29 de junio de 2016

Tras las elecciones del 26 J

Mentiría si dijese que no estoy satisfecho con el resultado electoral de ayer. Tras el susto de los resultados de las encuestas a pie de urna (¿para qué se hacen?) que hicieron que me agarrotase, el transcurso de los resultados del escrutinio fue para mí como un bálsamo. Debo decir, aunque sea maldad, que lo que más me gustó fue ver la transformación de la cara de Alberto Garzón desde el momento en que salió, eufórico, creyéndose el resultado de esas encuestas, hasta su aparición, a la derecha de Pablo Iglesias, en las declaraciones de éste. Me indignó el comentario de Errejón en su primera aparición diciendo que el resultado había sido malo para Unidos Podemos y para España. Ellos hubiesen sido la ruina de España. Pero el cabreo quedó más que compensado con su carita de después, de niño pequeño enfurruñado, cuando apareció flanqueando al dictador jefe, también frustrado, en el flanco contrario a Garzón. Qué decir del comentario de una tercerona de esa coalición dictatorial, cuyo nombre ignoro, cuando dijo, en la rueda de políticos de 24-h, que tendrían que seguir haciendo una labor pedagógica con los españoles. Podría seguir con la inefable Tania Sánchez, novia y submarino en IU de Pablo Iglesias, en el turno anterior de políticos. Hablaba de prudencia en los que creía los resultados definitivos, proclamando la imprudencia con su actitud triunfante. ¡Lástima que desapareciese y no pudiese verle la cara después!

Aunque parezca que éste es un desahogo visceral, que lo es, no es sólo eso. Es algo más. Parece que Podemos, incluso unidos a IU han llegado a su techo. Creo, y espero no equivocarme, que desde ahora empezará a bajar hasta ser un partido poco menos que testimonial a largo plazo. Y eso sí sería bueno para España. Que se vacunase contra el discurso totalitario de Unidos Podemos.

Pero lo que me alegró sobremanera fue el paulatino y continuo ascenso del PP a lo largo del escrutinio. Permítaseme, antes de pasar a un análisis un poco más detallado, un pequeño comentario que, sin ser presuntuoso, puede ser un poco vanidoso. Creo que aporté mi pequeño e insignificante grano de arena a que ayer pasase lo que pasó. Por supuesto, mi blog, leído por cuatro gatos no es nada significativo. Pero tal vez vosotros, unos 700, los destinatarios envíos más los de mi lista de WA, que a vuestra vez sois amplificadores, hayáis aportado un poco más que yo a estos resultados. ¡GRACIAS! Por supuesto, mi alegría no es partidista. Repetidas veces he dicho que nunca he sido ni seré militante del PP, que no le debo absolutamente nada a ese partido. Mi alegría es porque creo que este resultado es el mejor POSIBLE para España. No ha ganado el mal menor. Ha ganado el bien POSIBLE. Del bien imposible que me gustaría no voy a decir ni pío. Sólo una cosa. Que lo buscaré y lucharé por él con uñas y dientes, pero como Tomás Alfaro, no con un voto en una urna. Mi mano depositará en una urna siempre el que considere mayor bien POSIBLE.

Está bien la euforia, pero tampoco hay que dejarse llevar demasiado por ella. Por supuesto que no creía que estos resultados se alcanzasen, pero queda mucho por hacer. El PP tiene que encontrar apoyos o, al menos, conseguir que no le metan el palo entre los radios de la bicicleta. Para ello tendrá que encontrar una actitud que, sin llegar a la soberbia o la prepotencia, pero consciente de la fuerza que le han dado las urnas, haga ver a C’s y PSOE (por ese orden) que no pueden permitirse el ridículo capricho de no permitir que se forme gobierno. Más aún. Sería bueno que atrajese a C’s a la órbita del gobierno, a participar en él. Desde luego, en la ecuación no entra que Rajoy se vaya. Ni afirmo ni niego si sería bueno o no. Sinceramente, no lo sé, pero no me importa nada que se quede. Pero el hecho es que, con esos resultados, no va a dejarlo, pese a quien pese o le guste a quien le guste. El PP no se ha presentado a las elecciones con la foto de su candidato a la presidencia del gobierno en blanco. Lo ha hecho con la foto de Rajoy y con esa foto ha sacado los votos que ha sacado. Estaría bueno que dos partidos claramente perdedores dijeran quien puede y quien no puede ser presidente de gobierno por parte del PP. Y si se permiten ese capricho y fuerzan otras elecciones, que se atengan a las consecuencias políticas. A pesar de esta escaramuza de fotos, creo que un pacto de gobierno con C’s es posible, bueno y deseable. En cambio, creo que con el PSOE es imposible. Si el PSOE hubiese sido el de Felipe González me cabrían pocas dudas de que ese pacto sería perfectamente alcanzable. Pero el PSOE demagógico e ideologizado, al borde del populismo él también, que ha dejado tras él el nefasto José Luis Rodriguez Zapatero, es un erial del que poco o nada se puede sacar. Esa es una de las tragedias de España. Pedro Sánchez, que es inútil como hombre de Estado pero enormemente hábil para el juego interno del partido, no va a ser fácil de desbancar. La “gran esperanza” del PSOE, Susana Díaz, aparte de no ser, a pesar de su habilidad verbal, más que una señora puesta a dedo por el supercorrupto Griñán, ha perdido su aura en Andalucía con una bajada de escaños y la pasada –que no el sorpasso– del PP. No obstante, Susana Díaz ya habla de abstenerse en la investidura, lo cual no es poco. El desenlace de la batalla interna en el PSOE se presenta tan incierto como el reinado de Witiza. Porque, aparte de estos dos “líderes”, el PSOE está ayuno de ellos. ¿Hernando? ¿Luena? ¿Madina? ¿Tomás Gómez, tal vez ;- ¿) ) Y qué decir de los otros barones regionales. ¿Acaso Chimo Puig? Lo dicho, el erial zapateril. Fiarse del PSOE es como intentar agarrar un cuchillo afilado en el aire.

Creo que el escenario de nuevas elecciones, por el que yo apostaba antes de éstas, no porque me gustase, sino como algo inevitable a mi entender, no es ya posible ni, por supuesto, deseable con este escenario. Quien cerrase la puerta a la formación de gobierno se vería duramente penalizado. Y el PSOE se verá también penalizado si se la abre. Y sin líderes de ningún tipo. Lo tienen bastante crudo. Pero se lo han ganado a pulso, para desgracia de España.

Si no se obtiene un pacto de gobierno –o al menos de legislatura– con C’s, un gobierno con 137 diputados y una oposición con un PSOE zapatetil, una izquiera radical como Unidos Podemos y un resto inclasificable pero tirando a impresentable por izquierdista o independentista –podría, tal vez, sólo tal vez, hacer una excepción con el PNV o Coalición Canaria–, está abocado al fracaso, aunque se consiga la investidura con la abstención de Podemos y Ciudadanos. No creo que el gallego Rajoy pueda sorprendernos con un más difícil todavía de lo que consiguió el castellano Aznar con 156 escaños, máxime teniendo una oposición inmensamente más dura. Así que, escenario desastroso.

Pero, aun suponiendo que se obtenga la colaboración activa de C’s y la abstención del PSOE, queda gobernar. Incluso con una colaboración leal de C’s, eso suma 169 diputados y es poco probable que se pueda contar de forma segura y estable con el mosaico de los demás partidos marginales. Muchos de ellos son de una radicalidad izquierdista o nacionalista –fruto también, estos últimos, de la maravillosa política autonómica del gran Zapatero echando carnaza a las fieras–. Todo un reto. Incluso con los 6 votos de los citados más arriba, PNV y CC, aun suponiéndolos como posibles puntualmente, no dan para mucho, ¡se quedan en 175!

Creo que es importante resaltar que, en el caso de que se pretendiese hacer un cambio en la constitución, en el caso de que fuese un cambio que requiriese 3/5 (210 diputados) sería suficiente con un acuerdo entre PP y PSOE, pero para hacerlo sin el PP, no bastarían los votos de PSOE, Unidos Podemos y C’s juntos. Necesitarían votos del guirigay restante. O sea, imposible sin el PP. Con mayor motivo, si el cambio constitucional requiriese 2/3 (234 diputados) nada podría hacerse sin el PP, y, para llevarlo a cabo requeriría el apoyo de PP, PSOE y C’s, pero no sería necesario contar con Unidos Podemos, ni este partido podría evitarlo. Tranqilizador contra el aventurerismo.

En fin, que tras el alivio, de los resultados de ayer, el frío análisis lleva a una sensación de cierta aprensión, aunque, desde luego, a un nivel muy distinto de la que podría tenerse con el escenario electoral de las encuestas a pie de urna o de las expectativas preelectorales.

Por eso lo primero que quiero hacer es dar gracias a Dios –sí, dar gracias a Dios– porque haya iluminado a suficientes viscerales de uno y otro signo para evitar el sorpasso y permitir crecer al PP. Un poquito más de ayuda para transformar 169 en 176 no hubiese venido mal, pero los caminos de Dios son inescrutables. Me contento con esto. Habrá que sacarle partido. Pero yo seguiré pidiéndole luz para los gobernantes y opositores de cualquier signo.

Lo segundo que quiero apuntar es más personal y conflictivo. Cuando lo peor de España, como Podemos o el PSOE, ladran tanto y con tanto odio contra el PP y Rajoy, significa que cabalga. ¡Algo deberá de estar haciendo bien cuando los energúmenos se cabrean! Por eso, mi actitud ante este partido como ante Rajoy es cada vez menos de pinza. Cada vez necesito menos la pinza para votarles. No digo que no haya cosas que me disgustan profundamente, pero contra ellas lucharé, como he dicho antes, como Tomás Alfaro, no con mi voto. Sólo si un día, que todavía no ha llegado, el PP apoya con su disciplina de voto una opción que aumente la permisividad del aborto –cosa que no ha hecho todavía– o que legalice la eutanasia –no confundiendo la lucha por la vida hasta el final con el encarnizamiento terapéutico–, sólo en esos dos supuestos, que todavía, repito, no se han dado, retiraría mi voto al PP. Mientras tanto, le ayudaré, con mis pobres medios, a cabalgar en este difícil raid que tiene por delante.


Por último, quisiera expresar mi indignación cada vez que oigo a alguien del PSOE o de Unidos Podemos autocalificarse como “fuerzas de progreso”. Que ellos lo digan, no me extraña. Pero estimo que los medios de comunicación sensatos, entre los que no cuento a El País o a la Sexta, deberían preguntarles cada vez que dijesen esto, ¿el progreso hacia dónde? ¿Hacia el abismo? ¿Hacia ideas fracasadas que han arruinado a medio mundo y que pueden asfixiar al otro medio? ¿Cuándo alguien en los medios va a poner trabas al uso torticeramente gramsciano del lenguaje que usan estos demagogos? Hasta ahora nunca, nunca he oído o visto escrito nada contra ese mantra falso y mentiroso. Pero puede que se empiece a ver. Dios lo quiera.

24 de junio de 2016

Brexit: primera victoria de la visceralidad. ¿Vendrán otras?

Publico en mi blog algo que envié esta mañana a una lista de remitentes que tengo con los que a menudo debato. Está un poco fuera de contexto, pero creo que puede ser interesante. Ahí va:

Juro por lo más sagrado que hoy no pensaba hacer envío. Ya os tenía bastante abrasados estos días. Pero han pasado dos cosas.

La primera, que yo daba por altísimamente improbable, que ha ganado el Brexit.

La segunda que he tenido una avalancha de críticas, a veces feroces, a mis envíos anteriores.

Por lo tanto, no puedo quedarme callado.

El Brexit. Primera victoria del visceralismo. Pero seguro que no la última. Es probable que el domingo veamos una segunda. Todo el mundo habla de que los populismos de distinto signo avanzan en Occidente. Si se les llama populismos, hay que puntualizar que son de distinto signo. Pero si se les llama visceralismos, esa puntualización sobra. Como esto tiene que ver con la segunda, lo dejo aquí y reconectaré.

Críticas. Son muy diversas pero intentaré ser breve. Probablemente sea también ácido.

a)       Hay un proverbios chino que dice: “Cuando el dedo señala a la luna, el idiota mira el dedo”. En mi fábula del otro día (Inserto la fábula más abajo)  mucha gente creía que la mujer era el PP, por más que le puse nombre y apellido. LIBERTAD  de nombre y DEMOCRACIA de apellido. Podría haberle puesto un segundo apellido que no le puse, pero se lo pongo ahora. UNIDAD DE ESPAÑA. El PP no es más que un instrumento. El único FACTIBLE (de los infactibles no merece la pena hablar) que defiende la libertad y la unidad de España, aunque sea con defectos, incluso graves. El ÚNICO. Algunos me han escrito una larga lista de “agravios” del PP. Unos ciertos, que a mí también me indignan, y otros absolutamente disparatados, los típicos de gente que no se entera de que la política es el arte de lo posible. Mi dedo señala a la luna, mirad a la luna, no a mi dedo. Siento tener que citar el título íntegro del artículo del P. Santiago Martín, que por afán de no molestar demasiado “censuré”. El título es: “Es la libertad, idiota”. (Los dos idiotas provienen de citas que no son mías, pero...)
b)      A vueltas con la catarsis. En este capítulo debo distinguir cuidadosamente entre dos tipos. Los que simplemente mandan información y los que opinan que el que no quiere esa catarsis es porque no es suficientemente recto de conciencia.

Entre los primeros agradezco una carta que me han enviado con la mejor voluntad. Es un escrito delirante de alguien por el que siento el máximo respeto, aún sin conocerle. Se trata de un sacerdote, misionero en Etiopía, del que a veces recibo escritos magníficos describiendo su extraordinaria labor allí y con cuya organización colaboro. Me duele tener que mostrar mi profundo desacuerdo con alguien a quien admiro, pero… Pues bien, con dolor. Es una carta delirante, en la que afirma, sin tapujos que si hubiese que volver a una situación como la del 36 eso sería estupendo para España y que lo que tenemos que hacer es inmolarnos en el martirio. ¡¡¡¡¡Bravo!!!!! Si hay algo claro es que un cristiano debe aceptar el martirio si le llega, pero de ninguna manera debe buscarlo ni propiciarlo. Es pura doctrina. Tomás Moro, buscó todos los caminos posibles, sin traicionar su alma, para evitar su martirio. No pudo y lo aceptó. Pero de ninguna manera lo buscó. El que quiera una catarsis, que se diseña una a la medida de su culo, pero no a la del culo de todos los españoles. El que busque el martirio, que lo busque, pero que no diga que los que intentamos salvar los muebles somos unos tibios. ¿Alguien se imagina a un cristiano diciéndole al emperador Constantino que se metiese el edicto de tolerancia por el culo, que o hacía del cristianismo la religión oficial del imperio o los cristianos preferían ser perseguidos?

Pero hay otros que, con esta carta o con otros argumentos, afean mi conducta y mi conciencia. Y me pregunto, ¿tan malo soy que pierdo mi alma por votar al PP como defensa de la libertad y la democracia? Para algunos parece que sí, que estoy poniendo mi alma en peligro. ¡Qué les den dos duros! ¡¡¡Ya vale de repartir certificados de rectitud de conciencia!!! ¿Me pregunto si no habrá quien está disfrazando su visceralismo de rectitud de conciencia. Ya está bien de presumir de pureza de conciencia.
c)       Luego están los que interpretan que son dos Papas, nada menos que Juan Pablo II y Benedicto XVI los que dicen que un buen cristiano no puede votar en conciencia al PP. Por supuesto, es una interpretación completamente torticera. Cierto que dicen que un político (se refiere fundamentalmente a ellos) no puede votar en conciencia una ley que aumente las posibilidades de abortar y que deben tender a la eliminación de toda ley que, en cualquier medida atente contra la vida. Y que únicamente si no es posible la reducción o eliminación de las leyes existentes que permiten ciertos casos de abortos, únicamente en esos casos, deben resignarse, sin aceptarla en conciencia, a ella. Pero, ojo, eso se refiere a los políticos que hacen las leyes, no a los votantes. Por supuesto, el día que el PP promueva o apoye con sus votos de disciplina de partido una ley que aumente las posibilidades de abortar o que abra la puerta a la eutanasia (por favor, no confundir la evitación del encarnizamiento terapéutico con la eutanasia), ese día, mi conciencia me impedirá votar al PP. Pero eso, hoy por hoy, no ha pasado.
d)      Por último están los defensores a ultranza de Mons. Munilla al cual yo, según ellos, he atacado injustamente. Otra vez más, y así lo dje en mi anterior escrito, admiro a Mons. Munilla y me duele decir esto, pero… Mons. Munilla ha contribuido activamente a la confusión y a dar rienda suelta a ese disfraz del visceralismo de muchos de libertad de conciencia. Primero, en Diciembre, dijo con absoluta claridad (por supuesto, sin decir siglas) que un cristiano no podía votar al PP. Ahora ha dicho que si alguien cree que la situación es excepcional, esa restricción no vale. Pero sigue manteniendo la falsa dicotomía entre el voto en conciencia y el voto útil. Decir sin decir, si pero… en definitiva confusión. Ejemplo debería haber tomado, desde antes de diciembre, de la Conferencia Episcopal Española que, a pesar de las presiones de algunos prelados, no quiso entrar al trapo, no por cobardía, como la acusaron algunos puros, sino porque el que calla otorga y es absolutamente innecesario decir que sí se puede votar a un partido. Por supuesto, si la CEE creyese que el alma de su grey se ponía en peligro si votase al PP, lo habría dicho. Al no decirlo, actuó con prudencia exquisita. Pero, claro, a la visceralidad le gustan los argumentos ad hominem y muchos acusan a la CEE de cobardía.

En fin, como empecé. Hoy, primera victoria de la visceralidad. ¿Veremos el domingo la segunda? ¿La de los viscerales de distinto signo que se “alían”? Los extremos se tocan. ¡Qué gran verdad!

Una última cosa. Si por la colaboración de dos visceralidades nos deja nuestra mujer, LIBERTAD DEMOCRACIA UNIDAD DE ESPAÑA, cada visceralidad, en una proporción que no sabría especificar, tendrían una grave responsabilidad. Por supuesto, no digo que pondrían su alma en peligro. No sería ante el tribunal de Dios ante el que tendrían que rendir cuantas, sino ante el tribunal de la Historia. De un libro de historia del siglo XXX ;-) “A principios del siglo XXI, una ola de visceralidad de muy distintas tipologías, hizo que una sociedad que gozaba de libertad y prosperidad, de una forma incomprensible, se buscase su propia ruina. Tardaron dos siglos en llegar al nivel que habían alcanzado.”


Me temo que el domingo sí veremos la segunda victoria. Y me temo más todavía que, detrás de esa, vendrán otras. La fábula se puede hacer realidad.

La fábula citada más arriba:

Un hombre tenía una mujer estupenda. No era perfecta. Tenía defectos, algunos de ellos graves, pero era, en general estupenda. Pero con el paso del tiempo, el hombre empezó a dejar de apreciar las cosas buenas que tenía y a fijarse sólo en los defectos, hasta el punto que llegó a no soportarla. Algunos de sus amigos alimentaban esta visión parcial y le animaban a fijarse cada vez más en sus defectos reales y en otros que ellos inventaban o exageraban. Por otro lado, el hombre estaba convencido de que su mujer estaría siempre a su lado, como si le debiese una fidelidad eterna. Pero una mañana, se dio cuenta que su mujer se había ido. Más aún, se la había levantado ese amigo que más le comía la oreja con sus defectos. Su amigo se la llevó a un país lejano de donde no se podía volver y allí la abandonó. Cuando en buen hombre (era bueno el pobre. Un poco tonto, eso sí) se dio cuenta de su error, ya no tenía arreglo. Su amigo sí volvió y cada vez que se cruzaba con él le sacaba la lengua y le guiñaba un ojo. Algunos cuentan que el buen hombre llegó a pensar que así era mejor. Que así encontraría una mujer mejor. Pero nunca la encontró.

22 de junio de 2016

¿Voto en conciencia o voto útil?

Hace tiempo leí una frase de Gustave Thibon que decía que “uno de los signos cardinales de la mediocridad de espíritu es ver contradicciones allí donde sólo hay contrastes”. Pues bien, creo que la pregunta que da título a estas líneas es un caso paradigmático de esa frase. Por supuesto, mi voto es voto en conciencia Y, TAMBIÉN voto útil. Intentar estableces una disyuntiva entre una cosa y la otra me parece caer en lo que dice la frase anterior.

Me meto en este jardín por alusiones. Ayer, tras mi envío inhabitual recibí varios mails diciéndome lo que debía hacer en conciencia. No todos los mails que recibí eran así y, en cualquier caso, agradezco todos. Pero, si soy sincero, estoy un poco harto –¿sólo un poco?– de los que se erigen en árbitros de mi conciencia.

Es la CONCIENCIA la que me dice que debo hacer lo que esté en mi mano para evitar que haya más de un millón de parados más dentro de unos años.

Es la CONCIENCIA la que me dice que debo hacer lo que esté en mi mano para evitar que España, fruto de siglos de esfuerzo, sacrificio, sangre sudor y lágrimas, se rompa.

Es la CONCIENCIA la que me dice que debo hacer lo que esté en mi mano para evitar la muy cierta posibilidad de que España sea sacada del Euro (o haga deliberadamente lo que hay que hacer para hundir la UE). Todavía resuena una frase en mi cabeza: “Aguanta Alexis, que dentro de poco no estarás solo”. Se la gritó Pablo Iglesias a Alexis Tsipras en el Parlamento griego en plena crisis de ese país. Sería patético que Grecia pretendiese acabar sola con la UE. Pero España sí puede, No es rescatable si se empeña en no serlo. Y con Pablo Iglesias se empeñará.

Es la CONCIENCIA la que me dice que debo hacer lo que esté en mi mano para evitar que se acabe con la democracia y con las libertades civiles en general y con la religiosa en particular.

Es la CONCIENCIA la que me dice que debo hacer lo que esté en mi mano para evitar que el Estado se erija en árbitro de los valores que deben aprender mis nietos.

Etc., etc., etc.

Por tanto, voto en conciencia lo que creo que es más útil para tratar de evitar estos males. Por eso voto al PP. Por supuesto admito, faltaría más, que haya gente que, también en conciencia, no le vote. Pero no sólo voto en conciencia. Voto en consciencia.

Soy consciente de que estamos en una encrucijada histórica en la que todas estas cosas, con los etc’s que no añado, tan arduamente conseguidas, están en peligro. Considero inconscientes a los que, aún votando en conciencia, creen que todas esas cosas se pueden dar por descontadas. Considero inconscientes a los que, aún votando en conciencia, piensan que el hecho de que puedan gobernar opciones que pueden acabar con todas esas cosas supondrá una catarsis regenerativa. Por tanto, considero inconscientes a los que van a utilizar su voto para tirarlo dándoselo a partidos insignificantes, o en blanco, o la abstención, para castigar al único partido que puede evitar ese proceso de pérdida. Me parecen más conscientes, aunque este diametralmente en desacuerdo con ellos, los que votan conscientemente a Podemos sabiendo lo que quieren. A mí tampoco me gusta todo del PP, ni le debo nada, ni milito en él, ni nada por el estilo. Pero, el voto útil es, ADEMÁS, un voto en conciencia y es un claro síntoma de inmadurez pretender que el voto vaya para un partido tan sólo si me gusta todo de él. Ahora bien, también debo reconocer que, por segunda vez en la historia de la democracia en España, el PP ha recogido un país al borde de la quiebra, llevado allí por el PSOE dos veces. La primera vez la sacó del hoyo en dos legislaturas. La segunda lo está haciendo. Lo ha logrado sólo a medias en una. Pero si ahora fallan los motores, la caída en la ruina es inevitable.

Sé que a muchos de los que lean esto les puede molestar. En general, soy una persona que evito molestar a nadie y, mucho menos, hacerlo gratuitamente. Pero es que esto no es gratuito. Nos estamos jugando mucho. Si las consecuencias del voto insensato las sufriesen sólo ellos, probablemente no me arriesgaría a molestar a nadie. Pero es que las vamos a sufrir todos. Dicho de manera menos fina pero más clara: la patada en el culo que van a dar a España no va a ser sólo en el suyo, sino en el de todos los españoles, incluido el mío. Tal vez más en el mío que en el suyo por mojarme públicamente. A ellos, les darían las gracias. Y la verdad, me enfada bastante que yo, y millones más, tengamos que sufrir por su inconsciencia. Y sí, aunque moleste, creo que, si eso ocurre, estos puristas del voto inconsciente, tendrán una parte de la responsabilidad.

Y ahora vamos a Mons. Munilla. Me han llegado varias respuestas diciéndome que no es verdad que Mons. Munilla haya rectificado. Sí lo ha hecho. Copio a continuación un pequeño extracto de sus recientes palabras en Radio María:

- Por el camino del mal menor se llega al mal mayor. La opción por el mal menor sólo se aplica en casos excepcionales; de ningún modo puede ser algo habitual.
- Corresponde a cada uno discernir si nos encontramos en una situación excepcional que justificaría esta opción por el mal menor.
- Existe actualmente legitimidad para pensar tanto que estamos en una situación excepcional como para pensar que no.
- El voto en conciencia siempre está por encima del voto útil.
- Corresponde a cada católico, por tanto, primero, creer en los principios que dicta la Iglesia en esta materia y, segundo, pedir luz al Espíritu Santo.
 - Una vez hecho este discernimiento, existe legitimidad para mantener sensibilidades diferentes sobre este tema.

Es decir, que, hoy, Mons. Munilla admite que es legítimo entender que la situación es excepcional y, en consecuencia, votar al PP. En las pasadas elecciones, no admitía esa posibilidad. Por lo tanto, hablando en román paladino, ha rectificado. Admiro enormemente a Mons. Munilla. Creo que su actuación como Obispo de San Sebastián es magnífica. Y, con esta rectificación, mi respeto por él no ha hecho sino aumentar. Ciertamente, en sus palabras dice que el voto en conciencia está siempre por encima del voto útil. Por supuesto, faltaría más. La conciencia está por encima de todo. Pero no creo que sea necesario que vuelva a insistir en que el voto al PP es un voto en conciencia Y, ADEMÁS, un voto útil. Por otro lado, debo decir que la opinión de Mons. Munilla, tanto en estas elecciones como en las anteriores, no pasaba de ser eso, una opinión. Respetabilísima, por la persona que la sostiene, pero una opinión. Desde luego, no representaba la de la Conferencia Episcopal Española que en las pasadas elecciones, aún siendo presionada por algunos prelados para hacer una declaración en la línea de Mons. Munilla, se abstuvo de hacerlo. Por tanto, aunque se hubiese mantenido en sus trece sin rectificar, de ninguna manera su opinión podría vincular la conciencia de un católico.

Por último, me han llegado también mensajes diciendo que López Quintás ha desmentido como falso lo que se dice que dijo respecto a la rectificación de Mons. Munilla. Pues bien, sintiéndolo mucho, debo decir que dijo lo que dijo. Lo que os mandé el otro día era un reenvío directo de D. Alfonso, en primera persona, a un amigo mío, amigo también suyo y de una integridad irreprochable, al que he contactado y me ha asegurado que el reenvío es literal. No es un cortapega, no. Es un simple dar a la tecla de reenviar para que llegue tal cual se recibió. Yo así lo recibí con la dirección de e-mail de López Quintás en el primer mail. Comprendo que, a veces, el fragor de la batalla da vértigo. A mí me resultaría más cómodo quedarme calladito en vez de levantar ampollas y alguna reprimenda de gente a la que quiero, pero a quien no he concedido ninguna autoridad para ser la conciencia de mi conciencia. Pero es, precisamente mi conciencia la que me hace hablar. Por amor a la verdad, a España, a mis conciudadanos y a la Iglesia. Mi conciencia es tan recta como la de cualquiera de los que me la quieren rectificar. Le pido al Espíritu Santo, tanto como lo pueda hacer cualquiera de ellos que la guíe. Me considero tan hijo de la Iglesia y la quiero y la defiendo en lo que debe ser defendida como cualquiera de ellos. Y por eso hablo en vez de quedarme callado, que sería más cómodo.


Lamento profundamente si alguien se siente ofendido por estas palabras, pero no rectifico ni una coma. Es mucho lo que nos jugamos. ¿Voto sensato o insensato? He ahí la cuestión.

20 de junio de 2016

Para reflexionar de aquí a las elecciones

Cuando alguien más sabio que uno recomienda lo que uno piensa, uno (que ya son tres) se siente gratificado. Ese uno, el primero, el más sabio, es Alfonso López Quintas, en un artículo suyo del 14 de Junio en Tribuna en La Razón. Pero ese uno, además, ha mandado una carta en la que dice las cosas aún más claras de cómo las dice en el artículo. Os mando primero el artículo y después su carta.


Tribuna de LA Razón del 14 de Junio

EL VOTO DE LOS ESPAÑOLES DEFRAUDADOS

"​Ante unas nuevas elecciones generales, bueno será que clarifiquemos nuestras actitudes a fin de acertar en la decisión. Más que nunca hemos de actuar ahora con suma lucidez y serenidad. Parece ser que buen número de votantes se han defraudado del partido que apoya al gobierno actual y le han vuelto las espaldas. Tal vez habían supuesto que podían ver en él una especie de refugio –o incluso de hogar– ‒que amparaba sus principios y valores. Al observar, con sorpresa, que el actual gobierno no promovía estos valores ni salvaguardaba esos principios,  se irritaron y les negaron su favor.

​En la situación creada tras las elecciones de diciembre, lo prudente es dejar de lado los enfados y ver qué partido de los que tienen capacidad de gobernar nos da más garantía de  cumplir estas tres condiciones ineludibles: 1ª)  capacidad de mantener la paz social, lo que implica sostener el equilibrio económico y promover el bienestar de los ciudadanos; 2ª) respeto absoluto a la libertad religiosa y la libertad de educación; 3ª) defensa de la unidad nacional y la actitud de colaboración que ella implica.

​Sé que algunas personas ‒a las que mucho aprecio‒ consideran insuficientes estas exigencias mínimas. Desean que el Estado garantice ciertos valores muy significativos para ellos ‒y para mí‒ mediante leyes, pues éstas no sólo regulan la actividad de los ciudadanos sino que configuran, en buena medida, su modo de pensar y actuar. Las leyes crean opinión, no sólo la recogen; modelan la vida comunitaria, no sólo la reflejan y estructuran. Cierto, pero si tal garantía no se nos da y hoy resulta imposible de hecho llegar al Gobierno con unas exigencias máximas, debemos elegir el partido que, al menos, esté dispuesto a cumplir las tres condiciones antedichas.

Se dice, con la mejor intención, que la fidelidad a nuestros valores nos obliga a los creyentes a votar sólo a los partidos que garanticen la salvaguardia de los valores morales (como el respeto a la vida naciente y al concepto tradicional de matrimonio…) aunque no tengan de momento ninguna posibilidad de gobernar. Ciertamente, es un deber dar testimonio de los valores que uno profesa. Con la libertad interior que me otorga haber procurado hacerlo, incluso con graves daños, he de indicar que, en ciertas ocasiones, debe elegirse al partido que ofrezca más garantía de cumplir las tres condiciones antedichas, aunque no haya salvaguardado algunos valores que uno estima sobremanera. Pues, si llegan al poder quienes muy probablemente incumplirán tales condiciones, no sólo seguirán sin amparo los valores morales que uno tanto estima; la sociedad entera entrará en una quiebra de proporciones inimaginables.  Parece temerario, en esta grave coyuntura, aspirar a lo óptimo con grave riesgo de perder lo mucho bueno ‒incluso en el aspecto religioso‒ que puede otorgarnos la vida democrática, bien entendida y sostenida.

No olvidemos que el bienestar económico es un bien muy frágil. Cuando las cosas marchan aceptablemente, se tiende a pensar que es algo “normal”, olvidando que tal “normalidad” sólo se consigue con mucho talento, esfuerzo y prudencia. Por otra parte, la libertad religiosa y la educativa son ineludibles para garantizar un auténtico crecimiento espiritual de las personas y las comunidades. Aseguremos con nuestro voto que nuestros futuros dirigentes mantendrán estos bienes. España y Europa entera se están adentrando en un área de turbulencias extremas, capaces de desestabilizar las instituciones que carezcan de guías experimentados. Si entre los candidatos hay alguien experto en capear tormentas, no lo tachemos de la lista porque nos haya defraudado en algún aspecto. Si otros políticos no nos han defraudado ‒tal vez por no haber ejercido todavía el poder‒, no los borremos tampoco de la lista por carecer de experiencia. Pero cuidémonos de analizar bien sus programas y declaraciones, a ver si en ellas se vislumbra un talento y una experiencia política que nos permita confiar en que harán un buen papel en la gestión de las grandes cuestiones de Estado, las internas y las externas. Hagámoslo con independencia de si su figura nos resulta más o menos atractiva.
  
Se dice que cada uno puede votar a su arbitrio. Sin duda, pero, sobre todo en situaciones peligrosas, es injustificado hacer ensayos precipitados. Sólo seremos sensatos si vamos a lo seguro, eligiendo a quienes han mostrado –con más que palabras– que saben poner los problemas en vías de solución. Sólo entonces tendremos posibilidad de consuelo si nuestra elección resulta frustrada. Es cierto que las cosas todavía están mal. Razón de más para elegir a quienes han demostrado que tienen arrestos para mejorarlas, y no sólo arrojo para triunfar en las lides dialécticas, encaminadas más bien al desprestigio del adversario que a la gestión paciente, prudente y, sobre todo, eficaz de la cosa pública.


Alfonso López Quintás
De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas


La carta:

De: Alfonso López Quintás
Querido amigo:

Te escribo para comentarte un asunto importante.

Sabes que hay muchos católicos que no votan al PP por no haber cambiado la ley de aborto y alguna más. Creen en conciencia que no deben hacerlo. Pero hace una semana, en Radio María, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, indicó que, dada la excepcionalidad de estas elecciones, se puede en conciencia optar por el voto útil, para evitar males mayores.

A la vista de este cambio, he decidido hacer lo posible para suscitar el voto de los creyentes. Sería la manera de evitar, entre otros muchos males, la desaparición de la enseñanza concertada. Para tener una base fácil de comunicación, publiqué el martes un artículo en la Tribuna de “La Razón”, que te adjunto. Está gustando a los que lo han leído.

Te lo envío paraa ver si conseguimos que el PP tenga fuerza para valerse por sí solo. No confío nada en Ciudadanos y menos en Pedro Sánchez. Lo de Munilla y lo de la concertada no figura en el artículo.

Ante la que se avecina en Europa, si España no tiene un Gobierno sólido podemos hundirnos en todos los aspectos. Hay que movilizarse en serio. ¿No te parece? Queda tiempo todavía.

Un abrazo

ALQ


Lo que viene a continuación es mío

La rectificación de Mons. Munilla, único obispo, junto con Mons Reig Plá, cuya opinión actual no conozco, que decía que los católicos no podían en conciencia votar al PP es especialmente interesante para los que se negaban a hacerlo por ese motivo.

Quedan unos días para la jornada de reflexión, pero podemos empezar a reflexionar YA, Si crees que merece la pena, difúndelo. Nos jugamos mucho.


13 de junio de 2016

La multiplicación del dinero y la reserva fraccionaria

La semana pasada, en la entrada de “¿Democracia sin ciudadanos?”, hacía referencia y ofrecía la posibilidad de enviar un texto complementario citado a pie de página llamado “La multiplicación del dinero”. Como he recibido varias peticiones, lo pongo hoy como post. El tema es un poco técnico pero en él intento explicar en román paladino, en el cual suele el pueblo fablar a su vecino, por qué los únicos responsables de la multiplicación irresponsable del dinero son las autoridades monetarias públicas y por qué la llamada reserva fraccionaria (que explico lo que es) es condición sine qua non para el progreso. En esto me pongo enfrente de la, por otra parte admirada por mí por liberal, Escuela Austriaca de Economía. Allá voy.

Últimamente me he encontrado con varias personas que demonizaban el hecho de que los bancos pudiesen prestar usando como fondos para ello el dinero que sus depositantes les dejaban, lo que se conoce como “reserva fraccionaria”. Y lo demonizaban por dos motivos. El primero porque les parecía inmoral que prestasen el dinero de otros y, segundo, porque esta práctica hacía que la cantidad de dinero se multiplicase con la consiguiente consecuencia de la inflación, a la que consideraban odiosa. Por supuesto, comparto con ellos el aborrecimiento de la inflación. La inflación es una manera de robo. Pero no comparto ni que el hecho de la reserva fraccionaria sea inmoral ni perjudicial ni que la culpa de esa multiplicación del dinero sea de los bancos. Intentaré en lo que viene a continuación arrojar alguna luz sobre estas cuestiones.

Lo contrario de la “reserva fraccionaria” es la “reserva total”, según la cual, los bancos tendrían que mantener el liquidez total todos los depósitos que tuviesen, es decir, no pudiesen prestar nada de esos depósitos. Imaginemos un mundo con el principio de “reserva total”. Por supuesto, los bancos podrían recibir depósitos de la gente y guardárselos. Y no sólo guardárselos, sino además facilitarles el que pudieran disponer de ese dinero en cualquier momento, en cualquier parte del mundo, hacer con esos fondos depositados cuantos pagos a terceros les fuesen solicitados y otros muchos servicios relacionados con la transferencia del dinero depositado. Por supuesto, esto es un servicio enormemente útil para el que lo recibe y que tiene un coste para el que lo presta. Por tanto, es lógico que éste último, o sea, el banco, cobre al depositante un feepor todos estos servicios. Pero, además, la mera custodia del dinero, al margen delos movimiento que se ordenen hacer con él, tiene un riesgo de robo, fraude, etc. que el depositante transfiere al banco, por lo que sería lógico que éste le cobrase un interés, ya que, bajo la hipótesis de la reserva total no le está permitido hacer nada con este dinero. Estos servicios los han venido haciendo lo bancos desde que existen y lo cierto es que lo han hecho cada vez más eficientemente y a un coste cada vez más bajo. Esto es algo que no implica de ninguna manera prestar esos depósitos.

Otro servicio que podrían dar los bancos sería el de simple intermediación, si así lo desean sus clientes, entre gente que tiene dinero (ahorradores) y gente que quiere ese dinero para invertir, cobrando también un fee por esa mediación. Esto no daría lugar en sí mismo a ningún tipo de depósito. Pero, ciertamente, el volumen de estas transacciones directas sería tan solo una pequeña fracción del dinero disponible, puesto que la inmensa mayoría de los ahorradores necesitan la inmensa mayoría de su dinero de una forma continua, para los gastos diarios, aunque sus ingresos sean esporádicos. Todo lo más lo pueden “inmovilizar” duranteuno o dos años. Como es natural, estos mini ahorradores jamás podrán poner su dinero en un proyecto empresarial que lo quiera a 6 años. Esto es lo que se llama transformación de plazos del que hablaremos más adelante, pero que el pequeño ahorrador no puede asumir. Por tanto, si un banco no puede prestar los depósitos que tiene de sus ahorradores, sólo una pequeña fracción del dinero disponible por los ahorradores estaría en disposición de entrar en el circuito generador de riqueza llegando directamente a las empresas. El resto estaría en depósitos que, como hemos dicho en la hipótesis de partida, no se pueden prestar. Cierto que esto se puede paliar, al menos en parte, mediante la liquidez que proporciona otra de las bestias negras de quienes no entienden muy bien el sistema. La bolsa. Pero no es el momento de meternos ahora en este jardín. Y aquí se acabaría la película. Hoy en día, este servicio de mediación sin intermediación lo están prestando los bancos y otras instituciones de inversión a través de los fondos de inversión.

Si, en esta situación, una empresa viese que tiene una magnífica oportunidad para ampliar su negocio y así generar más riqueza, lo que tendría que hacer es esperar los años necesarios para, con el dinero que gana sin esa oportunidad menos lo que reparta de dividendos, llegar a reunir lo necesario para aprovechar esa magnífica oportunidad. Y si en vez de empresas hablamos de particulares, si uno se quiere comprar la casa de sus sueños (o el coche), debe empezar ahora mismo a ahorrar poquito a poco de su sueldo para, dentro de, tal vez 20 años, poder hacer su sueño realidad. ¿Podemos elegir vivir en un mundo así? Por supuesto que podemos. Alguien podría pensar que ese mundo sería idílico, pero en realidad sería terrible. Seguiríamos viviendo como en la era preindustrial. Y para aquellos que crean que la era preindustrial era idílica, les diría que la mortandad infantil y las muertes por hambrunas devastadoras eran la norma en todo el mundo. Si a pesar de todo quisiera irse a vivir a esa época, le auguro que antes de tres días estaría suplicando volver a este mundo tan poco idílico del que se había ido tres días antes. Así que la humanidad, decidió que no quería vivir así y yo me alegro de ello. Decidió que quería ser capaz de crear riqueza para salir del hambre.

Y aquí entró en juego –bendito sea Dios– la reserva fraccionaria. Pero, antes de seguir adelante creo imprescindible hacer una distinción fundamental entre riqueza y dinero. La riqueza es el conjunto de bienes que un país, un continente o la humanidad puede generar. El dinero es sólo un medio de pago para poder intercambiar esa riqueza. Pero, necesariamente, tiene que haber una proporción entre el dinero disponible, la llamada masa monetaria y la riqueza generada. Cuál sea la proporción áurea entre estas dos variables es algo que excede de lejos el propósito de estas líneas, pero es evidente que la riqueza no puede crecer si la masa monetaria se queda estancada. Y, por otro lado, si la masa monetaria se desboca más allá de la riqueza que se cree, los efectos de este desfase serían perversos.

Volvamos a la empresa que tenía esa magnífica oportunidad de ampliar su negocio y generar riqueza. Pensemos, por otro lado, en un banco que no puede prestar sus depósitos pero que se da cuenta de que, por la ley de los grandes números, la cantidad total de esos depósitos permanece razonablemente estable, con pequeñas fluctuaciones, a pesar de que los depósitos individuales de los ahorradores sufriesen grandes variaciones. Este banco, estaría pensando en que podría prestar una buena parte de esa masa total de depósitos. Pongamos que cree que sería razonable prestar el 80%, ya que nunca las fluctuaciones superan el 20%. Si pudiese prestar ese 80% a empresas que lo podrían utilizar para crear riqueza o a particulares que quieren comprarse viviendas o coches, aquéllas generarían nueva riqueza y éstos harían sus sueños realidad. A su vez, los pisos y coches comprados por éstos, darían lugar a nuevas oportunidades a nuevas empresas para producir pisos, lo que brindaría oportunidades de trabajo para más gente. Y todo ello a un ritmo mucho más y más rápido. Los bancos y las empresas estarían encantados de que fuese así. Pero, ¿y los ahorradores? Si estos creyesen que esto no iba a poner en peligro la liquidez de sus ahorros, para poder pedirlos cuando quisieran, ni su existencia, porque se prestasen a quien no puede devolverlos y si, además, el hecho de que esto se hiciese así, llevase a que no le cobrasen por tener su dinero depositado en el banco sino, al contrario, en determinados casos, le pagasen un interés, le podría parecer estupendo. Dicho y hecho. El que quiera que esto sea así, adelante y, el que no, puede tener su dinero en un fondo de inversión, como se ha visto anteriormente. Puede pensarse que habría gente que prefiriese tener sus ahorros en depósitos que no se prestasen. Si esto fuese así, existirían depósitos y fondos de inversión en cuyos estatutos figurase que el dinero estaría en total liquidez. Por supuesto, no producirían ninguna rentabilidad y se le cobrarían al ahorrador unos fees de “almacenamiento”. El hecho de que no existan esos fondos indica que nadie quiere depósitos que no se presten y que cuesten dinero. Si alguien los quisiese, no cabe la menor duda de que los bancos y otras instituciones de inversión los crearían. No los crean por la sencilla razón de que nadie los quiere.

Pero, claro, ese 80% del dinero inicial de los depósitos, acabaría, a su vez depositado en un banco. Entonces, la masa monetaria del sistema sería de 180 porque los depósitos son dinero (¿Hay alguien que considere que el dinero que tiene depositado en el banco no lo es?). Pero, esos 80 nuevos, a su vez se prestarían y, también ellos, acabarían en nuevos depósitos del sistema bancario, con lo que la masa monetaria sería 180+80*0,8=180+64=244. Se puede demostrar sin mayor dificultad (aunque no lo voy a hacer aquí) que si esto se repitiese indefinidamente, la masa monetaria acumulada sería de 500, es decir, se produciría una multiplicación por 5 de la cantidad de dinero inicial.

Y si este crecimiento de la masa monetaria estuviese impulsado por las oportunidades de creación de riqueza de empresas y particulares, el equilibrio entre masa monetaria y riqueza se mantendría. Habría el dinero que las empresas necesitan para generar riqueza, pero no tanto que apareciesen los perniciosos efectos de su exceso. Volveré más adelante sobre esto. Por supuesto, con esta intermediación aparecerían dos riesgos que antes existían. El riesgo de crédito y el riesgo de liquidez. Y, como todo en esta vida, esto se puede gestionar bien o mal. Pero el que un fenómeno tenga un riesgo que se pueda gestionar bien o mal, no es algo que afecte a la bondad o maldad intrínseca del fenómeno. Si así fuese, sería éticamente inaceptable cualquier actividad que entrañase el más mínimo riesgo y eso es algo sencillamente ridículo, además de imposible. El antídoto contra una mala gestión de los riesgos puede venir por dos vías, una liberal y otra intervencionista/proteccionista[1]. La liberal se basa en que los bancos tengan que ser transparentes en su política de riesgos y que los ahorradores actúen con libertad y responsabilidad decidiendo a quién dejan sus ahorros y de qué forma, con permiso para prestarlos o sin permiso para prestarlos y pagando por ello. La proteccionista/intervencionista regularía los parámetros que los bancos tengan que cumplir obligatoriamente. Hoy en día, sin duda, estamos en la vía proteccionista/intervencionista, en dos parámetros que todo banco debería gestionar pero que, en gran medida, lo gestionan por ellos los organismos reguladores. Ni quito ni pongo rey sobre cuál de las dos vías sería mejor. Hay muchísimos pros y contras, razones y sin razones por un lado y por el otro y creo que ninguna de las dos soluciones en estado puro es la ideal.

¿Cuáles son esos dos parámetros? Por un lado, precisamente, el porcentaje de los depósitos que se pueden prestar y, por otro, el capital que tienen que tener los bancos.

Vamos con el porcentaje de depósitos prestable. En una primera aproximación –y no voy a entrar en una segunda– ese porcentaje debería estimarse estadísticamente contestando a la pregunta de: ¿qué probabilidad estoy dispuesto a asumir de que ante una muy alta demanda de fondos en un momento dado no pueda hacer frente a esa demanda? La respuesta que no vale es el 0% porque eso sería soñar con un mundo de riesgo 0 que no existe, pero sí debería ser baja. Un banco cuyos depósitos experimentasen muy fuertes altibajos del saldo y aceptase una probabilidad alta de falta de liquidez, podría prestar un porcentaje muy bajo de sus depósitos. En el otro extremo, un banco que tuviese una gran estabilidad en su saldo de depósitos y estuviese dispuesto a asumir un riesgo más bajo de iliquidez, podría permitirse prestar una mayor parte de sus depósitos. La transparencia sobre esto no es muy complicada –insisto, en una primera aproximación–. Con publicar datos de volatilidad de los depósitos, porcentaje de riesgo de iliquidez asumido y el porcentaje de sus depósitos prestados, habría elementos para que se pudiese juzgar la conveniencia de tener el dinero en un banco u otro. Yo no tendría mi dinero en el primer banco de los dos ejemplos anteriores a no ser que tuviese un bajísimo porcentaje de depósitos prestados. En cambio me sentiría cómodo con mi dinero en el segundo banco de los ejemplos, aunque prestase un mayor porcentaje de sus depósitos.

La necesidad de capital responde a otra pregunta distinta. ¿Dado el riesgo de crédito que tiene un determinado banco y la probabilidad que está dispuesto a aceptar de perder no sólo sus fondos propios sino de llegar a perder parte del dinero de sus depositantes, cuánto capital debería tener el banco? Un banco que preste a malos prestatarios pero que exija un riesgo muy bajo de perder todos sus fondos propios, necesitará tener mucho capital. En cambio, otro banco que preste sabiamente a gente que paga en tiempo y forma y que aceptase un alto riesgo de perder todos sus fondos propios, estimaría razonable un capital muy bajo. Otra vez, no es –en una primera aproximación– excesivamente difícil ser transparente con estos parámetros. Como he dicho antes, se trata de buscar un equilibrio entre la responsabilidad y la transparencia de los inversores y depositantespor un lado y la regulación proteccionista/intervencioniesta por otro.

No obstante es importante ver dos cosas respecto al capital y al porcentaje de reserva. Si un banco opta, o es obligado por la regulación, a tener mucho capital, dado que el capital es una fuente de financiación cara, para obtener la rentabilidad necesaria tendría que prestar más caro. Y si además optase por tener un alto porcentaje de reserva que, en general de da una baja rentabilidad (o cero), tendría que compensar con el dinero que presta la falta rentabilidad de esa reserva de liquidez. Es decir, también tendría que prestar más caro. Por tanto, cuanto mayor sea el capital que tengan los bancos y cuanto mayor sea el porcentaje de reserva de liquidez, más caro será el crédito. No hay nada que objetar a esto, pero conviene saberlo.

Pero no es el objeto de estas páginas ver dónde deberían situarse esos listones de liquidez y capital, sino expresar mi convicción razonada de que para que se produzca generación de riqueza a un ritmo aceptable es imprescindible la posibilidad de que los bancos presten en cierta medida parte de los depósitos y cubran con capital de forma razonable el riesgo de que las pérdidas alcancen a los ahorradores. Sin eso, no hubiera habido desarrollo y, con toda probabilidad estaríamos en el nivel de riqueza de los primeros años de la revolución industrial. Naturalmente, este desarrollo, como cualquier otro avance, no se consigue sin la asunción de determinados riesgos. Lo importante es que éstos estén adecuadamente controlados y gestionados. Por supuesto, somos libres para decir si queremos un mundo sin riesgo de liquidez y de crédito, pero sin desarrollo o lo que tenemos ahora. Sin embargo, creo que quien diga que prefiere lo primero, lo dice por una determinada posición ideológica, del signo que sea, que no resistiría de ningún modo la prueba de la máquina del tiempo a la que he hecho alusión antes.

Pero no quiero dejar estas líneas sin tratar en ellas el tema, tremendamente espinoso, de la regulación de la masa monetaria, habida cuenta del proceso descrito de multiplicación del dinero. El principio de partida es, como he establecido antes, que el crecimiento de la masa monetaria debe venir impulsado por la generación de riqueza y guardar una razonable proporción con ésta. Si se crea más dinero del necesario, el exceso de éste crea burbujas que, tarde o temprano acaban en una crisis. Si se crea menos dinero del necesario, la economía empieza a chirriar y se ralentiza hasta llegar, en último extremo, a paralizarse. Por eso es importante preguntarse quién es el responsable del tamaño de la masa monetaria, quién la regula. Podría pensarse que, dado que la multiplicación de la masa monetaria proviene del préstamo de los depósitos por parte de los bancos, la responsabilidad la tienen éstos y que son ellos quienes la regulan. Esta presunción es absolutamente errónea y voy a explicar por qué lo es.

Como se ha visto anteriormente, el factor multiplicador del dinero depende de a cuanto ascienda la reserva de los depósitos. Con una reserva del 5%, por ejemplo, es decir, si los bancos pudiesen prestar el 95% de los depósitos, el factor multiplicador del dinero sería de 20. Es decir, si el dinero inicial fuese de 100, se habría convertido en 2000. Supongamos ahora que se considera que esta masa monetaria de 2000 guarda un razonable equilibrio con la generación de riqueza. Ya se ha visto que el porcentaje de reserva es algo regulado en mayor o menor medida por la prudencia y, en ausencia de ésta, por los poderes públicos, sean éstos los que sean. Pero supongamos que no existiese esa regulación y que los bancos, irresponsablemente, decidiesen disminuir la reserva al 3%, es decir, prestar al 97% de los depósitos. Esto llevaría el multiplicador a 33,3lo que, a su vez, elevaría la masa monetaria de 2000 a 3333, es decir un 67%. A la vista de esto, se podría decir que si los bancos tuviesen total libertad para fijar el porcentaje de reserva, la cantidad de dinero se dispararía. Pero, aparte de que no tienen esa libertad, ocurre que tampoco les interesa. Por una razón muy sencilla, porque una cantidad excesiva de dinero llevaría a unos tipos de interés muy bajos y los bajos tipos de interés son algo contrario a la cuenta de resultados de los bancos. ¡Qué más quisieran los bancos europeos de hoy que desapareciesen los tipos de interés negativos causados por quien sí tiene el poder omnímodo para crear dinero!

Pero demos un paso más. Imaginemos que, a pesar de todos los pesares, disminuyesen el porcentaje de reserva y, al hacerlo, aumentasen disparatadamente la masa monetaria. Esta masa monetaria es medible y, de hecho, las autoridades monetarias la miden continuamente. Si viesen que la cantidad de dinero se disparase por la irresponsabilidad de los bancos, tendrían dos métodos para frenar ese aumento. El primero, ordenar que el porcentaje de reserva volviese inmediatamente al 95%. Tienen autoridad para ello. Pero hay otro método menos autoritario para hacer esto. Según acabamos de ver, la actuación disparatada de los bancos de bajar el porcentaje de reserva del 5% al 3% había hecho que el multiplicador pasase de 20 a 33,3 e hiciese crecer la masa monetaria de 2000 a 3333 con una base de dinero de 100. Pues bien, las autoridades monetarias tienen diversos medios para reducir esa base monetaria de 100. Y si con ese multiplicador de 33,3 la redujesen de 100 a 60, la masa monetaria total, tras la multiplicación por 33,3, volvería a ser 2000. Si ese nivel de 2000, anterior a la supuesta movida de los bancos, fuese aceptable en relación con la generación de riqueza, la situación no se deterioraría en absoluto. Y modificar la cantidad básica de dinero es coser y cantar para los bancos centrales. Por tanto, queda demostrado que la masa monetaria disponible es responsabilidad, única y exclusivamente, de las autoridades monetarias. Así que, “al César lo que es del César…”

Fueron estas autoridades monetarias, básicamente la FED y el BCE, quienes tienen en EEUU y Europa el monopolio de la creación de dinero, los que durante un largo periodo de precrisis anterior al 2007 se dedicaron a crear ingentes cantidades de dinero para mantener artificialmente bajos los tipos de interés en la creencia, bastante estúpida, por cierto, de que esto era bueno para la economía a largo plazo. Esto hizo que apareciesen las burbujas de crédito y de activos como vivienda, que desembocaron en la crisis de la que a duras penas estamos saliendo. Y son ellos los que siguen empeñados en continuar creando ingentes cantidades de dinero que han llevado a los tipos de interés negativo y a cuyas nefastas consecuencias nos tendremos que enfrentar tarde o temprano. Y lo hacen porque la expansión monetaria camufla la necesidad de reformas estructurales enormemente impopulares que los gobiernos se resisten a tomar porque, muy probablemente, les lleven a perder las elecciones ante el populismo rampante. Esto del exceso de dinero es como la morfina en sustitución de la cirugía  para una persona que sufre grandes dolores por una causa que hace necesaria una intervención quirúrgica que no se quiere abordar. El dinero es el único producto que cumple con tres condiciones especiales que lo hacen explosivo. A) Crearlo tiene coste 0. B) Se crea por interés político y C) Tiene efectos “sedativos” que enmascaran las causas reales del malestar económico. Para evitar las consecuencias perversas de la expansión monetaria se pensó, dentro de la división de poderes, que las autoridades monetarias no estuviesen supeditadas a los gobiernos. Pero ocurre que, aún admitiendo que esta independencia fuese cierta (cosa más que dudosa. A título informativo diré que Miguel Ángel Fernández Ordóñez fue el primer Gobernador del Banco de España con carnet de partido en la boca –del PSOE, por cierto), si los gobiernos se niegan a aplicar las medidas estructurales para que la economía funcione de una forma sana, las autoridades monetarias no tienen el valor de cortar el suministro de morfina, no sea que los familiares del paciente le apedreen. O por lo menos, no lo están teniendo en esta coyuntura histórica.

¿Qué hacer entonces? Establecer por ley límites infranqueables que eviten un desfase excesivo entre la creación de riqueza y la de dinero. Pero, ¿quién le va a poner ese cascabel a éste gato? ¿Los políticos? Me permito dudarlo.

Como conclusiones. 1ª Podemos volver a un mundo con reserva total pero, sencillamente, nadie quiere sus consecuencias, como se ha dicho más arriba. 2ª No son los bancos los que regulan la masa monetaria y,3ª,si el hecho de que exista la reserva fraccionaria puede llevar a la expansión incontrolada de dinero, pongamos límites a quienes tienen el poder de hacerlo.

Quiero, para terminar, expresar mi estupor ante algo que me sorprende y me apena. Admiro a la llamada escuela austriaca de economía que es de corte profundamente liberal y que cree en la capacidad del ser humano para elegir. Pero, he aquí, que los gurús de esta escuela, a los que admiro, son contrarios a la reserva fraccionaria. Y lo son, creo, por un motivo equivocado. Piensan que las personas que gastan sus ingresos de forma regular a lo largo de breves periodos de tiempo, no son ahorradores y que, por tanto no se pueden prestar sus depósitos. Esto sería totalmente cierto si se mira los depósitos de cada uno de ellos por separado. Pero agrupados, ocurre que también estos depósitos presentan una base estadística que no está sujeta a fluctuaciones. Sobre esa base hay un determinado volumen de fluctuaciones mensuales y de corto plazo. Por supuesto, esas fluctuaciones entrarían en la parte de los depósitos que deberían estar sujetas a reserva de liquidez. Pero es que ese es el principio expuesto más arriba y eso de ninguna manera invalida la validez de la reserva fraccionaria. Pena tener que discrepar de una escuela de pensamiento económico de la que me siento tan afín. Pero, el hecho de no estar de acuerdo en un aspecto del mismo, no implica que, en su conjunto, no me parezca la escuela de pensamiento económico que mejor responde a las necesidades de libertad del hombre y a una economía basada en esa libertad.



[1] No utilizo el término proteccionista en el sentido del proteccionismo arancelario, sino para designar la protección del Estado al ciudadano de sus errores.

9 de junio de 2016

¿Democracia sin ciudadanos?

Creo en la democracia. Y creo en ella no como mal menor, sino como bien mayor en lo que hasta ahora ha podido encontrar la humanidad en su caminar por la historia intentando entenderse sin el uso de la violencia. Es decir, no estoy de acuerdo con la frase de Churchill que dice: “La democracia es el mejor sistema político… después de haber descartado todos los demás”. Pero, la democracia implica que haya ciudadanos. Y eso de ser ciudadanos es algo que debe ganarse. Es una dura tarea. Porque implica dos cosas: Capacidad de juicio y responsabilidad. Capacidad de juicio para entender las consecuencias de las decisiones que se tomen y responsabilidad para responder ante esas consecuencias. Sin embargo, creo que la democracia de hoy carece de ciudadanos. No sé si alguna vez los ha tenido, pero ahora, desde luego, no. O, si los hay, son una pequeña minoría diluida en el caos de la ignorancia deseada y de la irresponsabilidad exigida. El “no-ciudadano” exige el derecho de elegir, pero tiene un interés inmenso en no querer entender los mecanismos de aquello sobre lo que decide y, sobre todo, quiere que haya siempre un papá, el papá Estado, al que cree omnisciente, omnipotente y bondadoso, que haga que las decisiones irresponsables no causen ningún efecto pernicioso. Es decir, estamos haciendo una democracia con niños de papá consentidos. Y eso, me temo, no es posible.

¿Cuáles son las raíces de esta situación? Seguro que muchas, muy variadas, ninguna determinante en sí misma y todas realimentándose unas a otras. Es decir, son raíces de una complejidad inmensa. Los seres humanos somos muy malos manejando la complejidad de una manera centralizada. Por eso, me parece presuntuoso avanzar un análisis de esas raíces. Pero, aún sabiendo que mi análisis será muy incompleto y no tendrá en cuenta más que una pequeña parte de las interrelaciones entre las raíces que sepa mencionar, no puedo dejar de decir algunas cosas al respecto tras este ejercicio de benevolencia captatio. Ahí van.

Nuestra civilización occidental nace de una convicción profunda heredada de los griegos: la fe en que la razón era capaz de encontrar soluciones a los problemas a los que nos enfrentamos. O, si no de encontrarlos sí, al menos de aventurarlos, darles seguimiento, evaluar el éxito que conseguían y corregir el tiro si las cosas no funcionaban como se esperaba.

A lo largo de un extenso proceso cuya trayectoria es demasiado larga para trazarla aquí (tengo un escrito bajo el título de “El camino ha posmodernidad y el nuevo renacimiento” en el que hago este recorrido. Si alguien lo quiere, que me lo pida), la mentalidad occidental ha perdido esa fe en la razón, aparentemente –¡oh paradoja!– buscando la razón pura. Y al perder esta fe, ha dado la primacía de nuestros juicios a los sentimientos. Esto, naturalmente, ha degenerado en un emocionalismo que, al final,ha desembocado en ignorancia voluntaria e irresponsabilidad ciega. Y este emocionalismo no trae el bien, sino el mal.

Esa desvinculación paradójica de la razón por la sola razón no era posible en épocas anteriores a la fase de opulencia en la que se encuentra occidente. Cuando la miseria era la norma y liberarse del hambre era la actividad cotidiana del 99% de los habitantes de Europa durante el 99% de su tiempo, ese emocionalismo no era posible. Para buscar el alimento cotidiano no quedaba más remedio que usar la razón. Por eso, durante siglos, determinadas filosofías disparatadas que hoy dominan el sentir general –que no el pensar– eran algo que se quedaban en el conventículo de ciertas minorías que, o bien porque su poder omnímodo les permitía librarse de la lucha cotidiana por la supervivencia, o bien porque vivían a la sombra de esos poderes omnímodos, podían permitirse el lujo de la elucubración paradójica en el vacío.

Pero, poco a poco, esos poderes omnímodos que reservaban para sí los privilegios de la riqueza, vieron cómo se iba mermando su capacidad para limitar la riqueza para ellos y a los que obtenían privilegios de ellos. Poco a poco, sólo en occidente, se fue ampliando el círculo de los que podían acceder a la creación de riqueza. Esto, eventualmente, dio lugar a un increíble desarrollo de la iniciativa humana en la búsqueda –y el logro– de medios enormemente eficaces para hacer retroceder la pobreza y generar riqueza para capas cada vez más amplias de la población. La revolución industrial llevó a un desarrollo sin parangón de la capacidad de más y más gente de liberarse del fantasma del hambre y de la lucha por la supervivencia primaria. ¡Qué bendición! Pero, como dice Walt Whitman, “está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito, cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”. Este éxito empezó a crear Estados “ricos” y, poco a poco, la gente fue depositando en estos Estados una confianza y unas atribuciones cada vez mayores basadas en esa confianza. Y, paulatinamente, se empezó a pergeñar un contrato tácito entre los ciudadanos y esos Estados. De una manera casi imperceptible, los gobernantes se dieron cuenta de que la única manera de asegurarse el logro del poder era incrementar las promesas de ese contrato tácito y de irlo haciendo cada vez más explícito. Quien no lo hiciese, quien se quedase atrás en la carrera de la formulación de esas promesas, podía darse por desplazado del poder. Y esto, por supuesto, es algo que ningún grupo político está dispuesto a aceptar. De esta forma las promesas empezaron a incrementarse y, como contrapartida, para poder cumplir con ellas, los Estados administrados por estos políticos tenían que obtener más y más dinero de los agentes que creaban riqueza con su capital o con su trabajo. Y así, los impuestos empezaron a crecer al ritmo de las promesas para responder a la voracidad de los ciudadanos. Ciudadanos que, a medida que veían su contrato tácito respaldado, dejaban poco a poco de ser ciudadanos para convertirse en niños de papá consentidos: “¿A quién quieres más a papá o a mamá? –Al que más me dé”.

Pero hasta el administrador más necio se daba cuenta de que esto de cobrar impuestos tenía un límite, porque la vaca lechera de la que se sacaba el dinero no tenía unas ubres infinitas. Pero para entonces había aparecido un economista llamado Keynes que empezó a defender que el Estado podía gastar más de lo que ingresaba financiando ese déficit con deuda. Quiero pensar que Keynes creía que este déficit y este endeudamiento eran coyunturales. Pero como en el comer y en el rascar todo es empezar, los gobernantes, que seguían plegandose a las voraces exigencias de los niños malcriados y echando más leña al fuego para hacerse con el poder, convirtieron lo coyuntural en habitual y empezaron a endeudarse de forma crónica y sistemática. Esta deuda venía a cubrir el exceso del coste de las promesas frente a lo que se pensaba que podía obtenerse mediante impuestos “razonables”. Sin embargo, en su ingenio sin límites echaron mano de un viejo recurso. Crear dinero de la nada. Los reyes de siglos anteriores, hacían esto disminuyendo la ley o el peso de monedas sin quitarles su valor facial y creando de esta manera, de forma inevitable, inflación. Pero esta forma de hacerlo, naturalmente tenía un límite, porque la cosa cantaba demasiado. Sin embargo pronto se descubrió la manera de crear dinero ilimitadamente de una forma soterrada a través de los bancos centrales. Y, ¡ancha es Castilla! La teoría económica clásica prevé que cuando esto ocurre, se crea inflación y esta inflación tiene consecuencias nefastas. El aumento general del nivel de precios es medible y, por tanto, hace el fenómeno observable y, por tanto, cuando se produce, saltan las alarmas. Pero por causas que no vienen a cuento, lo que ocurrió en la última crisis es que el exceso de dinero se concentro en determinados activos, el inmobiliario principalmente, creando en vez de inflación general, una burbuja específica. En la medida en que el precio del activo que crea la burbuja no esté suficientemente reflejado en el IPC, las burbujas no se dejan sentir en la inflación, lo que manda la señal falsa de que no pasa nada y alienta la perpetuación de la creación de dinero sin límites. ¡Hasta que estalla la burbuja!

En esto de la hiperprotección pasa con los ciudadanos como con los hijos malcriados; que si crecen en esa situación, con la edad, se vuelven intratables. Cualquier contrariedad les exaspera y nada les parece suficiente. Por parte de los gobernantes, lo que parecía tal vez como algo coyuntural y esporádico al principio, va tomando carta de naturaleza y se convierte en hábito. Además, el temor que se tenía al principio de ejercer una determinada práctica, se va perdiendo y con él, los límites razonables se difuminan. Al aumentar los impuestos más allá de lo “razonable”, los ciudadanos empiezan a darse cuante de una realidad que antes no se les hacía evidente. A saber,que el dinero, en definitiva, sale de sus bolsillos o, si el gasto del Estado se financia con deuda, del bolsillo de la siguiente generación o, si le crea dinero, lo pagan los pensionistas que tienen unos ingresos fijos. Naturalmente, los gobernantes no quieren de ninguna manera que los “no-ciudadanos” despierten de su sueño. Aparecen entonces los chivos expiatorios: Los “ricos”. ¡Que lo paguen los “ricos”! En la categoría de “ricos” entran, por supuesto, las empresas que ganan demasiado, a juicio de algún gobernante.Y el umbral para ser considerado “rico” entre los ciudadanos se va haciendo cada vez más bajo, siempre que los que entren en esa categoría no pasen de ser suficientemente pocos como para poder influir demasiado en los rsultados electorales. Con lo cual, al final, a todos los partidos les acaba pasando, tarde o temprano, que lo que no se atreven a negar a los niños malcriados lo paguen los chivos expiatorios. Los impuestos progresivos que, con una razonable moderación podrían ser aceptables, se vuelven asfixiantes y, cuando ya da vergüenza subirlos más se les llama “tributos especiales de solidaridad” o algún otro pomposo nombre que oculte lo que realmente son: un expolio.A este proceso se le ha dado el nombre de socialdemocracia. Lo que a menudo se olvida es que, en general, los “ricos”, empresas incluidas, son los que más riqueza crean con su actividad y que con esta presión se incentiva que lleven sus actividades generadoras de riqueza a otro lugar. Y no me estoy refiriendo a paraísos fiscales ni cosas por el estilo. Simplemente a que lleven su negocio a un país donde no les maltraten.

Todo esto es terrible incluso cuando los partidos que forman el espectro político son partidos que, aunque irresponsables en mayor o menor grado, al menos creen, también en mayor o menor grado, en el sistema económico de libre mercado o capitalista, aunque sólo sea para abusar de él. Pero el problema se agrava cuando entran en liza partidos que, de una u otra forma, tienen como objetivo, precísamente, acabar con un sistema al que odian porque ha dejado en evidencia que aquél en el que ellos creen, el socialismo real o comunismo, es un fracaso estrepitoso. Y eso es algo que no perdonan. La llegada de estos partidos antisistema a la política sigue una estrategia perfectamente diseñada en el primer tercio del siglo XX por el ideólogo comunista italiano Antonio Gramsci. Por una parte está la infiltración, parcial y soterrada, por debajo del umbral de detección, de instituciones como la prensa, la judicatura, la educación, etc. La habilidad estriba en que muchos de los abducidos por esa infiltración ni se dan cuenta de que lo están. Son víctimas de un buenismo irracional y sentimentaliode que, a falta de la razón, penetra el ideario popular. Por otra parte se trata de azuzar cualquier movimiento de descontento, instrumentalizándolo con astucia para acabar en un movimiento social que dé apoyo a su estrategia política. Este descontento a veces tiene una base justa, pero más a menudo está causado cuando  el sentido común de algún gobernante o la presión internacional hace que se replanteen las bases del gasto publico, los impuestos o ambos. En cualquier caso, con base justa o sin ella, siempre acaban instrumentalizados para los fines gramscianos. Cuando esto ocurre, el pacífico ciudadano puede convertirse fácilmente en un ser iracundo que ha llegado a considerar un derecho sacrosanto algo que sólo estaba consagrado por el mal uso consuetudinario del gasto público.

El cambio generacional ayuda a esta estrategia. Porque los que ahora tenemos más de, digamos, 50 años, sabemos que el bienestar no es algo que se pueda dar por garantizado. Sabemos, porque hemos visto o vivido u oído de primera mano, lo que es la falta de medios económicos. Pero muchos de las generaciones que han nacido ya en una sociedad próspera, no son conscientes de que nada se puede dar por garantizado, que todo debe ser construido cada día y que el país que no es competitivo puede encaminarse de nuevo hacia la penuria o, incluso, hacia la pobreza. Para ellos, éste no es un elemento de la ecuación. Consideran que la sociedad les debe ese bienestar a costa de nada. Piensan que el Estado tiene el deber, por encima de todo, de prometerles, siempre, cada vez más. Y creen en su capacidad para mantener todas las promesas, sean cuales sean. Y como todo niño malcriado, exige más por menos. Y si no, se indigna hasta la violencia.

Esto, en mayor o menor medida, está pasando en prácticamente todos los países democráticos y a un ritmo acelerado.¿Hacia dónde lleva todo esto? Sin duda hacia nada bueno. Un día, tanta irresponsabilidad nos estallará entre las manos. Si en vez de crear riqueza y cuidar a quienes la crean lo que se hace es repartirse una riqueza que todavía no se tiene, a base de freír a impuestos a quienes más la crean, de endeudarse en la espera de esa riqueza prometida y de crear dinero para pagar lo que no se puede pagar ni con lo anterior, eso sólo puede llevar al colapso económico. Es como pisar a fondo el acelerador de un Ferrari mientras nos dirigimos a un muro de hormigón. Y el que así lo ve, usando la razón, es tachado, como lo seré yo por determinadas personas que lean estas líneas, de paranoico antisocial, de liberal insolidario o de capitalista sin escrúpulos. De vez en cuando, sale un político lúcido que se da cuenta de esto. Por ejemplo, Manuel Valls en Francia, aún siendo socialista, saca una reforma laboral, en la línea de la que sacó Mariano Rajoy en España, y Francia arde.En España, los recortes pueden ser una de las causas de la tumba del PP. Y si gobierna el PSOE, se liquidará la reforma laboral que tenemos y se volverá al comportamieto irresponsable de la socialdemocracia. Y los partidos que abogan por pisar el acelerador hacia el desastre, se autodenominan, sin apenas voces en contra en ningún medio de comunicación, partidos de progreso. Y, los partidos de los indignados antisistema desprecian la socialdemocracia, aunque lo oculten[1].  Pero saben que les viene muy bien para llegar a ese muro de hormigón a una velocidad que haga que todo salte por los aires para, sobre los escombros, edificar su tan fracasado como añorado sistema económico estatalista. Como en Venezuela. En cambio, los partidos que opinan que hay que seguir fomentando la creación de riqueza mediante la economía de libre mercado antes de vender la piel del oso, son etiquetados con el nombre de conservadores que ha llegado a ser sinónimo en el ideario popular, de retrógrados. El cambio se ha constituido en una palabra talismán. Está prohibido preguntarse si el cambio es a mejor o a peor. El cambio es, siempre y por definición, un bien.

Es corriente oír a los “no-ciudadanos” quejarse de los políticos y de su falta de liderazgo. No debieran hacerlo, ya que éstos no son más que su propio reflejo. Si se entra en el círculo vicioso de la democracia sin ciudadanos, es imposible que la política genere líderes. Únicamente generará políticos que sepan interpretar el capricho más importante de los niños consentidos, pero no el mejor camino para el país. Se llegará, ineludiblemente, a lo que Polibio llamaba la oclocracia, que era el gobierno de los peores, de aquellos que más y mejor hacen la pelota a los “no-ciudadanos” para conseguir su favor. Es imposible que así se produzcan líderes.

Arnold J. Toynbee, en su magna obra “El estudio de la historia” en la que analiza el nacimiento, ascenso, colapso y eventual caída de veinte de las veintiuna civilizaciones que censa, afirma que la causa del colapso es siempre la misma. Que la civilización se vuelve contra los valores y las fuerzas que la hicieron nacer. La única a la que él concedía, antes de morir, en 1975, el beneficio de la dudade no haber todavía colapsado era la civilización occidental. Pero me temo que se está acercando peligrosamente a ese punto de casi imposible retorno. Las soluciones, siempre según Toynbee, están en lo que él llama minorías creativas. Éstas buscan nuevos caminos, nuevas formas, el cambio, sí, pero no acelerando la negación de los principios que dieron vida a la civilización, no lanzándose ciega e irracionalmente contra el muro, sino reforzándo esos principios en contra de la corriente que los disuelve. Lo que ocurre es que, siempre según la lógica de Toynbee, puede que esas minoríassean incapaces de revertir el camino hacia el colapso si la corriente disolutiva se ha hecho demasiado potente, y se vean arrolladas por ella. Me temo que eso es lo que está pasando hoy.

¿Pesimismo? Creo que no. Diría que realismo. ¿Desesperanza? A nivel humano, me atreveróa a decir que sí. Aunque siempre se ha demostrado que la capacidad del ser humano para prever el futuro más allá de sus narices es muy, muy limitada. A nivel sobrenatural, jamás. Porque sé que Dios es el Señor de la Historia. Sin embargo, veinte de las veintena civilizaciones han caído. La civilización Helénica, convertida al cristianismo, cayó. Yo confío en Dios pero, al msmo tiempo, sé que sus caminos son muy suyos, que Él tiene una perspectiva muy distinta de la mía, minúsculo ser humano. Él ve la Historia mientras yo sólo veo la historia. Sé que la Historia nos llevará a Él. Pero me gustaría que esto ocurriese en la pequeña historia de la civilización occidental. Por eso espero con toda mi alma equivocarme. Y para equivocarme, escribo.

No sé si escribir estas cosas sirve para algo. Caen fuera del mainstream y, además, son más complejas de lo que la cultura generalizada hoy en día está dispuesta a soportar: 140 caracteres, espacios incluidos. Pero, como decía el poeta Blas de Otero, “me queda la palabra”. Si no la uso, ¿qué me queda? Así que, sirva o no sirva para algo, no me callaré. Con dos personas que me lean, basta. Una progresión geométrica de razón 2 puede llegar muy lejos. Ojalá estas líneas que leerán 2n personas como máximo, sean un grano de arena para construir una montaña que haga que me equivoque.

Quiero acabar con una cita de Alexis de Tocqueville en “La democracia en América”:

“Las sociedades polícas son, no lo que hacen de ella las leyes, sino aquello para lo que las preparan de ser de antemano los sentimientos, las creencias, las ideas, los hábitos de corazón y de mente de los hombres que las componen, lo que el temperamento y la educación han hecho de ellos. Si esta verdad no sale de todas las partes de mi libro, si no lleva a los lectores a examinarse continuamente a sí mismos, si no les muestra a cada instante [...] cuáles son los sentimientos, las ideas, las costumbres que únicamente pueden conducir a la prosperidad y a la libertad pública, cuáles son los vicios y los errores que, por contra, les apartan irrefutablemente de ellas, no habré alcanzado el principal y [...] el único objetivo que tengo en vista”.

Pues eso, creo que la democracia en Europa, desde luego en España, y puede que por contagio, también en EEUU, está adquiriendo todos los vicios y los errores que la apartan irefutablemente de la prosperidad y de la libertad pública.




[1] Nada se puede ocultar del todo y por ahí circula, un artículo, de hace cosa de un año, de Pablo Iglesias a la revista de ultraizquierda inglesa “New leftreview” en el que ese desprecio e instrumentalización no se puede expresar con mayor claridad. Quien lo quiera, que me mende un comentario con su mail y, sin publicarlo, se lo mandaré.