30 de octubre de 2016

Dos verdades complejas para desmontar dos mentiras simples

Alexis de Tocqueville afirmó, con gran perspicacia, que la gente tendía a creer antes una mentira simple que una verdad compleja. Simple no es lo mismo que sencillo, como complejo no es lo mismo que complicado. Simple es una conclusión que para llegar a ella no se han tenido en cuenta más que una ínfima parte de las premisas que pueden condicionarla. Las conclusiones simples, sean verdaderas o falsas, no son fiables. Compleja es la conclusión en la que se han tenido en cuenta suficientes premisas como para que aquélla sea fiable o, por lo menos, suficientemente fiable. Es muy difícil que en un mundo complejísimo como el que vivimos se puedan tener en cuenta todas las premisas necesarias para llegar a una conclusión cien por cien fiable. En cambio, la sencillez o la complicación se refieren a la forma en que se explica un fenómeno. Explicar algo con sencillez es hacerlo fácilmente entendible. Explicarlo de forma complicada es hacerlo de forma de que nadie se entere. La sencillez o la complicación no afectan a la fiabilidad de la conclusión. La sencillez es una bendición para quien escucha, pero hay gente, sin embargo, que gusta disfrazar su ignorancia, o su ego, o una mentira simple con una explicación complicada para camuflarlas. Es cierto que hay veces, las menos, en que algo complejo no puede explicarse con sencillez, pero muy a menudo sí que es posible hacerlo. La gente que es capaz de hacerlo así es sabia. Hay un aforismo que dice: “Dios nos libre de la estupidez de hacer simple lo complejo y nos dé la sabiduría para hacer sencillo lo complicado”. Aspiro, tal vez vanamente, pues no soy lo suficientemente sabio, a poder explicar con sencillez las dos verdades complejas que desenmascaran dos mentiras simples. ¡Que Dios me conceda la sabiduría para ello! Ahí voy.

Primera mentira simple: Para alcanzar el pleno empleo hay que empezar por blindar cada puesto de trabajo. Efectivamente –dicen los que esto defienden–, si partiésemos de una situación de pleno empleo y cada puesto de trabajo estuviese blindado, siempre nos mantendríamos en ese pleno empleo. Puede parecer lógico para una mente simple, pero es una burda falsedad. Si esto fuese así, ninguna empresa contrataría nunca a nadie –o sería harto difícil que lo hiciera. Sin embargo, es inevitable que haya empresas que vayan mal por innumerables causas. Si estas empresas no pudieran despedir a nadie, irían de mal en peor y, un día, cerrarían y todos los empleados estarían en el paro. Tal vez si en su momento pudiesen despedir a una parte de los trabajadores, podrían salvar el trabajo del resto. Pero, si los puestos de trabajo están blindados… Ahora, si juntamos esas dos cosas, unas empresas no contratan porque les asusta y, poco a poco, otras empresas van cerrando, la situación de pleno empleo se deteriora y, al cabo de unos años, el paro alcanzaría cotas escandalosas, porque en un mercado global, las empresas de ese país dejarían de ser competitivas y la mayoría cerrarían. Claro, pueden decir los que defienden el blindaje de los puestos de trabajo, pero a esos a los que pierden el trabajo los podría contratar, subsidiariamente, el Estado. Quienes dicen esto suelen pensar en el Estado como un estamento con cantidades ilimitadas de dinero, que puede permitirse contratar a quien no tiene ningún trabajo útil que hacer y, si pierde dinero, no pasa nada, porque su riqueza es ilimitada. Más o menos, esto es lo que piensan los populistas de izquierdas. Es difícil encontrar una falsedad mayor y la experiencia así lo demuestra. Pero dejando aparte el hecho, comprobado hasta la saciedad, de que el Estado suele ser un pésimo administrador de empresas, la premisa del dinero ilimitado del Estado no puede ser más falsa. El Estado no tiene más dinero que el que obtiene de sus contribuyentes a través de los impuestos y si intenta recaudar demasiado, pronto se encontrará con el efecto contrario: recaudará cada vez menos porque al desincentivar el trabajo y la inversión, acabará recaudando un alto porcentaje de casi nada. Es decir, casi nada. Otra manera en la que el Estado puede conseguir dinero es endeudándose, pero esto acaba en la quiebra, como le ha pasado a Grecia. Y, si no se llega a la bancarrota, será la siguiente generación la que soporte el peso de esa deuda, lo cual representa una grave injusticia generacional de padres empobreciendo a hijos. La tercera manera en la que el Estado puede conseguir dinero es creándolo de la nada, si tiene atribuciones para ello[1]. Pero esto genera una inflación galopante que paraliza y arruina completamente al país. En cambio, la verdad compleja es que cuando las empresas se sienten libres para contratar porque si las cosas no funcionan puede despedir a los empleados contratados, a los emprendedores se les ocurrirán continuamente nuevas ideas de cosas útiles que hacer y que resuelven problemas y necesidades de la gente. Invertirán, contratarán sin miedos, y lo harán en cantidades suficientes como para compensar las pérdidas de puestos de trabajo en aquellas empresas que habían perdido competitividad y habían tenido que recurrir a despedir a parte de sus empleados. Probablemente, aunque de ninguna inevitablemente, el sueldo mínimo bajaría, pero todo el mundo tendría trabajo. Incluso, si se partiese de una situación con un alto porcentaje de paro, ese proceso llevaría al pleno empleo. Y es muy probable que las nuevas empresas nacientes, generasen más puestos de trabajo de los destruidos, porque hay una premisa importante: La gente siempre tiene necesidades o problemas que, si se satisfacen o resuelven, pueden hacer mejor, en un sentido amplio, su vida. Y si alguien lo consiguiese mediante un servicio o producto, habría muchas personas que gustosamente estarían dispuestos a pagar por él un precio que hiciese rentable ese producto o servicio, aparecerían muchas nuevas empresas prósperas que crearían numerosos puestos de trabajo. Y de esta forma, no sólo no bajarían los sueldos, sino que subirían y podría encontrar empleo toda una población creciente. Así ha sido desde el principio de la humanidad, muy especialmente desde la revolución industrial, y quien no lo vea se debería preguntar por qué no estamos todavía en la edad de las cavernas. ¿Será indefinido ese proceso? Lo ignoro, pero estoy convencido de que si tiene un límite, éste está todavía muy lejos. Sin pensar demasiado, se me ocurren decenas de productos o servicios que me encantaría que fuesen posibles y que con el avance tecnológico, lo serán. Y cuando se me agoten éstos, todavía quedan los que soy incapaz ni siquiera de imaginar. ¿Podría una persona del siglo XIX, que está a la vuelta de la esquina, ni siquiera imaginar en sus deseos más quiméricos, que con solo apretar un botón tendría en si casa una cosa que se llama electricidad y que, mediante un “sencillo” aparato podría calentar un litro de agua en 2 minutos? Jamás. Y si alguien dice que el que una persona del siglo XIX, por desear la electricidad y el microondas, si pudiese soñarlo, sería un consumista, creo que debería hacérselo ver.

Pero existe un freno a la formación de nuevas empresas que creen puestos de trabajo. En España –y la situación no es muy diferente en todo el mundo desarrollado– por cada 100€ que entran en el bolsillo de un trabajador, la Seguridad Social se lleva casi 35€ entre lo que le retiene al empleado y lo que le carga a la empresa. Es decir, un 35%. Pero no para aquí la cosa. Hagamos una sencilla suma. Para una renta anual de 30.000€, el tipo impositivo del IRPF es de un 28%. Además se paga un 21% de IVA. Es decir que 35% más 28% más 21% suman 84%. Y todavía faltan el impuesto de sociedades, sucesiones, transmisiones patrimoniales, etc., que aunque no sean sobre la renta de los ciudadanos sí frenan el desarrollo. ¿Todavía nos extraña que la economía de los países desarrollados no tire del carro? ¿Estamos tan intoxicados como para ver con naturalidad esta aberración? No puedo resistirme a poner una foto de cómo veo yo a los Estados modernos de los países desarrollados: 


Feo, ¿verdad? ¿No sería mejor que se pareciese a esto?

Podría parecerse si se hubiese mantenido delgado y en forma. Pero…

Pero volvamos a la protección del empleo. Podría argumentarse que hay un punto intermedio en el que una cierta medida de protección al empleo mediante, por ejemplo, una “razonable” indemnización de despido, nos llevaría en una situación óptima. Pero la verdad es que no hay ni una sola razón que nos haga pensar que habría más empleo si se pasase del despido libre a una “razonable” indemnización de despido.

Segunda mentira simple: el salario mínimo interprofesional protege a los trabajadores de ser explotados por un sueldo miserable. Si mañana un gobierno dijese que el salario mínimo fuese de 3.000€ al mes, en vez de 655, ¿alguien duda que habría muchas empresas que dejarían de hacer determinados productos, al no ser competitivas, despidiendo a los trabajadores que los hacían? Creo que caben pocas dudas de que así sería. Toda reglamentación que pretenda obligar a las empresas a pagar un salario superior al que le permite ser competitiva haciendo algo, lo que hace es crear paro. Pero hay algo todavía peor. Esas personas que van al paro, necesitan trabajar para mantenerse y, por lo tanto, aceptan cualquier contrato a cualquier precio. Y, precisamente por eso, aparecerá un mercado negro de trabajo sumergido en el que se contratará a personas por salarios mucho más bajos del que tendrían si no se hubiese puesto ese salario mínimo. Y ese mercado negro, no sólo lo será para el trabajo, sino que aparecerán productos producidos por empresas sumergidas que harán esos productos que ya no se pueden hacer con el salario mínimo obligatorio. Y esas empresas no pagarán impuestos, lo que pondrá en desventaja a las empresas legales que sí los pagan, amén de bajar la recaudación impositiva. Otra vez, como en la mentira anterior, se puede pensar que si en vez de los 3.000€ que he puesto como hipótesis se pusiese un “razonable” salario mínimo, éste no crearía paro. Pero el único salario mínimo “razonable” que no crea paro es aquél que es más bajo que el más bajo salario real y, en ese caso, ese salario mínimo no es “razonable” sino perfectamente inútil. La segunda verdad compleja es que el salario mínimo, o es inútil, o crea paro, trabajos miserables y economía sumergida.

Por tanto, creo poder afirmar que el mercado libre de trabajo, con despido libre, sin restricciones de salario mínimo es una aportación al bien común. En efecto, tanto la mentira simple de la protección como la del salario mínimo, dividen a los empleados en dos tipos, los privilegiados que tienen trabajo y los parados que tienen sólo remotas esperanzas de encontrarlo o sólo pueden encontrar uno en condiciones infrahumanas. Si esta división es bien común, que baje Dios y lo vea. Más bien me parece que es el pleno empleo el que se puede calificar como bien común, según lo define el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. Y, tener un trabajo digno es una condición necesaria, aunque no suficiente, para alcanzar un cierto grado de perfección, mientras que el paro crónico que imposibilita a una persona obtener un trabajo es un paso hacia la destrucción de la persona.

Estas verdades complejas suenan a duras a los oídos acostumbrados a las mentiras simples. Por eso ante ellas hay tres tipos de personas. Primero, las que las aceptan e intentan que la sociedad las aplique. Segundo las que, llevadas por una repetición reiterada y machacona de las mentiras simples, se escandalizan y no pueden aceptarlas porque les parecen éticamente inaceptables. A éstas, normalmente cargadas de buena voluntad, el escándalo que les producen las verdades complejas les impiden seguir el razonamiento y aceptar sus conclusiones. Es más fácil y más socialmente aceptado aferrarse a las mentiras simples. Es importante intentar convencer a estas personas. Desgraciadamente, entre estas personas se encuentran muchos católicos y, más desgraciadamente todavía, muchos sacerdotes y miembros de la alta jerarquía eclesiástica. Pero nos ha sido dicho que la verdad os hará libres. En cambio, rechazar estas verdades puede hacer que uno se sienta bien. Pero esas mentiras simples son, como se ha visto antes, un atentado contra el bien común. ¿Qué es mejor para el bien común, que el salario sea –tal vez, sólo tal vez– algo más bajo y que nadie tenga el trabajo asegurado, pero que trabaje casi todo el mundo casi toda su vida[2] o que algún “ente” “garantice” el trabajo a todo el mundo con un salario ilusoriamente alto y el mundo se divida entre los privilegiados que tienen un trabajo “garantizado” y con un sueldo artificialmente alto y los marginados que es prácticamente imposible que encuentren trabajo nunca o se tengan que colocar en trabajos negros? Para alguien que ame la justicia distributiva no cabe duda, la primera. Pero a los sindicatos ideológicos parece que les gusta más la segunda. El tercer grupo de personas que se aferran a las mentiras simples son las que, siendo conscientes o no de que esas verdades complejas son verdades, no las quieren aceptar por cuestiones ideológicas. En este grupo están los populistas de izquierdas. Creo que a estas personas no merece la pena intentar convencerlas porque no hay más sordo que el que no quiere oír ni más tonto que quien no quiere razonar. Pero, tú, ¿en qué grupo estás? Yo, sin duda, en el primero. Y si eres una persona de buena voluntad, me gustaría convencerte de que estuvieras conmigo.

Al acabar con estas dos mentiras simples, se me han venido a la cabeza otras dos, pensando en Donald Trump, populista de derechas que, si Dios no lo impide, podría acabar siendo Presidente de los EEUU. La mentira simple de Trump, y otros populistas de derechas de países ricos, sería cómica si no pudiese llegar a ser trágica. Dice Trump que si llega a Presidente, prohibirá la deslocalización de empresas fuera de los EEUU. Su mentira simple afirma que así, si determinados productos de empresas americanas, en vez de fabricarse en países con mano de obra más barata –digamos que en México, únicamente por poner un ejemplo– se hiciesen en EEUU, se acabaría el paro en su país. Pocas cosas son tan simples y tan falsas. Porque tan pronto como un producto que antes se fabricaba en México, con un coste de mano de obra al nivel de México, se hiciese en EEUU a un coste de mano de obra de EEUU –porque un trabajador en paro de EEUU, acostumbrado a las mentiras simples, se sentiría explotado si se le pagase un sueldo del nivel de México– esos productos dejarían de ser competitivos, no podrían competir con otros fabricados en otros países –como Indonesia, por ejemplo– por empresas de otros países –como Alemania, por ejemplo– y las fábricas de EEUU acabarían también por cerrar. Eso sí, en el ínterin, México se empobrecería. Y esto daría lugar a graves desajustes mundiales que no traerían nada bueno. Aunque no voy a afirmar que algo parecido a esto fuese la causa de la II Guerra Mundial, sí que afirmo que fue un factor coadyuvante de la misma, precisamente por el proteccionismo del New Deal de F. D. Roosevelt. Para evitar el desempleo en los países desarrollados por la deslocalización de empresas, éstos deberían crear nuevas empresas que cubriesen ese gap con productos nuevos que resolviesen nuevas necesidades o problemas de la gente. Pero con una situación impositiva como la descrita más arriba esto es muy difícil que ocurra. Y si no ocurre, entonces no hay manera humana de cubrir con nuevos productos la pérdida de producción deslocalizada y, a largo plazo, el sistema se colapsa. A lo mejor en vez de populismos ridículos basados en mentiras simples, habría que pensar en corregir esto con alguna verdad compleja, ¿no? Pero con la mente de los ciudadanos de los países desarrollados intoxicada de mentiras simples, ¿quién le pone el cascabel al gato?

Hay gente que piensa que el hecho de que se hagan determinados productos en México o Indonesia pagando a la mano de obra menos de lo que se le pagaría en EEUU, es una forma de explotación de los tailandeses e indonesios[3]. Pero, si echamos la vista atrás, veremos que España, Irlanda, Corea del Sur, Taiwan y otros muchos países han salido de la pobreza en los últimos sesenta o setenta años, acercándose a los países más ricos –o incluso superando a muchos– gracias a haber sido en su día Méxicos o Indonesias. Pensar lo anterior sería otra mentira simple y aplicarla sería condenar a México e Indonesia a la pobreza. ¿Se podría llamar a esto bien común? Me temo que no. Dios nos libre de los populistas de derechas como Trump y de los hombres de buena voluntad que quieren salvar de la explotación a México o Indonesia dejándose llevar por mentiras simples.




[1] En principio todos los Estados tienen atribuciones para crear dinero a través de sus Bancos Centrales. Pero algunos de ellos, como los de la UE, han cedido esta prerrogativa a organismos supranacionales, como el BCE.
[2] Digo casi todo el mundo casi toda su vida, porque el pleno empleo al 100% es imposible. Siempre habrá algunas personas que han perdido (o dejado, porque no les gustaba) su trabajo y que tardan un cierto lapso de tiempo, generalmente corto, en encontrar uno nuevo. Dotar de un subsidio de desempleo a estas personas es algo que cualquier Estado se puede y se debe permitir. Pero un subsidio de desempleo para un alto porcentaje de la población que está en paro crónico, es insostenible a largo plazo para cualquier Estado.
[3] Quien esto piensa parte de la idea de que es injusto que, por el mismo trabajo, se paguen distintos sueldos en un país como México que en uno como EEUU. Pero este argumento falla por su base, porque la premisa de por el mismo trabajo, es falsa. Cuando un determinado trabajo se deslocaliza de un país como EEUU a otro como México, ya no vuelve a hacerse nunca en EEUU, porque si se hiciese en este país con sueldos de este país, el producto dejaría de ser competitivo. Por tanto no se hace el mismo trabajo en EEUU y México por distintos sueldos. Lo que se hace en México, ya no se hace en EEUU.

28 de octubre de 2016

Norma y su escenografía en la Royal Opera House

El domingo, a las 6 de la tarde, iba yo, más contento que unas castañuelas, a la ópera. Bueno, no a la ópera, iba al cine, a ver en pantalla gigante y en directo desde la Royal Opera House de Londres la ópera Norma de Bellini, que es una de las más maravillosas. Como la mayoría de las óperas, es una tragedia escalofriante, pero cuando uno va a al ópera, ya sabe que va a ver, casi siempre, una tragedia. Como Norma la he visto u oído muchas veces, me sé de memoria la historia. Norma es una druida celta que se ha enamorado y ha tenido dos hijos con Pollione un general romano que está al mando de las legiones de ocupación. Por supuesto, es un amor proscrito. Tras muchas vicisitudes que no vienen a cuento, Norma confiesa su amor proscrito hacia el romano y es condenada por los druidas a morir en la hoguera. Efectivamente, es quemada en ella y Pollione, lleno de admiración por su sacrificio, va con ella a la pira. Tragedión. Pero allí estaba yo, en mi butaca del cine, saboreando de antemano la música de “Casta diva” y otras arias, duetos y coros inolvidables. Empieza la ópera, en directo desde la Royal Opera House. Y he aquí que los druidas celtas son una extraña mezcla de militares con aspecto fascistoide, miembros de la orden de Jerusalén, con sus capas con la cruz de Jerusalén y sacerdotes y obispos católicos. El tenebroso bosque en el que tiene lugar la acción es un bosque en el que los árboles son crucifijos. Miles de crucifijos con Cristo crucificado. Y en ese escenario se empieza a desarrollar el tragedión. Claro, los textos del libreto, que aparecían en la pantalla en subtítulos, no concuerdan ni poco ni mucho con lo que se ve en escena. Yo me empiezo a poner de mala leche y soy incapaz de concentrarme en la música. Como sé el final me imagino a Norma y Pollione ardiendo en la hoguera de los perversos híbridos de fascistas y obispos. Pero mi indignación es también para los escenógrafos, cada vez más frecuentes, que, en vez de poner lo que podría ser su arte al servicio de la música y la historia, se sienten divos que pretenden ser los protagonistas y convierten así lo que podría ser un arte en un esperpéntico monumento a su ego. Y el arte y la belleza se esfuman convertidas en un confuso poporri de lugares comunes progres –en el peor sentido de la palabra– que busca la aprobación de los más papanatas del coro de los grillos sin el más mínimo respeto para el auténtico artista: Bellini. Tras algo así como veinte minutos de representación, no puedo aguantar más y, echando espuma de indignación por la boca, me salgo del cine. Blanca, mi mujer, que venía conmigo, se quedó. Efectivamente, al final ocurrió lo que esperaba. Los malos pseudoartistas son muy predecibles. Norma y Pollione son quemados en una hoguera que sale de una cruz. ¡Qué obra de arte! Lo más alucinante es que los críticos de los distintos medios se quitan la palabra para alabar la escenografía. “Norma pedía a gritos que se hiciera una versión contemporánea” afirma Alex Ollé, el escenógrafo. ¿Sí? Te lo pedía a ti? Y, ¿tal vez el Partenón te pide que pintes el Guernica en el frontón? ¿O Velázquez que vistas con nikes y pongas piercing a las Meninas? Pero, ¿quién coño te has creído que eres? ¡Ay Bellini y Romani (el libretista de la ópera), si levantaseis la cabeza os volveríais a morir al ver como un ególatra se aprovecha de vosotros! Preguntaréis: ¿Por qué nos cuentas esto? No lo sé, ¿para desahogarme de la indignación del degüello del arte por un matarife narcisista? Posiblemente.

Sobre la sesión de investidura de ayer

Si a alguien le quedaba alguna duda, ayer quedo meridianamente claro que la única razón del PSOE para abstenerse es que algunos, más perspicaces que el resto, se han dado cuenta de que ir a terceras elecciones sería una catástrofe descomunal para ellos. Lo demás son disfraces. Ayer quedó claro que, a partir de la investidura, se iban a hacer perdonar su “pecado” ante la inquisición de Iglesias (qué astuto el tío, cómo conoce de qué pie cojea el PSOE, cómo le provoca y cómo éste entra al trapo) y ante sus radicalizadas bases, haciendo España ingobernable. El PSOE, que siempre ha sido desde su fundación por el primer Pablo Iglesias, un partido radical, tuvo una breve primavera con Felipe González que pudo haberlo convertido en un partido socialdemócrata homologable. Pero aquella primavera quedó ¿definitivamente? barrida por el gélido invierno zapateril continuado por Sánchez.

En cambio, un 10 a C`s.

Rajoy dejó muy claras sus líneas rojas: No aceptará nada que frene el descenso del paro, es decir, no derogará la reforma laboral y no aceptará nada que desvie a España de la senda de equilibrio presupuestario. Aplaudo ambas líneas rojas, aunque me temo, ojalá me equivoque, que estamos ante una legislatura muy breve. El tiempo lo dirá.


24 de octubre de 2016

Carta abierta a Pilar Rahola

Muy estimada Sra. Rahola:

Por motivos de coloquialidad me voy a permitir la libertad de tutearte. Espero que no te moleste. No sé si llegarás a leer esta carta, pero confío en que sí. La providencia tiene sus caminos. El objeto de la misma es felicitarte por tu valor en la defensa del cristianismo, aún desde la no creencia. Leí hace poco tu pregón del DOMUND y posteriormente vi el extracto de un vídeo en el que te dirigías a unos jóvenes católicos con una espontaneidad y una frescura, admirables y sin ningún miedo a traspasar las fronteras de lo políticamente correcto. También he visto tu entrevista en la televisión argentina en la que hablas, con una claridad meridiana sobre tu punto de vista, en el que también concuerdo, sobre el Islam (también puedes encontrar cosas al respecto en este blog) y sobre el kitchnerismo. Debo confesarte que, aparte de estas cosas, son muchas las que me separan de tu forma de ver la vida. Pero en la de tu postura de defensa del cristianismo, que es a mi modo de ver fundamental, me siento en comunión contigo, aunque en mi caso, desde la perspectiva de la fe. Por lo tanto, muchas otras cosas pueden ser desechadas como pelillos a la mar. Yo he tenido la experiencia de pasar de la increencia práctica a la fe y sigo teniendo el recuerdo de ese tránsito. No quiero ni siquiera señalar que tú estés en él, sino que sé lo que es ver las cosas desde la otra ladera con buena voluntad. Además, siempre me ha guiado lo que Joseph Ratzinger escribió, cuando en 1968 era todavía un joven teólogo, sobre el diálogo entre creyentes y no creyentes desde la duda. Dice:

“Nadie puede poner a Dios y su reino encima de la mesa, y el creyente por supuesto tampoco. El que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que ‘quizá sea verdad’. […] Digámoslo de otro modo: tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe […] Quizá justamente por eso la duda, que impide que ambos se cierren herméticamente en lo suyo, pueda convertirse ella misma en un lugar de comunicación. Impide a ambos que se recluyan en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda le lleva al creyente. Para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como un reto.

Después, siendo ya el Papa Benedicto XVI, promovió una iniciativa a la que bautizó como “El atrio de los gentiles”, en recuerdo al atrio del Templo de Jerusalén en el que podían estar, hablar y relacionarse judíos y gentiles. Con esta iniciativa buscaba un sincero acercamiento de cristianos y no creyentes, cada uno desde su apreciación de la verdad sin intentos de proselitismo de ningún tipo. Por otra parte, hace años leí un opúsculo (por su longitud, no por su grandeza intrínseca) de Sheldon Vanauken en el que describía su largo y tortuoso camino hacia la fe. Si llegases a leer estas líneas y te interesase, sólo tienes que mandarme un comentario a este blog (que yo no publicaré) indicándome tu mail, y te lo mandaría por si te pudiera interesar. Aunque también lo puedes buscar y encontrar, si prefieres el anonimato, en este blog, si llegas a él, buceando en Octubre, Noviembre y Diciembre de 2010, cuando lo publiqué en 5 entregas.

Sin embargo, y con todo el respeto del mundo, hay una cuestión que me intriga de tu posición. Hay una frase del actual Papa Francisco que me pareció luminosa desde la primera vez que la oí. Dice que los cristianos debemos ser facilitadores de la Gracia en vez de sus aduaneros. ¡Magnífica y certera! ¡Cuántas veces, con el dedo índice en ristre, hemos negado la Gracia a tanta gente que la buscaba honestamente! Espero que entiendas que no es esta mi intención al abordar este tema, pero no puedo resistirme a hacerlo con el máximo respeto. Buscando cosas de ti en la Vanguardia, tras leer tu pregón, encontré un artículo en el que hacías una defensa del aborto como una conquista de la mujer. Creo que ese artículo es de hace unos años, por lo que ignoro completamente si tu posición al día de hoy sigue siendo la misma. Por supuesto, no voy a intentar aquí hacer una apología pro vita nasciturus, no es el lugar, pero sí me gustaría, sí fuese posible, cambiar impresiones contigo en el atrio de los gentiles en la forma que tú estimes conveniente y de lo que tú estimes conveniente.

Espero que esta botella lanzada al océano con una llamada, pueda ser encontrada por alguien y te llegue. Y si es así y quieres que llevemos a cabo ese encuentro, me encontrarás lleno de respeto y con un punto de admiración, pese a que haya otras cosas en las que no coincidamos.

Me atrevo a mandarte un abrazo.

Con todo cariño.


Tomás



PREGÓN DOMUND

La patria del corazón

Publicado por OMP ESPAÑA el 15 de Octubre de 2016

TEXTO DEL PREGÓN DEL DOMUND 2016 PRONUNCIADO POR PILAR RAHOLA EN LA SAGRADA FAMILIA DE BARCELONA

Excelentísimo Sr. Arzobispo Juan José Omella, monseñores, autoridades, amigas y amigos:

No puedo empezar este pregón sin compartir los sentimientos que, en este preciso momento, me tienen el corazón en un puño. Estoy en la Sagrada Familia, donde, como decía el poeta Joan Maragall, se fragua un mundo nuevo, el mundo de la paz. Y estoy aquí porque he recibido el inmerecido honor de ser la pregonera de un grandioso acto de amor que, en nombre de Dios, nos permite creer en el ser humano. Si me disculpan la sinceridad, pocas veces me he sentido tan apelada por la responsabilidad y, al mismo tiempo, tan emocionada por la confianza.

No soy creyente, aunque algún buen amigo me dice que soy la no creyente más creyente que conoce. Pero tengo que ser sincera, porque, aunque me conmueve la espiritualidad que percibo en un lugar santo como este y admiro profundamente la elevada trascendencia que late el corazón de los creyentes, Dios me resulta un concepto huidizo y esquivo. Sin embargo, esta dificultad para entender la divinidad no me impide ver a Dios en cada acto solidario, en cada gesto de entrega y estima al prójimo que realizan tantos creyentes, precisamente porque creen. ¡Qué idea luminosa, qué ideal tan elevado sacude la vida de miles de personas que un día deciden salir de su casa, cruzar fronteras y horizontes, y aterrizar en los lugares más abandonados del mundo, en aquellos agujeros negros del planeta que no salen ni en los mapas! ¡Qué revuelta interior tienen que vivir, qué grandeza de alma deben de tener, mujeres y hombres de fe, qué amor a Dios que los lleva a entregar la vida al servicio de la humanidad! No imagino ninguna revolución más pacífica ni ningún hito más grandioso.

Vivimos tiempos convulsos, que nos han dejado dañados en las creencias, huérfanos de ideologías y perdidos en laberintos de dudas y miedos. Somos una humanidad frágil y asustada que camina en la niebla, casi siempre sin brújula. En este momento de desconcierto, amenazados por ideologías totalitarias y afanes desaforados de consumo y por el vaciado de valores, el comportamiento de estos creyentes, que entienden a Dios como una inspiración de amor y de entrega, es un faro de luz, ciertamente, en la tiniebla.

Hablo de ellos, de los misioneros, y esta palabra tan antigua como la propia fe cristiana —no en vano los cristianos empezaron a salir de su tierra, para ir a la tierra de todos, desde los principios de los tiempos—, esta palabra, decía, ha sido ensuciada muchas veces, arrastrada por el fango del desprecio. Es cierto que los misioneros tienen un doble deseo, una doble misión: son portadores de la palabra cristiana y, a la vez, servidores de las necesidades humanas. Es decir, ayudan y evangelizan, y pongo el acento en este último verbo, porque es el que ha sufrido los ataques más furibundos, sobre todo por parte de las ideologías que se sienten incómodas con la solidaridad, cuando se hace en nombre de Cristo. De esta incomodidad atávica, nace el desprecio de muchos.

Es evidente que las críticas históricas a determinadas prácticas en nombre de la evangelización son pertinentes y necesarias. Estoy convencida, leyendo el Nuevo Testamento, de que el mismo Jesús las rechazaría. Pero no estamos en la Edad Media, ni hace siglos, cuando, en nombre del Dios cristiano, se perpetraron acciones poco cristianas. Desgraciadamente, el nombre de todos los dioses se usa en vano para hacer el mal, y este hecho tan humano tiene muy poco que ver con la idea trascendente de la divinidad. Pero, al mismo tiempo, hay que poner en valor la entrega de miles y miles de cristianos que, a lo largo de los siglos, han hecho un trabajo de evangelización, convencidos de que difundir los valores fraternales, la humildad, la entrega, la paz, el diálogo, difundir, pues, los valores del mensaje de Jesús, era bueno para la humanidad. Si es pertinente hacer proselitismo político, cuando quien lo hace cree que defiende una ideología que mejorará el mundo, ¿por qué no ha de ser pertinente llevar la palabra de un Dios luminoso y bondadoso, que también aspira a mejorar el mundo? ¿Por qué, me pregunto —y es una pregunta retórica—, hacer propaganda ideológica es correcto, y evangelizar no lo es? Es decir, ¿por qué ir a ayudar al prójimo es correcto cuando se hace en nombre de un ideal terrenal, y no lo es cuando se hace en nombre de un ideal espiritual? Y me permito la osadía de responder: porque los que lo rechazan lo hacen también por motivos ideológicos y no por posiciones éticas.

Quiero decir, pues, desde mi condición de no creyente: la misión de evangelizar es, también, una misión de servicio al ser humano, sea cual sea su condición, identidad, cultura, idioma..., porque los valores cristianos son valores universales que entroncan directamente con los derechos humanos. Por supuesto, me refiero a la palabra de Dios como fuente de bondad y de paz, y no al uso de Dios como idea de poder y de imposición. Pero, con esta salvedad pertinente, el mensaje cristiano, especialmente en un tiempo de falta de valores sólidos y trascendentes, es una poderosa herramienta, transgresora y revolucionaria; la revolución del que no quiere matar a nadie, sino salvar a todos.

Permítanme que lo explicite una manera gráfica: si la humanidad se redujera a una isla con un centenar de personas, sin ningún libro, ni ninguna escuela, ni ningún conocimiento, pero se hubiera salvado el texto de los Diez Mandamientos, podríamos volver a levantar la civilización moderna. Todo está allí: amarás al prójimo como a ti mismo, no robarás, no matarás, no hablarás en falso...; ¡la salida de la jungla, el ideal de la convivencia! De hecho, si me disculpan la broma, solo sería necesario que los políticos aplicaran las leyes del catecismo para que no hubiera corrupción ni falsedad ni falta de escrúpulos. El catecismo, sin duda, es el programa político más sólido y fiable que podamos imaginar.

Y de la idea menospreciada, criticada y tan a menudo rechazada de la evangelización, a otro concepto igualmente demonizado: el concepto de la caridad. ¿Cuántas personas de bien que se sienten implicadas en la idea progresista de la solidaridad, y alaban las bondades indiscutibles que la motivan, no soportan, en cambio, el concepto de la caridad cristiana? Y uso el término con todas sus letras: caridad cristiana, consciente de cómo molesta esa motivación en determinados ambientes ideológicos. Sin embargo, esta idea, que personalmente encuentro luminosa, pero que otros consideran paternalista e incluso prepotente, ha sido el sentimiento que ha motivado a millones de cristianos, a lo largo de los siglos, a servir a los demás. Y cuando hablamos de los demás, hablamos de servir a los desarraigados, a los olvidados, a los perdidos, a los marginados, a los enfermos, a los invisibles. ¡Quiénes somos nosotros, gente acomodada en nuestra feliz ética laica, para poner en cuestión la moral religiosa, que tanto bien ha hecho a la humanidad! La caridad cristiana ha sido el sentimiento pionero que ha sacudido la conciencia de muchos creyentes, decididos a entregar la vida propia para mejorar la vida de todos.

Y no me refiero solo a los misioneros actuales, a los más de quinientos catalanes, o a los casi trece mil de todo el Estado, repartidos por todo el mundo, allí donde hay necesidad más extrema, sino también a aquellos lejanos cristianos que, por amor a su fe, protagonizaron gestas heroicas. ¿Qué podemos decir, por ejemplo, de los mercedarios que se intercambiaban por personas que estaban presas en tierras musulmanas, como acto sublime de sacrificio propio, en favor de los demás? El mismo ideal espiritual que motivaba a san Serapión a ir hasta el Magreb, entrar en la prisión de un sultán y liberar a un desconocido, convencido de que aquel acto de amor era un tributo a Dios, es el que motivó a Isabel Solà Matas, una joven enfermera catalana, perteneciente a la Congregación de Jesús-María, a estar dieciocho años en Guinea y ocho en Haití, hasta que fue asesinada. Durante todos estos años de entrega, dejó su estela de bondad y servicio, y, gracias a ella, por ejemplo, existe ahora el Proyecto Haití, un centro de atención y rehabilitación de mutilados que fabrica prótesis para los haitianos que no tienen recursos. La conocían como «la monja de los pies», porque, gracias a ella, muchos haitianos pobres habían tenido una segunda oportunidad. Casi ochocientos años separaban a san Serapión de Isabel Solà, y, en ocho siglos, el mismo alto ideal de servicio y entrega los motivaba, empujados por la creencia en un Dios de amor.

Y como Isabel, tantos otros misioneros, monjas, curas y seglares, muertos en cualquier rincón del mundo, asesinados, abatidos por virus terribles, caídos en las guerras de la oscuridad. Cómo no recordar al hermano Manuel García Viejo, miembro de la Orden de San Juan de Dios, que, después de 52 años dedicados a la medicina en África, se infectó del ébola en Sierra Leona y murió. O a su compañero de Orden Miguel Pajares, que desde los doce años dedicaba su vida a los más pobres y que regentaba un hospital en una de las zonas de Liberia más castigadas por el virus. Todos ellos, caídos en el servicio a la humanidad, motivados por su fe religiosa y por la bondad de su alma. Isabel, Manuel, Miguel son la metáfora de lo que significa el ideal del misionero: el de amar sin condiciones, ni concesiones. Si Dios es el responsable de tal entrega completa, de tal sentimiento poderoso que atraviesa montañas, identidades, idiomas, culturas, religiones y fronteras, para aterrizar en el corazón mismo del ser humano, si Dios motiva tal viaje extraordinario, cómo no querer que esté cerca de nosotros, incluso cerca de aquellos que no conocemos el idioma para hablarle.

Decía Isabel Solà en 2011, en un vídeo-blog para pedir ayuda para su centro de prótesis: «Os preguntaréis cómo puedo seguir viviendo en Haití, entre tanta pobreza y miseria, entre terremotos, huracanes, inundaciones y cólera. Lo único que podría decir es que Haití es ahora el único lugar donde puedo estar y curar mi corazón. Haití es mi casa, mi familia, mi trabajo, mi sufrimiento y mi alegría, y mi lugar de encuentro con Dios».

No encuentro palabras más intensas para describir la fuerza grandiosa del amor. He dicho al inicio de este pregón que no soy creyente en Dios, y esta afirmación es tan sincera como, seguramente, triste. ¡Estamos tan solos ante la muerte los que no tenemos a Dios por compañía! Pero soy una creyente ferviente de todos estos hombres y mujeres que, gracias a Dios, nos dan intensas lecciones de vida, apóstoles infatigables de la creencia en la humanidad. El papa Francisco ha pedido, en su Mensaje para este DOMUND, que los cristianos «salgan» de su tierra y lleven su mensaje de entrega, pero no porque los obliga una guerra o el hambre o la pobreza o la desdicha, como tantas víctimas hay en el mundo, sino porque los motiva el sentido de servicio y la fe trascendente. Es un viaje hacia el centro de la humanidad. Esta llamada nos interpela a todos: a los creyentes, a los agnósticos, a los ateos, a los que sienten y a los que dudan, a los que creen y a los que niegan, o no saben, o querrían y no pueden. Las misiones católicas son una ingente fuerza de vida, un inmenso ejército de soldados de la paz, que nos dan esperanza a la humanidad, cada vez que parece perdida.

Solo puedo decir: gracias por la entrega, gracias por la ayuda, gracias por el servicio; gracias, mil gracias, por creer en un Dios de luz, que nos ilumina a todos.



Pilar Rahola

22 de octubre de 2016

Snowden

El domingo pasado fui al cine a ver la película “Snowden”. Si alguien quiera evitar que haga el papel de spoiler, que posponga la lectura de estas páginas hasta después de ver la película. Ésta cuenta el devenir de Edward Snowden desde que en 2004, con veinte años, se alista en el ejército de los EEUU intentando formar parte de las fuerzas especiales de combate, hasta Junio de 2013 en el que se producen sus declaraciones al diario inglés The Guardian.En este lapso de tiempo, tras no poder llegar a formar parte de las fuerzas de elite de combate por un accidente, es reclutado para colaborar de distintas maneras con la CIA y la NSA (National Security Agency). Paulatinamente, su patriotismo inicial se va transformando en repugnancia al ver cómo ambas agencias espiaban de forma casi indiscriminadalas intimidades de millones de norteamericanos y usaban esa información de forma absolutamente falta de escrúpulos. Todo ello con su colaboración activa y técnicamente perfecta y en nombre de la seguridad nacional. Por fin, profundamente decepcionado y asqueado, decide dar a conocer esos excesos a través del periódico británico The Guardian desde una habitación de hotel de Hong Kong, en donde estaba escondido. La película cuenta sus actuaciones en estas cuestiones ysu proceso interno de conciencia. Al final, de forma rápida y un poco confusa,se cuenta el desenlace de su huída de Hong Kong que yo amplío un poco con información adicional fruto de alguna somera pesquisa.

El 23 de Junio de 2013, unos días después de su revelación, tras vivir escondido en el lumpen de Hong Kong, Snowden toma el vuelo 213 de Aeroflot con destino a Moscú. Parece –aunque nada está claro– que se dirigía a un país hispanoamericano esperando poder tomar otro vuelo hacia su destino definitivo, algún país de Hispanoamérica, desde esa ciudad. Pero las autoridades rusas no le dejan despegar, puesto que su pasaporte americano había sido anulado. Snowden queda retenido en el aeropuerto de Moscú hasta que el 16 de Julio de 2013 pide asilo temporal en Rusia por un año y este país se lo concede. Al expirar este lapso de tiempo, Rusia extiende el asilo temporal durante tres años más. Es decir, si no se lo renuevan, el 16 de Julio de 2017 deberá ser extraditado a EEUU. Parece que durante su estancia en el aeropuerto había pedido asilo en Austria, Bolivia, Brasil, China, Cuba, Finlandia, Francia, Alemania, India, Italia, Irlanda, Países Bajos, Nicaragua, Noruega, Polonia, Rusia, España, Suiza y Bolivia. En todos se lo deniegan, menos en Rusia. La causa –¿o excusa?– generalizada es que para pedir asilo tiene que hacerlo estando en el país correspondiente.Tal vez por eso se lo concedió Rusia, aunque no falta quien dice que se lo concedió porque, realmente,Snowden es un agente ruso, cosa que, como es lógico, él y Rusia niegan categóricamente. Él se presenta a sí mismo como un patriota idealista y asqueado que quiere defender a sus conciudadanos del espionaje del gobierno.No quiero vivir en una sociedad que hace este tipo de cosas… No quiero vivir en un mundo donde se registra todo lo que hago y digo. Es algo que no estoy dispuesto a apoyar o admitir. No he hecho nada malo. Soy un convencido de que deben ser los ciudadanos los que decidan sobre el poder que le otorgan al Estado y no un burócrata de turno”, dijo en sus declaraciones a The Guardian.

Inmediatamente, la organización de Wikileaks, de la que luego hablaré, pero que no hay que confundir con el caso Snowden, salió en su defensa. El asesor legal de Wikileaks y del abogado del cerebro de este movimiento, Julian Assange, que no es otro que el ex-juez español Baltasar Garzón. Garzón declaró: El equipo de Wikileaks y yo estamos interesados en preservar susderechos(de Snowden) y protegerle como persona. Lo que se le ha hecho al ex-analista de la CIA y a Julian Assange por realizar o facilitar revelaciones de interés público es un asalto al pueblo”. Por otra parte Wikileaks afirmó que sería el ex-juez Garzón quien coordinaría a los abogados de Snowden. Es decir, tanto Snowdwn como Assange son considerados por muchos como héroes de la defensa del pueblo y, por otros muchos, como villanos, traidores a su país y a su seguridad. Por ejemplo, la ciudad alemana de Kassel concedió a Snowden un premio cívico, la Medalla al Sentido Común, dotado con 10.000€. Nicolás Maduro afirmó que Si nos lo pidiera, (asilo político, cosa que Snowden hizo)lo pensaríamos y casi seguro se lo daríamos. Porque el asilo político es un derecho humanitario para proteger a los perseguidos. Es un muchacho que no ha puesto bombas ni ha matado a nadie”. La revista americana The New Yorker escribió que Snowden “es la razón por la que, durante la última semana, ha existido en nuestro país una discusión sobre la privacidad y los límites de la vigilancia doméstica. Ya era hora de ello; una esperaría que hubiera surgido a partir de un autoexamen por parte de la administración de Obama o por una verdadera supervisión del Congreso. […] También hemos sabido que James Clapper, director de Inteligencia Nacional, mintió descaradamente al Senado cuando dijo que la NSA no registraba ‘a sabiendas’ ningún tipo de datos sobre millones de estadounidenses. Y nos han recordado lo decepcionante que puede ser el presidente Obama. Eran cosas que el público se merecía saber”. La revista alemana Der SPiegel calificó a Snowden como uno de los “nuevos mejoradores del mundo”. Por supuesto, millones de personas en todo el mundo le consideran un traidor a su patria y a la seguridad, no sólo de los EEUU, sino del mundo occidental.

El caso Snowden también produjo un incidente diplomático internacional cuando el 3 de julio de 2013, Francia, Portugal, Italia y España negaron el aterrizaje del avión del presidente boliviano Evo Morales, que volaba desde Moscú hacia La Paz. Austria retuvo a su avión en el aeropuerto de Viena. Todo elloporque sospechaban que Snowden viajaba a bordo.

La película es un poco confusa pero, ello no obstante, merece la pena de ser vista porque es profundamente inquietante y le pone a uno –por lo menos a mí me ha puesto– ante situaciones límite en lo que a sus convicciones sobre el equilibrio entre seguridad y privacidad se refiere. En las líneas que vienen a continuación voy a partir de las premisas –aunque no estoy convencido de ellas– de que lo que dice la película que hizo y contó Snowden es lo que realmente dijo y de que lo que realmente dijo era verdad. No tengo más razón para poner en duda ambas premisas que la encarnizada lucha que hay en EEUU y Europa entre liberales y conservadores (En EEUU el término liberal tiene otro sentido distinto del que le damos en Europa, o por lo menos en España. Aquí liberal es aquél que cree en la economía de libre mercado y que está en contra de que el Estado intervenga en la economía. En EEUU, liberal es sinónimo de izquierdista progre, en la medida en que en EEUU haya izquierdistas, porque progres los hay a montones. Uso la palabra liberal en la acepción americana). En esta lucha no siempre prevalece la verdad sino que, muy a menudo, el debate está teñido de mentiras o de medias verdades que son peores que las mentiras. Oliver Stone, el director de la película es un hombre polémico, más bien decantado hacia el bando liberal, aunque a veces ha dado una de cal y otra de arena. En estos momentos de difícil elección de preferencia sobre los candidatos a la presidencia de los EEUU, Stone está en una situación equilibrada en la que dice que, aunque no cree ni quiere que Trump gane, Clinton no es mejor. Muchos nos encontramos así. Pero su bestia negra ha sido siempre la CIA. Si la película la hubiese dirigido Clint Eastwood, muy probablemente tendría otro cariz. Pero, con todo esto, asumo, como hipótesis de partida, sin convicción, pero sin razones para negarlas, las dos premisas que he dicho antes. Aunque también puede ser verdad que sea un agente ruso o que sea un sicópata paranoico que ve gigantes donde sólo hay molinos, o que Oliver Stone haya querido hacer una película de propaganda liberal antisistema.

Si estas dos premisas son ciertas, la realidad es terriblemente inquietante (y si no lo son también es inquietante como posibilidad). En un intento de combatir el terrorismo, la CIA y la NSA habrían espiado hasta las más secretas intimidades a millones de personas. Y a veces habrían usado brutalmente esas intimidades contra individuos concretos con consecuencias terribles para sus vidas. Tal vez su intención no fuese el espionaje privado en masa pero, a partir de espiar a los supuestos terroristas, más a cualquiera que tuviese una relación tangencial con ellos, más a cualquiera que tuviese una relación tangencial con los que habían tenido una relación tangencial con ellos… y así en cinco escalones, habrían llegado, de facto, a espiar a millones de ciudadanos americanos y de todo el mundo.

Esto le pone a uno –al menos a mí me puso– enfrente de una cuestión a la que reconozco no saber dar una respuesta. A saber: el equilibrio entre lo que un Estado tiene que hacer para garantizar su supervivencia y la seguridad de sus ciudadanos por un lado y el respeto a la intimidad de los mismos por el otro. Ciertamente, las posturas cómodas es este asunto son las maximalistas: A) El Estado no puede de ninguna manera y bajo ningún concepto invadir, en ninguna medida, la intimidad de ningún ciudadano o B) El Estado puede hacer lo que estime necesario para salvaguardar su supervivencia y la seguridad de sus ciudadanos. Si uno está en una de ellas tiene las cosas claras, pero es casi seguro que su criterio es erróneo. Si yo me viese forzado a elegir entre A) y B) elegiría A) sin ningún género de duda. Pero creo que los maximalismos no son buenos y me gustaría saber qué punto intermedio me parecería razonable. Pero me inquieta creer quees imposible que un individuo de a pie, como yo, sepa dónde situar ese punto, porque me falta información y conocimiento de lo que está en juego y de las medidas que pueden ponerse en marcha para conseguir una seguridad razonable (¿qué demonios es una seguridad razonable?) sin invadir de una forma avasalladora la intimidad de los ciudadanos (dónde está la frontera entre la invasión avasalladora y la información razonable). Reconozco que el problema es demasiado complejo para mí y no sé dónde se encuentra MI punto de equilibrio. Y el no tener criterio sobre cualquier cosa es algo que me inquieta y me desasosiega. Sin embargo sí sé una cosa. No quiero que un día el terrorismo se haga dueño de la vida civil ni que pueda ocurrir que otro día mi vida esté regida por un país totalitario como Rusia o China. En medio de la tremenda sensación de incomodidad que me producía la película mientras la veía, me decía a mí mismo: “Yo quiero con toda mi alma vivir en un mundo en el que se puedan hacer estas películas, tanto si son verdad como si son mentira”. No veo una película con ese mismo argumento proyectándose con éxito taquillero en China o Rusia, por no hablar de Corea del Norte, Cuba o Venezuela.

Y aquí viene la digresión sobre Wikileaks y Julian Assange. Este caso tiene cierta similitud con el de Snowden. De hecho yo los tenía mezclados en la cabeza antes de ver la película y de hacer una somera investigación. Wikileaks fue fundada en 2006, supuestamente, según su versión, por disidentes chinos y periodistas, matemáticos, científicos, tecnólogos, etc., de diversos países. Es, o pretende ser, una organización mediática sin ánimo de lucro en la que se insta a todo aquél que quiera filtrar anónimamente documentos secretos que develen comportamientos no éticos ni ortodoxos por parte de los gobiernos, con énfasis especial en los países que considera tienen regímenes totalitarios, pero también en asuntos relacionados con religiones y empresas de todo el mundo. Pero, al final, la mayoría de las filtraciones resultan ser de documentos secretos de los EEUU. Al que mande filtraciones, se le“garantiza” el anonimato. Pongo “garantiza” entre comillas porque Wikileaks puede garantizar el anonimato siempre que el que le envía la filtración no haya dejado huellas previamente. Si el que lo ha enviado lo ha hecho mal, de forma que se le ha visto la patita por debajo de la puerta, aunque sólo sea una milésima de segundo, ni Wikileaks ni nadie puede garantizar el anonimato. Pero decir públicamente que se garantiza el anonimato puede hacer creer a algún incauto que si lo manda de cualquier manera, está protegido por el manto mágico de Wikileaks. Con esta falsa creencia puede actuar imprudentemente, porque ese manto mágico no cubre nada que haya sido descubierto previamente. El redactor jefe de Wikileaks era, desde el principio, el australiano Julián Assange que es considerado putativamente como su fundador. Desde el inicio, se han publicado en Wikileaks varios millones de documentos. Assange y Wikileaks han recibido muchísimos premios e, incluso han sido presentados como candidatos al premio Nobel de la paz. Por otro lado ocurre que muchos de los documentos que se publican en Wikileaks no son enviados por alguien que tiene acceso a una información y la filtra, sino por hackers que la obtienen hackeando y la envían a Wikileaks. En 1991, Assange había sido detenido, procesado y declarado culpable por tribunales australianos por 24 delitos informáticos. En 2010 empiezan a llover sobre él acusaciones de violaciones y acoso sexual a varias mujeres y se emite una orden de captura de varios países, Australia y Suecia entre ellos, a través de la Interpol. Finalmente es detenido en Inglaterra por esos delitos y los tribunales ingleses decretan su extradición a Suecia para ser juzgado allí por ellos. Se empezó a especular que Suecia podría, a su vez, extraditarlo a EEUU en donde, se decía, podía ser condenado a muerte. EEUU dijo públicamente que no había ninguna petición de extradición sobre Assange. En vista de esto, el 19 de Junio del 2010, estando en libertad condicional con arresto domiciliario, Assange viola el arresto domiciliario, entra en la embajada de Ecuador en Londres y pide asilo político. El asilo que es concedido el 18 de Agosto de 2012 alegando los premios internacionales que había obtenido, que podría ser efectivamente extraditado a Suecia, donde se dice que pudiera no tener un juicio justo y que pudiera ser transferido posteriormente a los EEUU. Allí tenía cargos de espionaje y traición y se seguía especulando con que no tendría un juicio justo y que podría ser condenado a muerte.En Agosto de ese mismo año el Reino Unido amenaza con asaltar la embajada de Ecuador para apoderarse de Assange. Pero el temor a un escándalo internacional de graves consecuencias le hace desisitir. Desde entonces, Assange está confinado en esta embajada, pero Wikileaks sigue funcionando, nominalmente, bajo la dirección de Kristinn Hrafnsson. Nadie duda, sin embargo, que es él quien dirige la organización desde su ordenador. La página web sigue operativa en www.wikileaks.org, desde una IP sueca. Incluso se le pueden hacer donaciones on line. Una de sus más recientes filtraciones fue el pasado sábado 15 de Octubre. Son las transcripciones de los discursos de Hillary Clinton, a puerta cerrada, en la reunión recientemente mantenida con miembros de Goldman Sachs. La consecuencia de estas filtraciones ha sido que, según el propio Wikileaks, Ecuador ha cortado la conexión a internet de su huésped poco después de la aparición de estas transacciones, debido a las presiones de EEUU. También se ha apuntado que Wikileaks está detrás de las filtraciones con las que Rusia ha tratado de influir en las elecciones de los EEUU, cosa que, aunque tanto ellos como los rusos niegan, me intranquiliza hasta la alarma de cara al futuro. A ver si los EEUU primero y el resto de los países occidentales después vamos a acabar siendo manipulados por Rusia o China u otros simpáticos países de esa calaña de forma que puedan influir decisivamente en nuestras elecciones. Sería gramscismo 2.0

No cabe duda de que el ojo vigilante de algo como Wikileaks u otros Snowden que pudieran surgir, hará que los políticos sean más transparentes, lo que es, sin lugar a dudas, bueno –o más cuidadosos con sus acciones opacas, lo que no es tan bueno. Pero me sobrevuela una pregunta a la que no sé contestar. ¿Merece la pena pagar cualquier precio en las formas en que se consiga esta información? ¿Será bueno que sean unos hackers los que roben esta información y la hagan pública?¿O que funcionarios cabreados filtren cosas, que perfectamente pueden ser falsas (no imagino que Wikileaks ponga muchos escrúpulos para verificar la veracidad de las filtraciones) y pueden poner en peligro la seguridad de los países más transparentes o hundir injustamente la reputación de determinados estadistas? ¿Me siento más tranquilo si son estos hackers los que tienen acceso a información sobre mí? ¿Tienen personajes como Assange la altura moral suficiente como para decidir qué documentos secretos que develen comportamientos no éticos ni ortodoxos deben ser publicados? Desde luego, no hay duda de que en los países más totalitarios y más opacos, las filtraciones son menores. ¿Será tal vez porque tienen menos que ocultar¿¿¿????

Con todo lo que pueda haber en sus cloacas, este mundo de occidente (Europa, EEUU, Canadá, Australia, etc) es infinitamente mejor que el de países como China, Rusia Cuba, Venezuela o Corea del Norte. Y estoy convencido de que merece ser protegido. Lo que no sé es cuál es el precio justo de esa protección, pero en pura teoría de juegos, hay un precio justo a pagar, sepamos o no cuál es, para no acabar bajo la bota de países del segundo tipo. Pero también puede ocurrir que si por seguridad se pisotean los principios más básicos de la libertad, no quede nada que defender. Es decir, en un extremo podemos creer que los enemigos de occidente son buenos y benéficos y que no necesitamos defendernos. El resultado es el fin de occidente. En el otro extremo podemos pensar que para defendernos podemos hacer cualquier cosa, incluidas las atentan contra los principios que nos conforman. El resultado es, también, el fin de occidente. Digo yo que tendrá que haber un punto entre estos dos extremos que nos permita defendernos sin autodestruirnos. Lo que no sé es dónde está ese punto. Lo cierto es que, se piense lo que se piense de Snowden o de Assange –héroes o traidores–, creo que han contribuido a afinar la sensibilidad del aparato de medida para encontrar ese punto intermedio. ¿O, tal vez nos hayan hipersensibilizado y creado en nosotros una enfermedad autoinmune?


En la película hay una escena verdaderamente escalofriante que no quiero dejar de comentar. En un momento en el que todavía Snowden está en altas cotas de patriotismo conservador, su reclutador y mentor le manda a Ginebra en vez de enviarle, cómo él quiere, a Irak. Para calmar su frustración, su mentor le dice la siguiente frase, según la recuerdo: “El terrorismo es un fenómeno pasajero. En unos años lo derrotaremos. La siguiente guerra será la de hackers chinos o rusos intentando borrar toda la información necesaria para que el país funcione. Y en esa guerra, necesitaremos a cerebros como tú. No podemos exponernos a que te maten en una escaramuza en Irak”. Y ese nuevo tipo de guerra, es perfectamente posible. Y es posible y hasta probable que occidente la pierda. Ignoro cuan probable, pero perfectamente posible. ¡¡¡¡¡Uffff!!!!!



Adenda

 hoy aparece una noticia que encaja con el último párrafo de este post. Adjunto link

15 de octubre de 2016

Las respuestas creativas que necesita la humanidad

Que la humanidad progresa es algo que ni el más empecinado pesimista puede negar. Nadie en su sano juicio se mudaría a vivir, si la máquina del tiempo existiese, cien, doscientos, quinientos o mil años atrás. Pero tan innegable como esto es que el progreso de la humanidad no es suave y uniforme, sino que sigue un movimiento sincopado, con golpes de avance y momentos de estancamiento, como avanza la sangre por las arterias a impulsos del corazón. Incluso, en el progreso de la humanidad se dan momentos de retroceso, a veces pequeños pero algunas veces terribles, como fue la caída del Imperio Romano. Esto ya lo vio el genial Arnold J. Toynbee que dejó reseñado en su monumental obra “El Estudio de la Historia” cómo era este sistema de pulsos de avance, momentos de estancamiento y hundimientos. Toda civilización con éxito se encuentra continuamente con lo que él llamaba incitaciones, nudos gordianos que deben ser deshechos –o cortados– por una respuesta dada por una minoría creativa generada por un genio creativo. Y esta respuesta nunca es fácil. Si no se encuentra, la civilización colapsa. Pero si se encuentra esa respuesta, nunca es una respuesta definitiva, sino que ese nuevo impulso da pie a que se plantee una nueva incitación a la que también hay que responder en una cadena sin fin de incitación-respuesta-incitación. En verso de Walt Whitman: Está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito, cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”. Y, efectivamente, los momentos en que la incitación exige una respuesta y ésta no llega, son momentos históricos de dolores de parto. La incapacidad de encontrar respuesta a sus incitaciones es lo que provocó la caída del Imperio Romano con consecuencias terribles. Pero tras ese colapso, una nueva civilización, la cristiana occidental, tomó el relevo. Y desde entonces, se han sucedido innumerables ciclos incitación respuesta y la civilización cristiana occidental no ha dejado de responder a estas incitaciones y de progresar[1]. Creo que hoy estamos en uno de esos momentos de dolores de parto en la que hay que encontrar una solución a nuestra –o más bien nuestras, porque son varias– incitaciones. Pretendo a continuación dar mi punto de vista sobre cuáles son algunas de esas incitaciones.

Una de ellas es, creo, el agotamiento del recorrido de la democracia tal y como la conocemos hoy día. Pero que nadie confunda esto con añoranzas de otros sistemas del pasado. El movimiento arcaizante, en terminología de Toynbee, la tentación de volver a aplicar soluciones del pasado que, tal vez, en su momento funcionaron bien, es una trampa mortal. Creo que la democracia languidece. Y lo hace por falta de ciudadanos. La propia prosperidad económica, respuesta a anteriores incitaciones, ha traído una especie de sopor, de falta de estímulo que en el último siglo ha degenerado en la venta de la libertad, más allá de ciertos formalismos, a un Estado paternalista que a la vez que nos protege, nos restringe con su aparato, nos anula con su presencia omnímoda y procura quitarnos nuestro espíritu crítico para que seamos más fáciles de dirigir. Y así, nos hemos transformado de ciudadanos en una especie de borregos protestones que exigen el cumplimiento de sus caprichos sin preguntarse si eso es posible o no y que castigan con su voto a quienes no se pliegan a ese capricho. Y esto trae aparejada una larga cadena de consecuencias que van desde la mediocridad de la clase política hasta su corrupción. Si no respondemos a esta incitación ese Estado omnímodo nos acabará devorando, como papá Saturno devoró a sus hijos. Por supuesto, soy incapaz de dar la más mínima receta sobre cómo tendría que ser esa nueva democracia y, aún si fuera capaz de vislumbrarla, sería absolutamente incapaz de iniciar un proceso que nos condujese a ella. Sí sé que esa nueva democracia tiene que ser un revulsivo de la libertad que estamos dejándonos robar, y no, de ninguna manera, una vuelta atrás a ningún tipo de despotismo más o menos ilustrado.

Otra incitación podría ser el relativismo moral. Nietos de una civilización, la griega, que estaba convencida de que la razón era un atributo humano que permitía al hombre buscar la verdad y progresar en su camino hacia ella, e hijos de otra, la romana[2], que ponía una voluntad inaudita en conseguir sus metas, hemos perdido esa convicción y esa voluntad, sustituyéndolas por una actitud de desconfianza hacia cualquier planteamiento riguroso, por un pensamiento débil que, sin embargo, puede imponer su brutal tiranía y por una actitud de desánimo y desencanto que llevan al “pasotismo”. Y, desde luego, no es la menor de las secuelas de ese pasotismo los bajísimos índices de natalidad que llevan a una disminución y un envejecimiento de la población de las sociedades desarrolladas. No soy filósofo y no puedo afirmar con seguridad cuándo y cómo se inició la larga deriva histórica que nos llevó, en un movimiento acelerado, desde la confianza en la razón y en la voluntad, hasta la desconfianza más absoluta en nada que pretenda ser verdad y la pérdida de la fuerza de la voluntad en la perplejidad de que todo vale lo mismo. Pero con el atrevimiento de la ignorancia y sin profundizar demasiado en ello –no podría– me atrevo a decir que el voluntarismo de Guillermo de Ockam, el racionalismo de Descartes y el idealismo de Kant[3], son hitos en la desviación del camino que nos podría haber llevado a avanzar en la senda de la verdad sin desorientarnos hasta perder el norte y, con él, la ilusión y la fuerza. Hace años –cuando era todavía más ignorante tenía aún mayor atrevimiento– me atreví a escribir unas páginas con el título “El camino a la posmodernidad y el nuevo renacimiento” que hoy no me atrevo a recomendar pero que, no obstante, mandaré a quien me lo pida. En ese escrito, en la segunda parte, el nuevo renacimiento, describo algunas corrientes filosóficas actuales que, sin volver atrás en una añoranza arcaizante, sí pueden señalar el camino para romper esa parálisis a la que nos ha sometido el relativismo de la posmodernidad. Pero esas ideas renovadoras, que ya están ahí y que pueden ser parte de la respuesta, esperan a su genio creador y a su minoría creativa que las saquen de los ambientes eruditos y las lleven a la vida del mundo exterior.

La tercera incitación podría ser la pobreza en el mundo. Desde luego que no me refiero al incremento de la pobreza, porque eso es una burda falacia. Nunca la pobreza ha retrocedido en el mundo a mayor velocidad de la que lo hace ahora. Por primera vez en la historia de la humanidad hay en el mundo menos de un 10% de sus habitantes que viven bajo el umbral de la pobreza en términos absolutos[4]. Tampoco me refiero a la repetida mentira de que “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. La globalización ha hecho que los países en desarrollo y sus habitantes disminuyan su pobreza más deprisa de lo que aumenta la riqueza de los desarrollados. Pero ocurre que, por desgracia, este inequívoco retroceso de la pobreza, ese acercamento entre los más pobres y los más ricos, aunque se está acelerando, es todavía más lento de lo que la situación histórica requiere y presenta bolsas de pobreza que se diluyen muy lentamente. Cuando todo el mundo vivía al límite de la supervivencia, unos países empezaron, por un proceso que no contaré aquí[5], a generar muy lentamente riqueza suficiente como para hacer retroceder el fantasma de vivir al límite de la supervivencia. Pero estos países, no tenían a nadie por delante. Eran la avanzadilla. Nadie podía tirar de ellos ni sus ciudadanos podían ir a otro sitio en busca de esa riqueza o huyendo de la miseria. Sólo les quedaba seguir luchando para conseguir parcelas de seguridad jurídica y continuar tirando del carro en un proceso lento y durísimo. Sin embargo, los países que hoy están en la pobreza, sí tienen un “paraíso” al que ir, o soñar con ir, en vez de recorrer su camino. Si a esto se suma que sus países están generalmente gobernados por tiranos que impiden que sus habitantes creen riqueza, no es de extrañar que muchos de ellos quieran correr, aun poniendo en grave peligro sus vidas, en pos de ese “El Dorado”. Pero eso no es posible. Porque “El Dorado”, dejaría inmediatamente de serlo si una parte importante de los habitantes de los países pobres quisiesen trasladarse a él. Sólo la inversión libre de la iniciativa privada de los países desarrollados en los países pobres acelera el proceso e impulsa también la creación de riqueza interna en ellos. Si eso se produjese se crearía a gran velocidad la riqueza necesaria para evaporar la miseria en esos países, permitiéndoles acercarse con rapidez a los desarrollados. Pero tanto la inversión exterior como la interior requieren para producirse de unas condiciones de seguridad jurídica que los tiranos de esos países no están dispuestos a crear. Y así el camino de escape de la pobreza, que podría ser muy rápido, se ralentiza e incluso se para en algunos países, y esta lentitud incentiva la emigración masiva hacia los supuestos “paraísos”. Sólo los ciudadanos de esos países pueden rebelarse contra sus tiranos y destituirlos o cambiarlos. Pero, naturalmente, esos tiranos están bien pertrechados para que eso no ocurra. ¿Cómo podrían los países desarrollados ayudar a esos pueblos si estos tuviesen la voluntad política? Reconozco no tener ni un atisbo de respuesta a esta pregunta.

Seguramente a quien lea estas líneas se le vengan a la cabeza otras incitaciones que no he mencionado aquí. A mí también se me ocurren, pero describirlas haría este envío interminable. Sea como sea, lo que está claro es que tenemos por delante tremendas incitaciones que requieren unas respuestas drásticas e inmediatas desde la libertad y creatividad. Pero esta ha sido la historia de la civilización cristiana occidental. Y, hasta ahora, siempre han surgido en el momento oportuno los genios y las minorías creativas que necesitaba el momento. No hay ninguna razón para que la libertad y la creatividad humanas no hagan que aparezcan ahora también. Pero tampoco hay ninguna ley inexorable que haga que su aparición sea algo que tenga que producirse necesariamente. Y si no aparecen, el futuro no se presenta muy halagüeño. Estaremos ante una nueva caída de una civilización. Según Toynbee ha habido 21 civilizaciones en la historia de la humanidad y sólo la cristiana occidental ha sido capaz de salir al paso de sus incitaciones. Las demás, siempre según Toynbee, con cuya opinión coincido, o han desaparecido o están en proceso de descomposición. Así pues, no está fuera de lo posible el que la civilización cristiana occidental, tal y como la conocemos, se derrumbe, como lo hizo el Imperio Romano. Si es así, tal y como la civilización cristiana occidental tomo el relevo a la greco-romana, nacerá una nueva civilización que tome el testigo. Pero no será sin pasar por momentos oscuros y terribles, como los que vinieron tras la caída de Roma. Dios nos libre de ello.

Ahora bien, las incitaciones son tan duras y las respuestas tan difíciles, que creo que difícilmente se podrán encontrar sin la ayuda de Dios. Pero esto no quiere decir, desde luego, que Dios vaya a intervenir directamente en la historia. Ya lo ha hecho una vez y no creo que lo vuelva a hacer hasta que venga a juzgarla. Creo, más bien, que esas respuestas tendrán que estar hondamente inspiradas –no se me pregunte cómo porque no lo sé– en los principios y valores cristianos que nos han sido revelados por Dios a través de Jesucristo en su paso por la historia. Creo poder afirmar que todas las respuestas victoriosas a las incitaciones que ha tenido la civilización cristiana occidental han estado basadas, de una u otra forma, en esos principios. Y esto ha sido así incluso cuando los representantes de la Iglesia, en su faceta de institución humana, no han apoyado con entusiasmo –o incluso se han opuesto– a esas respuestas[6]. Así serán, basadas en esos principios, las respuestas que esperamos, si llegan a encontrarse. Hago completamente mías las palabras de Jacques Maritain en su obra “Humanismo integral”: Una renovación social vitalmente cristiana será así obra de santidad o no será; y me refiero a una santidad vuelta hacia lo temporal, lo secular, lo profano. ¿No ha conocido el mundo jefes de pueblos que han sido santos? Si una nueva cristiandad surge en la historia, será obra de una tal santidad”. Pero no olvidemos que la santidad no es fruto del esfuerzo humano, sino una gracia concedida por Dios. Pidámosle, pues, con toda el alma, que suscite un puñado de esos santos vueltos hacia lo temporal, secular y profano que puedan encontrar las respuestas a las terribles incitaciones a las que estamos sometidos. Tal vez ya estén fraguándose esos santos. Así sea. Y no olvidemos que Dios da la santidad a quien quiere, no a quien nos gustaría a nosotros, y que no se la da a los más limpios sino, generalmente, a los pecadores.

Y ya que he citado a Maritain para apoyarme en él, me permito hacerlo también para buscar una razón de mí mismo ante mi perplejidad. Uso para ello la forma en que él mismo se define en su “carnet de notes”. “¿Quién soy yo? ¿Un profesor? No lo creo; enseño por necesidad (esto no es verdad en mí caso: enseño por vocación). ¿Un escritor? Tal vez. ¿Un filósofo? Lo espero. Pero también una especie de romántico de la justicia, pronto a imaginarse, después de cada combate, que ella y la verdad triunfarán entre los hombres. Y también, quizás, una especie de zahorí con la cabeza pegada a tierra para escuchar el ruido de las fuentes ocultas y de las germinaciones invisibles. Y también, y como todo cristiano, a pesar y en medio de miserias y fallos, y de todas las gracias traicionadas de las que tomo conciencia en la tarde de mi vida, un mendigo del cielo disfrazado en guisa de hombre del mundo, una especie de agente secreto del Rey de Reyes en los territorios del príncipe de este mundo, que decide arriesgarse como el gato de Kipling que caminaba solo”. Tal vez por esto, a pesar de mi paranoia o perspicacia –como cada uno quiera llamarla– me mantengo optimista ante la vida y el mundo.



[1] La opera magna de XVI tomos en la que Toynbee analiza este proceso para las 21 civilizaciones que dice que han existido en la historia es “El Estudio de la Historia”. La obra es una exhaustiva comparación de un ingente número de situaciones similares a lo largo de la vida de las 21 civilizaciones de la que Toynbee va extrayendo regularidades que describe en leyes no deterministas sino siempre susceptibles de ser modificadas por el libre albedrío humano. Posteriormente, un intelectual inglés, D. C. Somervell, llevó a cabo un compendio de la obra en tres tomos de unas 500 páginas cada uno, editado en España por Alianza Editorial. Este compendio fue posible a base de recortar mucho el número de situaciones analizadas. Somervell dio a conocer este compendio a Toynbee, que lo aprobó. De esta fuente he bebido yo, y me he atrevido a hacer un resumen de 132 páginas y otro de 30 a base de empobrecerlos en situaciones y dejarlos en gran medida reducidos casi a la descripción de las leyes extraídas por Toynbee en su exhaustivo análisis. Si alguien quiere alguno de estos resúmenes no tiene más que pedírmelos.
[2] Para Toynbee Grecia y Roma eran fases sucesivas de una misma civilización que él llamaba civilización helénica. Por lo tanto, la civilización cristiana occidental es hija de esa civilización helénica. Mi inclusión de una nueva generación de civilizaciones es solamente un recurso retórico.
[3] El voluntarismo de Ockam es la primera quiebra de la confianza en la fuerza de la razón, ya que se decide que las verdades morales están más allá de ésta y que, por consiguiente, hay que aceptarlas de la ley divina sin pretender razona rlas, y seguirlas simplemente por un severo ejercicio de la voluntad. Se contradecía así una larga tradición griego-cristiana de que las normas morales eran normas que podían ser alcanzadas por la razón. Descartes, al negar a los sentidos todo valor de creación de conocimiento ahondó en la herida, preparando el terreno para que Kant llegara a la conclusión de que el mundo exterior era incognoscible y que sólo podíamos conocer una especie de deformación del mismo al pasarlo por el tamiz de un tiempo y un espacio considerados, no como algo con existencia real fuera de nuestra mente, sino con unos “artilugios” –unos a prioris  internos de nuestra mente– meramente útiles para hacernos una representación entendible pero falsa de esa realidad exterior incognoscible.
[4] Jamás entraré en la falacia de la pobreza relativa que etiqueta como pobre a quien vive con unos ingresos menores al 60% de la media. Esta es una carrera que sólo lleva al desánimo, porque la meta, por definición, siempre esta cien metros delante de nosotros. Es como intentar pasar por debajo del arco iris.
[5] Hace poco más de un año hice una recensión, que incluí en un envío, del libro “Por qué fracasan los países” en el que se explica muy acertadamente cuál había sido este proceso.
[6] También hace años escribí unas páginas sobre este tema. Las llamé las tres no-casualidades: 1ª) No es casualidad que la tensión creativa entre el poder civil y el religioso haya nacido en una cultura cristiana. 2ª) No es casualidad que la ciencia se haya desarrollado en una cultura cristiana. 3ª) No es casualidad que la civilización que más riqueza ha creado haya surgido en una cultura cristiana. Si alguien está interesado en estas páginas, no tiene más que pedírmelas.