Debo
reconocer mi blandenguería inicial. Sí, debo hacerlo. Ayer sábado, al ver en el
periódico las lágrimas de Turull al entrar en el Supremo, me dio lástima. Pero,
afortunadamente, mi razón me rescato casi inmediatamente de mi blandenguería.
¿Lástima? Mi lástima la reservo para aquellos que sufren por algo de lo que no
tienen ninguna responsabilidad. Pero alguien –o alguienes–, que además son
políticos, que se supone que deben medir las consecuencias de sus actos, que se
metan, entre sonrisas, risotadas y jaleamientos mutuos, en delitos graves
contra la democracia que hace posible que lo sean, no me dan la más mínima lástima.
Sería robársela a quienes la merecen. Al contrario, sus lágrimas me producen
desprecio. Tanto o mayor como el que me producen los fugados. Se debería
esperar de ellos entereza. Se les debe suponer cierto sentido de la
responsabilidad. O, ¿acaso creían que sus actos delictivos no iban a tener
consecuencias penales? Sí, lo creían. Por eso se reían y se jaleaban. Querían
pasar por héroes sin temor a las consecuencias. En palabras de Chesterton
citadas de memoria, “querían la gloria de los conquistadores sin el sudor y la
sangre de los soldados”. Y cuando estaba en estas reflexiones se me vino a la
cabeza un impresionante cuadro del Museo del Prado. Me refiero al de “El
fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en la playa de Málaga” del pintor
Antonio Gisbert. Torrijos y sus compañeros murieron fusilados sin juicio previo
en esa playa. El cuadro –que puede verse en el link de más abajo –recoge el
momento. El General, en primera línea, pálido, pero con la mirada meditativa pero
decidida y los labios fruncidos con determinación, está flanqueado por dos
compañeros a los que da la mano. Todos ellos están erguidos con dignidad. Saben
que van a morir, pero saben que lo van a hacer con dignidad. Y, lo que es más
importante, van a morir para conquistar las libertades que permitirán, casi
doscientos años más tarde, que Puigdemont, Turull y compañía, puedan expresar
con libertad sus deseos de independencia, siempre y cuando no vulneren las
mismas leyes que se lo permiten. Estos saben que lo máximo que van a estar en la
cárcel van a ser unos cuantos añitos. Porque no creo que nadie dude que algún
gobierno de un futuro no muy lejano les va a indultar. Estos saben que su
rebelión no ha sido por la libertad, sino para tapar los miserables y sucios
3%. Y lloran. ¿Debo tener lástima? Ni medio miligramo de ella.
A
Torrijos y sus compañeros sí les cuadran los versos de Espronceda:
Helos
allí: junto a la mar bravía
cadáveres
están, ¡ay!, los que fueron
honra
libre y con su muerte dieron
almas
al cielo, a España nombradía.
Ansia
de patria y libertad henchía
sus
nobles pechos que jamás temieron,
y
las costas de Málaga los vieron
cual
sol de gloria en desdichado día.
Españoles,
llorad, más vuestro llanto
lágrimas
de dolor y sangre sean,
sangre
que ahogue a siervos y opresores.
Y
los viles tiranos, con espanto,
siempre
delante amenazando vean
alzarse
sus espectros vengadores.
Pero
de ninguna manera estos versos pueden cuadrar, aunque les gustaría, a estos
revolucionarios de pacotilla y llorones del 3% que no se alzan por la libertad,
sino contra lo y los que la hacen posible. Ni una concesión a la vergüenza
travestida de honor. A estos héroes llorones de pacotilla les cuadra más un
parafraseo de la frase de Aixa a su hijo Boabdil al ver la Granada de la que se
iba desde el montículo que hoy se conoce como el de “El suspiro del moro”: No
llores ahora como insensato, por lo que no quisiste apreciar como hombre libre.
¡Un poco de entereza, y sentido de la realidad y de responsabilidad, por favor!
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