24 de diciembre de 2015

Todavía llega a tiempo para Nochebuena

Es la felicitación de Navidad más maravillosa que me hayan mandado nunca y quiero compartirla con todos vosotros. ¡Feliz Navidad!

Estamos en familia, como cualquier mañana de sábado o domingo. Las niñas juegan haciendo casitas entre los sillones. El sol entra por la ventana y calienta la mesa del desayuno. Es la fría mañana del día de nochebuena. La sombra del desayuno deja ver cómo el calor del café se eleva como una columna de incienso invisible. Eso me recuerda a la solemnidad de un templo en las grandes celebraciones, pero esta vez es mi casa, con su cotidianidad, la que se convierte en templo.

Todo esto me llena de agradecimiento, porque sé que algo grande y sagrado se esconde detrás de los juegos de mis hijas, detrás de ese sencillo desayuno. Un llanto, una discusión sobre el gorro mágico de novia, la colchoneta que vuela, la cumpleañera, el niño imaginario etc..., todo eso se convierte en una melodía mágica y sagrada.

Para mí, este es el regalo, porque nada de esto lo he comprado o ganado con mi esfuerzo. Simplemente es un regalo, o en término más espiritual, un gran don.

Al mismo tiempo, no puedo dejar de ser consciente de la tristeza que sufren tantas personas. Basta dar un paseo esta mañana por la calle para ver que existe soledad, desamparo y sufrimiento en demasiadas personas. Existe también un clamor, un por qué con dolor, que se eleva también como el incienso, de corazones rotos. Esta también es la realidad de la Navidad. Un mundo lleno de contrastes. Pero así es la oración silenciosa que sube, la de agradecimiento, la de dolor y soledad. Todo gesto del corazón llega a un lugar dónde no se pierden ni las sonrisas ni las lágrimas.

Unos lo creerán, otros no. Pero la verdadera felicidad no es más que saberse amado y amar en este mundo imperfecto. Y la misericordia no es más que esa respuesta de amor, humilde, torcida, pero profundamente verdadera. Alguien ha puesto su mirada sobre mi y me mira con infinito cariño, tal como me gustaría poder mirar siempre a mis hijos. Ese mismo es el que se hace niño y será capaz de dar la vida y todo lo que tiene por mi. 


Dios mío, gracias por la Navidad.


Os deseo a todos los que visitáis este blog una Navidad muy feliz y todo lo mejor para el 2016.

Un fuerte abrazo.

Tomás

Textos debajo
Cuadro de Elisa de la Torre, antigua alumna de Bellas Artes de la UFV

Se escucha una voz, clara como el cristal, que parece un eco que viene de todas partes: "Os anuncio una gran alegría. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, en Belén, un Salvador, que es el Señor. Id todos a verle. Llevadle cada uno el mejor cordero. No os preocupéis, los ángeles cuidaremos de vuestros rebaños. Encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. El es el Rey del Universo". ¡Vamos a Belén a ver lo que se nos ha anunciado! […] ¡Qué joven es la madre y qué paz sale del niño! Se diría que el mundo está empezando, que se le da una nueva oportunidad. ¡Gloria a Dios en el cielo y que este niño traiga la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!




17 de diciembre de 2015

Los vientos y las tempestades, las lluvias y los lodos

Aseguro que lo que viene a continuación está escrito con amor. Con amor a España. Pero a veces, para defender lo que amamos hay que hablar alto y claro, aunque suene acido o, incluso vitriólico.

A veces, el refranero español es sabio. Así me lo parece cuando dice lo de “aquellas lluvias trajeron estos lodos” o cuando avisa: “siembra vientos y recogerás tempestades”. Ya los tenemos aquí. A los lodos y a las tempestades. El soplo de aire viciado que exhaló Sánchez en el debate, como si hubiese puesto en marcha un efecto mariposa, se ha convertido en tempestad en apenas un par de días. Una agresión verbal con la vana pretensión de ganar unos votos que van en declive, se ha traducido en una agresión física de un pobre descerebrado. Se me estremecen las carnes cuando pienso que ese descerebrado, en vez de llevar solo los puños hubiese llevado una pistola. No quiero ni pensarlo, pero podría haber sido así. Es lo que tienen los descerebrados jaleados por twits. Un día de finales de Diciembre de 1170 un rey con incontinencia de ira dijo: “¿No habrá nadie capaz de librarme de este cura turbulento?”, refiriéndose al que ahora es mi santo, Thomas Becket, Arzobispo de Canterbury. Cuatro descerebrados decidieron que los “héroes” iban a ser ellos y el 29 de Diciembre, al anochecer, cuando el Arzobispo de Canterbury asistía al rezo de vísperas, armados con espadas, lo asesinaron. Los vientos, que traen tempestades.

Pero peor son las lluvias que traen lodos. El PSOE era un partido digno hasta que llegó Zapatero. Felipe González, se diga lo que se diga de él, era un hombre de Estado. Bajo su presidencia del gobierno, entramos en la OTAN, se llevó a cabo la reconversión industrial y se hicieron otras cosas que iban contra la ideología del PSOE pero que España necesitaba. Pero bastaron ocho años de gobierno de Aznar para que el PSOE perdiese la sustancia gris cerebral y, en una rocambolesca historia que no es fácil de entender, eligiese como Secretario General al más inepto y demagógico “líder” que pudiera imaginarse: José Luis Rodríguez Zapatero. Desde entonces, el PSOE se ha transformado en un partido que se salió de la más recia tradición socialdemócrata europea para caer en el apetito desbocado de la ingeniería social, el disparate económico y un buenismo regionalista. Este último ha llevado a Cataluña a la situación en que está ahora. Aquellas lluvias trajeron los lodos de Pedro Sanchez, igual de demagógico que Zapatero, pero menos inteligente. Porque en contra de lo que se dice, Zapatero era inteligente. Las personas inteligentes son las que se fijan unos objetivos y saben poner los medios para lograrlos. Y, a fe, que Zapatero logró sus objetivos de crear un deterioro moral sin precedentes en España. Así es que, de tonto, ni un pelo. Pero Pedro Sánchez es otra cosa. No hay más que ver sus maneras en el debate. Como un niño pequeño enrabietado porque ve que se le escapa su juguete de votos, saltó a la arena con la necia idea de que insultando iba a recuperar “sus” votos. Pero, bueno, esto es el viento y la tempestad de que hemos hablado. Los lodos de las lluvias de Zapatero son un deterioro de los más elementales principios éticos, un país crispado que siempre utiliza el recurso a la queja y que espera que sea otro, el Estado o no se sabe quien, el que le resuelva sus problemas poniendo de su parte lo mínimo. Derechos, pero no deberes. Y que, claro, responde a este tipo de estímulos. Si alguien dice que la justicia o la sanidad deben protegerse del abuso indiscriminado o que los jóvenes que no sepan deben suspender, es un fascista insolidario y deleznable. Y el pueblo soberano, acostumbrado al lenguaje de la protección infantiloide se ha tragado el cebo hasta las heces. Victimismo galopante. Bienestar social sin generar riqueza. Populismos impotables que miran a la Venezuela de Chávez-Maduro como un ejemplo. 15M’s de desocupados que se creen con derecho a paralizar la vida ciudadana y a perjudicar a los honestos comerciantes okupando la Puerta del Sol durante meses. Batallas campales de indignados antisistema con las “opresoras” fuerzas de seguridad que dejan policías heridos sin que el país arda de indignación y con el aplauso de quienes ahora pueden tener un peso importante en las instituciones de España. En fin, la receta perfecta para crear un estado fallido. Y en esta situación nos encontramos ahora. Hacia eso nos encaminamos si no lo remediamos. Quien crea que exagero o que soy un poco paranoico, creo que debe hacérselo ver. Y, marchando sobre hombros ajenos, aparecen, limpitos por no haber pisado el suelo, nuevos partidos emergentes civilizados que, sin haber demostrado nada jamás, se presentan como los que van a salvar a España.

Pero lo peor es la duda sembrada en la mente de muchos votantes naturales del PP que, ajenos a la tormenta perfecta que se está formando, hablan de que su dignidad, o su ética, o su limpieza de manos les impide votar a un partido que no es ni mucho menos perfecto, que en muchas cosas huele mal, pero que nos guste o no nos guste, es el único que puede salvar del naufragio a España, si es que todavía estamos a tiempo. Tal vez es que yo no sea, para esas personas puras, suficientemente ético o digno o que sea un guarro que no me importa ensuciarme las manos, pero me atrevo a decir: YA ESTÁ BIEN. Si no nos quedamos en casa, si no nos dejamos engañar por cantos de sirenas, si nos guardamos un poco en el bolsillo nuestra supuesta dignidad, si estamos dispuestos a mancharnos un poco nuestras lindas manos, DAREMOS UNA OPCIÓN A ESPAÑA. Soy tan ético como cualquiera y tan digno como el que más, pero, por favor, dejémonos de bizantinismos absurdos sobre el sexo de los ángeles. La política es el arte de lo posible. Vale ya de confiar en quien nada ha demostrado o de hacernos los puros y mirar nuestra conciencia con lupa buscando pequeñas supuestas manchas para quitárnoslas rápidamente. ¿Por qué será que me suena a fariseísmo? Comprémonos unas pinzas, unos guantes de latex y unas botas de caucho hasta la cadera y metámonos en la mierda para intentar achicarla en vez de mirarla con el morro arrugado desde la orilla, siendo severos jueces de quien se han manchado intentando hacer un país más digno.

Si hay algo que me gusta en el PP entre otras muchas cosas que me disgustan, es que ha concitado el odio terrible del PSOE zapateril. Si hay algo que aprecio en ese partido es que sin ser, ni mucho menos, un elfo sino un hombre de la Tierra Media, está luchando contra la pléyade de orcos que hacen frente común contra él con un odio feroz. Cierto que en ese cuerpo a cuerpo, demasiado a menudo se le han contagiado enfermedades de orco, pero es porque está en la arena. No se puede ganar desde lejos la batalla de hacer una España algo más digna y más próspera. Pero, ¡ay! A muchos les ha entrado el síndrome de Estocolmo y se han dejado convencer por los orcos convirtiéndose en quinta columna sin ni siquiera darse cuenta de ello. Pero convendría recordar que en el 2011 a España se le llamaba país PIGS –o ¿es que ya no nos acordamos?–, es decir cerdo. Ahora Irlanda y España (Spain) están, sin duda, fuera del acrónimo porque, en lucha contra los orcos, han hecho lo que había que hacer, que era duro y manchaba. Portugal, la pobre, tras hacer sus deberes ha vuelto a caer en las garras de una izquierda irresponsable que la volverá a hacer PG, junto con Grecia, de la qué para qué vamos a hablar con lo bien que le va con Syriza. Y España no sólo ya no es PIG sino que es puesta como ejemplo más allá de nuestras fronteras y la inversión extranjera fluye como nunca lo ha hecho. Pero eso no cuenta porque, total, no es más que economía, que es algo que, como nos han dicho los orcos hasta que nos lo hemos creído, no tiene nada que ver con la vida real. Y, por otro lado, para otras gentes, lo que cuenta de verdad es tener las manos limpias. Pues yo creo que la ética implica ensuciarse las manos cuando hay que hacerlo. Lo otro es ñoñería y cogérsela con un papel de fumar. Si hay algo que delata a un defensa que ha hecho penalti es cuando levanta las manos con los diez deditos separados diciendo “yo no he sido”. Pues bien si España se va a la mierda, muchos que tienen las manos limpias, habrán cometido penalti. Si hay una cosa que no me gusta de Ciudadanos es que, aunque es muy valiente en Cataluña defendiendo la españolidad, cosa que admiro, esta coqueteando con la panda de orcos, queriendo ver los toros desde la barrera y ver si, a río revuelto, pesca algo sin demasiado coste. Y si, de paso, puede seguir viendo los toros desde la barrera, pues mejor.


¿Me he pasado? ¿Alguien está escocido por lo que digo? Pues me alegro, porque eso quiere decir que cabalgo. Que cada palo aguante su vela. Aunque no es verdad, porque si España se va a la mierda, la vela caerá sobre todos, yo incluido.

16 de diciembre de 2015

Ante las Elecciones Generales del 20-D

Antes y después de las últimas elecciones autonómicas y municipales de este pasado mes de marzo publiqué dos posts (11 de Febrero: Explico algunas cosas; 9 de Abril: A raíz de las elecciones andaluzas) sobre las perspectivas que se presentaban para las generales que tenemos en puertas. Ahora no puedo dejar de hacer lo mismo de volver sobre el tema.

Lo primero que quiero decir es que estamos en unas elecciones históricas por varios motivos.

1ª Es evidente que son el fin del bipartidismo y que, por tanto, la gobernabilidad de España –y por tanto su futuro –se jugará en la capacidad para formar coaliciones.
2ª Es un momento extraordinariamente delicado para la economía. Trabajosamente estamos saliendo de la crisis, pero hay muchas cosas que indican que esta recuperación es todavía frágil y precaria y necesita ser apuntalada. Y los argumentos coreados por la prensa de “ya está bien de economía” me parecen absurdos. La economía sana son familias con trabajo. La economía sana supone menos parados y, por tanto más ingresos, menos gastos y, por tanto, más dinero para sanidad y educación. ¡Claro que la economía importa!
3ª No es ni mucho menos descartable que podamos encontrarnos con un tripartito –así lo propone el PSOE y no he oído rechazos tajantes de nadie– de PSOE, C’s y Podemos, tal vez con la tranquilizadora incorporación de IU. Según la encuesta que publicó El Mundo hace unos días, si estos tres partidos estuviesen en la parte alta de la horquilla, obtendrían 210 diputados  (81 PSOE, 69 C`s, 60 Podemos) a los que, si se sumasen los 11 de  IU llegarían a 221, es decir, en cualquier caso, una amplia mayoría. Ciertamente, si PP y C`s obtuviesen su máxima horquilla, sumarían 119 y 69, lo que daría 188 diputados, también suficientes para gobernar con holgura. Es decir, las espadas están en alto y me caben pocas dudas de que con un tripartito o cuatripartito como ese, España se iría al garete. O, aunque sea más ordinario, a la mierda, que es más descriptivo.

Así que, en estas elecciones, experimentos, con gaseosa, por favor. Pero ya me están llegando cosas en las que se sigue hablando, despectivamente, del voto útil, del voto del miedo, del voto del mal menor y no sé qué otras cosas más. Y, la verdad, estoy harto de ese tono despectivo. Ya lo dije en las anteriores elecciones. ¿Voto útil? ¡Claro! ¿O es más racional el voto inútil? ¿Voto del miedo? ¿Por qué se empeñan en llamar miedo a la sensatez? Si alguien me dijese que negarme a intentar llegar en 4 horas a Barcelona con un supercochazo es miedo, le miraría con estupor. ¿Miedo? ¿No será que tú eres un tanto insensato? ¿Voto del mal menor? Por supuesto. Prefiero el mal menor al mayor cuando otra cosa es un sueño irrealizable. Y esto es sana doctrina moral. Se van a enterar de lo que vale un peine los que creen que el mal mayor no es para tanto. Claro que también me han llegado cosas más peregrinas, como el deseo de la catarsis que, supuestamente, traería una coalición del tri o cuatri partito anterior. De las supuestas catarsis se habla con alegría cuando no se viven. Pero cuando se viven, entonces viene el llanto, el paro, el máximo deterioro moral, etc. Sobre todo si tales catarsis son falsas. ¿Alguien cree que una pasadita por el tri/cuatri partito va a producir alguna regeneración moral o de cualquier tipo? Más bien al contrario, nos hundiremos todavía más en el buenismo inmoral. Por favor la patada en el culo de esa catarsis inútil prefiero que no me la den en el mío y, además, me temo que los que hoy cantan a la luna de esa falsa catarsis, cuando ésta llegase gritarían: ¡No era eso, no era eso! Pero acordarse de santa Bárbara cuando truena no sirve para nada. Las rogativas a santa Bárbara –con el mazo dando– hay que hacerlas antes del diluvio. Pero, ¡ay!, si llegamos a la catarsis, nadie me preguntará a quién he votado para ver si me patea el culo. Así que los que votan pensando en la bondad de una catarsis me están perjudicando.

El otro día en el debate a cuatro me puse muy nervioso (No hablo del cara a cara Rajoy-Sánchez porque fue una vergüenza nacional). Entiendo que un político sensato no puede decir lo que yo diría en ese debate a cuatro –o tal vez si lo dijese arrasaba, que nunca se sabe y la gente está muy harta y quiere las cosas claras y el chocolate espeso–, pero metodológicamente lo voy a expresar ahora. Primero diré lo que hubiese dicho a los otros tres si fuese Soraya (Si yo fuese Bruto y Bruto Antonio, como decía Shakespeare) y luego seré yo mismo quien me dirija a la vicepresidenta o, incluso al presidente.

***

Usted, señor Iglesias, debería tener vergüenza de hablar aquí. Porque usted ha sido asesor y ha cobrado del señor Maduro en Venezuela y, aunque la mona se vista de seda, todos sabemos que bajo ese disfraz de seda hay un populista antisistema y gramsciano que busca un paraíso como el venezolano para España. Y cuando habla de corrupción se le debería caer la cara de vergüenza, porque antes de tocar poder ya hay gente manchada en su partido, como el señor Monedero, que se permitió no declarar los ingresos de Venezuela, o la juez canaria Victoria Rosell que parece gravemente sospechosa de cohecho y va la primera de la lista por Las Palmas y dice usted que la nombrará ministra de Justicia si gana las elecciones. Así que, señor Iglesias, no le voy a dedicar ni un minuto más, usted no puede ser interlocutor, ¡váyase del debate!

Usted, señor Sanchez, parece que no se acuerda que su partido ha llevado dos veces a España al borde de la ruina económica. Dos de dos, porque eso ha ocurrido siempre que han gobernado. Es decir, en el 100% de las ocasiones. ¿Pretende hacerlo la tercera vez? Me temo que sí, porque sus políticas económicas serían repetición de las de su inefable y admirado José Luis Rodríguez Zapatero. De corrupción, señor Sánchez usted no debería atreverse a decir una sola palabra. Creo que no necesito referirme a los ERE’s. Ciertamente en el PP ha habido clamorosos casos de corrupción que lamentamos profundamente. Pero le recuerdo que el señor Rato y el señor Bárcenas están ambos procesados y el segundo está en la cárcel. ¿Cuándo va a pasar algo parecido con sus dirigentes pringados hasta las orejas? Lo único que su partido ha traído a España es una disolución moral que ustedes revisten de progresismo y que, por desgracia, ha calado tanto en la sociedad que también el PP se ha contagiado de ella. Pero, casi peor aún, usted, con su imaginación enfermiza, cuya falta achaca a otros, ha ideado un mixto de jilguero y pardillo que se llama estado federal asimétrico, que nadie, ni siquiera usted, sabe lo que es pero que lo que sí es seguro es que es un paso más en el camino de la ruptura de España. Y, lo que es peor, un paso dado con insensatez, creyendo que se va por el buen camino. Porque estado federal, se llame como se llame, ya lo somos. Tal vez demasiado. Pero es que, además, federalismo viene de fe. Los países con un sano federalismo tienen fe en su nación. Los Estados Unidos de América o los también de América Estados Unidos Mexicanos o la europea República Federal de Alemania son países que tienen fe en ellos mismos y que se organizan federalmente para lograr una mayor eficiencia en la administración de los recursos. Nada de eso hay aquí, el federalismo es visto como un paso a la separación y como una carta verde al despilfarro. ¿De verdad cree que es bueno para España ahondar a la aventura irreflexiva en esa línea? Bastantes lodos trajo ya el señor Zapatero auspiciando un Estatuto como el que ahora tiene Cataluña. Más bien habría que recuperar competencias en cosas como educación para que los niños catalanes o vascos no se eduquen en la mentira de que España es una potencia extranjera que les ha robado sus derechos. O que el Llobregat es el río más importante de Cataluña, porque el Ebro, es español de nacimiento y no cuenta. Así que, con usted tampoco voy a gastar un minuto más de mi tiempo. Pero que les quede claro a los españoles, usted es la ruina. Económica, moral y de unidad de España.

De usted, Señor Rivera admiro muchas cosas. Entre otra su valiente posición españolista en Cataluña, sin por eso dejar de sentirse catalán. Sí, señor, sombrero. Pero, ¿después de eso, sabe qué pasa? Qué su partido nunca ha hecho nada y, lo que es peor, sigue sin querer hacerlo y tiene usted una postura ambigua respecto al tripartito. Le he oído a usted decir que no apoyará al señor Rajoy, pero no le he oído en ningún momento desechar por descabellada la peregrina idea del tripartito. Y me temo que, más allá del españolismo en Cataluña, usted no es muy de fiar. Porque, según por dónde salga el sol, usted está siempre mirando al que más calienta y su transparencia deja bastante que desear. Además, me temo que sigue queriendo ver los toros desde la barrera. ¿Gobernar? ¡No, que me mancho el traje! Señor Rivera, eso se puede hacer cuando se tiene un partido con unos poquitos escaños que le hacen ser bisagra. Pero C’s no es un partido bisagra. C’s aspira a alcanzar entre 62 y 69 escaños. Con ese tamaño no se puede ser un partido bisagra que está al sol que más calienta. Con más de 60 escaños los españoles exigen de usted que se defina. ¿A quién va a apoyar? Al demencial tripartito que propugna el señor Sánchez o al partido que, según las encuestas, va a ser el más votado? Creo que los españoles merecen saberlo antes del 20-D. ¿Lo va a decir usted? En todo esto de no querer participar en el gobierno y de no enseñar sus cartas en tema tan importante, me parece que hay una fuerte dosis de irresponsabilidad. Pero voy a decir una cosa a los españoles que crean que usted se decidirá por la racionalidad en vez de por el disparate. En las elecciones andaluzas pasadas, a su partido le costó 39.600 votos cada escaño. Al PP le costó un asiento en el parlamento 31.100 votos. En Madrid, el mismo dato arrojaba 22.600 y 21.800 respectivamente. Sus escaños en Madrid no son tan caros como en Andalucía porque hay muchos más ciudadanos por escaño en Madrid que en Andalucía. Las circunscripciones provinciales de las Generales son mucho más pequeñas y, por lo tanto, su escaño será mucho más caro. Es decir, pasa como en las autonómicas de Cataluña, que al tener JPS concentrado el voto en los sitios en los que había menos habitantes por escaño, sin llegar a la mayoría de votos obtuvo la mayoría de escaños. Así es la ley de Hont y con ella debemos de contar si queremos usar bien el voto. Que entre el PP y su partido se llegue a tener mayoría de escaños –lo que sería importante si usted se decidiese por el sentido común– no es algo ni mucho menos asegurado, como ha quedado claro en el inicio de estas líneas. Así es que es bueno que los españoles sepan que el voto a su partido puede hacer que nos encontremos con el famoso tripartito que usted no ha desechado categóricamente. ¿Voto del útil? Ya lo he dicho antes. ¡toma claro! ¿Voto del miedo? De ninguna manera, voto de la sensatez basada en una sencilla aritmética. ¿Voto del mal menor? Mejor que el del mal mayor. Ahora bien, si en el PP se ha colado el deterioro moral instigado por el experimento social de Zapatero, en el suyo se ha colado todavía más. Sus posturas frente al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, etc., son bastante más radicales que las del PP. Así que espero que los españoles que rechazan votar al PP por esos motivos, no vayan a caer en votarle a usted, porque sería como salir de la sartén para caer en el fuego. Pero, no obstante, señor Rivera, ojalá en el futuro podamos compartir responsabilidades de gobierno y puedan ir ustedes fogueándose en esto de asumir responsabilidades y puedan seguir teniendo las manos limpias después de muchos años de gobierno. Lo deseo con toda mi alma.

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Así terminaría yo mi discurso si hubiese estado en el debate. No he cronometrado cuánto duraría esta alocución, pero después ya no diría ni una palabra más.

Ahora, ya sin ser ni Bruto ni Antonio, siendo Tomás Alfaro, me dirijo a la Vicepresidenta del Gobierno o, mejor, al Presidente como candidato número uno del PP.

Señor candidato, su partido me ha decepcionado terriblemente. Le voy a votar en estas elecciones, por utilidad y sensatez, pero sepa que mi voto es prestado. No le tengo por un cínico y, por lo tanto, no voy a decir que se fuma usted un puro con eso del préstamo, aunque seguro que hay muchos en su partido que sí se lo fuman. Pero los que se fuman el puro se equivocan. No le voy a decir que sé lo que haría si estuviera en su lugar. Siempre me ha producido sarpullidos la gente que dice lo que haría sin asumir responsabilidad. Uno debería ser muy prudente al decir lo que haría si no tiene ninguna responsabilidad, pero sí puede decir lo que piensa, que es distinto. Desde hace años su partido se ha ido contagiando del deterioro moral que se va adueñando de la sociedad española. Hasta el punto de que la frontera entre su partido y el resto de los que tienen o pueden tener representación parlamentaria casi ha desaparecido. Y para muchos de los votantes de su partido desde que se fundó, esto les resulta doloroso. No sé si yo, en su pellejo, sería capaz de dar marcha atrás a ese deterioro, por lo que no le critico. El asunto no es un problema de un partido. Es un problema de una sociedad entera. Pero lo que sí se puede  hacer dentro de un partido es una mínima resistencia, una mínima oposición a ese deterioro, cosa que su partido no ha hecho. Jamás se me ocurriría decir que hay que depurar del partido a los que se apuntan a ese deterioro. Entre otras cosas porque se quedaría con demasiada poca gente. Pero es que en su partido se ha depurado a los que se resisten a ese contagio. Y eso sí que me parece lamentable. ¿Sabe qué pasa con el voto prestado? Que un día, vendrá un partido que: a) tenga probabilidades de sacar al menos 1 diputado y b) que sea el partido que esperan los que le prestan el voto. Y ese día se puede usted llevar un susto morrocotudo que lleve a su partido a la marginalidad. Porque sepa usted que gente como yo, que hace primar su razón sobre sus vísceras y les vota, aunque sea con las narices tapadas, hay muchísimos. Pero siga usted sin oponer resistencia al deterioro moral de su partido y acuérdese de santa Bárbara cuando truene, que ya será tarde.

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Confieso que me gustaría poder votar a un partido como Vox. Lo hice en las últimas municipales de Pozuelo, donde sabía que no iba a ganar una coalición populista. No logré nada. No voté a Vox en las autonómicas, donde voté al PP. Tampoco les hubiese votado si mi municipio hubiese sido Madrid, porque la cosa estaba poco clara. Y me hubiese alegrado de no haberles votado si viviese en Madrid, ya que si los  votos que obtuvieron los de Vox hubieran ido al PP, no tendríamos a Carmena en el ayuntamiento. Algo que pronto lamentarán los que sí viven en Madrid. Y me ocurre que me siento muy de acuerdo con mi razón en vez de con mis tripas. Por supuesto, si un día hay un partido como Vox que tenga una seria posibilidad de ganar aunque sea un escaño, le votaré. Pero si alguien me dice que lo debo hacer antes de que exista esa posibilidad, le diré que no cuente conmigo, que experimentos inútiles, con gaseosa.

13 de diciembre de 2015

Einstein y Kant

“La fe y la razón son las dos alas con las que el espíritu humano puede elevarse al conocimiento de la verdad”. Esta es la frase con la que empieza la encíclica “Fides et ratio” de Juan Pablo II. Ahora, si nos fijamos en el ala de la razón, ésta tiene también dos partes: la filosofía y la ciencia. Desgraciadamente vivimos en una época en la que estas dos partes del ala de la razón se miran una a otra con una mezcla de desconfianza y desprecio. Sin embargo, creo que un sabio respeto entre ambas y una adecuada utilización de ambas sirven para que el ala de la razón sea más potente y colabore mejor con la de la fe. Ese sabio respeto pasa porque cada una de ellas sepa aceptar lo que forma parte del área de competencia de la otra. La ciencia, cuando sabe qué es y para qué sirve, entiende que, desde sus inicios, ha renunciado a conocer una parte inmensa de la realidad –aquella que no se puede medir, contar o pesar–. Pero sabe también que en la parte de la realidad con la que sí se pueden hacer esas operaciones, su conocimiento, siendo siempre provisional, es un terreno firme sobre el que se puede pisar con fuerza. La filosofía, por su parte, sabe que está explorando un terreno ignoto, pantanoso, resbaladizo, pero que es ahí donde están las respuestas a los grandes interrogantes humanos que no admiten respuestas que vengan de la ciencia empírica. Y debería saber que en ese terreno resbaladizo, puede pisar con confianza y firmeza, sin complejos el suelo firme que la ciencia le pone por debajo. La tentación de la ciencia es decir que eso que cae fuera de sus fronteras no existe. La de la filosofía es la de no tener en cuenta el terreno firme de la ciencia o, peor aún, construir en el trozo de terreno firme que le corresponde a ésta con pilares falsos. Y es aquí donde quiero hablar de Einstein y Kant.

Este pasado mes de Noviembre se ha celebrado el centenario de la proposición, por parte de Albert Einstein, de la teoría general de la relatividad. La esencia de esta teoría descansa en que las masas de todos los cuerpos materiales, deforman una “cosa” que Einstein llama el espacio-tiempo –que no es el espacio por un lado y el tiempo por otro, sino un entrelazamiento esencial entre ambos que lo hacen una sola “cosa”–. Y es la deformación de esa “cosa” llamada espacio-tiempo la que provoca a gravitación universal y el hecho de que el transcurso del tiempo no sea algo regido por un único reloj cósmico, sino que sea relativo (de ahí el nombre de la teoría) al movimiento de quien lo mide y que lo mismo ocurra con las dimensiones espaciales de cualquier cuerpo. Las conclusiones de la ciencia, como bien sabe todo científico y mostró magistralmente Karl Popper, son siempre provisionales. No obstante, a medida que una teoría es refrendada de forma repetitiva y sistemática por comprobaciones empíricas de sus predicciones, hechas por miles de científicos, esa teoría va ganando peso y su provisionalidad, sin llegar nunca de desaparecer, se va adquiriendo un estatus de cada vez mayor “definitivez”.

En Noviembre de 1915, la teoría general de la relatividad no era más que un elegante artilugio matemático formal que unos aceptaban y otros no. Pero adquirió su mayoría de edad cuando en 1919, Arthur Eddington realizó, desde la isla de Trinidad, aprovechando un eclipse solar, la medición de la posición aparente de una estrella próxima al sol para ver si se producía un desplazamiento de esa posición que se correspondiese con las predicciones de la teoría de Einstein. Y, efectivamente, así fue. Desde entonces, miles de experimentos, diseñados para comprobar empíricamente muchas de las consecuencias de la relatividad general, han probado que la teoría tiene un altísimo grado de “definitivez” y que no es sensato ponerla en duda. Ahora bien, una de las cosas más básicas de esa teoría, aparentemente casi estúpida de enunciar, es que el espacio-tiempo existe, que es algo, una “cosa” que está “ahí fuera”.

Muchos años antes de esta mayoría de edad de la relatividad general, entre 1724 y 1804, vivió el filósofo Inmanuel Kant, que sigue siendo hoy día una de las vacas sagradas de la filosofía y que muchos científicos consideran también como uno de los soportes de la ciencia. En algún momento de su vida y por razones que desconozco, Kant decidió que el espacio y el tiempo no existían “ahí fuera”. Eran una especie de condicionamientos de nuestra mente, una especie de herramientas internas de la misma –unos a priori, les llamó él– que nos permitían ordenar, dentro de nuestra cabeza, una realidad caótica y, por ende, incognoscible, que había “ahí fuera”. Es decir, nuestra representación de la realidad no era algo más o menos fiel a algo que existiese fuera de nuestra cabeza, sino una representación radicalmente falsa y, por lo tanto, inútil, de algo irrepresentable. Así nació la corriente filosófica que se conoce con el nombre de idealismo.

No tengo ni idea del soporte lógico que había detrás de la postulación de esos a priori, pero me parece evidente que, a partir de que la teoría general de la relatividad obtuviese la mayoría de edad, alguien debió darle una patada a esa peregrina idea, puesto que era evidente que el espacio y el tiempo no eran unos a priori de nuestra mente, sino algo real y que, por tanto, daba consistencia y orden a la realidad de la que formaba parte y que, también por tanto, esa realidad de ahí fuera podía ser conocida por el ser humano, aunque fuese imperfectamente.

Todo esto no pasaría de ser una discusión académica ociosa si el disparate kantiano no hubiese tenido muy importantes –y terribles– implicaciones para el mundo que vivismos. Porque, si la realidad era incognoscible y lo que creíamos conocer era una mera idea nuestra, no era posible utilizar esa realidad como la base de una escalera para llegar a realidades últimas, es decir para construir una metafísica que fuese la base de una teología y una moral naturales, basadas en el conocimiento, aún imperfecto de esa realidad. El inmenso edificio de Tomás de Aquino empezó a ser desguazado. Ese desguace hubiese, tal vez, merecido aplauso si hubiese partido de algo razonable pero, partiendo de una premisa demostrada como falsa, es un auténtico disparate. Se puede discutir hasta qué punto la teología y la moral natural del de Aquino tienen una base lógica o no, y no sé que saldría de una discusión así. Pero lo que no se puede es, a partir de la mayoría de edad de la relatividad general, aceptar la demolición llevada a cabo por Kant.

El mismo Kant se asustó de sus conclusiones porque, sin esa realidad en la que apoyar la escalera para llegar a las verdades últimas, no era posible fundamentar en la razón ninguna norma moral. Y eso, como es lógico, le preocupaba, porque Kant era un hombre con un fuerte sentimiento moral. Bueno, pues como no hay dos sin tres, pensó que, si ya había dos a priori, por qué no un tercero (aunque él no le llamó así, pero es lo que es). Ese a priori era un código de conducta que se basaba en una ley moral inscrita en el corazón de los hombres. Decía: “Hay dos cosas que me llenan el espíritu de admiración y espanto: el cielo estrellado sobre mí, (que no era como él lo veía, según su filosofía) y la ley moral dentro de mí mismo”. Como buen razonador, Kant quería apoyar esta ley moral en algo racional e innegable. Pensó en buscar algo que fuese indiscutible a la hora de cimentar esta ley moral, un mandamiento autónomo, no dependiente de ninguna religión ni ideología, autosuficiente y capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones. Y creyó encontrarlo el imperativo categórico, que en una de sus formulaciones dice: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”.

Por supuesto, estoy de acuerdo con el imperativo categórico, pero no en sus causas. Porque, una vez que este imperativo no está basado en una realidad última, ya que el acceso a esa realidad última ha sido cerrado, dejó de tener una base que pudiese aducirse como universal. Sin esa base la ciencia, o una parte de ella, devino, con la ayuda de Kant, en el idealismo. Hoy día, muchos científicos creen que lo que explica la ciencia es tan sólo una serie de representaciones matemáticas de algo sin existencia externa que no representa un mundo “ahí fuera”. Y, aunque parezca paradójico a primera vista, este idealismo la ha llevado a hacerse materialista, es decir a negar toda realidad y otorgar una utilidad funcional tan sólo a lo que no pueda expresarse mediante esas expresiones matemáticas. Es decir, ha invadido el terreno de la filosofía negando toda realidad más allá de lo que se puede medir, contar o pesar. Es en una ciencia materialista en la que se sustenta la creencia expresada por Bertrand Russell, en algún momento de su larga vida, entre 1872 y 1970, diciendo que el hombre es el producto de causas que no previeron el fin que estaban alcanzando; que su origen, su crecimiento, sus esperanzas y sus temores, sus amores y sus creencias, no son sino el resultado de una disposición accidental de átomos: que ningún ardor, ningún heroísmo, ninguna intensidad de pensamiento o sentimiento, puede preservar una vida más allá de la tumba; que todos los trabajos, toda la devoción, toda la inspiración, todo el brillo del genio humano, están destinados a la extinción en la vasta muerte del sistema solar; y que el templo entero de la culminación del Hombre debe quedar enterrado inevitablemente bajo los restos de un universo en ruinas. Todas esas cosas, si no están totalmente fuera de discusión, son casi tan seguras que ninguna filosofía que las rechace puede esperar mantenerse en pie. Sólo dentro del andamiaje de estas verdades, sólo sobre la base firme de una desesperación inquebrantable, puede construirse una segura morada del alma”.

¡Joder! (Perdón). A alguien que me dijese eso a primera hora de la mañana le diría: “¡Que tenga usted un buen día!, pero si lo que me dice no está fuera de toda discusión –y me parece que lo que está fuera de toda discusión es, precisamente, todo lo contrario–, quédese con su innecesaria desesperación inquebrantable”. Pero, desde luego, a alguien que cree que sólo somos la colocación accidental de los átomos, no le hables del imperativo categórico kantiano. Sin embargo, Russell no era un desalmado y en otro momento de esa larga vida dijo: Tres pasiones simples pero irresistibles han gobernado mi vida: El ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad”. Firmo esas tres pasiones, como firmo el imperativo categórico de Kant. Parece que Russell también tenía dentro de sí la ley moral de Kant[1]. Todos tenemos nuestras contradicciones e incoherencias y es humano tenerlas. Por supuesto, yo también las tengo y el saber eso me hace ser comprensivo con las ajenas. Pero me aterra la gente que dice una cosa por una pose intelectual que le parece más elegante y que luego, en lo más profundo de su fuero interno, piensa otra.

Por supuesto, los seguidores del idealismo kantiano se preguntaron casi inmediatamente por qué demonios los a priori tenían que ser sólo dos –espacio y tiempo– y llegaron a la conclusión, lógica a partir de la premisa kantiana, de que toda la realidad era un inmenso a priori. Y así aparece Hegel que sanciona que toda la realidad y por supuesto la historia no era sino una Idea. LA IDEA. Y si tenía que haber un código moral ese era que la historia se dirigiese hacia LA IDEA. Es absolutamente cierto que tanto el nazismo como el comunismo son nietos de Hegel y, por tanto tataranietos de Kant. Para el nazismo, LA IDEA era la raza germánica. Para el comunismo, la clase proletaria. ¡Magnífica descendencia! Yo me sentiría orgulloso de tener unos tataranietos así. Parece que esos dos tataranietos de Kant han sido desenmascarados, no sin antes haber sumido a la humanidad en los mayores horrores que haya podido conocer. Pero hay otro tataranieto de Kant que goza de buena salud: el relativismo moral. En esa rama de la familia, LA IDEA se ha transformado en MI IDEA. La de cada uno. Y eso hace que lo que a MI IDEA le parezca bien, está bien. Terrible conclusión que está en absoluta vigencia y que es el germen de muchos de los males que aquejan a nuestra sociedad.

Por supuesto, que este relativismo me parezca aberrante no significa que sea un fundamentalista o que apoye ningún fundamentalismo. Esa realidad que hay ahí fuera, –la parte que es objeto de la ciencia y la que lo es de la filosofía– aun siendo cognoscible en potencia, nunca llegará a ser conocida por completo en acto. Por tanto, las normas morales que puedan salir de la moral natural que en ella se apoye serán siempre motivo de discusión y jamás podrán ser impuestas. En vez de discusión preferiría usar la expresión de búsqueda conjunta. Pero esa búsqueda deberá tener tres pilares. El primero que SÍ hay unas normas morales, que SÍ existen el bien y el mal objetivos, aunque a menudo sea difícil trazar la frontera en determinados aspectos particulares y concretos. El segundo que el objetivo de la búsqueda moral es la felicidad del hombre. Pero no una felicidad cortoplacista de pan para hoy y hambre para mañana, no una felicidad basada en un pensamiento políticamente correcto que se va imponiendo porque da renta política y votos, pero que tiene poco de real, sino una felicidad basada en lo que el ser humano ES. Lo cual nos lleva al pensamiento metafísico, barrido de la escena por Kant. El hombre sólo será realmente feliz si llega a ser lo que ES. El tercero es que si lo que debe mover esa búsqueda conjunta es la felicidad del hombre, es inevitable meter en la ecuación unas variables prohibidas por Kant: El amor. Y, junto con él, sus hermanas, la compasión y la misericordia. Es decir, ese código moral no podrá ser el árido deber por el deber kantiano, sino la búsqueda conjunta de la felicidad del ser humano por amor. Lo cual nos lleva a la indagación de qué es el amor y cómo ha podido ser generado por un mundo material que ignora semejante variable. Pero, desde luego, no me meteré en ese apasionante tema en este momento.

Vuelvo a Einstein, porque él nos da la respuesta: ... como un niño que entra en una biblioteca inmensa cuyas paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es, en mi opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de las personas más inteligentes. O: Las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior a los hombres... frente al cual debemos sentirnos humildes. No sólo Einstein, sino todos los grandes hombres de ciencia, desde Galileo o Kepler, pasando por Newton o Maxwell, hasta los descubridores de la física cuántica como Plank, Bohr, Pauli, Schrödiger, Heisemberg, etc., han sentido el influjo de este misterio del sentido en un mundo que no tendría por qué tenerlo y qué, en el fondo de todo, es lo que busca todo ser humano, incluso los que, como Bertrand Russell, niegan que exista ese sentido, creyéndose héroes por negarlo, pero luego, buscando el amor y la compasión para que haya algún sentido.

Seguro que puede pensarse que el hecho de encontrar un fundamento a la moral en la realidad objetiva no hubiese evitado que Hitler cometiese las atrocidades que cometió. Estoy de acuerdo. Creo que ningún razonamiento podría haberle frenado. Pero me pregunto si, tal vez, en un mundo basado en unas normas morales ancladas en una sólida realidad no habría muchas menos probabilidades de que apareciese un Hitler. Y me respondo que sí. Siempre pueden aparecer hitleres en la humanidad pero creo que hay culturas que los producen en más medida que otras. Porque, como he leído alguna vez, no sabría decir dónde, no hay un solo hecho en la historia que no haya sido antes una idea. Y me caben pocas dudas de que en un mundo en el que un Kant no hubiese iniciado el camino de destrucción del edificio de la teología y la moral natural, que continuaron otros, entre ellos Hegel, hubiese sido mucho menos probable que apareciesen un  Rosenberg y un Marx, padres ideológicos de Hitler y Lenin/Stalin, respectivamente. Y lo mismo me atrevo a decir de otras lacras morales que nos consumen entre la que señalo el horror del aborto.

Afortunadamente, casi al mismo tiempo que Einstein demostraba en el terreno de la ciencia que el espacio y el tiempo SÍ tenían una existencia real, el filósofo alemán Edmund Husserl, harto del callejón sin salida del idealismo, lanzó el grito que se convertiría en el de rebelión contra el idealismo: “Vuelta a las cosas mismas”. En su libro “La crisis de la humanidad europea y la filosofía”, puede leerse:

“La crisis de la existencia europea tiene solamente dos salidas: o la decadencia de Europa debido a su distanciamiento respecto a su propio sentido racional de la vida, lo que implica la caída en una actitud de barbarie y de hostilidad al espíritu, o el renacimiento de Europa merced a la fuerza del espíritu de la filosofía y mediante un esfuerzo heroico de la razón que venza definitivamente al naturalismo. El peligro más grande de Europa es el cansancio. Si luchamos contra este peligro de peligros como “buenos europeos”, con una valentía que no se arredra ni ante una lucha infinita, conseguiremos que del incendio destructor de la incredulidad, del fuego en el que se consume toda esperanza en la misión de Occidente para con la Humanidad, de las cenizas del gran cansancio resucitará el ave fénix de una nueva vida interior y espiritual, como prenda de un futuro humano grande y lejano: Pues sólo el espíritu es inmortal”.

Husserl volvió al idealismo en un momento de su vida. No es fácil para alguien que vive de la filosofía rebelarse contra la vaca sagrada kantiana y su descendencia y menos si ese alguien es judío y vive en la Alemania de entreguerras. Tampoco lo es, en todo caso, para cualquier filósofo, incluso hoy en día. El pensamiento posmoderno ha encumbrado de tal forma a Kant, lo ha puesto de tal forma en el “mainstream” de la filosofía que es prácticamente incriticable para quien quiera vivir de la filosofía académica. Una anécdota reveladora. El filósofo francés Jean Guitton, hijo filosófico de Henri Bergson, cuenta en su libro “Un siglo, una vida”, los problemas que tuvo con su cátedra de filosofía en la Universidad de La Sorbona por algo tan tonto como lo siguiente. Tenía un burro al que puso el nombre de Kant. Cuando alguien le preguntó por qué le había puesto ese nombre él dijo que un día le había preparado a su burro un cesto de tiernos brotes de trébol recién cortados y el animal se lo comió por obligación. De ahí su nombre de Kant. Bueno, pues la broma trascendió y casi le cuesta su cátedra a Guitton.

Pero la escuela fenomenológica que formó Husserl, no dio ese paso atrás y de ella salieron grandes nombres como Adolf Reinach, Max Scheler, Edith Stein y otros, que luego dieron paso a la filosofía del encuentro y a la personalista. Si es cierto, como he dicho antes, que todo hecho histórico ha sido antes una idea, estas corrientes filosóficas recientes fructificarán en su día en hechos históricos. Y creo que para bien.

A la vista de todo esto, yo, que nada debo de mis ingresos a la filosofía académica, me pregunto: ¿No habrá llegado el momento, en el centenario de que Einstein probase como falsas las premisas filosóficas de Kant, de dar una soberana patada en el culo a esas premisas y a sus secuelas? Estoy seguro que si Kant, que era un hombre sensato, levantase la cabeza y viese los lodos que ha traído la lluvia de sus ideas, se quedaría espantado y, tal vez, colaboraría en patear el culo de sus ideas. Aunque es muy posible que eso le hiciese perder su cátedra.



[1] Aunque Kant rechazaba categóricamente que su imperativo pudiese estar alimentado por algo como el amor o la piedad por el sufrimiento de la humanidad. Para ser puro, debía estar alimentado por el sentido del deber por el deber.

6 de diciembre de 2015

Avatares de la verdadera Primera Guerra Mundial que empezó en 629 y no ha terminado todavía

 


En el post del domingo pasado expresé mi opinión de que esta guerra contra el estado islámico, que consideraba mundial, no era la tercera, sino la primera, que empezó en el siglo VII. En efecto, en el año 629, Mahoma en persona ordenó el ataque a la ciudad bizantina de Muta, para conquistarla y convertirla al Islam a sangre y fuego y empezar así a construir Dar el-Islam –la Casa del Islam– que debía un día tragarse a toda la humanidad. Desde entonces el Islam no ha cejado en su empeño como podrá verse en la siguiente crónica. Y, también desde entonces, la naciente civilización occidental por un lado y el Imperio Romano de Oriente, por otro, hasta su caída, no han dejado de defenderse. Mostraré también que cuando la marea ha cambiado y la victoria se ha empezado a inclinarse del lado de Occidente, éste no ha tenido el espíritu de conquista que ha exhibido el Islam desde el inicio. En este recorido intentaré ser lo más breve posible, por lo que no se debe esperar de él una gran exhaustividad en el tratamiento de cada episodio de esta guerra y hay cosas que, desgraciadamente he tenido que dejar de lado. Es el precio de la concisión. Como también dije en el envío anterior, al final haré algún “guess game” sobre cómo podría terminar esta guerra con el derrumbe interno del Islam. Vamos a ello.

En 633, justo tras la muerte del Profeta, acaecida en 632, los siguientes califas, sucesores del profeta, no dudaron en continuar la guerra empezada con mal pie por Mahoma. Pero esta vez empezó una larguísima cadena de éxitos. Y esos éxitos se extendieron tanto al este, con la conquista del imperio persa, que concluyó en 641, como con la conquista al Imperio de Bizancio de Palestina –incluida Jerusalén, que es conquistada en 638, Siria, Egipto y Libia que quedan sometidos en 643.

Un año más tarde, sin frenar la ofensiva por el norte de África, el Islam abre nuevos frentes, uno en la península de Anatolia o Asia Menor y el otro en el Mediterráneo. El éxito es fulgurante en ambos. El ritmo de conquistas es trepidante: en el frente del Mediterráneo, en 655 son conquistadas las islas de Chipre y Rodas. En esta última se destruye el Coloso de Rodas, considerado como una de las maravillas del mundo helénico. En el frente de Anatolia, sin conquistarla entera, se abre en ella una profunda brecha que permite llegar hasta Constantinopla y asediarla en 668, 672 y 678. En 693 el Islam conquista la Armenia Bizantina y en 700 cae Éfeso. La resistencia de Constantinopla hasta 1453 es una de las mayores gestas que una ciudad pueda haber realizado nunca. Y esta gesta es extensible al Imperio Romano de Oriente en general. Su lucha contra musulmanes, eslavos y normandos a lo largo de los siglos es una epopeya a la que, a mi entender, no se ha dado el suficiente valor histórico. Porque, además, desde un punto de vista geoestratégico, Bizancio fue un colchón de valor incalculable para la protección de un Occidente todavía endeble que, como veremos luego, aunque es sobradamente conocido, experimentaba la pinza del Islam también en el frente de España. En el frente africano, la conquista de la costa mediterránea, hasta el Atlántico, queda completada en 683.

Conquistada la costa de África, el Islam inicia dos nuevos caminos diferentes. El primero, se adentra en el África subsahariana, sin intención de conquista, pero inicia una de las actividades más inicuas de la humanidad, que es el comercio masivo de esclavos, en connivencia con los caciques y tiranos de esta zona. Lamentablemente, Occidente se contagió de esta terrible aberración y, siglos más tarde, serían los portugueses los que competirían con los musulmanes en este comercio. Pero eso es algo que contaré en otro envío. El otro camino toma la dirección de la España visigoda. Llamados por una facción de los visigodos que se oponían al rey Rodrigo, entran en la península en 711 y la conquistan casi de forma inmediata. No se sabe muy bien el grado de veracidad o de leyenda que tiene la tradición de la batalla de Covadonga. Si existió, no pasó de ser una escaramuza. Pero en lo que sí coinciden todos los historiadores es en que en el segundo decenio del siglo VIII ya existía el firme propósito, que no cejaría en ocho siglos, de reconstruir la antigua monarquía toledana en la totalidad del territorio que había constituido el reino visigótico.

Acabada la conquista de la península ibérica, los musulmanes no cejan en su empeño de extender Dar el-Islam y cruzan los pirineos para entrar en el reino de los francos. Y aquí es donde sufren su primera gran derrota, en la batalla de Poitiers, ya en el corazón del reino franco, casi a mitad de camino entre la frontera de la actual Francia con Bélgica y con España. Allí, en 732, bajo el mando de Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, el empuje musulmán obtuvo su primer revés serio. Los francos no sólo expulsaron a los musulmanes de su territorio, sino que penetraron en España y crearon la llamada Marca Hispánica que llegó a ocupar desde Navarra hasta Barcelona. Esta Marca estuvo bajo dominio franco hasta finales del siglo IX en el que, tras la muerte de Carlomagno y el reparto de su imperio entre sus hijos, se independizaron y aparecieron el reino de Aragón y el condado de Barcelona. Pero ya desde los inicios del siglo IX, la marca hispánica y el incipiente reino de León-Asturias entraron en contacto y se abrió un frente contínuo en la península contra el Islam. No es, ni de lejos, el objeto de estas líneas, hacer una historia de la reconquista. Baste decir que, a pesar de las disputas y guerras que pudo haber, y de hecho hubo, entre los reinos hispánicos, la inquebrantable voluntad de esos reinos de expulsar a los musulmanes de sus territorios, se mantuvo siempre. Y mientras las fronteras entre ellos seguían líneas más o menos verticales, la frontera horizontal contra el Islam se mantuvo siempre, desplazándose continuamente hacia el sur hasta que en 1492 dejó de haber territorios sometidos a los musulmanes en España. Por tanto, si la gesta de resistencia de Bizancio, que acabó en derrota, la he calificado de epopeya, ¿qué palabra deberé aplicar a este gesta española de la reconquista que acabó en victoria?

Sea como fuere, a partir de la batalla de Poitiers, la pinza musulmana se empezó a aflojarse graduamente en su lado occidental, pero no así en el oriental, en el que la presión seguría aumentando durante varios siglos. Efectivamente, en 782 se produjo un nuevo sitio a Constantinopla, que ésta resistió. Pero los musulmanes atravesaron el Helesponto –o el estrecho de los Dardanelos[1]– y penetraron por primera vez en Europa por oriente. Dado que poco después se ocupó la práctica totalidad de Anatolia, Constantinopla quedó reducida casi a una isla del Imperio Romano de Oriente en medio de un mar musulmán. Desde entonces hasta su caída en 1543, Constantinopla fue una espina clavada en el mundo musulman. Era un enclave estratégicamente vital pues los musulmanes siempre temían que desde ella le pudiesen lanzar ataques por la retaguardia[2].

En la primera mitad del siglo IX, los musulmanes siguieron su avance en el frente meditarráneo y en el oriental, ya en Europa. Por el Mediterráneo conquistaron Creta y casi toda Sicilia –menos Siracusa y algún que otro enclave–. Desde la base siciliana tomaron todo el sur de Italia y llegaron hasta Roma, en donde entraron y saquearon la ciudad y la antigua basílica de san Pedro, construida por Constantino en el mismo sitio en la que ahora está la construida en los siglos XVI y XVII. El Papa pidió ayuda al emperador bizantino Miguel III y con su ayuda, se pudo expulsar a los musulmanes de Roma. En el lado continental empezaron sus incursiones por el sur de Dalmacia, la reciente Yugoslavia.

La segunda parte del siglo IX y el X fueron de un cierto respiro para los bizantinos. En Bagdad estaban los califas abásidas que, en cierta medida, estaban recorriendo un proceso de cierta helenización y habían descubierto a Aristóteles. Tal vez por eso, su agresividad había decaído. Y algo parecido ocurría en España. En este tiempo, los bizantinos recuperaron Tarento y Calabria –el talón y la punta de la bota de la península itálica– y a finales del siglo X, Creta, Chipre, Sicilia y una parte de Anatolia y Siria. También en España, tras el azote que supuso Almanzor, el Islam retrocedía. Ya en el siglo XI se derrumba el califato de Córdoba y la España dominada por los musulmanes cae en el caos de los reinos de taifas que, más ocupados en luchar contra ellos que contra los reinos hispánicos, dan oportunidades a éstos para avanzar, hasta el punto de que Alfonso VI llega a recuperar Toledo en 1085.

Pero en la segunda mitad del siglo XI ocurren varias cosas importantes en el mundo musulmán. La primera en el reino de las ideas. Al Gazali, un sufí partidario de la más drástica ortodoxia islámica, alcanza desde la parte oriental del califato abasida una inmensa preponderancia en materia religiosa y declara que Aristóteles y la filosofía griega son incompatibles con el Islam puro e instaura un periodo de intransigencia extrema. Un siglo más tarde, Averroes, traductor y divulgador de Aristóteles, sería expulsado de la España dominada por los musulmanes y sus libros quemados, En el terreno militar, los turcos selyúcidas, una tribu proveniente de la estepa asiática y convertidos al Islam suní con el furor del converso, toman Bagdad e inician una vertiginosa guerra de conquista hacia el oeste que les lleva a conquistar todo el imperio del califato Abasí, acabando con su cultura semihelenizada. En 1071 infligen una terrible derrota a los bizantinos en la batalla de Mantzikert, el emperador Romano IV es hecho prisionero, vuelven a recuperar Anatolia, llegando otra vez al Bósforo frente a Constantinopla. En 1096 toman Jerusalén y en 1091 ponen sitio a Constantinopla. En España, tras la caída de Toledo, los taifas piden auxilio a los almorávides, una tribu bereber, musulmana ultra ortodoxa  que había conquistado todo el noroeste de África, desde Argel hasta Cabo Verde. Éstos cruzan el estrecho de Gibraltar y empiezan una nueva etapa de recrudecimiento de la guerra en España.

Al llegar los Selyúcidas a Palestina, acaban con el flujo de peregrinos cristianos a los lugares santos del cristianismo. Mataban a todos los peregrinos que se atrevían a ir. Una ola de indignación se extiende por Europa, a cuyo largo y ancho corren las noticias de las atrocidades cometidas contra los peregrinos. Al mismo tiempo, en 1095, el emperador Alejo I, que fue emperador tras varios otros con breves reinados desde la derrota de Mantzikert, pide ayuda al Papa Urbano II, a pesar de que el cisma con la Iglesia católica se había producido sólo unas décadas antes, en 1054. Es entonces cuando Urbano II decreta la primera cruzada. No pongo de ninguna manera en duda que una de las motivaciones de la cruzada fuese la de conseguir que los peregrinos pudiesen volver a Tierra Santa. Pero, tampoco me caben muchas dudas de que la motivación fundamental fue de tipo geoestratégico. Las cruzadas tuvieron lugar en una fase de la guerra en la que los selyúcidas amenazaban con tomar Constantinopla y continuar su imparable avance por una Europa que todavía no sería, probablemente, capaz de resistir el avance de los belicosos selyúcidas. También la perspectiva de poder volver a atraer a la iglesia bizantina a la órbita de Roma tuvo, a buen seguro, influencia en la decisión del Papa. Pero eso no quita un ápice al carácter geoestratégico de la cruzada, que pretendía ser una espada clavada en el costado de los selyúcidas.

Y lo cierto es que la coalición bizantino-cruzada tuvo notable éxito. Aunque las tensiones entre los distintos grupos de cruzados entre sí y de éstos con los bizantinos fueron muy virulentas, se encontraron con distintas facciones musulmanas divididas entre sí, no ya por disputas internas, sino por guerras abiertas entre ellos. Metidos en sus guerras, menospreciaron la capacidad bélica de los cruzados. Por si esto fuera poco, la secta chiíta de los asesinos se dedicaba al asesinato suicida selectivo entre aquellos que no compartían su celo y ortodoxia, en particular si eran sunitas. Esta secta había nacido poco antes de la llegada de los cruzados. Los árabes les llamaban los hashshashin que deriva del hashish porque parece que los ejecutores suicidas iban hasta las orejas de hachís. La palabra se pronunciaba asesino entre los cruzados y de ahí deriva esa palabra. Uno de sus primeros asesinatos fue el del visir –el primer ministro, a las órdenes del Sultán– selyúcida Nizam Al-Mulk en 1092, pero bajo los golpes de sus dagas cayeron muchos jefes musulmanes y cruzados, entre ellos el conde Raimundo II de Trípoli o el rey cruzado de Jerusalén Conrado de Monferrato, justo un siglo más tarde. Pero en la época en la que estamos, sus víctimas eran todos musulmanes. La secta se hizo fuerte en el monte Alamut, en el Cáucaso, y sus jefes recibían el nombre de El Viejo de la Montaña. Su fortaleza fue destruida por los mongoles en 1256. Marco Polo supo de ellos en 1271 y dejó escrito: “Los introducían entonces en el jardín, de cuatro en cuatro, de seis en seis o de diez en diez, después de haberles hecho beber cierto brebaje que les causaba un profundo sueño; en este estado les hacía conducir dentro del jardín, donde al despertarse y verse en sitio tan florido y ameno, creían estar en el verdadero Paraíso. Damas y damiselas les esperaban para divertirse con ellos, con gran alegría de su corazón. De esta suerte, cuando el viejo quería asesinar a un príncipe, decía a uno cualquiera de estos muchachos: vete y mátalo y cuando vuelvas, mis ángeles te llevarán al cielo. Si mueres, no temas, porque aún así mis ángeles te traerán al paraíso”. El reclutamiento de yihadistas hoy día por el estado islámico tiene mucho en común con esto.

Así las cosas, la coalición cruzados-bizantinos toman Nicea en 1097, Antioquía en 1098 y Jerusalén en 1099. Instaurando el reino de Jerusalén. El avance por Anatolia y la toma de Jerusalén no fueron, ni de lejos un ejemplo de civismo. Se produjeron todo tipo de atropellos, no solo contra la población musulmana, sino también contra los judíos. En general, por donde pasaban los cruzados en su marcha hacia Jerusalén, saqueaban y sembraban muerte y desolación. El comportamiento cristiano brilló por su ausencia. Pero, sea como fuere, los cruzados tuvieron ese enclave en el corazón del mundo musulmán hasta 1291 en que los latinos perdieron su último bastión, San Juan de Acre, tras haber perdido antes la ciudad de Jerusalén en 1187 a manos de Saladino y haber quedado reducidos a una estrecha y corta franja de terreno junto al Mediterráneo. Debe decirse en honor a Saladino que éste permitió que los peregrinos cristianos pudieran seguir yendo a Jerusalén. Así se instauró una especie de tregua con los musulmanes.

En el frente occidental, en España, los musulmanes son derrotados en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Si la reconquista no acabó poco después de esa fecha, fue porque los reinos de España se conformaban con tener a los musulmanes como tributarios.

Pero en el frente oriental, tras la breve tregua después de la toma de Jerusalén por Saladino, surgieron, desde fondo de la estepa asiática, los mongoles o tártaros. No eran musulmanes. En una expansión meteórica se extendieron hasta China por el Este y, pasando por Rusia, hasta Polonia y toda Anatolia por el Oeste, aunque palestina siguió dominada por los musulmanes. Cuando los mongoles intentaron penetrar en Siria se encontraron con los mamelucos. Los mamelucos eran unos terribles guerreros musulmanes que se habían convertido al Islam siendo esclavos de los descendientes de Saladino en Egipto, pero se habían hecho con el poder en Egipto y toda Palestina. En 1260 los mamelucos rechazan a los mongoles de Siria. También son expulsados de Polonia y Rusia por los europeos. Así, se vuelve a establecer un breve statu quo entre pueblos agotados.

Pero esta tregua duró poco. En 1280, otra tribu turca musulmana, que tenía un pequeño territorio en Anatolia Occidental, empieza su expansión bajo la jefatura de Otman. La historia los conocerá como los turcos otomanos. En 1354 los otomanos habían conquistado toda Anatolia, sitian Constantinopla, cruzan el Helesponto y entran en tromba en Europa, de donde no saldrán hasta 1913 (y donde todavía están en Estambul). En 1389 ya habían conquistado los Balcanes y buena parte de Hungría. Los emperadores Bizantinos piden entonces ayuda a los europeos pero estos sólo le prestan pequeños apoyos puntuales. Constantinopla se somete a tributo a los otomanos para sobrevivir, pero al final, convertida en una isla dentro del mar otomano, cae en 1453 y con ella desaparece el Imperio Romano de Oriente. Los turcos cambian el nombre a la ciudad que a partir de ese momento se llamará Estambul. En 1460 Grecia cae también en el poder de los turcos y en 1526 conquistan toda Hungría.

Los más feroces guerreros otomanos eran los llamados jenízaros. Los jenízaros eran hijos de los cristianos que vivían en el imperio otomano. Eran arrancados de sus familias siendo niños y educados para la guerra. Se llevaba a cabo con ellos un refinado “lavado de cerebro” y un terrible adiestramiento en el que los menos duros y crueles morían. Sabían que su única posibilidad para alcanzar estatus dentro de sus escuadrones era mostrar una ferocidad y crueldad extremas y así lo hacían. Mientras en España los hombres más valientes se encuadraban libremente en los Tercios, los otomanos basaban su ejército en esclavos adiestrados en la crueldad más brutal.

Poco después de la caída de Constantinopla, en 1492, termina la reconquista en España. A los reyes católicos se les podía haber pasado por la cabeza, una vez reconquistada España y aprovechando la debilidad de los musulmanes, atravesar el estrecho para conquistar el norte de África. Ni se les pasó por la imaginación. Una vez recuperadas sus fronteras históricas anteriores a 711, cesaron las hostilidades.

En el Mediterráneo se mantiene una dura lucha de toma y daca entre otomanos por un lado y venecianos, genoveses y españoles por otro. Además los piratas berberiscos con base en los puertos de Orán, Túnez y Argel, hacen numerosas incursiones en las costas de los países mediterráneos, especialmente en el Levante español. En estas razias, con la ayuda de los moriscos que quedaban en la península que se convirtieron en una auténtica quinta columna, roban, saquean, destruyen y toman prisioneros como esclavos a los habitantes de esas zonas que apresan. Por eso, España intenta sofocar esos ataques en sus fuentes, las plazas fuertes antes citadas. En 1509 el cardenal Cisneros, regente de Juana, reina de España, hija de los reyes católicos conquista Orán por mar. En 1522 los otomanos toman Rodas,  en 1535 Carlos V conquista Túnez, pero en 1541 fracasa en la conquista de Argel. En 1565 los otomanos fracasan en la conquista de Malta y se evita que desde este baluarte se lancen a la conquista del sur de Italia, pero consiguen tomar Chipre en 1570. Un año más tarde, en 1571 la armada otomana es vencida en Lepanto por una coalición española, veneciana y genovesa y, aunque la batalla no resulta decisiva, puede decirse que la guerra por mar en el Mediterráneo se empieza a decantar del lado de los europeos.

Por tierra, los otomanos tienen su primer revés en 1532 en que sitian Viena, pero tienen que desistir de su conquista por la presencia de los ejércitos europeos, capitaneados por Carlos V, con la excepción de Francia que se alía con el turco. La presión turca empieza a aflojar. La conquista de Creta por los otomanos y el segundo y el también fallido segundo sitio de Viena en 1683 fueron el canto del cisne del Imperio Otomano que, a partir de ahí no hizo más que declinar, de forma que en 1913 los otomanos pierden todas sus posesiones en Europa, a excepción de Estambul. Justo el año siguiente, en 1914 estalla la mal llamada Primera Guerra Mundial (según mi cómputo sería la segunda). No se sabe qué hubiesen hecho los europeos si no hubiese estallado esta guerra. Pero lo cierto es que a los 4 días de que los austriacos invadiesen Serbia, el 2 de Agosto de 1914, los turcos se alían con las potencias centrales, Alemania y Austria. Cuando acaba la guerra, con la derrota de Alemania, Austria y el Imperio Otomano, se respeta la existencia de éste, si bien limitado a la península de Anatolia y Estambul. El resto del imperio, Egipto, Palestina, Siria, Irak y parte de Arabia queda bajo el protectorado británico o francés, según las zonas. Posteriormente, entre 1932 y 1946, ambas naciones europeas conceden la independencia a Arabia Saudí, Irak, Egipto, Siria y Jordania, creando, además, el Estado de Israel. Podrán achacárseles muchas torpezas a estas naciones en la forma en que definieron las fronteras de esos países. Podrá decirse que en la Primera Guerra Mundial a los habitantes árabes, no turcos, de esa zona se les prometió, para lograr sumarlos a la guerra contra los turcos, crear la Gran Arabia y que esa promesa no se cumplió. Podrá tildarse de error la creación del Estado de Israel –aunque yo creo que es estratégicamente imprescindible para Occidente. Otra vez, una espina clavada en el costado del mundo musulmán–. No voy a entrar aquí en esas cuestiones. Pero la última verdad es que lo que no hicieron Francia y el Reino Unido es quedarse allí. Se fueron. Pudieron haber reclamado esos territorios como herencia del Imperio Romano de Oriente al que todos ellos, excepto Arabia, pertenecían antes de 629, pero no lo hicieron. Se conformaron con los límites geográficos de Europa, cediendo, además, la emblemática Constantinopla/Estambul, en territorio europeo, a los turcos. Y, cuando se fueron, los ingresos del petróleo que pudiera haber en esos países fueron para los árabes.

La expulsión de Europa de los países musulmanes invasores fue la consecuencia, a partir de 1212 en España y de 1683 en el Este de Europa, de que los musulmanes, que se rigen por la ley islámica, están incapacitados para crear riqueza, porque desconocen lo que significa la seguridad jurídica. Su riqueza proviene sólo del pillaje, cuando tienen fuerza para practicarlo, de los recursos naturales, de los que carecían hasta la aparición del petróleo y, todo lo más del comercio. Porque sin seguridad jurídica no es posible que se hagan inversiones a largo plazo que creen riqueza. Y cuando a partir de las fechas mencionadas perdieron casi totalmente la capacidad de saquear los territorios conquistados, su decadencia se fue haciendo más y más patente, hasta llegar al día de hoy. Y, en el fondo, es esa envidia de ver a un Occidente próspero, mientras ellos, salvo los países con inmensas reservas de petróleo, se sumen cada vez más en la pobreza, lo que ha mantenido su agresividad en el siglo XX y XXI. Pero no hay mucho que se pueda hacer para que sean prósperos, porque en su misma esencia tienen su incapacidad. En el Oriente Medio, sólo Turquía, en la que Mustafá Kemal Ataturk abolió la sharia en 1923 es un país que aspira a la prosperidad. Ahora, Túnez, el único país en el que la primavera árabe ha florecido, es el blanco de los yihadistas que no pueden tolerar deserciones hacia la prosperidad. Hay una historia que ilustra esto a la perfección.

Poco después de la conquista de Jerusalén por Saladino en 1187, cuando los cruzados ocupaban sólo una estrecha franja de tierra junto al Mediterráneo, un historiador andalusí, gran viajero, nacido en Valencia 1145, Ibn Yubayr, pasó por Palestina, camino de La Meca. Los cruzados no eran precisamente hermanas de la caridad. Pero en cuaderno de viaje de nuestro viajero se puede leer:

“Al salir de Tibnin (Tiro), hemos cruzado una ininterrumpida serie de casas de labor y de aldeas con tierras eficazmente explotadas. Sus habitantes son todos ellos musulmanes pero viven con bienestar entre los frany[3] –¡Alá nos libre de las tentaciones!–. Sus viviendas les pertenecen y les han dejado todos sus bienes. Todas las regiones controladas por los frany en Siria se ven sometidas a este mismo régimen: las propiedades rurales, aldeas y casas de labor han quedado en manos de los musulmanes. Ahora bien, la duda penetra en el corazón de gran número de estos hombres cuando comparan su suerte con la de sus hermanos que viven en territorio musulmán. Estos últimos padecen la injusticia de sus correligionarios mientras que los frany actúan con equidad”. Es de notar que nuestro viajero no se pregunta cosas como: ¿Qué podríamos hacer nosotros para que esa prosperidad se diese también en nuestras tierras? No. Su única preocupación es que se puedan hacer cristianos.

Y en estas estamos ahora. El estado islámico o al-Qaeda, no son sino el reflotamiento salafista de finales del siglo XX y principios del XXI. No es el primero no será el último. Siempre habrá musulmanes que, siguiendo el ejemplo de Mahoma, en vez de preguntarse, ¿qué estamos haciendo mal para estar como estamos? creen que la causa de sus males está, por un lado, en que los musulmanes no lo son con el suficiente grado de fundamentalismo y, por otro, que son víctimas del perverso Occidente. Creo que mientras exista el Islam, por mucho que haya una mayoría silenciosa musulmana que sea pacífica estos brotes seguirán apareciendo y, frente a los yihadistas, las mayorías silenciosas se vuelven irrelevantes a no ser que estén dispuestas a ser mártires por ese imaginario Islam pacífico en el que creen. Pero parece difícil.

Y, aún alargando aún más este escrito, que con lo que viene a continuación ya supera las siete páginas, me meto en el guess game que prometí sobre cómo acabará el Islam. Y recalco que no es sino eso, un guess game. No pretendo practicar la profesión de adivino y, mucho menos de profeta. Soy incapaz de saber cómo acabará. Ni siquiera si acabará. Pero el guess  game tiene eso, que uno puede desmelenarse. Y ahí voy.

Lo que tengo seguro es que, aunque esta batalla de la guerra hay que ganarla, el Islam no acabará por una guerra que venga de fuera. El Islam es un “muro de terror” y, tengo para mí, aunque no pueda demostrarlo, que los muros de terror caen siempre. El “muro de terror· del “telón de acero” cayó. Y si a alguien de fuera del gueto le hubiesen dicho en 1979 que diez años más tarde iba a caer, se hubiese reído. Pero cayó. Porque los “muros de terror”, por su propia esencia, se van  minando por dentro. Son como una viga de madera roída por la carcoma. Puede resistir mucho tiempo, pero no cabe duda de que, un día, habrá perdido tanta resistencia que se derrumbará. Lo que pasa es que nadie sabe realmente lo que pasa en el gueto encerrado dentro de un “muro de terror”. ¿Qué está pasando por dentro del Islam? Nadie lo sabe. ¿Cuántos musulmanes apostatarían –para hacerse cristianos, judíos, agnósticos o ateos– si no viviesen en ese gueto? ¡Quién sabe! ¿Cuántas mujeres, que tal vez parezcan fervientes y sumisas musulmanas, se rebelarían? ¡Imposible de saber! ¿Qué otras carcomas pueden estar minando la estructura interna del Islam? No me atrevo a hacer ningún guess, pero estoy seguro de que bastantes. Y las termitas van haciendo poco a poco su trabajo. La olla a presión va acumulando vapor ardiente y, sin espita de salida, acabará estallando.

¿Cuándo ocurrirá esto? En algún momento entre 2025 y 3401. ¿Qué por qué he tomado el año 3401? Bueno, me ha parecido razonable que si llevamos 1386 años de guerra podamos estar, en el peor de los casos, en el ecuador y queden otros 1386. Pero si tuviera que apostar sobre si ese momento del colapso del Islam está más cerca de 2025 o de 3401 diría, sin duda, que mucho más cerca de 2025. ¿Por qué? Porque si hay algo claro es que la historia se acelera y los procesos que antes duraban siglos, ahora se desarrollan de decenios. Así que, pongamos para 2040. Y, ¿hasta que llegue ese momento? Pues habrá momentos más tranquilos y más virulentos, según los salafismos que aparezcan y, habrá que seguir ganando batallas. ¿Cuál será la causa desencadenante, es decir, será la carcoma o la termita la que descomponga la viga? Ya he dicho antes las que me parecen las más probables: la apostasía cuando la presión sea todavía más insoportable que el miedo a la fatua que les puedan lanzar o las mujeres cuando digan que ya está bien. Pero seguro que hay otras especies desconocidas de fieras corrupias que comen madera y cagan viruta haciendo su labor de zapa en el “muro del terror” del Islam. Hay sin embargo una cosa de la que estoy seguro: en el proceso habrá mártires. El dueño de la viga no verá cómo ésta camina hacia su derrumbe sin intentar matar a las fieras corrupias, sean de la especie que sean. Habrá más terror dentro del “muro del terror”. Pero, una vez sobrepasado un punto crítico, las escaladas de terror no hacen sino acelerar el proceso. Así que, si tuviese que apostar cuando será el momento en que el Islam no pasará de ser una pesadilla del pasado, como lo es ahora el comunismo, apuesto por 2040. No me apuesto nada porque para esa fecha es muy posible que ya esté criando malvas.



[1] Hay dos estrechos que separan Asia de Europa: el Bósforo, donde está asentada Constantinopla, en el lado Europeo y los Dardanelos, también llamado el Helesponto, donde estuvo situada la antigua Troya. Entre ambos estrechos se encuentra el mar de Mármara. El Bósforo separa este mar del mar Negro y los Dardanelos lo separan del mar Egeo.
[2] La clave de esa resistencia fue, además del valor de los bizantinos, su enclave. Tenía un puerto natural llamado El Cuerno de Oro que hacía que pudiese ser fácilmente abastecida de víveres y tropas desde el mar. Los mitos griegos dicen que cuando Bizas salió de Atenas para fundar una nueva colonia, el oráculo de Delfos, en su lenguaje misterioso, le dijo que debería fundar una ciudad enfrente de la ciudad de los ciegos. Cuando, en su búsqueda, Bizas pasó a través del Bósforo, vio la ciudad de Calcedonia en el lado de Asia, de muy difícil defensa y, comparando su emplazamiento con el que tendría una ciudad una ciudad situada en el otro lado del estrecho exclamó: “¡Para fundar ahí una ciudad hay que estar ciego!” Esto le recordó el consejo del oráculo délfico y fundó Bizancio, que más tarde sería Constantinopla.
[3] Los frany es el nombre que daban los musulmanes de esa época a los cruzados francos.