Hace tiempo leí un
artículo de Pedro Schwartz en el que expresaba una idea que me pareció
interesante y que guardé en mi cabeza para desarrollarla un poco en otro
momento. Ese momento es ahora. Venía a decir que hay dos maneras de ejercer la
beneficencia[1].
Una, que se podría llamar beneficencia
gratuita y otra que podríamos denominar, por contraposición, beneficencia interesada.
La primera se
caracteriza por tres atributos:
a)
Proporciona a quien la
recibe un bien dado gratuitamente. Es decir, quien la practica no espera nada material
a cambio por parte de quien la recibe. Más, suele suponer algún tipo de
sacrificio por parte de quien la hace.
b)
Se lleva a cabo con
esa intención específica.
c)
Se lleva a cabo con
personas identificables. Tal vez no se sabe qué persona concreta la va a
recibir, pero sí que van a recibirla, por ejemplo, los niños de un pueblo de Uganda
que una determinada ONG, por ejemplo, construya una escuela para que los niños
puedan recibir educación.
La segunda, la interesada, carece
de estos tres atributos. Casi, casi podría decirse que los contradice.
a)
Se hace con un interés
material por parte de quien la hace. Generalmente a cambio de dinero.
b)
La intención
fundamental, en general, no es buscar directamente el bien del otro, aunque su
práctica suele suponer un bien para ambas partes. Es del tipo ganar-ganar.
c)
Generalmente se diluye
en una colectividad anónima.
Por supuesto que no
se trata de elegir una u otra, ambas son necesarias y ambas hacen mucho bien. Esta
segunda se puede encarnar en la vida profesional y en las empresas.
Naturalmente, esta beneficencia se puede pervertir si la intención expresada en
a) se basa en el engaño o en dar a la otra parte algo que no vale lo que paga,
instaurando una relación yo gano-tú pierdes. En ese caso no merece el excelso nombre
de beneficencia. Para que lo merezca se debe basar en la verdad, la transparencia,
el respeto a las leyes justas, a los pactos y a los contratos y, naturalmente,
en el principio de no maleficencia. Pero hay un dicho que afirma que se puede
engañar a mucha gente pocas veces o a poca gente muchas veces, pero no a mucha
gente muchas veces. Como todos los dichos populares, éste tiene sus
excepciones, pero en líneas generales se cumple. La empresa, en el sentido
amplio de la palabra, que pretenda basarse en el engaño, o en la entrega de
algo que no tiene para quien lo recibe el valor que paga por ello, suele acabar
en la ruina y, si las leyes funcionan como deben, los tramposos en la cárcel.
Por
supuesto que la beneficencia gratuita también se puede pervertir por corrupción
de la condición a). Hay gente que la práctica, pero está continuamente
recordando a quien la recibe que tiene una deuda emocional con él. Además,
estas deudas emocionales son las que más daño pueden hacer porque si quien se
cree acreedor de esa deuda sabe explotarla, puede llegar a tener a la persona receptora
en situación de una deuda perpetua e impagable, haga lo que haga e, incluso,
llegar a crear en la persona receptora una profunda sensación de dependencia y
de frustración. Y es trágico cuando esta beneficencia se transforma en
subsidio. Alguien me dijo un día una frase: “El subsidio genera dependencia, la
dependencia genera resentimiento, el resentimiento genera odio y el odio genera
violencia”. Quien me la dijo es una persona que ha dedicado su vida en
República Dominicana a ayudar a los más pobres a salir de la pobreza mediante
microcréditos productivos responsables, sin ánimo de lucro[2].
O sea, que sabía de lo que hablaba. Esa misma persona me dijo otra cosa que
merece la pena ser reseñada: “El camino de la beneficencia gratuita (no me lo
dijo usando esta expresión, puesto que no había leído el artículo de Pedro
Schwartz) está pavimentado de eficiencia”. Y creo que tiene micha razón.
Sobre
estas dos formas de beneficencia podría aplicarse el conocido proverbio, un
poco modificado por mí, que afirma que el que da un pez a un hombre le da de
comer un día, pero el que le vende una caña y le enseña a pescar, aunque le
cobre por ello, le da de comer para toda su vida.
Con
todo, es evidente que la gente valora más la primera forma de beneficencia que
la segunda. Pero lo que no es evidente, es más cabe razonablemente dudarlo, es
cuál de las dos genera en el mundo más bien. Yo creo que la segunda. ¿Por qué?
Porque la primera está casi siempre sometida a un límite. Nadie puede dar para
beneficencia más de lo que tiene. Ni siquiera el que siga al pie de la letra el
consejo evangélico de vender todo y dárselo a los pobres –que son pocos los que
lo siguen– puede dar cantidades ilimitadas. Por tanto, la beneficencia gratuita
tiene un límite. En cambio, la beneficencia interesada es, en principio
ilimitada, porque genera riqueza y esa generación, en principio, no tiene
límites, aunque lleva su tiempo. Y hay gente que quiere que esa beneficencia
interesada haga milagros ¡YA! Y lejos de reconocer lo que ha hecho en los
últimos dos siglos, se indigna por lo que todavía no ha hecho o por los fallos
que hay en lo que ha hecho. ¡O perfección o nada! Pero el impresionante
desarrollo del mundo en los últimos dos siglos se ha producido, con todos los
fallos que se quiera, por la beneficencia interesada. Y el hecho de que la
pobreza extrema haya bajado en el mundo, por primera vez desde la historia de
la humanidad, del 10%, es también, fundamentalmente, debido a la beneficencia
interesada, sin negar, por supuesto, a la gratuita, su inmenso valor. Y si los
países pobres salen alguna vez de la pobreza, será, sin lugar a dudas, porque
en ellos haya seguridad jurídica que permita desarrollarse empresas. Empresas
que serían artífices de una beneficencia interesada que disminuiría rápidamente
la pobreza.
Es decir, será
el capitalismo, como epítome de la beneficencia interesada, el que mitigue la
pobreza en el mundo. Cómo no, dirá alguno, Tomás tiene que acabar hablando de
la bondad del capitalismo. Es puro utilitarismo. No
es así. Es, o puede ser utilitarismo impuro porque el capitalismo puede estar
teñido de caridad. Nada, absolutamente nada, hace incompatible una cosa con la
otra, el capitalismo con la caridad. Así pues, ¡viva el utilitarismo impuro! Y
sí, hablaré una y otra vez de ello, porque lo creo con toda mi alma y porque
deseo, también con toda mi alma, que con ello la pobreza en el mundo disminuya.
No obstante, como he dicho más arriba, y también he repetido hasta la saciedad,
y seguiré repitiendo, la beneficencia interesada del capitalismo puede
adulterarse. Pero entre las propias reglas del mercado y la sabia aplicación
del código civil y penal, esas adulteraciones pueden, si no evitarse del todo,
sí limitarse en una gran medida. Y como hoy estoy de frasecitas, cito una de
Alexis de Tocqueville (aunque no tengo la seguridad de que sea suya): “Para que las leyes importantes se cumplan
es fundamental que no haya muchas leyes inútiles que no se cumplen”. ¡Bien
por Alexis!
Entonces, ¿por
qué, tienen más fácilmente las ideas socialista, e incluso las populistas entre
la gente que las ideas liberales? También aquí me apoyo en Alexis de
Tocqueville. “La gente acepta mejor una
mentira simple que una verdad compleja”. ¡Qué cierto! Si alguien dice que
la gente más pobre viviría mejor si se duplicase el salario mínimo, la mayoría
de la gente acepta esta mentira simple. En cambio, si dice que el despido libre
fomenta el pleno empleo, esta verdad como una casa es compleja de entender y
requiere una formación libre de los prejuicios simplistas del socialismo, que
han calado en gente que no por asomo es socialista. Por tanto, mucha gente no
la aceptará. ¿Otro ejemplo? Si alguien dice que una empresa del Estado será
capaz de hacer productos más baratos y mejores porque no tiene que generar
beneficio, muchísima gente aceptará el simplismo de esta mentira. Pero si dice
que las empresas privadas, precisamente porque buscan el beneficio, acabarán
haciendo productos mejores y más baratos si se deja actuar al mercado
libremente, habrá mucha gente que rechazará esta verdad compleja. Y lo mismo se
puede decir si se habla del Estado subvencionador del Estado del Bienestar tal
y como lo entendemos en Europa y de miles de cosas más que forman el credo
socialista y socialdemócrata.
Pero bueno, como
soy un poco masoca, me divierte predicar en el desierto. Además, siempre queda
algo.
[1] La
palabra beneficencia la empleo aquí en su sentido etimológico, “hacer el bien”
no en el sentido coloquial de “caridad” (palabra, a su vez, mal entendida en el
sentido coloquial).
[2] Por
supuesto, las actividades de microcréditos –o más ampliamente microfinanzas,
porque se ofrecen facilidades e microahorro o de microseguros–, que en general
no tienen ánimo de lucro, prestan dinero con un interés y exigen su devolución.
Es la manera de que la actividad sea no sólo sostenible, sino que permita
llegar a más gente cada vez. Es una excelente manera de hacer beneficencia
gratuita.
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