31 de mayo de 2015

Más acerca de la Trinidad de Dios

El 12 de Junio del 2011, fue, como hoy, la fiesta de la Trinidad de Dios. El 17 de ese mismo mes y año publiqué aquí algo sobre la Trinidad. Hoy, cuatro años más tarde, he profundizado un poco más en mi meditación sobre esa Trinidad. Expongo a continuación, como me permiten mis pobres palabras, lo que soy capaz de transmitir con ellas.

Desde hace ya bastantes años, pienso y medito sobre el misterio de la Trinidad de Dios. Antes de estos muchos años lo de la Trinidad me parecía un galimatías inútil. ¿Qué más dará que haya 3, 5 o 18 personas? ¿Para qué nos complicamos la vida diciendo que son tres personas pero un solo Dios? ¿Por qué el dogma cristiano hace tanto énfasis en una cosa que es irrelevante para la fe? ¿Es que no basta con creer que hay un solo Dios y que ese Dios se encarnó en Jesucristo? Todas esas cosas me decía a mí mismo. Pero poco a poco me fui dando cuenta de la inmensa importancia de esto. Fruto de esto fueron una pequeña reflexión que aparece en mi libro “El Señor del azar” y una cosa que escribí en el día de la fiesta de la Trinidad de Dios en el año 2011. No volveré sobre lo que entonces escribí, sino sobre reflexiones posteriores.

En algún lugar que no recuerdo leí que “la Trinidad era el flujo de las Personas y el reflujo de la Unidad”. Es decir, era como la subida y bajada de las mareas. El flujo de las Personas llegaba hasta lo más alto de la playa para que “luego”, el reflujo de la Unidad volviese a dejar la playa al descubierto. Por supuesto, las comillas del “después” son importantes porque este flujo y reflujo no tiene lugar en el tiempo sino en la eternidad, entendida, como debe ser entendida, como ausencia de tiempo y no como infinita acumulación del mismo. Al leer esto, se me vino a la cabeza la imagen de que la Creación era como una especie de poso que ese flujo y reflujo dejaba en la orilla. Si uno ve lo que las mareas marinas dejan en la orilla no verá sino una mezcla caótica de algas, piedras y otros desechos, naturales o artificiales. Pero no cabe duda de que es ese flujo y reflujo el que ha creado la playa. No obstante, la comparación obvia una cosa esencial. Lo que las mareas marinas dejan en la playa no es más que algo aleatorio y caótico. La Creación, al contrario, presenta un orden exquisito e investigable por la inteligencia humana. Porque, a diferencia de las mareas marinas, que arrastran al azar lo que pillan, las Mareas Divinas son mareas de amor y ese amor se manifiesta, entre otras formas, en un orden que requiere una inteligencia creadora y pide investigación a otra creada por ese amor. ¿Se imagina alguien que tras un número de mareas, con sus flujos y reflujos, apareciese en la arena un mensaje inteligible?

Así pues, laTrinidad es una explicación del porqué de la Creación. Aristóteles creía que el cosmos debía tener una causa primera. De alguna forma identificó esa causa primera con un principio divino impersonal. Los griegos, y Aristóteles con ellos, no creían en un Cosmos creado en el tiempo, puesto que creían que cosmos y tiempo eran infinitos. Pero Aristóteles sí llegó a creer en un principio causal de la esencia del cosmos, aunque esta causa estuviera fuera del tiempo. La ciencia moderna ha llegado a decirnos que el cosmos sí tuvo un principio y que el tiempo empezó también en ese principio. Pero lo que Aristóteles, ni ningún filósofo posterior, llegó a poder contestarse es el porqué ese principio causal causó. Santo Tomás decía de ellos: “Qué angustias no sufrieron de una y otra parte aquellos preclaros ingenios”. Se refería a la angustia por no ser capaces de encontrar la causa de que la causa primera causase. Creo que Aristóteles se hubiese alegrado de caer en la cuenta de esa razón: El amor. Dios tiene amor. Pero si es la causa primera de todo y tiene amor, tiene que ser amor. Aristóteles, que no supo encontrar en el amor la razón de la causa primera para causar, la premisa mayor de todo silogismo, el Logos que diese sentido al universo, sí supo descubrir la Verdad, la Bondad y la Belleza como atributos trascendentes del ser. Pero Dios no podría ser amor si fuese un ser solitario, aunque sea un ser personal. El amor es relación, implica la existencia de varias personas. El amor requiere la Trinidad, el mínimo común múltiplo de dos personas y una relación personificada, sin pérdida de la Unidad, atributo trascendente del ser.

Doy ahora una larga cambiada a mis reflexiones. También hace años, en un libro con el título de “El padre Elías”, leí una frase que me impresionó y que gravé en mi memoria. Cito desde ella, pero si la cita no es literal, se le parece inmensamente: “Si dejase de meditar todos los días ante mi Dios, dejaría de sentir el latido de ese corazón que palpita en todo tiempo y en todo lugar. Dejaría de acercarme a Dios y empezaría a amar más a las criaturas que al creador. Al final no amaría a nada ni a nadie”. Uniendo la idea precedente con ésta, di en pensar que ese flujo y reflujo de las Personas y de la Unidad eran ese corazón palpitante. Como una bomba que impulsase la “sangre” de la Creación a lo largo y ancho de ella, en todo tiempo y en todo lugar. Y di en pensar que esa “sangre” era la Gracia y que la Creación era un feto en gestación y que cada ser humano somos una placenta que transmite esa “sangre”, esa Gracia a toda la Creación. Cuando medito ante mi Dios, atraigo hacia mí, pobre placenta, esa “sangre” bombeada por la Trinidad y la reenvío a toda la Creación. Pero no es sólo eso. A través del sistema vascular que canalizan la Gracia trinitaria hacia el mundo, que podríamos identificar con Jesucristo, nosotros, los seres humanos, podemos trepar hacia la Trinidad de Dios llevando a la Creación con nosotros. Y, llegando al corazón que bombea la Gracia, participar, junto con toda la creación en el espectáculo inefable del Amor Divino. Entiendo entonces mejor la frase de san pablo en la epístola a los romanos cuando dice: “Porque la Creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios. […] y vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. […] Sabemos, en efecto que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando por que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo”[1].

Es evidente que ya, no sólo no creo que la Trinidad de Dios sea un simple galimatías irrelevante sino que, muy al contrario, Ella es la fuente de donde nacen y donde se fortalecen mi fe, mi esperanza y mi caridad.



[1] Cfr. Romanos 8, 19-23.

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