Desde hace ya
bastantes años, pienso y medito sobre el misterio de la Trinidad de Dios. Antes
de estos muchos años lo de la Trinidad me parecía un galimatías inútil. ¿Qué
más dará que haya 3, 5 o 18 personas? ¿Para qué nos complicamos la vida
diciendo que son tres personas pero un solo Dios? ¿Por qué el dogma cristiano
hace tanto énfasis en una cosa que es irrelevante para la fe? ¿Es que no basta
con creer que hay un solo Dios y que ese Dios se encarnó en Jesucristo? Todas esas
cosas me decía a mí mismo. Pero poco a poco me fui dando cuenta de la inmensa
importancia de esto. Fruto de esto fueron una pequeña reflexión que aparece en
mi libro “El Señor del azar” y una cosa que escribí en el día de la fiesta de
la Trinidad de Dios en el año 2011. No volveré sobre lo que entonces escribí,
sino sobre reflexiones posteriores.
En algún lugar
que no recuerdo leí que “la Trinidad era
el flujo de las Personas y el reflujo de la Unidad”. Es decir, era como la
subida y bajada de las mareas. El flujo de las Personas llegaba hasta lo más
alto de la playa para que “luego”, el reflujo de la Unidad volviese a dejar la
playa al descubierto. Por supuesto, las comillas del “después” son importantes
porque este flujo y reflujo no tiene lugar en el tiempo sino en la eternidad,
entendida, como debe ser entendida, como ausencia de tiempo y no como infinita
acumulación del mismo. Al leer esto, se me vino a la cabeza la imagen de que la
Creación era como una especie de poso que ese flujo y reflujo dejaba en la
orilla. Si uno ve lo que las mareas marinas dejan en la orilla no verá sino una
mezcla caótica de algas, piedras y otros desechos, naturales o artificiales.
Pero no cabe duda de que es ese flujo y reflujo el que ha creado la playa. No
obstante, la comparación obvia una cosa esencial. Lo que las mareas marinas
dejan en la playa no es más que algo aleatorio y caótico. La Creación, al
contrario, presenta un orden exquisito e investigable por la inteligencia
humana. Porque, a diferencia de las mareas marinas, que arrastran al azar lo
que pillan, las Mareas Divinas son mareas de amor y ese amor se manifiesta,
entre otras formas, en un orden que requiere una inteligencia creadora y pide
investigación a otra creada por ese amor. ¿Se imagina alguien que tras un
número de mareas, con sus flujos y reflujos, apareciese en la arena un mensaje
inteligible?
Así pues,
laTrinidad es una explicación del porqué de la Creación. Aristóteles creía que
el cosmos debía tener una causa primera. De alguna forma identificó esa causa
primera con un principio divino impersonal. Los griegos, y Aristóteles con
ellos, no creían en un Cosmos creado en el tiempo, puesto que creían que cosmos
y tiempo eran infinitos. Pero Aristóteles sí llegó a creer en un principio
causal de la esencia del cosmos, aunque esta causa estuviera fuera del tiempo.
La ciencia moderna ha llegado a decirnos que el cosmos sí tuvo un principio y
que el tiempo empezó también en ese principio. Pero lo que Aristóteles, ni
ningún filósofo posterior, llegó a poder contestarse es el porqué ese principio
causal causó. Santo Tomás decía de ellos: “Qué
angustias no sufrieron de una y otra parte aquellos preclaros ingenios”. Se
refería a la angustia por no ser capaces de encontrar la causa de que la causa
primera causase. Creo que Aristóteles se hubiese alegrado de caer en la cuenta
de esa razón: El amor. Dios tiene amor. Pero si es la causa primera de todo y
tiene amor, tiene que ser amor. Aristóteles, que no supo encontrar en el
amor la razón de la causa primera para causar, la premisa mayor de todo
silogismo, el Logos que diese sentido al universo, sí supo descubrir la Verdad , la Bondad y la Belleza como atributos
trascendentes del ser. Pero Dios no podría ser amor si fuese un ser solitario,
aunque sea un ser personal. El amor es relación, implica la existencia de
varias personas. El amor requiere la Trinidad , el mínimo común múltiplo de dos
personas y una relación personificada, sin pérdida de la Unidad , atributo
trascendente del ser.
Doy ahora una
larga cambiada a mis reflexiones. También hace años, en un libro con el título
de “El padre Elías”, leí una frase
que me impresionó y que gravé en mi memoria. Cito desde ella, pero si la cita
no es literal, se le parece inmensamente: “Si
dejase de meditar todos los días ante mi Dios, dejaría de sentir el latido de
ese corazón que palpita en todo tiempo y en todo lugar. Dejaría de acercarme a
Dios y empezaría a amar más a las criaturas que al creador. Al final no amaría
a nada ni a nadie”. Uniendo la idea precedente con ésta, di en pensar que
ese flujo y reflujo de las Personas y de la Unidad eran ese corazón palpitante.
Como una bomba que impulsase la “sangre” de la Creación a lo largo y ancho de
ella, en todo tiempo y en todo lugar. Y di en pensar que esa “sangre” era la
Gracia y que la Creación era un feto en gestación y que cada ser humano somos
una placenta que transmite esa “sangre”, esa Gracia a toda la Creación. Cuando
medito ante mi Dios, atraigo hacia mí, pobre placenta, esa “sangre” bombeada
por la Trinidad y la reenvío a toda la Creación. Pero no es sólo eso. A través
del sistema vascular que canalizan la Gracia trinitaria hacia el mundo, que
podríamos identificar con Jesucristo, nosotros, los seres humanos, podemos
trepar hacia la Trinidad de Dios llevando a la Creación con nosotros. Y, llegando
al corazón que bombea la Gracia, participar, junto con toda la creación en el espectáculo
inefable del Amor Divino. Entiendo entonces mejor la frase de san pablo en la
epístola a los romanos cuando dice: “Porque
la Creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de
Dios. […] y vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre
de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
[…] Sabemos, en efecto que la creación entera está gimiendo con dolores de
parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también nosotros, los que poseemos
las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando por que Dios
nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo”[1].
Es evidente que
ya, no sólo no creo que la Trinidad de Dios sea un simple galimatías irrelevante
sino que, muy al contrario, Ella es la fuente de donde nacen y donde se
fortalecen mi fe, mi esperanza y mi caridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario