En
el post anterior sobre la posverdad, enumeré algunas de ellas. Las recuerdo: mencioné
la ideología de género, el aborto, el sistema de pensiones de transferencias, el
Estado del Bienestar tal y como lo entendemos hoy en día, la redistribución de
la renta por el Estado, y la socialdemocracia. Estoy seguro de que muchos
pensarán que incluir alguna de estas cosas en el concepto de posverdad es un
poco drástico. Pero creo que no lo es y es lo que voy a tratar de hacer ver.
Empecemos
por la más trágica de estas posverdades: El aborto. Por descontado que no voy a
enfocar esta posverdad desde el punto de vista religioso, sino desde la razón y
la ciencia. Ya a mediados del siglo pasado, en 1956 el genetista
indonesio-americano Joe Hin Tijo descubrió definitivamente que las células
humanas tienen todas 23 pares de cromosomas (en 1921 Theophilus Painter se
equivocó al adjudicarles 24 pares). Lo de que se hable de pares es porque
también se sabe que un elemento de cada par procede del padre y el otro de la
madre, a través de los espermatozoides y los óvulos respectivamente, que tras
un proceso de división celular especial, llamado meiosis, se quedan con 23
cromosomas cada uno. En cuanto un óvulo de mujer es fecundado por un
espermatozoide de hombre, aparece una célula nueva, un cigoto, que por un lado
es, sin duda, una célula humana con 23 pares de cromosomas y, por otro, es
diferente de las células del organismo paterno y materno.Es única e irrepetible
(la probabilidad de que de una misma pareja aparezcan en distintas
fecundaciones dos cigotos idénticos es de algo aproximado a 1/1070,
es decir, totalmente despreciable). Además, tiene en sí todo un
impresionantemente complejo programa de desarrollo que, si se le permite
seguir, acabará en un organismo completo. Es decir, es, desde el punto de vista
científico, un ser humano diferenciado de cualquier otro. Si no, ¿qué demonios
es? El hecho de que se haya implantado o no en el útero, de que todavía no haya
desarrollado neuronas, que no sea capaz de sentir, de que necesite del
organismo materno para sobrevivir, no altera ni un ápice este hecho. Todas las
variaciones que sufra desde ese mismo momento serán progresivas y formarán un continuo
sin cesuras de ningún tipo que permitan marcar una transición clara. Desde la
fecundación hasta la muerte todo es un continuo. Por tanto, todos los plazos
que se fijen para declarar lícito el aborto son pura invención de conveniencia.
Si, además, resulta que, como ocurre en muchas leyes de plazos de aborto, se
especifican momentos distintos en los que poder practicarlo según
circunstancias de conveniencia, la posverdad está servida. Y, por si esto fuera
poco, si le aplicamos al cigoto –o al embrión en cualquier fase de desarrollo–
los elementales criterios civilizadores de protección al débil y presunción de
inocencia –en este caso presunción de humanidad[1]–la conclusión de razón y
de civilización es la misma: La vida del cigoto y del embrión en cualquier
momento de su desarrollo debe ser respetada como la de un bebé o como la de un
ciudadano adulto, sea cual sea su estado de salud o enfermedad.Si defender el
aborto no es adherirse a una posverdad irracional entonces, no sé qué pueda ser
una posverdad.
La
ideología de género es tan absurda que casi no merece la pena dedicarle más de
un par de líneas para mostrar que es algo irracional y una flagrante posverdad.
Conviene sin embargo aclarar que la ideología de género es aquella que dice que
los atributos sexuales primarios no son determinantes del sexo. Que el sexo es
una cosa que se elije según prefiera cada uno. Nada tiene que ver con la
igualdad de derechos entre hombres y mujeres o el respeto a las personas
homosexuales, cosas ambas perfectamente racionales. Pero, en vez de seguir
escribiendo yo y leyendo vosotros, es mejor que veáis el siguiente video:
¿Cabe
absurdidad más ridícula? ¿Qué dirían la CNMV o la SEC americana, por ejemplo,
si para cumplir el requisito de paridad en los consejos de administración de
las empresas un hombre dijese que en realidad se siente mujer y que, por lo
tanto, lo es? ¿Alguien piensa que estos organismos aceptarían semejante
estupidez? Y, sin embargo, la estupidez de la posverdad ha llegado a la
legislación española. Uno puede ir al registro civil y, sin más, decidir si es
hombre o mujer y que le cambien su sexo (perdón, su género) en el carnet de
identidad. ¿Hasta dónde puede llegar la estupidez humana? Si se admite la
posverdad, no hay límites que la paren.
Las
siguientes posverdades que cito; el sistema de pensiones de transferencias, el Estado
del Bienestar tal y como lo entendemos hoy en día, la redistribución de la
renta por el Estado y la socialdemocracia seguro que despiertan la extrañeza de
muchos, pero espero dejar claro que también son posverdades irracionales. Las
voy a ver juntas porque están íntimamente relacionadas. Todo este conjunto de
posverdades nace de un tronco común: el buenismo. No hay que confundir el
buenismo con la bondad. La bondad busca hacer el bien basándose en la virtud de
la prudencia, es decir, de la verdad como la percibe razón. El buenismo parte
de una mala conciencia y quiere tranquilizarla a base de proponer medidas
imprudentes que dejan de lado la razón y se para basarse en mentiras bonitas.
La virtud de la prudencia no es, como se cree en su acepción común, el evitar
situaciones de peligro, sino el usar la razón para, evaluando las consecuencias
previsibles de una acción, decidir si merece la pena abordarla. La prudencia
puede elegir, según los casos, a la luz de este análisis, la decisión más
arriesgada. Pero las mentiras, por bonitas que puedan ser, acaban siempre mal
y, muy a menudo, en el horror. La socialdemocracia es la corriente política que
abriga las posverdades anteriores, a las que añade alguna más, como veremos. Es
la heredera del fracasado marxismo y pretende que una pequeña dosis de lo que
es malo en grandes dosis, es bueno. Pero veremos que no es así. Pero, si
partimos de lo particular llegaremos a lo general. Así que empecemos.
El
sistema de pensiones de transferencias, es decir, aquél en el que los que
trabajan pagan las pensiones con sus impuestos –impuestos son, aunque no vayan
por el camino del IRPF– a los jubilados ha funcionado perfectamente mientras
los primeros eran muchos y los segundos pocos. Pero por causa de otra
posverdad, en la que no voy a entrar, la pirámide de población se está
invirtiendo por la baja natalidad a la par que los avances de la medicina
alargan la vida humana –algo verdaderamente excelente. La consecuencia es lo
que estamos viendo. La llamada hucha de las pensiones se vaciará en 2017. Por
supuesto, si entrásemos en otra época de boom económico, la hucha podría volver
a llenarse temporalmente, pero sería sólo un espejismo, porque la inexorable
inversión de la pirámide sigue su curso a paso lento pero seguro y el final es
perfectamente, casi matemáticamente, predecible. Pocos no pueden mantener a
muchos. No debemos confiar mucho en la inmigración, porque lo deseable sería
que en los próximos 30 o 40 años la gente no tuviese que huir de la miseria en
sus países sino que sólo emigrasen de ellos los que saliesen enbusca de
oportunidades mejores –por la oferta y la demanda, no por sus tiranos o sus
guerras– de las que encuentren en su país. Y eso les llevará, sin duda, a los
países más prósperos. La única solución es aprovechar esos próximos 30 o 40
años para pasar de un sistema de pensiones contributivo a uno de ahorro
personal. Si todo lo que una persona paga en su vida a la Seguridad Social para
pensiones fuese a su propio plan de pensiones, el problema se habría acabado.
Pero eso debe empezarse ahora. Ya. Al que le queden, digamos, 10 años de
trabajo activo deberá recibir cuando se jubile un, digamos 80% de su pensión
por la vía contributiva, y el otro 20% por lo que ahorre en esos 10 años. Al
que le queden 20 años, pongamos que eso fuese 50-50%. Pero al que esté en los
primeros años de su vida laboral hay que decirle YA que sólo recibirá el 20%
por la vía contributiva y que el otro 80% tiene que ahorrarlo él mismo. Y, por
supuesto, a los que empiecen mañana a trabajar hay que decirles que espabilen y
ahorren porque dentro de 40 o 50 años no van a ver un euro por la vía
contributiva. Pero claro, esto va contra la posverdad de que hay un Estado
paternal, benéfico y omnipotente que vela por nosotros y en el que podemos depositar
nuestra seguridad. Esta y otras posverdades exigen que ese Estado cobre más y
más impuestos cada día. Por supuesto a los “ricos”. Pero de este tema
hablaremos más adelante.
Algo
muy parecido podría decirse del Estado de Bienestar tal y como lo conocemos
hoy. Por supuesto que en un mundo civilizado no se puede admitir que nadie se
quede sin que le curen una enfermedad por ser realmente pobre. Ni que un joven
se quede sin una educación digna por su pobreza. Pero este principio, del que
creo que poca gente puede dudar que deba ser así en un mundo civilizado, no es
lo que hoy en día se entiende por Estado del Bienestar. No, se trata de que
todo sea gratis para todos. Y además, que los servicios de salud y educación no
sólo los pague el Estado, sino que, además, los realice también él. Es decir,
hospitales, universidades y, en menor medida, colegios de titularidad pública. Es
un hecho totalmente demostrado empíricamente y, además, lógico, que cuando el
Estado gestiona unos servicios que no son suyos, aunque tenga la titularidad,
lo hace muchísimo peor que quien gestiona lo que realmente es suyo. “Tirar con
pólvora del rey” siempre lleva a disparar a lo loco. Así tenemos un pésimo
sistema universitario que fagocita a las universidades privadas relegándolas casi
a la marginalidad y una sanidad pública con unos magníficos profesionales que
ofrecen una magnífica calidad para unas cosas frente a una enorme ineficacia en
otras, amén de una ineficiencia económica disparatada. Pero esto es un detalle.
Lo importante es: ¿Por qué la gente que tiene ingresos suficientes no puede
pagarse él mismo la educación y la sanidad dónde y cómo quiera? Evidentemente,
este alivio en la sanidad pública se traduciría en menos impuestos con lo que,
otra vez llegamos a lo mismo que antes. Si no hubiese que pagar la barbaridad
de impuestos de uno u otro tipo que se van en sanidad y educación, y éstas
fuesen más eficientemente gestionadas, con lo que me ahorro de impuestos me
pagaría el mejor seguro médico del mundo, mis hijos estudiarían en las mejores
universidades y me sobraría dinero. Pero no. La posverdad de que el Estado del
Bienestar tiene que ser totalmente público y universal es otra posverdad
terriblemente arraigada en el imaginario popular.
Llegamos
al mito más buenista y posverdadero que pueda existir: le redistribución de la
renta llevada a cabo de forma obligada por el Estado. Hay dos cuestiones
previas que debo abordar antes de meterme de lleno en el tema. Primera; por
supuesto, una sociedad civilizada no puede dejar, de ninguna manera que una
persona que habita en ella viva en la extrema penuria. Encuentro razonable que
se garantice a estas personas un mínimo de subsistencia, siempre que se defina
adecuadamente el término extrema penuria y mínimo de subsistencia. Segunda;
todo hombre, tenga el credo que tenga o aunque no tenga ninguno, está obligado
en conciencia a atender las necesidades de otros seres humanos. Si es
cristiano, esa obligación moral está escrita en primer lugar en el código ético
de su religión. Pero esta obligación es interna, voluntaria y basada en el amor
o, si se prefiere, en la filantropía. Y lo mismo pasa con quien no tenga ningún
credo si tiene un mínimo de humanidad.Sin embargo, nadie puede obligarle desde
fuera. Porque esa obligación no es de justicia. Si alguien gana lo que gana,
sea mucho o poco, sin engañar a quien se lo paga y con transparencia meridiana
para éste, ese dinero es, en justicia, suyo. Por lo tanto, su obligación moral
de compartir no nace de la justicia sino, como se ha dicho, del amor o la
filantropía.
Y
ahora entro en el núcleo del problema. ¿Cómo puede el Estado quitar a nadie
algo que es suyo en justicia? ¿En nombre de qué principio de razón? Se podrá
decir que en nombre del principio democrático si así lo decide un parlamento
debidamente elegido. Naturalmente, la práctica totalidad de los Estados lo
hacen en nombre de ese principio.
Pero
volveré sobre esta falacia. Por supuesto, esa redistribución no es quitar
dinero a alguien y dárselo a otro, sino quitar dinero a unos para dar a otros
un servicio del tipo de los que hemos visto antes en el Estado del Bienestar. Y
ese dinero, lo quita el concepto de impuesto progresivo. Es decir, no que los
ricos paguen más dinero que los pobres, lo que parecería lógico, sino que los
ricos paguen más porcentaje de sus ingresos que los pobres. Sin embargo, esto
lleva a enormes ineficiencias. La primera ya la hemos visto al hablar del
Estado del Bienestar. La segunda es que al saltarse el Estado en más elemental
principio de subsidiariedad, dificulta gravemente que las personas, ricos o
pobres, ejerzan libremente su obligación moral de compartir. Hay que reconocer
que si el Estado le quita a alguien el 50% de lo que gana, a ese alguien le
quedan pocas ganas de compartir porque piensa, y con razón, que ya se lo ha
dado al Estado. A pesar de esto, nunca en la historia de la humanidad ha habido
más donaciones a ni una pléyade mayor de ONG’s que se desviven por los más
necesitados de los más diversos tipos y que viven de donaciones gratuitas de
millones de personas. ¡Qué no sería sin esa intolerable presión del estado! La
tercera es que el Estado –o los burócratas de todo tipo que ejercen la función
de distribución de la renta– es demasiado grande y está demasiado lejos de la
gente como para saber quién tiene verdadera necesidad de qué. Y eso hace que
las ayudas vayan, demasiado a menudo a quien no las necesita y, en cambio, se
quede ayuna mucha gente que sí lo necesita. Esto no pasa con las ONG’s, que
están pegadas al terreno. Por último, los impuestos progresivos y los subsidios
mal administrados crean dos incentivos perversos. Por el lado de los “ricos” el
abuso de impuestos, por mucho que esté aprobado por un parlamento democrático,
merma el incentivo para invertir y emprender. Y esto no hay ley que lo pueda
suplir, salvo que caigamos en el totalitarismo. Por el lado de los “pobres”,
los subsidios disminuyen el incentivo por trabajar. Conozco a gente que le
quema cualquier subsidio y que si en un momento lo necesita de verdad vive sin
vivir en él hasta que encuentra un trabajo y se libera del subsidio. Pero
también conozco a otros que han encontrado el “trabajo” de vivir sin trabajar
accediendo a diversos subsidios. Una persona que conozco, que ha dedicado toda
su vida a luchar contra la pobreza en Hispanoamérica me decía: “El subsidio
crea dependencia, la dependencia crea resentimiento, el resentimiento crea odio
y el odio crea violencia”. Creo que es muy cierto. Algo similar pasa con el
incentivo por el lado de los “ricos”. Aunque hay gente que invertiría a pesar
de altos impuestos, otros lo dejan de hacer en cuanto los impuestos les ahogan
un poco. Lo que nos lleva a que cuanto más progresivo sea el impuesto y el
subsidio llegue con más dinero a más gente, a más personas alcanzará el
incentivo perverso para no invertir o para no trabajar. Y estos incentivos
perversos afectarán sin duda a la prosperidad y capacidad de crear riqueza de
ese país. Creo en la mayor injusticia que puede cometerse es la de no permitir
la creación de riqueza. Si se hace esto se llegará a un reparto de la pobreza,
algo que ya debería resultarnos familiar en el experimento comunista. Magnífica
posverdad ésta de la redistribución de la renta por el Estado.
Llegamos
por último a la socialdemocracia. La socialdemocracia aglutina dentro de sí todas
las posverdades anteriormente descritas, más alguna que le es propia. La
socialdemocracia es la heredera del comunismo, en los países en los que éste no
tuvo éxito. En la mayoría de éstos, la socialdemocracia ha renunciado
explícitamente al marxismo. No es el caso de España, donde el PSOE no ha
rechazado oficialmente esta ideología. Pero sea como fuere, el socialismo
internacional, en los países en los que el comunismo no pudo implantarse, ha
adoptado una variante del adagio de “si
no puedes vencerlos, únete a ellos”, por el más peligroso de “si no puedes vencerlos, parasítalos”. Y
eso es exactamente lo que está haciendo la socialdemocracia en occidente. Y,
además, lo está haciendo con notable éxito porque, con independencia de si gana
o no las elecciones, está arrastrando a los partidos de corte más liberal a
adoptar cada vez más y más deprisa sus premisas, por miedo a perder las
elecciones. Porque, naturalmente, las posverdades anteriores son atractivas
para la opinión pública (esa es la esencia de la posverdad). Prometer más
“beneficios sociales” a costa de imponer más impuestos a los “ricos” es algo
aplaudido por la opinión pública. De ahí que se puedan imponer democráticamente
estas posverdades. Claro, esto lleva a considerar cada vez más personas en la
categoría de “ricos” y a aumentar la presión fiscal hasta alcanzar el límite de
la voracidad. Para ello se recurre a tener bajo el más estricto control las más
pequeñas parcelas de la economía y a crear cada vez los más variopintos hechos
fiscales imponibles con tasas inicialmente pequeñas, pero que siempre se
aumentan. El Estado se convierte así, poco a poco, en Big Brother. Y a medida
que mete a más personas en el saco de los “ricos”, sube los impuestos e inventa
otros nuevos, frena la creación de riqueza y la prosperidad general, lo que va
haciendo el problema crónico. Pero mientras la categoría de ricos sea menos
numerosa que la de “pobres”, la máquina política funciona, aunque la económica
se vaya atasca. Y claro, no serán estos países los que atraigan la inmigración
libre que pueda suplir su nula natalidad. El problema se agrava. Y, claro,
cuando subir los impuestos se va haciendo cada vez más difícil se recurre a una
“solución” terrible. El endeudamiento salvaje de los Estados. Ni siquiera
Keynes, cuyo nombre invocan los socialdemócratas como si fuese el oráculo de
Delfos, se creería los niveles de endeudamiento a los que han llegado los
países desarrollados en esta carrera hacia la socialdemocracia de todos los
partidos. Ninguna familia puede funcionar bajo la posverdad de que se puede
gastar indefinidamente más de lo que se gana. Pero los Estados creen, o al
menos han creído hasta hace poco, que para ellos esta posverdad funcionaría
indefinidamente. Y en esas estamos. Los odiados recortes, los más odiados
hombres de negro, el victimismo de echar la culpa a la UE de que la posverdad
no funcione, el Berxit, los populismos, etc. Pero el reino de la posverdad está
acabándose, aunque no me atrevo a añadir, afortunadamente. El sano organismo
que ha sido capaz de crear una riqueza inusitada en los últimos 200 años, que ha
disminuido la pobreza en todo el mundo hasta hacer que sea menor al 10% y que
siga disminuyendo, que va cerrando poco a poco la brecha entre los países
desarrollados y los que están llegando a serlo, que ha hecho aparecer una
inmensa clase media inexistente en toda la historia de la humanidad, está
siendo parasitado por una socialdemocracia basada en posverdades –y ella misma
una posverdad que usa mentiras posverdaderas para desprestigiar ese milagroso
sistema– que la parasita hasta debilitarla y dejarla en la postración. ¿Qué
pasará cuando ese sano organismo muera? No lo sé, pero no me gustaría estar ahí
para verlo. Me temo, sin embargo, que tal vez lo vea. Pero me caben pocas dudas
de que mis hijos y nietos lo verán y eso me preocupa profundamente. Como decía
Jeremy Shapiro en el envío anterior: “los
hechos se acabarán cobrando venganza, pero ¿con cuánto sufrimiento?”. Y,
mientras tanto yo, erre que erre, luchando contra la hidra siguiendo el consejo
de Tolkien: “no parece haber nada más que hacer que negarnos personalmente a venerar
cualquiera de las cabezas de la hidra”. Porque quiero evitar, en la medida de mis pequeñas fuerzas que se
haga realidad lo que intuyo, premonitoriamente, Alexis de Tocqueville cuando
escribió, en 1835 en su obra “La democracia en América”: “Veo una incontable
multitud de hombres, todos similares e iguales. Sobre ellos se yergue un
inmenso y protector poder, único responsable de suministrarles sus diversiones
y cuidarse de su destino. Es absoluto, meticuloso, ordenado, providente, y
amablemente dispuesto. Es un poder regulador que extiende sus brazos sobre toda
la sociedad, abarcando toda la superficie de la vida social con una red de
reglas pequeñas, complicadas, detalladas y uniformes, hasta reducir a cada
nación a tan solo un rebaño de animales tímidos y duramente trabajadores con el
gobierno como pastor”. Lo que no llegó a ver Tocqueville es que esa
sociedad sería, además, una sociedad depauperada con lo que el Estado Leviatán
no podría cuidar de absolutamente nadie.
Y doña Irene Lozano, que tan acertadamente me puso
sobre la pista de las posverdades con el artículo que dio pie al envío pasado,
debería ayudarme en esto. Pero, ¿por qué sospecho que vive dentro de todas las
posverdades que denuncio en estas líneas? ¿Tal vez por su pasado de UPyD y
PSOE? Que me perdone si me equivoco. La gente puede cambiar.
P. D.
Perdonad que alargue todavía un poco más este
envío, pero es que anteayer mismo, las redes ardieron con un mensaje que
seguramente habréis recibido y que se basa en una posverdad. Pedían un boicot a
las pérfidas eléctricas que, mediante un siniestro complot subían un 33% el
precio de la electricidad en plena ola de frío polar (deberían ir a Chicago o a
Boston en invierno para saber lo que es frío polar), apagando la luz durante
media hora para que sus pérdidas fueran notables. Hacían una llamada subliminal
al gobierno para que no lo permitiese. Esto es pura lógica madura, o sea, made
in Maduro. Nadie se para a pensar lo que realmente pasa. Se juntan varios
factores. 1º Precisamente con el frío, la demanda de electricidad aumenta. 2º A
esto se añade que las escasas lluvias hacen que las centrales hidráulicas, con
la energía de coste variable más barato, tengan que producir menos. 3º El
aumento del precio del petróleo, hace que el coste de las térmicas aumente. 4º
Nuestro magnífico ecologismo (otra posverdad de la que podría hablar) ha hecho
que no tengamos apenas energía nuclear que es la más barata junto con la
hidráulica y 5º En Francia, también llevadas por un ecologismo ridículo, han
cerrado varias centrales nucleares y, la demanda y la oferta de electricidad es
paneuropea porque todas las redes, afortunadamente, están conectadas. Claro,
esto ha hecho que la demanda aumente y que la oferta baje y, por tanto, que el
precio suba. “¡Ah!, –dirán algunos– la pérfida ley de la oferta y la
demanda. Que el gobierno fije el precio sin dejarse llevar por la tiranía del
mercado”. Claro, con su lógica madura no se dan cuenta de que si el
gobierno mantuviese el precio bajo pasándose por el arco del triunfo la oferta
y la demanda, la producción de electricidad bajaría a ese precio, mientras la
demanda se dispararía. Consecuencia: Nos encontraríamos con cortes de
electricidad y entonces se protestaría por los cortes que tendrían
consecuencias enormemente más graves. Pero, ante esto, muchos se pasan de la
lógica madura a la chavista. “Pues entonces –argüirían– que obliguen
a las eléctricas a producir aunque no les compense. Y so así las pérfidas
eléctricas ganan menos, mejor”. Claro, pero entonces las eléctricas no
invertirían y llegaríamos a lo mismo a que ha llevado la lógica madura-chavista,
a cortes y restricciones de luz constantes. Porque eso, exactamente eso es lo
que ha llevado a Venezuela a donde está. Y que se haga lo mismo con el pavo y
el cordero en Navidad, con el pan, con el… ¿dónde paramos? Este es el camino de
servidumbre –título de un importante libro del liberal Hayek– que nos lleva a
la tiranía. Y una vez que estamos en el resbaladero, salir de él es muy difícil.
Y se acaba en el hoyo. Podría seguir tirando del hilo y ver más facetas de esta
ridícula lógica madura-chavista, pero sería abusar todavía más de vosotros. Así
que lo dejo. Pero ante el incendio de las redes sociales de anteayer, no he
podido evitar este comentario. Como dice Arcadi Espada a su querida liberada en
su artículo de El Mundo del Domingo 15 de Enero pasado: “Pero ya advierto tu mohín escéptico. No
solo la verdad. La objetividad, los hechos, la termodinámica, el sentido común,
el futuro, la biología, la inteligencia... Todo de derechas.
Así que sigue
ciega tu camino.
A”.
Para el que tenga ganas de leer el magnífico
artículo de Espada, ahí va el link.
P.
D. de la P. D.
Ni
48 horas ha tardado el gobierno en intervenir en el mercado para que la energía
baje. Y no lo ha hecho renunciando a pare del 50% de impuestos que hay en el
precio. No. Eso iría contra el déficit. ¿Para qué va a pagarlo él cuando se
puede buscar alguien que lo haga a la fuerza? Ha obligado a ENDESA y Gas
Natural a producir más de lo que creen oportuno para que al aumentar la oferta
artificialmente, baje el precio, a costa de los beneficios de las empresas
energéticas (porque el precio bajará para todas). “Muy bien –dirán los de
lógica “madura”– que paguen las empresas. Qué conste que a mí me encanta que mi
factura de energía no suba demasiado, pero ni dejo de preguntarme por qué
demonios van a tener que pagar parte de mi factura de la luz los accionistas de
las empresas energéticas. Y, la verdad, no le encuentro sentido. Tampoco se lo
encontraría si lo pagase el Estado, o sea, todos los contribuyentes. ¿No pide
la lógica de verdad que lo pague yo? ¿O que baje el termostato un grado? Aunque
fuera haga un supuesto “frío polar”, si yo bajo el termostato un grado, en mi
casa sólo bajará la temperatura un grado. ¿Qué tengo que estar en mi casa con
jersey en vez de en mangas de camisa? Bueno, pues así deberá ser. Porque cuando
el estado paga eso u obliga a las eléctricas a que lo paguen, eso tiene un
precio para todos. Porque el Estado no es un padre benéfico que de algo
gratuitamente, es más bien, en palabras de Hobbes, un Leviatán. Y cuando le
entregamos a él para que nos saque nuestras castañas del fuego, lo pagamos con
una moneda carísima, pero que no se aprecia hasta que se pierde. La libertad.
Pero, en nombre de nuestra querida liberada, sigamos ciegos nuestro camino. Por
ese camino de servidumbre se llega a Venezuela.
[1] La presunción de inocencia nace
del principio de que es mejor que un culpable salga libre que que un inocente
sea condenado. Admitiendo, sólo metodológicamente, porque no es razonablemente
admisible, que no supiésemos cuando hay un ser humano y aplicado el equivalente
a la presunción de inocencia, el principio de presunción de humanidad diría que
es mejor que se respete la vida de un ser vivodel que se pudiera pensar, aún
sin estar seguro del todo, que todavía no fuese humano a acabar con la vida de
un ser humano.
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