Llevamos
unos meses los ciudadanos españoles rasgándonos las vestiduras con indignación
creciente por la incapacidad de los políticos para formar gobierno. Incluso me
han llegado iniciativas de firmas para pedir que los diputados no cobren el
sueldo hasta que haya gobierno. Hasta se ha convocado una manifestación para
ello. Nos indigna tener que volver a las urnas en Diciembre. Todo el mundo con
el que hablo está de acuerdo con esto, aunque sea con matices. Es de las pocas
cosas entre las que se encuentra unanimidad, incluso entre los gallitos
peleones de las tertulias televisivas o radiofónicas.
Pero
me pasa una cosa. Hace años leí –no me preguntéis dónde, por favor– que en la
República Romana, si los magistrados que juzgaban a un reo le condenaban por unanimidad,
le dejaban libre. No creo al pie de la letra en la bondad de esta sentencia,
pero reconozco que a menudo la unanimidad huele a chamusquina y cuando
encuentro un asunto en el que hay unanimidad, me mosqueo y se me exacerba el
espíritu crítico. Y esto me ha pasado con lo de la formación de gobierno. ¡Hay
que formar gobierno como sea!, oigo decir una y otra vez. Pero, no sé por qué,
esta expresión me recuerda al infausto Zapatero cuando en una cumbre Euromediterránea
en 2005, el micrófono abierto por descuido, captó esta conversación entre el
Presidente del Gobierno y su director de internacional, Carles Casajuana: «Los textos
no van muy bien, estamos intentando cerrar algo», dijo a Zapatero su asesor. A lo que éste respondió: «¡Hay que cerrar, hay que cerrarlo como sea, vamos!». Se estaba
negociando, nada menos, que la política antiterrorista. Pero había que hacer
algo –no importaba qué– para llegar a un acuerdo como fuese –no importaba cómo
fuese ese acuerdo. Tal vez ese acuerdo, al que al final se llegó, sea la lluvia
que trajo los lodos que han causado más muertes que la riada de lodo de Biescas
en 1996 o la del volcán Nevado del Ruiz en Colombia en 1985. Pero, ¡había que
hacer algo para llegar a un acuerdo como fuese!
Ante esto, me hago muchas preguntas de las que sólo formulo
tres. ¿También ahora hay que hacer algo
para formar gobierno como sea? ¿Qué
grado de responsabilidad tienen los diputados actuales en la situación en la
que estamos? ¿Es realmente una carga tan pesada ir una mañana de domingo
(siempre que no sea el día de Navidad) a depositar un voto o votar por correo? Intentaré
dar, lo más brevemente posible, mi respuesta a estas tres preguntas.
1ª ¿También ahora hay que hacer algo para formar gobierno como
sea? Mi respuesta a esto es un categórico NO. Si para que el PSOE acabe por
abstenerse hay que hacer concesiones como dar marcha atrás a la reforma laboral
o embarcarse en políticas de gasto público disparatado o subir impuestos o
rebajar todavía más el nivel de la enseñanza –ya está en los medios la consigna
que a buen seguro apoyará el PSOE: ¡mueran los deberes!–, prefiero que no se
forme gobierno. Si digo esto, no es por una posición ideológica o egoísta, sino
porque estoy convencido que este tipo de reformas serían nefastas para España,
léase para el paro presente y futuro. Ni que decir tiene que si para formar
gobierno tiene que ser a base de que PSOE haga un pacto mortal con Podemos y
las fuerzas soberanistas –ya amenaza el alevín de Zapatero con acudir a las bases
para forzar a los que quedan en el PSOE con sentido común–, la verdad, prefiero
marcharme de España. Pero si, por algún pacto extraño de abstenciones
arrastrando los pies, se llegase a formar gobierno, el gobierno que saliese
estaría incapacitado para gobernar. Y, ¿de qué sirve un gobierno títere que no
gobierna, al albur de un Pedro Sánchez, un Pablo Iglesias y unos partidos
soberanistas que es difícil que pacten para hacer algo, pero que seguro que
pactan para impedir que se haga cualquier cosa. No quiero que España esté a
merced del perro del hortelano, que ni come ni deja comer.
2ª ¿Qué grado de responsabilidad tienen los diputados
actuales de la situación en la que estamos? Por supuesto que no diré que
ninguna. Pero sí que poca. Y ello por dos razones, una reciente y otra desde
que se aprobó la Constitución.
Empiezo
por la Constitucional. Y debo decir que no se pueden cargar demasiadas
responsabilidades en los “padres” constituyentes porque, en la situación en la
que estaba España en los años 70, el objetivo, que se consiguió, era que no
hubiese un golpe de Estado que nos llevase otra vez a la dictadura o, peor aún,
a una guerra civil más o menos declarada. Y para ello, los “padres”
constituyentes tuvieron que caminar por el filo de una cuchilla afiladísima y
tragarse sapos de tamaño descomunal. Y claro, así, es muy difícil no cometer
errores. Pero, tras esta petición de indulgencia para ellos, errores los hubo,
y de bulto. Y esos sapos mal tragados, nos están produciendo un reflujo
gástrico de padre y muy señor mío. En primer lugar, el Estado de las
Autonomías. Desde el principio era evidente que lo que se pretendía con las
autonomías no era una mayor eficiencia y racionalidad en la administración del
gasto público, sino todo lo contrario. Duplicar muchísimos gastos con fines
electoralistas y crear reinos de Taifas en los que cada uno pudiera hacer de su
capa un sayo. Esto se plasmó, sobre todo en las transferencias educativas que
en todas las autonomías. Y esto ha degenerado en una perdida estúpida de
sentido de la visión global de España. A título de ejemplo, y tomando a
Andalucía, se da más importancia al Genil o al Guadalhorce, que al Ebro o al
Tajo que, como no pasan por Andalucía, no merecen ser estudiados con detalle. El
ejemplo puede parecer chusco, pero no por ello es menos real. Esto, que he
calificado de estúpido, pasa a ser trágico cuando la transferencia de las
competencias en educación se usa para presentar a España como una potencia
ocupante, deformando la historia o para intentar reducir el idioma español al
marginalismo.
Pero
hay un error constitucional todavía más grave. Haber creado un sistema
electoral que permite que partidos regionales, a menudo desleales con su
pertenencia a España, tengan en el Parlamento General mucha más representación
de la que por su peso les correspondería, permitiéndoles así convertirse en bisagras
que venden su apoyo por concesiones que, poco a poco –o no tan poco a poco– han
llevado a la disparatada situación actual de intentos de ruptura de España. No
ha habido gobierno en minoría sea de UCD, sea del PP o sea del PSOE, que para
lograr sus votos no les haya hecho concesiones inadmisibles. Pero el colmo de
los colmos ha sido el Estatuto de Autonomía de Cataluña auspiciado –creo que
hasta de buen grado y con entusiasmo– por el PSOE de Zapatero, de infausta
memoria. Y, aquí estamos.
En
lo que al error reciente se refiere, creo que la culpa nos la tenemos que echar
los ciudadanos, cada uno en la medida que le toque, por el voto visceral en vez
de racional. Jaleados por los medios, muchos han decidido con alborozo lo
magnífico que resulta el fin del bipartidismo y se han consagrado en cuerpo y
alma al voto de castigo, sin pensar que con este cuatripartidismo –al que hay
que sumar las joyas de los partidos soberanistas– al que hemos llegado, la
formación de gobierno es imposible además de indeseable. Las democracias más
serias o son prácticamente bipartidistas
o, si hay un tercer o cuarto partido importante, pueden hacer pactos entre
ellos que no sean contra natura. Pero en España, por la conjunción de la
aritmética y de un PSOE deshomologado con las socialdemocracias europeas la
situación es especialmente grave. Pero, da igual… ¡viva la muerte del
semibipartidismo! ¡Viva la italianización de la política!
No
sé si ha quedado clara mi respuesta a esta segunda pregunta: La responsabilidad
que les toca a los actuales diputados en el fracaso de la formación de gobierno
es muy poca. Los milagros se piden en Lourdes. Estoy harto de que tomen mi
nombre en vano diciendo que los españoles hemos votado que haya pactos. Yo –que
hasta donde sé soy español– no he votado que haya pactos. No quiero un pacto
con un partido como el PSOE, ni quiero un gobierno agarrado por el cuello –o,
peor aún, por otras partes de la anatomía masculina– por esos mastuerzos. Nos
harían mucho daño. Y creo que hay muchos españoles que piensan como yo, aunque
no los conozca o no me lo digan.
3ª ¿Es realmente una carga tan pesada ir una mañana de
domingo (siempre que no sea el día de Navidad) a depositar un voto o votar por
correo? Esta es la más sencilla de contestar. Por supuesto que no es una pesada
carga. Si para un ciudadano el ir una mañana a votar (NO EN NAVIDAD) o votar
por correo, es una pesada carga, es que ni es ciudadano ni es ná. A mí,
precisamente por la respuesta a las dos anteriores preguntas, me encantaría. A
lo mejor un día, tras 4 o 5 elecciones, los ciudadanos nos damos cuenta, el que
no se haya dado cuenta todavía, de que votar con las vísceras para castigar es
un craso error que no conduce más que a un callejón sin salida y, una vez
caídos del guindo, voten usando el sentido común en vez de las tripas.
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