La
última reunión del Foro Económico Mundial, conocido como Foro de Davos, y otras
voces autorizadas, pintan un futuro que podría ser muy negro para la capacidad
de la economía mundial de seguir creando trabajo y riqueza para todo el mundo.
Las nuevas tecnologías, piensan muchos, con su capacidad para lograr que muchos
trabajos que ahora se hacen con personas lleguen a hacerse automáticamente
destruirán millones de puestos de trabajo, se afirma. Y, desde luego, no se
puede hacer oídos sordos ni ojos ciegos a estas profecías y estas visiones.
Pero tampoco pueden aceptarse acríticamente sin más. Recomiendo la lectura del
artículo al que se accede a través del siguiente link:
Este
fenómeno no es ni mucho menos nuevo. Antes de la revolución industrial, hilar
100 libras de algodón requería 50.000 horas de trabajo. En 1779, unos decenios
más tarde, este tiempo se redujo a 135 horas, es decir, casi 400 veces menos. Y
este no es más que un ejemplo de los muchos avances tecnológicos que se han
producido desde entonces –como el telar, la máquina de vapor, el ferrocarril,
la electricidad, los motores de combustión interna, los aviones, el telégrafo,
el teléfono, etc., etc., etc.– que hicieron posible la revolución industrial y,
tras ella, los 250 años de mayor creación de riqueza para todo el mundo. En
esos 250 años, el mundo a pasado de una situación de hambre generalizada en los
cinco continentes a otra en la que menos de un 10% de la población vive bajo el
umbral de pobreza absoluta. Y este porcentaje sigue disminuyendo rápidamente. Desde
luego, no se produjo la situación que temía la reina Isabel I de Inglaterra, a
finales del siglo XVI, cuando le dijo a William Lee, un inventor inglés que le
presentó el prototipo de una máquina para tejer medias: “Apuntáis alto maestro Lee. Considerad qué podría hacer esta invención
con mis pobres súbditos. Sin duda sería su ruina al privarles de su empleo y
convertirles en mendigos”. Tampoco se han hecho realidad las siniestras
premoniciones de David Ricardo o Carlos Marx que veían una clase obrera
arrastrándose y malviviendo en el límite de subsistencia.
Pero,
¿ha crecido la desigualdad? Los más pobres, ese 10% que todavía viven bajo el
umbral de pobreza absoluta, siguen casi igual que como estaba todo el mundo
hace 250 años. En cambio, en el otro extremo, hay gente extremadamente rica.
Inmensamente más rica que el más rico del siglo XVIII. Pero en los países en
los que la revolución industrial prendió a fines del siglo XVIII, ha aparecido
una clase media que jamás nadie hubiera podido pensar que llegase a existir. Y,
además, desde hace unos cincuenta años, la mayoría de los países más pobres
están creciendo a un ritmo mayor que los desarrollados y está apareciendo en
ellos su propia clase media. Es decir, se están cerrando los gaps entre el
primer y el tercer mundo. ¿Alguien puede decir que querría que el mundo
volviese a la situación económica del siglo XVIII, aunque fuese más
“igualitaria”? Creo que nadie en su sano juicio. En estas líneas voy a explorar
primero los claroscuros de este proceso de los pasados 250 años. Después veré
si es o no plausible pensar que estamos en mitad de ese proceso que seguirá su
progreso indefinidamente o si, como dicen las profecías y visiones pesimistas,
estamos ante el umbral del apocalipsis económico mundial.
Los claroscuros de
los últimos 250 años
Me
voy a centrar en dos, aunque seguro que hay más. El primero en los inicios del
proceso de la revolución industrial, en lo que ha dado en llamarse el
capitalismo salvaje. El segundo en la desigualdad económica del mundo actual.
El capitalismo
salvaje del siglo XIX
Cuando
se evoca esa época de la historia es imposible evitar que se nos vengan a la
cabeza imágenes de niños sucios trabajando en condiciones inhumanas en
fábricas. En masas depauperadas en las ciudades. Y a cualquier persona se le
hace un nudo en el estómago. Pero lo que no suele verse es cuáles eran las
condiciones de esas personas y esos niños, antes de la revolución industrial.
Vivían en el campo, en condiciones todavía más infrahumanas. En el invierno
morían de frío, niños y adultos, como chinches. El trabajo, de todos, niños
incluidos, era de sol a sol bajo las más duras condiciones de frío, lluvia o
calor. Si un año la cosecha no era buena, millones de personas, niños
incluidos, morían de hambre. Si la gente iba en masa a esos hormigueros humanos
en que se convirtieron muchas ciudades, no era porque les llevasen como ovejas
al matadero. Iban huyendo de esa vida de campo que no tenía ni una gota del
bucolismo con el que nuestra imaginación lo quiere pintar. Seguramente, como
sigue ocurriendo ahora, los que iban a la ciudad en busca de un trabajo en la
industria incipiente, eran los más echados para adelante y, también
seguramente, lo que contaban a los que se habían quedado en el campo producía
un efecto llamada para que dejasen el mundo rural y se fuesen también a la
ciudad. Si alguien cree que estoy quitando hierro a la terrible situación que
se vivía en las ciudades y en las fábricas en esos años, se equivoca. Me parece
que fue terrible. Sólo trato de hacer ver que la situación anterior era aún más
terrible. Y cada década que pasaba la situación de estas personas mejoraba, sin
dejar de ser terrible. Y seguía viniendo
gente del “bucólico” campo a la horrible –sin comillas– ciudad fabril. Pero ese
proceso de mejora paulatina llevó a lo que hay hoy en los países donde esas
cosas pasaron en el siglo XIX. Y si en otros países sigue pasando eso es porque
ese proceso de desarrollo lo frenan los dirigentes de esos países que, con la
explotación de su pueblo en su propio beneficio, cierran el camino al desarrollo.
Esos dirigentes, convertidos en una terrible minoría extractiva, impiden la
seguridad jurídica necesaria para que este proceso se produzca. Si no fuese por
ellos, se produciría de forma mucho más acelerada, y también más suave, de como
se produjo en el siglo XIX en Europa y Norteamérica, por la iniciativa de sus
ciudadanos y por la inversión extranjera. En todos los países a los que llega
la inversión extranjera, las condiciones en las que se trabaja en las empresas
occidentales que invierten allí, es infinitamente más suave de lo que ocurrió
en Europa y América del Norte en el siglo XIX y de lo que ocurre en las
empresas explotadas por esas minorías extractivas locales.No invento nada que
no haya ocurrido en la realidad. Irlanda, España, Taiwan, Corea del Sur y
algunos países de Latinoamérica son ejemplos vivos en los que ese proceso ha
ocurrido o está ocurriendo. Tan pronto como se instala un sistema de seguridad
jurídica y de igualdad de todos ante la ley, se inicia ese proceso que produce
el acercamiento de los países que lo viven hacia los más avanzados hasta llegar
a mimetizarse con ellos.
La desigualdad
económica del mundo actual
Es
absolutamente cierto que si tomamos al hombre que más dinero gana en el mundo de hoy y lo comparamos con el que
menos gana, las diferencias son inmensamente mayores hoy que hace 250 años. Por
la sencilla razón de que el hombre más pobre de hoy gana casi lo mismo que el
de hace 250 años y, en cambio, Amancio Ortega o Bill Gates ganan inmensamente
más que el más rico de hace 250 años. ¿Y? Este tipo de comparaciones son
absolutamente inútiles y llevan a la más absurda demagogia. Ojalá hubiese
muchos Amancios Ortegas y muchos Bill Gates que ganasen muchísimo a base de crear
riqueza para millones de personas. Hay, es cierto, un tipo de ricos que son
agujeros negros de la riqueza ajena. Son los dirigentes chupasange de muchos
países pobres que obtienen su riqueza extrayéndola de la pobreza de sus
“súbditos”. Pero de ninguna manera es ese el caso de un Amancio Ortega, un Bill
Gates, un Steve Jobs o tantos y tantos más. Éstos ganan lo que ganan haciendo
que mucha gente –trabajadores y usuarios de sus productos– viva mejor. Tú, que
estás leyendo esto, si lo dudas, mira a tu ropa o a tu ordenador o tu
smartphone. Preguntémonos cuántos millones de personas tienen un trabajo digno
en las empresas de esta gente tan rica. Los sátrapas de los países más pobres
participan en un juego suma cero en el que para ser ellos más ricos tienen que
empobrecer a otros. De ninguna manera pasa nada ni remotamente parecido con los
ricos que crean empresas prósperas. Obtienen su riqueza creando más riqueza y
bienestar para millones de personas en todo el mundo. Para hablar de la
distribución de la riqueza hay que hablar en términos estadísticos, comparando
las curvas de distribución de la misma[1]. Si se viese una curva de
distribución de la renta de hace 250 años, habría una enorme joroba muy picuda
en zonas de renta muy bajas –es decir, una miseria muy igualitariamente
distribuida–, una joroba muy pequeña, de las pocas personas muy ricas, en una
renta muy alta y una zona muy pegada al eje horizontal, es decir de muy pocas
personas, entre ambas jorobas. La curva de la distribución de la renta en la
actualidad se parece a una doble joroba de un camello (los camellos son los que
tienen dos jorobas y los dromedarios sólo una). Una, con más gente, es decir,
más alta, se sitúa con la cúspide de la joroba en una renta baja, aunque
notablemente más alta que hace 250 años y otra joroba bastante alta también,
aunque más baja que la otra, en la zona de renta muy, muy alta. Pero si nos
pusiesen una película de cómo se ha pasado de la distribución de hace 250 años
a la de ahora, veríamos varias cosas. Primera, cómo la joroba de renta alta
aumentaba en tamaño, se hacía cada vez más estrecha y se desplazaba cada vez
más a zonas de renta alta. Sería la joroba de los países desarrollados. Tendría
una cola, muy pegada al eje horizontal y que se alargaría mucho hacia la
derecha. Serían los súperriquísimos, muy pocos y muy, muy ricos. Pero si
pudiéramos ver la cara de estos súperriquísimos, nos daríamos cuenta que los de
hoy no son los hijos de los que eran hace cincuenta años y que los hijos esos
superriquísimos de entonces formaban parte de las huestes de gente normal en lo
que a riqueza se refiere. Con alguna excepción, naturalmente. Y, luego,
veríamos otra joroba, también creciente, con una cola también pegada al eje
horizontal y que empezaría cerca de la renta 0. Sería la joroba de los países
en vías de desarrollo. En medio habría un valle, una especie de silla de montar
entre las dos jorobas. Pero, gracias a Dios, desde que empezó el fenómeno de la
globalización, esta joroba de baja renta se desplaza hacia rentas más altas, al
tiempo que crece y se hacía más estrecha. Y la veríamos desplazarse de una
forma mucho más rápida de lo que se desplaza la joroba de la renta alta. Todo
parecería indicar que, de seguir así la evolución las dos jorobas, con el paso
del tiempo, se acabarían fusionando en una y el camello de dos jorobas se iría
transformando en un dromedario de una. Seguramente también veríamos que a la
izquierda de la joroba de los países en vía de desarrollo, se desgajaba una
tercera joroba, que no seguía a la de éstos países. Corresponde a los pobres de
los países dominados por sátrapas sin escrúpulos. Éstos, naturalmente, estarían
en la cola de más a la derecha, la de los ricos riquísimos, seguramente
mezclados con los Amancios Ortegas y los Bill Gates. O tal vez no apareciesen,
porque su dinero, en vez de ser transparente como el de éstos últimos, sería
negro y opaco, anónimo y oculto. Si viésemos el intervalo entre el extremo de
la cola de la derecha y el de la izquierda, éste se hubiese ampliado. Pero las
jorobas indicarían la aparición de una clase media creciente en cada uno de los
dos tipos de países que cuando llegasen a fusionarse crearían una única y
numerosísima clase media. ¡Bendito sea Dios! ¿Se llegará a esto algún día? No
lo sé, pero es perfectamente posible. A menos que se cumplan las profecías de
Davos. Pido disculpas por esta explicación verbal de jorobas y colas que puede
parecer chino a algunos. Sería más didáctico explicarlo con un gráfico, pero
hacerlo me llevaría unas horas que no tengo. Lo siento.
El futuro
Un
viejo proverbio chino dice que hacer previsiones es siempre peligroso… sobre
todo si son de futuro. Por lo tanto no voy a hacerlas. Voy a presentar dos
posibles escenarios (seguro que puede haber muchos más) y, después, qué me
parece que puede hacer que lleguemos a uno u otro. Por supuesto, no asignaré
probabilidades a uno u otro escenario. Eso os lo dejo a aquellos de vosotros
que queráis ejercer el proceloso oficio de videntes.
El
primer escenario es el positivo. Supone que en el futuro va a seguir ocurriendo
lo que ha ocurrido en el pasado. Lo que ha dado en llamarse la destrucción
creativa. Es decir, aunque por un lado, debido a las innovaciones tecnológicas,
se destruían muchísimos empleos, la capacidad de producir nuevas cosas de gran
utilidad creaba nuevas oportunidades de trabajo que superaban con creces lo que
se destruía. Además, dado que la riqueza, medida en la cantidad de bienes y
servicios útiles producidos aumentaba más deprisa que necesidad de trabajo, las
jornadas laborales se iban acortando al tiempo que aumentaba la renta y se
distribuía mejor dando lugar a una inmensa clase media. Y esto ha venido
ocurriendo de forma ininterrumpida desde hace 250 años, tanto en los países que
en estos años han llegado a ser desarrollados como en los que están en vías de
serlo, aunque en estos últimos con un retraso que se va poco a poco enjugando,
como se ha visto antes. Desde luego, estos dos procesos, destrucción y creación,
no siempre se han producido al mismo ritmo en el pasado. En intervalos de
tiempo cortos ha habido, ciertamente, tensiones en los momentos en los que la
parte destructiva iba más rápido que la creativa. Pero a vista de pájaro, en
estos últimos 250 años, ha ganado por goleada el proceso de creación. Por
desgracia, el hecho de que esto haya ocurrido en los pasados 250 años no
asegura, de ninguna manera, que tenga que seguirse produciendo en el futuro.
Pero parece lógico preguntarse, ¿hay alguna razón para que no se siga
produciendo en el futuro? Esto es lo que analizaré después de ver el otro
escenario.
El
segundo escenario es el negativo. La alarma que ha surgido en Davos es que
pueda ocurrir que la tecnología acelere la parte destructiva del proceso más
deprisa de lo que pueda seguirla la parte creativa. Es algo perfectamente
posible. Y si ocurre, se avecina una época convulsa como no se ha dado nunca en
la historia de la humanidad. ¡Dios nos coja confesados!
The heart of the matter,
el meollo de la cuestión, la madre del cordero, la pregunta del millón de
dólares
¿Qué
puede decantar los acontecimientos en un sentido u otro? Antes de contestar a
esta difícil cuestión querría hacer un pequeño análisis de lo que creo que está
pasando en los países desarrollados. El ritmo al que ha aumentado la riqueza en
ellos ha hecho que Europa –y en menor medida EEUU– haya adquirido el vicio de
pensar que algo que ocurría a un determinado ritmo gracias al esfuerzo, el
trabajo, la creatividad y la asunción de riesgos, tiene que seguir pasando cada
vez más deprisa, con menos esfuerzo y sin riesgo, como si fuese un fenómeno automático
y garantizado al que los ciudadanos de esos países tienen un derecho inscrito
en no se sabe qué constitución. Esto ha dado lugar al llamado Estado del
Bienestar al que se supone responsable de hacer que este fenómeno ocurra de
forma espontánea. Pero para ello, el Estado ha tenido que absorber cada vez un
mayor porcentaje de las rentas de los que más ganan, que son, en general, los
que más riqueza crean, así como de los beneficios de las empresas. Además, se
ha caído en una hiper regulación de los negocios que está yendo varios pueblos
por delante –a mi juicio– de lo que podría considerarse una sana regulación.
Esto, ineludiblemente, ha restado incentivos, ha creado cierta parálisis y se
ha traducido, por tanto, en una ralentización del ritmo de creación en el
binomio de destrucción creativa. Hay quien piensa que el proceso de destrucción
tecnológica de hoy es más severo que en el pasado. Creo que no es así. Ya he
contado al principio a qué ritmo se destruían horas de trabajo en el inicio de
la revolución industrial. Pero el ser humano siempre está tentado a considerar
lo que ocurre en su época como más impresionante que lo que ocurrió en el
pasado. Paralelamente, las empresas, en un proceso de globalización que ha
supuesto una oportunidad inédita en la historia para la mayoría de los países
no industrializados, han deslocalizado muchos procesos productivos, acelerando
en los países desarrollados la parte destructiva del binomio. Esta conjunción
–disminución del ritmo creativo / aumento del ritmo destructivo en los países
ricos–, ha creado un terrible malestar en las clases medias de los países
desarrollados. No es que vivan peor que hace veinte años, es que su mejora de
nivel de vida no lo hace al ritmo al que estaban acostumbrados y exigen. Esta
frustración ha dado lugar a populismos –tanto de derechas como de izquierdas–,
que se aúpan en esa frustración y que amenazan con hacerse con el poder. Pero
las recetas de estos populismos, de índole comunista en los de izquierdas y
ultranacionalista en los de derechas, lejos de resolver el problema lo
agravarán aún más si llegan a gobernar en los países desarrollados. Si esto
ocurre, los populismos de izquierdas aplicarán medidas fiscales y regulatorias
que paralizarán en enorme medida el ritmo de creación, mientras que si son los
de derechas los que triunfan serán un freno muy grave para el libre comercio y
la libre localización de medios productivos, lo que también tendrá un efecto
nefasto en el ritmo creativo, amén de frenar el ritmo de desarrollo de los
países menos ricos.
Mucha
gente cree que el ritmo de destrucción de las nuevas tecnologías es tan potente
que no podrá ser compensado por el ritmo creativo. Pero no creo que esto tenga
que ser necesariamente así. Si no se pusiesen trabas al proceso de creación,
éste podría, sin lugar a muchas dudas, compensar con creces el ritmo de
destrucción, como ha pasado en los últimos 250 años. Incluso podría seguir
permitiendo que cada vez se pueda trabajar menos ganando más porque con menos
horas se podrán crear una cantidad de bienes y servicios inmensamente mayor.
Porque la cantidad de productos y servicios útiles y benéficos que el ser
humano puede desarrollar si le dejan, es prácticamente ilimitada. No podemos ni
imaginarlo, de la misma manera que un hombre de hace 100 años sería incapaz de
imaginar la inmensa mayoría de los productos y servicios que hoy usamos como la
cosa más natural del mundo.
Ahora
estoy en condiciones de abordar la pregunta: ¿Qué puede decantar los
acontecimientos hacia un escenario u otro? En primer lugar, cuanto mayor sea el
ritmo de destrucción, más probabilidad habrá de que nos decantemos hacia el
escenario negativo. Aunque bien pensado, esto no es cierto. Sería mucho más
apropiado decir que cuanto mayor sea la capacidad destructiva de la tecnología[2], se podrán soportar menos
trabas al desarrollo del proceso de creación. No se trata, pues, de limitar el
desarrollo de nuevas tecnologías destructivas –cosa que, por otro lado es
prácticamente imposible–, sino de permitir el desarrollo de la parte creativa. Además,
las nuevas tecnologías tienen un carácter “ambidiestro”. Si bien pueden
destruir empresas obsoletas, también permiten la creación de otras nuevas y
eficientes. Sí sería, en cambio, tremenda y unidireccionalmente negativo seguir
aplicando los principios fiscales que, hoy por hoy, siguen decantándose hacia
una creciente presión fiscal progresiva y a una mayor regulación. La continuidad
de estos principios frenaría el proceso de creación. Por supuesto la victoria
de cualquier tipo de populismo en los países desarrollados crearía barreras
importantes, de una forma u otra, según el tipo de populismo, al proceso de
creación.
Por
todo lo anterior, me parece indudable que o cambian drásticamente la mentalidad
y las instituciones políticas, económicas, sociales y productivas o,
efectivamente, se cumplirán las negras profecías que se hacen. Por otro lado,
también me parece, no indudable, pero sí altamente plausible, que si esa
mentalidad y esas instituciones cambian hacia menores presiones fiscales y
regulatorias, incentivando la creación, es perfectamente posible seguir en la
senda iniciada hace 250 años. Hace unas líneas dije que no iba a mojarme
diciendo cuál de los dos escenarios me parecía más probable, que lo dejaba para
aquéllos que quisieran iniciarse en el peligroso oficio de vidente. Pero ya
sabéis que son incapaz de no mojarme, así que voy a ejercer yo mismo esa
peligrosa profesión. Me temo, ¡ay! que ni la mentalidad ni las instituciones
cambiarán. El mundo está demasiado ideologizado para ver la realidad tal cual
es. Sólo lo mira a través del cristal deformador de mecanismos mentales profundamente
arraigados. Y sin una visión objetiva y desideologizada de la realidad es
prácticamente imposible que se tomen las medidas adecuadas para poder hacer que
la creación supere a la destrucción. Me temo que seguiremos ciegos el camino de
frenar más y más la creación. Pero, ello no obstante, es posible, aunque yo no
los vea, que haya escenarios intermedios por los que se pueda transitar. La
historia lo dirá. Y, en última instancia, todo está en manos del Señor de la
Historia. Pero si fuésemos capaces de actuar como causas segundas eficaces,
sería mucho mejor. Aquí está mi palabra, que es lo único que tengo.
[1] Para los que no estén
familiarizados con curvas de distribución y estas cosas, unas líneas. Una curva
de distribución se representa en un gráfico de la siguiente manera. En el eje
horizontal aparecen los niveles de renta y en el vertical el nº de personas que
tienen esa renta. Una distribución en la que todo el mundo ganase lo mismo
sería 0 en todo el eje horizontal y una línea vertical en el punto de la renta
media que es la que todos tienen. Una distribución de desigualdad extrema sería
aquella en la que hay dos líneas, verticales, una muy alta en una renta cercana
a 0, otra pequeña en una renta muy alta y, en medio… nadie.
[2] El término “destructivo”, aplicado
a las nuevas tecnologías, no tiene ningún carácter negativo, sino que se emplea
en el sentido de destrucción creativa que venimos utilizando en estas páginas.
Esto me recordo mucho a un articulo en Wired que recien lei. Que opinas?
ResponderEliminarThe AI Threat Isn’t Skynet. It’s the End of the Middle Class (La amenaza de la Inteligencia Artificial no es Skynet (ref. a Terminator). Es el fin de la clase media.
https://www.wired.com/2017/02/ai-threat-isnt-skynet-end-middle-class/