24 de noviembre de 2020

La oración de todas las cosas 5. "Dios reinó por el leño"

 

El 28 de Octubre de 2020 empecé a publicar las oraciones de un libro que encontré hace años por casualidad, del jesuita Pierre Charles.  Su título es “La oración de todas las cosas” y publicaré una cada martes, hasta completar las 33 más el prólogo que la componen. Hoy publico la número cinco: “Dios reinó por el leño”:

 

 

V. Regnavit a ligno Deus

 

Dios reinó por el leño

 

Pierre Charles S.J.

 

Cuando queremos decir de alguien que no es demasiado listo, hablamos de su cabeza de leño; y cuando se trata de administrar a un delincuente una corrección solemne, hablamos de darle leña. Los tenduchos donde se vende leña para quemar no tienen nada glorioso. Los famosos árboles de justicia no son más que un eufemismo para designar un cadalso. Cuando se nos despoja del dinero nos lamentamos de haber sido robados como en pleno bosque. Dormir sobre tablas no es muy confortable; subir a las tablas no es muy honroso. Cuando un dios está hecho de madera, los salmos mismos nos dicen que es un ídolo vano.

 

Sé bien que en el mundo de la madera, hay privilegios y nobleza: la caoba bruñida, los muebles de palisandro, las estatuillas de boj, los ébanos, todas las esencias raras que los artistas prefieren para esmerados trabajos. Pero yo quisiera hoy contentarme con la buena madera ordinaria, cotidiana, la que encuentro por todas partes y a la que nadie dedica una mirada; quisiera oír su voz, muy humilde; ¿no encontraría tal vez el acento divino del Creador, del que mi plegaria podría hacerse eco?

 

La madera de la puerta, a la que los dedos de los visitantes vienen a llamar;  la de la mesa que sostiene mi trabajo, sin estremecerse, sin moverse, fiel como una amistad antigua; y la madera del bastón de los ancianos y de las muletas de los lisiados; la madera de los arados,  la de los ataúdes; la madera de mi reclinatorio y de mi silla, la de los granos de mi rosario y de mis anaqueles, la del horno donde se cuece el pan y la de los mástiles de los viejos navíos; la de los toneles prosaicos, de las jaulas de pájaros, de las cajas de jabón y de las cangas de los ajusticiados.

 

Señor, Tú conocías mejor que nadie esta madera vulgar. La trabajaste Tú mismo. Tú, que la habías creado. Era tu oficio de carpintero de pueblo, y sabías cómo convenía trabajarla evitando los nudos, cortando en la dirección de la fibra, atendiendo a que estuviera bien seca y a que no se abriera solapadamente. ¿Cómo es posible que para encontrarte no haya pensado nunca que esta madera ordinaria podía servirme de guía? Tú la conoces bien; la encontraste otra vez el día de la Pasión, y sobre ella, sobre ella sola, quisiste morir. Después de plantada tu cruz en el Calvario, la madera se ha vuelto cristiana; debería recordarme solo a Ti. Pero canto estas cosas, el Viernes Santo, en bello latín litúrgico; y ya no vuelvo a encontrarlas más cuando oigo sencillamente crujir y gemir bajo mis pasos los peldaños de una escalera de madera. Me encantan los poetas al hablarme del hacha de los leñadores, pero no he bautizado aún esta poesía porque miro la madera con los ojos curiosos de un pagano.

 

Ecce lignum crucis: me acuerdo de haberme casi escandalizado un tiempo por la rúbrica de la Semana Santa, que prescribe hacer la genuflexión ante la madera de la cruz del altar aún cuando quede el tabernáculo abierto de par en par. No es más que una cosa, me decía yo; ¡no es más que una madera ordinaria! Pero tu Iglesia tenía más sabiduría en su culto, de lo que yo podía poner en mis objeciones; y en recuerdo tuyo, quiero tratar con veneración la madera que me evoca el taller de Nazaret y los sufrimientos del Calvario.

 

Tus altares son de madera, casi en todas partes, con una pequeña piedra bien sellada donde se guardan las reliquias;  casi siempre reciben los fieles tu perdón misericordioso después de la confesión, a través de enrejado de madera; pero eres Tú quien me la ha dado, en línea recta, sin intermediario, como me das la luz del sol; eres Tú quien la hace crecer en el bosque secular y a Ti sólo ella obedece, desde la bellota minúscula hasta la plancha cortada en la serrería, a lo largo del río. ¿Por qué obstinarme en buscar tus dones muy lejos en abstracto y en teoría, cuando sólo tengo que arrodillarme en mi reclinatorio para apoyarme muy realmente en esta madera que viene de Ti?

 

Ocupaba tu pensamiento cuando te dirigiste a las hijas de Jerusalén durante tu Pasión dolorosa, al hablarles del leño verde y del leño seco y algunas ramillas te sirvieron para asar, Tú mismo, en la playa, después de la resurrección, el pescado que ofreciste a los discípulos vueltos a sus redes.

 

Pienso, Señor, en todos tus siervos que perecieron, por la fe, a bastonazos y a mazazos; pienso en todos aquellos que perecieron en las hogueras en llamas; en todos los que no tuvieron más que un tronco por almohada en la última hora; pienso en todas las cabañas, en las que las planchas mal unidas protegen hoy contra el frío, la lluvia o las fieras, a tantos hermanos de raza;  pienso en los viejos bajeles de madera que llevaron a los cruzados y a los misioneros, desde San Pablo con sus naufragios hasta Francisco Javier sobre las carabelas portuguesas; pienso también en las tablas de todos los ataúdes, en esta última morada exigua sobre la cual tu Iglesia cantará el Libera y el Réquiem, cuando haya entregado mi alma en tus manos.

 

Como un ángel discreto, la madera puede advertirme sin cesar que Tú no estás lejos, y preparar mi corazón para tus encuentros. Puede enseñarme a no caer jamás en estas vulgaridades miserables que entorpecen los caminos sin horizontes. Me pasearé con respeto a través de toda tu creación y, para estar siempre orando, no me será necesario cerrar perpetuamente los ojos. Me bastará abrirlos, no solamente sobre las apariencias, sino sobre la realidad de las cosas, y yo Te veré a Ti, el Verbo Creador, el Redentor, el Carpintero de Galilea y el Salvador que muere sobre el leño. La viruta más pequeña podrá serme una reliquia y en el mueble más ordinario descubriré el sello de tu divina Majestad.

 

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