En mi escrito anterior sobre el
bitcoin quedó clara mi aversión hacia esta moneda virtual. Pero esta aversión
no es en modo alguno generalizable a todas las monedas virtuales ni, mucho
menos, a la tecnología que las soporta, que es el block chain. Muy al contrario,
creo que en el futuro es muy posible que haya monedas virtuales que, unidas a
la Inteligencia Artificial (IA), puedan jugar un papel tan importante como
beneficioso en la economía mundial. Para explicar por qué, debo dar unas
pinceladas, necesariamente ligeras, sobre el patrón oro y el papel de los
Bancos Centrales y el sistema bancario en el control de las monedas de cada
región económica.
La riqueza mundial ha sido,
durante toda la historia de la humanidad, muy baja y con muy poco crecimiento. Hasta
el siglo XX el porcentaje de personas que vivían en la pobreza extrema era
altísimo. Sólo algunos privilegiados sacaban la cabeza del océano de la
miseria. Y para representar esa riqueza, era posible tomar como valor de cambio
el oro. El oro es un metal como otro cualquiera. Tiene la peculiaridad de que
es amarillo, de que escaso y de que su cantidad crece muy lentamente. Esto le
ha dado desde tiempos inmemoriales una atracción atávica. Pero, a pesar de
todo, es pesado y, aunque tiene un alto peso específico, es también voluminoso.
Cuando la gente tenía poca riqueza, el que la tenía podía tener el oro en su
poder y con pocos gramos, le bastaba para sus necesidades cotidianas. Pero a
medida que fue aumentando la riqueza, más gente necesitaba más oro. Más peso,
más incomodidad, más inseguridad. Por tanto. el oro empezó a dejar de circular
y se almacenaba a buen recaudo. En su lugar, empezó a circular el papel moneda
–antecesores de los billetes– que era una representación virtual del oro que
cada persona poseía y que estaba almacenado en las arcas de los banqueros. Cada
billete daba derecho a disponer, siempre que se quisiese, de su equivalente en
oro. Pero cada vez menos personas querían disponer de su oro. Dado que el papel
moneda era aceptado por todo el mundo como medio de pago, a la gente le bastaba
con tener los billetes para comprar y vender lo que necesitase. El papel moneda
podía ser emitido por cualquier banquero que tuviese oro, siempre que el papel
que emitiese estuviese respaldado por su equivalente en ese metal. Como la
gente no solía pedir el oro, algunos banqueros cedían a la tentación de emitir
más papel moneda que el que podían respaldar con el oro que tenían. Y esto de
crear dinero sin respaldo, aunque fraudulento, era un pingüe negocio para el
que lo hacía. Había que poner coto a esto y en un momento dado se crearon los Bancos
Centrales estatales, que obtuvieron de sus respectivos gobiernos el monopolio de
guardar el oro y de emitir papel moneda, únicamente si tenían el respaldo
necesario de oro. Esto es lo que se conocía como el sistema del patrón oro.
Pero, a medida que crecía la
riqueza, el oro –y por lo tanto el dinero– era un recurso cada vez más escaso y
empezó a no ser suficiente para abastecer todas las necesidades de compra venta
de un mundo en el que había una riqueza total que empezaba a crecer
exponencialmente. La Primera Guerra Mundial fue el principio del fin del patrón
oro. Los Bancos Centrales de los gobiernos de las potencias beligerantes cayeron
en la tentación de crear mucho dinero sin respaldo en oro, para financiar la
guerra. Tras muchos avatares, en 1944, en la conferencia de Bretton Woods, se
decidió que el único país que mantendría el patrón oro sería los EEUU. El
dólar, anclado en el oro, sería la divisa de reserva, en vez del oro, para el
resto de los países. Éstos se comprometían a intervenir en el mercado de sus
respectivas divisas para mantener, con un estrecho margen, un valor fijo respecto
al dólar. Pero, por un lado, esto no era sostenible para los países que perdían
competitividad, pues mantener el mismo tipo de cambio con el dólar les
condenaba a quedar excluidos de facto del comercio internacional. Y, claro, los
gobiernos de estos países devaluaban su moneda a medida que perdían
competitividad, para poder seguir comerciando con el resto del mundo. Así que
esta estabilidad del tipo de cambio de cada moneda con el dólar quedó rota. Por
otro lado, el dólar tampoco podía seguir anclado al oro, ya que la riqueza de
los EEUU crecía de manera exponencial. Por tanto, en 1971 también el dólar
abandonó su respaldo en oro. A partir de ese momento, la moneda de cada país
estaba sustentada por la confianza que la gente tuviese en ella y esta
confianza, a su vez, se apoyaba en la riqueza que era capaz de generar cada
país en bienes y servicios. Pero este soporte de la confianza en la capacidad
de creación de bienes y servicios de un país no tiene por qué ser menos sólido
que el soporte que pueda aportar el metal amarillo llamado oro. Es más, ese
metal amarillo, almacenado en las bóvedas de Fort Knox y en otros sitios del
mundo, despojado de su función monetaria se ha convertido en una mercancía más
y no se me alcanza cuál pueda ser la razón de que un estado mantenga un activo
así. De hecho, si mañana los países que almacenan oro decidiesen sacarlo al
mercado, su precio se derrumbaría como un castillo de naipes. Tal vez por eso
no lo hagan. El primero que lo hiciese de forma significativa, desencadenaría
un proceso en el que el precio del oro empezaría a bajar ante el temor de que
todas las reservas se pongan en el mercado. ¿Cuál sería en ese caso el precio
del oro? Si ese metal no sirviese para nada, su precio sería cero. Pero el oro,
aparte de su valor atávico, tiene utilidad en determinadas industrias y esta
utilidad real crea una pequeña demanda real del mismo. Por lo tanto, debido a
esa demanda, su precio no llegaría a ser cero. Pero imagino que sería
inmensamente más bajo que el actual. Se oye decir que el bitcoin tiene un valor
en sí mismo, como lo tiene el oro, al estar su oferta limitada. Pero no me
parece adecuada esa comparación, ya que la utilidad del bitcoin, salvo en el
hipotético e improbable caso de que se llegue a convertir en una moneda con la
que pueda funcionar una economía, es exactamente igual a 0. En todo caso, me
parece que el oro es un activo absolutamente prescindible para los países que
lo poseen. Lo que me hace pensar que algún día lo sacarán al mercado. ¿Cuándo?
Ni idea. Las estructuras mentales tienen atavismos difíciles de cambiar y en la
mente humana el valor del oro es una de las cosas más atávicas que hay.
La enseñanza que se saca de esto
es doble. Primera, que toda moneda tiene detrás la confianza generada por la
economía que la sustenta. Segunda, que debe haber alguna relación “inteligente”[1] entre
esa riqueza y la cantidad de dinero. Y la clave está en la palabra “inteligente”.
En principio podría pensarse que esa relación “inteligente” podría ser la de
tener una cantidad de dinero que fuese siempre proporcional a la riqueza en que
se sustenta. Y si se toma el PIB como la capacidad de generar riqueza de una
economía, estaríamos hablando de que la masa monetaria fuese siempre
proporcional al PIB. Pero esta es una relación excesivamente simple y en la que
no hay mucha “inteligencia” –aunque más de la que hay en mantener la cantidad
de dinero constante–. Demasiado simple.
Pero, nos estamos desviando del
tema de estas líneas que es el de otras monedas virtuales. Vuelvo por tanto al
punto, pero creo que esta digresión nos va a ser de utilidad para el tema que
nos ocupa. No obstante, más adelante, retomaré el hilo de la creación de dinero
por los bancos centrales y su “inteligencia”.
Ya se han lanzado, con mayor o
menor éxito otras monedas virtuales que se basan en mayor o menor medida en algún
tipo de riqueza real. Y ocurre que el éxito de las monedas virtuales lanzadas
es tanto mayor cuanto más relacionadas están con una base de riqueza real.
Estas monedas se lanzan con lo que ha dado en llamarse una ICO, por las siglas
de Initial Coin Offer, que parafrasean a las IPO, Initial Public Offer de las
empresas que sacan sus acciones a cotizar en bolsa por primera vez. El valor de
las acciones de estas empresas están en relación con la capacidad de crear
riqueza de las mismas. Y lo mismo pasa con las nuevas coins. En esencia, una
ICO consiste en lo siguiente. Una entidad –puede ser una empresa existente, una
nueva, una persona física, etc.– que presta un servicio o genera un producto de
valor, emite, a cambio de monedas corrientes –euros o dólares– con las que monta
el servicio que ofrece, unas cosas que se llaman tokens. Estos tokens son
derechos que permiten a su poseedor utilizar en el futuro los servicios/productos
que ofrece la entidad emisora. Normalmente, para conseguir que alguien pague
por un token de, digamos, una comida en un restaurante, la emisora deberá
emitirlos con un descuento sobre su precio normal de la comida. El que recibe
los tokens a cambio de su dinero –insisto, euros o dólares u otra moneda
corriente–, puede usarlos cuando lo estime oportuno para comprar los servicios
de la emisora o, si no necesita comprar lo que le entidad emisora vende, puede
vender los tokens que compró a alguien que sí esté interesado en los
servicios/productos de la emisora. Los tokens, tras su emisión se compran y se
venden utilizando una moneda virtual. La más utilizada es una llamada Ethereum
que es el soporte de diferentes tokens procedentes de diferentes ICO’s. Si más
adelante, la entidad emisora ve que su producto/servicio tiene éxito y vende
muchos más productos/servicios, hace nuevas emisiones de tokens, tal y como una
empresa hace ampliaciones de capital cuando necesita invertir para incrementar
su producción. Como se puede ver, los tokens y, por tanto, la divisa virtual
que los sustentan, tienen una relación directa con una cantidad de
productos/servicios valiosos vendidos/prestados por la entidad. Es decir, están
soportados por algo valioso. La primera ICO tuvo lugar hace cuatro años. 2017
ha sido el año de su explosión. Hasta octubre se han llevado a cabo unos cientos
de ICO’s en el mundo, por valor de 5.500 millones de $ y una media de unos 11
millones de €. La mayor de ellas, Filecoin ha emitido por valor de algo más de
250 millones de $. Sirve para alquilar el uso de memoria en la nube o en un
ordenador particular. Pero sólo 5 han recaudado más de 100 millones de $ y sólo
el 54% han cerrado con éxito la oferta. En cada uno de los tres trimestres de
2017 el porcentaje de éxito ha ido en declive. Las modas nunca han sido buenas
consejeras. Pero nada impide que buenas ideas generadoras de riqueza sirvan
cada vez más de base para nuevas ICO’s o sucesivas ampliaciones de las
existentes y, con ello la aparición de nuevas monedas virtuales que compitan
con Ethereum para soportar los token de esas ICO’s. No es ni mucho menos
ciencia ficción, sino altamente probable, que empresas existentes, grandes o
pequeñas, lancen ICO’s en un futuro próximo. Es muy probable que en unos años
veamos a Repsol emitiendo tokens de gasolina o a McKinsey sacando tokens de
horas de consulta o a Pascual ofreciendo tokens de leche o yogur, o a
Telefónica tokemizando el servicio telefónico, o a la tienda de la esquina
ofreciendo sus productos. Y no sólo las empresas, también una persona física
podría hacer una ICO para sus horas de trabajo. Un profesor particular podría
tokemizar sus servicios. Podrán darse asociaciones de entidades para la emisión
de tokens de productos complementarios o que el descuento en los tokens que
emita una empresa los pague en parte otra. Por ejemplo, una gasolinera y un
restaurante que estén próximos pueden emitir tokens con la posibilidad de
comprar gasolina y una comida. O puede que el descuento en el token del el
restaurante lo pague la gasolinera porque sabe que eso le atraerá clientes, o
viceversa. También se pueden hacer contratos inteligentes. Por ejemplo, comprar
tokens de una línea aérea con un compromiso de descuento en función del retraso
que pueda tener el vuelo. La ventaja es que dado que, como veremos en otro
escrito, en el que hable de block chain, el contrato es público y el reembolso
se hace inmediatamente en la moneda virtual, todo se agiliza enormemente. Como
se ve, las posibilidades son inmensas y pueden ser enormemente positivas.
Pero, aclarado que es esto de los
ICO’s y de las otras monedas virtuales y su indudable utilidad para el futuro,
volvamos a pensar sobre los Bancos Centrales y su “inteligencia” en la creación
de dinero. En la actualidad, los Bancos Centrales tienen, en su respectiva
moneda, el monopolio de la creación de dinero. Y esta creación tiene una
peculiaridad que se traduce en una tentación: Crear dinero de la nada tiene un
coste cero. Ya se ha visto que la cantidad de dinero no puede mantenerse fija
mientras la economía crece. También se ha visto que tiene que crecer con una
relación “inteligente” con la cantidad de riqueza. Pero los Bancos Centrales no
crean el dinero directamente. Utilizan como intermediario al sistema bancario.
Este intermediario puede, mediante un mecanismo que no veremos aquí,
multiplicar por un factor variable la cantidad de dinero emitido por los Bancos
Centrales[2].
Debido a este efecto multiplicador los Bancos Centrales pueden influir en la
masa monetaria con intervenciones relativamente pequeñas. He dicho antes que el
dinero se crea a coste 0 y es cierto. Pero para crearlo los Bancos Centrales
tienen que invertir. Invertir no es gastar, por lo que el coste es realmente
cero. Pero sí supone un esfuerzo de inmovilización de una cierta cantidad de
dinero. Por eso a los Bancos Centrales les interesa que exista ese efecto
multiplicador. Ellos crean sólo lo que
se llama la base monetaria. Pero el sistema bancario multiplica esa base
monetaria por, digamos, 40. De esta forma, con una base monetaria –y un
esfuerzo inversor– de sólo 100 unidades monetarias, la cantidad de dinero sería
de 4.000 unidades. Si quieren crear 120 unidades más de masa monetaria, a los
Bancos centrales les basta con inyectar sólo 3 unidades de base monetaria. Si
debido a la actividad del sistema bancario el multiplicador crece, la masa
monetaria aumenta. Supongamos que tenemos esas 103 unidades de base monetaria y
el multiplicador aumenta a 42. La masa monetaria aumentaría a 4326 unidades,
cuando el objetivo es que hubiese los 4.120 anteriores. Al Banco Central le
bastaría con retirar 4,9 unidades de la base monetaria para restablecer el
equilibrio en los 4120 de masa monetaria. Y dado que los Bancos Centrales
tienen información de la masa monetaria en cada momento, tienen el control absoluto
de la cantidad total de dinero en la economía. Por lo tanto, si éstos quisieran
y supieran, mantendrían, con poco esfuerzo, una proporción inteligente entre
masa monetaria y riqueza medida en PIB. Una masa monetaria que mantuviese una
proporción constante con el PIB sería bastante aceptable, pero a menudo puede
ser bueno para la economía flexibilizar en cierta medida esta relación. O puede
que el PIB no sea el mejor indicador de la riqueza. Y en eso estriba la “inteligencia”.
Evidentemente, el patrón oro no mantenía una relación “inteligente” porque no
podía crecer, mientras la riqueza sí lo hacía, y exponencialmente. Fue esto lo
que desencadenó el que se empoderase a los Bancos Centrales para regular la
cantidad de dinero. Ahora bien, por una mezcla de incompetencia e intereses
políticos, los bancos centrales no saben y/o no quieren mantener esa relación
en términos “inteligentes”. Y, así, sus actuaciones crean ciclos económicos que
a menudo llevan a la aparición de burbujas que acaban en graves crisis. Y
cuando se entra en una crisis el multiplicador de la masa monetaria disminuye
rápida y drásticamente, lo que hace totalmente necesaria la inyección de grandes
cantidades de dinero por parte de los Bancos Centrales. Y con esto, se llegan a
ganar un aura de salvadores de la economía. Y así aureoleados, se les otorga el
derecho a hacer lo que quieran con la creación de dinero. Y, sin embargo, con
su necesaria intervención no hacen sino curar una herida que ellos mismos han
causado previamente. Y así se cierra el círculo vicioso. Con su aureola, una
vez fuera de la crisis, pero arrastrando graves desequilibrios, nuevos motivos
políticos llevan a políticas monetarias difícilmente justificables que crean
nuevas burbujas, que originan nuevas crisis, que obligan de nuevo a los Bancos
Centrales a intervenir expansivamente, para repetir otra vez el ciclo. Cuando
en Junio del 2012, Mario Draghi, Presidente del Banco Central Europeo, dijo en
una rueda de prensa que haría “todo lo que haya que hacer y, créanme, será
suficiente” para salvar el Euro, efectivamente, lo salvó y es venerado por
ello. Lo que no se dice tanto es que la mayor responsabilidad de la burbuja
inmobiliaria que nos llevó a la crisis, recae sobre el BCE. Y aunque él no
estuviese en su presidencia en ese momento la institución es más que las
personas. Pero ahora, bajo la égida de Draghi, se está creando una cantidad de
dinero realmente desorbitante que es muy posible que vuelva a crear otra
burbuja de algún tipo de activo, que traerá otra crisis que… La anómala
situación de interesas negativos es algo antinatural que no presagia nada bueno
¡Qué horror! ¡Que alguien pare la máquina! Por eso, mucha gente aplaude al
bitcoin porque la creación de esta moneda virtual sigue una pauta
predeterminada que la lleva a acercarse asintóticamente a los 21 millones de
bitcoins, sin posibilidad de crear más. Pero el hecho de que los Bancos Centrales
no mantengan una relación “inteligente” entre dinero y riqueza, no quiere decir
que la norma de creación de bitcoins lo sea, como algunas personas afirman. De
hecho, es de un simplismo inaceptable. Por tanto, si un día el bitcoin llegase
a ser la base del sistema monetario, las consecuencias serían terribles. Pero
ésta es su única posibilidad de que sea sostenible. Por lo tanto, si no sirve
como medio de pago ni como representación de la riqueza y si, además, no tiene
ninguna utilidad, como puede tener el oro aunque deje de mantenerse en las
bóvedas de Fort Knox, su futuro es más bien negro. Pero este no es el caso de
otras monedas virtuales, como se ha visto al hablar de las ICO’s y el Ethereum.
Éstas se creaban para sustentar tokens que representaban riqueza real. Pero
tampoco esta relación se puede considerar inteligente. Es también demasiado
simple.
Y aquí es donde entra la
inteligencia artificial (IA) y el Big Data. Los sistemas de IA pueden llegar a aprender
autónomamente del inmenso caudal de datos que se generan cada instante en la
economía. Ningún ser ni institución humanos pueden abarcar, analizar y sacar
conclusiones, de esa avalancha inimaginable de datos. Pero es muy posible que
la IA sí pueda y se lleguen a crear reglas realmente “inteligentes” y libres de
intereses políticos que regulen “inteligentemente” la relación entre riqueza –empezando por buscar el mejor parámetro para
definir la riqueza– y masa monetaria. Mientras este momento llega, no sería una
mala solución establecer una relación constante entre masa monetaria y PIB con
una limitada capacidad de actuación excepcional y justificada de los Bancos Centrales.
Antes de poner punto final al
objetivo de estas páginas querría plantear una pregunta. Y tras responderla,
ver las monedas virtuales aceptables desde otra óptica. La pregunta: ¿Sería
deseable, si se encontrase esta relación verdaderamente “inteligente” entre
masa monetaria y riqueza, que hubiese una única moneda mundial? La respuesta es
un rotundo no. Ya he dicho, al hablar de la época en la que se pretendió que
todas las divisas mantuviesen un tipo de cambio constante con el dólar, que
esto condenaba a los países que no eran competitivos a quedarse fuera del
comercio internacional y, por tanto, a la pobreza. Tiene algo de bondad que cada país o zona económica pueda modificar la
paridad de su moneda para ser capaz de mantenerse en el comercio mundial. Digo
que tiene algo de bondad, pero como
casi todo en esta vida, esto también tiene su cara y su cruz. Porque la
posibilidad de devaluar su moneda por parte de un país que no es competitivo es
una droga muy peligrosa. ¿Para qué se va a esforzar en ser competitivo si le
basta con devaluar su moneda cuando ve que no puede mantenerse en el comercio
mundial? Y esa droga, que da un respiro momentáneo, es mortal de necesidad en
el largo plazo. Una cierta rigidez en el mantenimiento del tipo de cambio
supone la obligación del país que no es competitivo de esforzarse por recuperar
su competitividad. Y este es siempre un esfuerzo doloroso. Si vuelvo la vista
atrás y comparo el valor que la peseta mantenía con las otras divisas
importantes en mis tiempos jóvenes con la que tenía cuando llegó el Euro,
nuestra moneda se había depreciado de una manera escandalosa frente a cualquier
divisa del mundo desarrollado que se considere. Al entrar en el Euro, nos hemos
visto obligados a hacer un tremendo esfuerzo para no perder competitividad o,
incluso, para recuperarla, porque el recurso a la devaluación ya no existía. Y
creo que eso ha sido bueno, aunque doloroso, para España. Así pues, no es ni
remotamente deseable una única moneda mundial. Entonces, ¿podría ser que una
amplia diversidad de monedas virtuales acabase por sustituir a la variedad de
divisas de cada país o zona económica? Tampoco lo veo posible. Porque las
monedas nacionales y las virtuales cortan la tarta en distintas direcciones.
Las monedas virtuales son, por su naturaleza, globales. Pero si se desarrollan
como se ha visto, por tipos de riqueza, separan sectores económicos. En cambio
las monedas nacionales cortan la tarta con criterios geográficos, englobando
toda la economía de cada país o región. Es decir, ambos tipos de monedas forman
una estructura matricial. ¿Tendrá esto algún efecto positivo en la economía? Me
siento absolutamente incapaz de decir una sola palabra al respecto. De forma
que, sobre lo que no se puede hablar, hay que callar. Paro como soy incapaz de
callarme, ni siquiera debajo del agua, anticipo mi creencia que sí puede salir
algo bueno de esta interrelación.
Con esto doy por terminada esta
reflexión sobre otras monedas virtuales distintas del bitcoin. En un próximo
escrito hablaré de la tecnología que soporta a todas las monedas virtuales y a
otras muchas cosas que van a revolucionar, creo que para bien, la forma que tome
la economía mundial en el futuro.
[1] Pongo
entre comillas la palabra “inteligente” porque no se refiere a la inteligencia
que puedan tener los que decidan esta relación, sino que la relación entre
cantidad de dinero y riqueza debe tener unas reglas que permitan anticipar
eficientemente y sin crear burbujas desviaciones en la buena marcha de la
economía.
[2] Este
mecanismo se conoce con el nombre de reserva fraccionaria. Hay quien dice que
esto de la reserva fraccionaria es una inmoralidad y que supone una licencia
para robar de los bancos privados. Ciertamente la banca apenas podría ganar
dinero sin la reserva fraccionaria. Tiene que obtener depósitos, con un coste
de obtención, y prestar parte de esos depósitos a un precio mayor. Pero esto no
es ni mucho menos una licencia para robar. Toda empresa, del tipo que sea,
compra con un coste unas materias primas, las transforma, también con un coste,
y las vende a un precio mayor que el coste. Si los precios de compra de las
materias primas y de ventas de los productos están determinados por el mercado
de libre competencia, no hay nada que objetar. Eso es lo que hace la banca.
Para ella, los depósitos sin la materia prima con la que trabaja y tienen un
coste, al tiempo que el interés al que puede prestar está también sometido a la
competencia.
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