Una de las compulsiones que tengo
es la de poner por escrito las cosas que pienso. No consigo relajarme hasta que
lo hago. Tengo la suerte de que cuando inicio ese proceso suelo tener en la
cabeza con bastante claridad lo que quiero escribir y, sobre todo, la
estructura lógica que quiero darle a lo que escriba. Por supuesto, esa
estructura se modifica a medida que escribo pero tengo una idea bastante clara
desde el principio. No es el caso con todo el asunto de Grecia, con el que se
me agolpan en la cabeza ideas que están claras para mí, pero para las que no
tengo un plano en la cabeza sobre cómo estructurarlas. Por eso me temo que este
escrito pueda resultar un tanto farragoso. Si es así, espero que sepáis
disculparme. Un buen sitio para empezar cuando uno no sabe por dónde hacerlo,
es el principio, así que empiezo por ahí.
¿Cómo empezó todo?
Si no queremos remontarnos a la
época de la Grecia clásica, que nos aportará pocas luces para el problema
actual, podemos empezar por John Maynard Keynes. Keynes fue el primer
economista (al menos el primero famoso) que abogó por que, en momentos de
recesión económica, el Estado, para reactivar la economía, gastase más de lo
que recaudaba, creando un déficit, para devolver las cosas a su situación
natural, con superávits, en momentos de bonanza, de forma que la deuda no se
acumulase indefinidamente. No soy keynesiano, ni siquiera en ésta su versión
blanda, pero no es este el momento de explicar el por qué. Sin embargo, lo que
me parece una locura –y creo que Keynes se volvería a morir de inmediato si
levantase la cabeza y viese a lo que hoy se llama keynesianismo– es que, en
nombre de Keynes se haya llegado a la situación en la que mucha gente piense
que los Estados pueden gastar, de forma crónica e indefinida, más de lo que
recaudan para, de esta manera dar a sus ciudadanos servicios insostenibles.
Esto que digo no va en contra del estado del bienestar. Va en contra del estado
del bienestar hecho a base de vivir por encima de las posibilidades. Me parece
estupendo que, con ciertos límites, un Estado cuyos ciudadanos generen una
riqueza suficiente, dé servicios de bienestar a sus ciudadanos mediante unos
impuestos razonables, no desincentivadores, sobre esa generación de riqueza.
Pero poner unos servicios insostenibles antes de la generación de riqueza, o
intentar financiarlos con unos impuestos abusivos es un disparate económico. A
ningún padre de familia en su sano juicio se le ocurriría que este disparate
puede funcionar en su familia. Sería largo comentar por qué, cuando se trata
del Estado, la gente se traga semejante disparate. Sin embargo, hasta hace unos
años, este era un dogma de fe apoyado y utilizado especialmente por los
gobiernos socialdemócratas. Y no creo que hayan abandonado ese dogma de fe
salvo coyunturalmente.
Y el ciudadano, con una ceguera
inducida por sus gobernantes, pero de la que no es del todo inocente, acepta
este dogma de fe con una inmensa alegría. Más aún. La naturaleza humana nos
induce a pensar que un privilegio que no nos hemos ganado pero del que llevamos
disfrutando durante mucho tiempo, se ha transformado, por alguna alquimia
misteriosa, en un derecho. Y la ciudadanía acusa a quien la intenta hacer ver
que ese derecho no es tal, sino un privilegio insostenible en el tiempo, de
insolidario, egoísta y antisocial. ¡Los perversos recortes! ¡La maldita
austeridad! Y si los que han financiado ese privilegio con su dinero se
plantan, ellos son los culpables de las consecuencias. Todo esto, me parece tan
de Perogrullo que me da casi vergüenza ponerlo por escrito, pero parece que la
gente –políticos, periodistas, ciudadanos, etc.– sobrevuela sobre esto sin
entenderlo. O sin quererlo entender, que no hay más tonto que el que no está
interesado en entender. Así que, con vergüenza por las obviedades, lo digo.
Esto es lo que ha pasado en
Grecia (y en Portugal y en Irlanda) en los últimos años. Cuando estos países
fueron incapaces de conseguir que nadie les prestase más dinero para mantener
sus privilegios no ganados, se encontraron con la mano tendida del resto de
países de la zona Euro que seguían prestándoles dinero. Es decir, les
rescataban prestándoles un dinero que nadie más estaba dispuesto a prestarles.
Ahora bien, lo hacían exigiendo unas medidas que hiciesen posible que, a largo
plazo, la economía de esos países fuera capaz de crear suficiente riqueza para
devolver lo que debían. La maldita austeridad y los pérfidos e insociales
recortes. A veces, incluso, les perdonaban una parte de la deuda, condicionando
este perdón a la buena voluntad expresada para hacer su economía viable. Es
decir, se ponía solidaridad concreta y monetizada frente a promesas. Portugal e
Irlanda, cuando fueron rescatadas, empezaron a llevar a su pueblo al realismo
con grandes sufrimientos. Y parece que van saliendo del atolladero. España,
antes incluso de que se le cerrasen los mercados y de tener que ser rescatada,
se impuso sus propias restricciones para conseguir eso sin necesidad de que se
lo impusiesen. No es el caso de Grecia. Los gobiernos anteriores de Grecia decidieron
no hacer lo que había que hacer y, en cambio, engañar con los datos de su
economía para que pareciese que sí lo hacían. No obstante, Europa le concedió
un segundo rescate en el que, además, se le hacía una quita de la deuda y una
reestructuración de la misma para darle un respiro. Parece que tras este
segundo rescate el gobierno griego, empezó a hacer los deberes aunque
tímidamente, lo que desató la indignación y las iras de sus ciudadanos que
consideraban que Europa les humillaba. Y ahí estaba Syriza para capitalizar ese
descontento.
Tengo ahora, antes de seguir, que
hacer un circunloquio que espero no os despiste demasiado. El comunismo, tras
ser derrotado en toda la línea en la lucha por intentar un sistema económico
que trajese desarrollo al mundo, no ha renunciado a su ideología ni a su
estrategia gramsciana de perspectiva histórica para traer al mundo ese utópico
“paraíso” con el que sueña. Nunca le ha frenado en sus intentos la compasión
por la miseria de los pueblos si a través de esa miseria se acercaba ese
“paraíso”. No creo que sea necesario recordar hechos recientes muy recientes.
Ahora tampoco eso le importa lo más mínimo. Es más, derrotado su sistema sólo
le queda una posibilidad para lograr sus objetivos: Lograr la ruina de la
economía de libre mercado. Sabe que eso no es fácil y que su presa es poderosa.
Y sabe que la única estrategia que, tal vez, pueda tener éxito es fomentar todo
tipo de reivindicaciones que puedan paralizar la maquinaria enemiga o crear
situaciones conflictivas, y esperar agazapado a que esas oportunidades le den
la ocasión para saltar sobre su presa. Y ahora, en estos momentos, olfatea que
esa oportunidad está llegando.
A Syriza le importa tres
caracoles el bienestar del pueblo griego. Sabe que ese pueblo es un peón que
hay que saber mover bien para ganar la partida, pero que puede ser sacrificado
llegado el caso. Si Grecia tuviese el tamaño de España, caben pocas dudas de
que, sabiendo que su salida rompería el euro, lo haría. Desde el domingo, y en
los meses pasados, he oído muchos análisis sobre los efectos que podrían tener
las distintas posturas griegas para el éxito negociador de Syriza. Pero todas
parten de un punto de partida falso, a saber: Que para Syriza el éxito sería
que Grecia se quedase en el Euro con un plan de rescate duro pero viable. Eso
es lo último que quiere Syriza. Su objetivo es romper el Euro como un paso de
su estrategia histórica para hundir el sistema. Pero con un PIB de tan solo un
18% del de España y menos de un 2% del de la zona Euro, sabe que su salida no
sería más que un molesto resfriado para el Euro. Y lo que la izquierda radical
quiere es un cáncer con metástasis. Por eso seguirá intentando quedarse para,
desde dentro, crear el mayor conflicto posible en todos los frentes. Y desde esta
posición jugará sus cartas para poner al resto de los miembros del Euro en un
difícil disyuntiva. Si Europa se cierra en banda y Grecia se encamina hacia la
miseria, Syriza criminalizará a sus compañeros de viaje, responsabilizándoles
de la miseria del pueblo griego y creando un caldo de cultivo anti Euro de
consecuencias muy negativas. El pueblo griego pierde pero Syriza gana. Sin
embargo, veo pocas probabilidades de que el resto de Europa, aunque esté
cargada de razón se atreva a soportar ese sambenito. Creo, por tanto, que
Europa cederá. Y, lo que es peor, creo que cederá con un plan del que sabrá
perfectamente que Syriza no tiene la más mínima intención de cumplir. Si algo
ha dejado claro el referéndum es eso. El pueblo griego, manipulado por Syiriza,
no está dispuesto a llevar a cabo ningún plan que suponga un sacrificio para
trazar un camino de regeneración de la economía griega. Ayer leí en el diario
El Mundo un titular que decía: “Sí, el calvario; no, la tragedia”. El calvario
de un plan realista de ajuste, seguido con lealtad, podría llevar a esa
regeneración. Sin embargo, el pueblo griego, tal vez fiel a sus orígenes, ha
elegido la tragedia sin salida. Pero la otra pinza que atenaza a Europa es que aceptar
un plan con trampa tendría un riesgo moral terrible. Porque entonces, Irlanda,
Portugal y España se sentirían estafados por haber tenido que hacer el enorme
esfuerzo que han hecho y tienen que seguir haciendo en su calvario, e Italia
pensaría que ella no iba a ser tan tonta como estos países si un día le llegaba
el turno. ¡Tanto esfuerzo para que el que peor voluntad presente sea el que
salga mejor parado! Y, por supuesto, estos tres países elegirían en las
próximas elecciones a partidos que se pasasen la austeridad por el arco del
triunfo, con lo que se pondrían en la antesala de salida del Euro, que es lo
que pretenden Syriza y Podemos. Quien crea que exagero, que eche un vistazo al
siguiente video de un minuto.
Por supuesto, si Grecia saliese
del Euro, dejaría de pagar irremisiblemente toda su deuda, que supone casi el
180% de su PIB, es decir, suma un total aproximado de 320.000 Millones. Sin
embargo, dada la prácticamente nula disposición de Grecia para hacer los
drásticos recortes que tendría que hacer, es casi seguro que ese dinero está ya
perdido y hay una máxima que dice que uno no debe poner dinero bueno sobre
dinero malo.
Hay muchos otros caminos por los
que Syriza puede hacer daño al Euro y también los está recorriendo. Ya está coqueteando
con Rusia y con Irán para obligar a los EEUU a presionar a Europa. Naturalmente,
EEUU lo está haciendo porque no le gustaría ver sus bases griegas en el
Mediterráneo Oriental en esas manos. Podríamos pensar entonces que fuese EEUU
el que financiase a Grecia. Pero Europa tiene muy cerca el frente de Ucrania/Rusia
y no le gustaría nada ver a un país como Rusia, que no entiende otro lenguaje
que la fuerza, instalado en sus puertas. Y mantenerle para mantener a Rusia
lejos de Grecia si Grecia se va le llevaría tener que hacer unos gastos
monumentales en defensa que ni sus economías ni sus opiniones públicas le
permitirían. Para eso está EEUU. Pero claro, al echar sobre sus hombros la
carga de policía del mundo, EEUU pasa factura. Todas las bazas que está jugando
Syriza son las contrarias a las que debería seguir un leal aliado que ha vivido
los últimos años del dinero que le venía del resto de Europa. No cabe duda de
que Tsipras y Varufakis no tendrían precio en el mundo del chantaje. ¿Cambiará
algo la llegada de Tsakalotos en sustitución de Varufakis? Quien crea que este
cambio significa algo más que un simple maquillaje, creo que está en la luna de
Valencia. O a lo mejor el hecho de que Tsakalotos se llame Euclides de nombre
es algo significativo. ¿Quién sabe?
Oigo a gente decir que, por lo
menos, el “no” del referéndum vendrá bien para que en España, cuando veamos sus
consecuencias, escarmentemos en cabeza ajena. No estoy tan convencido de ello.
El victimismo inoculado en el pensamiento de mucha gente ha trastocado los
conceptos de dignidad y heroísmo. A la dignidad del pueblo español, portugués o
irlandés que hace lo que tiene que hacer, por doloroso que sea, para volver a
vivir a la altura de sus posibilidades y ser sostenible, se la confunde con
sumisión. Y a la postura irresponsable e insensata del pueblo griego, eligiendo
y sosteniendo a un partido que lo único que persigue es llevarle a la ruina
como estrategia, se le llama heroísmo. “Los pobres griegos, víctimas de la
perfidia de Europa, se resisten heroicamente contra la colonización para
mantener su dignidad” oigo decir a Pablo Iglesias (ya lo dice Maduro). Esta
manera tan errónea de ver la realidad está, sin embargo, imbuida en la mente de
la inmensa mayoría de los que han votado a Podemos en España y de mucha gente
buenista, como lo está en los que votaron a Syriza y en los que han votado “no”
en el referéndum del domingo. Me temo que ante las imágenes del pueblo griego
pasando penurias sin cuento por su culpa y la de sus dirigentes, se va a
despertar en muchas personas un sentimiento de errónea solidaridad que les va a
llevar a lo que considerarán el heroísmo de inmolarse con ellos.
¿Estoy paranoico? Creo que de
ninguna manera. Simplemente veo las cosas poniéndome en los mismos zapatos que
la izquierda radical a la que conozco y por la que no me dejo engañar. Como he
dicho en otros escritos, he sido cocinero antes que fraile y a mí no es fácil
que me la den con queso. No creo, sin embargo, que la izquierda populista acabe
por triunfar porque, afortunadamente, el sistema capitalista es mucho más
robusto de lo que ellos puedan pensar. Pero de lo que me caben pocas dudas es
de que van a hacer retroceder las economías
de los países que se dejen engañar y, en algunos de ellos, puede que se
sobrepase el punto de no retorno y se encuentren encaminados hacia la
venezuelización. Esperemos que España no sea uno de esos países, a pesar de que
en la estrategia gramsciana estamos los siguientes en la lista.
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