7 de septiembre de 2017

Sobre pesos muelles, motores y clavos

Hace unos meses, creo que fue cuando la victoria de Trump, adjunté en un envío un “modelo” de la economía mundial que hablaba de piscinas colgantes y grifos que echaban agua a las piscinas y de unas piscinas a otras. Seguramente no ganaré el premio Nobel de economía por ese tipo de modelos pero, al menos a mí, que tengo una mente más de imágenes que de fórmulas (dicen que eso pasa cuando se tiene más desarrollado el lado derecho del cerebro. Pues será), me sirven para entender la complejidad de la economía mundial. Hoy, en vez de piscinas y grifos, os voy a hablar de pesos, muelles, motores y clavos.

Yo veo la economía mundial como tres grandes bloques muy pesados. El primer bloque representa al mundo desarrollado (bloque D). El segundo bloque pretende ser el de los países emergentes (Bloque E). Por último, el tercer bloque es el formado por los países anclados en la pobreza (Bloque P). Estos bloques no son rígidos, como si fuesen de hormigón, sino que son de una sustancia elástica y adherente. Es decir, en un determinado momento, un bloque se puede desgarrar en dos o, también, se pueden unir dos formando uno solo. Los tres bloques se mueven en campo abierto, pudiendo evolucionar en cualquier dirección. Ahora bien, parece haber una dirección predominante y según esta dirección el D va delante, luego el E y, por último, el P. Diré que esa dirección es la de la prosperidad. Los tres bloques están unidos unos a otros por muelles. Cada bloque tiene, además, un pequeño motor que impulsa al bloque hacia esa dirección predominante con tanta mayor fuerza cuanto mejor funcione. Los clavos, de momento, no aparecen.

Los muelles son unos chismes que tienen la curiosa propiedad de que cuanto más se estiran, por encima de su longitud natural, más fuerza hacen para encogerse. Por otro lado, si se encogen por debajo de su longitud natural hacen fuerza para estirarse. Dado que D está delante y unido a E y a P, si su motor funciona mejor que los de éstos, tira de éstos hacia delante, tanto más cuanto más delante de ellos esté. Pero, a su vez, por el principio de acción y reacción E y P tiran de D hacia atrás. A no ser que los motores de E o P funcionen mejor que el de D, en cuyo caso, la fuerza se invierte. Si E o P van como un tiro y se acercan a D más de lo que es su distancia natural, en vez de frenarle, le impulsan hacia delante. Y lo mismo que se dice de la unión de D con E y P, se puede decir con la de E y P. Por supuesto, si un peso de detrás choca con uno de delante, se funden en un solo bloque, como si fueran de plastilina. Ahora bien, otra propiedad de los muelles es que si se estiran más de una cierta longitud, se rompen. Tal vez si el que lee estas líneas se hace un dibujito, entienda mejor este rollo, pero hacer este dibujito, que en un papel cuesta dos minutos, en word, es una lata, así que se lo dejo a cada uno.

Vamos a hablar un momento de los motores. Los motores son la capacidad de crear prosperidad de los países que forman los bloques. Y esa capacidad depende de dos cosas. Primera, la libertad de iniciativa, que es como la gasolina de los motores, el combustible que los hace funcionar y, segunda, la seguridad jurídica, que es como el lubricante que evita que el motor se gripe. Por mucha libertad de emprender que haya, si un habitante de un país de un bloque sabe o cree que si gana una cantidad de dinero que llame la atención se lo van a quitar, no hará uso de esa libertad y el motor, que podía funcionar bien porque tenía gasolina, se gripará por falta de lubricante. Y, al contrario, por mucha seguridad jurídica que haya, si para iniciar una actividad empresarial hay que pedir permiso hasta al lucero del alba y éste tiene por costumbre no dar el permiso, o dárselo sólo a unos pocos, creando a dedo monopolios u oligopolios, al motor le faltará gasolina y no funcionará bien, aunque no se gripe. Pero ojo con lo de la libertad. Esa libertad no es solamente para decidir qué hacer en cada momento, sino que es la facultad de cada uno de fijarse metas y objetivos vitales personales que, por supuesto, evolucionan a lo largo de la vida de cada uno. Así, el impulso de cada motor será la resultante de los impulsos libres de cada persona. Y ahora vamos a los clavos. Los países en los que no hay ni libertad de emprender ni seguridad jurídica, están clavados. No tienen gasolina y si por cualquier causa anduviesen un poco, se griparían. Los clavos son, en realidad, motores sin gasolina y gripados. Llamarles clavos es quizá un poco exagerado. Porque los muelles de D y E sí pueden mover ligeramente P, pero a costa de un gran esfuerzo. El bloque P, en vez de ir sobre las ruedas de su motor, se arrastra sobre un papel de lija que ofrece un gran rozamiento y resistencia al avance.

En mi carrera de ingeniero industrial recuerdo haber hecho cientos de ejercicios de este tipo, de pesos, muelles, motores, clavos, etc. Se resolvían con una serie de ecuaciones diferenciales. Sólo había un problema: que las ecuaciones diferenciales, más allá de determinadas situaciones muy sencillas, eran imposibles de resolver. Lástima. Pero lo que sí sabía yo, estudiante de ingeniería, es que si la solución de esas ecuaciones diferenciales existiese, no llevaría a una situación de equilibrio en la que los pesos se moviesen al unísono con un movimiento uniforme relativo entre ellos. No, de ninguna manera. No sería una solución monamente ordenada, en equilibrio. La solución sería la de un movimiento enormemente complejo de avance, acercamiento y alejamiento de los pesos en una danza irregular y un tanto caótica. Pero, aunque no pueda aplicar lo que estudié en mi carrera para encontrar una ecuación que modelice la economía mundial, si que este artilugio de pesos, muelles, motores y clavos sirve para entenderla un poco mejor. Al menos a mí me ayuda.

Puede que alguien se sonría de la ingenuidad de este modelo, pero resulta que el que me parto de risa soy yo con los modelos económicos llamados neoclásicos, que todavía hoy, en el siglo XXI, siguen, incomprensiblemente, formando el mainstream de la ciencia económica. A esta ciencia le gustan los movimientos simples y fácilmente previsibles, como la órbita de un planeta, que permite predecir un eclipse con antelación. De hecho, el modelo neoclásico nace de un intento de emulación de las ecuaciones newtonianas de la gravitación universal. Para eso tienen que reducir al ser humano a una caricatura y convertirlo en algo así como un trozo de piedra. Y así, deciden que el ser humano vive tan sólo de decisiones puntuales, sin que éstas respondan a ningún plan vital que pueda evolucionar y que el único elemento a considerar para cada decisión puntual es la que, conocidos todos los elementos que puedan influir en la misma y actuando con racionalidad, le lleven a maximizar a corto plazo su riqueza medible en unidades monetarias. ¿Se puede aguantar semejante simplificación? Si mi modelo parece ingenuo, éste raya en el ridículo más terrible. Eso sí, un modelo tan simple como absurdo puede tratarse matemáticamente y eso transmite la sensación de seguridad de que todo está bajo control. Pero es una seguridad falsa. Sólo la escuela austríaca de economía tiene la humildad de reconocer que nada está bajo control, que no se conoce la solución de las ecuaciones diferenciales y que, si se deja libertad y seguridad jurídica, del aparente caos surgirá un orden espontáneo creado por las decisiones individuales de la libertad. Y que de este caos aparente surgirá más prosperidad de la que pueda surgir con cualquier sistema aparentemente más “racional”. Esto es, precisamente lo que ha ocurrido en los últimos 250 años.

Hace 250 años todos los países del mundo estaban en el bloque P. Un país de los que hoy forman el bloque D, Inglaterra concretamente, inventó un motor que funcionaba y echaron a andar a toda máquina. Al hacerlo, se separó en un país que hoy llamaríamos E y empezó a tirar de otros países que, si bien al principio sólo avanzaban porque tiraban de ellos, aprendieron a diseñar motores similares a esos primeros y acabaron por unirse a Inglaterra, hasta formar lo que hoy es el bloque D. Pero estos países, al colonizar a otros, les negaron la gasolina y el lubricante de forma abusiva y excluyente. Cierto que esas conductas abusivas y excluyentes ya existían en los países colonizados antes de que llegaran los colonizadores. Cierto que, al menos en cierta medida, en algunos países colonizados, los colonizadores suavizaron las prácticas de los anteriores dominadores autóctonos. Pero de ninguna manera se les pasó por la imaginación replicar en esos países los motores que tan bien funcionaban en los propios. Y cuando, a mediados del siglo XX, los países colonizadores se fueron, los caciques locales, con una mayor experiencia en el mangoneo, volvieron a las andadas y a aplicar el abuso y la exclusión sistemática con mayor refinamiento y dureza que los colonizadores e, incluso, que los métodos que ellos mismos aplicaban en la época precolonial. Esos son los países P, clavados y con pocas esperanzas de que sus tiranos o grupos oligárquicos aflojen su yugo y permitan la gasolina de la libertad de iniciativa y el lubricante de la seguridad jurídica. En algunos de ellos se adoptó, para evitar la tiranía de sus oligarquías abusivas y excluyentes, la ideología marxista. Si al principio estos países creyeron que esto iba a ser el remedio a sus males, pronto se dieron cuenta de que si habían, más o menos, salido de la sartén, había sido para caer directamente al fuego. La tiranía en nombre de un supuesto ideal de igualdad resultó ser peor, aportar menos gasolina y, por supuesto, menos lubricante. Como consecuencia, siguieron más profundamente clavados en la pobreza y con menos esperanzas de salir de ella. Sin embargo, otros países, supieron, tras la colonización, y aún de forma imperfecta, copiar al menos parte de los principios de la termodinámica que hacía posible el funcionamiento de los motores de los países del bloque D. Y empezaron a prosperar. Son los países que hoy día forman el bloque E. Estoy seguro de que cualquiera que lea estas líneas sabrá poner nombres a muchos de los países de estos ejemplos, pero yo no lo haré.

Parece claro que el hecho de que haya países clavados en la pobreza, además de ser algo que repugna a cualquier ser humano, es un factor de enorme riesgo de que los muelles que los unen con los países E y D, se rompan. Y si esto ocurre, todo el sistema colapsaría. Por lo tanto, es de vital importancia para el mundo el que esos países salgan de la pobreza. Sin embargo, para lograr esto de nada sirven las medidas paliativas. Por supuesto que es magnífico que cuando se produce una crisis humanitaria en estos países haya una ayuda que alivie sus síntomas. Pero esto es como dar una aspirina a alguien que tiene un cáncer. Mucho más valor tienen las ONG´s que procuran en esos países ayudar a sus habitantes más pobres a buscar medios para ganarse la vida o para disponer de ciertos recursos naturales imprescindibles. Pero eso, siendo encomiable, tampoco son más que paños calientes. Ni siquiera las microfinanzas, que representan un paso más en esta ayuda y que permiten que los más pobres pongan en marcha muchos pequeños motorcitos, son suficientes si no hay suficiente lubricante o si no hay un entorno ecológico empresarial en el que puedan desarrollarse más allá de un embrión. Sólo la aparición de las condiciones generalizadas de libertad de iniciativa y seguridad jurídica pueden hacer que se inicie un proceso que en poco más de una generación haga que estos países se empiecen a mover con rapidez tras los E y D, ganando incluso terreno a éstos. Esto atraería en primer lugar a la inversión extranjera e, inmediatamente después, haría que brotasen como setas iniciativas privadas locales, tanto para suministrar a esa inversión extranjera un absolutamente necesario soporte local, como para crear nuevos productos y servicios de gran utilidad para la población del país que ninguna empresa extranjera podría detectar ni satisfacer. Pero, ¡ay!, esto es imposible mientras los tiranos extractivos de esos países sigan legislando y aplicando su poder omnímodo exclusivamente en su beneficio. La lista de países clavados en la pobreza, lleva aparejada otra lista con los nombres de esos dictadores. Y como la experiencia indica, es muy poco lo que se puede hacer desde fuera por liberar a esos países de sus tiranos. Y, lo que es peor, generalmente, si se hace algo desde fuera, es para que venga un tirano peor a sustituir al anterior. Así es que mi esperanza a este respecto es reducida, porque el muelle se está tensando y no hay tiempo para que este proceso se realice paulatinamente. ¿Qué hacer? No lo sé.

Pero, volvamos a los países del bloque D. No voy a gastar más de dos o tres líneas en hablar de las economías comunistas que ya han demostrado que la planificación central del conjunto global de la economía no lleva más que al hambre, la miseria y la más espantosa tiranía. Sin embargo, tras ese fracaso, sigue habiendo tendencias a creer que mediante intervenciones puntuales y frecuentes de los estados en la economía, se puede hacer que el sistema funcione más armónicamente que si se le dejase libre. Lo más terrible que puede haber en el mundo es un ignorante que no sabe que lo es. Es más, que se cree que lo sabe todo. Porque este ignorante que se cree sabio, intentará mejorar lo que cree que funciona mal en el sistema. Pero lo hará como el aprendiz de brujo, sin saber de ninguna manera el impacto que tendrán sus decisiones en el funcionamiento del mismo y, generalmente, cuando crea haber resuelto un problema, habrá creado otros nuevos que serán, a buen seguro, más graves que el que se quería resolver y, al final, resultará que tampoco ha resuelto el problema inicial. Pero como el coste de agravar el problema no recaerá sobre él, no escarmentará, porque nadie lo hace en cabeza ajena, y seguirá erre que erre, “mejorando” el sistema. Y, en vez de mejorarlo, creará desequilibrios y disfuncionalidades cada vez mayores que desemboquen en crisis de las que echará la culpa al sistema, pretendiendo aumentar la dosis de la intervención. Y la persistencia en el error puede llevar a la parálisis total del sistema, enredado en una tupida tela de araña que acabará también por griparlo, de una manera distinta, pero por griparlo. Por supuesto, me estoy refiriendo a la socialdemocracia. Me debato entre mi mitad paranoica (o con experiencia de ello) que me dice que la socialdemocracia es una variante estratégica sutil del fracasado sistema comunista, y mi mitad ingenua que me die que es simple ignorancia teñida de buenismo y con aspiraciones de sabiduría, es decir, simple estupidez. Puede que sea las dos cosas y unos tontos útiles con buena voluntad les estén haciendo el caldo gordo a los criptocomunistas que esperan su oportunidad tras la destrucción del sistema que les ha vencido inapelablemente en el terreno económico.

¿Quiere esto decir que nadie debe hacer nada para cuidar el sistema? De ninguna manera. Claro que se debe de cuidar, pero, ¿cómo? ¿Metiendo mano a sus reglas de funcionamiento? ¡Por supuesto que no! Al revés, precisamente creando las condiciones para que el sistema pueda funcionar según sus reglas. Es decir, salvaguardando la libertad y la seguridad jurídica y la igualdad de todos ante la ley, evitando que haya quien tuerza, por la fuerza o subrepticiamente, las reglas de funcionamiento a su favor. Es decir, aplicando lo que en terminología anglosajona se llama “the rule of law”. Alguien puede preguntar: ¿Basta con eso? ¿Puedes demostrar que basta con eso?

Y la respuesta es NO. NO PUEDO DEMOSTRARLO. Puedo, eso sí, mostrar, que en todas las ocasiones en las que ha habido un sistema legal justo, que respete la libertad de los individuos y trate de fomentar la mayor igualdad de oportunidades posible, el sistema ha creado prosperidad para todos. Puedo también mostrar que los países clavados lo están, precisamente, porque no se dan estas circunstancias. Puedo describir un gran número de situaciones en las que intentos de alterar las leyes de funcionamiento del sistema han llevado a que funcione peor y a crear crisis terribles. Es más, puedo advertir de que un intento cada vez mayor para introducir supuestas mejoras parciales, está poniendo en peligro el buen funcionamiento del sistema que permite crear prosperidad. Es todo lo que puedo hacer. Y no es poco. Puede decirse que esto no es más que casuística. Y es cierto. Pero, a fin de cuentas, este es el método científico. Este método acumula observaciones aisladas e intenta ascender a través de ellas a la formulación de leyes, siempre provisionales, pero que explican la realidad mejor que si no se hiciesen estas observaciones. Por supuesto, mientras en las ciencias llamadas “duras” esa explicación puede llegar a tomar forma de ecuaciones, en las ciencias sociales, mal llamadas “blandas”, esas ecuaciones no son posibles, pero, de todas maneras, la observación de la realidad es la única forma de intentar comprenderla mejor.

Pero, además, puedo hacer otra cosa. Mostrar cómo las reglas del sistema basado en la libertad son más acordes con la naturaleza humana. Si hay algo que hace al ser humano distinto de los animales ese algo es la inteligencia, unida la libertad basada en ella y a la voluntad al servicio de las dos primeras. Y esto es lo que está en la base del sistema de libre mercado. La profunda confianza en esos aspectos de la naturaleza humana. El convencimiento de que el ser humano, si se le deja libertad y se le da seguridad jurídica, es capaz de crear prosperidad usando estas tres facultades que le son propias. No caeré en la ingenuidad de pensar como Rouseau que el hombre está libre por naturaleza de cosas que le pueden llevar a hacer el mal. Por eso creo que es imprescindible un sistema de leyes justas que prevengan los aspectos perversos de la naturaleza humana y un poder ejecutivo y judicial que hagan que esas leyes se cumplan. Pero que hagan sólo eso. No que intenten coartar la libertad en nombre de una agenda que pretende crear un modelo de supuesta prosperidad yendo contra la libertad individual. Eso sería clavar a los países en la miseria o, incluso, hacer retornar a ella a los países que están en vías de vencerla. La gran cuestión es: ¿tenemos fe en el ser humano y en su libertad? ¿O creemos que esa libertad debe ser coartada más allá del intento de crear la igualdad de oportunidades para intentar vanamente crear igualdad de resultados? Si creemos lo segundo, seremos más o menos intervencionistas y crearemos serias disfunciones. Si creemos lo primero, confiaremos en las leyes de la libertad basadas en una sana antropología. ¿Camino de miseria y servidumbre o camino de prosperidad y libertad? He ahí la cuestión.

Concluido lo que quería decir en estas páginas, me quedan dos retos para otras futuras.


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