Este
puente he empezado a leer la novela “Patria” de Fernando Aramburu. Tenía la
idea de leerlo desde su aparición en septiembre de 2016. Pero algo que no sabía
bien qué era hacía que no me animase a su lectura. Unas semanas antes del
puente decidí leerla sin remisión. Justo antes, terminé una lectura que tenía
pendiente y me descargué la novela en mi Kindle.
A
las pocas páginas me di perfecta cuanta de qué era lo que me había hecho ir
posponiendo su lectura. Mi subconsciente sabía que me iba a pasar lo que me
está pasando, ya que todavía no he terminado de leerla. Una inmensa angustia
vital se iba apoderando de mí. Hasta tal punto que he tenido dos noches de
insomnio por la novela. Inmensa angustia vital por el sufrimiento de las
víctimas de ETA y del terrorismo vasco. Por supuesto, la novela no me ha
descubierto nada que yo no supiese, pero me lo ha puesto delante de los ojos
con tal nitidez que ha sido como un shock. ¡Qué cierto es el refrán de “ojos que no ven, corazón que no siente”!
Sabía, claro está, de ese sufrimiento, pero no era consciente de su grado de
intensidad e injusticia. Por supuesto, siempre he estado incondicionalmente del
lado de las víctimas. Siempre he considerado injusta la respuesta de la
sociedad vasca hacia ellos. Pero no con la nitidez con la que esta novela me la
está mostrando. Porque las víctimas del terrorismo vasco han sido, y en gran
medida siguen siendo, doblemente víctimas. Por un lado, ETA ha asesinado a
maridos, mujeres, hijos, padres, hermanos, etc. de muchos o, les ha causado
traumas difícilmente superables. Pero otro terrorismo, el de la cobardía, les
ha infligido un sufrimiento, si no más intenso, si más persistente y casi
igualmente hiriente: el del vacío social causado por una cobardía no reconocida
y transformada en un odio estúpido hacia las víctimas por parte de vecinos y ex
amigos. Porque las condenas a muerte promulgadas y anunciadas por ETA
púbicamente y de forma indiscriminada, hacía que los amigos de los que eran
señalados como víctimas propiciatorias tuviesen miedo a que ellos pusiesen ser
los siguientes si mostraban simpatía, comprensión o apoyo a los condenados. Y
mucho antes de que la inicua sentencia a muerte fuese ejecutada, se producía la
estigmatización de los condenados y sus familias que, desde antes de su
asesinato, eran tratados como apestados. Antiguos amigos dejaban de saludarles,
en los bares no se les atendía y se les insultaba, en las tiendas no les
querían vender y, así un cobarde, terrible, cotidiano y mezquino terrorismo.
Porque
los amigos de los señalados, como se ha dicho antes, temían ser los siguientes.
Y no tenían valor para arrostrar eso. Pero en vez de tener la capacidad, que
indicaría al menos un ápice de valor moral, de reconocer íntimamente su
cobardía. Si lo hubiesen hecho, tal vez esto hubiese impedido que creciese en
ellos el odio. Pero no, en su afán de autojustificarse, se convencían de que
las sentencias de ETA eran justas y de que “algo habrán hecho” y se apartaban
aún más de sus antiguos amigos. Es difícil para un ser humano reconocerse, lisa
y llanamente un cobarde. Es más fácil caer en el síndrome de Estocolmo de
considerar a los opresores, a los sanguinarios, como patriotas de una causa
inexistente y unirse a ellos en espíritu. Máxime si uno tenía un hijo en el
entorno abertzale activista. ¿Es comprensible que unos padres se hagan pro
etarras porque su hijo sea un abertzale radical? Puede que sea comprensible,
pero no justificable. Y así, las víctimas lo eran tres veces: Antes del
asesinato, en el asesinato y, su familia, o ellos si sobrevivían, después del
asesinato. En el martirio de antes del asesinato, muchos tenían que mandar a
sus hijos, a veces por amenazas, a veces para ahorrarles humillaciones, si
podían, a vivir fuera de las provincias vascongadas. Muchos no podrían soportar
este vacío y se iban del que había sido su pueblo de toda la vida, de donde
eran expulsados como el cuerpo humano expulsa un absceso purulento. Porque si a
mí mañana me matan en un atentado yihadista, aunque muera como un cordero sin
defenderme (cosa que si ocurre intentaré que no sea así), seré, si no un héroe,
sí alguien digno del máximo respeto. Y ese respeto se transmitiría a mi
familia. Pero eso no era así para las víctimas de los dos terrorismos. ¡Terrible!
El
título de este escrito es: “Patria; me siento ‘culpable’”. He puesto entre
comillas la palabra culpable porque, como he dicho antes, siempre he estado del
lado de las víctimas. Pero, aún así, me siento culpable de omisión. Desde febrero
del 2007 llevo enviando un mail todos los viernes a cerca de 500 personas en el
que doy mi opinión sobre un gran abanico de temas de actualidad. Desde julio de
ese mismo año tengo un blog en el que hablo también de infinidad de temas, a
veces coincidentes con “el envío de los viernes”, a veces no. Pero nunca,
nunca, hasta la semana pasada, en estos ya más de 11 años, he dedicado una sola
línea a las víctimas de ETA y su cobarde entorno. Creo poder decir que no ha
sido por miedo. De hecho, sí he mandado y publicado en el blog, escritos de
condena al Islam y al yihadismo que, espero que no, un día me pueden costar una
fatua. Pero cuando los publiqué pensé que el miedo no era un buen consejero. En
el caso de las víctimas de ETA, no tengo ni remota consciencia de que haya sido
el miedo el que me ha llevado a este silencio. Ha sido la falta de atención, el
no mirar con atención en la dirección correcta. En una canción de la cantante
Mari Trini, con el título de “yo confieso”, ésta se confiesa, “al oído del que
escucha la verdad de mis miserias”. Y entre ellas está la “de no haber vestido al pobre por... por
no mirarle siquiera”. Así es. Yo no he escrito nunca ni una línea a favor de
las víctimas por no pensar en ellas como debiera. Ciertamente, no ha habido en
mi entorno inmediato ninguna víctima de ETA. Pero eso no es excusa. El acoso a
las mismas era una cosa sabida. Además, aunque no en mi entorno inmediato, sí
que conozco a tres víctimas.
El 10 de enero de 1980, Jesús Velasco Zuazola,
hijo de una íntima amiga de mi madre, Conchita Zuazola, a la que recuerdo con
enorme cariño, fue asesinado delante de dos de sus hijas, de 12 y 16 años, y
dos amigas de ellas, al dejarlas en la puerta de su colegio en Vitoria. Jesús
era vasco por los cuatro costados. ¿Su “crimen”? Ser militar y comandante del
Cuerpo de Miñones. Este Cuerpo es una policía foral que hunde sus raíces en la
edad media. Nada de “fuerzas de represión/ocupación” del Estado. Su hija dijo,
tras presenciar el asesinato de su padre, haber visto la cara de rabia y odio
del asesino. Por supuesto fui al funeral de Jesús en Madrid. Conocía también a
su mujer Ana Vidal-Abarca, que en 1981 fundó la primera Asociación de Víctimas
del Terrorismo. Sólo una vez tras el funeral de Jesús vi a Ana. Fue en una cena
de los premios de la plataforma HO, creo que en 2007, a las víctimas del
terrorismo. Ana murió el 15 de Junio de 2015. Me enteré por los medios. No fui
a su funeral. El día a día, que le come a uno. Pero eso no es disculpa, así que
confieso mi pecado de silencio por omisión.
Debo también un recuerdo a la familia Mateu.
Eran una familia que competía con la mía en numerosidad. No sé cuál de las dos
ganaba. Se sentaban en la playa de Laredo al lado de nosotros. Su familia y la
de mi suegro se conocían desde hacía años. El padre, José Francisco, magistrado
del tribunal supremo, fue asesinado por ETA el 16 de noviembre de 1978. Su hijo
Ignacio, amigo de alguna de mis sobrinas, ea militar y, aún en vida de su padre
quiso pasarse a la Guardia Civil para luchar contra el cáncer de ETA. Su padre
se lo impedía. Él ya estaba amenazado y parece le decía que con un amenazado en
su familia ya era suficiente. Ignacio le hizo caso por no contrariarle. Pero
muerto su padre, Ignacio pidió al Rey Juan Carlos una gracia especial que le
permitiese pasar a servir a su Patria donde él quería, en la Guardia Civil. El
Rey atendió su petición y, al acabar su formación fue destinado, por petición
atendida, al país vasco. El Teniente de la Guardia Civil Ignacio Mateu Istúriz murió
el 26 de Julio de 1986 por una bomba trampa cuando intentaba desactivar un
señuelo. He visto en mi vida a pocas personas con la entereza de esa madre y
esposa. Poco después yo dejé de veranear en Laredo y perdí de vista a esta
familia. Hasta ahora. Otra vez, silencio por omisión. Tampoco por ellos ha
pedido perdón ETA.
Por
eso la semana pasada escribí contra el hipócrita comunicado de esta banda
criminal con una supuesta y parcial petición de perdón a las víctimas
“inocentes” de su terrible e injustificado terrorismo. Por supuesto, ni Jesús
Velasco ni los Mateu, padre e hijo, estaban incluidos en esa petición de
perdón. Eran “culpables”. Eran beligerantes en esa inexistente guerra que
quieren inventar los etarras y que, si no estamos alerta, colarán a través de
la mentalidad blanda y amorfa que hoy nos domina. En unos días, asistiremos en
Francia a una mascarada que intentará inventar un relato falso de lo que han
sido estos más de 50 años de muerte y terror. Puede que esté hablando demasiado
tarde, pero más vale tarde que nunca. NO DEJEMOS QUE EL MENTIROSO RELATO DE ETA
CALE EN ESTA SOCIEDAD IDIOTIZADA. QUE CADA UNO DE NOSOTROS SEA LA PEQUEÑA,
MODESTA, PERO IMPARABLE CONCIENCIA QUE DIGA NO, ¡BASTA YA! ¡NO HUBO GUERRA!
HUBO UNA BANDA DE ASESINOS QUE, SIN EL MÁS MÍNIMO MOTIVO REMOTAMENTE
JUSTIFICABLE, CAUSÓ MUERTE, DOLOR Y ODIO POR DONDE PASÓ. COMO EL CABALLO DE
ATILA. Y HUBO UN ESTADO DE DERECHO QUE SE DEFENDIÓ CON LA LEY E HIZO VER A ESOS
ASESINOS LA INUTILIDAD DE SU INTENTO. Sólo si se produce una petición de perdón
general, dirigida hacia TODAS las víctimas y sus familiares, acompañada del
reconocimiento de que no había ni la más mínima justificación para lo que
hicieron y de una eficaz ayuda para la clarificación de los crímenes no
aclarados, sólo entonces, podrá esta banda de asesinos hacerse digna de que las
víctimas que puedan les perdonen. Mucho me temo que algo así, jamás ocurrirá. Y
mientras esto no ocurra, que nadie se deje engañar, que la infamia caiga sobre
ellos. Edmund Burke dijo que para que el mal triunfe sólo hace falta que la
gente de bien calle. ¡No lo hagamos! En el link que se puede ver más abajo, hay
un artículo in memoriam de Ana Vidal-Abarca. Pero, más importante, si cabe: Es
un link al blog de su hija Ana Velasco Vidal-Abarca que puede servirnos para
mantener la memoria activa y vacunarnos contra el olvido y la mentira.
En
este otro se da la noticia del asesinato de Ignacio Mateu y se recuerda el de
su padre.
El
libro de Aramburu no deja en muy buen lugar a la Iglesia vasca, representada en
Don Serapio, cura abiertamente nacionalista, proetarra e hipócrita que, por
desgracia, fue –¿es?– es muy típico –¿mayoritario?– en las provincias
vascongadas y, por supuesto, también en Cataluña. Hace bastante tiempo que he sabido
distinguir entre lo que es la esencia de la Iglesia, que es que me alimente con
los sacramentos de Cristo, y que es lo que la hace mi madre y por lo que la
quiero, de sus comportamientos en muchos ámbitos de la vida y de la historia.
En estos últimos, precisamente porque la quiero, soy muy crítico con ella. Ciertamente,
ETA nació bajo la protección de muchas parroquias y muy rara vez un cura del
país vasco ha condenado con contundencia a esta organización terrorista. Y no
sólo curas, sino obispos. A menudo, los obispos del país vasco –y de Cataluña–,
individual y colegiadamente, se han mantenido entre la ambigüedad y la
equidistancia con el nacionalismo excluyente y, en el país vasco, asesino o
cómplice. Sin ir más lejos, el comunicado último de varios obispos del país
vasco español y francés, tras las la hipócrita y sesgada petición de perdón de
ETA hace un par de semanas, fue un ejercicio de ambigüedad. ¿Habría Cristo sido
ambiguo con ETA? Me caben pocas dudas de que les hubiese condenado con dureza.
Creo, con poco o ningún lugar para la duda, que hubiese estado dispuesto a
perdonar si se pedía perdón con sinceridad. Pero no a dejarse engañar por la
hipocresía y la mentira. Sin embargo, y en honor a la verdad, debo decir que,
incluso en su faceta de comportamiento histórico y vital, el balance de la
Iglesia, con muchas y muy oscuras sombras, es inmensamente positivo. No es este
el lugar para analizar esto, pero estoy profundamente convencido de ello.
Lamento
que el libro de Aramburu, Patria, no haya salido antes, en los momentos más
duros del terror. No es, que Dios me perdone si lo dijese con esa intención,
una crítica a Fernando Aramburu. Bendito sea su libro que lamento no haber
leído antes. Por supuesto, recomiendo encarecidamente su lectura a los que no
lo hayan hecho, ya que, además de ser un aldabonazo a la conciencia, es un
libro interesantísimo y magníficamente escrito.
Y,
ahora, permítaseme un corolario. Afortunadamente, el caso de Cataluña es muy
distinto del vasco. Ciertamente también hubo alguna organización terrorista
–Terra Lliure– del independentismo catalán. Pero sería injusto negar que no
encontró el más mínimo arraigo en la sociedad catalana. Pero, no nos engañemos.
Su discurso político es el mismo: independencia al coste que sea. Y la
marginación de la población de Cataluña que se siente española no ha llegado a
los extremos de lo ocurrido en el país vasco, seguramente por el rechazo al
terrorismo por pueblo catalán. Pero sin llegar a esos extremos, sí que ha
habido y hay extrañamiento, desprecio y marginación por los independentistas
catalanes hacia los catalanes que se sienten españoles. Afortunadamente, de forma
reciente, los catalanes que se sienten españoles han dicho “basta”. Ojalá
encuentren eco en el resto de España y, sobre todo en los partidos políticos
constitucionalistas, para que no se prolongue más su sufrimiento y puedan vivir
en su patria chica con absoluta libertad civil en todos los sentidos.
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