Acabo de leer un libro de un
prestigioso rabino judío, Joseph B. Soloveitchik (fallecido en 1993), bajo el
título “La soledad del hombre de fe” y editado por Nagrela Editores por iniciativa
del Instituto John Henry Newman de la Universidad Francisco de Vitoria. En él,
Soloveitchik sostiene una tesis interesante y rompedora tanto con la tradición
interpretativa judía de la Torah, creo, como de la cristiana del Antiguo
Testamento. No voy a entrar en discutir la ortodoxia o heterodoxia de esta interpretación
desde la óptica cristiana ni, mucho menos, judía. Ni sé ni quiero hacerlo. Pero
los puntos de vista del libro son realmente inspiradores y a mí me han llevado
a unas reflexiones que me parecen esclarecedoras. Paso a exponer muy brevemente
la tesis del libro y mis reflexiones. Lamentablemente, como siempre que escribo
sobre cosas de otros, me resulta muy difícil separar las tesis del autor de mis
opiniones. Espero ser capaz de no hacerlo demasiado mal en este caso y de
señalar, cuando me sea posible, la línea de separación entre mis puntos de
vista y la tesis del libro.
En el libro del Génesis hay dos
descripciones diferentes de la creación del hombre por Elohim-Yahveh. La
primera en Génesis 1, 26-31 y la segunda en Génesis 2, 4-25. Tanto la tradición
rabínica, creo, como la cristiana, atribuyen estas dos narraciones diferentes a
dos tradiciones, la Yahvhista y la Elohista, diferentes en la forma de narrar,
pero no en la esencia de lo narrado. Sin embargo, Soloveitchik afirma que “la respuesta [a esta doble narración] no reside en una supuesta tradición dual, sino
en un hombre dual, no en una contradicción imaginaria entre dos versiones, sino
en una contradicción real en la naturaleza del hombre”[1]. Esto
le lleva a Soloveitchik a postular dos Adanes. No dos Adanes corporalmente
distintos sino dos Adanes diferentes en las misiones que les ha encomendado el
Creador. Diferencias que, según el autor, se relacionan de una forma dialéctica[2]. Creo
que es necesario, antes de continuar transcribir los dos relatos de la creación
del hombre en el Génesis[3].
Primer relato: Génesis 1, 26-31
Entonces dijo Dios:
-Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del
cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra.
Y creo Dios a los hombres a su imagen; a
imagen de Dios los creó; varón y hembra los crió. Y los bendijo Dios diciendo:
-Creced y multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los
animales que se mueven por la tierra.
Y añadió:
-Os entrego todas las plantas que existen
sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; todos los árboles que producen
fruto con semilla dentro os servirán de alimento; y a todos los animales del
campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la
tierra, les doy como alimento toda clase de hierba verde.
Y así fue. Vio entonces Dios todo lo que
había hecho, y todo era muy bueno.
Génesis 2, 4-25
Esta es la historia de la creación del
cielo y la tierra.
Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el
cielo no había todavía en la tierra arbusto alguno, ni brotaba hierba en el
campo, porque el Señor Dios no había enviado aún la lluvia sobre la tierra ni
existía nadie que cultivase el suelo; sin embargo, un manantial brotaba de la
tierra y regaba la superficie del suelo. Entonces, el Señor Dios formó al
hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre
se convirtió en un ser viviente.
El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al
oriente, y en él puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar
del cielo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos para comer, así como
el árbol de la vida en medio del huerto y el árbol del conocimiento del bien y
del mal. [Continua una prolija descripción de los ríos que corrían por el
huerto de Edén que omito]. Así que el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el
huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara. Y dio al hombre este
mandato:
-Puedes comer de todos los árboles del
huerto, pero no comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si
comes de él, morirás sin remedio.
Después, el Señor Dios pensó: No es bueno
que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada. Entonces el
Señor Dios formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo
y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar porque todos los
seres vivos llevarían el nombre que él les diera. Y el hombre fue poniendo
nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias
salvajes, pero no encontró una ayuda adecuada para sí. Entonces el Señor Dios
hizo caer al hombre en letargo y, mientras dormía, le sacó una costilla y llenó
el hueco con carne. Después, de la costilla que había sacado al hombre, el
Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. Entonces éste exclamó:
“Ahora sí, esta es hueso de mis huesos y
carne de mi carne: por eso se llamará varona, porque del varón ha sido sacada”.
Por esta razón deja el hombre a su padre y
a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo.
Estaban ambos desnudos, el hombre y su
mujer, pero no sentían vergüenza el uno del otro.
[Viene entonces todo el relato de la
tentación, la caída y el llamado “protoevangelio”, el anuncio de que la estirpe
de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Justo antes de la expulsión
de Edén, en Génesis 3, 20 se dice:] El hombre puso a su mujer el nombre de Eva
–es decir, Vitalidad– porque ella sería madre de todos los vivientes.
Soloveitchik destaca algunas
diferencias fundamentales:
1. Mientras
que en el primer relato se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios, sin
explicar cómo fue formado su cuerpo, en el segundo se dice que fue modelado a
partir del polvo de la tierra y que Dios sopló en su nariz el aliento de vida.
2. “El primer Adán recibió del Todopoderoso el
mandato de poblar la tierra y dominarla. Al segundo Adán se le carga con el
deber de cultivar el huerto y cuidarlo”. Aunque Soloveitchik no lo dice,
creo que puede ser interesante, si vamos a comparar las dos versiones, resaltar
que en el primer relato, cuando Dios crea al hombre, ya ha creado previamente
todo lo demás en días anteriores, mientras que en el segundo el Señor Dios
había creado la tierra y el cielo, pero “no había todavía en la tierra arbusto
alguno, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado
aún la lluvia sobre la tierra, ni existía nadie que cultivase el suelo”.
Sólo después de la creación de Adán es cuando “El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al
oriente, y en él puso al hombre que había formado” y explica cómo “El Señor Dios hizo
brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos para comer, así
como el árbol de la vida, en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del
bien y del mal”.
3. En
el primer relato, el hombre y la mujer fueron creados a la vez, mientras que en
el segundo Adán está solo y es más tarde cuando, para aliviar esa soledad, crea
a la mujer. Tampoco dice Soloveitchik, y creo que es importante, que el Señor
Dios, para aliviar la soledad de Adán, forma de la tierra primero a “toda clase de
animales del campo y aves del cielo” y le dice a Adán que les dé nombre.
Sólo tras ver que con esto Adán “no
encontró una ayuda adecuada para sí”, crea el YHVH Dios a la mujer. Pero
Adán no la llama Eva, sino “varona,
porque del varón ha sido sacada”. El nombre de Eva no aparece en el
texto bíblico hasta después de la expulsión de Edén, cuando Adán pone “a su mujer el
nombre de Eva –Vitalidad– porque ella sería madre de todos los vivientes”.
4. Finalmente,
Soloveitchik señala cómo mientras que en el primer relato el nombre de Dios,
Señor, Elohim, aparece solo, en el segundo siempre aparece Elohim acompañado
del nombre impronunciable de Dios, “Yo Soy el que Soy”, que los judíos, para no
poder pronunciarlo escribían YHVH (al que el propio Soloveitchik se refiere con
la palabra griega Tetragramatón), y que no sería revelado hasta el episodio de Moisés
y la zarza ardiente. Esto da verosimilitud, a mi modesto entender, a la
hipótesis de las dos tradiciones, ya que el segundo relato no pudo ser escrito
hasta después de Moisés. En este segundo relato, otra vez según mi modesto
entender, la traducción debería decir “YHVH Dios”, porque “Señor Dios”
sería como repetir Adonai Elohim y no aparecería el Tetragramatón.
Tras resaltar estas diferencias
la tesis de Soloveitchik afirma que hay diferencias sustanciales entre los dos
Adanes, si bien deja totalmente claro que ambos tienen una misión encomendada
por el Creador y una manera de llevarla a cabo. No hay por tanto el Adán
“bueno” y el Adán “malo”.
El primer Adán
El primer Adán, por mandato del
Señor, tiene que desentrañar cómo funciona ese cosmos que Dios ha creado, como
si fuera un mecanismo. Y, entendiendo cómo funciona, usarlo para poner la
naturaleza al servicio del desarrollo material del hombre, del que se hace
responsable. Al hacerlo así, adquiere una dignidad y una majestuosidad especial
por ese dominio que ejerce sobre el mundo creado. Por eso a veces le llama el
Adán mayestático. “La dignidad del
hombre, que se expresa en la consciencia de ser responsable y de ser capaz de
descargar su responsabilidad, no se puede realizar mientras que el hombre no
haya logrado el dominio sobre su entorno, pues la vida con ataduras a unas
fuerzas elementales ciegas, es algo no responsable y, por tanto, no
dignificado” […] “De ahí que el
primer Adán, sea agresivo, atrevido y esté mentalizado para la victoria. Su
lema es el éxito, el triunfo sobre las fuerzas del cosmos. Se esfuerza en su
trabajo creativo en un intento de imitar a su Creador (imitatio Dei)[4].
En una primera lectura, esta
visión de Soloveitchik de la dignidad del hombre me produjo un cierto rechazo.
Creo que judíos y cristianos estamos de acuerdo en que la dignidad del hombre
no proviene de su éxito en el dominio de la naturaleza, sino que es algo que
pertenece a su esencia como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Aunque
en ningún sitio del libro el autor deja esto manifiestamente claro, creo que
esa idea está en sus páginas. En una segunda lectura creí entender que
Soloveitchik se refiere a una dignidad, digamos que con minúscula. No cabe duda
de que ese triunfo confiere esa dignidad que, no por ser con minúscula es menos
necesaria. ¿O es que alguien no quiere acabar con la indigna lacra de la
miseria? Los más pobres de la tierra gozan de la Dignidad con mayúsculas de los
hijos de Dios, pero no estaría nada mal que disfrutasen también de la dignidad
con minúscula de salir de su miseria. Sin embargo, creo que del concepto de Soloveitchik
se desprende que la dignidad con minúscula que adquiere el primer Adán, no es
extensible a todos sus miembros a nivel personal. No todos llegan a descubrir
los secretos de los mecanismos del cosmos ni a beneficiarse de la misma manera
con esa majestuosidad. Es pues una majestuosidad aristocrática, que sólo
alcanza directamente a los mejores y, sólo por extensión, al resto de la
humanidad.
Así pues, este primer Adán,
agente de Dios en someter las fuerzas de la naturaleza para obtener la dignidad
con minúsculas, es un ser magnífico. Pero en su ingente tarea se ve ante algo
que le supera de tal forma que sus límites caen más allá de cuanto pueda
pensar.
El segundo Adán
El segundo Adán, el que se
desprende del segundo relato del Génesis según Soloveitchik, no está interesado
en el qué es el cosmos y en el cómo funciona, sino en el para qué. El autor describe
las preguntas que se hace sobre el mundo este segundo Adán de una forma tan
bella que no puedo dejar de citarlas literalmente:
“No formula una única pregunta funcional, sino que, en cambio, su
investigación es de una naturaleza metafísica y con tres aspectos. Desea saber:
‘¿por qué existe?’, ‘¿qué es?’, ‘¿quién es’?’ (Aspecto 1). Se pregunta: ‘¿Por
qué el mundo en su totalidad vino a existir? ¿Por qué el hombre se haya frente
a ese orden –estupendo e indiferente– de las cosas y de los acontecimientos?’ (Aspecto
2). Pregunta: ‘¿Cuál es el propósito de todo esto? ¿Qué mensaje encierra la
materia orgánica e inorgánica y qué significado tiene esa gran empresa que
llega hasta mí tanto desde más allá de los confines del universo como desde las
profundidades de mi alma atormentada?’ (Aspecto 3). El segundo Adán continua
haciéndose preguntas: ‘¿Quién es Aquél que me sigue de manera constante, sin
haber sido invitado ni deseado, como una sombra eterna, y que se desvanece en
los recovecos de la trascendencia en el preciso instante en que me giro para
enfrentarme a ese numinoso, increíble y misterioso Él? ¿Quién es Aquél que
llena a Adán de sobrecogimiento y gozo y, de forma concurrente, de humildad y
de una sensación de grandeza? ¿Quién es Aquél a quien Adán se aferra en un amor
apasionado, que le devora, y de quien huye en un temor mortal, aterrorizado?
¿Quién es Aquél que tiene fascinado a Adán de un modo irresistible y quien, al
mismo tiempo, hace que éste le rechace de manera irrevocable? ¿Quién es Aquél a
quien Adán siente a la vez como el mysterium tremendum y como la verdad más
elemental, más obvia y más comprensible? ¿Quién es Aquél que es Deus revelatus
y Deus absconditus de manera simultánea? ¿Quién es Aquél cuyo aliento vital y
reconfortante siente Adán de forma continua y quien al tiempo se mantiene
distante y remotamente apartado de todo?’”
Y, sin embargo, el segundo Adán
no puede responder a ninguna de esas preguntas. El primero, usando la
inteligencia que le ha sido dada por su Creador, a fuerza de avanzar en su
conocimiento del mecanismo, llega a darse cuenta de que nunca podrá llegar a la
última respuesta del qué y el cómo, pero su avance continúa, imparable. Su meta
está más allá de donde puede llegar, pero el camino hacia ella es transitable y
nunca deja de avanzar por él, mayestáticamente. El segundo no puede dar más que
pasos inciertos en lo que el mandato divino le exige. Se siente enormemente
desvalido, necesitado, dependiente de su Creador y, en definitiva, solo. Se
encuentra ante el misterio, que no es una meta lejana a la que se acerca uno
por un camino más o menos largo y tortuoso, sino que es algo que requiere un conocimiento
distinto, al que podríamos llamar transracional. Necesita la ayuda de Dios para
avanzar siquiera un milímetro en esa senda. Pero, en medio de esa desvalidez y
soledad –y esto no se lee en Soloveitchik–, tiene una Dignidad, con mayúscula,
exactamente igual para todos los seres humanos, que emana, precisamente, de su
relación de dependencia filial con el Dios que le ha creado a su imagen y
semejanza. No será una dignidad mayestática de dominio, pero es una dignidad
esencial y universal, no aristocrática. Y ese Dios que le ha creado y que le ha
conferido esa dignidad con mayúsculas, le ayuda y remedia esa soledad.
En primer lugar, se da cuenta de
ella. Al segundo Adán no le basta con que la naturaleza sea su campo de
expansión. No le basta con ir
“poniendo nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las
bestias salvajes” esto no supone “una ayuda adecuada para sí”.
Necesita una compañía semejante a él, complementaria a él. Y así, el Señor YHVH
crea a la mujer. Por supuesto que no hay que tomar al pie de la letra lo de la
costilla ni lo de que primero crease al hombre y después a la mujer. Pero creó
la capacidad de complementariedad –anatómica y emocional. Aunque la anatómica
ya existía desde mucho antes en el proceso evolutivo, cobra un nuevo sentido
mucho más profundo tras la creación de la mujer– de los seres humanos para compartir esta
soledad y desamparo. Pero, lo más importante, el mismo YHVE Dios se les muestra
tal cual es.
Pero con la negativa del hombre a
aceptar su posición de dependencia frente a Dios, la razón oscurecida del
segundo Adán se pierde en el laberinto y el desorden creado por esa negativa y
deja de ver directamente a su Creador. Sin embargo, Éste no le abandona a su
suerte, no le despoja de su Dignidad esencial, sino que desarrolla un plan de
reencuentro en un proceso histórico que empieza en el mismo momento de la
obnubilación. Dios se revela al hombre para que pueda llegar al conocimiento de
su naturaleza y de su plan, cosa que jamás podría hacer con la sola razón del
primer Adán. Más aún, crea una alianza con él y, a través de personajes
especiales y de un pueblo elegido, desarrolla una historia lineal –gran
descubrimiento del judaísmo– de aproximación a Él, de vuelta a Él, el Alfa y el
Omega.
Dignidad frente a redención
Soloveitchik, en vez de
distinguir entre dignidad con minúscula y Dignidad con mayúscula, como hago yo,
distingue entre la dignidad obtenida por el primer Adán y la “redención
catártica” lograda por el segundo. Para Soloveitchik la redención catártica la
gana el segundo Adán a “través del
ejercicio del control sobre sí mismo”[5], pero una vez
lograda forma parte de la esencia ontológica del ser humano (aunque no soy
filósofo, creo detectar aquí una contradicción. Si algo forma parte de la esencia
ontológica, no puede ser algo logrado de forma voluntarista). Sin embargo, en
otra frase afirma que “el hombre
encuentra la redención siempre que se vea superado por el Creador de la
naturaleza. La dignidad se descubre en la cúspide del éxito, la redención, en
la profundidad de la crisis y el fracaso”[6]. Leyendo estas
páginas, me parece que algo pide a gritos la palabra Cristo, el Gran Fracasado,
el Gran Vencido por Dios en la obediencia del “no se haga mi voluntad sino la
tuya” inmediatamente anterior al Gran Fracaso de la Cruz. Dios vencido por Dios
y Cristo, verdadero hombre, adquiriendo de Dios para nosotros la redención con
su obediencia hasta la muerte, que fue la consecuencia del desorden de la
desobediencia. Y, con la redención, la Gran Victoria en la Resurrección. Por
supuesto, no es posible que algo así salga de la boca de un rabino judío, pero
me parece que el contexto lo grita desde el silencio. El judaísmo me parece
maravilloso, pero creo que sin la piedra de clave de Cristo, su bóveda no se
sustenta.
Las comunidades de los dos Adanes
Desde el principio, los dos
Adanes son seres sociales. Esa sociabilidad les lleva a ambos a constituir
comunidades. Pero comunidades bien distintas. El primer Adán forma, como no
podía ser de otra manera, comunidades orientadas al logro, equipos de trabajo
que conquistan nuevas metas en el control y el manejo del universo-mecanismo,
en palabras de Soloveitchik, comunidades mayestáticas. Estas son empresas, en
el sentido etimológico de la palabra, es decir, actividades hechas en comunidad
y orientadas al logro de un fin. Pueden ser empresas comerciales, o grupos de
investigación para buscar la forma de curar el cáncer o para llegar al
conocimiento del origen del cosmos, u ONG’s para luchar contra el hambre en el mundo,
o para transmitir a otros creencias y modos de ver la vida, o para dirigir la
vida política de un país, etc., etc., etc. En estas comunidades sólo hay dos
personas gramaticales, el yo y el tú, entre las que se establece una relación
utilitarista técnica. En estas comunidades, Adán y Eva trabajan juntos por
lograr la dignidad con minúscula para la mayor cantidad de gente posible.
Las comunidades creadas por el
segundo Adán no tienen nada que ver con esto. Son comunidades que Soloveitchik
llama “de la alianza”. En éstas están presentes las tres personas gramaticales,
el yo, el tú y el Él. “Dentro de la
comunidad de la alianza Adán y Eva participan de la experiencia de ‘ser’, no
simplemente de ‘trabajar’ juntos”[7]. Y esta comunidad
tiene dos vertientes: una en la que “Dios,
a quien el hombre ha buscado por las infinitas sendas del universo, es
descubierto de repente en intimidad y cercanía con él, justo frente a él, a su
lado”[8]. Más que ser
descubierto, es Él quien se muestra gratuitamente, aunque siempre de forma
velada e intermitente. A esta vertiente de la comunidad de la alianza la llama
Soloveitchik, profética. Pero, “cuando el
hombre se dirige y llama a Dios, haciendo uso del sonido informal y amistoso
del ‘Tú’, vuelve a producirse el mismo milagro: Dios se une al hombre y, en ese
encuentro promovido por el hombre nace una nueva comunidad de la alianza, la
comunidad de la oración”[9]. Por supuesto,
estas dos vertientes de la comunidad de la alianza son necesarias y
complementarias la una para la otra. Estas comunidades buscan en Dios la
redención para llevarla a todos (según el cristianismo, reciben gratuitamente
la redención obtenida por Cristo y sólo deben aceptarla).
La tragedia de la ruptura
Vuelvo a insistir en algo que he
dicho al principio: la distinción entre los dos Adanes no significa, ni mucho
menos, que haya un Adán mejor que otro. Ambos responden a una misión
encomendada directamente por Dios y ambas misiones deben ser cumplidas.
Ciertamente, la relación entre ambos debe ser dialógica antes que dialéctica, de
encuentro antes que de confrontación, como ya he dicho antes que señala el
Prof. Antuñano en la presentación de la obra. No se debe de ninguna manera
confundir a ambos Adanes con el hombre de la carne y el hombre del espírirtu,
el hombre viejo y el hombre nuevo de san Pablo.
Sin embargo –y este es un punto
clave de Soloveitchik–, en los últimos siglos de la historia se ha producido
una ruptura. Los dos Adanes se han empezado a despreciar mutuamente. No pienso,
ni por asomo, entrar en la cuestión de cuál de los dos inició las hostilidades,
pero el desgarro es bastante hiriente y va en detrimento de ambos porque crea
una dualidad destructiva. Soloveitchik parece cargar las culpas de esta ruptura
al primer Adán, pero yo no lo tengo ni remotamente claro. Pero creo que eso es
irrelevante. Lo importante es que esa herida se ha abierto y sangra, y duele.
Pero esa ruptura, afortunadamente, no es ni drástica ni nítida ni, mucho menos,
definitiva. En toda persona coexisten con mayor o menor peso, ambos Adanes,
porque ambos son parte sustancial de la naturaleza humana. Por tanto, no existe
ni un solo ser humano que sea sólo primer Adán y no tenga ningún sentido de la
trascendencia, ni de la dependencia de poderes superiores, los llame como los
llame, ni que no sienta de vez en cuando la soledad en el alma y la nostalgia
de llenar esa soledad con algo más que su comunidad mayestática. Y tampoco lo
recíproco existe. No hay nadie que sea sólo un Adán y que se dedique únicamente
a las actividades puras de su Adán.
A partir de este momento, aviso que
Soloveitchik nada tiene que ver con lo que digo a continuación. Y lo hago
porque no quiero cargar en las espaldas y el prestigio de nadie ideas mías que
pueden resultar estúpidas o disparatadas.
Ciertamente, aunque se produzca
la ruptura, y aunque sea perjudicial para el hombre, el segundo Adán sigue
beneficiándose de forma directa de los logros del primer Adán. Los avances
científicos, tecnológicos y económicos siguen mejorando la dignidad (con
minúscula) del segundo Adán tanto como la del primero. Ciertamente, el primer
Adán tampoco pierde, con la ruptura, ni un ápice de su Dignidad (con
mayúsculas), pero tampoco gana en ella, porque le es inherente y, además, no es
el segundo Adán el que se la confiere. Pero ambos Adanes, y la humanidad,
pierden por la ruptura del diálogo creativo entre ellos. ¿Se puede vivir sin
esta armonía? Posiblemente sí. Como se puede vivir con un problema de
coordinación entre el hemisferio izquierdo y el derecho del cerebro: mal, muy mal[10]. Sin
embargo creo que es, sin duda, el primer Adán el que más pierde con esta
ruptura.
Hay una cosa cierta. El primer
Adán, como persona, no necesariamente como comunidad, acaba de forma
indefectible e ineludible en el fracaso. La enfermedad, la decrepitud y la
muerte, son algo de lo que ningún ser humano se libra. Y contra estos males, de
poco o nada sirven los logros, la majestuosidad y la dignidad del primer Adán.
Todo queda en nada. No ocurre lo mismo, en cambio, con la redención ni con los
dones gratuitos que recibe el segundo Adán, tanto en su vertiente profética como
orante. Nada de eso se pierde. Por eso, en lo más íntimo de nosotros, nuestro
primer Adán necesitará siempre, en algún momento, en los momentos más decisivos
de la vida, en EL ÚNICO MOMENTO DECISIVO de la vida, la ayuda y la cercanía del
segundo Adán redimido. En cambio, en ese momento, el primer Adán no tiene nada,
absolutamente nada, que aportar al segundo. Necesita al segundo Adán, que vive
de la gracia y no envejece. Sin él tendría razón Sartre cuando dice, por boca
de Barioná:
“… el mundo no es más que una caída interminable, el mundo no es más
que una mota de polvo que no termina nunca de caer. Las personas y las cosas
aparecen de repente en un punto de la caída y, apenas aparecidos, son
arrastrados por esta caída universal y empiezan también a caer, se atomizan y
se deshacen. ¡Oh, compañeros!, mi sabiduría me ha dicho: la vida es una
derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido
siempre para mal y la mayor locura del mundo es la esperanza”[11].
Pero, ¿y si este Adán ha sido
íntimamente masacrado, qué o quién lo sustituirá? Naturalmente, está en manos
del Dios de misericordia que ha creado a ambos Adanes el fortalecer al segundo
Adán en el interior de cada hombre en el momento decisivo y creo que así lo
hace siempre. Pero, este fortalecimiento necesitará ser aceptado por la
libertad del primer Adán y si la vida de éste ha sido una lucha constante
contra aquél, ¿será capaz de aceptar la reconciliación que se le da en el
momento decisivo?
Por tanto, no sería mala cosa para
nuestra vida esta cuádruple misión:
-
Trabajar con ahínco para que nuestro primer Adán
consiga la máxima dignidad para la mayor cantidad de gente. Es decir, para
hacer un mundo mejor. Para conseguir los mayores logros posibles es necesaria
la creación de comunidades mayestáticas eficientes.
-
Pedir la gracia de la íntima unión de los dos Adanes en
cada uno de nosotros, en un continuo diálogo vivificador en vez de en una
estéril confrontación dialéctica.
-
Proclamar a través de las comunidades de la alianza
profética el anuncio de la bondad de la redención de Dios a ambos Adanes a
través de la aceptación de la misma por el segundo.
-
Poner en la patena de las comunidades de la alianza
orante de los segundos Adanes la sutura de esa herida abierta, pero sanable por
quien tiene el poder para sanarla.
[1] Pag 41.
[2] Creo que el Prof.
Antuñano, de la Universidad Francisco de Vitoria, en su presentación de la
edición española, ilumina muy procedentemente la cuestión cuando dice que “dialéctico (confrontación) no es lo
mismo de dialógico (encuentro) aunque
ambos modos de relación partan, necesariamente, con realidades que entre sí son
diferentes”
[3] La traducción de la Biblia
que uso es la de la Casa de la Biblia, traducida desde su lengua original, en
el caso del Génesis desde el hebreo, terminada en 1991.
[4] Pags. 46 y 47.
[5] Pag. 64
[6] Pag. 64
[7] Pag. 77
[8] Pag. 78
[9] Pag. 78
[10] http://librodenotas.com/guiaparaperplejos/15677/como-vivir-con-un-cerebro-y-dos-conciencias
Cómo vivir con un cerebro y dos conciencias:
El paciente B se abotona la camisa. Mientras su mano
derecha coloca los botones en los ojales, descubre horrorizado que su mano
izquierda lleva un rato luchando por hacer lo contrario. Desde hace unos
minutos, una mano abotona mientras la otra se dedica a deshacer el trabajo. No
es una pesadilla, es una alteración conocida como síndrome de la mano ajena, http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_la_mano_extra%C3%B1a
bien documentada por los neurólogos desde hace años.
[11] Jean Paul Sartre, Barioná, el hijo del trueno, Cuadro II,
Escena II.
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