23 de febrero de 2021

La oración de todas las cosas 16. Sobre un borrico

 XVI. SUPER PULLUM ASINAE

Sobre un borrico

Pierre Charles S.J.

Los hombres son bien desconcertantes. Temen la crueldad y la ennoblecen. Desean que se les sirva y menosprecian lo que sencillamente es útil. El león no fue jamás un bienhechor de la humanidad. Es peligroso tener tal fiera como vecino. Jamás se ha logrado sujetarlo a un yugo ni hacerle tirar de un arado pero ¡cómo le han glorificado los hombres! Le han hecho rey. Le han puesto en los escudos nacionales. Sí, aun países muy tranquilos, donde no se habían visto leones vivos más que en los circos forasteros o en los parques zoológicos, lo han tomado por emblema. Está en sus armas. De oro, de sable o de gules, angulado y bordado, la pata amenazante presta al salto. El leopardo también es heráldico. Puede blasonar a su gusto, nadie se ríe de él. ¡Y el águila! Sí, hablemos del águila. En el fondo es un rapaz dañino y los recentales saben algo de eso. Tiene el pico encorvado y la voz ronca. Pero ¡qué aristócrata! Desde las águilas romanas y las águilas de Sacro Imperio, y las águilas napoleónicas y el cóndor de los Andes. Puede decirse de alguien que es un águila, un león, hasta un tigre. Son elogios y los que los reciben se ensanchan. ¡El águila de Meaux suena muy distintamente que este pequeño nombre, un poco giboso, de Bossuet! El león, el águila son dominadores. En seguida les hemos dado pergaminos y bellos títulos, pero el corral y el establo, donde los animales han aceptado nuestra ley y nos prestan los servicios que exigimos de ellos, son plebeyos y pedestres. Allí no hay más que esclavos, y para ellos el vocabulario se ha hecho desdeñoso. Perro, ternero, pato, oca, cerdo, son injurias. Y el burro sobre todo; el burro, que jamás ha devorado ni destripado a nadie; que ha llevado todas las cargas sobre su lomo peludo; que se ha limitado a rebuznar alguna vez su hambre, su fatiga o su desgracia; el burro, desde las orejas hasta su coz lo hemos encontrado ridículo. Todas las tonterías se llaman burradas.

Y para tu entrada triunfal en Jerusalén, Tú, Señor, por expreso mandato, te hiciste traer un asno por vuestros discípulos. Yo bien sé lo que los sabios nos explican, y que el burro era en Oriente una montura real. Añaden, además, que era el símbolo de una visita pacífica en contraste con los carros y los caballos de guerra. Pero me atrevo a pensar que, por encima o por debajo de esta arqueología, hay en este asno una lección que vale para todas las épocas, y que Tú, Señor, pensabas tanto en nosotros como en tus contemporáneos al montarlo. Pensabas en nosotros, los desdeñosos; en nosotros, los herederos de esta sabiduría miope que nos hace creer que el servicio y la servidumbre son casi idénticos, y que la grandeza consiste en hacerse temer. Tú has querido, sin duda, transportar la nobleza de las fieras a las bestias de carga, y como en el día de tu Nacimiento, llenar de esplendor divino los establos. Tú has asociado un asno a la historia de Dios; y es él el que te llevó sobre sus cuatro patas a través de las calles estrechas de Jerusalén.

Se necesitará todavía bastante tiempo para que este Evangelio, anunciado al mundo entero, rompa la obtusa caparazón de nuestros prejuicios; para que lleguemos a comprender que la nobleza no es el poder, sino el servicio; que la grandeza consiste en ser útil, y que si es necesario establecer jerarquías en las dignidades, los que ayudan modestamente, de todo corazón, tienen el derecho de ser colocados muy altos. Nos imaginamos con demasiada facilidad que remover las ideas es más glorioso que llenar biberones. Las baterías de campaña que escupen la muerte a dos o tres leguas, nos parecen soberbias; pero las baterías de cocina no merecen los honores de conversaciones refinadas. Marmitas, cazos, graseras; abandonamos todo esto a los malos cocineros y a los pinches de los sótanos... los conquistadores que destruyen han entrado gloriosamente en la historia, donde los constructores anónimos no han tenido cabida.

Este asno, sobre el cual los Apóstoles echaron sus vestidos a manera de albarda, podría enseñarme muchas cosas que los más sabios profesores jamás me enseñaron. En el fondo, tampoco era obligación suya. Distribuían sus conocimientos; pero la vida no se reduce a una doctrina. Es una manera de ser y de obrar; y esto es peculiar de cada uno de nosotros. Conviene encontrar el secreto de lo real antes de intentar comprender nuestro pensamiento. Yo quisiera poder estimar con ternura a todos los que se entregan oscuramente, y que, sin ruidosas pretensiones, pasan haciendo el bien en silencio. Hoy se ha puesto de moda recompensar oficialmente el servicio, como si fuera una cosa extraordinaria. ¿No sería más discreto, Señor, considerarlo como una cosa muy normal y que no tiene necesidad de ser subrayado ni llevado en andas? La turba de Jerusalén te hizo una ovación cuando pasaste en tu asno; pero el día de la prueba todo este entusiasmo se había evaporado. Cada cosa debe conservarse en un medio acorde con su naturaleza; y el humilde servicio prestado no debe ser instalado en butacas de lujo ni puesto ante el objetivo.

Enséñame la verdadera grandeza. Me imagino siempre que es invasora; que toma los sitos preferentes y que reclama las miradas. Creo tontamente que los santos canonizados son más santos que los otros y que en el anonimato sólo hay lugar para las insignificancias. Pero tus medidas son bien distintas. Tu pensamiento divino ha reparado en un asno y Tú hiciste decir a su propietario que teníais necesidad de él –opus habet. Este pobre asno no ha dejado siquiera reliquia. ¿No podría yo consolarme de ser como él, bastante gris y sin relieve, porque también de mí tienes necesidad para tu obra? Cuando el descorazonamiento me abruma; cuando arrastro detrás de mí esta idea pesada de que, no teniendo mucho valor, no podré nunca hacer nada que valga; cuando el demonio mismo me predique la humildad caída y me diga que no vale la pena desear y que basta resignarse; cuando yo no proporcione mis pagos a mis deberes y rehuse hacerme crédito; ¿no debería desechar con un gesto todos estos consejeros de derrota, todos estos pensamientos de capitulación, y acordarme que hay un medio de prestar servicio hasta la muerte, y que él es el resumen de la Ley y de los Profetas? No hay necesidad de caracolear, ni de atacar, brida al cuello. No se organizan brillantes concursos hípicos para asnos. No es su oficio desplegarse en escuadrón ni trotar en brillantes cortejos. Ellos van a su paso, metódico y seguro; no tropiezan aun cuando el camino es pedregoso, la pendiente empinada y el abismo muy cercano. Marchan, llevan cargas, sin pedir que se les cumplimenten y como si fuera la cosa más natural del mundo; y alguna vez también, como la burra de Balaán, son mucho más astutos que nosotros.

***

El episodio bíblico de la burra de Balaán puede leerse en el Libro de los Números a lo largo de los capítulos 22, 23 y 24 completos.

 Balaán era un profeta del pueblo de los amavitas, que vivían junto al río Eúfrates. Parece que era un profeta con el poder de maldecir y de bendecir, y que sus maldiciones y bendiciones se cumplían siempre. Cuando éxodo de Israel, cuarenta años vagando por  el desierto, se acercaba a su final e Israel se aproximaba a la Tierra Prometida, tenía que atravesar el país de Moab, enemigo acérrimo de Israel. El rey de los moabitas, Balac, envió emisarios a Petor, el pueblo donde vivía el profeta Balaán para pedirle, pagándole una fuerte suma y le pidieron que maldijese al pueblo de Israel para poder así vencerle en combate. El profeta les dijo que pasasen la noche en su casa en espera de lo que el Señor le dijese que tenía que hacer. Esa noche, Dios habló en sueños a Balaán diciéndole que de ninguna manera se fuese con ellos a maldecir a Israel, porque eran benditos del Señor. Balaán, obediente a los deseos de Dios, se negó a ir con los emisarios de Balac. Cuando estos volvieron llevando a su rey la negativa del profeta, aquél le mandó nuevos mensajeros, de mayor rango que los anteriores, para decirle a Balaán que si iba a maldecir a Israel, le colmaría de honores y le daría un importante cargo en su reino. Éste les respondió:

 -        Aunque Balac me diera su palacio lleno de plata y oro, yo no podría desobedecer las órdenes del Señor, mi Dios en forma alguna, pero quedaos aquí esta noche para ver lo que me dice el Señor.

 Esa noche, el Señor volvió a hablar en sueños a Balaán diciéndole:

 -        Ya que esos hombres han venido a llamarte, levántate y ve con ellos, pero haz únicamente lo que yo te diga.

 Así, a la mañana siguiente, Balaán aparejó su burra y partió hacia Moab. Pero su disposición a hacer lo que el Señor le mandase no debía ser muy, porque a Dios le desagradó su partida, a pesar de habérsela ordenado él mismo. Entonces, para evitar que fuese a Moab para desobedecer al Señor, Dios puso en su camino a su ángel para que le impidiese el paso. Al ver la burra al ángel del Señor, espada flamígera en mano, cerrándole el paso, se salió del camino para pasar dando un rodeo. Balaán, que no había visto al ángel, golpeaba a la burra para que volviese al camino. El ángel se situó entonces en otro punto del recorrido en el que el camino transitaba entre dos farallones de piedra. La burra pasó pegándose a una de las paredes y, al hacerlo, retorció el pie de Balaán que apaleó despiadadamente a su burra. Por tercera vez se interpuso el ángel, esta vez en un punto tan estrecho, entre los farallones que la burra no podía pasar de ningún modo. Entonce el animal se tumbó, con Balaán encima, propinándole una brutal paliza. Entonces la burra, habló a Balaán dicéndole:

 -        Qué te he hecho para que me apalees por tercera vez.

 Balaán estaba tan ciego de ira que, en vez de quedar maravillado por el prodigio de que su burra le hablase, le contestó furioso:

 -        Te burlas de mí. Si tuviera a mano una espada, ahora mismo te mataba.

Y la burra continuó la conversación queriendo hacer entrar en razón a su amo.

-        ¿No soy yo tu burra, que te he servido siempre de cabalgadura hasta hoy? ¿Te he hecho yo alguna vez algo semejante?

 A lo que Balaán respondió, sin todavía darse cuenta del prodigio del animal hablante:

 -        No

Entonces Dios abrió los ojos de Balaán que, al ver al ángel terrible, con la espada de fuego en la mano, cayó rostro a tierra, al tiempo que el mensajero le decía con furia:

-        ¿Por qué has pegado a tu burra por tres veces? Era yo quien te cerraba el paso, pues tu viaje no es de mi agrado. L burra me ha visto y por tres veces se ha apartado de mí. Da gracias a que se haya apartado, porque si no, yo mismo te habría dado muerte a ti, dejándola a ella con vida.

-        ¡He pecado! –dijo Balaán –consciente de que no estaba dispuesto a hacer, desde el principio de sum viaje, lo que le dijese el Señor–. No sabía que eras tú el que me cerraba el paso. Si este viaje te desagrada, ahora mismo me vuelvo.

Pero el Señor no es fácil de engañar y se dio cuenta de que lo que quería Balaán era volverse a su casa, pues intuía lo que presentía Dios que hiciese. Así que le dijo:

-        No, vete con esos hombres, pero di solamente lo que yo te mande.

Así pues, Balaán continuó su camino hacia Moab. Cuando llegó a la resencia de Balac, éste le recriminó el que no hubiese ido a la primera.

-        ¿Por qué no viniste cuando te envié los primeros mensajeros a buscarte? ¿Acaso no puedo yo pagarte como es debido?

 Balaán no respondió directamente a las preguntas del rey de Moab, pero intentó poner sobre aviso a Balac sobre lo que se le venía encima:

-        Aquí me tienes ya, aunque no puedo decir cualquier cosa; sólo pronunciaré las palabras que el Señor ponga en mi boca.

Si Balac entendió el aviso, no pareció importarle, pues organizó una hecatombe de ganado y compartió la carne sacrificada con Balaán y los que habían venido con él. Después de eso, él levantó siete altares al Señor y sacrificó un novillo y un carnero en cada uno de ellos. Después, prorrumpió en un canto de bendición hacia Israel en lugar de maldecirlo. Ante la ira del rey de Moab, Balaán lanzó una segunda bendición sobre Israel y, a continuación, miró al desierto y vio las tiendas de Israel, lanzando una tercera bendición sobre el pueblo:

-        Te había llamado para maldecir a mis enemigos –le dijo Balac lleno de ira, pero sin atreverse a actuar contra el profeta– y los has bendecido por tres veces. Márchate a tu tierra. Te había prometido colmarte de honores pero, ya ves, el Señor te ha privado de ellos.

Ante esto, Balaán se volvió a Petor, no sin antes maldecir a los Moabitas.

Esta es la razón por la que Pierre Charles dice que los burros, como la burra de Balaán, son mucho más astutos que nosotros. Y en eso coincide con Isaías cuando dice: “El buey reconoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no me conoce, pero mi pueblo no tiene entendimiento”. (Isaías 1,3)

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