Parece mentira, pero ha pasado un año desde la clausura del
sínodo preparatorio de éste. Y en éste se van a tratar cuestiones candentes. Ya
al final del sínodo preparatorio hubo muchas controversias. Puede que a mucha gente se le haya olvidado, pero para mí fue un aldabonazo en mi conciencia.
En su discurso de clausura, que abría un paréntesis de reflexión de un año, que
se cerró el Domingo 4 de Octubre de 2015 con el inicio del sínodo definitivo, el Papa dijo
magistralmente que había que evitar varias tentaciones que recuerdo brevemente
ahora:
- La tentación del endurecimiento
hostil, esto es el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no
dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas.
- La tentación del “buenismo” destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa
venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas.
- La tentación de transformar la piedra en
pan para
terminar el largo ayuno, pesado y doloroso y también de
transformar el pan en piedra, y tirarla contra
los pecadores, de transformarla en “fardos insoportables”.
- La tentación de descender de la cruz para contentar a
la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al
espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios.
- La tentación de descuidar el “depositum
fidei” o, por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando
una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir
nada.
Esas tentaciones reflejaban las tensiones que se habían producido
en el sínodo preparatorio. Pero el Papa, lejos de lamentar esas tensiones, veía
en ellas el soplo del Espíritu:
Personalmente me hubiera preocupado mucho y entristecido si
no se hubieran dado estas tensiones y estas discusiones animadas; este
movimiento de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio, si todos hubieran
estado de acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista paz. En cambio he visto
y escuchado –con alegría y reconocimiento– discursos e intervenciones llenos de
fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresía[1]. Y he sentido que
ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la Iglesia, de las familias y
la “suprema lex”: la “salus animarum” (Salud de las
almas). Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del
Sacramento del Matrimonio: la
indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura
a la vida.
A mí, un párrafo de la relatio final del sínodo de hace un
año me hizo ver las cosas desde una perspectiva diferente. Decía:
“Se ha reflexionado sobre la posibilidad de que
los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la
Penitencia y de la Eucaristía. Algunos padres sinodales han insistido a favor
de la disciplina actual, en razón de la relación constitutiva entre la
participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza
sobre la indisolubilidad del matrimonio. Otros se han manifestado por una
acogida no generalizada en la mesa eucarística para algunas situaciones
particulares y en condiciones bien precisas, sobre todo cuando se trata de
casos irreversibles y ligados a la obligación moral hacia los hijos que les
llevaría a soportar sufrimientos injustos. El eventual acceso a los sacramentos
debería ir precedido de un camino penitencial bajo la responsabilidad del obispo
diocesano. Se profundizó más sobre la
cuestión, teniendo bien presente la distinción entre situaciones objetivas de pecado
y circunstancias atenuantes, dado que “la imputabilidad y la responsabilidad de
una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas” por diversos
“factores psíquicos o sociales”.
(Catecismo de la Iglesia Católica 1735)
Esto me llevó entonces –26 de Octubre de 2014– a escribir en este mismo blog:
A la vista de esto, y con vigilancia para no caer
en la tentación del buenismo destructivo, sigo en la misma idea que la semana pasada. A saber: Que es muy
posible que haya personas divorciadas y vueltas a casar que tengan
circunstancias atenuantes que hagan que su situación de pecado no sea mortal.
Que estas circunstancias deberían ser discernidas bajo la guía del obispo y que
tras un camino penitencial, podría permitirse que algunas de esas personas pudieran
acceder a la comunión sacramental. Esto no me parece buenismo destructivo ya que no descuida la obligatoriedad de
estar en gracia de Dios para recibir la comunión ni pone en cuestión la
indisolubilidad del matrimonio.
Esta frase me costó algún disgusto con personas muy allegadas
a mí que veían en ella una imprudencia temeraria, a pesar de la frase con la
que acababa lo que mandé en el envío de entonces:
Por supuesto, no me siento capaz de decir si el
bien mayor que debe buscar la prudencia se lograría mejor con la “disciplina actual” o
con lo que propugnan los que quieren un planteamiento caso a caso, analizando
los atenuantes de cada situación. Nunca mejor que aquí vendría la frase de
“maestros tiene la Santa Madre Iglesia”. Por lo tanto, aceptaré cualquiera de
las posturas que se adopte en el próximo Sínodo, tras un año de meditación, y
en comunión con el Papa. Y la aceptaré con la paz que da la aquiescencia de
corazón. Pero mi opinión en este momento es la que acabo de expresar.
Pues bien: Ha llegado el día en que los obispos, tras un año
de reflexión, vuelven a reunirse para algo tan importante y trascendental para
la pastoral y la maternidad de la Iglesia. En la homilía de la Misa de este
domingo pasado, 4 de Octubre de 2015, el Papa volvía a plantear el tema con
claridad y apertura. Las lecturas de ese Domingo son de las más claras sobre el
establecimiento por parte de Jesucristo de la doctrina de la indisolubilidad
indiscutible del matrimonio (Al final de estas líneas trascribo las lecturas de
la Misa de este reciente Domingo 4 de Octubre de 2015). Y el Papa, en esa homilía, fue explícito y
claro sobre estos temas, como se ve en algunas frases:
Jesús,
ante la pregunta retórica que le habían dirigido – probablemente como una
trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba
el divorcio, como realidad consolidada e intangible–, responde de forma
sencilla e inesperada: restituye todo al origen, al origen de la creación, para
enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de
un hombre y una mujer que se aman y los une en la unidad y en la
indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo
vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden
original y originante.
Pero hay otros dos temas que toca el Papa que creo merecen
ser resaltados.
Primer tema, la restitución de la grandeza al matrimonio y a
la familia. El Papa no puede permitir que nuestra mezquindad haga miserable
algo tan grande y nos da un brillante toque de clarín para despertarnos a esa
grandeza:
Estas
palabras muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se
asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el
sentirse solo. Muestran también que Dios no ha creado el ser humano para vivir
en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su
camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria
experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo
en los hijos, como dice el salmo que se ha proclamado hoy (cf. Sal 128). […] Este es el sueño
de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre
hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación reciproca.
[…]
Para Dios, el matrimonio no es una utopía de
adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la
soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón
humano.
Grandeza que muchos, como en la fábula de la
Fontaine del zorro y las uvas, desprecian y ansían al mismo tiempo:
Paradójicamente también
el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y
fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo,
por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero
sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la
entrega total.
Segundo tema, la misericordia y la comprensión para todos
aquellos que, sin poder evitarlo, por las causas que sean, han visto como se deshacía
su proyecto conyugal:
Una
Iglesia que enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que «el
sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado»; y que Jesús
también dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a
llamar justos, sino pecadores». Una Iglesia que educa al amor autentico, capaz
de alejar de la soledad, sin olvidar su misión de buen samaritano de la humanidad herida.
Recuerdo a san Juan
Pablo II cuando decía: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos
constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y
amado […] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro
tiempo.» Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia
con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser
puente se convierte en barrera.
Acaba el Papa: Con este espíritu, le pedimos al Señor que nos acompañe en el Sínodo y
que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y
de San José.
Yo, por mi parte, espero con impaciencia el
resultado de este sínodo y, como he dejado dicho, aceptaré de buen grado lo que
de él salga, pues creo que es el Espíritu Santo el que lo guía. Y mientras
espero, pido que todos los hombres de buena voluntad, que amamos al ser humano
y queremos su felicidad, nos unamos a la oración que nos pide el Papa, cada uno
con la fe que tenga, que siempre es más de la que uno cree. Que los Obispos se dejen guiar, sorteando como Scilla y
Caribdis las tentaciones expresadas por el Papa hace un año, para llegar hasta
Ítaca, al encuentro con Penélope, la esposa fiel del fiel Odiseo.
***
Lecturas de la Misa del Domingo 4 de Octubre de 2015
Lectura del libro del Génesis (2,18-24):
El Señor Dios se dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.»
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre.
El hombre dijo: «Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne
de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne.»
Palabra de Dios
Salmo 127,1-2.3.4-5.6
R/. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.
R/. Que
el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.
R/. Que
el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.
R/. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
Que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!
R/. Que
el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
Lectura de la carta a los Hebreos (2,9-11):
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al gula de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,2-16):
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
[1] La
palabra “Parresía”, usada por este Papa a menudo proviene del griego, y significa libertad para hablar, valentía,
sinceridad, alegría, confianza.
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