La semana pasada no pude decir nada sobre el atentado de
Niza que acababa de ocurrir la noche del jueves. Hoy tampoco tengo nada que
decir por mí mismo, pero sí quiero publicar la homilía que pronunció mi hijo
Rodrigo en la Misa que celebró el sábado 16, en su parroquia de Sanary sur Mer
de Francia., cerca de Toulón, en donde está ejerciendo su ministerio. El alcalde le llamó el viernes 15 para pedirle la
celebración de una Misa en el puerto de Sanary el sábado 16. El alcalde es un
hombre de buena voluntad que, aunque no es creyente, sabe que el cristianismo
es una importante fuerza de cohesión y respeta profundamente a la Iglesia. Ya
le había pedido una Misa por las víctimas de París. No quiero dejar publicar esta homilía. Pero, además, publico una segunda. La que de la Misa de envío que
tuvo lugar al día siguiente, Domingo, para los jóvenes que partían de
peregrinos a la JMJ a los que acompaña mi hijo Rodrigo. Esto de una Misa de
envío es algo que nace en la Iglesia del primer siglo. Se puede ver en el envío
de Pablo y Bernabé cuando parten para evangelizar Chipre o en las despedidas de
los hermanos a Pablo en su última subida a Jerusalén donde sabía que le
esperaban muchas penalidades. Una de las cosas que me da pena de la traducción
de la Misa del latín al español es la forma en que se ha traducido el final de
la Misa que acababa con “Ite misa est” que los más mayores aún recordamos. En
un latín arcaico significa “Id, sois enviados”. De ese envío procede la palabra
misa. El actual “Podéis ir en paz”, en el estado actual de tibieza generalizada
del cristianismo, puede degenerar en un “Hala, ya habéis cumplido. Hasta el
Domingo que viene, tranquilos”. La realidad debiera ser otra. Tras cada Misa,
todos los cristianos somos enviados, como Pablo y Bernabé a evangelizar. Me
hubiese gustado que en la traducción al español se recordase esto. Pero,
afortunadamente, la costumbre de la Misa de envío se mantiene antes de empezar
cualquier peregrinación. De ahí esta Misa de envío y esta homilía. Es, de alguna
manera una homilía que enlaza con la del día anterior de la Misa por las
víctimas e incita a la esperanza en los momentos sombríos, como el de
Francia hoy o como el del pueblo polaco antes de la caída del comunismo. Es,
también, un homenaje a Juan Pablo II, en cuya diócesis y Patria se celebra esta
JMJ.
Creo que ambas homilías merecen ser leídas.
***
Homilía pronunciada por el P. Rodrigo Alfaro en Sanary sur Mer, del Sábado 16 de Julio de 2016 por las víctimas de los atentados en Niza.
El jueves 14 de Julio, antes de las 13h dejaba en la escuela de Saint Jean a los jóvenes que habían venido de campamento con la parroquia. Había entre ellos tres que eran de Niza. El bisnieto de una señora de la parroquia y dos compañeros suyos. Los tres de la clase de 4eme. Inmediatamente partieron para Niza.
Supe de los atentados el 15 por la mañana. Llamé a las familias de los tres chicos. Dos de ellos habían estado en el Paseo de los Ingleses para ver los fuegos artificiales. Pero, afortunadamente, estuvieron lejos del epicentro del terror. Pudieron huir deprisa del horror sin ver nada. El tercero se había quedado en casa. Pero su madre me contó entre lágrimas: Un compañero de su hijo menor, el pequeño Yannis, de siete años, había muerto en el atentado. Se ha ido. La tragedia se hace concreta. Es terrible. En esos momentos se comprende mejor su crueldad.
Agradezco al Sr. Alcalde su llamada telefónica de ayer por la tarde y por haber querido organizar, de forma inmediata, esta misa por las víctimas. Ningún problema. Todos tenemos necesidad de rezar.
Rezar por ellos es un deber cristiano. Pero os confieso que que hay alguna otra cosa con la que me siento realmente mal. No tengo ningunas ganas de hablar, de abrir la boca, de tomar la palabra por enésima vez (y, ¿por qué tendría que ser la última? Me pregunto en lo más profundo de mí mismo).
No tengo ganas de plantearme preguntas sobre la responsabilidad de unos u otros. No tengo ganas de recordar que no podemos dejarnos vencer y dominar por el odio, aunque sea necesario combatir siempre por la justicia y por la paz.
No tengo ganas de recordar la Santidad y la dignidad del Nombre de un Dios que nos ama y que se siente herido al ver a los hombres que ama blasfemar con la muerte en su Nombre, romper su imagen y su semejanza inscritas en lo más íntimo de cada ser humano.
Tan sólo tengo ganas de elevar, en el corazón de esta Misa, en silencio, el cuerpo de Cristo vivo, la Hostia que se ofrece por nosotros, por toda la humanidad, por esta humanidad que sufre.
Tengo ganas de tomar el pan y de decir las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros”. Tengo ganas de tomar la copa, llena de vino, y decir: “Esta es la copa de mi Sangre, la Sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por la multitud” Sí, por la multitud. Tengo ganas de ver esa Sangre de Jesús, de Dios, que se derrama, junto con la de las víctimas, para ganarles para siempre para la vida eterna.
Tengo ganas de gritar muy fuerte: “¡Qué grande es este misterio de la fe!” Y que cantemos juntos: “¡Proclamamos tu muerte, Señor Jesús, aclamamos tu resurrección, esperamos tu venida gloriosa!”
Tengo ganas de ver a este Jesús, que da su vida por Yannis, por Timothé Fournier, 27 años, que salvó a su mujer embarazada antes de morir, por Fátima Charrihi, una mujer marroquí, por los suizos, alemanes, armenios, tunecinos, argelinos, rusos, ucranianos, que han perdido su vida juntos, con los franceses, en suelo francés. Por todas las víctimas.
Quiero renovar mi esperanza en su venida gloriosa, en el juicio en el que el malvado no arrepentido de su pecado temblará y donde será enjugada toda lágrima, especialmente las de los inocentes.
No os digo esto sin esperanza. Tengo poco que decir por mí mismo. De hecho, nada. Pero Él, Cristo, Él tiene palabras de vida eterna. Él es la vida. Él es la esperanza, la fuerza. Y está ahí para todos. También para los no creyentes, los que no creen en Él. Porque Él sabrá actuar en nosotros. Hacer de nosotros hombres de su Reino de Amor y de paz. Hacer que nuestra fe y nuestra esperanza sean una fuerza para los que nos rodean. ¡Hombres y mujeres de fe, no vivamos como si nuestra fe fuera una quimera!
“Señor, ¿quién será huésped de tu tienda?
El que no hace daño a su hermano
y no ultraja a su prójimo”.
Con el Señor encontramos la fuerza para continuar. Para continuar viviendo libres de todo temor. Para seguir construyendo. Para cuestionarnos nuestras vidas y buscar ser cada día mejores. Para transmitir a los jóvenes que esto merece realmente la pena. Con Él seguiremos creyendo. Nuestro Dios ha querido que su victoria pase por momentos como éste. Nos recuerda el gran misterio de la libertad humana por la que Él ha apostado. El Reino de los Cielos es un Reino de hombres libres forjados entre pruebas por la fuerza del amor de Dios.
No será la última vez que tengamos que abrir la boca por culpa de los atentados. A pesar de todos los esfuerzos que puedan hacerse y que espero que se hagan. Lo siento.
Pero viviremos cada vez más centrados en lo esencial. Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será arrebatada. Hoy, volvámonos hacia Cristo. Nada ni nadie podrá jamás arrebatárnoslo. Hoy, en medio del duelo, de la cólera, unámonos a Él. Llegará el momento.
Una oración también para esas otras víctimas que todavía están vivas. Para las de ayer, pero también para las de Noviembre a las que corremos el riesgo de olvidar cuando ya no aparecen más en los periódicos. Algunas de ellas están todavía hospitalizadas. Y por su entorno. Por todas sus vidas profundamente doloridas. Un testigo de los atentados de París, que estaba en una terraza, vio cómo su amigo recibía un balazo en la pierna. A él no le tocaron. Pero cruzó su mirada con uno de los asesinos. No consigue rehacerse psicológicamente.
Señor Jesús, en ti confío. Amén.
Homilía del P. Rodrigo Alfaro en la Misa de envío del Domingo 17 de Julio de 2016 al inicio de la peregrinación con un grupo de jóvenes a la JMJ de Cracovia.
Queridos jóvenes, queridos feligreses.
Partimos hacia Polonia. Como peregrinos. Para reencontrarnos con el Papa en la tierra de un gran Papa; san Juan Pablo II, el Grande.
¿Qué sentido puede esto tener para nosotros hoy día?
Me acuerdo muy bien de la viva emoción de las imágenes de la caída del muro de Berlín en la noche del 9 de Noviembre de 1989, más de 28 años después de su construcción el 13 de Agosto de 1961. Imágenes y momentos vivamente impresos en mi memoria, incluso cuando eso se hallaba geográficamente lejano a Madrid. Recuerdo ese toque de lirismo que dio al acontecimiento, en los días siguientes, Mstilav Rostropóvich, uno de los más grandes violonchelistas del siglo XX, interpretando la suite nº 2 para violonchelo de Johan Sebastian Bach delante del muro mientras que la gente iba a arrancar trozos de muro como recuerdo y como prenda de libertad.
La caída del muro de Berlín es y seguirá siendo una imagen de la caída del comunismo. En efecto, posteriormente a este acontecimiento, los regímenes comunistas del bloque del Este empezaron a derrumbarse unos tras otros.
Pero hubo uno que no se derrumbó como consecuencia de este acontecimiento, puesto que lo precedió y anunció la caída del muro. En realidad fue el detonador, el precursor de esta bocanada de aire de libertad. El régimen comunista polaco fue el primero en caer.
En efecto, la situación política en Polonia dio el disparo de salida para la caída de los regímenes comunistas en Europa. Desde el 6 de Febrero hasta el 4 de Abril de 1989, unos siete meses antes de la caída del muro de Berlín, el gobierno celebra con la oposición las conversaciones llamadas de la Tabla Redonda polaca. Al final de ellas se llega a un acuerdo que prevé unas elecciones legislativas libres, así como una enmienda a la constitución en la que se establece el retorno al bicamerismo con la creación de un Senado y la creación del puesto de Presidente de la República para el que Wojciech Jaruzelski es el único candidato autorizado. El 4 de Junio las elecciones ven el triunfo de Solidarnsc cuyos candidatos obtienen el 99% de los escaños del Senado y el 35% de los de la Dieta. Wojciech Jaruzelski, candidato único, es elegido Presidente de la República por el Parlamento, con unanimidad en el sí, pero con numerosos votos en blanco o nulos de parlamentarios de Solidarnsc.
Solidarnsc rechaza todo acuerdo de coalición con el Partido Obrero Unificado Polaco. Jaruzelski se ve forzado a nombrar primer ministro a Tadeuz Mazowiecki, que es investido el 19 de Agosto por la Dieta con una mayoría aplastante. A partir del otoño de 1989 los regímenes del bloque del Este caen unos tras otros. En Diciembre, el parlamento polaco elimina de la Constitución toda referencia al papel dirigente del Partido y el país recupera su nombre original de República de Polonia. El 30 de Enero de 1990, el Partido Obrero Unificado Polaco se autodisuelve. Wojciech Jaruzelski, privado de todo poder, dimite el 23 de Diciembre de 1990. Lech Valeçsa es elegido Presidente de la República en un escrutinio abierto (Cita de Wikipedia).
La Polonia de Juan Pablo II y de Lech Valeçsa es la punta de lanza de la caída del comunismo en Europa. Un régimen que impedía a los hombres ser libres. Un régimen que reducía al hombre a su trabajo, pero le negaba su máxima dignidad.
“Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile que me ayude”.
“Marta, Marta, tú te afanas por muchas cosas, ero una sola es importante. María ha elegido la mejor parte y no le será arrebatada”.
Un régimen que quería quitar al hombre la única cosa necesaria, esencial, con los medios más poderosos, acabó por plegarse ante la fuerza de la fe y la esperanza de todo un pueblo.
Toda la fe y la esperanza de ese pueblo que vivía en el heroísmo escondido y vino a cristalizar en la persona de san Juan Pablo II.
Desde su llegada al pontificado, en la homilía de la Misa de entronización, marcó claramente la línea de su pontificado. Esa línea valerosa que debía hacer caer el mayor régimen de opresión del siglo XX.
En esa homilía, después de haber recordado que Cristo es el Hijo de Dios vivo, recuerda: “Hoy, en este lugar, es necesario que sean pronunciadas y escuchadas otra vez las mismas palabras: ‘Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Sí, hermanos e hijos, estas palabras ante todo”. Después irá desgranando esas proféticas palabras de todo su pontificado. Era 1978, pero aquí está contenido en germen todo lo que desembocará en los acontecimientos de 1989:
“Hoy, el nuevo Obispo de Roma inaugura solemnemente su ministerio y la misión de Pedro. En esta ciudad, en efecto, Pedro ha cumplió y llevó a términos la misión que le había confiado el Señor”.
“¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con el poder de Cristo, servid al hombre y a la humanidad entera! ¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid todas las grandes puertas a Cristo! Abrid a su poder salvador todas las fronteras de los Estados, de los sistemas económicos y políticos, los inmensos dominios de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! ¡Cristo sabe lo que hay en el hombre! ¡Sólo Él lo sabe!”
“Hoy, muy a menudo el hombre ignora lo que lleva dentro de sí, en las profundidades de su espíritu y de su corazón. Demasiado a menudo tiene incertidumbres sobre el sentido de la vida sobre la tierra. Le invade la duda que se transforma en desesperación. Permitid por tanto --os lo pido, os lo imploro con humildad y confianza-- permitid a Cristo hablar al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida eterna! ¡Sí, de vida eterna!”
Pero para nosotros, en Julio de 2016, ¿qué significa esto?
En 1983 Juan Pablo II visita Polonia, Jerzy Popielusko (beatificado el 6 de Junio de 2013 en Varsovia, asesinado el 19 de Octubre de 1984, capellán de Solidarnsc) predica en una homilía de Junio de 1983 un mensaje que podríamos aplicar palabra por palabra a la situación que vivimos hoy en Francia y que nos recuerdan los atentados de Niza: “A pesar de toda la negritud en la que está sumergida nuestra dolorida Patria, a pesar de las esperanzas que flaquean, a pesar de nuestros sufrimientos, a pesar de los acontecimientos trágicos y dolorosos de los últimos diecinueve meses, a pesar de la humillación de la dignidad humana, a pesar de la inquietud de los padres por la suerte y el futuro de sus hijos, a pesar de las peores dificultades, un rayo de la gracia de Dios ha resplandecido sobre nuestra Patria: La visita de nuestro Santo Padre Juan Pablo II. Ha venido a anunciar la paz”.
Queridos jóvenes: Hoy la Iglesia que está en Francia os envía, nos envía, a la tierra de este Papa santo, a reencontrarnos con el Papa para volver con el aliento nuevo del reencuentro con Cristo, lo único necesario, Éste del que Francia tiene necesidad para levantar la cabeza y vivir este momento de su historia. ¡No lo olvidéis! ¡Sois cristianos y el mundo y Francia os necesitan como cristianos! ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo! Aprovechad la gran oportunidad que os ha sido dada y volved nuevos, renovados para vivir sin miedo, libres en Cristo.
Que María, Madre de la Iglesia, Nuestra Señora de Czestochowa nos acompañe en esta gran aventura y que ella pueda cambiar nuestras vidas para siempre. Amén.
Traducción de ambas homilías por Tomás Alfaro Drake.
Pero creo que este homenaje a Juan Pablo II sería injusto si no se recordase a su predecesor como Cardenal Primado de Polinia, Stefan Wyszynski. Por eso añado una pequeña semblanza de éste héroe de la fe y de la libertad.
En Marzo de 1953, poco después de la muerte de Stalin, Polonia se movilizó contra el yugo comunista para pedir la libertad. La respuesta fue fulminante, hubo miles de detenciones de patriotas y, entre ellos, cientos de sacerdotes católicos y algún obispo. El 25 de Noviembre fue arrestado Wyszynski, el recién nombrado cardenal primado de Polonia. Comenzó para él un calvario de un GULAG soviético a otro. En cada uno de ellos, el cardenal era un ejemplo peligroso, según los comunistas, para el resto de los presos. La razón era que su comportamiento levantaba la moral de aquellos a los que se quería quebrantar. En cada uno de los GULAG’s, el régimen de trato al cardenal era más duro que en el anterior y, siempre, se le ofrecía la libertad si renunciaba al primado. Y él, siempre, rechazaba la oferta. Desde el 26 de Junio de 1956, el pueblo polaco se levantó pidiendo libertad y la liberación del cardenal Wyszynski. En Agosto de ese mismo año, a través de comunicaciones clandestinas, el cardenal puso en marcha la idea de iniciar una novena de años, dedicada a la Virgen de Czestochowa, que concluirá el 3 de mayo de 1966, fecha del milenario de la conversión de Polonia al catolicismo. Así las cosas, el 23 de Octubre de 1956, se produjo el levantamiento húngaro contra el régimen soviético. Polonia recrudeció sus protestas e inició una campaña de apoyo al pueblo húngaro mediante la preparación de un envío de ayuda humanitaria. El 28 de Octubre, tras la caída del dictador polaco Ochab, el nuevo líder comunista, Gomulka, liberó a Wyszynski, junto a muchos sacerdotes e intelectuales polacos antisoviéticos. En su primer discurso a la nación, el cardenal dijo: “Polonia no necesita muertes heroicas, sino trabajo heroico”. Esta frase fue duramente criticada por muchos intelectuales. Críticas que, naturalmente, fueron apoyadas bajo cuerda por el régimen comunista, que ya que no podía doblegar al cardenal intentaba por todos los medios, porque sabía de donde venía el peligro, minar su prestigio y liderazgo. Pero la represión, aunque subterránea, continuó y Wyszynski, siguió adelante con su trabajo heroico. Empezó a llevar a la práctica su idea de la novena de años. Desafiando al régimen comunista, que el 10 de Noviembre sofocó a sangre y fuego el levantamiento húngaro con más de 2500 heroicas muertes húngaras, inició la peregrinación por todas las diócesis de Polonia, durante todo el novenario, del icono de la Virgen negra de Czestochowa. El régimen polaco no se atrevió a reprimir abiertamente los actos del novenario, pero logró secuestrar la imagen de la Virgen y llevarla a su lugar habitual, el monasterio de Jasna Góra, en Czestochowa. Desplegó en este santuario un destacamento del ejército para impedir que el icono volviese a salir de allí. No importó, las peregrinaciones continuaron, primero con un marco sin imagen y, más tarde con una copia. Durante esos años, se construyeron en Polonia más de mil iglesias. A punto de acabar el novenario de años, el gobierno polaco se vio forzado a permitir que la copia de la imagen llegase hasta el mismo santuario de Jasna Góra para que allí se entronizase a la Virgen como reina de Polonia el día 3 de Mayo de 1966, justo un milenio después de la conversión de Polonia.
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