27 de febrero de 2021

Mi misión en la vida

Confieso abiertamente que el envío de hoy responde a una imperiosa necesidad de autojustificación. ¿Autojustificarme de qué? De hablaros tanto del capitalismo. Hasta el punto, que hay quien me dice que lo estoy “divinizando”. Pero lo que me obliga a esta justificación no es esta última “imputación”, sino mi acendrado sentido de intentar evitar ser excesivamente pesado. Como dice el aforismo latino, “excusatio non petita, accusatio menifesta”. Así que, sí, me acuso de ser demasiado coñazo, hasta el punto de preguntarme si merecen la pena estos envíos. En fin, ahí voy con mi excusatio.

El psiquiatra judío Viktor Frankle, superviviente de los campos de exterminio nazis, llevó a cabo, tras el holocausto, un análisis de lo que hacía que los judíos de los campos tuviesen más probabilidades de supervivencia. Llegó a la conclusión de que el tener un sentido de misión para su vida era, de lejos, el factor con mayor incidencia. Y me parece muy acertado. Tener un sentido de misión para la vida es una inmensa ayuda, no sólo para sobrevivir en los campos nazis, sino para vivir una vida plena en el siglo XXI. Por eso, en estas líneas voy a hacer un ejercicio de introspección y preguntarme por el sentido y la misión de mi vida, ya que me siento incapaz de responder a la pregunta sobre el sentido de la vida. Y aún restringiendo mi introspección a mi propia persona, la pregunta tiene miga. Una vez leí, no sé dónde, la siguiente frase: Las abejas creen que su misión en la vida es hacer miel. Están equivocadas, su misión en la vida es polinizar mientras hacen miel”. Así es. Si las abejas dejasen de hacer miel, la humanidad se vería privada de ese jarabe dulzón y poco más pasaría. Pero si dejasen de polinizar, sería una catástrofe ecológica tremenda. ¿Quién sabe si lo que yo pueda considerar mi misión en la vida no es tan sólo como la miel para las abejas? Pero, en cualquier caso, las abejas no polinizarían si no hiciesen miel. 

Afortunadamente para mí, creo que tengo varias misiones en mi vida. Por ejemplo, vivificar mi fe y la de otros en un Dios que tiene un plan bueno para el cosmos, para la humanidad, para la historia, para todos los hombres y para mí. O contribuir al bienestar, la cohesión y la paz en mi familia. O transmitir a otras generaciones mis conocimientos y, sobre todo, la poca sabiduría que pueda haber reunido en mis setenta años de vida. Me gustaría ser capaz de contribuir a una misión que se pareciese a la que Adolf Reinach[1] veía para sí mismo:

“Las primeras semanas fueron terribles –se refiere a la guerra del 14–; después, la paz de Dios vino a mí, y ahora todo está bien. […]. Mi plan está claro ante mis ojos; naturalmente, es muy modesto. Me gustaría empezar desde la experiencia interior de Dios, la experiencia de sentirse refugiado en Él. […] Naturalmente, una exposición como esta no tiene nada que ofrecer al que vive a la vista de Dios. Pero puede sostener al que vacila, al que permite que las objeciones le confundan, y puede impulsar hacia delante a aquél al que estas objeciones le han apartado de encaminarse hacia Dios. Hacer una obra semejante con humildad es muy importante, mucho más importante que combatir en esta guerra. Porque, ¿qué fin tiene este horror –de nuevo se refiere a la guerra del 14– si no conduce a los hombres más cerca de Dios?”

O, la misma idea, expresada con otras palabras magníficas por otras personas:La gran misión que tenemos en la vida es abrir espacios en el mundo de los hombres al Dios de la verdad, que es el Dios de la luz, de la bondad y de la belleza. Ampliar el Reino de Dios con cada acción nuestra, grande o minúscula, realizada en la verdad”[2]

Efectivamente, ¡ya quisiera yo poder adherirme con humildad a este “modesto” plan de Reinach o a la misión enunciada por Guardini y López Quintás! Pero son las cosas inalcanzables las que pueden dar un sentido perdurable a la misión. Una misión así puede hacer llevadera la vida incluso en un campo de concentración y encontrar sentido hasta en una guerra. ¡Cuánto más en una vida corriente! Además, creo que está en la mano de cualquier ser humano, con independencia de su situación personal –que seguro que es mejor que la de un judío en Mathausen o un combatiente de la guerra del 14–, el intentar desarrollar este sentido de la vida, porque el amor y la paz de Dios están ahí para todo aquel que las busque y se quiera acoger a ellos. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con sentirse imbuido de una misión, porque Sin el Espíritu Santo […] la misión es mera propaganda […]. Con Él, […] la misión es Pentecostés”. Habré de tener cuidado, por tanto, en no caer en el error de creer que la misión que pueda tener es sólo mía y sea, por tanto, mera propaganda.

Los que leéis mis envíos sabéis que intento, humildemente, aunque no sé con qué fortuna, abrir espacios en el mundo de los hombres al Dios de la verdad, que es el Dios de la luz, de la bondad y de la belleza. Ampliar el Reino de Dios con cada acción nuestra, grande o minúscula, realizada en la verdad. Pero seguramente también habréis notado que también intento abrir espacios a la defensa de la verdad del capitalismo. Puede parecer, y lo entiendo, porque la hay, que hay una inmensa desproporción entre la verdad de Dios y la del capitalismo. Por eso, como os he dicho más arriba, más de una persona me ha dicho que estoy divinizando el capitalismo. Sin embargo, creo que esta “imputación” no es cierta. Lo que sí es cierto es que estoy convencido de que el capitalismo es la herramienta, nacida de la naturaleza humana, creada a su vez por Dios, aunque luego haya caído, para llevar a cabo el “dadles vosotros de comer” que dijo Cristo justo antes del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Y hacerlo respetando al mismo tiempo el pastoreo de la naturaleza que Dios encarga al hombre en el Génesis. Los que me leéis, también os sonará que muchas veces he dicho que me gusta la interpretación que un buen amigo mío, biblista y poliglota de lenguas antiguas, hace del texto en el que Dios manda al hombre: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” traduciendo, según él mejor, por pastoreadla en vez de sometedla. Dar de comer es algo, lo sé, muy prosaico, ya que no sólo de pan vive el hombre. Pero es, no obstante, imprescindible, aunque no suficiente. Aunque también puede ocurrir que como se dicen Babieca y Rocinante en un soneto dialogado del Quijote, el no comer, lleve a la metafísica.

B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.

 

B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja,
¿queréislo ver?, miradlo enamorado.

 

B. ¿Es necedad amar?
R.                                 No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis.
R.                              Es que no como.
B. Quejaos del escudero.
R.                                      No es bastante.

¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?

Pero me pegunto si la metafísica a la que lleva el hambre será buena metafísica. Y creo que no.

Volvamos al tema: Cristo sabía que, sin pan, las multitudes desfallecerían por el camino. Por eso les dio de comer como un símbolo: “dadles vosotros de comer”. Y sólo el capitalismo es capaz de dar de comer a miles de millones de personas pastoreando la tierra. Porque sólo la tecnología hará posible creced, multiplicaos, dadles de comer a todos y no esquilméis los recursos de la tierra. Por último, también es posible que recordéis un escrito mío de hace unos años que se llamaba “La doctrina de las dos redes”. Por supuesto, ser pescador de hombres y ayudar a llenar la red de la salvación de peces, la Iglesia, es inmensamente más importante que enseñarles a pescar para que puedan comer. Pero esto segundo es absolutamente necesario. Así que no, no deifico al capitalismo, lo quiero situar, frente a lo injustos ataques que sufre de tantos y tan variados frentes, en el sitio en el que le corresponde. Como el sistema creado por la naturaleza de las causas segundas de Dios, que somos los seres humanos, para sacar a la humanidad de la pobreza y llevarla a la prosperidad. Y no me duelen los ataques que vienen de los populistas/comunistas. Al revés, volviendo a citar, esta vez erróneamente, el Quijote: “Ladran Sancho, luego cabalgamos”[3], los ladridos de la extrema izquierda no hacen más que reafirmarme en que defiendo lo correcto. Lo que me produce una especie de indignación –no me atrevería a decir “santa ira”– es el injusto y visceral rechazo al capitalismo por parte de mucha gente inteligente, católica, aplaudida por la izquierda populista. Y lo que me apena es la responsabilidad que la Doctrina Social de la Iglesia tiene en esto. Añoro la equilibrada y clarividente doctrina social de la Escuela de Salamanca. No voy a dedicar ni una línea a por qué creo que este rechazo es injusto. Ya he escrito mucho sobre ello. Pero sí quiero aclarar que pienso seguir intentando cumplir, humildemente, mi misión de abrir espacios en el mundo de los hombres al Dios de la verdad, que es el Dios de la luz, de la bondad y de la belleza. Ampliar el Reino de Dios con cada acción nuestra, grande o minúscula, realizada en la verdad. Y, junto con ésta, que posiblemente sea la polinización, seguir haciendo miel que ayude a que la red del “dadles vosotros de comer” sea comprendida por la mayor cantidad de gente posible –comunistas excluidos–. Porque las abejas, para polinizar, tienen que hacer miel. Espero, además añadir a mi misión la de contribuir al bienestar, la cohesión y la paz en mi familia. Y a la de transmitir mis conocimientos y mis pobres migajas de sabiduría a otras generaciones. Creo que esta parte de la misión es también polinizar. Y espero, para todas ellas, mieles y pólenes, contar con la ayuda del Espíritu Santo para que mi misión sea Pentecostés en vez de mera propaganda. Y sí, aunque me sigan “imputando” divinizar el capitalismo, también la defensa del capitalismo puede ser Pentecostés si se hace desde el Espíritu Santo. Y yo, cada día, le pido a esta Tercera Persona de la Trinidad que purifique mis juicios sobre tantas cosas que intento entender, incluido el capitalismo. Y creo que me lo concede: “¿Acaso alguno de vosotros, cuando un hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O cuando le pide un pescado le da un escorpión? Pues, si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará el Espíritu Santo a quien se lo pida” (Cfr Lucas 11, 11-13).

Así es que, para terminar con esta apología “pro vita mea”, diré que espero seguir dándoos el coñazo con mis envíos, de polen y de miel, ayudado por el Espíritu Santo, sin dejarme caer en el desánimo. Creo que es una parte de mi misión. Y, como siempre he dicho, tenéis a vuestra disposición el botón de “enviar a la papelera de reciclaje” para el que crea que soy demasiado coñazo con uno u otro tema.



[1] Adolf Reinach fue un filósofo alemán, discípulo de Husserl y maestro inmediato de Edith Stein. Esta es una frase citada por la propia Edith Stein en su autobiografía, “Estrellas amarillas”. Reinach tuvo una experiencia de conversión al principio de la guerra. Poco después murió en el frente de batalla. No pudo, pues, ni tan siquiera empezar su obra. Pero sembró en Edith Stein semillas que seguramente dieron más fruto que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho en la vida. Tal vez esta fue su polinización.

[2] Leída en “Cuatro filósofos en busca de Dios” de Alfonso López Quintás, parafraseada de Romano Guardini y parafraseada a mi vez por mí.

[3] Esta cita, de forma casi sin excepción, atribuida al Quijote, no aparece en ningún sitio de esa obra, ni en su primera ni en su segunda parte. Parece que fue Goethe el que en un poema suyo de 1808, uso una expresión de la que pudiera derivarse la frase:

En busca de fortuna y de  placeres

Más siempre atrás nos  ladran,
Ladran con fuerza…
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Sólo son señal de que cabalgamos.

 Parece ser que fue Ruben Darío el que la acuñó, metiendo de su cosecha el nombre de Sancho en la misma y dando lugar para siempre a la falsa atribución a Don Quijote.

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