29 de octubre de 2013

Respuesta a la entrevista en "El Mundo" hecha a Piergiorgio Odifreddi

De una cosa no cabe duda: Odifreddi, además de ser, probablemente, un buen matemático, es un genio del marketing. De un desconocido profesor de matemáticas ha pasado a ser un hombre célebre. Y lo ha hecho con un inteligente plan en el que ha utilizado la voluntad de un Papa de tender puentes entre los ateos y los creyentes. Por supuesto, nada que objetar. Ambos, el Papa y él, han conseguido su objetivo.

A raíz de esto, en “El Mundo” de este sábado pasado, 26 de Octubre, aparece una larga entrevista al matemático. Nada menos que página y media. También me parece bien, pero me parecería mejor si hubiese una simetría. Si se diese la oportunidad a un creyente de dar, en página y media, respuesta a similares preguntas. Pero pedir esa simetría a los medios de comunicación me parece de una ingenuidad total. Por eso no la pido. No obstante, y con los medios a mi alcance, sí quiero puntualizar –y contradecir– algunas cosas de esa entrevista. Compensaré con exceso de extensión –pidiendo la paciencia del lector– la menor difusión.

Casi al principio, el entrevistador pregunta: “Hay quien sostiene que ser ateo es una especie de religión”, a lo que el matemático responde: “... Me parece una bobada, quien no cree, no cree, no es que crea en otra cosa. Pero es verdad que muchos piensan que el ateísmo es una fe, en el sentido de que requiere ideas. Pero no son ideas que se crean por motivos de fe, sino porque existen demostraciones externas”. Inaceptable, sobre todo para un matemático. Porque un matemático conoce, o debería conocer, el teorema de la incompletitud de Gödel que demuestra, matemáticamente, que dentro de cualquier sistema lógico formal, hay proposiciones que no pueden demostrarse ni como verdaderas ni como falsas. Lo que no quiere decir que no sean verdaderas o falsas, sino que no se pueden demostrar como tales. Pongo un ejemplo que todo matemático debería conocer. La conjetura de Goldbach. En 1742, Christian Goldbach hizo la siguiente conjetura: “Todo número par se puede expresar como la suma de dos primos”. Desde entonces, dentro del sistema formal matemático no se ha podido demostrar que esa conjetura sea verdadera o falsa. Tal vez mañana se demuestre como lo uno o lo otro (como pasó con la conjetura de Fermat), o tal vez esta conjetura caiga dentro de las que Gödel demostró que existían como indemostrables. Pero, en cualquier caso, la conjetura, o es verdadera o es falsa. No hay término medio. Esto mismo pasa con la demostración de la existencia de Dios. Con el sistema lógico formal silogístico, no se ha podido demostrar (ni creo que se pueda) ni la existencia de Dios ni su inexistencia. Por tanto, el sistema de ideas del ateo Odifreddo no está basado en “demostraciones externas”, sino en un acto de fe suyo. Como el mío. Igual de respetable, pero no más. Esto nos llevaría al agnosticismo.

Pero, volvamos a la conjetura de Goldbach. Aunque no ha sido demostrada, creo poder afirmar que todos los matemáticos aceptan que es cierta porque, aun sin demostrar, se ha comprobado como cierta hasta números pares inmensos. Y lo creen desde fuera del sistema lógico formal matemático. La verdad sea dicha, a mí, para mi vida cotidiana, me importa tres caracoles que la conjetura de Goldbach sea cierta o falsa. Pero no ocurre lo mismo con la existencia de Dios. A mí, como a todos los seres humanos, nos va mucho en que exista Dios o no. Lo reconozcamos o no, nos va mucho en saber si vamos a volver a ver a nuestros padres, hijos, hermanos, maridos o mujeres muertos o si, por el contrario, ya no vamos a poder saber nada de ellos. Y me atrevo a decir que quien diga que esto le importa tres caracoles, lo dice desde una pose intelectual. Como también nos va mucho a todos los seres humanos entre saber si vivimos en un mundo sin sentido en el que, como decía Macbeth en la tragedia de Shakespeare, la vida es un cuento sin sentido contado con gran aparato por un idiota, o si lo hacemos en un mundo en el que existe un sentido y una razón de ser para nuestra vida. Por tanto, tampoco el agnosticismo es una postura razonable, puesto que renunciar a poder decir algo sobre esto es una insensatez. Tal vez lo sensato sea intentar ver dónde está la verdad desde fuera del sistema silogístico, como los matemáticos hacen con la conjetura de Goldbach. Y, creo poder mostrar, que no demostrar, con poco margen de duda que es más razonable creer, desde fuera del sistema silogístico, en un mundo con un Dios, con un sentido y con una trascendencia[1]. Odifreddi se embarca después en unos datos sobre los porcentajes de científicos ateos o creyentes en las distintas áreas de la ciencia. Pero esto es de poca utilidad. En las creencias de los científicos, como en las de cualquier ser humano, tienen un enorme peso la educación, lo política y profesionalmente correcto en su entorno, la costumbre, o las influencias culturales. Y no me cabe duda de que, si el ambiente del mundo científico empuja en una dirección, ésta esta de la increencia. Hoy día, el científico creyente parte de una situación profesional de desventaja.

Más adelante el matemático, sin mostrar gran respeto por las creencias ajenas, compara la creencia en el Evangelio con la de creer en Harry Potter. Y, como ya le dijo Benedicto XVI en su carta, en este tema, alejado de su disciplina, muestra su ignorancia. Odifreddi niega que los Evangelios pretendan narrar hechos históricos. Para ello se apoya, citando inadecuadamente el Evangelio de san Juan, en que éste “dice claramente que todo lo que en él se cuenta ha sido escrito a fin de alimentar la fe, es decir, que son textos apologéticos, no históricos”. Conviene leer íntegro el texto de Juan 20, 30-31: “Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida eterna”. Es decir, al menos en su intención, el Evangelio de Juan –y lo mismo podría decirse del resto– están escritos para contar lo que hizo un personaje histórico real, contemporáneo de los evangelistas. Evidentemente, el fin último, que no desdice el anterior, es para que la gente crea. Pero no que crea por argumentos apologéticos, sino que lo haga por el testimonio de lo que Juan dice haber visto. Esto, desde el principio se llamó el kerigma y es lo que hizo que los discípulos diesen su vida por algo que habían visto y vivido y que les cambió la existencia. La apologética, que vino mucho más tarde, es otra cosa. Es lo que estoy haciendo yo ahora. Y los cristianos hicieron apologética para razonar, con la filosofía griega, lo que anunciaban en el kerigma. Y llegaron a ser filósofos de primera. A pesar de todo, todavía no sé si debieron haberlo hecho, ni si yo hago bien en hacerlo. Tal vez debieron quedarse en el kerigma.

Odifreddi bebe todavía, como muchos ateos –no todos, desde luego, Dios me libre de decir eso– en las fuentes de la crítica decimonónica de los textos evangélicos. Esta crítica decía que los evangelios habían sido escritos tardíamente, hacia el siglo IV y narraban un mito que se había ido construyendo en esos siglos. Y lo narrado en ellos, si respondía a la realidad, lo hacía con la misma vaguedad e inexactitud con que Iliada, narrada por Homero en el siglo VIII a. de C. como una historia de amor, respondía a los hechos reales, ocurridos en el siglo XII a. de C., de una batalla puramente político-comercial por el dominio del paso del Helesponto. Efectivamente, los mitos, para desarrollarse necesitan en siglos lo que los vinos en años para envejecer. Si hubiesen pasado cuatro siglos entre los hechos de los Evangelios y su redacción, podría haberse fraguado un mito. De ahí que esa crítica decimonónica distinga el Jesús histórico, del que apenas podemos saber nada –dicen–, del Jesús mítico presentado por los Evangelios. El mismo David Strauss –padre, junto con Ernest Renan, de la crítica decimonónica– en su “Vida de Jesús” dice: “La historia evangélica sería inatacable si se probase que había sido escrita por testigos oculares o por lo menos por autores cercanos a los sucesos”. El silogismo de Strauss y Renan podría resumirse como sigue: La historia de los Evangelios no puede ser cierta, es mítica. Si es mítica, tienen que haber transcurrido varios siglos entre los hechos y su escritura, luego, como conclusión, tuvieron que ser escritos en el siglo IV. Pero la crítica histórico-científica de los siglos XX y XXI, ha llegado a la conclusión, de forma prácticamente incontrovertible, de que los evangelios sinópticos –Marcos, Mateo y Lucas, por orden cronológico– fueron escritos muy poco después de la muerte de Jesús, y el de Juan, a fines del siglo I. De esto parece que Odifreddi, anclado en la crítica decimonónica, no se ha enterado. Por eso Benedicto XVI, en su respuesta le llama, educadamente, ignorante. Pero además –y esto lo añado yo– es del tipo de ignorante que, en palabras de Antonio Machado, desprecia cuanto ignora.

El silogismo quedaría entonces: Los Evangelios fueron escritos poco después de la muerte de Jesús. Los mitos necesitan varios siglos para fraguarse, luego los Evangelios no son un mito.

Naturalmente, que no sean un mito, no quiere decir que sean verdad. Pueden ser una burda mentira. Pero quien miente a) intenta que su mentira sea plausible, por lo que inventa una historia creíble y b) intenta sacar un beneficio de su mentira. Ninguna de estas dos condiciones se da en los Evangelios. Lo que se cuenta en ellos es una historia difícil de creer y los supuestos inventores de la misma acabaron muriendo con muertes horribles por defender hasta su último aliento su supuesta mentira. Por tanto, si no es razonable la hipótesis del mito ni la de la mentira, ¿qué pasa con los Evangelios?

Antes de contestar a esta pregunta, quiero aclarar una cosa. La frase de Tertuliano de “creo porque es absurdo” me parece una estupidez. Yo más bien creo a pesar de que sea “absurdo”. Y nótese que pongo este “absurdo” entre comillas. Y ahora vamos con la pregunta del párrafo anterior: ¿Qué pasa con la “absurda” historia de los Evangelios? Odifreddi dice: “Incluso si Jesús hubiera existido, los milagros que se dice que hizo y el que resucitara al tercer día, no se pueden aceptar como hechos históricos, sino como cuestiones de fe”. Pero detrás de esa afirmación suya, hay también cuestiones de fe. El silogismo de Odifreddi se podría resumir de la siguiente manera: Dios no existe. Sólo Dios, si existiera, podría hacer esos milagros, luego esos milagros no se pueden aceptar como hechos históricos. Pero la premisa mayor de este silogismo es, en sí misma, como se ha visto antes, un acto de fe. Respetable, pero un acto de fe. Tan respetable como el que dice que Dios sí existe. Y a, mi modo de ver, argumentado como puede ver quien quiera leer las entradas a este blog que he citado antes, es mucho menos plausible el no que el sí. Si la respuesta fuese sí, el silogismo quedaría: Dios existe. Por supuesto, puede hacer cosas “extrañas” en el Cosmos que Él ha creado, luego los milagros, incluida la resurrección al tercer día, se pueden aceptar como hechos históricos.

En una cosa estoy plenamente de acuerdo con Odifreddi cuando dice, sacando conclusiones de las palabras de san Pablo (Cfr. 1 Corintios 15, 19): “El cristianismo pretende ser histórico, ese es su problema. Porque si Jesucristo no resucitó el cristianismo cae.  Ser cristiano no significa sólo seguir una enseñanza, hacer lo que decía Jesús. Eso, de hecho, es herético. Ser cristiano obliga a creer en la resurrección de Jesús”. Y, añadiría yo, ser cristiano obliga a creer en su divinidad, que sería el primer y más importante milagro de ese Dios existente: encarnarse en la historia y entrar en ella. Ese es su problema y su grandeza. Porque “si Cristo no ha resucitado –decía san Pablo– tanto mi anuncio como vuestra fe, carecen de sentido […] y somos los más miserables de todos los hombres”. Pero la grandeza del cristianismo es la que sigue comentando san Pablo (Cfr. 1 Corintios 15, 20-28): “Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. […] Así, también por su unión con Cristo, todos retornarán a la vida […] para que Dios sea todo en todas las cosas”.

Así pues, todo se refiere a un dogma de fe inicial, tanto de los cristianos como de los ateos. Optar por la existencia o no de Dios. Pero un dogma cuya respuesta se puede vislumbrar desde fuera del sistema y que, a mi juicio tiene más plausibilidad racional, aunque no demostrable, el sí que el no. Éste es el terreno del diálogo sincero entre la fe y el ateísmo que persigue Benedicto XVI desde antes de ser Papa y que expresa magistralmente en su “Introducción al cristianismo” (1968), al que Odifreddi responde con su “Querido Papa, te escribo”: “… la situación del hombre de hoy ante la cuestión de Dios. Nadie puede poner a Dios y su reino encima de la mesa, y el creyente por supuesto tampoco. El que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que ‘quizá sea verdad’. El ‘quizá’ es siempre una tentación ineludible a la que nadie puede sustraerse; al rechazarla, se da uno cuenta de que la fe no puede rechazarse. Digámoslo de otro modo: tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la incertidumbre. Quizá justamente por eso la duda, que impide que ambos se cierren herméticamente en lo suyo, pueda convertirse ella misma en un lugar de comunicación. Impide a ambos que se recluyan en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda le lleva al creyente. Para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como un reto”. La cuestión estriba en no ocultarse a uno mismo o a la verdad de su ser[2].

Como una razón de la irracionalidad del cristianismo, Odifreddi invoca el evolucionismo. Tampoco parece enterarse de que nada, absolutamente nada, en el dogma católico se opone al evolucionismo darwinista. Cierto que muchos católicos, más papistas que los papas, se indignan ante el darwinismo. A mí también me exasperan estos católicos. Hace años escribí varias entradas al respecto en tadurraca.blogspot.com[3].

Acto seguido, la entrevista entra en el terreno de las normas morales. Dice Odifreddi: “En general, la gente se comporta mal incluso habiendo religión. Es verdad como dice el Papa […] que el cristianismo […] ha dado gente como la madre teresa de Calcuta. Pero también podría hacer una lista muy larga de gente que se declaraba católica y que no se ha comportado muy bien, como Franco, Videla, Pinochet. Creo que la religión es independiente del comportamiento. […] Pero hay que comportarse bien con independencia de si hay o no un Dios que te observa y que te puede castigar mandándote  al infierno”. Aquí hay mucho que matizar. Ciertamente, la naturaleza humana tiene en sí misma lo mejor y lo peor. Y ciertamente, Dios, si creemos en él, ha hecho libre al hombre. Pero no cabe duda de que hay religiones con un código ético que eleva a los seres humanos, como hay otras que lo rebajan. Creo firmemente que el cristianismo está entre las primeras. No es menos cierto que, incluso dentro de la Iglesia, hay cristianos que, tomando el nombre de Dios en vano, que es lo que prohíbe el segundo mandamiento, han usado su cristianismo para justificar, en nombre de ese Dios, conductas injustificables con el Evangelio en la mano. Por eso estoy dispuesto a admitir los que Odifreddi pone en la lista del mal siendo católicos, pueda equipararse con la de los que están en esa lista sin ser cristianos y cuyos nombres puede evocar cada uno. Hasta estoy dispuesto a admitir, aunque sin demasiado convencimiento, un empate en el cómputo de bondad de los que Joseph Malègue llamaba “las clases medias de la santidad” y considerar la santidad cristiana y laica de esas clases medias por igual. Pero de ninguna manera esto es extensible a los verdaderos santos, las auténticas luminarias de la humanidad. No porque no haya grandes y auténticos santos laicos, sino porque los santos cristianos son, en cualquier época de la historia, legión. Ahora mismo, cuando la televisión nos muestra a los últimos que abandonan un país en conflicto, estos son casi, casi, casi siempre, religiosos. Por supuesto que hay muchos y magníficos cooperantes en muchas ONG’s laicas, pero son abrumadora mayoría los de las ONG’s u órdenes religiosas católicas. Estos últimos, además, no dan sólo (lo de sólo lo digo con el mayor respeto) unos años de su vida a la causa, la dan toda. Esos son los frutos, desgraciadamente demasiado escasos, aunque tampoco insignificantes en número, del cristianismo. Cuando “Dios sea todo en todos”, todos seremos así y el reino de los cielos estará en este mundo. Ese es el compromiso de Cristo. Y cuando a uno de esos santos en vida que la dan hasta la muerte en los lugares de los que se dice estar “dejados de la mano de Dios”, se les pregunta de dónde sacan la fuerza para estar ahí y entregar toda su vida, a menudo hasta la muerte, no dudan en contestar: de Cristo vivo y resucitado, al que recibo a través de esta Iglesia, por muy triste que haya sido a menudo su comportamiento, que también ha sido –y hay que decirlo– en muchos casos magnífico. Durante siglos la Iglesia ha sido la enseñanza pública, la sanidad pública y el Estado del bienestar en todo el mundo y aún hoy lo es en los lugares más pobres de la tierra.

Por último, decir que la ética cristiana es comportarse bien porque hay “un Dios que te observa y que te puede castigar mandándote  al infierno” es no haber entendido nada ni del amor de Dios ni del infierno. Y probablemente, la culpa de que Odifreddi lo entienda tan mal y, hasta incluso tal vez de su falta de fe y de su anticlericalismo, la tengamos los cristianos que no se lo hayan sabido contar bien o que podamos haberle dado mal ejemplo o que incluso le hayan hecho daño. Tal vez se lo hayan hecho en el mismo seminario en el que dice que estuvo de joven. Lo siento y pido perdón por la parte que me toque de mal ejemplo y, por delegación, por el mal que le hayan podido causar. Pero supongo que en su vida de profesor de matemáticas se encontrará muchas personas que odian las matemáticas porque un mal profesor se las explicó mal o le suspendió injustamente o hasta le trató mal. Pero supongo que eso no afecta a las matemáticas y que Odifreddi le dirá a su alumno que al madurar, uno tiene que saber distinguir entre las matemáticas y el mal profesor que se las enseñó, aunque sea torpe, injusto, cruel o perverso, y que debería hacer un nuevo esfuerzo por entenderlas y que, tal vez así pueda llegar a descubrir su inaudita belleza intrínseca.

Por eso yo me atrevo a decirte, con tosa humildad y cariño: Querido Piergiorgio, si te han contado mal la fe cristiana, si te hemos dado mal ejemplo, si te han hecho daño, intenta entender a Cristo otra vez. Distingue entre Cristo y los que te lo han presentado mal. Tal vez descubras la belleza del amor de Dios en Cristo y puedas agradecer a la Iglesia que, aunque muy imperfecta, te lo de, vivo y resucitado, siempre que quieras.



[1] Quien quiera, que vea en mi blog (tadurraca.blogspot.com) una larga serie de 36 artículos, publicados entre el 6 de Agosto del 2007 y el 18 de Abril del 2009, con los títulos: La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?, La creación, ¿Qué hay fuera del universo?, Un universo de diseño, Si no hay diseñador, ¿cuál es la explicación?, Un vano intento de encadenar a Dios, Y Dios descansó un poco antes del séptimo día, De soles y supernovas, ¿Cómo pudo aparecer la vida? I, II y III, Una aclaración al artículo ¿cómo pudo aparecer la vida I, La Vía Láctea, nuestro inmenso castillo, La Tierra, nuestro pequeño gran nido, ¿Creacionismo o evolución?, ¿Darwin o Lamarck?, Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin, Los primeros brotes del arbusto de la vida, la división del trabajo, La explosión del arbusto de la vida, ¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?, Definamos la inteligencia, El linaje prehumano, ¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?, El coste de un cerebro desproporcionado, Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso, El regalo de la inteligencia, ¿Cuántas Evas hubo?, El lado oscuro de la inteligencia, Regalos añadidos a la inteligencia, La posibilidad de la libertad, ¿Cómo acabará todo? I y II, Y todo esto, ¿por qué, para qué? y, Más allá de la ciencia, asomándonos a los planes de Dios. 36 artículos 6 de Agosto 2007, 18 Abril 2009. O mejor, que se compre mi libro “Más allá de la ciencia” ediciones Palabra.
[2] Introducción al cristianismo. Joseph Ratzinger, Ediciones Sígueme 2009, pag. 45
[3] Cuatro entradas de Julio del 2007: Visión cristiana de la evolución, carta abierta a Charles Darwin, carta a un católico antievolucionista y replica y contra réplica a esta entrada.

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