Efectivamente, ayer, 27 de Octubre de 2017, por fin, se aprobó
la aplicación del 155. Si he de decir la verdad, respiré aliviado. Porque el
PSOE ya había anunciado el día antes que si Puigdemont convocaba elecciones de
acuerdo con la LOREG[1], no sería partidario del
155. Y, aunque el 155 no está exento de problemas, de los que hablaré más
tarde, unas elecciones convocadas por Puigdemont, por mucho que lo sean de
acuerdo con la LOREG, estando él y sus secuaces en el gobern con las trampas y
mala fe a que nos tienen acostumbrados y con TV3 en sus manos, esas elecciones me
hubiesen parecido la peor de las pesadillas. Aunque el gobierno de España
afirmaba anteayer que, en cualquier caso, convocase o no elecciones Puigdemont,
se aplicaría el 155, si, efectivamente, se mantuviese en ello, aplicar ese
artículo sin el apoyo del PSOE hubiese sido todavía más complicado de lo que va
a resultar aplicarlo con su apoyo. Y si diese marcha atrás y no se aplicase el
155, sería una vergüenza. En cualquier caso, el bloque constitucionalista se
hubiese roto, para alegría de Puigdemont. Por eso, anteayer, en una jornada
psicodélica, se dudaba si los independentistas, con Puigdemont al frente, convocarían
elecciones o no. No sé cuáles fueron las distintas posturas dentro de los
independentistas. Ni lo sé ni me importa, porque entender una mente colectiva
esquizofrénica y bipolar de esta gente no me produce la más mínima curiosidad
intelectual. Pero, afortunadamente, ganaron los partidarios de la DUI.
Entiéndaseme, me parece terrible que se haya llegado a eso, pero hay un refrán
español que dice que “más vale una vez colorado que cien amarillo” y, llegados
al punto en el que estábamos anteayer, la alternativa, como he dicho, de unas
elecciones bajo la égida de Puigdemont y su
TV3 sería, sin duda, el peor de los escenarios. Al menos en eso le debemos algo
a la CUP y a los más radicales de JxS. Sinceramente, anteayer me temía ese
escenario. Por eso respiré cuando, a las cinco de la tarde, tras varias
arrancadas en falso, Puigdemont lo descartó. Naturalmente, sin mojarse ni un
poco.
Ayer no pude ver la votación del parlament porque estaba
trabajando –costumbre que parece que se está perdiendo en Cataluña–, pero por
lo que he oído y visto en diferido, fue vergonzosa. Primero, la iniciativa de
llevar a cabo esa votación salió, parece, de la nada, tras ser rechazado en
riguroso turno por Puigdemont, Junqueras y Forcadell el honor de proponerla.
Segundo, el voto fue secreto. Todo para intentar, de forma vergonzante, que no
hubiese nadie a quien se pueda imputar el delito de rebelión. La actitud puede
merecer distintos calificativos y el más suave es el de cobarde en grado
superlativo. Si los Puigdemont y secuaces pretendían pasar a la historia como
héroes, al menos ante sus masas, lo único que han conseguido es cubrirse de ignominia.
En uno de mis escritos anteriores sobre este tema comparaba a estos
independentistas de pacotilla con Marcelino Camacho. De este histórico líder
sindical de CCOO se podrán decir muchas cosas, pero de lo que no cabe dudar es
de su valentía para pasarse más de veinte años en la cárcel del franquismo por
defender sus ideas con gallardía. Y gallardía es la última palabra que podría
usarse para la despreciable actitud de Puigdemont y sus secuaces. Cobardes
hasta hacerse caquita. Pero espero que no les sirva de nada. El Fiscal General
del Estado ya ha dicho que el lunes va a presentar una querella por rebelión
–entre 25 y 30 años de prisión– para Puigdemont, sus consellers y los miembros
de la mesa del parlament que apoyaron la iniciativa. Espero que los jueces lo
secunden y podamos tener la satisfacción de verles haciendo piña con los Jordis
en su prisión preventiva de Soto del Real. De los otros cobardes, los del
parlament, votando a escondidas, qué puedo decir. Ignoro si también en este
caso se les pueda acusar de rebelión, pero me caben pocas dudas de que tiene
que haber alguna otra figura jurídica, aunque no sea tan dura como la rebelión,
por la que se les pueda acusar por su participación, votasen lo que votasen, en
un acto absolutamente ilegal y anticonstitucional. Podían haberse negado a
votar, como lo hicieron todos los diputados de la oposición constitucionalista. Pero, claro,
eso supondría, para quien se negase, convertirse en un paria proscrito por sus
simpáticas y democráticas bases. Y no, prefirieron la actitud vergonzante y
cobarde. Y si el número de procesados supera la setentena, espacio hay en las
cárceles españolas.
Poco después, tras un breve Consejo de Ministros
extraordinario, llegó la destitución de todos los miembros del gobern, el
anuncio de la disolución del parlament y otras medidas políticas que el Senado
ha autorizado al gobierno. Sólo he podido ver en diferido y fragmentariamente
la intervención de Rajoy. Pero por lo que he visto me parece que ha estado
soberbio. Por lo que diré más adelante, me preocupa la fecha tan próxima de las
elecciones.
Se abre ahora un periodo difícil, muy difícil. En un
momento esbozaré algunos posibles escenarios, pero antes quiero establecer lo
que, a mi entender, debería ser la norma genérica de actuación. La definiré
como la pesca del salmón. Los pescadores saben que cuando pica un salmón, su
fuerza inicial es tanta que, si no se le da carrete, es posible que rompa el
sedal y se escape. Sin embargo, tras los primeros arreones, el pez empieza a
debilitarse. Es entonces cuando hay que empezar a recoger carrete.
Eventualmente, el salmón puede tener episodios esporádicos de lucha. El
pescador avezado sabe volver a soltar carrete para seguir recuperándolo inmediatamente
después, cuando ceja el impulso del salmón. Los tirones del pez se van haciendo
cada vez más débiles y más esporádicos, hasta que al final, llega mansamente a
la orilla y se le atrapa con el retel. Esa debería ser, a mi entender la
política a seguir.
Es posible, que el gobern se atrinchere en el Palau de la
Generalitat o en sus respectivas consellerías, con las calles tomadas por sus
agitadores. Sería, creo, un error entrar a por ellos. Es mejor dejarles que se
agoten. ¿Qué podrían hacer en sus despachos con el teléfono y sus
comunicaciones por internet cortadas, sus webs intervenidas, etc.? Por no
hablar del corte del agua y la luz. Sólo desgastarse hasta que su situación sea
insostenible y sus bases se harten de estar en la calle. Entonces sería el
momento de ir con el retel. Y lo mismo opino si, en caso de delito, se escudasen
en las masas para evitar ser detenidos. ¿Cuánto tiempo pueden estar en rebeldía
tras su escudo de agitadores? Hasta los más contumaces y profesionales de sus
activistas acabarán por cansarse y ese sería el momento. ¿Importa que sea
quince o veinte días más tarde? Creo que no.
¿Y la calle? Debo decir que, incluso admitiendo la cifra
de 17.000 personas agrupadas en la Plaza de San Jaume, me parece una cifra
ridícula, sobre la base de los varios millones de habitantes que tiene
Barcelona, para la celebración del Gran Día de la Ansiada Independencia. Y el
aspecto de la plaza a las 10,30h era poco menos que desolador para los
independentistas. Compárese con lo que fueron las calles de Madrid en 1931
cuando se proclamó la República. Por eso, mientras las protestas callejeras
sean “pacíficas”, lo mejor es dejar que se desgasten. Otra cosa sería si esas
protestas callejeras degenerasen en violencia, vandalismo y destrozos. Pero en
ese mismo instante los agitadores profesionales se quedarían sin la gente que
va a esas manifestaciones con los chavales a divertirse un rato protestando. Se
quedarían solos. Y entonces serían fácilmente neutralizables por las fuerzas de
seguridad y no tendrían la excusa de su supuesto pacifismo.
También es esperable la resistencia pasiva de los
funcionarios, pacientemente seleccionados durante decenios por su fidelidad al
nacionalismo independentista. Pero me caben pocas dudas de que no haya métodos
para incoar severas medidas disciplinares de forma fulminante si se incumplen
órdenes de forma sistemática. Y, al final, hasta el más independentista de los
funcionarios tiene que comer y pagar su hipoteca y si algo se ha visto es que
si en sus jefes no hay madera de héroes, difícilmente podrá encontrarse ese material
en los peones de brega. Por tanto, no creo que esa resistencia se alargue en el
tiempo de una forma generalizada cuando se empiecen a ver pelar las barbas del
vecino.
Hay, sin embargo, dos cosas que sí me preocupan, y mucho.
La primera es la posibilidad de que en las nuevas elecciones, convocadas para
el 21 de Diciembre, no se pueda impedir que los mismos que ahora son
destituidos se presenten como candidatos. Sólo tras ser condenados por delitos
que lleven penas de, como mínimo, inhabilitación puede impedirse que se
presenten. Y eso, me temo, no es algo que se pueda lograr en el corto periodo
de tiempo de aquí a la nominación de candidatos. Y, la verdad, sólo pensar en
ver otra vez en el parlament a Puigdemont, Junqueras, Romeva y otras gentes de
su catadura, me produce náuseas.
La segunda es el control de TV3. Parece, eso he oído, que
el PSOE ha hecho valer, como uno de los precios de su apoyo, que los medios estatales
de comunicación no sean intervenidos. Pero al estar disuelto el parlament,
parece que pasarían a depender de la Junta Electoral Central que, a su vez,
creo, depende del Parlamento de España. Pero, ¿será ese un control eficaz y
fiable? No lo sé, y me preocupa terriblemente. Porque con una TV3 como la que
hay ahora, la campaña electoral sería tremendamente difícil para las fuerzas
constitucionalistas. Y no quiero ni pensar en la situación si, de nuevo, tienen
mayoría en el parlament los independentistas. Vértigo es demasiado suave para
expresar lo que siento sólo de pensarlo. Recemos para que no sea así.
En fin, nada va a ser fácil ni las medidas van a poder
ser eficazmente implementadas a partir del mismo lunes. Pero, ya veremos. Alguien
me dijo el otro día que Rajoy era un viejo zorro que se meaba en los cepos.
Pues el viejo zorro gallego sigue ganando puntos en mi escala de confianza y es
posible que, una vez más, nos sorprenda con sus habilidades. Veremos.
Pero dejadme, para acabar estas líneas, formular una
pregunta: ¿Os imagináis cómo hubiera sido esta criis si el día 4 de marzo de
2016 –hace menos de dos años de eso, ¡por Dios!– Pedro Sánchez hubiese logrado
su investidura con sus 90 escaños, los 69 de Podemos, los 9 de ERC y los 8 de
Democracia i Libertat (que eran las siglas con las que se presentó a las
elecciones de 2015 CDC)? ¿Qué hubiese sido de España? Pudo haber ocurrido.
[1] Curiosamente, Cataluña es la única
comunidad autónoma que no tiene una ley electoral propia y se rige, por tanto,
por la LOREG (Ley Orgánica del Régimen Electoral General), que es la del
Estado.
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