Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Después
de haber andado mucho, Francisco y León dejaron el camino y volvieron a tomar
el sendero que trepaba bajo las hayas y encinas y conducía a la ermita. Por
todas partes la primavera había estallado. Los árboles grandes desplegaban su
follaje completamente nuevo. Y sobre el verde, tierno y dorado de las hojas,
los rayos de sol jugaban en medio del canto de los pájaros. De la tierra húmeda
y tibia del bosque subía un buen olor a musgo, hierbas muertas y a violetas en
flor. Por todas partes asomaban alegremente pequeños ciclámenes rojos. Todo
esto tambuén, sin duda, vivía y reposaba en el tiempo de Dios, en el tiempo del
principio. La tierra, con su vida secreta, no se había separado de este tiempo,
lo mismo que las estrellas del cielo. Los grandes árboles en el bosque
dilataban sus ramas al soplo de Dios, igual que en los primeros días de la
creación. Con el mismo temblor. Sólo el hombre había salido de ese tiempo del
principio. Había querido trazar su camino y vivir en su propio tiempo. Y desde
entonces no conocía el descanso, sino solamente el cansancio, la turbación y la
precipitación hacia la muerte.
Leído
en el libro “Sabiduría de un pobre” de Éloi Leclerc.
Solo
cuando tenemos la certidumbre viva, experencial, de que Dios ES, podemos entrar
en el tiempo de Dios. Y, entonces, nos abandonamos al fluir de ese tiempo y
todo está bien, aunque no entendamos. Porque todo está en las manos del que ES
y Él sabe el porqué y el para que de todo. Y todo es bueno en Él.
Como en
Genesaret.
Atrás
queda la noche
llena de
insomnio y de fantasmas.
Se evapora
ante una nueva mañana
para mí
creada,
transparente
en su luz
de fresco
amanecer de Julio.
Como pudo
quizá serlo
la primera
mañana del mundo.
He visto
cómo su luz
se hacía
poco a poco,
con
materia prima
de rosada
negrura,
de montes
azules y lejanos,
de
horizontes borrosos.
Ante mí
han cobrado vida,
en una
temblorosa levedad,
los aires
transparentes,
llenos de
líquida alegría.
Y estabas
Tú detrás de todo eso;
la luz y
la frescura,
la
negrura,
el rosa y
el azul y los livianos temblores,
el aire,
la vida y la alegría.
Así debió
ocurrir
en otra
mañana que fue nueva,
igual de
transparente que ésta,
al borde
de un lago.
Allí, en
la orilla de otra larga,
estéril,
negra noche,
a otro
hombre viejo le fue dicho:
“Ven,
sígueme, que voy a hacerte
también a
ti, como a este mundo, nuevo”.
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