El hermano de un amigo mío me ha preguntado estos días sobre el diálogo que, me dice, se ha iniciado recientemente entre el Cardenal Gianfranco Ravasi y la masonería. Hasta donde yo sé, no ha habido ningún movimiento oficial en este sentido. Todo arranca de una carta abierta del Cardenal Gianfranco Ravasi en el periódico italiano Il Sole Domenica del 14 de Febrero pasado en la que éste se dirige a los masones. La carta fue respondida unos días más tarde por el Gran Maestre Stefano Bisi en el mismo diario Il Sole 24 Ore. Hasta donde yo sé, no ha habido ninguna conversación adicional más allá de estas dos cartas. Adjunto la traducción al inglés ambas. No soy responsable de esta traducción, por lo quien sepa italiano y quiera ir a las fuentes no creo que le cueste mucho encontrar en internet ambas cartas en su original italiano.
Y a continuación transcribo, con alguna pequeña modificación en mi respuesta y manteniendo el anonimato de mi amigo y su hermano, los mails que he cruzado con él.
Me dice mi amigo:
Estimado amigo : Soy hermano gemelo de xxx y como él, […] procuro ser un buen cristiano.
Aunque no tengo el gusto de conocerte, he oído hablar muy bien de ti, como persona muy integrada en lo religioso y buen escritor y ensayista (sic).
El tema que motiva estas líneas es simple. Hace unos días y con ocasión de unas conferencias técnicas, tuve ocasión de hablar con un ingeniero aeronáutico, jubilado, que ejerció como profesor en las Escuelas de Ingenieros Aeronáuticos y posteriormente de Arquitectura.
Resultó que es un escritor y ha publicado una serie de libros que calificaría de ''pensamiento'' y resultó ser Maestro Masón grado 18, equivalente al 33 de la Francmasonería.
Da la coincidencia de que el tema Masonería y el del Exorcismo, han ocupado mis preferencias desde hace unos años. Son temas a los que he dedicado horas, porque considero no están suficientemente abordados por la Iglesia Católica, porque parece que se les tenga miedo y hablo de monseñores incluso.
El hecho es que con mi interlocutor, XXX, hemos cruzado varios correos en los que si bien le expongo la doctrina de la Iglesia Católica sobre la materia, clara y rotunda, el me indica que no obstante, actualmente, el Cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del Colegio Pontificio para la Cultura, ha iniciado unas reuniones para la aproximación de ambos, Masones y Católicos.
Desearía, si te fuera posible, me pudieras documentar acerca de exactamente cuál es o ha sido el alcance de estas reuniones o conversaciones, para no tocar de oído.
El tema es muy importante, porque en principio pongo en entredicho que los Masones estén dispuestos a corregir sus modos de pensar y actuar.
Agradeciéndote todo lo que pudieras informarme, te envía un cordial saludo
A lo que le he contestado:
Hola xxx: Encantado de comunicar contigo. Tu hermano yyy me había dicho que me escribirías. Parafraseando el refrán, los hermanos de mis amigos son mis amigos. Le pongo a él también en copia de este mail.
Lo primero, te agradezco mucho tu confianza en mí. Esto me va a servir de tema para mi próximo envío de los viernes.
Tengo conocimientos muy limitados sobre la masonería, por lo que seguro que tú sabes más que yo. No obstante, ahí van mis cometarios por lo que puedan valer.
Hablar de la masonería es algo extremadamente complejo puesto que hay un número inmenso de ramas, con distintas normas, “credos”, etc. En general me parece que, naturalmente con excepciones son, al menos hoy en día, gente bienintencionada con un sincero deseo del progreso de la humanidad a través de la tolerancia y la filantropía. A lo largo de la historia, algunas de sus ramas no ha tenido, sin embargo, un comportamiento tan idílico como pretenden. Podría decirse incluso que algunas han tenido comportamientos desastrosos. Pero es difícil distinguir el mito de la realidad. Además, cuando se mira con la lupa de la historia cualquier institución humana, incluida la Iglesia en su faceta humana, ninguna se queda impoluta, por lo que en ese tema es mejor aplicar lo de que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Si nos vamos a sus creencias y su actitud ante los dogmas de la Iglesia, siempre salvando la inmensa ramificación, creo que no han sido más agresivos contra los dogmas de la Iglesia que otras muchas corrientes de pensamiento o que ciertas corrientes de ateísmo militante. Tal vez me atreviese a decir que, en general, lo han sido menos. De hecho, en una de sus constituciones que, por cierto, fue redactada en 1739 por el Pastor Presbiteriano James Anderson, dice que el masón “no será ni un estúpido ateo –sus palabras, no las mías– ni un irreligioso libertino”. Creo que por eso, a lo largo de su historia han intentado atraer a su órbita a muchos cristianos. Creo que, en general, para entrar en la masonería no se ha exigido a los cristianos hacer ningún acto de apostasía. Pero lo cierto es que en su fe deísta en el Gran Arquitecto no tiene cabida la salvación a través de Jesucristo en el que ellos no creen. Ellos creen que la salvación de la humanidad, en un sentido muy abstracto, viene de la propia humanidad. Y, a veces, los medios que han utilizado para traer esa salvación han incluido guerras y atropellos históricos en nombre de ese paraíso. No está de más darse cuenta de que, muy a menudo, estas esperanzas de paraísos en la tierra meramente humanos han acabado en inutilidad o, peor aún, en tragedia histórica. Ahora bien, el cristiano no puede formar parte de una “religión” –Y la masonería, en cierta manera lo es– que niegue que la salvación viene a través de la encarnación, vida, obras, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Si lo hace, le obliguen o no a apostatar, está apostatando. En ese sentido, la Iglesia, velando –con los errores humanos que se quiera, pero con la gracia sobrenatural– por la salvación de sus hijos, no podía aceptar esa doble pertenencia ambas vías de salvación. Porque, de hecho, muchos cristianos que entraban en la masonería acababan perdiendo la fe en Jesucristo como salvador. Así, varios pontífices (Benedicto XIV, Pío IX y León XIII hasta donde yo sé) han condenado esta doble pertenencia. ¿Lo han hecho en términos demasiado anatemizantes? No lo sé. No me siento con capacidad para juzgarlo. Desde luego, algunas condenas han sido muy duras. Citando traducido un texto de los que te adjunto, del propio cardenal Ravasi en una reciente carta a Il Sole de fecha 14-II-2016 cita un canon del Derecho Canónico de 1917 en el que se dice: “Los que se enrolen en la secta masónica o en cualquier otra asociación del mismo tipo que conspire contra la Iglesia o las autoridades civiles legítimas, incurre, ipso facto, en excomunión reservada a la Santa Sede”. Sin embargo, en un nuevo código de 1983, firmado por el entonces prefecto de la Doctrina de la Fe, cardenal Ratzinger, bajo el pontificado de Juan Pablo II, suavizaba esta condena quitando de ella a la masonería y dejándola exclusivamente para los que se enrolen en organizaciones que conspiren contra la Iglesia.
Pero dejando aparte el hecho de que los católicos que entren en la masonería estén o no excomulgados, creo que puede haber un diálogo serio con ellos o, al menos, con aquellas facciones –en el buen sentido de la palabra– que no conspiren contra ella y no tengan una animadversión explícita hacia la Iglesia. No veo por qué no. Si es bueno dialogar con las personas de buena voluntad que se declaran ateos o agnósticos o que practican cualquier religión, no se me ocurre ninguna razón para evitar el diálogo con los masones, siempre que no exista esa animadversión. No me cabe duda –hasta ahí podríamos llegar– de que entre los masones, ateos, agnósticos o cualquier otro grupo humano con cualesquiera creencias o increencias hay personas de buena voluntad. Y dialogar con las personas de buena voluntad, piensen lo que piensen, no puede sr más que bueno. Pero ojo dialogar no es negociar ni hacer un ejercicio de sincretismo o de “cambiar cromos”. Y hay que tener sumo cuidado, porque en ese diálogo se pueden producir errores graves. Por poner un ejemplo, el diálogo de muchos católicos con comunistas acabó en que muchos de ellos se hicieron comunistas y acabaron por abandonar su fe, amén de desembocar en la teología de la liberación. Y, claro, la Iglesia debe velar por esto, porque existe para llevar la salvación de Cristo a los hombres. Por supuesto velar no quiere decir prohibir, pero sí orientar, guiar, acompañar. Pero para dialogar sin arriesgar la fe hay que tener una sólida formación de la que muchas veces quien se acerca a dialogar carece. La Iglesia dejaría de cumplir su función si no tuviese este cuidado. El hecho de que en momentos históricos haya tenido conductas lamentables para quien abandonaba o adulteraba la fe, no debe llevarla a dimitir de su obligación de orientar a sus fieles, de forma correcta, hacia la salvación a través de Jesucristo, que es su esencia, su razón de ser.
La persona que ha iniciado este diálogo –si es que existe este diálogo más allá de ese cruce de cartas, cosa que ignoro–, el cardenal Ravasi es, a mi entender, una persona muy adecuada. Fue creado Cardenal por Benedicto XVI y en la actualidad es Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada, además de ser miembro de la Congregación para la Educación Católica y los Consejos Pontificios para el Diálogo Interreligioso y para la Promoción de la Nueva Evangelización. Es un hombre de una vastísima cultura, abierto de mente y versado en el diálogo interreligioso y, al mismo tiempo, con ideas claras de las cosas que son irrenunciables en el mensaje de Cristo. Por tanto, a mi modo de ver es una persona idónea para ese diálogo, si llegara a abrirse..
Por supuesto, no falta quien, desde filas a mi modo de ver ultraconservadoras de católicos, ya están diciendo que tanto el Papa Francisco como Ravasi son masones y que quieren vender a la Iglesia a la masonería. Por haber, en determinados sectores “católicos” (lo pongo entre comillas porque no creo que lo sean) tachan de herejes a TODOS los Papas desde el concilio Vaticano II (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y II, Benedicto XVI y, por supuesto, Francisco) y creen que la sede de Pedro está vacante desde entonces. Son los llamados “sedevacantistas”. Desgraciadamente, hay gente “pa to”. Bueno, mantengo lo de las comillas en “católicos”. Seguro que habrá gente que lea este mail y diga que yo también soy masón. Pues, me fumo un puro.
Por supuesto, mientras ultra”católicos” acusan a Francisco y Ravasi de masones, otros sectores de la masonería les acusan de masonófobos. Supongo que ellos (Francisco y Ravasi) también se fuman un puro hecho con las dos descalificaciones. El anciano Simeón ya profetizó cuando Jesús fue presentado en el templo que iba a ser signo de contradicción.
Espero que estas consideraciones te sirvan para algo. Te adjunto el artículo de Ravasi en Il Sole y la respuesta que le dio el gran maestre Stefano Bisi en el mismo diario unos días más tarde.
Un amistoso abrazo.
Tomás
Copio a continuación, en inglés, el cruce de cartas entre Ravasi y Basi:
Il Sole 24 ore February 14th, 2016
The Church & The Lodge
Dear Brothers Masons
Beyond the different identity, common values aren’t
lacking: as communitarianism, charity, fight against materialism by Gianfranco
Ravasi On an American review, some time ago, I was reading that the
international bibliography on freemasonry exceeds one hundred thousand entries.
The atmosphere of secrecy and mystery enveloping the different
“freemasonries” and masonic “rites” in a sort of nebula, whether right or wrong,
surely contributes to this interest; not talking about the same genesis of
freemasonry, which according to the English historian Frances Yates, “is one of
the more discussed and disputable problems of all the field of historical
research” (strangely, this essay was dedicated to the Enlightenment of
Rosicrucianism, translated by Einaudi in 1976). Of course, we do not want to
explore this hodgepodge of “lodges”, “orients”, “arts”, “affiliations” and
denominations, the history of which, for better or for worse, often intersected
with the political one of many nations, (I am thinking, for example, to
Uruguay, where I recently attended some different dialogues with
representatives of the community and the culture of masonic tradition), in the
same way, to trace some demarcation lines among the authentic
freemasonry, and the false, the degraded, or the para‐ masonry, and the several esoteric or theosophical
circles, is not possible. To draw a map of the ideology which contains a so
fragmented universe, is also arduous, so that perhaps we can talk about an
horizon and a method, more than about a codified doctrinal system. In this
fluid setting, we find some rather defined crossroads, like an anthropology
based on the freedom of conscience and intellect, and on the equality of
rights, and a theism which recognises the existence of God, but leaving
undefined the definitions of his identity. Therefore, anthropocentrism and
spiritualism are two routes rather well traced on a map that is
variable and movable, that we are not able to trace in a meticulous way. Yet we
are satisfied just to inform you about an interesting little book, that has the
very circumscribed aim to define the relation between freemasonry and catholic
church. Let us understand each other: this book is not an historical analysis
of this relation, nor of the eventual contaminations between the two subjects.
In fact, it is evident that freemasonry has acquired some Christian even
liturgical models. We must not forget, in fact, that in the seventeenth
century, many English lodges recruited some members and masters among the
Anglican clergy, so much so that one of the first and fundamental masonic
“constitution” was compiled by the Presbyterian pastor James
Anderson, who died in 1739. It stated, among other, that an adept “will not be
a stupid atheist nor an unreligious libertine”, also if the proposed credo, in
the end, was the most undefined, “the one of a religion all men agree with”.
Now, the oscillation of the contacts between Catholic church and freemasonry was
characterized by very different movements, coming also to evident hostilities,
marked by anti‐clericalism, from one side, and excommunications, from the other side.
In fact, on the 28th of April, 1738, pope Clemente XII, the Florentine Lorenzo
Corsini, promulgated the first explicit document on freemasonry, the apostolic
Letter In eminenti apostolatus specula, where he stated “the duty to condemn
and forbid … the said Societies, Unions, Meetings, Assemblies, Gatherings or
Conventicles of Free Masons and Françs Maçons or whatever called”. A condemn
that has been reiterated by the popes who will follow, from Benedetto XIV to
Pio IX and Leone XIII, who affirmed the incompatibility between the belonging
to the Catholic church and the masonic affiliation. The Codice di Diritto
Canonico (Code of Canon Law) of 1917, that at canon 2335 stated that “He who
enrolled himself to the masonic sect or to any other associations of the same
kind which plot against the Church or the legitimate civic authorities, ipso
facto incurs the excommunication, reserved by the Holy See”, was
lapidary. The new Code, in 1983, tempered that formula, by avoiding the
explicit reference to freemasonry, keeping the essence of the punishment, also
if it was destined in a more general sense to “he who names an association
plotting against the Church” (canone 1374). But the more articulated
ecclesiastic text on the un‐ compatibility between the belonging to the Catholic
church and freemasonry, is the Declaratio de associationibus massonicis, that
was issued by the Vatican Congregation of the Doctrine of the Faith, on the
26th of November, 1983, signed by the Prefect at that time, cardinal Joseph
Ratzinger. It stated indeed the English Translation Il Sole 24 ore February
14th, 2016 value of the assertion of the new Codice di Diritto Canonico, by
reaffirming that “the judgement of the Church on the masonic associations”
remained “unchanged, because their principles always have been considered un‐compatible with
the doctrine of the Church and therefore the affiliation to that remains
forbidden”. The little book we are now referring to, is interesting
because ‐ besides of an introduction by the present Prefect of the
Congregation, cardinal Gerhard Müller ‐ it presents two articles commenting this Declaratio,
which had been published at that time by “Osservatore Romano” and “Civiltà
Cattolica”, and two documents issued by two local episcopacies, the German
Episcopal Conference (1980), and the one of the Philippines (2003). Both are
significant texts, because they face the theoretical and practical reasons of
the un‐compatibility between freemasonry and Catholicism, like the concepts of
truth, religion, God, man and the world, spirituality, ethics, rituality,
tolerance. In particular, the method used by the Philippine’s bishops is
significant, because they articulate their argumentation in three trajectories:
the historic one, a more specifically doctrinal one, and that of the pastoral
leanings. All is articulated according to the scheme of the catechesis of
questions and answers: they are 47 and allow us to go deep also in some
particulars, like the ceremony of initiation, the symbols, the use of the
Bible, the relation with the other religions, the oath of brotherhood, the
hierarchical degrees, and so on. But those different declarations on un‐compatibility
between the belonging to the Church and freemasonry do not prevent the
dialogue, like it is explicitly stated in the document of the German bishops,
who indeed at that time had listed some specific fields of discussion, like the
communitarian dimension, the charity, the fight against the materialism, the
human dignity, the mutual acquaintance. Furthermore, that particular
attitude of certain catholic fundamentalist milieu who – to damage some
representatives, also the hierarchical ones ‐ used the arms of the apodictic accusation of
their masonic affiliation, must be overtaken. Reaching the conclusion, we must
overtake any mutual “hostility, outrages, prejudices”, because , “in comparison
with past centuries, the tone, the level and the way to express the
differences, are improved and changed”, also if these differences clearly
persist.
Grand Master Stefano Bisi to the Editor of Italian
newspaper “Il Sole 24 Ore”
Dear Sir, I have carefully read and appreciated the
article published by Cardinale Ravasi on your eminent newspaper, on “Domenica”,
the excellent cultural insert, of last 14th of February, 2016. With a greatly
serene judgement, and with the right open‐mindedness, he has faced the rough relation and the un‐compatibility
between the Catholic Church and the Freemasonry, lasting from centuries. I was
happy to learn that, without prejudices and with the wide cultural view that
identifies himself, he has talked about Freemasonry, and, beyond all the caveat
and the Church’s official and written positions, widely known, he has admitted,
without any preconceptions, that between the two realities, there are also some
common values, which unites, also if not ipso facto cancelling the
different visions and the pronounced or even sharp differences. In articles 1
and 4 of the Constitution of Grande Oriente d’Italia‐Palazzo Giustiniani, the most ancient Masonic Grand
Lodge, constituted in 1805, the identity of our organization is defined very
clearly: (our organization) “ assimilating the Ancient Landmarks, pursues the
search of Truth and the perfection of the Human Family; it acts in order to
extend the bonds of love to all the mankind; it supports the Tolerance, the
respect of oneself, the freedom of conscience and thought”. Universal
Freemasonry, in its own nature, is neither a Religion, nor a substitute; is has
not any dogmatic positions, does not propose any ways that are salvific for the
soul; but to be admitted, it asks people only to believe in a Supreme Being. We
simply call it Grand Architect of the universe, without giving any specific
attribute to it, like Christian religion does. But I stop here, because the aim
of this letter is not to discuss with Cardinale Ravasi about theology and
Divinity, but with serenity, to try to start a constructive dialog, on some new
and undisputed fields, respecting the different identities. From a long time,
Grande Oriente d’Italia, is trying to do this, with the aim to demolish those
walls, that nowadays are no more justified. On the occasion of my first
celebration of the XX September [celebrating the facts of Risorgimento], I said
that “my great dream was that one day a Pope and a Grand Master could attend
together the celebration of Porta Pia, ending up a centuries‐old conflict”.
Freemasonry is not an enemy of the Church, of any Churches, and always has been
the House of dialogue and Tolerance”. It is not opposed to any religion, and
leave the brethren free to follow their own faith. But time changes
and humanity is threatened by great dangers: like the fundamentalist
terrorism, the decadence of values, the uncontrolled globalization. The
greatness of laical, spiritual and religious institutions, to which Man adheres
looking for some personal ways of improvement and elevation, is in the ability
to face the delicate challenges, by taking part and sharing the raising
necessities and problems. And the greatness is also in having the courage to go
beyond any “mutual hostility, outrages, prejudices”, like between the Church
and Freemasonry. As the president of the pontifical Council for Culture, wisely
has remembered, quoting the document of the German bishops of 1983, the points
of contact between Church and Freemasonry cannot be ignored, which find some
common values in the communitarian dimension, in the human dignity, the fight
against materialism, in the charity. On this, we can freely discuss, keeping
the differences, but reducing the distance which the Philippines’ bishops in
their document articulate. But the important thing is to start, also if with a
limited reconciliation, and debate about it, and not to continue to profess an
absolute and intransigent un‐reconciliation ex cathedra. Who owns Truth? Man or
just God? Like the same Cardinale Ravasi, some years ago, wrote: “Truth is only
one, but like a diamond it has many faces, from our point of view, we are able
to see only one of those faces”. So, who is sure to be able to see all and hold
the unique Truth, is a deluded soul. It is for this reason that freemasons,
with humility and many doubts are perennially looking for it, leaving dogmas to
the others. But always searching for the dialogue and debating with anyone. Stefano Bisi,
Grand Master Grande Oriente d’Italia.
A raíz de este texto, con su anexo, que envié por mail antes de Semana Santa a una larga lista de destinatarios, recibí varias respuestas que se pueden catalogar en dos categorías. Unas podrían
englobarse en la categoría de teoría de la conspiración. Otras entrarían en la
de la profunda animadversión/odio de la masonería hacia la Iglesia. Respondo a
las dos y, tras escribir lo que viene a continuación, me he dado cuenta de que,
además, me he metido en algunas consideraciones sobre el bien y el mal. Ahí
voy.
Por supuesto he
oído muchas veces el argumento de que la masonería manipula los hilos de los
gobiernos del mundo entero para conducir al mundo hacia una especie de
degradación ética apocalíptica. La verdad es que soy poco proclive a creer en
teorías conspirativas. Por supuesto, no puedo descartarlas totalmente, ya que
por su propia naturaleza es imposible demostrar la no existencia de algo. Pero
si uno se plantea las cosas con un poco de sentido común es posible sacar conclusiones
que, sin ser demostrativas, sean bastante fiables. Es lo que voy a hacer a
continuación.
Miro a mi
alrededor y veo que es totalmente imposible que Alemania, Inglaterra, España,
Francia, Rusia, EEUU, Argentina, etc., etc., etc., estén de acuerdo en algo.
Nada, no hay nada en lo que esta larga lista de países esté de acuerdo. Sin
embargo, la teoría de la conspiración exige que, en aquello en lo que se
conspire, se llegue a ese acuerdo y, además, de una forma duradera y gobierne
quien gobierne en esos países. Extraño. Tal vez para obviar esta dificultad,
hay quien asciende un grado más en la teoría de la conspiración. Merkel,
Cameron, Rajoy, Hollande, Putin, Obama, Macri, etc. no son, en esa ascensión
conspirativa, sino marionetas que discuten entre ellos por “chorradas” pero
están de acuerdo en lo que unos poderes superiores y ocultos les dictan. Además, ese supuesto acuerdo, si lo hubiese, ya
fuese a nivel de los Presidentes de gobiernos o de esa cúpula mundial del
poder, se habría obtenido sin dejar ni rastro. Ni una sola cumbre, ni una sola
reunión bilateral, ni una sola llamada telefónica, ni un solo mail. Vivimos en
un mundo en el que si un Presidente de gobierno comete un desliz mandándole un
mail a un miembro de su partido diciéndole: “¡Sé fuerte Luis!”, es
inmediatamente transmitido a todo el mundo y se convierte en primera plana de
todos los periódicos. Pero ese supuesto complot mundial pasa totalmente
desapercibido. ¡Misterioso! Claro que, para solucionar este misterio pueden
ampliarse aún más los límites de la conspiración. ¡Toda la prensa está en el
ajo! ¡Hay una omertá mediática sobre este tema! ¡No publican las fugas de mails
porque están en el ajo o porque tienen miedo a ese omnímodo poder oculto! La
verdad, me cuesta mucho trabajo creerlo.
Además, si nos
remontamos al inicio del pasado envío, el amigo masón del hermano de mi amigo,
ingeniero español jubilado que va a cursos y conferencias, ostenta el máximo
grado de una de esas sectas masónicas. Es, por tanto, según la teoría de la
conspiración, parte de esa cúpula. Seguramente, entre curso y conferencia va a
reuniones virtuales, a nivel mundial o se comunica con códigos secretos para
dictar las consignas del día a Cameron y Merkel entre otros pobres diablos. Resulta
que son él y otros como él los que rigen el mundo. Parecen abuelos cariñosos
con sus nietos, pero no, son los que dirigen el mundo hacia el caos con hilos invisibles.
Hombre, me cuesta más trabajo todavía creerlo.
Pero, además,
resulta que todas las sectas en las que está dividida la masonería –todas
dirigidas por abuelitos aparentemente inofensivos– están enfrentadas entre sí
por muchísimas cuestiones. ¡Menos en lo fundamental!: precipitar al mundo al
caos moral. Me cuesta todavía más difícil de creer.
Como he dicho al
principio, todos estos sencillos razonamientos no demuestran que la teoría de
la conspiración es falsa, pero…
Por supuesto,
que niegue la teoría de la conspiración no significa que no crea en que ha
habido a lo largo de la historia masones que han ejercido una parcela más o
menos grande de poder político, militar, empresarial, etc. y que han usado esa
parcela de poder para hacer algo malo para el mundo. Pero eso se puede aplicar
a cualquier grupo de personas sin que por ello se pueda hablar de conspiración.
Entre los miembros de un colegio de médicos puede haber colegiados que, puestos
de acuerdo, hagan muchas perrerías y se apoyen unos a otros. Pero no creo que
se pueda aplicar la teoría de la conspiración a semejante asociación. Es verdad
que puede haber agrupaciones de cualquier tipo en la que, más o menos bajo
cuerda, hagan pactos para ayudarse mediante tráfico de influencias. Incluso
para derrocar un gobierno. Pero no hay que ser masón para eso y, en cualquier
caso, su poder no es ni omnímodo ni perdurable. De todas estas cosas ha habido
a montones en la historia de la humanidad, por supuesto, también antes de que
existiese la masonería. Y, por supuesto, también hay casos de esto en la
historia de la masonería. Podría citar algunos, dentro y fuera de la masonería.
Cualquier persona que tenga mínimos conocimientos de historia puede hacerlo.
Pero ninguna de estas conspiraciones ha llegado a dominar el mundo de forma
estable y oculta.
Creo que la
explicación de esa “supuesta” degradación moral del mundo es más sencilla (que
no más simple), más profunda y más individual. Y digo lo de “supuesta” no
porque no crea que hay muchos aspectos éticos del mundo profundamente
degradados. Lo pongo entre comillas porque el mundo es un lugar muy complejo y,
frente a aberraciones éticas terribles, hay también mejoras éticas
notabilísimas. No es fácil asegurar que el mundo vaya hacia el desastre. Hay
cosas en las que sí y otras en las que va muy a mejor. Y si tuviera que
definirme acerca de qué pesa más, echando también un vistazo a la historia,
diría que tienen más peso los procesos de mejora que los de deterioro, por
supuesto, sin negar estos últimos. Pero la naturaleza humana es así. Tendemos a
fijarnos más en lo malo que en lo bueno y queremos encontrar chivos expiatorios
para lo malo.
Y creo que,
tanto para lo bueno como para lo malo la respuesta hay que buscarla en la
propia naturaleza humana de cada individuo. Los humanos somos, en lo profundo,
muy iguales unos a otros. Me atrevería a decir que somos más iguales en las
formas de hacer el mal que en las de hacer el bien. El mal es más monótono que
el bien. Porque, a fin de cuentas, los seres humanos –según creemos los
cristianos– hemos sido creados libres para el bien, aunque por el pecado
original esta libertad haya quedado herida y se pueda orientar hacia el mal. Esta
vocación hacia el bien encuentra plenitud en la libertad. La asimetría entre el
bien y el mal funciona como un embudo. Hacia arriba, hacia el bien hay muchos caminos que seguir, mientras que
hacia abajo, hacia el mal, todo acaba en el mismo sumidero. Nos fijamos más en
lo malo porque es más homogéneo y lo abarcamos con un solo golpe de vista,
mientras que el bien es más amplio, más atomizado y, por lo tanto, más difícil
de abarcar de un solo vistazo. Así pues, vemos el monótono mal y lo agregamos
y, naturalmente, esa perspectiva nos hace ver conspiraciones donde no las hay. Pero
concentrar las conspiraciones sólo en los masones es, además de una
interpretación errónea, un reduccionismo a mi modo de ver absurdo.
El mal tiene,
sin embargo, una “ventaja” sobre el bien: que va cuesta abajo. Pero, a pesar de
eso, el bien está ahí. Y lo ha estado siempre. Y, me atrevería a decir que el
balance entre el bien y el mal no ha dejado de mejorar en los últimos milenios.
Quisiera volver por un momento a lo de la cuesta abajo y la cuesta arriba. Los
cristianos creemos que para poder remontar la cuesta arriba y subir hacia el
bien, es necesaria la gracia. Gracia que creemos que viene de Dios y que no
podemos alcanzar con nuestras fuerzas. La historia de la lucha entre el bien y
el mal es, a mi modo cristiano de ver, una lucha entre la aceptación de la
gracia y su rechazo. Y, siempre a mi modo de ver cristiano, a la “ventaja” que
tiene el mal por ir cuesta abajo se opone, con mayor fuerza, la “superventaja”
de la presión osmótica del bien. Me explico. Es filosóficamente sabido que el
mal sólo se puede entender como la negación de un bien. La muerte es un mal
porque existe la vida, que es un bien. Sin ésta aquella no existiría. La
recíproca, sin embargo no es cierta. Quitarle a alguien algo es un mal en tanto
que lo que se le quita es un bien. Nadie hablaría de la distribución injusta de
los bienes si estos no existiesen. Uno puede imaginar un mundo con sólo bienes,
pero es imposible imaginar un mundo con sólo males. No porque no nos guste o
sea feo, sino porque no tiene entidad. Es decir, podemos decir que el mal es el
vacío y el bien tiene presión. El vacío, por definición no puede ejercer
presión. Hacer el mal es crear una burbuja de vacío. Pero para mantener una
burbuja de vacío sin que se espachrre es necesario construir un andamiaje que
la sostenga “hinchada”. Además, por el más mínimo poro se acaba colando el aire
y la burbuja de vacío deja de serlo. La lucha entre la presión osmótica del
bien por un lado y el vacío del mal por el otro, siempre juega a favor del
bien, por mucho que una bomba de vacío intente mantenerlo y de las muchas
estructuras que se construyan para mantener la burbuja de vacío “hinchada”. Tolkien,
en una carta a su hijo, en un momento en que éste estaba abrumado por el mal
que veía a su alrededor, le escribía: “Ningún hombre puede jamás saber
lo que está acaeciendo sub specie aeternitatis (en el plano de la eternidad)[1].
Todo lo que sabemos, y en gran medida por experiencia directa, es que el mal se
afana con amplio poder y perpetuo éxito... en vano: siempre preparando tan sólo
el terreno para que el bien brote de él”.
O dicho de otra manera, a la bomba de vacío del mal, tarde o temprano se le
acabará la gasolina. Las estructuras que mantienen “hinchada la “burbuja” del
mal se acabarán derrumbando. Y, entonces, el bien, germinará. Si como
cristianos no creemos esto, entonces es que no creemos en la gracia, ni en la
bondad de Dios y pensamos que la vida, muerte y resurrección de Cristo han sido
inútiles. Es decir, ni somos cristianos ni “na”.
Por
el contrario, sabemos que la gracia no termina, es infinita. Y, podríamos
decir, además, que es un poco ciega. No me cabe duda que llueve más gracia allá
dónde se la invoca. Pero siempre hay un excedente que llueve aleatoriamente.
Dios hace salir el sol –en este caso, hace caer su lluvia– sobre buenos y
malos, sobre cristianos y masones. Por favor, que nadie me interprete mal, no
estoy estableciendo una correspondencia biunívoca entre cristianos-buenos y
masones-malos. Una mera inspección de la realidad diría que no es así. Quiero
decir que sobre los masones también puede llover la gracia de Dios. Y, ¿es que
no puede ocurrir que esa gracia venga del diálogo? No lo sé, pero creo bastante
plausible que el diálogo traiga más gracia para todos que la incomprensión, la
descalificación y las teorías conspirativas en ambas direcciones, que también
los masones tienen las suyas sobre la Iglesia. Por tanto, creo que es bueno
abrir las puertas al diálogo, sin que esto signifique “cambiar cromos”. Así
pues, basta de descalificaciones globales y de teorías conspirativas mutuas.
Y,
ahora, dejando de lado las teorías de la conspiración, vamos al odio de los
masones hacia la Iglesia. Sería una necedad por mi parte negar que ha habido a
lo largo de la historia –y hay hoy en día– masones y logias masónicas que han
odiado –y odian– a la Iglesia y han intentado destruirla. Pero sería una
necedad mayor pensar que ese odio no tiene el más mínimo fundamento. La
Iglesia, como institución humana, ha cometido muchos errores en la historia. Y
quizá no sea el menor el hecho de que casi siempre se ha alineado con el poder
absoluto, con los regímenes absolutistas. Al menos su jerarquía. Por supuesto
que siempre ha habido miembros de la Iglesia –en su jerarquía y fuera de ella–
al lado de los más pobres y miserables del mundo y que durante siglos la
Iglesia ha sido –y sigue siendo hoy día de muchas maneras y en todo el mundo– la
sanidad y la enseñanza públicas, encarnando numerosas obras de beneficencia
etc. Pero eso no quita un ápice al hecho de la alianza, bastante común, de la
alta jerarquía con el absolutismo. Y esto ha generado animadversión y odio en
los sectores de la sociedad que han estado del lado de que el poder se
distribuyese mejor creando sociedades más abiertas, es decir de los que
podríamos encuadrar en el amplio término de “liberalistas”. De nuevo, la
realidad es muy compleja y los simplismos de unos buenos del todo y otros malos
del no funciona en ninguno de los dos sentidos. Todo tiene muchas facetas y hay
miembros y miembros de la Iglesia y liberalistas y liberalostas. Por supuesto,
ese odio, cuando se ha manifestado, ha producido episodios a menudo de extrema
violencia contra la Iglesia. Y esos episodios han reforzado la tendencia de la
jerarquía de la Iglesia a aliarse con el poder absoluto que representaba el
orden y su protección. Y esto es lo más humano del mundo. ¿Alguien no lo haría?
¿Hay algo más humano esa reacción de la Iglesia tras acontecimientos como la
revolución francesa o su persecución en la España de los años 30 del siglo
pasado? Pero, empezase como empezase el proceso, el hecho es que a partir de un
momento se produjo en la historia una terrible espiral de odio por un lado,
respondido por el otro, no con odio, pero sí con encerramiento numantino y
descalificaciones generalizadas.
Esto
hizo que se polarizasen enormemente las posturas, confundiéndose en un totus
revolutum cosas que, vistas desde una mayor frialdad y con mayor discernimiento
no debieran confundirse. El concepto de libertad política y económica se unió,
en la mentalidad liberalista con la pretensión cientifista de que los
conocimientos científicos llegarían a explicar todas las facetas de la vida, excluyendo
por ello la necesidad de un Dios sobrenatural, y con una visión filosófica que
avanzaba en un humanismo que llegaba a la misma conclusión. Y, por el lado de
la Iglesia esto llevó a una descalificación generalizada de toda corriente
liberal, sin hacer distingos. Los masones se encuadraron, en su inmensa
mayoría, en esa tendencia liberal y, a menudo, acabaron siendo liberalistas. En
el campo de la Iglesia no pocos buenos cristianos liberales, que veían con
buenos ojos las libertades políticas y económicas fueron víctimas de estas
descalificaciones, fueron confundidos
con liberalistas y no pocos abandonaron la Iglesia por ello.
Uno
de los momentos más álgidos de este enfrentamiento fue la promulgación por el
Papa Pío IX, en 1864 de la encíclica “Quanta cura” y de su apéndice, el “Syllabus”,
que suponían una condena de plano, y sin establecer prudentes distinciones, de todo
lo que oliese a liberal, confundiendo burdamente liberal con liberalista.
Muchos muy buenos cristianos, de ideas liberales, intentaron convencer al Papa
de que no publicase estos documentos. En vano.
Sin
embargo, entrado ya el siglo XX, la propia ciencia se empezó a dar cuenta de
que, a pesar de sus inmensos y valiosísimos avances, estos no hacían sino
llevar cada vez más lejos las fronteras del conocimiento y que ninca sería
capaz de llegar a las últimas respuestas. Por otro lado, tuvo lugar la tragedia
de la Primera Guerra Mundial, mal cerrada y continuada por la Segunda, con el
ensayo general de la Guerra Civil española. Esto inició un proceso, en el que
todavía estamos, con avances y retrocesos, que está haciendo ver a mucha gente que
el mundo es un sitio demasiado peligroso si no se acepta que deben existir unas
normas morales infranqueables. Esto ha generado en el último siglo una
recapacitación por los miembros más sensatos de ambas partes. La ciencia, en
gran medida, ha abdicado del positivismo excluyente decimonónico. Importantes
corrientes humanistas han empezado a ver que el hombre sin ningún referente
moral superior a él es perfectamente capaz de autodestruirse y han depuesto
gran parte de su postura agresiva contra el cristianismo. La Iglesia, por su
parte, se ha dado cuenta de que hay un liberalismo político y económico que es
perfectamente compatible con sus principios, hasta llegar, hace poco más de 50
años, a derrumbar las murallas del ghetto en el que se había recluido,
convocando el Concilio Vaticano II. La espiral que fue de violencia y
descalificaciones en los siglos XVIII y XIX, encontró su propia vacuidad en el
XX y empieza a dejar que la marea baje en el XXI. Por supuesto, todo este
proceso es extremadamente complejo y sufre de grandes altibajos temporales y
geográficos, pero visto en su conjunto, es innegable.
Como
dijo Tolkien en la carta antes citada: “Ningún hombre puede jamás saber
lo que está acaeciendo sub specie aeternitatis”.
Pero la historia vista con perspectiva, nos brinda la visión más parecida que
un hombre pueda llegar a tener de ese sub
specie aeternitatis. Y si vemos bajo este enfoque el diálogo prudente entre
masonería e Iglesia, sus frutos no pueden ser más que positivos. Más aún. Me
atrevo a decir que los a menudo llamados “enemigos de la Iglesia” en
determinados momentos históricos, la han ayudado, sin darse cuenta, a ir
encontrando su camino a lo largo de esta historia. Alguien ha comparado alguna
vez a la Iglesia con un jinete que cabalga un caballo desbocado y siempre está a punto de caerse ora hacia un lado ora hacia
el otro, pero que siempre ha sabido mantenerse sobre el caballo, en los XX
siglos de existencia que tiene. Cosa que ninguna otra institución puede decir.
Y creo que en esta corrección de la posición han tenido parte, “malgrée soi” los
llamados “enemigos de la Iglesia”. Por tanto, tal vez sub specie aeternitatis, ésta deba estarles agradecida. Dios, que
es el Señor de la Historia, tiene métodos desconcertantes en todo lo que hace.
Alguien, me parece que fue Einstein, dijo: “Dios
Nuestro Señor es sutil, pero de ninguna manera malicioso”. Y, visto así,
¿no se debe dialogar con los masones? ¿Será tal vez mejor seguir alimentando el
desencuentro? ¿O debemos encontrarnos con ellos, como decía Benedicto XVI, en
el atrio de los gentiles?
[1] La traducción es mía y más o menos aproximada. Desde luego, no
aparece en el original. Tanto Tolkien como su hijo Christopher tenían la
cultura clásica necesaria como para entenderlo con naturalidad, sin traducción.
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