23 de octubre de 2020

La "doctrina" de las dos redes

 Empiezo por pedir disculpas por aplicar la palabra doctrina a lo que no pasa de ser una opinión personal o, más aún, tal vez tan sólo una elucubración. No obstante, uso esa palabra, aunque entrecomillada, por alusión a la, esa sí, doctrina de las dos espadas, con la que, en mi opinión, tiene un cierto paralelismo.

 La doctrina de las dos espadas se refiere a la separación de los dos poderes, el espiritual y el temporal, encarnándose respectivamente en el Papa y en el Emperador o, si hablamos en términos actuales, en la Iglesia y el Estado. Esta doctrina queda magníficamente expresada, a mi modo de ver en las palabras del Papa san Gelasio I (492-496) en una carta dirigida al Emperador Anastasio I.

 “Tú sabes que es tu deber, en lo que pertenece a la recepción y reverente administración de los sacramentos, obedecer a la autoridad eclesiástica en vez de dominarla. Por tanto, en esas cuestiones debes depender del juicio eclesiástico en vez de tratar de doblegarlo a tu propia voluntad. Pues si en asuntos que tocan a la administración de la disciplina pública, los obispos de la iglesia, sabiendo que el imperio se te ha otorgado por la disposición divina, obedecen tus leyes para que no parezca que hay opiniones contrarias en cuestiones puramente materiales, ¿con qué diligencia, pregunto yo, debes obedecer a los que han recibido el cargo de administrar los divinos misterios? Completado con este otro texto: “El único poder reside en Cristo pero Él, de hecho, a causa de la debilidad y la soberbia humana, ha separado para los tiempos sucesivos los dos ministerios (civil y religioso), de manera que ninguno se ensoberbezca”.

 Esta formulación de la doctrina se ha malinterpretado, a mi entender, a lo largo de la historia, leyéndose en el sentido de la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Pero, según yo lo veo, mantiene un exquisito equilibrio entre las dos esferas de autoridad, la espiritual y la temporal. Me parece que está en total consonancia con lo que nos dice Cristo en el Evangelio: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” o con lo que dice san Pedro, el primer vicario de Cristo, en su primera epístola (1 Pedro 2, 13-17): “En atención al Señor, obedeced respetuosamente a toda institución humana, ya sea el jefe del Estado, en cuanto soberano, ya sean los gobernadores en cuanto comisionados por él para castigar a los malhechores y premiar a los que actúan bien. Pues esta es la voluntad de Dios: que al hacer el bien tapéis la boca a los ignorantes e insensatos. [...] Mostrad aprecio a todos, amad a los hermanos, honrad a Dios, respetad al jefe del Estado”. Conviene recordar que el jefe del Estado era Nerón.

 El nombre de las dos espadas que se da a esta doctrina proviene de dos pasajes del Evangelio. Uno narrado únicamente por san Lucas en la última cena: (Lucas 22, 35-38) y el otro narrado por los cuatro evangelistas en el prendimiento de Jesús: (Mateo 26, 51-54, Marcos 14, 47, Lucas 22, 49-51 y Juan 18, 10-11). El de la última cena dice:

 “A continuación les dijo: ‘Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?’ Ellos contestaron: ‘Nada’. Jesús añadió: ‘Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre’. […] Ellos le dijeron: ‘Señor, aquí hay dos espadas’. Jesús les dijo: ‘¡Es suficiente!’” (Lucas 22, 35-38).

 En el pasaje del prendimiento, los cuatro evangelistas narran cómo un discípulo desenvaina la espada y corta la oreja de uno de los que van a prender a Jesús. Pero cada uno resalta algún detalle particular. Mateo no da el nombre del discípulo, pero nos dice que Jesús le ordena guardar la espada porque el que empuña la espada morirá a espada y luego le dice: “¿O crees que no puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce legiones de Ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?” Marcos, siempre escueto, tampoco desvela el nombre del violento discípulo ni nos dice nada de la reacción de Jesús. Lucas tampoco nos dice quién fue el agresor, pero pone en boca de Jesús una orden tajante: “¡Dejadlo!”, y después nos cuenta cómo Cristo curó al herido. Por último, Juan nos revela tanto la identidad del atacante, Simón Pedro, como la del herido, Malco, y ordena a Pedro que envaine la espada preguntándole: “¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me tiene preparada?”

 La Tradición ha querido ver en estos pasajes (me parece que trayéndolos un poco por los pelos) la base de la doctrina de la relación entre las esferas del poder espiritual y temporal. Primero, en el hecho de que Jesús recomiende la posesión de dos espadas y que sea suficiente con dos, se ve la necesidad de esos dos poderes y no más. Segundo, basándose en los pasajes del prendimiento –especialmente en el de san Juan–, que Pedro no puede usar su espada sin la autorización de Jesús. Cuando, en el siglo XI estalló la disputa de las investiduras entre el Imperio y la Iglesia, ésta usó la espada de la excomunión para ganar la primera batalla. Pero tras varios siglos de su uso, cada vez menos efectivo, cuando Bonifacio VIII, en el siglo XIV, la quiso usar para intimidar al rey de Francia, Felipe el Hermoso, los efectos fueron los contrarios. El rey secuestró al Papa tras afrentarle ignominiosamente en Anagni, adonde fue a buscarle. ¿Por qué se me viene a la cabeza al ver el giro de la historia lo de que el que empuña la espada morirá a espada?

 Por supuesto, que la pretensión de los Emperadores primero y de otros reyes después, fue entrometerse en los asuntos de la Iglesia para nombrar obispos e influir en cuestiones dogmáticas. Pero, ¿dio Cristo autorización a la Iglesia para usar esa espada? ¿No será que la Iglesia tendría que haber sido capaz de beber la copa de amargura que Cristo tuvo que beber sin usar la espada del antema y de la excomunión? No lo sé. Arnold J. Toynbee en su “Estudio de la historia”, dedica un apartado bajo el nombre de “El riesgo de militar en la tierra” a ilustrar magníficamente cómo medios espirituales que pueden parecer razonables y hasta buenos, pueden tener consecuencias indeseadas y negativas. Creo que en el espíritu de la doctrina de las dos espadas está la cooperación entre ambas para el bien del pueblo de Dios, y no su confrontación. Hace años escribí unas líneas en las que exponía por qué me parecía que esta tensión entre los dos poderes –que ha sido única en la historia entre la civilización occidental y la Iglesia católica ya que en las demás civilizaciones y religiones siempre ha habido una casi total sumisión de un poder a otro–, si se entiende bien, ha sido fuente de progreso[1]. Es como una cuerda tensa que, si no llega a romperse, se pueden sacar de ella notas que no se pueden sacar de una cuerda fofa.

 Bueno, hasta aquí con la doctrina de las dos espadas. Vamos ahora a la “doctrina” –ésta entre comillas– de las dos redes. De ninguna manera pretendo un paralelismo punto por punto entre la doctrina de las dos espadas y la “doctrina” de las dos redes, pero sí una analogía de conjunto.

 La idea de las dos redes se me vino a la cabeza al recordar una respuesta del Papa Benedicto XVI a un periodista en su viaje a Alemania, durante el vuelo a Berlín. El periodista le preguntó sobre lo que les diría a los que quieren abandonar la Iglesia por los abusos cometidos por el clero contra menores. El Papa respondió comparando a la Iglesia con la red del Señor que pesca peces buenos y malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida. En esta red se pueden encontrar peces malvados[2].

 Me pareció una magnífica respuesta. Mucho después, se me vino a la cabeza que, salvando las distancias de lo espiritual a lo temporal, como la doctrina de las dos espadas hace, el capitalismo podría verse también como una red, también querida por el Señor, como intentaré mostrar más adelante, que pesca también peces buenos y malos para llevarlos del mar de la miseria a la tierra del bienestar. En la red del capitalismo hay peces malvados, tiburones depredadores. Pero también en la Iglesia hay tiburones depredadores, en un sentido diferente de los que hay en la red del capitalismo. Y sé qué tipo de depredadores me repugna más. Pero lo mismo que eso no debe ser motivo para rechazar a la Iglesia, tampoco lo debe ser para abominar del capitalismo. Más allá de la respuesta del Papa Benedicto XVI al periodista, elaborando a partir de ella, veo que la Iglesia no ha sido capaz todavía, en veinte siglos, de sacar del mar de la muerte a todos los peces y probablemente no los sacará a todos hasta el fin de los tiempos, pero está en ello. En estos momentos, prácticamente toda la humanidad ha oído hablar de Cristo y más o menos un tercio de ella le considera como Dios, como la segunda persona de la Trinidad, aunque no todo ese tercio esté lo crea fervientemente. Algo parecido ocurre con el capitalismo: sigue habiendo muchos seres humanos que todavía están en el mar de la miseria, pero también una enorme cantidad de ellos han salido de la pobreza en los últimos doscientos años. Y no ha habido nunca en la historia de la humanidad ninguna otra red material que haya sacado más peces de la pobreza que lo que ha logrado el capitalismo. Sí que ha habido experimentos de redes que han creado pobreza, tiranía y aberraciones sociales. Y circulan muchas utopías que, afortunadamente nunca se han puesto en práctica y que espero que no se intenten llevar nunca a la realidad[3].

 Naturalmente, si por los depredadores que hay en la Iglesia destruimos esta red, la muerte espiritual de la que nos salva esa red se regodeará. De la misma manera, si por los tiburones del capitalismo destruimos la red, la miseria, el hambre y la tiranía se apoderarán del mundo. Un buen cristiano, como dice Benedicto XVI en esa respuesta, debe “aprender así a soportar también los escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor”. Lo mismo debemos hacer las personas que creemos de buena voluntad en la bondad esencial del capitalismo a pesar de los tiburones que hay en él: soportar los escándalos y trabajar contra ellos formando parte de la red del capitalismo.

 A un buen cristiano, le consume el celo apostólico. Le gustaría que todo el mundo entrase YA en la red de la Iglesia. Pero no puede ser. Se tiene que conformar con ser un apóstol para, poco a poco, conseguir que, uno a uno, vayan entrando en esa red cada vez más peces. A un partidario de buena voluntad de la red del capitalismo, también le gustaría que toda la humanidad estuviese YA en la tierra del bienestar, pero no es posible de la noche a la mañana. Sin embargo, si miramos el mundo en tranchas de tiempo de cincuenta en cincuenta años, no cabe dudar de que, sobre todo desde hace unos doscientos años, la pobreza no ha hecho más que retroceder en todo el mundo, aunque este proceso se haya producido con numerosos traumas y situaciones terribles. Sólo los países en los que se da una combinación mortal de corrupción, inseguridad jurídica y populismo, no mejoran económicamente. Unidos a los países dominados por el Islam. Dicho esto, y desgraciadamente, la erradicación total de la pobreza no ocurrirá tampoco hasta el fin de los tiempos. “A los pobres siempre los tendréis con vosotros”, nos ha dicho Cristo (Mateo 26,11; Marcos 14, 7; Juan 12, 8), “y podréis socorrerlos cuando queráis”, completa Marcos. Pero es un hecho incontrovertible que se va avanzando hacia ello.

 ¿Por qué digo que la red del capitalismo es también una red querida por el Señor? Porque está basada en el don más precioso que Dios ha dado al hombre: la libertad. También se basa en la laboriosidad, en el afán de superación y en otros muchos valores humanos positivos. Valores que son, también, cristianos. Así lo pensó también el Papa Juan Pablo II cuando en su encíclica Centesimus annus se pregunta y se responde a sí mismo: Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva […][4]. Claro que los peces de esta red están acechados por la codicia y muchos otros vicios que convierten a buenos peces en depredadores. Ni más ni menos que como le ocurre a la red de la Iglesia.

Con esta intuición, me puse a buscar textos evangélicos que apoyasen esta “doctrina”. Inmediatamente se me vinieron a la cabeza, como no, los dos textos de la pesca milagrosa que aparecen en los Evangelios. El primero, en el Evangelio de Lucas (Lucas 5, 1-10), al principio de la vida pública de Jesús. Los otros dos sinópticos, sin contar la pesca milagrosa, ponen en los labios de Jesús, como lo hace también Lucas, la promesa de que se convertirán en pescadores de hombres. Juan cuenta su pesca milagrosa al final de su Evangelio, tras la resurrección, como una forma de Jesús de darse a conocer a algunos apóstoles desanimados. Podría pensarse que esto se refiere sólo a la red espiritual, pero los peces eran y son fuente de riqueza y, de hecho, Zebedeo, el padre de Santiago y Juan, parece que era un próspero empresario, con pesquerías que abastecían de pescado a Jerusalén. Comentaristas autorizados del Evangelio afirman, basándose en el de Juan, que si Pedro pudo entrar en la casa de Caifás tras el prendimiento de Jesús, fue porque Juan, que conocía a Caifás, consiguió que entrase[5]. Y, ¿de qué podía conocer Juan al sumo sacerdote como para poder entrar al patio interior de su casa al mismo tiempo que Jesús? Muy posiblemente porque en muchas ocasiones habría llevado pescado a su casa. Sea como fuere, Zebedeo siguió siendo pescador de peces durante toda su vida. Los pescadores de hombres son imprescindibles para la primera red, pero los de peces no pueden dejar de manejar sus redes para alimentar materialmente a la humanidad. Mateo y Marcos nos dicen, narrándonos la llamada de Jesús a Pedro y Andrés primero y a Santiago y Juan después, que estos últimos estaban reparando las redes. Las dos redes, la de la Iglesia y la del capitalismo necesitan siempre ser reparadas, pero nunca desechadas.

Pero, tras la referencia evidente de las redes de la pesca milagrosa, me acordé de la multiplicación de los panes y los peces. Los cuatro evangelistas cuentan la multiplicación de panes y peces, pero Mateo y Marcos narran dos multiplicaciones. En las multiplicaciones de los tres sinópticos, tras la pregunta de los apóstoles acerca de cómo obtener comida para esa multitud, Jesús les dice: “Dadles vosotros de comer”. Tras recolectar cinco panes y dos peces, Jesús procede al milagro de la multiplicación. En la narración de Juan, el escepticismo de los discípulos es manifiesto. Jesús, retóricamente, les pregunta: “¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?”. A lo que responde escépticamente Felipe: “Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco”. Y, casi irónico, Simón Pedro dice: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tanta gente?”. En la segunda multiplicación, contada sólo por Mateo y Marcos, Jesús se muestra tiernamente compasivo con los que le han seguido: “Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan por el camino”. Y, nuevamente, a pesar de haber visto ya antes una multiplicación, la impotencia de los discípulos. “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado pan para dar de comer a tanta gente, [con sólo] […] siete panes y unos pocos pececillos?”

Así pues, para Jesús, la red que permita dar de comer a la humanidad es importante. Evidentemente, aunque en esas situaciones Jesús obra el milagro, no podemos esperar que todos los días haga el milagro de multiplicar los panes y los peces, como no podemos esperar que todos los días cure con un milagro a todos los enfermos[6]. El milagro ya lo ha hecho. Lo hizo cuando creó al hombre a su imagen y semejanza, libre, con inteligencia y voluntad, con imaginación y creatividad, con afán de superación. Y tras crearlo le dio la orden de someter la tierra para que ésta diese su alimento a su descendencia. Es decir, le hace copartícipe de la creación. Cierto que si no hubiese habido pecado original todo hubiera sido más fácil, pero lo hubo y vino el sudor de la frente y el trabajo doloroso. Y la avaricia y el afán de dominio y de poder. Pero el milagro de la inteligencia y de los demás dones para que el hombre hiciese la segunda red, la material, la del capitalismo, ya estaba hecho. Y así, el ingenio del hombre, ha ido creando, poco a poco, evolutivamente, la red del capitalismo que hace tiempo llamé también “la increíble máquina de hacer pan”.

Así pues, como los dos poderes, las dos espadas, no están hechas para luchar entre ellas, sino para colaborar. Si la “doctrina” de las dos redes tiene sentido, éstas deberían cooperar también y no enfrentarse. La Iglesia ha tenido buen cuidado de no condenar jamás la esencia del capitalismo –hasta el Papa Francisco, me temo–. Pero cuando un Papa habla de economía, sus palabras no forman parte del magisterio petrino, aunque sí ejerce ese magisterio cuando señala severamente el egoísmo, la avaricia, el afán de dominio que pervierten el capitalismo, como pervierten toda actividad humana. Sin embargo, quizá por miedo a perder a las masas obreras, tampoco ha defendido abiertamente a la esta red, sino que ha mantenido una postura más bien ambigua y de cierta desconfianza (y de abierta hostilidad en Francisco). Está bien una cierta tensión creativa, como la de las dos espadas, pero ojo con ir contra la armonía de ambas redes, no sea que se estropee “la increíble máquina de hacer pan”. Esta actitud de desconfianza de la Iglesia hacia el capitalismo ha creado muy a menudo desconcierto en muchos sanos empresarios capitalistas, una mirada de desconfianza, cuando no de abierta hostilidad por parte de muchos católicos de buena voluntad y, en algunos casos, el regocijo de los que quieren destruir el sistema para poder pescar en río revuelto. La experiencia de la teología de la liberación está demasiado cerca para olvidarla. ¿Será por casualidad que la mayoría de los que quisieran acabar con el capitalismo no les importaría o les gustaría acabar también con la Iglesia?[8]



[1] Hace años escribí unas páginas bajo el título: “Primera no casualidad: No es casualidad que la única civilización en la que se ha mantenido una tensión creativa entre el poder espiritual y el temporal sea la civilización cristiana. Son tres no-casualidades que están en este blog.

[2] P. Santo Padre, en los últimos años, se ha dado un aumento de los abandonos en la Iglesia, en parte a causa de los abusos cometidos contra menores por miembros del clero. ¿Cuál es su sentimiento sobre este fenómeno? ¿Qué les diría a quienes quieren abandonar la Iglesia?”

R. “[…] Yo diría que es importante reconocer que estar en la Iglesia no quiere decir formar parte de una asociación, sino estar en la red del Señor, que pesca peces buenos y malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida. Puede ser que en esta red esté junto a peces malvados y lo siento, pero es verdad que no estoy aquí por éste o por el otro, sino porque es la red del Señor, que es algo diferente a todas las asociaciones humanas, una red que toca el fundamento de mi ser. Hablando con estas personas creo que tenemos que ir hasta el fondo de la cuestión: ¿qué es la Iglesia? ¿Cuál es su diversidad? ¿Por qué estoy en la Iglesia, aunque se den escándalos terribles? Así se puede renovar la conciencia del carácter específico de ser Iglesia, pueblo de todos los pueblos, pueblo de Dios, y aprender así a soportar también los escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor”.

[3] Una de estas utopías, mirada con cariño por muchos católicos anticapitalistas es la del distributismo,. Esta utopía fue ideada por mi admirado Chesterton. Pocas personas habrán existido en el mundo con su aguda inteligencia. Pero de esta utopía suya, lo mejor que puede decirse es que jamás se ha intentado ensayar. Si se hubiese hecho hubiese llevado, como todas las utopías, a la miseria generalizada y el terror. Y es que el camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones.

[4] Juan pablo II, Centesimus annus, nº 42

[5] Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote entró, al mismo tiempo que Jesús, en el patio interior de la casa del sumo sacerdote. Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera, a la puerta, hasta que el otro discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y consiguió que lo dejasen entrar. (Juan 18, 15-16)

[6] ¿Podría ser el desarrollo de la medicina la tercera red? Bien pudiera ser, pero también es cierto que la medicina, la cirugía y la farmacología se han desarrollado en gran medida gracias al capitalismo. A pesar de la “pérfida” industria farmacéutica, tan demagógicamente denostada. Tal vez se pudiese hablar de la “doctrina” de las tres redes. Pero se perdería la estética del paralelismo con la de las dos espadas.

[[8] La recíproca, en cambio, no es cierta. Muchos que odian a la Iglesia son también defensores del capitalismo. Por otro lado, hay católicos a los que les gustaría acabar con el capitalismo aunque si lo consiguiesen se iban a enterar de lo que vale un peine. Pero creo que los populo-comunistas que quieren acabar con el capitalismo son muchos más que los católicos que quieren hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario