16 de febrero de 2021

La oración de todas las cosas 15. Traerán un libro escrito

 XV. LIBER SCRIPTUS PROFERETUR

 Traerán un libro escrito

Pierre Charles S.J.

Podemos encontrarte en tus obras, porque eres su autor y ellas hablan de Ti; pero, Señor, ¿cómo llegaremos a pensar santamente de nuestras grandes obras? Un estampido de trueno viene directamente de Ti y San Juan ha puesto toda una orquesta de truenos en su Apocalipsis; pero un puntapié o un puñetazo provienen sólo de nosotros, y nuestras obras sólo relatan nuestras debilidades, nuestras necedades, nuestros esfuerzos frágiles y nuestras esperanzas decepcionadas... 

Y con todo, hallo cosas enteramente humanas que Tú has asociado a tu sabiduría más alta y que por el contacto se han vuelto tan santas que profanarlas es como un sacrilegio. Pensaba esto esta mañana al tomar el tema de meditación, no de un libro, sino el mismo libro como objeto de meditación, un libro que ni es necesario abrir; del que se puede ignorar la lengua; un libro que es justamente un libro, y nada más.

Los hombres escriben, Señor. Tú escribiste un día sobre la arena, pero nunca hemos sabido lo que querían decir los caracteres que tu dedo trazó, y nuestros exegetas han hecho sobre este punto doctas conjeturas. Existían también las famosas tablas de piedra, sobre las cuales el dedo de Dios había escrito los mandamientos en el Sinaí, pero Moisés, encolerizado, las rompió. El libro ha quedado, pues, bien humano. Conozco los libros: desde el manual donde aprendimos a leer hasta los de las bibliotecas llenas hasta crujir: los códices manuscritos, los impresos, los libros en pergamino, o en hojas de palma, o en láminas de metal; los libros raros que los bibliófilos se disputan en subastas, y aquellos libros cualesquiera que nos daban solemnemente en las antiguas distribuciones de premios; los libros de oraciones, y los códigos, y los misales, y los antifonarios, y los diccionarios de bolsillo y las guías turísticas... He pasado años enteros entre libros; no han dejado de rodearme. Y tal vez los he mirado solamente con ojos paganos.

Porque fue un libro lo que te pusieron en las manos en la sinagoga de Nazaret, y la palabra misma “Biblia” significa un libro, y hablamos de los Libros Sagrados, y del libro de los predestinados, y del libro escrito que lo contiene todo y que servirá para el juicio: liber scriptus proferetur, y antaño, en tiempo de las persecuciones romanas, se llamaba traditores, los traidores, a los cristianos que habían entregado los libros sagrados. El Espíritu Santo inspiró a todos estos autores de libros en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Los profetas escribieron lo que Tú querías decir. Existe el libro del Apocalipsis, cerrado con siete sellos y que nadie, fuera del Cordero inmolado, podía abrir; y hasta existe el libro que el profeta se comió y que le dejaba en el fondo del estómago un terrible regusto de amargura.

No; un libro no puede ser para mí una cosa fútil y cualquiera, después que Tú te interesaste tan de cerca por esta invención humana. Sé bien que se ha abusado escandalosamente de él, como de todo; y que hay libros en el Índice y muchos que no están, pero que una mano decente rehusa abrir. Pero no porque los hombres hayan manchado las cosas santas deben éstas ser menos queridas; y puesto que Tú me has visitado con tanta frecuencia por las páginas de un libro, me pondré sin duda de acuerdo con tu Espíritu tomando esta mañana, con respeto, un volumen cualquiera entre mis dos manos. Desde luego, Te demostraré mi gratitud por todo lo que me han enseñado los libros, desde los “catones” de la escuela primaria hasta las confesiones de San Agustín y la Suma de Santo Tomás, y el breviario y el misal de todas las mañanas. Compañeros discretos de las horas de estudio, cuando la noche ha hecho el silencio en torno mío y ellos continúan hablándome; otros los han compuesto laboriosamente para mí; han puesto en ellos el trabajo de toda su vida, el resultado de sus búsquedas, el eco de sus padecimientos, de sus pasiones; sus hallazgos magníficos o minúsculos. Y yo entro en todo este patrimonio como si fuera mío. Basta que deje correr los ojos a lo largo de las líneas; a pesar de los siglos y de las distancias, todos estos desconocidos me dan allí cita. Si sólo dispusiera de la memoria y de los recuerdos confusos de los viejos, ¿sería yo algo más que un iletrado que iría a tientas? Por encima de la muerte, los libros han hecho a tantos difuntos mis contemporáneos[1]; sin fatiga encuentro su pensamiento y sus palabras con sólo abrir sobre mi mesa un librito lleno de vocablos. Privilegiado de tu Providencia, apenas pienso que, porque sé leer, tengo a mi disposición un poder inmenso que millones de mis semejantes tienen el derecho de envidiarme, y que soy deudor de este talento al maestro que distribuye soberanamente estos favores. Antes se llamaba a la imprenta ars divina. Un arte divino. Hasta un momento se creyó que sería suficiente para convertir el mundo y relevando a los predicadores de la fe, iba a llevar sin ruido y sin esfuerzo la verdad que salva a todos los espíritus. Fue necesario rebatir muchas de estas quimeras infantiles, y los tipógrafos no han reemplazado todavía a los apóstoles. Pero no quiero que un libro se quede como una cosa profana. Estás demasiado íntimamente mezclado a él para que yo lo mire solamente con ojos sin luz. Tu Espíritu nos habla todavía en las páginas de la Escritura, y como la voz que cae de los campanarios hace pensar en la Iglesia, como los perfumes de incienso recuerdan las liturgias, conviene que la vista de un simple libro, ordinario, me acerque a Ti. Antes se juraba con la mano sobre el Evangelio; no sabríamos gran cosa de tu venida si unos escribas pacientes no hubieran consignado sus recuerdos en los libros del Nuevo Testamento, y escrutando las escrituras, los primeros convertidos de los que nos hablan los Hechos Te entreveían como el cumplimiento de la antigua promesa. Cada vez que abra un libro, quiero, Señor, que lo leamos juntos.


[1] Esto me recuerda a un soneto de Quevedo cuyos dos primeros cuartetos dicen:

Retirado en la paz de estos desiertos

con pocos pero doctos libros juntos

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.

 

Si no siempre entendidos, siempre atentos

enmiendan o secundan mis asuntos

y en músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos.

 Parafraseando este último verso, puse el título a uno de mis libros: “Al sueño de la muerte hablo despierto”: Son 37 cartas, precedidas de un prefacio y una despedida, a muchas más personas que, de una manera muy personal, llamo “poetas", aunque no lo sean estrictamente hablando y para algunos de ellos ese apelativo pueda ser muy chocante. Pero lo son para mí porque me han abierto los ojos a ver el mundo con poesía, aunque en algunos casos sea por antítesis y lo sea a través de la pintura o la escultura, las matemáticas, la ciencia o la santidad. Se las dirijo a personas tan diversas como, por ejemplo, Einstein, Darwin, Gödel, Oscar Wilde, Sartre, Tintoretto, Wagner o Edith Stein. A todos, aunque a algunos me cueste, les escribo al Paraíso, esperando poder encontrarlos allí y conversar con ellos cuando muera, porque la misericordia de Dios nos haya llevado allí, tanto a ellos como a mí.

Os recomiendo su lectura. Está editado por la Biblioteca de Autores Cristianos.

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