Tú eres su único Señor y porque no tenemos medio de impedir la rotación de la tierra y la desaparición del sol en el horizonte. Esta oscuridad y este sueño son tuyos, y de Ti sólo, sin intermediarios, los recibimos; es, pues, algo tuyo lo que solemnemente y sin ruidos nos anuncian. Hazme un alma receptiva, que no sea yo como la ostra que no quiere conocer nada más que sus dos valvas. La noche de invierno y la noche de verano; la noche de las lechuzas y la noche de las estrellas; la noche trabajosa de las calderas de fuego continuo y la noche pacífica de las playas de arena, que todo esto se me convierta en plegaria.

Añado yo:

La noche en que Dios te habla en el silencio o en el sueño, como la de Jacob en Betel, cuando veía el cielo abierto y los ángeles bajar y subir por su escala, la noche de la tienda del encuentro en la que la nube de Dios lo llena todo y te impregna, y la noche agitada del insomnio, en las que las preocupaciones y los miedos se agigantan y nos rodean amenazadores y sin aparente solución, en las que se lucha con Dios, como Jacob en el paso de Yaboq, intentando arrancarle una bendición que parece oculta en su oscuridad. Y también la noche normal de la que te saca el despertador después de un sueño reparador, que también en el descanso estás Tú. Que todas esas noches se conviertan en plegaria. Amén

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