29 de junio de 2014

Ikea

Ayer, último sábado de Junio, dedique buena parte del día a ir con Blanca, mi mujer a comprar muebles de exterior para la casa que tenemos en Liandres, un pequeño pueblo de Cantabria. Por la mañana estuvimos en Európolis, viendo tiendas de decoración con muebles de exterior carísimos. No compramos nada. Por la tarde, a eso de las siete, fuimos al Ikea de Móstoles. Fuimos desde Pozuelo, por una red de magníficas carreteras en las que yo me pierdo pero por las que Blanca se mueve como pez en el agua y llegamos en dos patadas. Estaba lleno de bote en bote de una abigarrada multitud de lo más variopinto. Matrimonios jóvenes con o sin niños, matrimonios más mayores, jóvenes y no tan jóvenes de ambos sexos solos. Gente que podríamos calificar de “guapa” y otros menos “guapos”. De todo. Iban, como nosotros, a buscar alguna cosa que necesitaban para su casa. Podían encontrar allí de todo. Desde un armario hasta unos cojines para el sofá. Desde una cama hasta las cortinas para la ducha. Desde un lavabo para el baño hasta una lámpara para la mesilla de noche. Desde un juego de toallas hasta una mesa de comedor. Todo, en general, de bastante buen gusto, con inmensa variedad y a precios bajísimos. Nosotros hemos equipado la casa de verano en un par de horas. Cierto que Blanca iba a tiro hecho, porque había preparado lo que quería comprar a través del catálogo. Lo hemos comprado a un precio que posiblemente fuese una cuarta parte de lo que nos hubiese costado en cualquier sitio de los de por la mañana. Nos ahorramos una pasta. Tal vez cosas no tan exquisitas como las que vimos por la mañana, pero buenas, francamente bonitas, de diseños muy adecuados y prácticos y, sobre  todo, muy baratas. El epítome de las tres B’s, Bueno, Bonito y Barato. En algún momento me he acordé de alguna persona que se hubiese llevado las manos a la cabeza diciendo: ¡Qué horror, la sociedad de consumo! Pero no es verdad, toda esa gente, como nosotros iba a comprar barato cosas que necesitaba. Dos almohadas para sustituir a las que ya estaban viejas, unos cojines para estar más cómodo en el sofá. O a poner su casa entera en una tarde. ¡Qué sé yo! Cosas que necesitaban para su vida corriente. Si eso es la sociedad de consumo –pensé–, ¡bendita sea la sociedad de consumo!

En un momento dado, necesitamos ayuda de algún empleado. En la tienda, un empleado encantador nos explicó que, dado que algunas cosas eran para llevar a Liandres dentro de unos días, podíamos encargar, a la hora de pagar, que nos lo llevasen a Liandres el día deseado por un módico precio. También podían hacernos el pick up de la mercancía por un precio todavía más módico. Nos ayudó a ver qué podía convenirnos llevarnos ahora y qué no, en función de su tamaño y precio, para conseguir que el porte y el pick up nos saliese lo más barato posible. Fue un rompecabezas, y ya eran las ocho y media de la tarde. Podía asesorarnos porque tenía un magnífico ordenador en el que podíamos visualizar, él y nosotros, el tamaño de cada cosa, montada o embalada. No parecía sentirse explotado y si se sentía, lo disimulaba muy bien. Yo, que me había quedado sin ver el partido Brasil-Chile, pedí a mis hijos que me “radiasen” a través del Whatsapp los penaltis y los comentaba con él, que, como yo, quería que ganase Chile. Todo mientras nos lo explicaba. Cargamos en el carrito lo que podíamos llevarnos directamente de la tienda.

Al salir de la tienda, fuimos al almacén a recoger lo que habíamos pedido y no habíamos podido coger en tienda. Una maravilla, en el albarán que nos había hecho el empleado de la tienda, venía en que pasillo y en qué estantería del almacén encontraríamos lo que buscábamos. Todo estaba magníficamente señalado por lo que no fue difícil encontrarlo. Pero en un momento dado, una de las cosas que queríamos tenía la caja de la estantería vacía y se veía detrás otra caja sin abrir y a la que yo no alcanzaba. Busque a un dependiente que estaba colocando cosas en las estanterías. Le dije lo que me pasaba y, sin dudarlo un instante, con enorme amabilidad, dejó lo que estaba haciendo y me acompañó al sitio de mis dificultades. Con una eficacia y habilidad increíbles, pasó por un pasillo entre estanterías, empujó la caja a la que yo no llegaba hasta dejarla a mi alcance, la abrió y con una sonrisa me preguntó si me podía ayudar en algo más. Le dije que no, le di las gracias me dijo de nada con una sonrisa y se volvió al quehacer que había interrumpido para atenderme. No me pareció explotado o, si lo estaba, también disimulaba muy bien. Otro empleado nos atendió magníficamente para explicarnos, con una paciencia de santo, cómo teníamos que pasar por caja los distintos tipos de mercancía, lo traído de la tienda, lo cogido en el almacén y lo que nos iban a llevar a Liandres. Todo como si fuéramos el único cliente, en un sitio donde había una vorágine de gente. Tampoco me pareció que se sintiese explotado, a no ser que fuese un gran actor. Pero nadie tenía que esperar mucho para que le atendiesen en sus cuestiones. Había los empleados que tenía que haber. En un momento dado, por un pequeño incidente de turnos, mientras yo estaba buscando cosas, un dependiente se puso borde con Blanca sin razón. Blanca le pidió su nombre para presentar una queja. El dependiente se lo dio y después, desapareció. Por supuesto, presentamos la queja. No tengo ni idea de qué política sigue Ikea con las quejas sobre el personal, pero si toman las medidas adecuadas, me parece bien. ¿O es que hay que tolerar la bordería?

Luego, ya a las diez menos diez, pasamos por caja. Hay cajas en las que no hay cajero y uno paga con tarjeta directamente. No sé cómo hacen para que la gente no se lleve algo que no paga, pero así es. Seguro que alguien piensa que eso está quitando puestos de trabajo, pero no es verdad. Sería cierto si lo que los seres humanos necesitamos hoy fuese el máximo de lo que fuésemos a necesitar en toda la historia. Pero no es así. Los seres humanos siempre necesitaremos más. Y eso, no por ninguna perversa maquinación del sistema capitalista, sino porque siempre somos así. Seres limitados que deseamos ampliar nuestros límites. Grandilocuencia aparte, a mí, me gustaría tener un miniaparato de vuelo personal que fuese como una mochila. O un microondas que en vez de calentar en segundos enfríe en un abrir o cerrar de ojos. O hacer un viajecito a la luna o tener un ordenador al que pueda pedir que me haga las cosas con un lenguaje coloquial. O… no acabaría nunca. ¿Soy un caprichoso? No. Un consumista, tampoco. A nuestros abuelos les hubiera parecido impensable que en cada casa hubiese una cosa que se llama televisión. ¿Es un consumista el que tiene hoy una televisión? No. Pero sin ir tan lejos, yo me he pegado muchos viajes de inicio de verano, el primero de Agosto con el coche lleno de niños y, ¡sin aire acondicionado! Hoy me parece mentira y cualquier coche utilitario lo trae de serie. Hace diez años, que un coche tuviera GPS era un lujo impensable. Hoy no lo tienen porque en cualquier Smartphone tienes un GPS. No hace mucho, yo lo recuerdo bien, hacer un viaje transatlántico era un lujo al alcance de muy pocos. Hoy, un hijo mío, casado con una chica argentina y con tres hijos, un “simple” currante, puede ir todos los años a Argentina con su familia para que su mujer pueda ver a sus padres, hermanos y sobrinos. Yo estoy muy agradecido a un sistema que hace posible que tenga un televisor y un coche, que mis abuelos no podían tener, que mi nuera vaya a reunirse con su familia una vez al año y que un día hará posible que un hombre de clase media de Colombia haga un viaje a la luna en un low cost. El sistema capitalista ha dado a millones de personas esa posibilidad, haciéndola técnicamente posible, haciendo que sean relativamente baratos y haciendo que un enorme número de personas sean lo suficientemente “ricas” como para poder acceder a ello y, además, llenar Ikea. Así que eso de quitar cajeros no tiene por qué crear paro, por que hay muchas cosas que hacer, pero sí logra que Ikea sea más barato y que mucha gente como yo se ahorre una pasta. Y quien crea que esto es utopía, no tiene más que echar la vista atrás cincuenta años, si tiene más de sesenta. Mientras me debatía en estos pensamientos económicos, me puse en una de las colas de las de cajera, porque tenía un lío de facturas que, hoy por hoy, sólo un ser humano puede resolver. Era larguísima, pero una empleada encantadora me viso a decir que había otra cola en la que había menos gente y como tenía dos carritos y Blanca se había ido a hacer una cosa de última hora y yo no podía con los dos, me llevó uno hasta una caja con sólo un cliente por delante. La cajera tenía cara de cansada, pero eso no le impedía sonreír amablemente. Cuando me llegó el turno le dije algo así como: “Bueno, menos mal, ya somos los últimos, se la nota cansada”. Me contestó, sin dejar de sonreír, que sí y que le dolía mucho una pierna. Con gran profesionalidad y calma fue haciendo todo el paso por caja de lo que llevábamos, de lo que teníamos todavía que recoger en el sitio de entrega porque no se podía poner en el carrito, y de las cosas que ellos se iban a encargar de hacer el pick up el lunes y mandárnoslas a casa. Todo transmitiendo calma, a pesar de la pierna que le dolía. En mitad del proceso, llegaron otros a la cola detrás de nosotros. “Vaya por Dios –le dije– le han alargado el turno de trabajo”. “No –me dijo, sin pretender darme una lección– mi turno de trabajo acaba cuando pasa el último cliente”. Me dejó tieso. Cuando llegó la hora de pagar, horror, la cantidad era tan grande que sobrepasaba el límite de las dos tarjetas de débito de Blanca y mía y tuve que sacar una de crédito, que no me gusta usar y empezamos a hacer combinaciones para ver qué cantidad pagar con cada una. “Vaya clientes pesados le han tocado –le dije”. “No –me contestó–, esto es como el médico, cada paciente tiene su problema”. Con quién he ido a dar –me dije para mis adentros– con la mujer del santo Job. Al acabar, le dije: “Bueno, mañana librará, ¿no?” “No, respondió, mañana tengo turno de mañana. Prefiero tomarme los dos días y medio seguidos después”. Me despedí de ella como si la conociese de toda la vida y, no, no me pareció que se sintiese explotada, a pesar del dolor de su pierna.

Pasada la caja, y tras llevar lo que llevábamos en los carritos al coche, a las diez y veinte, tenía que bajar a la planta menos 1 a hacer el pick up de las cosas que no podía llevar en los carritos pequeños. Bajé, y una señorita encantadora, en el mostrador, vio el ticket de compra y descubrió, en un abrir y cerrar de ojos, qué mercancía tenía que pedir que sacasen del almacén. Entró, salió al minuto para atender al siguiente cliente y, menos de cinco minutos más tarde, salió un empleado con un supercarrazo y, en él, la mercancía que faltaba. Al empleado que sacó la mercancía sólo alcancé a verle de reojo, pero en los cinco minutos que tardó en salir la mía, me quedé mirando la profesionalidad con la que atendía a los últimos clientes “pesados”. ¡Impresionante! Desde luego, no me dio la impresión de que se sintiese explotada, pero a lo mejor es que soy un poco tonto. Llevamos estos últimos bultos al coche y cuando dejé el supercarrazo en el sitio de los supercarrazos, once menos veinticinco, todavía había un empleado que estaba esperando porque ya se habían llevado la larga lista de carrazos que había en su estacionamiento y estaba esperando a que el último no se quedase ahí. Mientras descargábamos las cosas, ese empleado, tras hablar con su novia o su mujer a través del Smartphone para decirle que llegaba y que encargaba algo de comer para que se lo llevasen a casa. “¿Prefieres Shushi o arroz?” –le preguntó antes de colgar, para luego enfrascarse en hacer el encargo por internet mediante una App.  “Buenas noches –le dije–y muchas gracias”. “Buenas noches y de nada –me respondió levantando momentáneamente la vista de su ‘teléfono’”. Nos montamos en el coche y, otra vez por unas carreteras estupendas en las que me hubiese perdido, Blanca me guió hasta casa en cinco minutos. Mientras volvía conduciendo me decía a mí mismo. “¡Viva el capitalismo! Esto lo tengo que escribir”.

Pero Ikea no es más que un pequeño eslabón de la cadena. Cuando tengo que presentar al UFV a posibles futuros alumnos y padres, en un momento, les digo que piensen un poco en su día. ¡Qué enorme cantidad de cosas les hacen la vida fácil y mejor! El despertador, que no es otra cosa que su smartphne, la cama en la que han dormido, con mantas y sábanas, la ducha de agua caliente que se han dado con sólo abrir un grifo, la ropa que se han puesto, la casa en la que viven, el préstamo que les han dado los bancos para que la puedan tener, el coche que tienen en su casa, también financiado por un banco, y un interminable etc. de cosas. No son gente consumista que viva por encima de sus posibilidades. Y si lo son, lo son porque hacen un mal uso de su libertad. Pero, en general, son gente como yo, que saben que tienen que llegar a fin de mes y qué calculan cuánto pueden gastar y cuánto no, pero que quieren sacar lo mejor de lo que pueden gastar. No me importaría que los gobiernos actuasen como ellos. Después les hago ver la inmensa cantidad de empresas que han tenido que cooperar en una tupida red para que ellos puedan tener todas esas cosas. Por último les digo que una sociedad es tanto más próspera cuanto más tupido es el tejido de empresas que participan en ella. Y creo que cuando les digo eso no les miento.

¿Pasará esto algún día en Chile o en China? Muy pronto, siempre que la segunda sepa sacar de la pobreza a la gente a la que no pudo sacar el marxismo. ¿Y en México o en Colombia? También, si saben atajar la corrupción y el narcotráfico. ¿Y en Argentina o Venezuela? No, hasta que no pongan coto, además de a la corrupción, a la inseguridad jurídica y al populismo demagógico. ¿Y en Somalia? Difícilmente, hasta que tengan un Estado que garantice la convivencia y no estén al albur de señores de la guerra y de la piratería. Pero, si estos y otros países saben atajar los tres cánceres de la corrupción, la inseguridad jurídica y el populismo demagógico, seguro que el capitalismo acabará por hacer que se teja en ellos la red de empresas que les saquen de la pobreza primero y creen bienestar después. Amén.

A menos que un cierto sentimiento de culpa, tan falso como perjudicial, creado y alimentado por una estrategia gramsciana, nos haga caer en la parálisis o en una enfermedad autoinmune contra el sistema. No es la primera vez que el comunismo explota esa conciencia de culpa en los cristianos. Lo hizo hace algunas décadas con la teología de la liberación y muchos cristianos picamos (uso la primera persona porque yo, en aquella época, que era comunista sentimental, fui uno de los que piqué). Ahora ha cambiado de estrategia de una manera muy sutil. Considero un deber moral denunciar esa estrategia y alertar de que, si esta nueva estrategia tiene éxito, caeremos en la peor miseria que jamás haya experimentado la humanidad. PODEMOS, el movimiento antisistema del 15M y otras cosas por el estilo son goles de esta estrategia. Si un día llegamos al horror que nos pintan sobre el futuro algunas películas de futuro ficción, no será por una crisis del capitalismo, de las predichas sin éxito por Malthus, Marx y, hoy, el tan de moda Thomas Piketty que, dicho sea de paso, se está forrando con la papanatería de quienes compran su libro y hablan de él como si fuese el oráculo de Delfos. Todos estos “profetas” se han columpiado y Piketty también se columpiará. Eso sí, se habrá forrado. Si se cumple la “profecía” será porque la estrategia gramsciana tenga éxito. Dios no lo quiera.

Ahora, con la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y otras declaraciones del Papa Francisco, se ha puesto de moda la frase: “el hombre en el centro”. ¿Es esto poner al hombre en el centro? ¿Es explotarle? De lo segundo, estoy seguro de que no. No tengo ni idea de cuáles serán las políticas de personal de Ikea, pero estoy completamente seguro que el comportamiento que he percibido no se produce porque sí. Alguien podrá pensar que son amables porque si no les dan cincuenta latigazos al acabar la jornada laboral, pero no creo que sea así. Hay miles de empresas que dedican un ingenio inusitado para obtener alguno de los muchos premios que hay a lo que se llama “best place to work”. Lo primero, lo de poner al hombre en el centro, así, en abstracto, no sé muy bien lo que es. ¿Es no instalar ordenadores para que haya más cajeras? ¿Es tolerar el comportamiento borde de los empleados? ¿Es evitar que las empresas compitan en ver cuál de ellas crea mejores productos o da mejores servicios?


¿Hay cosas malas en el sistema capitalista? Por supuesto. Pero radican, en muy gran medida, en la naturaleza caída  del hombre, que estropea todo lo que toca, sea este todo, la Iglesia, la democracia, el sistema de justicia o, claro, también, el capitalismo.

26 de junio de 2014

Frases 26-VI-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Durante muchos años pensé que nada merecía la pena más allá de la búsqueda, la persecución de Dios. Embarcarse, perderse en el mar, huir como de la muerte de los que se persuaden de haber encontrado, de los que se inmovilizan, de los que construyen refugios para dormir en ellos. Durante mucho tiempo los he despreciado. Pero a lectura de La vida del Padre Foucauld de René Bazin, me trastocó todo. Vivir peligrosamente, en el sentido profundo, puede que no sea tanto buscar a Dios como encontrarle y, habiéndole descubierto, permanecer en su órbita. Esa es la gran aventura de los místicos.

François Mauriac, “Thérèse Desqueyroux

22 de junio de 2014

Comentarios sobre la visión del sistema económico del Papa Francisco

Quiero a este Papa con toda mi alma. Desde el primer día de su pontificado he aplaudido con entusiasmo su visión del papel de la Iglesia católica en el mundo. Su acento en decir que todo empieza por el amor de Dios y no por la condena y el anatema. Su énfasis en afirmar que la Iglesia tiene que ser facilitadora de la gracia y no una aduana para ella. Su insistencia en evangelizar a las marginalidades, en especial a los más pobres. Sus aldabonazos a nuestras conciencias para que no pasemos de largo ante la miseria con la que nos encontramos a diario, etc. Todas estas cosas me hacen un fan suyo. Así lo he expresado en varias entradas desde que fue elegido Papa:

-¡Habemus Papam! 14 de Marzo de 2013.
-El P. Bergoglio (hoy Papa Francisco) y la dictadura argentina. 23 de Marzo del 2013.
-Brevísimo programa para el nuevo papado dado por el cardenal Bergoglio antes de ser el Papa Francisco. 7 de Abril de 2013.
-Más santos, menos corrompidos. 9 de Junio del 2013. En esta entrada defendía al Papa Francisco de la pretensión del periodista Raúl del Pozo de hacer de él un izquierdista. Hoy no estoy tan seguro de lo que escribí entonces.
-Extractos y comentarios sobre la entrevista del Papa a las revistas de los jesuitas. 29 de Septiembre de 2013.
-Ante el Papa Francisco. 15 de Octubre de 2013.
-Pidamos por la unión ecuménica de los cristianos. 2 de Marzo de 2014.
-Oración del Papa Francisco en Jerusalén sobre el holocausto.

Por tanto, nadie puede dudar de mi absoluta adhesión al Papa Francisco. No obstante, ya desde la publicación de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, empecé a expresar mi desacuerdo con su visión del sistema económico capitalista, con la publicación de la entrada “Carta abierta al Papa Francisco acerca de la visión de la economía que se desprende de la exhortación Evangelii Gaudium” del 27 de Diciembre de 2013 y, la semana pasada, con la entrada “La doctrina de las dos redes”, aunque en esta entrada no mencione al Papa directamente. Ya en el viaje de vuelta de Tierra Santa y, posteriormente, en la entrevista concedida a la cadena Cuatro y a la Vanguardia, vuelven a aparecer comentarios suyos sobre el sistema económico que me obligan a responder de nuevo. En otro pasaje de esa entrevista, el Papa dice que el diálogo –se refiere al diálogo inter religioso, pero creo que es aplicable a cualquier otro diálogo– debe desarrollarse siempre desde la propia identidad, desde las propias creencias, sin pretender abdicar de ellas por una falsa idea del acercamiento. Partiendo de este comentario del Papa, entro al diálogo discrepante sobre la visión de la economía capitalista que se desprende de esa entrevista. Jamás se me ocurriría hacerlo sobre asuntos de dogma o de moral. De hecho, me parece que Francisco hace muy bien en alertar sobre la terrible inmoralidad de la idolatría del dinero, idolatría muy cierta y muy viva. Pero cuando al Papa habla de sistemas económicos, entra en un terreno en el que se convierte en una persona a la que, con el debido respeto, se puede contradecir en su criterio. Y yo no sólo creo que puedo hacerlo, sino que es mi deber, llevar a cabo este diálogo abierto. Ni que decir tiene que este diálogo arranca desde el amor. Creo que he demostrado sobradamente mi respeto, amor y admiración por el Papa Francisco. Y, mucho más allá de mi discrepancia con él en materias económicas, ese respeto, amor y admiración permanecerán intactos. Dicho esto, empiezo por adjuntar el texto íntegro de la pregunta y respuesta que da lugar a mi discrepancia:

¿Qué puede hacer la Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre ricos y pobres?

Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas partes del mundo se agarra la cabeza, no se entiende. Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre, el hombre y la mujer, y todo lo demás debe estar al servicio de este hombre. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro, al dios dinero. Hemos caído en un pecado de idolatría, la idolatría del dinero. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte. Se descarta a los jóvenes cuando se limita la natalidad. También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen, es clase pasiva… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un pueblo porque los chicos van a tirar con fuerza hacia adelante y porque los ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla a los jóvenes. Y ahora también está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación. A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean. Este pensamiento único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y por lo tanto la riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien entendida es una riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula las diferencias. Es como una esfera, con todos los puntos equidistantes del centro. Una globalización que enriquezca es como un poliedro, todos unidos pero cada cual conservando su particularidad, su riqueza, su identidad, y esto no se da.

Empiezo por la pregunta que, ya de entrada, me parece sesgada. Estoy seguro de que si miramos la diferencia entre la riqueza del hombre más rico del mundo y el más pobre, la diferencia ha aumentado. Pero si miramos el grueso de la curva de distribución estadística de la riqueza, ésta no ha estado nunca más centrada en toda la historia de la humanidad. Y si contamos el porcentaje de la población mundial que está por debajo del umbral objetivo de pobreza, este porcentaje tampoco ha sido nunca tan bajo como ahora en la historia de la humanidad. Todos los datos estadísticos que se puedan aportar avalan lo que digo. Para que esta afirmación no sea un mero brindis al sol tendría que aportar datos que tengo. De hecho los he mandado en anteriores envíos. (Ver entrada al blog con el título de “Optimismo empírico y riesgos catastróficos” del 4 de Enero del 2014). Pero repetirlos aquí haría muy largo este escrito. La humanidad ha vivido siempre bajo el poder de unos poquísimos muy ricos, mientras el hambre y la miseria eran la norma general. Había, tal vez, una gran igualdad, pero era una igualdad en la pobreza. Y eso en todos los continentes, zonas del mundo y geografías. Sólo una percepción romántica del pasado exenta de objetividad nos puede llevar a decir que cualquiera tiempo pasado fue mejor, en lo que al bienestar, la pobreza y la distribución de la riqueza se refiere. Por tanto, hablar de la creciente desigualdad fijándose tan solo en la cola superior de la distribución, sin fijarse en la evolución de la media, en el retroceso de la pobreza en la cola inferior y sin ver el problema globalmente y con perspectiva histórica, me parece una visión sesgada.

Paso ahora a la respuesta del Papa. Me cuesta decidir por dónde empezar y, en esta duda, empiezo por un punto en el que la inexactitud es más manifiesta.

Paro y descarte juvenil: Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes europeos menores de 25 años están en paro. En los 27 países que formaban la UE en 2012 había, más o menos, 500 millones de habitantes. De ellos el 11,7% son jóvenes entre 15 y 24 años, es decir, 58,5 millones. La tasa de paro promedio de la UE en 2012, entre jóvenes entre 16 y 25 años fue del 22,7%. Por tanto, y aunque las franjas de edades no coinciden exactamente, podríamos decir que el número de jóvenes entre 16 y 25 años en paro es de aproximadamente 13 millones. De ahí a 75 millones hay un abismo. Es posible que quien le haya dicho al Papa esa cifra tan disparatada haya metido en Europa a los países de la antigua Yugoslavia, o de Albania, o de la antigua Unión Soviética. Pero creo que esto distorsionaría las conclusiones a las que quiere llegar el Papa, porque la terrible situación de esos países hay que buscarla en causas que nada tienen que ver con el sistema capitalista. Pero, además, esa tasa de paro media entre jóvenes del 22’7% se mueve entre el 55,8% (63% mujeres, 48% hombres) en Grecia y 8,1% (7,3% mujeres, 8,8% hombres) en Alemania, país capitalista y austero. En España, la comunidad autónoma que más paro juvenil –y general– tiene, es Andalucía, a la que se ha referido el Papa recientemente en este sentido. Pues bien, Andalucía es la menos capitalista de todas las Comunidades Autónomas de España. Creo, aunque no tengo estadísticas que lo demuestren, que si hiciésemos un ranking de los parados, de cualquier edad, por países, la correlación entre los países con menos paro y los países capitalistas con una economía de libre mercado sería espectacular. Supongo que este análisis no es muy difícil de hacer para quien tenga tiempo y creo que sería un trabajo de investigación interesante. Y si hubiese datos de paro por países de los últimos trescientos años, que desgraciadamente no existen, la comparación de ellos entre el periodo postcapitalista y el antecapitalista sería demoledoramente favorable al capitalismo.

Por supuesto, estoy de acuerdo con el Papa en que se descarta a los jóvenes cuando se limita la natalidad. Pero este descarte nace de un egoísmo creciente. Y poner este egoísmo en el debe del sistema capitalista me parece querer culparle, como axioma indemostrable de partida, de todos los males que aquejan a la sociedad. Me parece gratuito afirmar que la culpa del egoísmo y de la caída de natalidad es del sistema económico. Creo que el peso de la prueba debería caer sobre quien lo afirme.

Descarte de personas mayores. Afirma el Papa que se descarta (si se lee la frase completa creo que se desprende que el sujeto que descarta es el sistema económico) a los ancianos porque ya no sirven, no producen, es clase pasiva. Nunca, jamás en la historia, ha habido tanta protección a las personas mayores y los ancianos como hay hoy en día. Eso sí, únicamente en los países capitalistas. Me parece que es el sueño de la inmensa mayoría de las personas que se adelante lo más posible el avance de la jubilación. Conozco a muchas personas que viven soñando con que llegue ese día para ellos. Por supuesto, siempre que tengan una buena jubilación, cosa que se exige, solamente, en los países capitalistas, porque en los demás ni se sueña con ello. Si un gobierno propusiese retrasar la jubilación hasta los 80 años, perdería clamorosamente las siguientes elecciones. Claro que a todos los ciudadanos, a mí el primero, nos gustaría que la pensión para los jubilados fuese mayor de lo que es. Pero es una cuestión de posibilidad, no de gustos. Y, otra vez, si miramos la historia, vemos que, justamente en los países capitalistas es donde mayores son las pensiones de los ancianos.

Tal vez a lo que se refiere el Papa es a que cada vez más familias no se hacen cargo de sus mayores, cosa que posiblemente sea cierta. Pero, una vez más, culpar de esta actitud egoísta al sistema capitalista es muy discutible. Ese deterioro moral tiene otras fuentes de las que dirá algo al final de estas páginas.

Pobreza: Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas partes del mundo se agarra la cabeza, no se entiende. Por supuesto que estoy de acuerdo con el Papa en que la pobreza nos debería doler en las junturas del alma y el cuerpo. Es un deber grave de conciencia que cada uno, en la medida de sus posibilidades ayude a los más necesitados de cualquiera de las miles de maneras que hay de hacerlo (sobre todo en los países capitalistas, a través de innumerables ONG’s y fundaciones, que no sólo tienen cabida en él, sino que muchas son fomentadas por él). No me cabe duda, así lo ha dicho Cristo, de que seremos juzgados por nuestro comportamiento en este sentido y, en ese juicio, no tendremos más que el alma por testigo[1]. Pero eso nada tiene que ver con que el sistema sea malo. De hecho, y no voy a alargarme con datos estadísticos que ya he citado anteriormente en varios escritos, no cabe duda de que la pobreza está en claro retroceso en el mundo. Y cuando digo en el mundo digo en casi todo el mundo. En ese casi entran los países en los que la corrupción galopante, la inseguridad jurídica, el populismo demagógico o las ideologías o religiones contrarias a la creación de riqueza (marxismo e Islam), campan por sus respetos. Además, es en esos países en los que, no por casualidad, se suele cebar la guerra –a la que me referiré cuando comente otras frases del Papa–, y en los que la pobreza avanza escandalosamente. Son esos países los principales orígenes de los pobres inmigrantes que se juegan la vida huyendo de ellos en terribles pateras para intentar encontrar un hueco en los países capitalistas y recuperar su dignidad. Y muchos de ellos lo logran. Desgraciadamente, los países capitalistas no pueden asumir que todo el que quiera venga a ellos, porque se rompería “la increíble máquina de hacer pan”. Pero en el resto de los países de todo el mundo, en mayor o menor medida, la pobreza está en retroceso. Y lo está por la influencia que el capitalismo está teniendo en ellos y en la medida en que lo está teniendo. Quien tenga tiempo podría hacer un análisis de correlación entre el retroceso de la pobreza y la inversión extranjera por países. Sería también una investigación interesante.

Idolatría del dinero: Sin duda alguna que existe la idolatría del dinero de la que habla el Papa. Pero me temo que esa idolatría ha existido desde que el mundo es mundo, que es consustancial con la naturaleza humana herida por el pecado. Y creo que en cualquier época pasada ha sido mayor que ahora. Por desgracia, los hombres, sobre todo los poderosos, siempre han atropellado, creado injusticias y matado por la idolatría del dinero. Habrá que luchar contra esa idolatría, como contra tantas otras, pero sabiendo que no las genera el capitalismo, sino que las sufre, como el resto de las instituciones creadas por ese hombre herido. Ciertamente, la economía se mueve por afán de lucro y el lucro busca tener más. Pero el afán de lucro y  la idolatría del dinero no son lo mismo. Que un empresario funde una empresa para ganar dinero, es decir para tener más, no tiene por qué ser idolatría del dinero. Que un trabajador pretenda que sus ahorros tengan una rentabilidad para tener más cuando se jubile, tampoco tiene por qué ser idolatría del dinero. Que alguien quiera progresar profesionalmente para ganar más, no en necesariamente idolatría del dinero. Esos afanes de lucro se convierten en idolatría cuando son desordenados, es decir cuando se ponen por delante de todo: familia, bien común, justicia y, en última instancia, por delante de Dios. Y me parece que la inmensa mayoría de las empresas y la inmensa mayoría de los ahorradores quieren ganar dinero lícitamente, sin idolatrar el dinero. Seguro que también hay empresarios y profesionales que idolatran el dinero y que “sacrifican” todo a ese ídolo, pero no son la base del sistema ni su norma.

El ser humano en el centro: En el centro del capitalismo están el hombre y la mujer. Las empresas se desviven por saber qué productos necesitan los hombres y mujeres reales, para producirlos. Quieren saber qué mueve a los buenos profesionales, hombres y mujeres reales, para ofrecérselo y atraer así el talento. Se esfuerzan por conocer cuáles son los criterios de inversión de los ahorradores, hombres y mujeres reales, para conseguir que inviertan en sus empresas. De esta manera crean riqueza, bienestar y prosperidad para seres humanos reales. Si nadie quisiera productos de lujo extremo, si nadie quisiese trabajar ni invertir en empresas que explotan el trabajo infantil en países pobres –que desgraciadamente las hay, aunque sean excepción–, ni esos productos ni esas empresas existirían. Quien tenga la misión de hacer que la escala de valores de cada ser humano no ponga el lujo, sino la justicia en primer término, tendrá que lograr su conversión. Pero esa misión de convertirlos no es del capitalismo y el hecho de que haya personas reales que pongan el lujo o su bien personal por encima de la justicia, no hace malo al capitalismo. A mí me gustaría que existiese el “Homo Gaditanus”. Es el hombre tal y como lo definía la constitución de Cádiz de 1812 refiriéndose a los españoles. En el Artículo 6 del Capítulo 2 del Título 1º, decía de ellos que, “El amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y, asimismo, el ser justos y benéficos”. Pero ni los españoles cumplieron esta obligación ni el “Homo Gaditanus” existe. Así pues, como dice el refrán, “con estos bueyes hay que arar” y el capitalismo tienen que aguantarse con el rostro desfigurado por el “Homo Realis”. Pero si todos fuésemos “Homo Gaditanus” seguiría existiendo el capitalismo, regido por los mismos principios, para darle de comer. Seguro que los productos que se harían serían otros, pero los haría un sistema capitalista. Y sería un capitalismo que reflejaría el rostro del “Homo Gaditanus”. Porque, a fin de cuentas, el capitalismo es un espejo en el que se refleja el “Homo Realis”, nosotros incluidos. Si no nos gusta la imagen, la culpa no es del espejo y romperlo es romper también la “increíble máquina de hacer pan” que es el capitalismo.

Las guerras: Pero descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean. Esta frase requeriría muchas páginas para ser analizada, pero no quiero dejar de hacer algunos comentarios. Ya hemos hablado del descarte de los jóvenes y se ha visto que no es el capitalismo el que los descarta, puesto que a más capitalismo, menos jóvenes descartados. Pero decir que el sistema necesita hacer la guerra para sobrevivir, es insostenible. Si mañana el mundo dejase de necesitar armas, el capitalismo de ninguna manera se derrumbaría. Las empresas que hacen armas quebrarían y aparecerían otras que hiciesen los que el conjunto de los “Homo Realis” necesitase. Sería una bendición. Pero si el mundo necesita armas, habrá que ver para qué. Creo que la venta de armas se puede clasificar en tres categorías.

Primera. La mayoría de las armas que se fabrican en el mundo van a ejércitos de países soberanos no agresivos, como España, Alemania, Francia, etc. Me temo, aunque sería bueno que no fuese así, que estos países van a seguir demandando armas y no creo que sea moralmente negativo fabricarlas para ellos.

Segunda: una fracción que desconozco acaba en manos de países soberanos que, por muy soberanos que sean, los usan para actividades como el terrorismo, la lucha contra rivales políticos que quieren tomar el poder a toda costa, o la represión de sus ciudadanos por parte de gobiernos tiránicos.

Tercera: otra parte acaba en las facciones contrarias a los anteriores, en los llamados “señores de la guerra” (que, ciertamente, no son empresarios capitalistas).

Por supuesto que estas dos últimas categorías son terribles y deberían desaparecer totalmente. Generalmente, el suministro final a las estas categorías no proviene directamente de los fabricantes, aunque en última instancia les favorece, sino que se hace a través de redes clandestinas. Puedo asegurar con conocimiento de causa que hay una enorme cantidad de medidas, impulsadas con gran fuerza por los propios países capitalistas, que intentan frenar estas actividades clandestinas intentando seguir la pista al dinero negro que producen y evitar que se blanquee y sancionando durísimamente, no sólo a quien ayude al blanqueo de ese dinero, sino a quien no ponga todos los medios para evitarlo. Pero es muy difícil, si no imposible, ponerle puertas al campo. También estoy seguro de que algunas o muchas de las empresas que se dedican a hacer armas pueden estar interesadas en promover conflictos armados. Es terrible. Deberían desaparecer. Pero quiero decir dos cosas.

La primera, que si la fracción de la venta de armas que va a las dos últimas categorías desapareciese, el sistema económico no se derrumbaría. La segunda que si los conflictos armados que dan lugar a esa fracción de la venta de armas no existiesen, el capitalismo no sólo no se derrumbaría, sino que, al contrario, saldría reforzado. Al comercio mundial, a la economía de libre mercado y al capitalismo en su conjunto les interesa la paz. Porque la guerra trae caos, destrucción y miseria y esas son las peores condiciones para hacer negocios. Aunque sólo fuese por interés, al sistema en su conjunto le interesa muchísimo más la prosperidad de un país que su destrucción. Lo que el sistema en su conjunto ganaría con esa prosperidad sería enormemente más de lo que perderían las pocas empresas que producen las armas que, en última instancia llagan a ese país, aunque no las vendan ellas directamente. Así pues, aunque no niego que sea cierto que algunas empresas puedan beneficiarse con la venta ilegal de armas y que, hasta es posible que busquen la provocación de conflictos, el sistema en general, ni sale favorecido con ello, ni lo busca, ni, mucho menos, lo necesita para perpetuarse. Decir que con esto [con la provocación de conflictos bélicos] los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean, es totalmente erróneo. Al contrario, los balances globales de las grandes economías no se sanean con las guerras, se deterioran.

Por otro lado, es difícil afirmar que los conflictos que hay ahora en el mundo, como Siria, Irak o Ucrania, estén promovidos por el sistema capitalista. Hay otras idolatrías, como el fanatismo religioso violento o los nacionalismos extremos que sí están realmente en su raíz.

Es indudable que el relativismo moral crea condiciones para que aparezcan numerosas idolatrías. Pero el proceso de disolución ética en que acaba ese relativismo no tiene su origen en ningún sistema económico. Es el fruto de un intento del hombre de emanciparse de cualquier principio superior a él, empezando por Dios, y de la degeneración filosófica que este intento ha desencadenado. Sería muy largo desarrollar aquí este tema que, por otro lado ya he desarrollado en un escrito que lleva el título de “El camino hacia la postmodernidad y el nuevo renacimiento” y que publique en 13 entradas que van desde el 20 de Enero de 2008 hasta el 20 de Junio de ese mismo año. Y el capitalismo, como toda la sociedad, sufre este deterioro moral, pero de ninguna manera es su causa.

No me quiero extender más. Pero, como dije al principio, con el máximo respeto hacia un Papa al que admiro y quiero, no puedo dejar de lanzar este diálogo discrepante sin renunciar a mis convicciones por una especie de acercamiento mal entendido, tal y como dice el Papa. Por eso, llevado por este espíritu y con el máximo respeto y amor, debo decir, con dolor por tener que decirlo, algo que me parece muy duro. Es triste que un Papa haga afirmaciones que se basan en lugares comunes y leyendas urbanas que, en última instancia, nacen de la estrategia gramsciana para acabar con el único sistema capaz de dar de comer un día a toda la humanidad. Quizá un día escriba algo sobre esta estrategia. Pero hacerlo ahora sería alargar demasiado estas páginas. Creo que un Papa debe tener más rigor cuando, cumpliendo con su obligación, critica lo que el sistema capitalista tiene de criticable.




[1] Saco esta expresión de un poema del gaucho y poeta argentino José Larralde que lleva por título “Estatua de carne” y que acaba: “La sucia diferencia que separa/la inventó Dios como castigo/que habremos de pagar tarde o temprano/sin tener más que el alma por testigo”.

19 de junio de 2014

Frases 19-VI-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Cuando me muera, decid al dulce reino de la Tierra que yo lo amaba más de lo que nunca he osado confesar.


Georges Bernanos en Cuadernos del Ródano

14 de junio de 2014

La "doctrina" de las dos redes

Empiezo por pedir disculpas por aplicar la palabra doctrina a lo que no pasa de ser una opinión personal o, más aún, tal vez tan sólo una elucubración. No obstante, uso esa palabra, aunque entrecomillada, por alusión a la, esa sí, doctrina de las dos espadas, con la que, en mi opinión, tiene un cierto paralelismo.

La doctrina de las dos espadas se refiere a la separación de los dos poderes, el espiritual y el temporal, encarnándose respectivamente en el Papa y en el Emperador o, si hablamos en términos actuales, en la Iglesia y el Estado. Esta doctrina queda magníficamente expresada, a mi modo de ver en las palabras del Papa san Gelasio I (492-496) en una carta dirigida al Emperador Anastasio I.

“Tú sabes que es tu deber, en lo que pertenece a la recepción y reverente administración de los sacramentos, obedecer a la autoridad eclesiástica en vez de dominarla. Por tanto, en esas cuestiones debes depender del juicio eclesiástico en vez de tratar de doblegarlo a tu propia voluntad. Pues si en asuntos que tocan a la administración de la disciplina pública, los obispos de la iglesia, sabiendo que el imperio se te ha otorgado por la disposición divina, obedecen tus leyes para que no parezca que hay opiniones contrarias en cuestiones puramente materiales, ¿con qué diligencia, pregunto yo, debes obedecer a los que han recibido el cargo de administrar los divinos misterios? Completado con este otro texto: “El único poder reside en Cristo pero Él, de hecho, a causa de la debilidad y la soberbia humana, ha separado para los tiempos sucesivos los dos ministerios (civil y religioso), de manera que ninguno se ensoberbezca”.

Esta formulación de la doctrina se ha malinterpretado, a mi entender, a lo largo de la historia, leyéndose en el sentido de la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Pero, según yo lo veo, mantiene un exquisito equilibrio entre las dos esferas de autoridad, la espiritual y la temporal. Me parece que está en total consonancia con lo que nos dice Cristo en el Evangelio: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” o con lo que dice san Pedro, el primer vicario de Cristo, en su primera epístola (1 Pedro 2, 13-17): “En atención al Señor, obedeced respetuosamente a toda institución humana, ya sea el jefe del Estado, en cuanto soberano, ya sean los gobernadores en cuanto comisionados por él para castigar a los malhechores y premiar a los que actúan bien. Pues esta es la voluntad de Dios: que al hacer el bien tapéis la boca a los ignorantes e insensatos. [...] Mostrad aprecio a todos, amad a los hermanos, honrad a Dios, respetad al jefe del Estado”. Conviene recordar que el jefe del Estado era Nerón.

El nombre de las dos espadas que se da a esta doctrina proviene de dos pasajes del Evangelio. Uno narrado únicamente por san Lucas en la última cena: (Lucas 22, 35-38) y el otro narrado por los cuatro evangelistas en el prendimiento de Jesús: (Mateo 26, 51-54, Marcos 14, 47, Lucas 22, 49-51 y Juan 18, 10-11). El de la última cena dice:

“A continuación les dijo: ‘Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?’ Ellos contestaron: ‘Nada’. Jesús añadió: ‘Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre’. […] Ellos le dijeron: ‘Señor, aquí hay dos espadas’. Jesús les dijo: ‘¡Es suficiente!’” (Lucas 22, 35-38).

En el pasaje del prendimiento, los cuatro evangelistas narran cómo un discípulo desenvaina la espada y corta la oreja de uno de los que van a prender a Jesús. Pero cada uno resalta algún detalle particular. Mateo no da el nombre del discípulo, pero nos dice que Jesús le ordena guardar la espada porque el que empuña la espada morirá a espada y luego le dice: “¿O crees que no puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce legiones de Ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?” Marcos, siempre escueto, tampoco desvela el nombre del violento discípulo ni nos dice nada de la reacción de Jesús. Lucas tampoco nos dice quién fue el agresor, pero pone en boca de Jesús una orden tajante: “¡Dejadlo!”, y después nos cuenta cómo Cristo curó al herido. Por último, Juan nos revela tanto la identidad del atacante, Simón Pedro, como la del herido, Malco, y ordena a Pedro que envaine la espada preguntándole: “¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me tiene preparada?”

La Tradición ha querido ver en estos pasajes (me parece que trayéndolos un poco por los pelos) la base de la doctrina de la relación entre las esferas del poder espiritual y temporal. Primero, en el hecho de que Jesús recomiende la posesión de dos espadas y que sea suficiente con dos, se ve la necesidad de esos dos poderes y no más. Segundo, basándose en los pasajes del prendimiento –especialmente en el de san Juan–, que Pedro no puede usar su espada sin la autorización de Jesús. Cuando, en el siglo XI estalló la disputa de las investiduras entre el Imperio y la Iglesia, ésta usó la espada de la excomunión para ganar la primera batalla. Pero tras varios siglos de su uso, cada vez menos efectivo, cuando Bonifacio VIII, en el siglo XIV, la quiso usar para intimidar al rey de Francia, Felipe el Hermoso, los efectos fueron los contrarios. El rey secuestró al Papa tras afrentarle ignominiosamente en Agnani, adonde fue a buscarle. ¿Por qué se me viene a la cabeza al ver el giro de la historia lo de que el que empuña la espada morirá a espada?

Por supuesto, que la pretensión de los Emperadores primero y de otros reyes después, fue entrometerse en los asuntos de la Iglesia para nombrar obispos e influir en cuestiones dogmáticas. Pero, ¿dio Cristo autorización para usar esa espada? ¿No será que la Iglesia tendría que haber sido capaz de beber la copa de amargura que Cristo tuvo que beber sin usar la espada del antema y de la excomunión? No lo sé. Arnold J. Toynbee en su “Estudio de la historia”, dedica un apartado bajo el nombre de “El riesgo de militar en la tierra” en el que ilustra magníficamente como medios espirituales que pueden parecer razonables y hasta buenos, pueden tener consecuencias indeseadas y negativas. Creo que en el espíritu de la doctrina de las dos espadas está la cooperación entre ambas para el bien del pueblo de Dios, y no su confrontación. Hace años escribí unas líneas en las que exponía por qué me parecía que esta tensión entre los dos poderes –que ha sido única en la historia entre la civilización occidental y la Iglesia católica ya que en las demás civilizaciones y religiones siempre ha habido una casi total sumisión de un poder a otro–, si se entiende bien, ha sido fuente de progreso[1]. Es como una cuerda tensa que, si no llega a romperse, se pueden sacar de ella notas que no se pueden sacar de una cuerda fofa.

Bueno, hasta aquí con la doctrina de las dos espadas. Vamos ahora a la “doctrina” –ésta entre comillas– de las dos redes. De ninguna manera pretendo un paralelismo punto por punto entre la doctrina de las dos espadas y la “doctrina” de las dos redes, pero sí una analogía de conjunto.

La idea de las dos redes se me vino a la cabeza al recordar una respuesta del Papa Benedicto XVI a un periodista en su viaje a Alemania, durante el vuelo a Berlín. El periodista le preguntó sobre lo que les diría a los que quieren abandonar la Iglesia por los abusos cometidos por el clero contra menores. El Papa respondió comparando a la Iglesia con la red del Señor que pesca peces buenos y malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida y en la que se pueden encontrar peces malvados[2].

Me pareció una magnífica respuesta. Mucho después, se me vino a la cabeza que, salvando las distancias de lo espiritual a lo temporal, como la doctrina de las dos espadas hace, el capitalismo podría verse también como una red, también querida por el Señor, que pesca también peces buenos y malos para llevarlos del mar de la miseria a la tierra del bienestar. En la red del capitalismo hay peces malvados, tiburones depredadores. Pero también en la Iglesia hay tiburones depredadores, en un sentido diferente de los que hay en la red del capitalismo. Y sé qué tipo de depredadores me repugna más. Pero lo mismo que eso no debe ser motivo para rechazar a la Iglesia, tampoco lo debe ser para abominar del capitalismo. Más allá de la respuesta del Papa, elaborando a partir de ella, veo que la Iglesia no ha sido capaz todavía, en veinte siglos, de sacar del mar de la muerte a todos los peces y probablemente no los sacará a todos hasta el fin de los tiempos, pero está en ello. En estos momentos, prácticamente toda la humanidad ha oído hablar de Cristo y más o menos un tercio de ella le considera como Dios, como la segunda persona de la Trinidad, aunque no todo este tercio esté en la red de la Iglesia ni lo crean fervientemente. Algo parecido ocurre con el capitalismo: sigue habiendo muchos seres humanos que todavía están en el mar de la miseria, pero también una enorme cantidad de ellos han salido de la pobreza en los últimos doscientos años. Y no ha habido nunca en la historia de la humanidad ninguna otra red material que haya sacado más peces de la pobreza que lo que ha logrado el capitalismo. Sí que ha habido experimentos de redes que han creado pobreza, tiranía y aberraciones sociales. Y circulan muchas utopías que, afortunadamente nunca se han puesto en práctica y que espero que no se intenten llevar nunca a la realidad.

Naturalmente, si por los depredadores que hay en la Iglesia destruimos esta red, la muerte se regodeará. De la misma manera, si por los tiburones del capitalismo destruimos la red, la miseria, el hambre y la tiranía se apoderarán del mundo. Un buen cristiano, como dice Benedicto XVI en esa respuesta, debe “aprender así a soportar también los escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor”. Lo mismo debemos hacer las personas que creemos de buena voluntad en la bondad esencial del capitalismo a pesar de los tiburones que hay en él: soportar los escándalos y trabajar contra ellos formando parte de la red del capitalismo.

A un buen cristiano, le consume el celo apostólico. Le gustaría que todo el mundo entrase YA en la red de la Iglesia. Pero no puede ser. Se tiene que conformar con ser un apóstol para, poco a poco, conseguir que, uno a uno, vayan entrando en esa red cada vez más peces. A un partidario de buena voluntad de la red del capitalismo, también le gustaría que toda la humanidad estuviese YA en la tierra del bienestar, pero no es posible de la noche a la mañana. Sin embargo, si miramos el mundo en tranchas de tiempo de cincuenta en cincuenta años, no cabe dudar de que, sobre todo desde hace unos doscientos años, la pobreza no ha hecho más que retroceder en todo el mundo, aunque este proceso se haya producido con numerosos traumas y situaciones terribles. Sólo los países en los que se da una combinación mortal de corrupción, inseguridad jurídica y populismo, no mejoran económicamente. Dicho esto, y desgraciadamente, la erradicación total de la pobreza no ocurrirá tampoco hasta el fin de los tiempos. “A los pobres siempre los tendréis con vosotros”, nos ha dicho Cristo (Mateo 26,11; Marcos 14, 7; Juan 12, 8), “y podréis socorrerlos cuando queráis”, completa Marcos. Pero es un hecho incontrovertible que se va avanzando hacia ello.

¿Por qué digo que la red del capitalismo es también una red querida por el Señor? Porque está basada en el don más precioso que Dios ha dado al hombre: la libertad. También se basa en la laboriosidad, en el afán de superación y en otros muchos valores humanos positivos. Valores que son, también, cristianos. Así lo pensó también el Papa Juan Pablo II cuando en su encíclica Centesimus annus se pregunta y se responde a sí mismo: Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva […][3]. Claro que los peces de esta red están acechados por la codicia y muchos otros vicios que convierten a buenos peces en depredadores. Ni más ni menos que como le ocurre a la red de la Iglesia.

Con esta intuición, me puse a buscar textos evangélicos que apoyasen esta “doctrina”. Inmediatamente se me vinieron a la cabeza, como no, los dos textos de la pesca milagrosa que aparecen en los Evangelios. El primero, en el Evangelio de Lucas (Lucas 5, 1-10), al principio de la vida pública de Jesús. Los otros dos sinópticos, sin contar la pesca milagrosa, ponen en los labios de Jesús, como lo hace también Lucas, la promesa de que se convertirán en pescadores de hombres. Juan cuenta su pesca milagrosa al final de su Evangelio, tras la resurrección, como una forma de Jesús de darse a conocer a algunos apóstoles desanimados. Podría pensarse que esto se refiere sólo a la red espiritual, pero los peces eran y son fuente de riqueza y, de hecho, Zebedeo, el padre de Santiago y Juan, parece que era un próspero empresario, con pesquerías que abastecían de pescado a Jerusalén. Comentaristas autorizados del Evangelio, afirman, basándose en el de Juan, que si Pedro pudo entrar en la casa de Caifás tras el prendimiento de Jesús, fue porque Juan, que conocía a Caifás, consiguió que entrase[4]. Y, ¿de qué podía conocer Juan al sumo sacerdote como para poder entrar al patio interior de su casa al mismo tiempo que Jesús? Muy posiblemente porque en muchas ocasiones habría llevado pescado a su casa. Sea como fuere, Zebedeo siguió siendo pescador de peces durante toda su vida. Los pescadores de hombres son imprescindibles para la primera red, pero los de peces no pueden dejar de manejar sus redes para alimentar materialmente a la humanidad. Mateo y Marcos nos dicen, narrándonos la llamada de Jesús a Pedro y Andrés primero y a Santiago y Juan después, que estos últimos estaban reparando las redes. Las dos redes, la de la Iglesia y la del capitalismo necesitan siempre ser reparadas, pero nunca desechadas.

Pero, tras la referencia evidente de las redes de la pesca milagrosa, me acordé de la multiplicación de los panes y los peces. Los cuatro evangelistas cuentan la multiplicación de panes y peces, pero Mateo narra dos. En las multiplicaciones de los tres sinópticos, tras la pregunta de los apóstoles acerca de cómo obtener comida para esa multitud, Jesús les dice: “Dadles vosotros de comer”. Tras recolectar cinco panes y dos peces, Jesús procede al milagro de la multiplicación. En la narración de Juan, el escepticismo de los discípulos es manifiesto. Jesús, retóricamente, les pregunta: “¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?”. A lo que responde escépticamente Felipe: “Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco”. Y, casi irónico, Simón Pedro dice: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tanta gente?”. En la segunda multiplicación, contada sólo por Mateo, Jesús se muestra tiernamente compasivo con los que le han seguido: “Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan por el camino”. Y, nuevamente, a pesar de haber visto ya antes una multiplicación, la impotencia de los discípulos. “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado pan para dar de comer a tanta gente, [con sólo] […] siete panes y unos pocos pececillos”.

Así pues, para Jesús, la red que permita dar de comer a la humanidad es importante. Evidentemente, aunque en esas situaciones Jesús obra el milagro, no podemos esperar que todos los días haga el milagro de multiplicar los panes y los peces, como no podemos esperar que todos los días cure con un milagro a todos los enfermos[5]. El milagro ya lo ha hecho. Lo hizo cuando creó al hombre a su imagen y semejanza, libre, con inteligencia y voluntad, con imaginación, con afán de superación. Y tras crearlo le dio la orden de someter la tierra para que ésta diese su alimento a su descendencia. Es decir le hace copartícipe de la creación. Cierto que si no hubiese habido pecado original todo hubiera sido más fácil, pero lo hubo y vino el sudor de la frente y el trabajo doloroso. Y la avaricia y el afán de dominio y de poder. Pero el milagro de la inteligencia y de los demás dones para que el hombre  hiciese la segunda red, la material, la del capitalismo, ya estaba hecho. Y así, el ingenio del hombre, ha ido creando, poco a poco, evolutivamente, la red del capitalismo que hace tiempo llamé también “la increíble máquina de hacer pan”.

Así pues, como los dos poderes, las dos espadas, no están hechas para luchar entre ellas, sino para colaborar, si la “doctrina” de las dos redes tiene sentido, éstas deberían cooperar también y no enfrentarse. La Iglesia ha tenido buen cuidado de no condenar jamás la esencia del capitalismo, aunque señale severamente el egoísmo, la avaricia, el afán de dominio que lo pervierten, como pervierten toda actividad humana. Sin embargo, quizá por miedo a perder a las masas obreras, tampoco ha defendido abiertamente a la otra red, sino que ha mantenido una postura más bien ambigua y de cierta desconfianza. Está bien una cierta tensión creativa, como la de las dos espadas, pero ojo con ir contra la armonía de ambas redes, no sea que se estropee “la increíble máquina de hacer pan”. Esta actitud ha creado muy a menudo desconcierto en muchos sanos empresarios capitalistas, una mirada de desconfianza, cuando no de abierta hostilidad, hacia el capitalismo en muchos católicos y, en algunos casos, el regocijo de los que quieren destruir el sistema. La experiencia de la teología de la liberación está demasiado cerca para olvidarla. ¿Será por casualidad que, con gran correlación, la mayoría de los que quisieran acabar con el capitalismo no les importaría o les gustaría que también de la Iglesia se acabase?[6]


[1] Ver la entrada del 23 de Enero del 2011 en este blog, bajo el título de primera no-casualidad.
[2] P. “Santo Padre, en los últimos años, se ha dado un aumento de los abandonos en la Iglesia, en parte a causa de los abusos cometidos contra menores por miembros del clero. ¿Cuál es su sentimiento sobre este fenómeno? ¿Qué les diría a quienes quieren abandonar la Iglesia?”
R. “[…] Yo diría que es importante reconocer que estar en la Iglesia no quiere decir formar parte de una asociación, sino estar en la red del Señor, que, que pesca peces buenos y malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida. Puede ser que en esta red esté junto a peces malvados y lo siento, pero es verdad que no estoy aquí por éste o por el otro, sino porque es la red del Señor, que es algo diferente a todas las asociaciones humanas, una red que toca el fundamento de mi ser. Hablando con estas personas creo que tenemos que ir hasta el fondo de la cuestión: ¿qué es la Iglesia? ¿Cuál es su diversidad? ¿Por qué estoy en la Iglesia, aunque se den escándalos terribles? Así se puede renovar la conciencia del carácter específico de ser Iglesia, pueblo de todos los pueblos, pueblo de Dios, y aprender así a soportar también los escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor”.
[3] Juan pablo II, Centesimus annus, nº 42
[4] Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote entró, al mismo tiempo que Jesús, en el patio interior de la casa del sumo sacerdote. Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera, a la puerta, hasta que el otro discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y consiguió que lo dejasen entrar. (Juan 18, 15-16)
[5] ¿Podría ser el desarrollo de la medicina la tercera red? Bien pudiera ser, pero también es cierto que la medicina y la farmacología se ha desarrollado en gran medida gracias al capitalismo. A pesar de la “pérfida” industria farmacéutica, tan demagógicamente denostada. Tal vez se pudiese hablar de la “doctrina” de las tres redes. Pero se perdería la estética del paralelismo con la de las dos espadas.
[6] La recíproca, en cambio, no es cierta. Muchos que odian a la Iglesia son también defensores del capitalismo. Pero a casi todos los que pretenden acabar con el capitalismo les gustaría también acabar con la Iglesia. 

8 de junio de 2014

Oración del Papa Francisco en Jerusalén por el Holocausto

El Papa Francisco ha estado hace poco en Tierra Santa. Entre su apretada agenda, figuraba una visita al Memorial del Holocausto en el museo de Yad Vashem en Jerusalén. Allí pronunció un discurso impresionante que transcribo íntegro a continuación:

Quisiera, con mucha humildad, decir que el terrorismo es malo. Es malo en su origen y es malo en sus resultados. Es malo porque nace del odio. Es malo en sus resultados porque no construye, destruye. Que nuestros pueblos comprendan que el camino del terrorismo no ayuda. El camino del terrorismo es fundamentalmente criminal. Rezo por todas esas víctimas, y por todas las víctimas del terrorismo en el mundo, por favor nunca más terrorismo, es una calle sin salida.

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“Adán, ¿dónde estás?” (cf. Gn 3,9). ¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido? En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”. Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo. El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande. Ese grito: “¿Dónde estás?”, aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo…

Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco. ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo? No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos. No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7). No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado? ¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? ¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios. Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”.

De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor. A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15). Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad. Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad. Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2). Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida.

¡Nunca más, Señor, nunca más!

“Adán, ¿dónde estás?”. Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer. Acuérdate de nosotros en tu misericordia.

Hace un par de días, un amigo al que mandé este discurso me mandó una interesantísima reflexión que transcribo a continuación:

Hola Tomás: Quería compartir contigo, al hilo del discurso del Papa en el Memorial del holocausto de Yad Vashem, la reflexión que nació inmediatamente con la lectura del texto en aquellos días.

[…] estoy en Viena y con esto quiero decir que he vivido en un ambiente que sufrió el Nazionalsocialismo y donde los judíos fueron duramente castigados. En ese contexto es donde la pregunta del Papa "¿dónde estás Adán?" me resultaba sencillamente genial.

Te dejo la reflexión que escribí a mis amigos por whatsapp hace unos días:

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"No sé si habéis leído el discurso de Francisco en el memorial del holocausto... Es muy interesante... Sobre todo porque, desde mi punto de vista, ha dado un giro de 180º al discurso que hasta ahora se había hecho.
Desde la segunda guerra mundial, con las barbaridades del exterminio, se planteó la pregunta Teodicea: "¿Existe Dios? ¿Dónde está Dios?"

Cuando visitas Mauthausen, el campo de concentración cercano a Linz, en Austria, en el video introductorio dicen que todavía se pueden leer en los muros de las celdas de la cárcel del campo frases del tipo: "¡Si Dios existe, me tiene que pedir perdón!" Son frases comunes en los campos de concentración... y la pregunta ¿dónde está Dios? nacía de un modo u otro en quienes han vivido o han conocido de alguna forma el horror de la persecución Nazi.

Sin embargo en esta visita al memorial de la Shoah en Jerusalén, el Papa Francisco ha dado la vuelta a esta pregunta. Un texto hermoso que nos cuestiona a todos: "¿dónde estás Adán? ¿dónde estás hombre?"

Con esta pregunta, el Papa, basándose en el texto del Génesis en el cual Dios sale en busca del hombre tras la caída, redirecciona la responsabilidad del mal que ha cometido el hombre. No es Dios el culpable, no es Dios quien no ha hecho nada por evitar el mal... Es el hombre quien ha traicionado, quien ha desfigurado la imagen según la cual había sido creado.

"¡No te reconozco!" Son las palabras que el Papa pone en boca de Dios Padre cuando ve el mal obrado por el hombre, quien se ha erigido a sí mismo en dios.

El Papa acaba el discurso/reflexión con una oración, pidiendo a Dios la gracia de avergonzarnos por lo que como hombres hemos sido capaces de hacer, avergonzarnos de esa máxima idolatría.

Avergüénzate Adán de tu idolatría, de tu degeneración, del horror y del mal causado a tus hermanos a quienes te has sacrificado a ti mismo, porque te has constituido dios.

Y eso ¿sólo ha ocurrido en la Shoah? Esa idolatría de la cual habla Francisco, ¿es algo exclusivo de los Nazis o es algo que nos atañe también a nosotros? ¿Acaso no intentamos someter a los demás en favor de que cuadren nuestras ideas, nuestros proyectos, a fin de que las cosas sean como según nosotros deben de ser? ¿A cuántas personas sacrificamos con nuestras exigencias? En nuestras relaciones personales ¿a cuántos hemos sometido por nuestra ideología totalitaria?

"¿Dónde estás Adán?

-¡Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer!"

Este discurso del Papa es un llamamiento claro a que, avergonzados por mal que hemos causado a otros y a nosotros mismos, seamos hombres de verdad, es decir, hombres que reproduzcan la imagen original con la que habían sido modelados. Hombres reflejo del AMOR. ¡Que el hombre sea hombre!

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Nada más Tomás...
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Quizá a mi amigo se le ha pasado lo más lacerante de la oración del Papa. En el “Adán, ¿dónde estás?”, el Papa dice que está todo el dolor de un padre que ha perdido a su hijo. Dios, en esa pregunta, llora, por la desgracia de que su hijo amado se haya ido por derroteros espantosos. Cualquier padre que sufra que un hijo haya caído en los tentáculo de la droga sabe de este sufrimiento. Ese es el sufrimiento de Dios, nuestro Padre. ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? A alguien le he leído contestar: “En las filas de los que entraban en la cámara del gas Zyklon B. Era ese niño que lloraba”. Recomiendo a quien se anime que lea mi entrada en este blog del 26 de Octubre del 2008, precisamente con ese título: “¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?”

P.D. En su viaje a Tierra Santa el Papa Francisco invitó al Presidente Palestino, Abu Mazen y al Israelí, Shimon Peres a que fuesen a su casa, el Vaticano, para rezar juntos por la paz. Ambos aceptaron, pero yo pense que las agendas de los dos Jefes de Estado y la del propio Papa harían difícil que este encuentro tuviese lugar antes de unos cuantos o bastantes meses y que, tal vez, en ese tiempo, el propósito se enfriase. Cuál no ha sido mi sorpresa al enterarme que ambos Jefes de Estado han ido este Domingo de Pentecostés, menos de quince días después de la invitación, al Vaticano para rezar juntos. Increíble, pero cierto. No puedo dejar de ver el soplo del Espíritu Santo detrás del viento que ha hecho posible este viaje al Vaticano. Y como tengo una confianza inmensa en el poder de la oración, no me cbe duda de que esta oración conjunta dará sus frutos. Tal vez (o tal vez sí) no los que nuestra mente humana pueda esperar o desear, pero, sin duda los frutos que el Señor de la Historia sepa que son los que la Humanidad necesita. Bendito sea Dios Espíritu Santo, que nos ha suscitado este Papa.