En este escrito no
hay nada de mi cosecha. Ni siquiera aventuro una opinión sobre lo que escribo
en él. No es más que una recensión de una curiosidad con la que me he
encontrado por casualidad navegando por internet buscando otras cosas y tirando
del ovillo. Eso sí, es una curiosidad de las que roza el “misterio”, tiene algo
de novelesco y, además, lleva implícita otra gran curiosidad lingüistica. En
fin, basta de rollos y ahí voy.
Se trata del
llamado manuscrito de Voynich. Es un manuscrito de 240 páginas lleno de
ilustraciones, a razón de algo más de una por página, escrito sobre pergamino
con pluma de ave en el siglo XV. Las páginas están numeradas con el sistema de
numeración arábigo por lo que se sabe que 5 de ellas se han perdido. Y, ¿cuál
es la curiosidad, se puede preguntar uno? La curiosidad estriba en que está
escrito en un idioma desconocido, con un alfabeto desconocido, que nadie ha
podido descifrar hasta la fecha ni encontrar su origen. Los criptógrafos de la
Segunda Guerra Mundial que rompieron el código “Enigma” alemán lo intentaron
con el manuscrito Voynich y fracasaron. La Natonal Security Agency (NSA) de los
EEUU, la misma que hace unos meses rompió en poco menos de una semana las
claves de Apple por la cuestión del teléfono del terrorista musulmán, lo ha
intentado con el manuscrito y fracasó. La inmediata es pensar que es
simplemente un galimatías y que, por tanto, es indescifrable, sencillamente,
porque no tiene sentido. Pero, y esta es la segunda curiosidad, resulta que el
idioma del manuscrito cumple con la ley de Zipf y con la de la entropía lingüistica.
La ley de Zipf es,
en sí misma, una curiosidad estadística de la que nadie sabe explicar su rezón
de ser. Da cuenta del hecho empírico de que en un texto suficientemente largo
en cualquier idioma natural del mundo, la palabra que más aparece en él, lo
hace muy aproximadamente dos veces más que la segunda, tres más que la tercera,
etc., etc., etc. Sin embargo, los idiomas artificiales no cumplen esta ley. Por
ejemplo, Tolkien, profesor de Oxford y filólogo de profesión, inventó, en el
siglo XX, el idioma élfico. El élfico no cumple con la ley de Zipf. James
Dooham y Marc Okrand inventaron, para la serie de películas de Star Treck, el
idioma klingon que hablan una docena de expertos en el mundo. El klingon no
cumple la ley de Zipf. El voynichés –así ha dado en llamarse la lengua del
manuscrito– cumple, además de con la ley de Zipf, con la de la entropía
lingüística. Esta ley viene a decir que las longitudes de las palabras de un
idioma cualquiera siguen una cierta distribución estadística que, siendo común
a todas las lenguas, difieren en ciertos parámetros que definen esa
distribución y que estos parámetros permiten agruparlas en varias categorías.
Parece que el voynichés entra en la misma categoría que el latín y otras
lenguas romances. Sin embargo, en otras características lingüísticas pudiera
parecerse más al árabe, a pesar de que el voynichés tenga vocales y se escriba
de izquierda a derecha. El manuscrito, de 240 páginas, como hemos dicho, tiene
unos 170.000 caracteres agrupados en unas 35.000 palabras (4,86 caracteres por
palabra de media) con un alfabeto de entre 20 y 30. Este número no está
claramente determinado por varios motivos. El primero es que hay caracteres que
son parecidos entre sí, pero no se puede afirmar que sean el mismo. No se sabe
si sus diferencias se deben a la caligrafía o a que sean realmente diferentes.
El segundo es que hay caracteres que sólo aparecen al principio de las
palabras, otros sólo al final y otros sólo en medio. Hay caracteres que pueden
aparecer en el principio de la palabra y otros que nunca lo hacen. En árabe
ocurre algo así, pero no son caracteres distintos, sino que el mismo carácter
tiene una grafía distinta según esté en el inicio de la palabra, en medio o al
final. Hay también caracteres que no aparecen nunca uno junto al otro. Otros,
en cambio, parecen aparecer a menudo juntos en un orden determinado. Otros
aparecen frecuentemente repetidos mientras que otros no lo hacen nunca. Si nos
fijamos en las palabras, las hay que aparecen distribuidas por todo el texto,
mientras que otras aparecen sólo en algunas secciones o sólo en algunas
páginas. La grafía del manuscrito deja ver que está escrito con soltura, no
dibujando cada letra, sino de forma fluida, lo que indica que el escritor lo escribía
de corrido y sabía de lo que estaba escribiendo. Algunos expertos dicen que hay
dos o tres manos de calígrafos, pero otros niegan este punto. Con todo esto,
quedan pocas dudas de que el manuscrito no es un simple galimatías, sino que
corresponde a un idioma real y que tiene, por tanto, un contenido conceptual
que intenta transmitir.
Las ilustraciones
son a color y es gracias a ellas por lo que se puede saber más o menos de qué
trata el manuscrito, que se ha dividido en seis secciones. Parece que las
ilustraciones están hechas antes que el texto, puesto que éste se superpone a
ellas en bastantes sitios.
Llegados a este
momento, creo que merece la pena echar un vistazo a las imágenes del
manuscrito:
De acuerdo con las
imágenes el manuscrito se divide en seis secciones:
1ª Herbario. Según el botánico Arthur
Tucher, de la Universidad Estatal de Delaware, varias de las ilustraciones
podrían ser de plantas de Centroamérica y además dice que la forma de
representación de las imágenes botánicas recuerda a las de México del siglo
XVI. El problema es que según veremos más tarde, todo indica que el manuscrito
fue elaborado en el siglo XV, antes del descubrimiento de América.
2ª Astronómica. Aparecen 10 de los 12
anagramas de signos zodiacales. Cada uno de ellos está rodeado por 30 mujeres,
en su mayoría desnudas y cada una sostiene una estrella. Acuario y Capricornio
se han perdido. Entre Aries y Tauro hay cuatro diagramas, algunos de ellos
desplegables, con 15 estrellas cada uno.
3ª Biológica. Aparecen mujeres desnudas tomando
baños y unidas por redes de tuberías que tienen forma de órganos. Algunas de
las mujeres llevan coronas. Se especula con que sean ninfas.
4ª Cosmológica. Aparecen diagramas
circulares de naturaleza desconocida que hay quien dice que representan
galaxias espirales. También hay alguna ilustración que puede parecer una
estrella en explosión. Hay un desplegable de 6 páginas en el que aparecen 6
islas conectadas por calzadas y castillos. Aparece también algo que pudiera ser
un volcán.
5ª Farmacéuticas. Aparecen raíces, hojas y
tarros típicos de farmacia.
6ª Alquímica. Aparecen ilustraciones que
se interpretan como guías para elaborar algún tipo de receta alquímica.
La historia del
manuscrito es un auténtico culebrón. Por el análisis del carbono 14 que se
realizó en 2009 en la Universidad de Arizona, se sabe que, con un margen de
seguridad del 95%, el pergamino sobre el que está escrito data de entre 1440 y
1438. El McCrone Research Institute de Chicago ha demostrado que la tinta fue
aplicada poco tiempo después. Por determinadas ilustraciones, entre ellas
algunas que representan un especial tipo de castillos, parece que fue escrito
en el norte de Italia, en una zona entre Milán y Venecia donde esos castillos
eran habituales en el siglo XV. Los atuendos y peinados de las mujeres también
parecen corroborar esa ubicación. La primera constancia indirecta de su
propietario dice que el emperador Rodolfo II (1552-1612) lo compró pagando por
él la astronómica cantidad de 600 ducados de oro. En la corte imperial
atribuyeron su autoría al monje franciscano Roger Bacon (1220-1294), de enorme
erudición, antecesor del pensamiento científico y políglota, conocedor del
árabe y de otros idiomas. Pero después de la datación por el carbono 14, esta
hipótesis ha quedado invalidada.
A la muerte de
Rodolfo II el manuscrito pasó a ser propiedad de Jakub Horcicky (1575-1622),
conocido por su nombre latinizado Jecobus Serapius, favorito del fallecido
emperador, alquimista y responsable de la farmacia imperial. A la muerte de
Serapius su propietario pasó a ser Georgius Barschius (1558-1662), también
alquimista de la corte de Rodolfo II y responsable de su biblioteca. Parece que
fue el primero que intentó, sin éxito, la traducción del manuscrito. En 1637,
desesperado, su propietario escribió una carta a Athanasius Kircher (1602-1680),
jesuita, y el políglota más reputado de su época. Kircher había compilado un
impresionante diccionario del copto, era un gran conocedor del chino y había
“descifrado” los jeroglíficos egipcios. Aunque exactamente dos siglos más
tarde, al descifrar Champolion los jeroglíficos egipcios ayudado por la piedra
Rosetta, se viese que el descifrado de Kircher era erróneo, la fama de éste a
mediados del siglo XVII era inmensa. Por eso Barschius le mandó la carta, junto
con la copia de algunas páginas del documento, pidiéndole que lo tradujese. No
hay constancia de que Kircher le hiciera caso.
En 1639 le escribió una segunda carta que corrió la misma suerte que la
primera: el olvido. Estas cartas no se conservan. El pobre Barschius siguió
peleándose infructuosamente con el descifrado hasta su muerte en 1662.
En su testamento
legaba el documento a su amigo Johannes Marcus Marci (1595-1667). Éste era un
médico que había iniciado sus estudios para ser jesuita y era Rector de la
Universidad Carolina de Praga. Mientras estudiaba con los jesuitas, Marci había
trabado amistad con Kircher. Por eso en el mismo año de 1662, Marci le envió el
manuscrito completo, junto con una carta, a su amigo Kircher para ver si era
capaz de descifrarlo. Tampoco hay constancia de que Kircher acusara recibo de
dicha carta, ni de que realmente hubiese intentado descifrarla. No obstante,
esta carta de Marci se conserva unida al manuscrito. Es en esa carta donde se
refiere la adquisición del manuscrito por Rodolfo II, la atribución de su
autoría a Roger Bacon, las vicisitudes sufridas por el manuscrito desde
entonces y se mencionan las dos cartas de Barschius.
Desde ese año de
1662 hasta 1870 el manuscrito estuvo en el Collegio Romano de los jesuitas.
Durante el paréntesis de la supresión de la Compañía, el Collegio estuvo bajo
la supervisión del clero secular romano. Al ser restituida la orden, el
Collegio volvió bajo el control de los jesuitas. En 1870, al tomar Victor
Manuel II Roma y anexar los Estados Pontificios al Estado italiano recién
constituido, expropió muchos de los documentos de la Iglesia o de las distintas
órdenes religiosas. Los jesuitas mandaron muchos documentos a bibliotecas
privadas para evitar su expropiación. Entre ellos se encontraba el Manuscrito
Voynich. Más tarde, cuando se permitió la refundación del Collegio Romano con
el nombre de Universidad Pontificia Gregoriana, los documentos fueron
restituidos a dicha Universidad.
Pero en 1912 la Gregoriana pasó por graves
dificultades económicas que le obligaron a vender una parte de su biblioteca.
Entre los documentos que se vendieron estaba el manuscrito que, junto con otros
30 documentos, fue comprado por el bibliófilo lituano-polaco Wilfrid M. Voynich
(1865-1930), que le da el nombre al manuscrito. La azarosa vida de Voynich
daría para escribir un libro. Comprometido políticamente con la lucha por la
independencia de Polonia del imperio ruso, fue detenido en 1885. Permaneció
unos años en la fortaleza prisión de Varsovia y después fue deportado a Siberia
en la primavera de 1887. Fugado en 1890, llegó a Alemania tras una increíble
odisea. De su
estancia en Siberia data su conversión al anarquismo. Se escondió en Hamburgo.
Tuvo que vender su abrigo y sus gafas por cuatro perras para poder comprar un
arenque ahumado, un trozo de pan y un pasaje de tercera clase a Londres en un
barco de carga que transportaba fruta. En esa ciudad conoció a una joven inglesa
nacida en Irlanda, Ethel Boole (1864-1960), quinta hija de George Boole, el matemático que inventó el
álgebra de Boole y de la filósofa sufragista Mary Everst. Wilfried y Ethel se
unieron en 1895 y se casaron en 1902. Antes de conocer a Voynich, Ethel había
estado en Rusia y Polonia, colaborando con el movimiento anarquista en la
clandestinidad. Cuando volvió a Inglaterra fundó la Sociedad de Amigos de la
Libertad de Rusia y ayudó a la edición del diario Free Russian en lengua
inglesa. Su anarquismo se remonta a su relación amorosa con el aventurero ruso
Sigmund Georgievich Rosenblum. Rosenblum fue encarcelado por anarquista por la
Rusia zarista. Fugado de prisión, simuló su muerte y huyó a Brasil donde estuvo
escondido unos años. De Brasil fue a Inglaterra donde conoció a Ethel en los
medios anarquistas y se convirtieron en amantes. La relación de Ethel con
Rosenblum terminó en 1895, al ser reclutado éste como agente por el Servicio
Secreto británico, cambiándose el nombre por Sidney Reilly. Sirvió como espía
contra alemanes, turcos y rusos, zaristas y soviéticos. Era conocido como “The
Ace of Spies”. La BBC ha producido recientemente una serie sobre él con ese
título. En 1925 fue capturado y ejecutado por los soviéticos. Inspiró a Ian
Fleming el personaje de James Bond 007 en las novelas que Fleming escribió
entre 1953 y 1966.
En
el mismo año de 1895, en el que Ethel rompió con Rosenblum, conoció a Voynich
con el que se unió como amante. Se conocieron en la Sociedad de Amigos de la Libertad
de Rusia. Su encuentro no carece de tintes románticos. Wilfred le preguntó
cuando la vio: “¿No te he visto antes?
¿No estabas de pie en la plaza cerca de la fortaleza de la prisión de Varsovia
el Domingo de Pascua de 1887?” Ella le dijo que sí, que allí había estado
ese día y él contestó: “Yo estaba dentro,
me asomé y te vi”. Ambos eran activistas anarquistas y se dedicaron a
traducir al inglés y a otros idiomas –sabían diez o doce idiomas cada uno– las
obras de Marx y Engels. Profesionalmente Wilfried se dedicó al negocio de
compra-venta de libros extraños en el que tuvo un éxito más que notable. Ethel
era, además de una buena pianista y compositora, una gran escritora. Su primera
novela, “The Gadfly” (la traducción literal es “El Tábano”, pero coloquialmente
significa algo así como “la mosca cojonera”. Tal vez el título pretenda
referirse a Sócrates, que se llamaba a sí mismo el tábano de Atenas), publicada
en 1897, tuvo un gran éxito internacional y fue traducida a 25 idiomas. Pero
fue en la Unión Soviética donde más ejemplares se vendieron, llegando a más de
2 millones. En este país fue llevada al cine dos veces y Dimitri Shostakovich
compuso la música para esa película. Hoy se conoce como la romanza Gadfly, Op.
97 de este compositor. Aunque en la serie de la BBC a que me he referido antes
no aparece Ethel Boole, el productor ha dejado un guiño en referencia a esa
relación entre el espía y Ethel: La música de la serie es la misma romanza de
Shostakovich que la de la película “The Gadfly”. A continuación añado un link a
una interpretación para piano y violín de esa deliciosa obra.
Sin
embargo, Ethel no se enteró del éxito de su novela en la URSS hasta cinco años
antes de su muerte. A través de Aldai Stevenson, que sería candidato demócrata
a la Presidencia de los EEUU en 1956 y con quien le unía una estrecha amistad, negoció
que la URSS le pagase los derechos de autor ganados allí, siempre que viajase a
la Unión Soviética a recibirlo. Pero Ethel, a la sazón de 91 años y que hace
mucho consideraba a la URSS como traidora a los ideales anarquistas, no fue y,
por tanto, nunca recibió el dinero. Tampoco lo necesitaba puesto que vivía holgadamente
de los derechos de autor de sus obras en el resto del mundo, aunque ninguna
alcanzase el éxito de “El Tábano”.
Desde que Voynich compró el manuscrito,
intentó que los mejores expertos descifrasen el documento, mandándoles copias
hechas por él mismo mediante un sistema químico que lo deterioró en algunas
partes. En 1914, poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial, los Voynich fueron
a EEUU en el transatlántico Lusitania que, más tarde, durante la guerra, sería
torpedeado y hundido por un submarino alemán. Tuvieron que permanecer allí
durante toda la guerra, pero al acabar ésta, tras una breve estancia en
Londres, en 1920 se instalaron definitivamente en ese país. Cuando murió Wilfried,
en 1930, el manuscrito pasó a su viuda. En 1931 Ethel Boynich permitió al P.
Theodore C. Petersen (1883-1966) que hiciera copias para poder distribuirlas
entre expertos que pudiesen intentar su descifrado. Petersen era profesor en el St. Paul's College de la Universidad
Católica de América especialista en lenguas antiguas e historia, además de ser
experto en religión, astrología y manuscritos místicos. Él mismo intentó
descifrar el manuscrito. Dedicó el resto de su vida a buscar concordancias del
manuscrito con textos de Ramón Llull, Santa Hildegarda de Bingen, San Alberto
Magno, Roger Bacon y otros
eruditos medievales, sin obtener ningún éxito. Desde
1933 hasta 1943 Ethel colaboró con la Escuela de Música Litúrgica Pío X en Manhattan.
En esa época compuso varias cantatas y otros himnos litúrgicos y religiosos que
gozaron de notable éxito para este tipo de música.
Cuando murió, sus
herederos vendieron el manuscrito, en 1961, por 24.500$, al marchante de libros
Hans Peter Kraus (1906-1987), un judío austriaco que se libró por los pelos del
holocausto. Éste intentó, infructuosamente, venderlo a precios crecientes que
alcanzaron los 160.000$. En 1969, Kraus donó el manuscrito a la biblioteca
Beinecke de la Universidad de Yale, donde está en la actualidad, catalogado con
el número MS 408. Esta Universidad ha encargado a la editorial Siloé, situada en
Burgos, tras una exigente selección, la primera edición facsímil del
manuscrito, edición que se ha iniciado en Febrero de 2016.
En 2014 se han
presentado dos pretensiones de traducción parcial del manuscrito. La primera es
del Prof. Stephen Bax de la Universidad de Bedfordshire en el Reino Unido. Bax encuentra
paralelismos del voynichés con lenguajes de Asia u Oriente Medio usando unos
caracteres del alfabeto eslavo
glagolítico (sic). Parece que también hay similitudes con el rongorongo (sic),
un sistema de escritura descubierto en la isla de Pascua. Bax limita su
descifrado a diez palabras.
La segunda es del ingeniero militar ruso Nikolái Anichkin.
Según Anichkin, la obra contiene una descripción de las plantas encontradas en
Asgard (ubicado en el territorio actual de Omsk en Siberia). En el mismo lugar,
cuenta el ingeniero, había un gran templo de unos 1.000 sazhenes (2.133 metros)
del que solo quedan los pasajes subterráneos. Según Anichkin, el templo fue
destruido en 1530, mientras se suele fechar el manuscrito en el siglo XV. El
idioma sería usado, siempre según Anichkin, para los rituales que tenían lugar
en ese templo. En cualquier caso, el ingeniero ruso afirma haber descifrado sólo
unas cuantas palabras.
Por supuesto, no
faltan hipótesis sobre el autor del manuscrito ni sobre su contenido, su
intención o su lenguaje. Cuando Voynich hizo las copias del manuscrito apareció
en la primera página, casi totalmente borrada, la firma de su segundo
propietario, Jacobus Serapius. Esto hizo pensar que éste era su autor y que
alguien, posteriormente, lo había borrado para crear un misterio y, tal vez,
poder vender más caro el documento. Pero hace poco se han encontrado documentos
firmados por Serapius y se ve claramente que la firma del manuscrito había sido
falsificada. Esto nos lleva a otro “mistrerio”: alguien falsificó la firma de
Serapius y otro alguien –o tal vez fue el mismo– la intentó borrar. ¿Con qué
fin? Hay una larga lista de personajes que unos y otros eruditos identifican
con razones de lógica, como posibles autores del manuscrito. La lista de los
autores esotéricos es aún más larga. No falta quien afirma que el documento,
con toda la historia, la carta de Marci a Kircher incluida, fue una patraña
urdida por los Voynich. Ingenio, conocimiento de lenguas, acceso a documentos
antiguos y a pergaminos vírgenes, no les faltaron. Aunque la ley de Zipf no fue
descubierta hasta los años 40 del siglo XX, parece que Ethel tenía también una
impresionante formación matemática dada por su padre, lo que alimenta la
hipótesis de que hubiera descubierto esa ley y ella y su marido la hubiesen
usado para el engaño. Parece demasiado rocambolesco, pero, con una pareja así,
nunca se sabe… Hay infinidad de hipótesis realmente rocambolescas y esotéricas,
sobre el manuscrito. Las hay que hacen referencia a extraterrestres,
rosacruces, descripciones de telescopios y microscopios, reactores nucleares, secretos
templarios o cátaros, etc. Naturalmente, no pueden faltar las hipótesis en las
que la Iglesia católica, implacable perseguidora de herejes, impulsaba a éstos
a crear códigos secretos. Ahí queda el tema, para quien quiera investigarlo o
escribir una novela. Mimbres no faltan.
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