Siempre he manifestado públicamente mi admiración y respeto por el Papa
Francisco, por su enfoque del anuncio del Evangelio basándose en el amor de
Dios, la Misericordia, el perdón, la ternura, etc. Pero esa admiración no me ha
impedido expresar también mi desacuerdo con él en cuestiones económicas, que no
doctrinales. La exhortación apostólica Evangelii Gaudium me produjo un conjunto
de sentimientos encontrados entre la maravilla de lo que representaba el
desarrollo de ese título y las cosas que, aquí y allá, trufaban la exhortación
con frases de durísima y, a mi modo de ver inexacta, condena al sistema
económico que ha hecho el milagro de la multiplicación de los panes y los peces
en el mundo en los últimos 200 años y que ha logrado que por primera vez en la
historia de la humanidad el porcentaje de personas bajo el umbral de pobreza
extrema sea inferior al 10%. La encíclica Laudatio Si, me produjo un mixfeeling
similar, ya que junto a pasajes magníficos en los que expresaba la sublimidad
de la naturaleza como templo de Dios y nuestra obligación de cuidar ese
santuario, no planteaba más solución que el frenazo o la marcha atrás del
progreso económico, sin dedicar ni una palabra a la tecnología, que es lo único
que puede permitir el desarrollo de TODOS los pueblos, la libertad de
procreación (que no significa tener hijos como conejos -en palabras del Papa- sin ejercer con libertad la opción responsable de la procreación) y el cuidado del medio ambiente. He defendido al Papa cuando, al
principio de su pontificado, fue injustamente acusado por la izquierda
argentina de apoyar al dictador Videla en ese país. También defendí al Papa, en
este caso de los ataques de sectores tradicionales de la Iglesia, cuando se
malinterpretó o se quiso malinterpretar, su postura de una mayor apertura hacia
el drama de las personas que habían visto roto su matrimonio siendo inocentes,
sin vulnerar los principios inmutables de la doctrina cristiana. Muchos no
supieron, o no quisieron, realizar esta distinción. Yo aporté mi granito de
arena para clarificar esa distinción. De todas estas cosas se pueden encontrar entradas en este blog. También he sido su voz a través de la
difusión de muchas de sus homilías de santa Marta.
Todo lo anterior lo cuento para dejar constancia de que lo que viene a
continuación nace del amor que le tengo a este Papa y de ninguna manera desde
ningún rescoldo de resentimiento o crítica acerba. Es, si se me permite la
osadía, la corrección filial de un hijo que le duelen las meteduras de pata de
su padre en un jardín en el que éste se mete sin demasiado conocimiento de
causa. Podría pensarse que la corrección filial hay que hacerla en privado.
Pero ocurren dos cosas. La primera, que le he mandado al Papa Francisco tres
cartas en este mismo sentido. De la primera, recibí un amable acuse de recibo
de su secretaría. De las otras dos, silencio. Comprendo que un Papa esté
demasiado ocupado para atender estas insignificancias, pero yo sigo queriéndole
hacer llegar mi voz. La segunda, que seguramente habrá muchas personas que se
sientan escandalizadas por estas cosas que dice le Papa. ¿Es una presunción
inadmisible que yo pretenda rebajar ese escándalo? Puede, pero no puedo
evitarlo. Ahora, si alguien quiere aplicar a estos párrafos introductorios lo
de “Excusatio non petita accusatio manifesta”, pues que lo aplique.
Pero es que el viernes 11 de Noviembre, el Papa concedió una entrevista al
diario italiano Repubblica en el que hacía unas declaraciones que no puedo
calificar más que de tristes y lamentables, en el sentido de que las lamento
profundamente. En un link que añado al final de este escrito puede leerse el
contenido completo traducido al español de esta entrevista, para evitar que las
cosas puedan sacarse de su contexto. Pero me he tomado la libertad en estas
páginas de extraer una parte de las preguntas y respuestas y alterar el orden
de las mismas para comentarlas en el orden de importancia que creo que tienen.
Por supuesto, no respondo de la exactitud con la que Scalfari, el director de
Repubblica y entrevistador, refleja lo que dijo el Papa. Ya es al menos la
tercera entrevista que Francisco concede a este diario. En al menos en una de
ellas hubo graves inexactitudes en lo que Scalfari escribió. Éste se disculpó diciendo que no había grabado la
entrevista y que se había guiado por las notas tomadas durante la misma y su
memoria. Si esto no es suficiente para tachar a Scalfari de la lista de las
personas por las que se deja uno entrevistar, que baje Dios y lo vea. Sin
embargo, por alguna razón que desconozco, el Papa tiene una especial debilidad
por este diario de izquierdas cuyo director se comporta de forma tan poco
profesional. Pero eso es otra historia. Vamos a la primera de las preguntas (en
el orden en que yo las pongo) y mis comentarios. Me voy a permitir la licencia
de comentar esta respuesta del Papa como si estuviese hablando con él.
Pregunta de Scalfari
Hace tiempo me dijo Usted que
el mandamiento "Ama a tu prójimo como a ti mismo" tenía que cambiar
debido a los tiempos oscuros que estamos atravesando, y convertirse en
"más que a ti mismo". Así que anhela Usted una sociedad dominada por
la igualdad. Como Usted sabe, este es el programa del socialismo de Marx y
después, del comunismo. ¿Piensa, por lo tanto, en una sociedad de tipo
marxista?
La pregunta es, ya desde el principio, sibilinamente torticera. Que alguien, sea Papa o cristiano de a pie, exprese un metafórico deseo de que el segundo mandamiento más importante del cristianismo se formule de otra forma no conlleva que esa persona anhele una sociedad dominada por la igualdad. En segundo lugar, aun admitiendo que el programa del socialismo de Marx y después, del comunismo conlleve una sociedad así, eso sería sólo la mitad de la verdad, es decir, una gran mentira, porque también está en ese programa la eliminación de la religión, la muerte de la libertad humana y la muerte, esta vez física, de decenas, tal vez cientos de millones de personas que no estén dispuestas a aceptar ese programa. Alguien tenía que recordarle al Papa la lista de muertos de ese ilusoriamente benéfico programa de igualitarismo. Ilusoriamente porque en lo único que ha igualado el comunismo allí donde se ha aplicado es en la miseria. Y ni siquiera eso, porque mientras que los pueblos que estaban bajo su yugo se distribuían la miseria, la cleptocracia vivía extraordinariamente bien. Uno esperaría de quien respondiese a esta pregunta y, en mayor medida, de un Papa, que puntualizase algo así. Máxime cuando un porcentaje muy importante de esos millones de muertes han sido cristianos. Por supuesto, un Papa debe aplicar una buena dosis de diplomacia a la respuesta, pero debería ir inequívocamente en esa línea, sencillamente, porque esa es la verdad y un Papa debe creer que la verdad nos hará libres. Pero he aquí la respuesta de Francisco:
"Se ha dicho a menudo y mi respuesta siempre ha sido
que, en todo caso, son los comunistas los que piensan como los cristianos.
Cristo habló de una sociedad donde fueran los pobres, los débiles, los
marginados, quienes decidieran. No los demagogos, no los Barrabás, sino el
pueblo, los pobres, independientemente de que tengan o no fe en el Dios
trascendente, es a ellos a los que debemos ayudar para que logren la igualdad y
la libertad".
Querido Papa Francisco. ¿De verdad cree usted que los comunistas piensan en
clave más cristiana que los millones de cristianos que no son comunistas o que
han sufrido y están sufriendo la violencia comunista en cualquiera de sus
facetas? No puedo creer que lo crea. Yo soy un mal cristiano, no me cabe duda
de ello, pero, con todo, no puedo de ninguna manera admitir que Marx, Engels,
Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Castro, Guevara, Maduro o Pablo Iglesias, por
citar sólo algunos de los más eximios creadores y representantes del marxismo y
comunismo mundial, representen mejor que yo el pensamiento cristiano. Ni mejor
que yo, ni mejor que muchos empresarios cristianos que, aunque no sean
cristianos perfectos o, incluso aunque no sean cristianos, trabajan dura y
honestamente, creando puestos de trabajo y riqueza, para todo el mundo. Y para
ellos y sus familias también, por supuesto. NO, de ninguna manera. Me niego
categóricamente a aceptar su respuesta. Y al negarme, no voy contra el Papa,
porque cuando usted habla así, no habla como Papa, sino como una persona normal
que, hablando de lo que sabe más bien poco, yerra categóricamente. Lo que
ocurre es que, hable como hable, usted ES EL PAPA. Y muchos cristianos no pueden
distinguir cuando habla EL PAPA y cuando habla Jorge Mario Bergoglio. Y a esos
cristianos les está escandalizando. Y, además, está dando armas a muchos
enemigos de la Iglesia para ridiculizarla. Perdóneme la osadía de esta
pretensión y rebájela al uno por mil, pero al decirle esto estoy actuando como
cuando san Pablo se plantó ante el primer Papa, san Pedro, y le dijo que su
comportamiento frente a los gentiles no era de recibo.
Pero, además, en su respuesta hay una afirmación, si no más aparatosa, si
enormemente más cuestionable desde el punto de vista escriturístico. Sé por
experiencia propia que cuando uno habla en una charla dice cosas que se le
escapan. Pero si uno es EL PAPA y habla de lo que dicen las escrituras, tiene
que ser especialmente cuidadoso. Y si sabe que lo que diga va a difundirse a
los cuatro vientos, todavía más. Dice usted que Cristo habló de una sociedad donde fueran los
pobres, los débiles, los marginados, quienes decidieran. Por favor, ¿me podría decir en qué pasaje del Evangelio
Cristo habló o dijo algo que pueda interpretase que en la sociedad que deseaba
las decisiones las tomasen éstos? Por supuesto, dijo que tenemos la obligación
de dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento, de vestir al desnudo
y de visitar a los presos como si lo hiciéramos con Él. Dijo que esa será la
piedra de toque de nuestro juicio. Pero, ¿dónde dice que fueran los pobres, los débiles, los marginados, quienes decidieran?
Yo no lo he leído en ningún sitio. Y tampoco dice que sea el Estado el que,
usurpando el nombre de los pobres, se arrogase el derecho a decidir. Lo dejó a
nuestra responsabilidad, de la que tendremos que responder ante el en el Juicio
Final. ¡Ay de nosotros si nos comportamos en este mundo como el rico Epulón! Me
gustaría recordarle que esta idea de creer que los comunistas representan el
pensamiento cristiano ha llevado a un supuesto diálogo entre cristianos y
comunistas que siempre ha acabado en cristianos que perdían la fe y se hacían
comunistas y no sé si alguna vez en comunistas que se hacían cristianos. Creo
que usted mismo ha tenido problemas dentro de la Compañía de Jesús, a la que
pertenece, por oponerse a la Teología de la Liberación que prendió en la
Compañía.
Además, no deja de sorprenderme que en su
respuesta contraponga usted los pobres,
los débiles, los marginados a los demagogos,
no[y] los Barrabás. ¿Quiere usted
decir que o se es pobre, débil o marginado o se es demagogo y Barrabás? ¿Se
aplica a esto el principio del tertio
excluso? ¿Significa que todos los gobernantes de los países donde no hay un
régimen comunista son demagogos o Barrabás? Creo que cuando se es EL PAPA hay
que ser más cuidadoso con el lenguaje, aunque se hable coloquialmente. Y más
cuando se sabe que lo que uno diga va a llegar a muchos millones de personas.
Ahora ya dejo la ficción de estarme dirigiendo
al Papa. A menudo se oye decir que la Iglesia primitiva era comunista. Pero
esto es, sencillamente, falso. Para ahorrarme poner por escrito ideas que otro ha
puesto antes que yo y mejor de lo que yo pueda hacer, copio un texto al
respecto sacado del libro de Jay W. Richards[1],
“Dinero, codicia y Dios; por qué el capitalismo es la solución y no el problema”,
libro cuya lectura recomiendo fervientemente y recomendaría al Papa si me oyese.
¿Era comunista
la Iglesia primitiva?
[…]
Pocos cristianos, incluyendo los críticos cristianos del
capitalismo, apoyarían el comunismo. ¿Pero qué pasa con la Iglesia primitiva?
¿No era comunista? Aquí tenemos cómo describe el libro de los Hechos de los
Apóstoles a la primera Iglesia de Jerusalén, que se formó después de que el Espíritu
Santo descendiese sobre los primeros cristianos en Pentecostés.
Ahora todo el
grupo de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma. Nadie
consideraba sus bienes como propios, sino que lo tenían todo en común. No había
entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los
vendían, traían el importe de las ventas y lo ponían a los pies de los
apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad (Hechos 4, 32-35).
Muchos de los que han leído este pasaje se han preguntado si
el ideal cristiano no es el comunismo. Después de todo, esto era la primera
Iglesia de Jerusalén. Todos estaban “llenos del Espíritu Santo y proclamaban la
palabra de Dios con valor” (Hechos 4, 31) Si no acertaron, ¿quién si no?
En apariencia eso parece comunismo, pero no lo es. En primer
lugar, a diferencia del moderno comunismo, aquí no se habla de lucha de clases,
ni se insinúa que la propiedad privada sea inmoral. Estos cristianos vendían
sus posesiones y las compartían libre y espontáneamente. En segundo lugar, no
se ve por ninguna parte el Estado, ni ningún gobierno confisca la propiedad, ni
colectiviza la industria. No se coacciona a nadie. La Iglesia de Jerusalén era
simplemente eso, la Iglesia, no el Estado. La Iglesia no actúa como el moderno
Estado comunista. En los Hechos no se confisca nada a nadie. Como señala Ron
Sider, compartir era voluntario, no obligatorio. En tercer lugar, cuando, más
tarde, Pedro condena a Ananías y a Safira por quedarse con parte del dinero que
habían obtenido de vender sus tierras, no les condena por conservar parte del
importe de la venta, sino por mentir acerca de ello:
Ananías, ¿por
qué llenó Satanás tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo quedándote
con parte del producto de la venta del campo? ¿Acaso no era tuyo antes de
venderlo y no seguía siéndolo después? ¿Por qué has hecho esto? No has mentido
a los hombres, sino a Dios. Hechos 5, 3-4).
Pedro encuentra natural que la propiedad fuese suya, incluso
después de vendida.
En cuarto lugar, la vida en común de la iglesia primitiva de
Jerusalén nunca se estableció como norma para todos los cristianos en todo
lugar. De hecho, ni siquiera se la describe como norma de la iglesia de
Jerusalén. Lo que describen los hechos es un momento inusual de la vida de la
primitiva Iglesia, cuando era relativamente pequeña.
[…].
Comparada con los Estados-Nación modernos, la Iglesia de
Jerusalén era una pequeña comunidad unida frente a una cultura por otra parte
hostil. Las circunstancias eran peculiares. Por todo lo que sabemos, este
estado comunitario duró seis meses, antes de que la Iglesia se hiciera
demasiado grande. En otro lugar, Pablo dijo a los cristianos de Tesalónica que
“ganasen su propio sustento” y les advirtió severamente que “el que no trabaje,
que no coma” (2 Tesalonicenses 3, 10-12)[2].
De forma que no es de sorprender que la primera vida comunal de Jerusalén no
fuese nunca presentada como modelo de cómo debía ordenar su vida toda la
Iglesia y mucho menos utilizada para que el Estado confiscase la propiedad
privada.
Ha habido muchas comunidades cristianas a lo largo de la
historia que han tratado de llevar una vida comunitaria, y muchos monasterios y
órdenes religiosas son hoy en día más o menos comunales. Las que sobreviven son
pequeñas y voluntarias y las otras se desintegran.
Creo que lo anterior es un buen argumento que desmonta el mito de la
iglesia primitiva comunista. Pero, la entrevista continúa con una serie de
preguntas interesantes, que transcribo seguidas y que pueden dar también pie a
alguna reflexión. Esta vez no serán comentarios como si me dirigiese al Papa.
¿Cuál es pues, en este
momento tan difícil, su principal preocupación?
"Los refugiados y los inmigrantes. Sólo una pequeña parte son cristianos, pero esto no cambia la situación en lo que a nosotros respecta. Sus sufrimientos y sus angustias. Las causas son muchas y hacemos todo lo posible para eliminarlas. Desgraciadamente, con frecuencia se trata de medidas rechazadas por la gente que tiene miedo a perder el trabajo o a que disminuya su salario. El dinero está en contra de los pobres, y además en contra de los inmigrantes y los refugiados, pero también están los pobres de los países ricos, que temen que se acoja a sus similares provenientes de los países pobres. Es un círculo vicioso que hay que detener. Hay que derribar los muros que dividen: intentar aumentar el bienestar y hacer que sea más difundido, pero para lograr esto necesitamos derribar esos muros y construir puentes que permitan disminuir las desigualdades y aumentar la libertad y los derechos. Más derechos y mayor libertad".
Usted, Santidad, a través de
los puentes que se construirán facilitará el reagrupamiento de los
desesperados, pero las desigualdades nacen en los países ricos. Hay leyes que
tienden a disminuir esto, pero no tienen mucho efecto. ¿Nunca va a terminar
este fenómeno?
"Usted ha escrito y hablado a menudo sobre este problema. Uno de los fenómenos que las desigualdades fomentan es el movimiento de muchos pueblos de un país a otro, de un continente a otro. Después de dos, tres, cuatro generaciones, esos pueblos se integran y su diversidad tiende a desaparecer del todo".
Yo lo llamo un mestizaje universal en el sentido positivo del término.
"Muy bien, es la palabra correcta. No sé si será universal, pero será más generalizado que hoy en día. Lo que queremos es luchar contra las desigualdades, este es el mayor mal que existe en el mundo. El dinero es lo que las crea y lo que está en contra de las medidas que tienden a nivelar el bienestar y favorecer, por lo tanto, la igualdad".
Por supuesto que es lógico que para el Papa el problema de
los inmigrantes sea una de sus primeras preocupaciones, preocupación que
comparto. Alguna vez he dicho en público cómo me interpeló una frase del Papa
en Lampedusa, cuando nos preguntó a todos los hombres de buena voluntad. “Pero, cuando ves esto, ¿vos llorás?”.
Reconozco que lloro poco, menos de lo que debiera. Me acuerdo también de un
verso del poeta y trovador gaucho argentino José Larralde. “La sucia diferencia que separa, la inventó Dios como castigo que
habremos de pagar tarde o temprano sin tener más que el alma por testigo”. También
recuerdo una poesía de José María Gabriel y Galán que ante la miseria de un
niño que cuidaba las vacas, lloraba: “Y
me dije que sí, que era horrible, que llorándolo el alma ya estaba”. ¡Hay
de nosotros si se nos hace callo en el alma ante estos sufrimientos como le
ocurrió al rico Epulón! Pero, tras llorar, hay que ver cuál es la solución. Y
esta pasa, sin duda, en una cierta medida, por liberarnos del egoísmo y
compartir. Hay cientos de organizaciones que se ocupan de los inmigrantes y de
los pobres de cualquier lugar del mundo y todos los hombres de buena voluntad,
y los cristianos en primer lugar, tenemos la obligación grave e ineludible de
ayudar de mil maneras posibles a estas organizaciones o de hacerlo por libre.
Pero, desengañémonos, eso no acaba con la pobreza en los países de origen de la
inmigración, que es lo que, junto con la guerra, la crea.
Toda mi vida me ha dolido la pobreza en el mundo. Incluso
para resolverla he militado, llevado de los mismos sentimientos no racionales
que expresa el Papa, en la extrema izquierda. Si un día me di cuenta del error
no fue porque me aburguesase y me hiciese indiferente a la pobreza. Sigo
sintiéndola con dolor. Fue porque me di cuenta, en un proceso largo y racional,
ayudado por una sólida formación empresarial de la que carecía, de que la única
manera de hacerla retroceder es a través de la creación de empresas honestas,
sanas y fuertes que creen riqueza. Y, fijaros por donde, este proceso fue
acompañado de un acercamiento a la fe, de la que estaba muy alejado. Para que
la pobreza disminuya en los países de origen de la inmigración la única
solución es que la inversión extranjera y los habitantes de esos países generen
riqueza creando empresas. Esto es algo que se ha repetido en diversos países en
la historia reciente, entre ellos en España. Pero para que esto sea posible, en
esos países se tiene que dar libertad para emprender y seguridad jurídica para
saber que nadie te podrá quitar el fruto de tus esfuerzos y trabajos. Y esto es
lo que no pasa en los países en los que la pobreza es endémica y, al parecer,
crónica. Están dominados por una mafiosa cleptocracia local que decide a su
antojo basándose en su poder omnímodo, quién puede ganar dinero en su país. Y
lo que decide es que los que pueden ganar dinero son ellos y aquellos que les
llenen los bolsillos. Y cuando un ciudadano de esos países medra por su
iniciativa, creatividad e ingenio, le quitan su dinero y su negocio, no vaya a
ser que cunda el ejemplo. Exactamente como la mafia hace a quien no quería
pagarle “protección”. De esta forma ni las multinacionales honestas tienen
interés en invertir en ellos ni ningún ciudadano tiene el menor incentivo para
ello. Y la pobreza se hace crónica. Los pobres son pobres, pero no tontos. Los
pobres no son el problema, son la solución. Como todos los seres humanos son
criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios y están dotadas de ingenio,
creatividad, voluntad e inteligencia. Y cuando se deja a estas potencias que
actúen en un marco de libertad y seguridad jurídica, crean riqueza y bienestar de
una forma exponencial, como crecen los níscalos en un pinar cuando llueve. Y
ese marco de libertad y seguridad jurídica que permite que esto ocurra, y lo
que ocurre en ese marco, se llama capitalismo. Eso es lo que sacará a los
habitantes de los países pobres y, por tanto, a sus países, de su pobreza. Eso
es lo que producirá ese mestizaje universal, en el sentido positivo del término
que yo también deseo. Eso es lo que terminará con el fenómeno de la inmigración
forzada por el hambre. Y, mientras eso llega, podemos intentar, con nuestros
llantos, con nuestras oraciones y con nuestro apoyo, aliviar la terrible
situación de tantos emigrantes. Pero lo que no es solución es abrir de golpe y
sin control las puertas de los países desarrollados para que entren todos los
que son expulsados de sus países por los cleptócratas mafiosos o los fanáticos.
Éstos son los que crean el problema. No es el dinero ni el que crea esa situación ni el que está en
contra de las medidas que tienden a nivelar el bienestar y favorecer, por lo
tanto, la igualdad. A menos que
al referirse al dinero, el Papa se esté refiriendo a la codicia de los
cleptócratas. Pero me temo que no es eso lo que quiere decir. ¿Formas de evitar
esa cleptocracia? Habría que crear un sistema de control del tráfico de las
riquezas acumuladas por esos parásitos. Intentar cercar sus fortunas al menos
con la misma energía con la que se intenta cercar el dinero del narcotráfico. Esto
haría que no pudiesen de ninguna manera disfrutar del dinero, hasta que su
acumulación les resultase tan inútil como al rey Midas su oro. Y mejor sería
que la autoridad moral del Papa se usase para denunciar a los cleptócratas
mafiosos y apoyar, promover y alabar la creación de un cerco así. Pero en todo
su pontificado, no le he oído ni una palabra de condena a esos cleptócratas.
¡Qué pena que tanta autoridad moral se despilfarre en caminos
errados para luchar contra la pobreza en el mundo!
Aquí está la transcripción completa de la entrevista.
Post Scriptum:
Ahí van dos links que pueden ilustrar el cristianismo de los
comunistas. El primero se refiere a un joven chino de treinta años que seguro
está muy contento. El segundo es un artículo sobre D. Pedro Muñoz Seca, al que
los comunistas, Santiago Carrillo en especial, le hicieron el favor de mandarle
al cielo desde Paracuellos del Jarama. Parece que gracias a ellos puede ser
beatificado en breve. Es emocionante y divertido (el artículo). Dos de sus
nietos son amigos míos. Uno de ellos es, además, receptor del envío. Así que
aprovecho estas líneas para felicitarle y mandarle un abrazo.
[1]Jay Richards es un profesor
universitario y escritor católico. Es Director ejecutivo de la revista de
Steam, profesor investigador de la
School of Business and Economics en The Catholic University of America y Senior
Fellow del Discovery Institute. Entre
su libros están Infiltrated (2013), Indivisible (2012), junto con James
Robison, Money, Greed, and God, (que
es el que cito) ganador del Templeton Enterprise Award del 2010y co-autor,
junto con el astrónomoGuillermo González de The Privileged Planet. Su lobro más reciente escrito junto con Jonathan
Witt, es The Hobbit Party: The Vision of Freedom that J.R.R. Tolkien
Got and the West Forgot.
[2] En los Hechos se habla de que
cuando Pablo llegó a Filipos: “Nos sentamos y estuvimos hablando con las
mujeres que se habían reunido. Entre ellas había una llamada Lidia, que
procedía de Tiatira y se dedicaba al comercio de púrpura”. O sea, que era
empresaria. Esta nota es mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario