Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Pero, ¿dónde
permaneces en mi memoria, Señor, dónde permaneces en ella? ¿Qué morada te has
construido? ¿Qué santuario te has edificado? Has otorgado a mi memoria el honor
de permanecer en ella, pero me pregunto en qué parte de ella permaneces. Pues
al recordarte, traspasé las partes de ella que tienen también las bestias,
porque no te encontraba allí entre las imágenes de las cosas corporales, y
llegué a aquellas partes suyas en las que he depositado las afecciones de mi
alma, y tampoco allí te hallé. Y entré en la sede que mi propia alma tiene en
tu memoria, pues también el alma se acuerda de sí misma, y tampoco allí
estabas; porque, así como no eres imagen corporal ni afección de un ser vivo,
como las que se producen cuando nos alegramos, nos entristecemos, deseamos,
tememos, recordamos, olvidamos, etc., tampoco eres el alma misma, porque tú
eres el Señor Dios del alma, y todas estas cosas mudan, pero tú permaneces
inmutable por encima de todas, y te has dignado habitar en mi memoria desde que
te conocí... ¿Dónde, pues, te hallé para conocerte? Pues, ciertamente, no
estabas en mi memoria antes de que te conociera. ¿Dónde, pues, te hallé para
conocerte, sino en ti, por encima de mí? Y no hay ningún espacio; y nos
apartamos y nos alejamos, y no hay ningún espacio. [...] ¡Tarde te he amado,
hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te he amado! Y he aquí que estabas
dentro y no fuera, y fuera de mí te buscaba, y me precipitaba, deforme, sobre
las cosas hermosas que tú hiciste. Estabas conmigo, pero yo no estaba conmigo.
Me retenían lejos de mí las cosas que, si no fuesen en ti, no serían. Llamaste
y clamaste y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y ahuyentaste mi
ceguera; exhalaste tu perfume, y respiré, y por ti suspiro; te saboreé, y tengo
hambre y sed de ti; me tocaste, y ardí en tu paz.
San Agustín.
Confesiones
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