18 de febrero de 2017

La tecnología, ¿destructora de empleo?

La última reunión del Foro Económico Mundial, conocido como Foro de Davos, y otras voces autorizadas, pintan un futuro que podría ser muy negro para la capacidad de la economía mundial de seguir creando trabajo y riqueza para todo el mundo. Las nuevas tecnologías, piensan muchos, con su capacidad para lograr que muchos trabajos que ahora se hacen con personas lleguen a hacerse automáticamente destruirán millones de puestos de trabajo, se afirma. Y, desde luego, no se puede hacer oídos sordos ni ojos ciegos a estas profecías y estas visiones. Pero tampoco pueden aceptarse acríticamente sin más. Recomiendo la lectura del artículo al que se accede a través del siguiente link:


Este fenómeno no es ni mucho menos nuevo. Antes de la revolución industrial, hilar 100 libras de algodón requería 50.000 horas de trabajo. En 1779, unos decenios más tarde, este tiempo se redujo a 135 horas, es decir, casi 400 veces menos. Y este no es más que un ejemplo de los muchos avances tecnológicos que se han producido desde entonces –como el telar, la máquina de vapor, el ferrocarril, la electricidad, los motores de combustión interna, los aviones, el telégrafo, el teléfono, etc., etc., etc.– que hicieron posible la revolución industrial y, tras ella, los 250 años de mayor creación de riqueza para todo el mundo. En esos 250 años, el mundo a pasado de una situación de hambre generalizada en los cinco continentes a otra en la que menos de un 10% de la población vive bajo el umbral de pobreza absoluta. Y este porcentaje sigue disminuyendo rápidamente. Desde luego, no se produjo la situación que temía la reina Isabel I de Inglaterra, a finales del siglo XVI, cuando le dijo a William Lee, un inventor inglés que le presentó el prototipo de una máquina para tejer medias: Apuntáis alto maestro Lee. Considerad qué podría hacer esta invención con mis pobres súbditos. Sin duda sería su ruina al privarles de su empleo y convertirles en mendigos”. Tampoco se han hecho realidad las siniestras premoniciones de David Ricardo o Carlos Marx que veían una clase obrera arrastrándose y malviviendo en el límite de subsistencia.

Pero, ¿ha crecido la desigualdad? Los más pobres, ese 10% que todavía viven bajo el umbral de pobreza absoluta, siguen casi igual que como estaba todo el mundo hace 250 años. En cambio, en el otro extremo, hay gente extremadamente rica. Inmensamente más rica que el más rico del siglo XVIII. Pero en los países en los que la revolución industrial prendió a fines del siglo XVIII, ha aparecido una clase media que jamás nadie hubiera podido pensar que llegase a existir. Y, además, desde hace unos cincuenta años, la mayoría de los países más pobres están creciendo a un ritmo mayor que los desarrollados y está apareciendo en ellos su propia clase media. Es decir, se están cerrando los gaps entre el primer y el tercer mundo. ¿Alguien puede decir que querría que el mundo volviese a la situación económica del siglo XVIII, aunque fuese más “igualitaria”? Creo que nadie en su sano juicio. En estas líneas voy a explorar primero los claroscuros de este proceso de los pasados 250 años. Después veré si es o no plausible pensar que estamos en mitad de ese proceso que seguirá su progreso indefinidamente o si, como dicen las profecías y visiones pesimistas, estamos ante el umbral del apocalipsis económico mundial.

Los claroscuros de los últimos 250 años

Me voy a centrar en dos, aunque seguro que hay más. El primero en los inicios del proceso de la revolución industrial, en lo que ha dado en llamarse el capitalismo salvaje. El segundo en la desigualdad económica del mundo actual.

El capitalismo salvaje del siglo XIX

Cuando se evoca esa época de la historia es imposible evitar que se nos vengan a la cabeza imágenes de niños sucios trabajando en condiciones inhumanas en fábricas. En masas depauperadas en las ciudades. Y a cualquier persona se le hace un nudo en el estómago. Pero lo que no suele verse es cuáles eran las condiciones de esas personas y esos niños, antes de la revolución industrial. Vivían en el campo, en condiciones todavía más infrahumanas. En el invierno morían de frío, niños y adultos, como chinches. El trabajo, de todos, niños incluidos, era de sol a sol bajo las más duras condiciones de frío, lluvia o calor. Si un año la cosecha no era buena, millones de personas, niños incluidos, morían de hambre. Si la gente iba en masa a esos hormigueros humanos en que se convirtieron muchas ciudades, no era porque les llevasen como ovejas al matadero. Iban huyendo de esa vida de campo que no tenía ni una gota del bucolismo con el que nuestra imaginación lo quiere pintar. Seguramente, como sigue ocurriendo ahora, los que iban a la ciudad en busca de un trabajo en la industria incipiente, eran los más echados para adelante y, también seguramente, lo que contaban a los que se habían quedado en el campo producía un efecto llamada para que dejasen el mundo rural y se fuesen también a la ciudad. Si alguien cree que estoy quitando hierro a la terrible situación que se vivía en las ciudades y en las fábricas en esos años, se equivoca. Me parece que fue terrible. Sólo trato de hacer ver que la situación anterior era aún más terrible. Y cada década que pasaba la situación de estas personas mejoraba, sin dejar  de ser terrible. Y seguía viniendo gente del “bucólico” campo a la horrible –sin comillas– ciudad fabril. Pero ese proceso de mejora paulatina llevó a lo que hay hoy en los países donde esas cosas pasaron en el siglo XIX. Y si en otros países sigue pasando eso es porque ese proceso de desarrollo lo frenan los dirigentes de esos países que, con la explotación de su pueblo en su propio beneficio, cierran el camino al desarrollo. Esos dirigentes, convertidos en una terrible minoría extractiva, impiden la seguridad jurídica necesaria para que este proceso se produzca. Si no fuese por ellos, se produciría de forma mucho más acelerada, y también más suave, de como se produjo en el siglo XIX en Europa y Norteamérica, por la iniciativa de sus ciudadanos y por la inversión extranjera. En todos los países a los que llega la inversión extranjera, las condiciones en las que se trabaja en las empresas occidentales que invierten allí, es infinitamente más suave de lo que ocurrió en Europa y América del Norte en el siglo XIX y de lo que ocurre en las empresas explotadas por esas minorías extractivas locales.No invento nada que no haya ocurrido en la realidad. Irlanda, España, Taiwan, Corea del Sur y algunos países de Latinoamérica son ejemplos vivos en los que ese proceso ha ocurrido o está ocurriendo. Tan pronto como se instala un sistema de seguridad jurídica y de igualdad de todos ante la ley, se inicia ese proceso que produce el acercamiento de los países que lo viven hacia los más avanzados hasta llegar a mimetizarse con ellos.

La desigualdad económica del mundo actual

Es absolutamente cierto que si tomamos al hombre que más dinero gana  en el mundo de hoy y lo comparamos con el que menos gana, las diferencias son inmensamente mayores hoy que hace 250 años. Por la sencilla razón de que el hombre más pobre de hoy gana casi lo mismo que el de hace 250 años y, en cambio, Amancio Ortega o Bill Gates ganan inmensamente más que el más rico de hace 250 años. ¿Y? Este tipo de comparaciones son absolutamente inútiles y llevan a la más absurda demagogia. Ojalá hubiese muchos Amancios Ortegas y muchos Bill Gates que ganasen muchísimo a base de crear riqueza para millones de personas. Hay, es cierto, un tipo de ricos que son agujeros negros de la riqueza ajena. Son los dirigentes chupasange de muchos países pobres que obtienen su riqueza extrayéndola de la pobreza de sus “súbditos”. Pero de ninguna manera es ese el caso de un Amancio Ortega, un Bill Gates, un Steve Jobs o tantos y tantos más. Éstos ganan lo que ganan haciendo que mucha gente –trabajadores y usuarios de sus productos– viva mejor. Tú, que estás leyendo esto, si lo dudas, mira a tu ropa o a tu ordenador o tu smartphone. Preguntémonos cuántos millones de personas tienen un trabajo digno en las empresas de esta gente tan rica. Los sátrapas de los países más pobres participan en un juego suma cero en el que para ser ellos más ricos tienen que empobrecer a otros. De ninguna manera pasa nada ni remotamente parecido con los ricos que crean empresas prósperas. Obtienen su riqueza creando más riqueza y bienestar para millones de personas en todo el mundo. Para hablar de la distribución de la riqueza hay que hablar en términos estadísticos, comparando las curvas de distribución de la misma[1]. Si se viese una curva de distribución de la renta de hace 250 años, habría una enorme joroba muy picuda en zonas de renta muy bajas –es decir, una miseria muy igualitariamente distribuida–, una joroba muy pequeña, de las pocas personas muy ricas, en una renta muy alta y una zona muy pegada al eje horizontal, es decir de muy pocas personas, entre ambas jorobas. La curva de la distribución de la renta en la actualidad se parece a una doble joroba de un camello (los camellos son los que tienen dos jorobas y los dromedarios sólo una). Una, con más gente, es decir, más alta, se sitúa con la cúspide de la joroba en una renta baja, aunque notablemente más alta que hace 250 años y otra joroba bastante alta también, aunque más baja que la otra, en la zona de renta muy, muy alta. Pero si nos pusiesen una película de cómo se ha pasado de la distribución de hace 250 años a la de ahora, veríamos varias cosas. Primera, cómo la joroba de renta alta aumentaba en tamaño, se hacía cada vez más estrecha y se desplazaba cada vez más a zonas de renta alta. Sería la joroba de los países desarrollados. Tendría una cola, muy pegada al eje horizontal y que se alargaría mucho hacia la derecha. Serían los súperriquísimos, muy pocos y muy, muy ricos. Pero si pudiéramos ver la cara de estos súperriquísimos, nos daríamos cuenta que los de hoy no son los hijos de los que eran hace cincuenta años y que los hijos esos superriquísimos de entonces formaban parte de las huestes de gente normal en lo que a riqueza se refiere. Con alguna excepción, naturalmente. Y, luego, veríamos otra joroba, también creciente, con una cola también pegada al eje horizontal y que empezaría cerca de la renta 0. Sería la joroba de los países en vías de desarrollo. En medio habría un valle, una especie de silla de montar entre las dos jorobas. Pero, gracias a Dios, desde que empezó el fenómeno de la globalización, esta joroba de baja renta se desplaza hacia rentas más altas, al tiempo que crece y se hacía más estrecha. Y la veríamos desplazarse de una forma mucho más rápida de lo que se desplaza la joroba de la renta alta. Todo parecería indicar que, de seguir así la evolución las dos jorobas, con el paso del tiempo, se acabarían fusionando en una y el camello de dos jorobas se iría transformando en un dromedario de una. Seguramente también veríamos que a la izquierda de la joroba de los países en vía de desarrollo, se desgajaba una tercera joroba, que no seguía a la de éstos países. Corresponde a los pobres de los países dominados por sátrapas sin escrúpulos. Éstos, naturalmente, estarían en la cola de más a la derecha, la de los ricos riquísimos, seguramente mezclados con los Amancios Ortegas y los Bill Gates. O tal vez no apareciesen, porque su dinero, en vez de ser transparente como el de éstos últimos, sería negro y opaco, anónimo y oculto. Si viésemos el intervalo entre el extremo de la cola de la derecha y el de la izquierda, éste se hubiese ampliado. Pero las jorobas indicarían la aparición de una clase media creciente en cada uno de los dos tipos de países que cuando llegasen a fusionarse crearían una única y numerosísima clase media. ¡Bendito sea Dios! ¿Se llegará a esto algún día? No lo sé, pero es perfectamente posible. A menos que se cumplan las profecías de Davos. Pido disculpas por esta explicación verbal de jorobas y colas que puede parecer chino a algunos. Sería más didáctico explicarlo con un gráfico, pero hacerlo me llevaría unas horas que no tengo. Lo siento.

El futuro

Un viejo proverbio chino dice que hacer previsiones es siempre peligroso… sobre todo si son de futuro. Por lo tanto no voy a hacerlas. Voy a presentar dos posibles escenarios (seguro que puede haber muchos más) y, después, qué me parece que puede hacer que lleguemos a uno u otro. Por supuesto, no asignaré probabilidades a uno u otro escenario. Eso os lo dejo a aquellos de vosotros que queráis ejercer el proceloso oficio de videntes.

El primer escenario es el positivo. Supone que en el futuro va a seguir ocurriendo lo que ha ocurrido en el pasado. Lo que ha dado en llamarse la destrucción creativa. Es decir, aunque por un lado, debido a las innovaciones tecnológicas, se destruían muchísimos empleos, la capacidad de producir nuevas cosas de gran utilidad creaba nuevas oportunidades de trabajo que superaban con creces lo que se destruía. Además, dado que la riqueza, medida en la cantidad de bienes y servicios útiles producidos aumentaba más deprisa que necesidad de trabajo, las jornadas laborales se iban acortando al tiempo que aumentaba la renta y se distribuía mejor dando lugar a una inmensa clase media. Y esto ha venido ocurriendo de forma ininterrumpida desde hace 250 años, tanto en los países que en estos años han llegado a ser desarrollados como en los que están en vías de serlo, aunque en estos últimos con un retraso que se va poco a poco enjugando, como se ha visto antes. Desde luego, estos dos procesos, destrucción y creación, no siempre se han producido al mismo ritmo en el pasado. En intervalos de tiempo cortos ha habido, ciertamente, tensiones en los momentos en los que la parte destructiva iba más rápido que la creativa. Pero a vista de pájaro, en estos últimos 250 años, ha ganado por goleada el proceso de creación. Por desgracia, el hecho de que esto haya ocurrido en los pasados 250 años no asegura, de ninguna manera, que tenga que seguirse produciendo en el futuro. Pero parece lógico preguntarse, ¿hay alguna razón para que no se siga produciendo en el futuro? Esto es lo que analizaré después de ver el otro escenario.

El segundo escenario es el negativo. La alarma que ha surgido en Davos es que pueda ocurrir que la tecnología acelere la parte destructiva del proceso más deprisa de lo que pueda seguirla la parte creativa. Es algo perfectamente posible. Y si ocurre, se avecina una época convulsa como no se ha dado nunca en la historia de la humanidad. ¡Dios nos coja confesados!

The heart of the matter, el meollo de la cuestión, la madre del cordero, la pregunta del millón de dólares

¿Qué puede decantar los acontecimientos en un sentido u otro? Antes de contestar a esta difícil cuestión querría hacer un pequeño análisis de lo que creo que está pasando en los países desarrollados. El ritmo al que ha aumentado la riqueza en ellos ha hecho que Europa –y en menor medida EEUU– haya adquirido el vicio de pensar que algo que ocurría a un determinado ritmo gracias al esfuerzo, el trabajo, la creatividad y la asunción de riesgos, tiene que seguir pasando cada vez más deprisa, con menos esfuerzo y sin riesgo, como si fuese un fenómeno automático y garantizado al que los ciudadanos de esos países tienen un derecho inscrito en no se sabe qué constitución. Esto ha dado lugar al llamado Estado del Bienestar al que se supone responsable de hacer que este fenómeno ocurra de forma espontánea. Pero para ello, el Estado ha tenido que absorber cada vez un mayor porcentaje de las rentas de los que más ganan, que son, en general, los que más riqueza crean, así como de los beneficios de las empresas. Además, se ha caído en una hiper regulación de los negocios que está yendo varios pueblos por delante –a mi juicio– de lo que podría considerarse una sana regulación. Esto, ineludiblemente, ha restado incentivos, ha creado cierta parálisis y se ha traducido, por tanto, en una ralentización del ritmo de creación en el binomio de destrucción creativa. Hay quien piensa que el proceso de destrucción tecnológica de hoy es más severo que en el pasado. Creo que no es así. Ya he contado al principio a qué ritmo se destruían horas de trabajo en el inicio de la revolución industrial. Pero el ser humano siempre está tentado a considerar lo que ocurre en su época como más impresionante que lo que ocurrió en el pasado. Paralelamente, las empresas, en un proceso de globalización que ha supuesto una oportunidad inédita en la historia para la mayoría de los países no industrializados, han deslocalizado muchos procesos productivos, acelerando en los países desarrollados la parte destructiva del binomio. Esta conjunción –disminución del ritmo creativo / aumento del ritmo destructivo en los países ricos–, ha creado un terrible malestar en las clases medias de los países desarrollados. No es que vivan peor que hace veinte años, es que su mejora de nivel de vida no lo hace al ritmo al que estaban acostumbrados y exigen. Esta frustración ha dado lugar a populismos –tanto de derechas como de izquierdas–, que se aúpan en esa frustración y que amenazan con hacerse con el poder. Pero las recetas de estos populismos, de índole comunista en los de izquierdas y ultranacionalista en los de derechas, lejos de resolver el problema lo agravarán aún más si llegan a gobernar en los países desarrollados. Si esto ocurre, los populismos de izquierdas aplicarán medidas fiscales y regulatorias que paralizarán en enorme medida el ritmo de creación, mientras que si son los de derechas los que triunfan serán un freno muy grave para el libre comercio y la libre localización de medios productivos, lo que también tendrá un efecto nefasto en el ritmo creativo, amén de frenar el ritmo de desarrollo de los países menos ricos.

Mucha gente cree que el ritmo de destrucción de las nuevas tecnologías es tan potente que no podrá ser compensado por el ritmo creativo. Pero no creo que esto tenga que ser necesariamente así. Si no se pusiesen trabas al proceso de creación, éste podría, sin lugar a muchas dudas, compensar con creces el ritmo de destrucción, como ha pasado en los últimos 250 años. Incluso podría seguir permitiendo que cada vez se pueda trabajar menos ganando más porque con menos horas se podrán crear una cantidad de bienes y servicios inmensamente mayor. Porque la cantidad de productos y servicios útiles y benéficos que el ser humano puede desarrollar si le dejan, es prácticamente ilimitada. No podemos ni imaginarlo, de la misma manera que un hombre de hace 100 años sería incapaz de imaginar la inmensa mayoría de los productos y servicios que hoy usamos como la cosa más natural del mundo.

Ahora estoy en condiciones de abordar la pregunta: ¿Qué puede decantar los acontecimientos hacia un escenario u otro? En primer lugar, cuanto mayor sea el ritmo de destrucción, más probabilidad habrá de que nos decantemos hacia el escenario negativo. Aunque bien pensado, esto no es cierto. Sería mucho más apropiado decir que cuanto mayor sea la capacidad destructiva de la tecnología[2], se podrán soportar menos trabas al desarrollo del proceso de creación. No se trata, pues, de limitar el desarrollo de nuevas tecnologías destructivas –cosa que, por otro lado es prácticamente imposible–, sino de permitir el desarrollo de la parte creativa. Además, las nuevas tecnologías tienen un carácter “ambidiestro”. Si bien pueden destruir empresas obsoletas, también permiten la creación de otras nuevas y eficientes. Sí sería, en cambio, tremenda y unidireccionalmente negativo seguir aplicando los principios fiscales que, hoy por hoy, siguen decantándose hacia una creciente presión fiscal progresiva y a una mayor regulación. La continuidad de estos principios frenaría el proceso de creación. Por supuesto la victoria de cualquier tipo de populismo en los países desarrollados crearía barreras importantes, de una forma u otra, según el tipo de populismo, al proceso de creación.

Por todo lo anterior, me parece indudable que o cambian drásticamente la mentalidad y las instituciones políticas, económicas, sociales y productivas o, efectivamente, se cumplirán las negras profecías que se hacen. Por otro lado, también me parece, no indudable, pero sí altamente plausible, que si esa mentalidad y esas instituciones cambian hacia menores presiones fiscales y regulatorias, incentivando la creación, es perfectamente posible seguir en la senda iniciada hace 250 años. Hace unas líneas dije que no iba a mojarme diciendo cuál de los dos escenarios me parecía más probable, que lo dejaba para aquéllos que quisieran iniciarse en el peligroso oficio de vidente. Pero ya sabéis que son incapaz de no mojarme, así que voy a ejercer yo mismo esa peligrosa profesión. Me temo, ¡ay! que ni la mentalidad ni las instituciones cambiarán. El mundo está demasiado ideologizado para ver la realidad tal cual es. Sólo lo mira a través del cristal deformador de mecanismos mentales profundamente arraigados. Y sin una visión objetiva y desideologizada de la realidad es prácticamente imposible que se tomen las medidas adecuadas para poder hacer que la creación supere a la destrucción. Me temo que seguiremos ciegos el camino de frenar más y más la creación. Pero, ello no obstante, es posible, aunque yo no los vea, que haya escenarios intermedios por los que se pueda transitar. La historia lo dirá. Y, en última instancia, todo está en manos del Señor de la Historia. Pero si fuésemos capaces de actuar como causas segundas eficaces, sería mucho mejor. Aquí está mi palabra, que es lo único que tengo.




[1] Para los que no estén familiarizados con curvas de distribución y estas cosas, unas líneas. Una curva de distribución se representa en un gráfico de la siguiente manera. En el eje horizontal aparecen los niveles de renta y en el vertical el nº de personas que tienen esa renta. Una distribución en la que todo el mundo ganase lo mismo sería 0 en todo el eje horizontal y una línea vertical en el punto de la renta media que es la que todos tienen. Una distribución de desigualdad extrema sería aquella en la que hay dos líneas, verticales, una muy alta en una renta cercana a 0, otra pequeña en una renta muy alta y, en medio… nadie.
[2] El término “destructivo”, aplicado a las nuevas tecnologías, no tiene ningún carácter negativo, sino que se emplea en el sentido de destrucción creativa que venimos utilizando en estas páginas.

1 comentario:

  1. Esto me recordo mucho a un articulo en Wired que recien lei. Que opinas?

    The AI Threat Isn’t Skynet. It’s the End of the Middle Class (La amenaza de la Inteligencia Artificial no es Skynet (ref. a Terminator). Es el fin de la clase media.

    https://www.wired.com/2017/02/ai-threat-isnt-skynet-end-middle-class/

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