Es evidente que
el marxismo ha fracasado estrepitosamente en la vida real. Pero sigue ganando
muchas batallas en el campo ideológico. Y tal vez estas batallas le acaben
permitiendo ganar la guerra. Entre sus éxitos en este campo figura haber metido
en la cabeza de casi todo el mundo la falsa y tramposa idea que la economía es
un juego suma 0, en el que, para que uno gane más, otro tiene que ganar menos.
Si se acepta acríticamente semejante estupidez entramos en la dialéctica de ricos
contra pobres y de la lucha de clases –que es hacia donde quiere arrastrarnos
el marxismo– o, con visión más tibia, en la mirada sospechosa hacia la empresa
y el beneficio. En este juego ha entrado, sin darse cuenta, mucha gente de buena
voluntad. Entre estos últimos pueden verse, en extraño contubernio, muchos católicos
y muchos de los votantes moderados de izquierdas. Sin embargo, si hay algo que
se percibe inmediatamente en cuanto se mira el desarrollo económico del mundo
sin los anteojos de los prejuicios o sin afán de manipular a la gente, es que
ver la economía como juego suma 0 es una de las mayores falsedades que se
pueden decir sobre la historia. La riqueza ha ido en aumento siempre a lo largo
de la historia pero, de forma exponencial, desde la revolución industrial. Y no
sólo la riqueza ha ido en aumento, sino que, diga lo que diga la propaganda
manipuladora izquierdista, su reparto ha sido cada vez más equitativo, dando
lugar a una inmensa clase media inexistente en la historia de la humanidad anterior
al siglo XIX.
Supongo, porque
él sí tenía un sólido pensamiento riguroso, que cuando Tomás de Aquino
clasificó los distintos tipos de justicia en distributiva, conmutativa, etc.,
no suponía que la justicia distributiva implicase el juego suma cero de una
riqueza fija a repartir. Ciertamente, si lo veía así, podría disculpársele
porque el crecimiento exponencial de la riqueza no era evidente en el siglo
XIII. Pero si él no lo veía así, lo cierto es que, hoy en día, cuando mucha
gente piensa en ese tipo de justicia, se le viene a la cabeza, casi de forma
refleja, el juego suma 0. Por eso creo que esto que escribo no es algo ocioso o
inútil.
Se me ha
ocurrido acuñar una etiqueta nueva para la justicia –y digo etiqueta porque
estoy seguro de que, si se piensa adecuadamente, es una parte de la
distributiva–: la justicia generativa. Es la justicia que nos debe impulsar a
generar riqueza. Cada uno la que pueda y de la forma que pueda. Con trabajo, o con
inversión. Como empleado o como empresario o como padre o madre de familia (la
familia es, por supuesto, riqueza). Es la justicia de la parábola de los
talentos o de “el que no trabaje que no
coma” de san Pablo o del “ora et labora”
de san Benito. Y conviene recordar que la justicia no es una opción sino una
obligación. Es decir, todos estamos obligados a practicar la justicia, todo
tipo de justicia y, desde luego, también esta justicia generativa. Estamos
obligados a generar la riqueza que podamos con los medios y los talentos a
nuestro alcance. Y, según esta justicia la remuneración de cada persona tiene
que tener relación con la riqueza que genere. No hacerlo así iría,
precisamente, contra la justicia distributiva correctamente definida. Por
supuesto, esta obligación, como cualquier otra obligación, no alcanza a
quienes, por razones reales, están imposibilitados para ello. Digo esto para
que nadie pueda pensar que esta justicia, bien entendida, pueda llevar a lo que
el Papa Francisco llama la “cultura del descarte”.
Esta justicia
ampara y, por supuesto, da derechos, a los que han aportado toda su vida a la
generación de riqueza o a los que por desajustes de la economía se ven privados
de generar riqueza temporalmente por no tener trabajo o a los que se están
preparando a conciencia para ser capaces de generarla en el futuro. No ampara,
en cambio, ni concede derechos, a los que se aprovechan de la situación para
vivir del cuento o para no dedicarse a conciencia a prepararse para generarla.
Me refiero a los parados profesionales y a los estudiantes vagos.
La aplicación de
esta justicia no lleva, ni mucho menos, a la lucha de clases, sino al
desarrollo y el progreso. De acuerdo con ella, es justo que el presidente de
una empresa gane mucho más, si genera riqueza, que un empleado burocrático de
35 horas semanales. Y, ¿quién determina cuánto más? Por supuesto, la justicia
conmutativa expresada por los mercados libres y transparentes.
Por eso los ideólogos
marxistas odian esta justicia generativa. Porque si la gente tuviera claro que
está obligada a ella, no habría lucha de clases, habría desarrollo y ellos
tendrían 0 probabilidades de tener el más mínimo éxito. Por eso se esfuerzan en
desarrollar en la gente una mentalidad demagógica y reivindicativa con derechos
y sin deberes. Aparece entonces, fomentada por estos ideólogos, una corte
clientelista de perroflautas que exigen lo que jamás han ganado ni intentado
ganar, de gente que vive de la subvención y del subsidio y se cree investida de
un derecho divino para ello, de estudiantes que no estudian y que están
convencidos de que tienen derecho a una beca vitalicia con independencia de sus
resultados académicos, etc. Y todos ellos votarán a quien crea que quiere
mantener esos supuestos derechos. Por supuesto, esta voluntad de mantener a la
corte clientelista está condenada al fracaso, porque esa demagogia dura lo que
dura la hucha que han llenado con su esfuerzo los que practican la justicia
generativa. Pero cuando llegue ese fracaso, no se echará la culpa a quienes han
creado ese estado de cosas, sino a quienes, cargados de sentido común, se
plantan porque se dan cuenta de que más allá está el abismo. Ya se encargará de
culpabilizarlos la propaganda, cuidadosamente aireada por los tontos útiles. Y,
claro, la voluntad de los creadores de este estado de cosas es que los que se
planten sean arrollados y que todo caiga en el abismo. Porque sólo desde él
podrán desarrollar ese supuesto “paraíso” que la gente que practica la justicia
generativa obstruye, según ellos.
Desde luego, el
hecho de que ese crecimiento exponencial de la riqueza se haya producido y se produzca,
no hace, ni mucho menos, innecesaria la liberalidad distributiva. Y digo
liberalidad porque la justicia es dar a cada uno lo suyo y lo que voy a exponer
ahora como liberalidad distributiva no supone dar a cada uno lo suyo, sino que
supone que una parte de la sociedad más favorecida dé, libre y gratuitamente y
sin tener obligación de ello, a otra parte menos favorecida, algo de lo que
legítimamente le corresponde. Es decir, esta liberalidad es una virtud, no una
obligación. Esto es lo que ha dado en llamarse la “redistribución de la
riqueza”. Pero es importante volver a señalarlo: esta “redistribución” no es
justicia, es la virtud de la liberalidad. Y creo que esa virtud es muy buena,
entre otras cosas, aunque no la más importante, porque una sociedad con menos
diferencias suele ser una sociedad que funciona mejor. Lo que ocurre es que la
palanca de mando de hasta dónde los más favorecidos quieren contribuir a esa
redistribución ha sido tomada por el Estado que, incluso si es democrático, no
tiene derecho a promulgar leyes que obliguen a los más favorecidos a dar algo que
en justicia no les corresponde, ni siquiera mediante una ley aprobada
mayoritariamente. Porque ninguna ley, por muy mayoritaria que sea, puede
obligar a alguien a dar aquello que va más allá de lo que corresponde en
justicia. Por tanto, esta “redistribución” debería hacerse libremente, por los
que quieran gratuitamente hacerlo y éstos deberían poder aplicarlo a aquello
que estimen oportuno. Otra cosa es que un código moral como el cristiano
–aunque no sólo el cristiano–, que exige que se vaya más allá de la justicia,
hasta el don, pueda obligar en conciencia a quien se adhiera a él. Pero eso va
más allá de cualquier ley humana positiva. Porque una ley que quiera hacer
obligatoria la virtud de la liberalidad es antinatural y, además, la mata. Efectivamente,
la virtud es el hábito del bien adquirido por libre repetición. Por tanto, un
Estado hipertrófico que, sobre sus propios pesados gastos de sostenimiento,
quiera imponer a sus ciudadanos la obligación de la “redistribución” acaba con la
virtud de la liberalidad y, probablemente, también con la justicia generativa.
Alguien podría
pensar que si se deja a la libre buena voluntad de las personas la
“redistribución de la renta” ésta no tendría lugar. Creo que quien así piensa
se equivoca. Aún ahora, con unos impuestos progresivos bastante asfixiantes que
en gran medida se van para mantener un Estado sobredimensionado, hay millones
de personas que donan cantidades importantes de dinero, amén de su tiempo y
esfuerzo, para ayudar a gente más necesitada. Si el Estado fuese un estado
esbelto y no requiriese, por tanto, sangrar tanto a los ciudadanos y, además,
los más favorecidos no se viesen sometidos a tasas de progresividad excesivas, me
caben pocas dudas de que la cantidad que se aportase para la “redistribución”
voluntaria, a través de organizaciones de la sociedad civil, serían enormes y,
además, se emplearían mejor de cómo se hace ahora. El pasado 2 de Enero, leí en
el diario El Mundo una entrevista al Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la
Paz, el que se ocupa de que no haya un pobre que no tenga donde hacer una
comida digna y, por cierto, el que ha hecho posible la comida de pobres de
Carmena en el Ayuntamiento de Madrid, extremo éste del que apenas se ha hablado.
Entresaco alguna de sus respuestas:
Ante la pregunta:
“¿Quién financia este imperio de Dios?”,
responde: “Los hombres. Hace muchos años llevé
a cenar a un hotel a 40 portugueses de los que hacían las carreteras en
Asturias, gente despreciada y pobre. No llevaba ni una peseta. Le pregunté al
dueño del hotel cómo le podríamos pagar y me dijo: ‘está pagado’. Esos son los
que me financian a mí”. Insistencia en la pregunta: “¿De dónde viene el dinero de Mensajeros de la Paz?” responde otra
vez: “De convenios con las
administraciones y de la gente. […], una empresa de farmacéuticos nos dio un
millón de euros y hoy damos de comer cada día a 12.000 [refugiados] en la
frontera de Siria”.
Una buena
muestra de cómo la estrategia propagandística ha convertido a muchos periodistas
en tontos útiles es el título sensacionalista de esta entrevista: “Si los ricos no comparten, que tengan
cuidado”. Al leer este titular, que es lo máximo que a menudo la gente lee,
uno piensa inmediatamente en la insolidaridad y egoísmo de los ricos a los que
el P. Ángel amenaza. Nada más lejos del contexto. La pregunta que da lugar a
esta frase dice: “¿Por qué alguien
dedicado a los pobres se lleva tan bien con los ricos?”. Aparte de lo dicho
anteriormente, la respuesta del P. Ángel es: “Yo soy un simple intermediario. Aunque sea incómodo, a los ricos hay
que decirles que hay que compartir. Que si no comparten tengan cuidado, no sea
que lo pierdan todo o se lo quiten. […]”. Es evidente que el titular
describe de una forma muy tendenciosa y falaz el contexto de la entrevista.
Primero, la Iglesia lleva veinte siglos diciendo que hay que compartir.
Segundo,
dudo
mucho que la razón para compartir del dueño del hotel o de la farmacéutica o de
todos los que financian al P. Ángel sea el miedo a que se lo quiten. Creo que
es más bien el humanitarismo. Pero, ¿qué periodista se resiste a un titular del
gusto de la propaganda izquierdista? Pocos. Lo que abundan son los
inconscientes tontos útiles. Pongo el link a la entrevista entera por si
alguien está interesado en ir a las fuentes.
Este principio
está magistralmente recogido en una de las frases más acertadas de la Doctrina
Social de la Iglesia, escrita por Pío XI en la encíclica “Quadragessimo anno”
(1931), que dice así:
[…]
tanto la Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con
un lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto gravísimo
de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad. Ahora bien,
partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum.
Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales
para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este
trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe
considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente
apropiada a las necesidades de los tiempos.
¿Se puede hablar más claro de la virtud
de la liberalidad y de la justicia generativa? Es más, esta cita afirma, si no
la leo mal, que cuando la justicia generativa alcanza un cierto grado es, ya de
por sí, virtud de liberalidad. Pero no tienen por qué existir límites a la
virtud más allá de los que cada uno se quiera imponer. Y, sin embargo, como he
dicho antes, una parte de los católicos mira con sospecha al empresario y al
beneficio. Sospecha que se detecta hasta en la liturgia. El 1º del año, fui a
Misa en un pueblo turístico y marítimo en donde he pasado el fin de año. En la
oración de los fieles se pidió –y me parece bien– por los trabajadores del
campo, del mar, de las fábricas y de la hostelería. Yo esperaba que también se
pidiese por los empresarios en esos cuatro sectores económicos. Pues esperé en
vano. Tiré de mi memoria e intenté recordar si alguna vez había oído una
oración por los empresarios. Hasta donde llega mi recuerdo, nunca he oído
semejante oración en Misa. He oído rezar por los políticos, por los
gobernantes, etc., pero por los empresarios… nunca. Y me parece un error
porque, parafraseando a Wiston Churchill, los empresarios no son ni el lobo al
que hay que matar ni la vaca a la que hay que ordeñar, sino el caballo
percherón que tira del carro. Y creo que es bueno rezar por el caballo
percherón.
Sin embargo, los programas de todos
los partidos de izquierdas llevan hasta niveles excesivos –siempre lo son,
puesto que no son de justicia– la obligatoriedad de la redistribución.
Impuestos cada vez mayores a los llamados “ricos” para dar a los llamados
“pobres” cosas como una renta mínima (el salario mínimo pagado por las empresas
ya no les basta, ahora se quiere que el Estado dé una renta mínima). Es
habitual que cuando le preguntan a un político de dónde va a sacar dinero para financiar
determinada política buenista diga, literalmente: “De subir los impuestos a los ricos”. Pero estos políticos parecen
ignorar que cuando estas injusticias –pues obligar a alguien a hacer lo que no
tiene obligación de hacer es injusticia–, disfrazadas de buenismo, superan un
cierto límite, lo que crean es pobreza.
Acabo con dos frases:
“Todo lo que una persona recibe sin haber
trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero
sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a alguien si antes no se lo
ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la
conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está
obligada a hacerse cargo de ellas y cuando esta otra mitad se convence de que no
vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su
esfuerzo, eso, mi querido amigo, es el fin de cualquier nación. No se puede
multiplicar la riqueza dividiéndola”.
“El
subsidio genera dependencia. La dependencia genera resentimiento. El
resentimiento genera odio. Y el odio genera violencia”.
Claro que ya sabéis que sé –porque
doy mucho la brasa con ello– que la izquierda radical tiene una estrategia que
lo que quiere es el fin de las naciones que generan riqueza a base de fomentar
la dependencia, el resentimiento, el odio y la violencia. Y también sabéis que
creo que lo consiguen ayudados por los que, engañados por su propaganda, se
convierten, en sus propios términos, en “tontos útiles” o “compañeros de
viaje”. ¿Te seduce estar en una de esas dos categorías? Pues espabila.
excelente entrada! :D y tocando un tema que a mi en lo personal me gusta y me llama mucho, y sobre el que suelo reflexionar muy seguido, el de compartir :) Si una cosa pedimos a diario en la oracion cotidiana en casa, antes de tomar alimentos o antes de dormir, es por los mas necesitados, siempre agregando un 'y enseñanos a [o danos la oportundiad de] compartir de los que tenemos [material y espiritual] con los que mas lo necesitan'. Creo que fomentar eso, el compartir, es la solucion a tantos problemas, en particular, a la pobreza...
ResponderEliminarno se como andes en ingles, pero tu entrada me sono a algo que lei apenas hace un par de semanas. Paul Graham es un programador (de esos tan excelentes llamados hackers) que se convirtio en inversor y fundo una compañia que intenta fondear startups sobre todo de tecnologia. Escribio esta interesante (para mi) entrada, por si se te da el ingles y quieres echarle un ojo: http://www.paulgraham.com/ineq.html (sobre la 'inequidad economica')
abrazo desde Mexico
Hola Javier: Soy Tomás. Muchas gracias por tus comentarios y me alegro de que te haya gustado la entrada. Leo perfectamentye en inglés y leeré con atención lo que me mandas que, a buen seguro, es muy interesante.
ResponderEliminarUn abrazo
Tomás
muy bien! luego nos comentas que opinas por favor :)
ResponderEliminarte dejo otra que lei justo ayer, de otro autor, este tambien es un hacker, pero sigue fungiendo como tal. Toca un poco el tema de la suma cero y otros tipos de sumas, y algo que desconocia, llamado el comercio silencioso (no se si asi se traduzca desde el ingles, 'silent trade'), ademas de llegar a una conclusion que me parecio interesante acerca de una especie de etica universal : http://esr.ibiblio.org/?p=6994