De una cosa no
cabe duda: Odifreddi, además de ser, probablemente, un buen matemático, es un
genio del marketing. De un desconocido profesor de matemáticas ha pasado a ser
un hombre célebre. Y lo ha hecho con un inteligente plan en el que ha utilizado
la voluntad de un Papa de tender puentes entre los ateos y los creyentes. Por
supuesto, nada que objetar. Ambos, el Papa y él, han conseguido su objetivo.
A raíz de esto,
en “El Mundo” de este sábado pasado, 26 de Octubre, aparece una larga
entrevista al matemático. Nada menos que página y media. También me parece
bien, pero me parecería mejor si hubiese una simetría. Si se diese la
oportunidad a un creyente de dar, en página y media, respuesta a similares preguntas.
Pero pedir esa simetría a los medios de comunicación me parece de una
ingenuidad total. Por eso no la pido. No obstante, y con los medios a mi
alcance, sí quiero puntualizar –y contradecir– algunas cosas de esa entrevista.
Compensaré con exceso de extensión –pidiendo la paciencia del lector– la menor
difusión.
Casi al
principio, el entrevistador pregunta: “Hay
quien sostiene que ser ateo es una especie de religión”, a lo que el
matemático responde: “... Me parece una
bobada, quien no cree, no cree, no es que crea en otra cosa. Pero es verdad que
muchos piensan que el ateísmo es una fe, en el sentido de que requiere ideas.
Pero no son ideas que se crean por motivos de fe, sino porque existen
demostraciones externas”. Inaceptable, sobre todo para un matemático.
Porque un matemático conoce, o debería conocer, el teorema de la incompletitud
de Gödel que demuestra, matemáticamente, que dentro de cualquier sistema lógico
formal, hay proposiciones que no pueden demostrarse ni como verdaderas ni como
falsas. Lo que no quiere decir que no sean verdaderas o falsas, sino que no se
pueden demostrar como tales. Pongo un ejemplo que todo matemático debería
conocer. La conjetura de Goldbach. En 1742, Christian Goldbach hizo la siguiente
conjetura: “Todo número par se puede expresar como
la suma de dos primos”.
Desde entonces, dentro del sistema formal matemático no se ha podido demostrar
que esa conjetura sea verdadera o falsa. Tal vez mañana se demuestre como lo
uno o lo otro (como pasó con la conjetura de Fermat), o tal vez esta conjetura
caiga dentro de las que Gödel demostró que existían como indemostrables. Pero,
en cualquier caso, la conjetura, o es verdadera o es falsa. No hay término
medio. Esto mismo pasa con la demostración de la existencia de Dios. Con el
sistema lógico formal silogístico, no se ha podido demostrar (ni creo que se
pueda) ni la existencia de Dios ni su inexistencia. Por tanto, el sistema de
ideas del ateo Odifreddo no está basado en “demostraciones externas”,
sino en un acto de fe suyo. Como el mío. Igual de respetable, pero no más. Esto
nos llevaría al agnosticismo.
Pero, volvamos a la conjetura de Goldbach. Aunque
no ha sido demostrada, creo poder afirmar que todos los matemáticos aceptan que
es cierta porque, aun sin demostrar, se ha comprobado como cierta hasta números
pares inmensos. Y lo creen desde fuera
del sistema lógico formal matemático. La verdad sea dicha, a mí, para mi vida
cotidiana, me importa tres caracoles que la conjetura de Goldbach sea cierta o
falsa. Pero no ocurre lo mismo con la existencia de Dios. A mí, como a todos
los seres humanos, nos va mucho en que exista Dios o no. Lo reconozcamos o no,
nos va mucho en saber si vamos a volver a ver a nuestros padres, hijos,
hermanos, maridos o mujeres muertos o si, por el contrario, ya no vamos a poder
saber nada de ellos. Y me atrevo a decir que quien diga que esto le importa
tres caracoles, lo dice desde una pose intelectual. Como también nos va mucho a
todos los seres humanos entre saber si vivimos en un mundo sin sentido en el
que, como decía Macbeth en la tragedia de Shakespeare, la vida es un cuento sin
sentido contado con gran aparato por un idiota, o si lo hacemos en un mundo en
el que existe un sentido y una razón de ser para nuestra vida. Por tanto, tampoco
el agnosticismo es una postura razonable, puesto que renunciar a poder decir
algo sobre esto es una insensatez. Tal vez lo sensato sea intentar ver dónde
está la verdad desde fuera del sistema
silogístico, como los matemáticos hacen con la conjetura de Goldbach. Y,
creo poder mostrar, que no demostrar, con poco margen de duda que es más
razonable creer, desde fuera del sistema silogístico, en un mundo con un Dios,
con un sentido y con una trascendencia[1].
Odifreddi se embarca después en unos datos sobre los porcentajes de científicos
ateos o creyentes en las distintas áreas de la ciencia. Pero esto es de poca
utilidad. En las creencias de los científicos, como en las de cualquier ser
humano, tienen un enorme peso la educación, lo política y profesionalmente
correcto en su entorno, la costumbre, o las influencias culturales. Y no me
cabe duda de que, si el ambiente del mundo científico empuja en una dirección,
ésta esta de la increencia. Hoy día, el científico creyente parte de una
situación profesional de desventaja.
Más adelante el matemático, sin mostrar gran
respeto por las creencias ajenas, compara la creencia en el Evangelio con la de
creer en Harry Potter. Y, como ya le dijo Benedicto XVI en su carta, en este
tema, alejado de su disciplina, muestra su ignorancia. Odifreddi niega que los
Evangelios pretendan narrar hechos históricos. Para ello se apoya, citando
inadecuadamente el Evangelio de san Juan, en que éste “dice claramente que
todo lo que en él se cuenta ha sido escrito a fin de alimentar la fe, es decir,
que son textos apologéticos, no históricos”. Conviene leer íntegro el texto
de Juan 20, 30-31: “Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más
signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo,
tengáis vida eterna”. Es decir, al menos en su intención, el Evangelio de
Juan –y lo mismo podría decirse del resto– están escritos para contar lo que
hizo un personaje histórico real, contemporáneo de los evangelistas.
Evidentemente, el fin último, que no desdice el anterior, es para que la gente
crea. Pero no que crea por argumentos apologéticos, sino que lo haga por el
testimonio de lo que Juan dice haber visto. Esto, desde el principio se llamó
el kerigma y es lo que hizo que los discípulos diesen su vida por algo que
habían visto y vivido y que les cambió la existencia. La apologética, que vino
mucho más tarde, es otra cosa. Es lo que estoy haciendo yo ahora. Y los
cristianos hicieron apologética para razonar, con la filosofía griega, lo que
anunciaban en el kerigma. Y llegaron a ser filósofos de primera. A pesar de
todo, todavía no sé si debieron haberlo hecho, ni si yo hago bien en hacerlo.
Tal vez debieron quedarse en el kerigma.
Odifreddi bebe todavía, como muchos ateos –no
todos, desde luego, Dios me libre de decir eso– en las fuentes de la crítica
decimonónica de los textos evangélicos. Esta crítica decía que los evangelios
habían sido escritos tardíamente, hacia el siglo IV y narraban un mito que se
había ido construyendo en esos siglos. Y lo narrado en ellos, si respondía a la
realidad, lo hacía con la misma vaguedad e inexactitud con que Iliada, narrada por
Homero en el siglo VIII a. de C. como una historia de amor, respondía a los
hechos reales, ocurridos en el siglo XII a. de C., de una batalla puramente
político-comercial por el dominio del paso del Helesponto. Efectivamente, los
mitos, para desarrollarse necesitan en siglos lo que los vinos en años para
envejecer. Si hubiesen pasado cuatro siglos entre los hechos de los Evangelios
y su redacción, podría haberse fraguado un mito. De ahí que esa crítica
decimonónica distinga el Jesús histórico, del que apenas podemos saber nada
–dicen–, del Jesús mítico presentado por los Evangelios. El mismo David Strauss
–padre, junto con Ernest Renan, de la crítica decimonónica– en su “Vida de
Jesús” dice: “La historia evangélica sería inatacable si se probase que
había sido escrita por testigos oculares o por lo menos por autores cercanos a
los sucesos”. El silogismo de
Strauss y Renan podría resumirse como sigue: La historia de los Evangelios no
puede ser cierta, es mítica. Si es mítica, tienen que haber transcurrido varios
siglos entre los hechos y su escritura, luego, como conclusión, tuvieron que
ser escritos en el siglo IV. Pero la crítica histórico-científica de los siglos
XX y XXI, ha llegado a la conclusión, de forma prácticamente incontrovertible,
de que los evangelios sinópticos –Marcos, Mateo y Lucas, por orden cronológico–
fueron escritos muy poco después de la muerte de Jesús, y el de Juan, a fines
del siglo I. De esto parece que Odifreddi, anclado en la crítica decimonónica,
no se ha enterado. Por eso Benedicto XVI, en su respuesta le llama,
educadamente, ignorante. Pero además –y esto lo añado yo– es del tipo de
ignorante que, en palabras de Antonio Machado, desprecia cuanto ignora.
El silogismo quedaría entonces: Los Evangelios fueron escritos poco
después de la muerte de Jesús. Los mitos necesitan varios siglos para
fraguarse, luego los Evangelios no son un mito.
Naturalmente, que no sean un mito, no quiere decir que sean verdad.
Pueden ser una burda mentira. Pero quien miente a) intenta que su mentira sea
plausible, por lo que inventa una historia creíble y b) intenta sacar un
beneficio de su mentira. Ninguna de estas dos condiciones se da en los
Evangelios. Lo que se cuenta en ellos es una historia difícil de creer y los
supuestos inventores de la misma acabaron muriendo con muertes horribles por
defender hasta su último aliento su supuesta mentira. Por tanto, si no es
razonable la hipótesis del mito ni la de la mentira, ¿qué pasa con los
Evangelios?
Antes de contestar a esta pregunta, quiero aclarar una cosa. La frase
de Tertuliano de “creo porque es absurdo” me parece una estupidez. Yo más bien
creo a pesar de que sea “absurdo”. Y nótese que pongo este “absurdo” entre
comillas. Y ahora vamos con la pregunta del párrafo anterior: ¿Qué pasa con la
“absurda” historia de los Evangelios? Odifreddi dice: “Incluso si Jesús
hubiera existido, los milagros que se dice que hizo y el que resucitara al
tercer día, no se pueden aceptar como hechos históricos, sino como cuestiones
de fe”. Pero detrás de esa afirmación suya, hay también cuestiones de fe.
El silogismo de Odifreddi se podría resumir de la siguiente manera: Dios no
existe. Sólo Dios, si existiera, podría hacer esos milagros, luego esos
milagros no se pueden aceptar como hechos históricos. Pero la premisa mayor de
este silogismo es, en sí misma, como se ha visto antes, un acto de fe. Respetable,
pero un acto de fe. Tan respetable como el que dice que Dios sí existe. Y a, mi
modo de ver, argumentado como puede ver quien quiera leer las entradas a este
blog que he citado antes, es mucho menos plausible el no que el sí. Si la
respuesta fuese sí, el silogismo quedaría: Dios existe. Por supuesto, puede
hacer cosas “extrañas” en el Cosmos que Él ha creado, luego los milagros,
incluida la resurrección al tercer día, se pueden aceptar como hechos
históricos.
En una cosa estoy plenamente de acuerdo con Odifreddi cuando dice,
sacando conclusiones de las palabras de san Pablo (Cfr. 1 Corintios 15, 19): “El
cristianismo pretende ser histórico, ese es su problema. Porque si Jesucristo
no resucitó el cristianismo cae. Ser
cristiano no significa sólo seguir una enseñanza, hacer lo que decía Jesús.
Eso, de hecho, es herético. Ser cristiano obliga a creer en la resurrección de
Jesús”. Y, añadiría yo, ser cristiano obliga a creer en su divinidad, que
sería el primer y más importante milagro de ese Dios existente: encarnarse en
la historia y entrar en ella. Ese es su problema y su grandeza. Porque “si
Cristo no ha resucitado –decía san Pablo– tanto mi anuncio como vuestra
fe, carecen de sentido […] y somos los más miserables de todos los hombres”.
Pero la grandeza del cristianismo es la que sigue comentando san Pablo (Cfr. 1
Corintios 15, 20-28): “Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos,
como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. […] Así, también por su
unión con Cristo, todos retornarán a la vida […] para que Dios sea todo en
todas las cosas”.
Así pues, todo se refiere a un dogma de fe inicial, tanto de los
cristianos como de los ateos. Optar por la existencia o no de Dios. Pero un
dogma cuya respuesta se puede vislumbrar desde fuera del sistema y que, a mi
juicio tiene más plausibilidad racional, aunque no demostrable, el sí que el
no. Éste es el terreno del diálogo sincero entre la fe y el ateísmo que
persigue Benedicto XVI desde antes de ser Papa y que expresa magistralmente en
su “Introducción al cristianismo” (1968), al que Odifreddi responde con su
“Querido Papa, te escribo”: “… la situación del hombre de hoy ante la
cuestión de Dios. Nadie puede poner a Dios y su reino encima de la mesa, y el
creyente por supuesto tampoco. El que no cree puede sentirse seguro en su
incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que ‘quizá sea verdad’.
El ‘quizá’ es siempre una tentación ineludible a la que nadie puede sustraerse;
al rechazarla, se da uno cuenta de que la fe no puede rechazarse. Digámoslo de
otro modo: tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su
modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se
oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente
a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino
humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la
duda y la fe, entre la impugnación y la incertidumbre. Quizá justamente por eso
la duda, que impide que ambos se cierren herméticamente en lo suyo, pueda
convertirse ella misma en un lugar de comunicación. Impide a ambos que se
recluyan en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda le lleva
al creyente. Para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro
la duda es la forma en que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como un reto”. La cuestión estriba en no ocultarse a uno mismo o a la verdad de
su ser[2].
Como una razón de la irracionalidad del cristianismo, Odifreddi invoca
el evolucionismo. Tampoco parece enterarse de que nada, absolutamente nada, en
el dogma católico se opone al evolucionismo darwinista. Cierto que muchos
católicos, más papistas que los papas, se indignan ante el darwinismo. A mí
también me exasperan estos católicos. Hace años escribí varias entradas al
respecto en tadurraca.blogspot.com[3].
Acto seguido, la entrevista entra en el terreno de las normas morales.
Dice Odifreddi: “En general, la gente se comporta mal incluso habiendo
religión. Es verdad como dice el Papa […] que el cristianismo […] ha dado gente
como la madre teresa de Calcuta. Pero también podría hacer una lista muy larga
de gente que se declaraba católica y que no se ha comportado muy bien, como
Franco, Videla, Pinochet. Creo que la religión es independiente del
comportamiento. […] Pero hay que comportarse bien con independencia de si hay o
no un Dios que te observa y que te puede castigar mandándote al infierno”. Aquí hay mucho que matizar.
Ciertamente, la naturaleza humana tiene en sí misma lo mejor y lo peor. Y
ciertamente, Dios, si creemos en él, ha hecho libre al hombre. Pero no cabe
duda de que hay religiones con un código ético que eleva a los seres humanos,
como hay otras que lo rebajan. Creo firmemente que el cristianismo está entre
las primeras. No es menos cierto que, incluso dentro de la Iglesia, hay
cristianos que, tomando el nombre de Dios en vano, que es lo que prohíbe el
segundo mandamiento, han usado su cristianismo para justificar, en nombre de
ese Dios, conductas injustificables con el Evangelio en la mano. Por eso estoy
dispuesto a admitir los que Odifreddi pone en la lista del mal siendo
católicos, pueda equipararse con la de los que están en esa lista sin ser
cristianos y cuyos nombres puede evocar cada uno. Hasta estoy dispuesto a admitir,
aunque sin demasiado convencimiento, un empate en el cómputo de bondad de los
que Joseph Malègue llamaba “las clases medias de la santidad” y considerar la
santidad cristiana y laica de esas clases medias por igual. Pero de ninguna
manera esto es extensible a los verdaderos santos, las auténticas luminarias de
la humanidad. No porque no haya grandes y auténticos santos laicos, sino porque
los santos cristianos son, en cualquier época de la historia, legión. Ahora
mismo, cuando la televisión nos muestra a los últimos que abandonan un país en
conflicto, estos son casi, casi, casi siempre, religiosos. Por supuesto que hay
muchos y magníficos cooperantes en muchas ONG’s laicas, pero son abrumadora
mayoría los de las ONG’s u órdenes religiosas católicas. Estos últimos, además,
no dan sólo (lo de sólo lo digo con el mayor respeto) unos años de su vida a la
causa, la dan toda. Esos son los frutos, desgraciadamente demasiado escasos, aunque
tampoco insignificantes en número, del cristianismo. Cuando “Dios sea todo
en todos”, todos seremos así y el reino de los cielos estará en este mundo.
Ese es el compromiso de Cristo. Y cuando a uno de esos santos en vida que la
dan hasta la muerte en los lugares de los que se dice estar “dejados de la mano
de Dios”, se les pregunta de dónde sacan la fuerza para estar ahí y entregar
toda su vida, a menudo hasta la muerte, no dudan en contestar: de Cristo vivo y
resucitado, al que recibo a través de esta Iglesia, por muy triste que haya
sido a menudo su comportamiento, que también ha sido –y hay que decirlo– en
muchos casos magnífico. Durante siglos la Iglesia ha sido la enseñanza pública,
la sanidad pública y el Estado del bienestar en todo el mundo y aún hoy lo es
en los lugares más pobres de la tierra.
Por último, decir que la ética cristiana es comportarse bien porque hay
“un Dios que te observa y que te puede castigar mandándote al infierno” es no haber entendido nada
ni del amor de Dios ni del infierno. Y probablemente, la culpa de que Odifreddi
lo entienda tan mal y, hasta incluso tal vez de su falta de fe y de su anticlericalismo,
la tengamos los cristianos que no se lo hayan sabido contar bien o que podamos
haberle dado mal ejemplo o que incluso le hayan hecho daño. Tal vez se lo hayan
hecho en el mismo seminario en el que dice que estuvo de joven. Lo siento y
pido perdón por la parte que me toque de mal ejemplo y, por delegación, por el
mal que le hayan podido causar. Pero supongo que en su vida de profesor de
matemáticas se encontrará muchas personas que odian las matemáticas porque un
mal profesor se las explicó mal o le suspendió injustamente o hasta le trató
mal. Pero supongo que eso no afecta a las matemáticas y que Odifreddi le dirá a
su alumno que al madurar, uno tiene que saber distinguir entre las matemáticas
y el mal profesor que se las enseñó, aunque sea torpe, injusto, cruel o
perverso, y que debería hacer un nuevo esfuerzo por entenderlas y que, tal vez
así pueda llegar a descubrir su inaudita belleza intrínseca.
Por eso yo me atrevo a decirte, con tosa humildad y cariño: Querido
Piergiorgio, si te han contado mal la fe cristiana, si te hemos dado mal
ejemplo, si te han hecho daño, intenta entender a Cristo otra vez. Distingue
entre Cristo y los que te lo han presentado mal. Tal vez descubras la belleza
del amor de Dios en Cristo y puedas agradecer a la Iglesia que, aunque muy
imperfecta, te lo de, vivo y resucitado, siempre que quieras.
[1] Quien quiera, que vea en
mi blog (tadurraca.blogspot.com) una larga serie de 36 artículos, publicados
entre el 6 de Agosto del 2007 y el 18 de Abril del 2009, con los títulos: La
ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?, La creación, ¿Qué hay fuera del universo?,
Un universo de diseño, Si no hay diseñador, ¿cuál es la explicación?, Un vano
intento de encadenar a Dios, Y Dios descansó un poco antes del séptimo día, De
soles y supernovas, ¿Cómo pudo aparecer la vida? I, II y III, Una aclaración al
artículo ¿cómo pudo aparecer la vida I, La Vía Láctea, nuestro inmenso
castillo, La Tierra, nuestro pequeño gran nido, ¿Creacionismo o evolución?,
¿Darwin o Lamarck?, Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin, Los
primeros brotes del arbusto de la vida, la división del trabajo, La explosión
del arbusto de la vida, ¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?,
Definamos la inteligencia, El linaje prehumano, ¿Un Homo Sapiens sin
inteligencia?, El coste de un cerebro desproporcionado, Si no hay nada que
decir, hablar es muy peligroso, El regalo de la inteligencia, ¿Cuántas Evas
hubo?, El lado oscuro de la inteligencia, Regalos añadidos a la inteligencia,
La posibilidad de la libertad, ¿Cómo acabará todo? I y II, Y todo esto, ¿por
qué, para qué? y, Más allá de la ciencia, asomándonos a los planes de Dios. 36
artículos 6 de Agosto 2007, 18 Abril 2009. O mejor, que se compre mi libro “Más
allá de la ciencia” ediciones Palabra.
[2] Introducción al cristianismo. Joseph
Ratzinger, Ediciones Sígueme 2009, pag. 45
[3] Cuatro entradas de Julio del
2007: Visión cristiana de la evolución, carta abierta a Charles Darwin, carta a
un católico antievolucionista y replica y contra réplica a esta entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario