Ayer ha tenido lugar “algo”
ilegal en España. ¿Algo? ¿Un referéndum? No, no ha sido un referéndum. Pero se
ha parecido mucho a lo que querían hacer los independentistas Puigdemont y
compañía y a lo que pasó el 9-N. Así que podemos decir que el Gobierno ha perdido
una batalla y los independentistas la han ganado. No, ni siquiera han ganado
una batalla. Han ganado una escaramuza. Una escaramuza en la que, sin lugar a
dudas, el gobierno ha cometido el error de subestimar al enemigo.
Pero una escaramuza no es la
guerra[1]. La
guerra está todavía por librar. Y la victoria de las huestes secesionistas en
esta escaramuza tampoco es completa. Ciertamente, se ha votado. Pero, ¿alguien
cree que los resultados de esto que se ha votado, sea lo que sea, tienen alguna
validez? Evidentemente habría que estar loco para creer que sí. Sin embargo,
hay locos que así lo creen. Pero, aunque no se hubiese depositado ni un solo
voto, la escaramuza la hubiesen ganado exactamente igual los independentistas. Estaba
ganada por ellos de antemano. Así lo ha dicho Puigdemont en días pasados en
diferentes medios. “Si hay referéndum, ganamos; si no lo hay, también”.
Efectivamente, porque su objetivo en esta escaramuza no era que se depositasen
más o menos votos, sino dar un paso más hacia el punto al que quieren llegar y
que será el verdadero comienzo de las hostilidades: La declaración unilateral
de la independencia. La forma de llegar a ella les resulta indiferente. El gobierno
ha intentado retrasarla. Si hubiese puesto en vigor hace unas semanas o meses
el artículo 155 –cosa que con mayoría absoluta en el Senado puede hacer sin
encomendarse a Dios ni al diablo–, eso mismo, en ese instante, creo, hubiese
dado lugar a la declaración unilateral de independencia. Pero, no me cabe la
menor duda de que si lo hubiese hecho así hace unos meses o semanas, no hubiese
contado con el apoyo del segundo partido constitucionalista: el dubitativo y
falaz PSOE. ¿Importa hacerlo sin ese apoyo? Creo que sí, y mucho. Aunque el
concurso del PSOE no sea necesario para invocar el 155, creo que es
imprescindible contar con él. Una declaración unilateral de independencia con
un frente constitucionalista roto de antemano hubiese sido empezar la guerra en
malas condiciones para el Estado de Derecho. Hay quien acusa a Rajoy de
pusilánime, o más aún, de cobarde o, peor, de traidor por no haberlo hecho así.
La prudencia nunca ha sido bien vista por los exaltados. Y los prudentes
siempre son “asesinados” en sentido real o figurado, generalmente por los de su
lado. Ese fue el caso de Isaac Rabin, para desgracia de Israel. Pero los
exaltados nunca han ganado una guerra, aunque puedan ganar alguna que otra
escaramuza o, incluso, batalla.
Así pues, primera escaramuza para
los secesionistas. Concedido. Pero con una salvedad. Hay quien dice que el gobierno
ha perdido la batalla de la imagen ante la supuesta “brutalidad” de las cargas
“policiales”. No he visto ni una carga y, mucho menos brutal. He visto cordones
policiales, codo con codo, “band of brothers”, en actitud defensiva –alguna vez
la defensa llevaba aparejado algún palo a algún radical provocador, pero,
¿cargas?, ni media– ante una muchedumbre exaltada que les increpaba vociferante.
He visto algo que no he visto más que entre musulmanes: el uso de escudos
humanos de niños y viejos. En cambio, en otras ocasiones he visto en televisión
cargas de otras policías europeas contra manifestaciones antisistema. Eso sí
eran cargas. Así que la escaramuza mediática, diga lo que diga Puigdemont y
compañía, no la han ganado los secesionistas. Quien haya tenido ojos en la cara
habrá visto a una policía sufrida, disciplinada y ejemplar. Como español, me
siento orgullosos de ellos. Tanto como asqueado por la traición de baja estofa
de los “mossos de escuadra”. ¡Vergüenza y oprobio para los cobardes!
¿Y mañana? Apuesto por el 6 de
Octubre, 83º aniversario de la declaración de independencia de Companys, como
el día en que se hará la DUI. Es imposible que Puigdemont resista semejante
tentación. Dan igual los votos, los síes y los noes que se inventen. Hubiese
sido igual si no hubiese habido ese “algo”. Con esta convicción, el ciudadano
Tomás Alfaro Drake, recomendaría, y le pediría el cuerpo, empezar ya los
preparativos para la aplicación del 155. Pero el ciudadano Tomás Alfaro Drake,
afortunadamente, no tiene responsabilidad de gobierno y lo que le pida el
cuerpo es irrelevante. Cuando sí tienes esas responsabilidades, no te puedes
dejar llevar por lo que te pida el cuerpo. Porque si empiezas esos preparativos
antes de la DUI, te encontrarás con que la caña quebrada del PSOE se te ha
clavado en la mano. Así pues, en la guerra, habrá que esperar a la DUI antes de
empezar con el 155. Y entonces veremos que pasa. ¿Me atreveré a mojarme? Sí,
porque no me importa equivocarme. No las tengo todas conmigo que, incluso
previa DUI, el PSOE apoye en bloque el 155. Pero sé que el mismo día en que se
declare el 155, el irresponsable Pedro Sánchez dirá que hay que “negociar”, eufemismo
para decir, hacer concesiones. De hecho en las declaraciones de postureo de ayer
por la tarde, se le vio convencido que si él hubiese sido Presidente del
Gobierno hubiese evitado esta situación “negociando”/concediendo. ¿Será ingenuo
o se está echando un farol? De hecho, a esta situación se ha llegado a base de
negociaciones/concesiones desde hace muchos años. Suarez, Felipe, Aznar y,
sobre todo Zapatero, están en la lista de los que han negociado/concedido y
alimentado a la bestia independentista. ¿La han calmado? Ni por un instante. Le
han hecho ver más cerca su meta, le han hecho babear de impaciencia y le han
dado armas. Y aún antes, durante el franquismo, si hubo dos regiones de España
especialmente mimadas en lo económico, esas fueron las provincias catalanas y
las vascongadas. Y el primer gobernante que, en muchos años, le ha dicho a
Cataluña, con mayor o menor éxito; “hasta aquí hemos llegado” ha sido, guste a
quien guste y moleste a quien molesta, Mariano Rajoy. ¿Qué podría haber puesto
el freno con más energía? Puede que sí. Pero no es fácil con la herencia que ha
recibido del problema catalán con todos sus antecesores, Franco incluido.
Especialmente viniendo tras el pródigo Zapatero. Y los independentistas han ido
a elegir, precisamente, el momento en el que, por verle en minoría, con una
oposición sanchista irresponsable y contando ellos con los izquierdistas de
Podemos y la CUP como aliados, creían que no iba a dar ninguna batalla. No
quiero ni pensar lo que hubiese pasado con un PSOE-Podemos en el gobierno. Y
estuvo a punto de pasar.
Ocurre con Cataluña lo que con
algunas familias. Que tienen la desgracia de que haya un hijo que, vaya usted a
saber por qué traumas infantiles o congénitos, nacen, o se hacen desde muy
pequeños, envidiosos y retorcidos. Se están continuamente fijando en lo que
reciben, comparándose con sus hermanos, ciegos para lo que se les da y con una
inmensa lupa de aumento para lo que reciben otros, perpetuamente descontentos y
reivindicativos sin la más mínima razón. Pues bien, lo peor que se puede hacer
con esos hijos envidiosos es intentar calmar su envidia haciéndoles la pelota
con regalitos. Eso, lejos de hacerles menos envidiosos les hace sentirse
acreedores a más y más privilegios. Desgraciadamente, en la familia de España,
esa es Cataluña. Desde antes de los Reyes Católicos, cuando formaban parte de
la Corona de Aragón. Pero, a fin de cuentas, Cataluña es nuestra hermana y
debemos hacer todo lo posible para que entre en razón. Pero, ¿cómo? Debo
reconocer que no lo sé y eso me apena mucho. Sé lo que no hay que hacer; darles
más. Pero no tengo ni idea de lo que hay que hacer. Y eso, repito, me apena
enormemente. Además, para más desazón mía, una persona es una, ella y punto, y
su psicología es suya y se la come con su pan, aunque haga la vida a cuadros a
ellos mismos y a los demás. En cambio los catalanes no son uno. Son varios
millones, todos mis hermanos, y entre ellos hay, además, muchos, la mayoría,
gente estupenda, industriosa y que se gana lo que tiene y está orgulloso con
sus logros, sin mirar a los lados. Pero hay una minoría, que se impone por
métodos intimidatorios, haciendo que la psicología de masas catalana parezca
ser la suya. No estaría mal que esta mayoría noble, industriosa y silenciosa
dejase de ser esto último. Por supuesto, ya hay algunos que dan la cara, pero
son los menos. Ayer fue, creo, la primera vez que vi una manifestación que
pueda llamarse multitudinaria de esta mayoría de catalanes secuestrados por el
secesionismo. En esta guerra, ayudaría mucho que se hiciesen notar. El otro
día, Salvador Sostres, publicó un magnífico artículo bajo el título de
“Nosotros”. En él decía que la única salida era la ternura. Por supuesto, fue
tachado de equidistante en los comentarios de exaltados que seguían al
artículo. Y, añado yo: la ternura sin concesiones. Me parece muy acertado. Esa
es la única posible, aunque dudosa, solución con un hijo envidioso y
probablemente también lo sea con Cataluña. Lo que ocurre es que no tengo ni la
más remota idea de cómo se hace eso en política.
Pero, como decía en el párrafo
anterior, ya se está clamando por darles más para calmarles. Y, lo peor, lo que
más me temo, es que, al final, es posible que hasta Rajoy entre en el juego,
poniendo las semillas para la derrota final en esta guerra. O puede que este
gallego que ya nos ha sorprendido evitando el rescate, sacándonos, al menos
casi del todo, de la crisis, poniendo un muro, con las debilidades que se
quiera, pero el primer muro, al secesionismo, nos sorprenda con alguna otra
cosa. Por supuesto, para sus críticos, todo eso lo ha hecho muy mal. Y puede
que tengan razón. Pero lo ha hecho. Mal que les pese. Siempre he admirado a los
gallegos y últimamente más. Tal vez porque tienen la astucia y la frialdad que
me faltan y les importa una mierda el juicio de los demás que a mí a veces me
paraliza. Pero, sea como sea, yo, mientras se mantenga estatuariamente firme, estaré
con el gallego. Tengo la tentación, y voy a caer en ella, aunque sé que seré
criticado, de aplicarle algunos versos y el último del poema “If”, de Rudyard
Kipling. Pero voy a empezar a entrenarme en el oficio de gallego.
Si puedes mantener la cabeza en
su sitio cuando todo a tu lado es cabeza perdida y te lo achacan.
Si puedes mantener la confianza
en ti mismo cuando todos dudan de ti y, no obstante, ser indulgente con sus
dudas.
Si sabes esperar sin desalentarte
en la espera, o siendo engañado no contestas con engaño, o siendo odiado no
respondes con odio y, aún así, sabes no parecer demasiado bueno o demasiado
sabio.
…
Si puedes soportar ver tus
palabras falseadas por embaucadores que han hecho de ellas trampas para
idiotas…
…
Si ni enemigos ni amigos del alma
pueden dañarte.
Si todos cuentan contigo, pero
ninguno demasiado.
…
… lo más importante, ¡serás
hombre, hijo mío!
Yo estaré con el gallego,
mientras no entre en el baile de las concesiones.
[1] Por supuesto, el símil
bélico es sólo eso, un símil. De ninguna manera uso esos términos más que en un
sentido analógico.
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