Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Lo que hace de la
ternura un acto propiamente humano es la intención que, a través del gesto
tierno, de la mirada tierna, de las palabras tiernas, tiende a hacerse presente
como persona y a cuidar del otro como persona, por medio del calor y de la
dulzura maternales, por la protección y por el don de sí… La dulzura del gesto,
de la voz, de la mirada acariciadora nos torna presente el objeto en su propia
dulzura, nos entrega la amabilidad en la amabilidad que lo acoge, su
precariedad en la precaución que lo rodea… Esa potencia dispensadora de calor,
de alimento, de caricias… por doquiera y siempre hace germinar en la naturaleza
y en la civilización lo oculto, lo débil, lo frágil, lo sutil. Así sucede en la
amistad y en el amor, en la educación y en cualquier trabajo que no sea
egoísta. Y también en el arte y en el conocimiento, siempre que nazca del
asombro y de la admiración y tenga su fuente en el amor al ser. Finalmente,
sucede así en el desarrollo pleno de la personalidad, en la afinación del
pensamiento, en el despertar de una sensibilidad matizada, en la sutileza de
las distinciones; y así también en el progreso de la fe, en el restablecimiento
de la imagen divina en el hombre –en vista de lo cual debemos apelar a la
maternidad más dulce, la más liberada y,
por tanto, la más virginal, la de la mujer que representa ante Dios a la
humanidad sufriente.
Frederik J. J.
Buytendijk. “La mujer”. Madrid 1955.
No hay comentarios:
Publicar un comentario